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Centro de Publicaciones / Universidad Nacional del Litoral

PROSAS
Esta edición electrónica reproduce por escaneo la parte correspondiente a este poemario,
de la monumental edición de las Obras Completas, realizada por el Departamento de
Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, hoy lamentablemente muy difícil,
sino imposible, de hallar. Se ha dejado el número de página original para referencia
en citas.

Puesto que la sección de notas está al final de la poesía editada y antes de la inédita
y la prosa, no sigue la secuencia de números de página.

Los poemas de Juanele exigen una cuidadosa disposición en la página, tipografía,


interlineados, a veces sangrados, cuestiones en la que el autor era minucioso y
exigente; vaya por tanto todo el mérito que corresponde a esa gran obra que fue
la edición de la UNL.
Índice
(se indica el número de página del papel,
seguido del número de página en el pdf)

Introducción
Las Prosas del Poeta
por María Teresa Gramuglio 989 (6)
Los amiguitos
El loquito 997 13)
Leandro 1000 16)
Un militante 1004 (20)
El vagabundo 1007 (23)
Luisa 1009 (25)
Las calesitas (drama de los niños) 1011 (27)
La dominación de los mayores 1013 (29)
Aquel pájaro miraba 1014 (30)
Gualeguay y su paisaje 1016 (32)
En un tiempo y un lugar no muy lejanos 1018 (34)
Paraná Etéreo 1020 (36)
El otoño en Paraná 1022 (38)
Niños, copas 1025 (41)
No sirve para nada... 1027 (43)
Oro de chañares y rosa de lapachos 1028 (44)
Primavera de las colinas 1030 (46)
Hace veinte años que me mira 1032 (48)
Todas las despedidas son tristes? 1034 (50)
Aquella mirada 1036 (52)
Paraná: el otoño y la ciudad 1038 (54)
La inundación 1042 (58)
Comentarios
En la Peña de Vértice 1047 (62)
Mayo y la inteligencia argentina 1054 (69)
Sobre la historia 1056 (71)
Sobre Fábula encendida de Carlos
Alberto Álvarez 1058 (73)
Tierra y gente de Marcelino Román 1059 (74)
Jean Cassou 1060 (75)
Louis Aragón, uno de los mejores jefes de
los "Maquis" 1062 (77)
El tiempo de las Palabras Cruzadas 1064 (79)
Dos poemas de Aragón 1066 (81)
Sobre Hilarie Voronca 1067 (82)
Dos revistas significativas 1068 (83)
Algunas expresiones de la poesía
entrerriana última 1069 (84)
El paisaje en los últimos poetas
entrerrianos 1072 (87)
La poesía como desvelo o una actitud de
la sensibilidad poética 1086 (101)
El lector y el duende 1089 (104)
Envíos
Correspondencia 1097 (110)
Notas autobiográficas 1102 (115)
Solicitada 1104 (117)
Notas 1105 (118)

Las páginas faltantes son páginas en blanco,


necesarias en una edición en papel, pero no en una digital.
INTRODUCCIÓN

Las Prosas del Poeta


María Teresa Gramuglio

Los escritos en prosa de Juan L. Ortiz aquí reunidos pertenecen, en su mayoría, a la década
del cuarenta. Con unas pocas excepciones (tres de los años treinta, otros tres en los cincuenta),
coinciden con la primera etapa de la larga —y definitiva— radicación del autor en Paraná. Son
los años de elaboración de El álamo y el viento y de El aire conmovido. Si el primero en estos
libros marca, como creo, una inflexión significativa en el despliegue de la obra de Ortiz, en tanto
en él se afianza una poética cuya búsqueda puede rastrearse desde los comienzos, tal vez no
sea casual ni meramente anecdótico que ese movimiento se haya acompañado con una
multiplicación de los modos de la escritura, como si se la interrogara o se la presionara desde
registros más variados. Pero aun con las fuertes conexiones temáticas entre estas prosas y los
poemas, aun con todo lo que revelan del hondo compromiso poético y social de Ortiz, ellas
conservan cierto aire como de espacio de reflexión, o de banco de pruebas, para algo cuya
realización más plena se persigue en la poesía. A diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con
los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire, o con las prosas de Darío en Azul..., estos textos
de Ortiz, pese a todo el interés que suscitan, resultarían en verdad laterales a su idea poética
central. Debido a esto, quedan algo lejos de alcanzar la intensidad estética que les confiere a
sus poemas un lugar único en la poesía en lengua española de nuestro siglo.
La misma escasez de las prosas, sumada a la concentración temporal, las hace aparecer
transitorias y circunstanciales sobre el largo fluir de la obra poética. Aun cuando notemos que
las últimas acompañan el progresivo afinamiento de los modos de la dicción y de la sintaxis que
se percibe en los poemas, ellas se eclipsan, literalmente, ante el crecimiento deslumbrante de
la poesía de Ortiz. En sus notas, Sergio Delgado, coordinador de esta edición, deja entrever la
penuria, la dispersión y hasta el abandono de estos textos, a diferencia del obstinado seguimien-
to que hacía Ortiz de sus poemas, patente en las infinitas correcciones de los originales, en las
conocidas exigencias tipográficas de sus ediciones —que hasta la publicación de En el aura del
sauce fueron casi artesanales— y en las obsesivas "fe de erratas" que seguían a los libros
publicados. "Es posible —escribe aquí Delgado— que las cartas, como los textos en prosa,
hayan ido disminuyendo con el tiempo, a medida que Ortiz se concentra en su trabajo poético.
Y es posible, también, que su correspondencia haya terminado siendo sólo libros y fe de erratas".
Cualquiera sea la conjetura que arriesguemos al respecto, lo cierto es que Ortiz nunca reunió
estos escritos, y que ellos quedaron, bien dispersos en dos diarios de provincia y en algunas
otras publicaciones periódicas, bien inéditos. No dejó, sin embargo, de referirse a ellos,
Juan L, Ortiz Obra Completa 990

anunciando los posibles títulos con que los agruparía, como se puede ver en tres de las cuatro
cartas que representan en este volumen su exigua correspondencia,
"...cosillas que han ido quedando al margen —dice Ortiz en una de esas cartas— y que
compondrían algo a llamarse probablemente Los Homenajes... Y no olvido aún las narraciones
de Niños y bestias". A partir de referencias mínimas como ésta, Delgado reconstruye esos "libros"
hipotéticos, distribuyendo las prosas en dos conjuntos: Los amiguitos (título que estaba entre
los proyectados por Ortiz, según leemos en otra carta), en el que las narraciones alternan con
otros textos de difícil clasificación, y los Comentarios, formado por artículos y conferencias
referidos, en su mayor parte, a poetas y a poesía.

II

"Cosas de niños, de animales y de paisajes": el mismo Ortiz sugirió los "temas" recurrentes
que trazarían las coordenadas del primer conjunto. Y de niños trata el primer relato, "El loquito",
iniciando una breve serie que se continuaría con "Las calesitas", "La dominación de los mayores"
y "Niños, copas". ¿Por qué los niños, qué serían los niños para Ortiz? Sabemos que en sus
poemas son presencias que revisten múltiples funciones, tanto en el plano figurativo como en
el de las significaciones. El "loquito" de este relato bien podría ser uno de los tantos descen-
dientes del muchacho de los poemas de Wordsworth, aquél que gritaba imitando el ulular de
los búhos, aquél a quien la voz del torrente le llegaba hasta lo más profundo de su corazón. En
la mejor tradición del mejor romanticismo, la infancia es concebida como un estadio de locura
o desmesura anárquica, y los niños, esos "otros" de los adultos, como portadores de una gracia
poética que los conecta sin mediaciones con "el mundo mágico" donde reina la unidad entre
todas las criaturas. De ahí las amenazas inexorables que penden sobre el ser del niño,
condensadas aquí en una imagen: "su almita se había contraído". Es, en otras palabras, el pasaje
de una máxima disposición de libertad creadora a las constricciones del mundo adulto, el mundo
de la "sangre pálida del conocimiento", que clausuraría, junto con la infancia, las expansiones
de la imaginación.
Es verdad que los niños activan los impulsos de la compasión y del amor por las criaturas
pequeñas y desvalidas, tan característicos del universo afectivo de Ortiz. Los niños, los niños
pobres, los animalitos enfermos o abandonados, los niños cuyo único juguete es uno de esos
animalitos: pese a lo que su sola mención haría temer, estos motivos se nos presentan exentos
de todo patetismo sentimental. Por el contrario, y siempre en la estela de lo que acabo de llamar
la mejor tradición romántica —la de los poetas que se nombran en el poema "22 de Junio" de
El álamo y el viento— sostienen el núcleo quizá más poderoso de la poesía de Ortiz: la visión
de una abolición de todas las divisiones, la de un encuentro de cada uno de los hombres consigo
mismo, con los "otros", con las cosas y con la naturaleza toda. Una idea poética que, para
nombrarla con una palabra tomada del léxico de Ortiz, llamaríamos de comunión, pensando,
Prosas Introducción 991

más allá de sus connotaciones religiosas y aun místicas, en los conjuntos semánticos sociales
y políticos que ella anima. Leído desde esa perspectiva, "Niños, copas" —un texto, diriamos, de
niños, de animales y de cosas—, nos revela, en las zonas más humildes de la experiencia
cotidiana, esas intimidades o comuniones casi imperceptibles a las que se accede por las vías
de la solidaridad y del amor.
Las notas a estas prosas muestran bien, a través del registro del motivo de la mirada en
"Aquel pájaro miraba", "Hace veinte años que me mira" y "Aquella mirada", la relación entre
hombres y animales, así como la conexión de estos textos con el poema "Los mundos unidos...",
uno de los que con más intensidad expresan la idea poética de abolir las divisiones. Cada ser,
dice ese poema —el niño, el loco, el viejo, el enfermo, los animales y aun las cosas—, tiene su
mundo, y "deberíamos cuidar su mundo, resguardarlo", o, como leemos en los versos finales,
"envolverlos de un delicado respeto hasta que podamos penetrarlos/ y juntar tantas chispas en
una gran llama fraternal que abrasará hasta las estrellas". Pero deberíamos cuidarnos nosotros,
los lectores, de reducir estas visiones de unidad al encasillamiento de las interpretaciones en
claves exclusivamente místicas o de dichosa bienaventuranza celebratoria: como en muchos
poemas de Ortiz, las utopías de fusión de "Los mundos unidos..." derivan de una fuerte pulsión
motivada por la percepción angustiada de la crueldad y de la injusticia social. No habremos de
olvidar, entonces, el subtítulo que lleva el poema —"El Hospital Palma"— ni la insistencia, a
partir de lo que se ve en el Hospital, en dos preguntas, casi obsesivas en los poemas de Ortiz
cada vez que el yo poético accede a estados de plenitud en la naturaleza: "¿Es posible ver con
ojos limpios, esto, / alejándose hasta el cielo en un azul dormido, / luego de ver 'aquello'?"...
"Es posible que los hombres hayan hecho 'aquello'?"... Ni olvidaríamos, por último, el sesgo
político que reviste aquí, como en tantos otros poemas, la esperanza: "Hay cosas horribles, y
terribles, lo sé. / El horror sangriento en casi todo el planeta,/ pero atravesando el horror un
alba aún pálida que avanza en las liberadoras bayonetas del Este". Si después de este rodeo
volviéramos ahora a las prosas y a los niños, sería lícito sugerir que cuando Ortiz termina uno
de estos textos preguntándose "¿Pero no serán los niños como el pueblo?", no estaría cediendo
a los lugares comunes del más blando populismo acrítico, sino haciendo de "la dominación de
los mayores" una metáfora política: una crítica de la dominación social.
Aunque conserven las marcas de ese estilo suyo cuajado de alusiones, las críticas de la
pobreza, de la desigualdad social y de la situación política resultan mucho más explícitas en
estas prosas que en los poemas de Ortiz. En éstos, el efecto de levedad que resulta de los
múltiples desplazamientos de la enunciación, de la ingravidez del universo lexical y figurativo,
y de todos aquellos procedimientos que expanden casi hasta lo inconcebible las posibilidades
de la lengua poética, construyen una de las más altas resoluciones para la siempre tensa relación
entre poesía y política. Los relatos de Los amiguitos, como "Leandro", "El vagabundo" y "Luisa"
están, en cambio, más próximos a las soluciones convencionales de la narrativa social, mientras
que textos del tipo de "Paraná Etéreo" —escrito, al parecer, con motivo de la instalación de una
Juan L, Ortiz Obra Completa 992

estación de radio en Paraná—, con su contraposición entre la ligereza del "éter" y la pesadez
de las " 'cadenas' de las voces castrenses", resultan apenas ejercicios irónicos de crítica política
y cultural. No obstante esta visible diferencia, múltiples hilos ligan estas prosas con los poemas,
y en ellos podemos leer, transformadas y como aligeradas, sus huellas. Así, en el poema
"Gualeguay", de La brisa profunda, volveremos a encontrarnos con el protagonista de "Un
militante", multiplicado en todos aquellos que llegaban a difundir el "evangelio" revolucionario
"...con una luz de 'misión' y sobre los camiones ocasionales/ y sobre los techos de los trenes
de carga y a pie..."
Los textos de Los amiguitos referidos al paisaje son tal vez los que revelan con mayor claridad
las significaciones sociales de las visiones cósmicas y utópicas de Ortiz. Se podrá advertir en
ellos un verdadero uso político de las estaciones del año: el "ardor de liberación" de un otoño
"lleno de marsellesas"; la "primavera de civilidad", esa hoy algo enigmática "primavera unitaria"
que anticipa "la otra unidad, la unidad con la tierra y con el hombre, desde hace tanto tiempo
rota"; el invierno opresivo que, como la inundación, será siempre más cruel con los pobres hasta
que "pasemos a muy otras relaciones, a las que recién serán humanas...". Y si las utopías,
convocadas en algún caso por el paisaje urbano, como en "Paraná, el otoño y la ciudad", anudan
francamente sus dimensiones órficas con las sociales, hasta fundirse "en una nueva 'Edad de
Oro' para la dignidad mejor del ser... [...] ...en el camino de vencer finalmente, bajo las especies
recién reales de la comunión, todos los terrores", en el paisajefluvialde "La inundación" toman
la forma de una radiante transformación sansimoniana de la naturaleza por la técnica, para
"hacer de la fiera cósmica un dócil niño casi mágico". Estos rasgos tan visibles en las prosas de
Los amiguitos parecerían estar advirtiendo, contra cualquier abandono a las complacencias de
lo inefable, la alta exigencia ética de las comuniones y celebraciones de Ortiz, ya que ellas
arraigan en el suelo de unas convicciones que llaman a instaurar, desde la "intemperie sin fin"
en que los hombres se ven arrojados, ese mundo en que la acción pudiera llegar a ser, alguna
vez, hermana del sueño.

III

Cuando los buenos poetas escriben sobre otros poetas y sobre poesía, escriben, al mismo
tiempo, acerca de sí mismos. A través de sus comentarios críticos y de las elecciones que
realizan, ofrecen un lugar privilegiado para captar las reflexiones sobre la propia poética y la
construcción de los sistemas y tradiciones literarios a que se sienten pertenecer. Esto es lo que
ocurre con las prosas de Ortiz reunidas en los Comentarios.
Unos pocos de los Comentarios están dedicados a poetas extranjeros: uno al rumano Hilarie
[sic] Voronca, uno a Jean Cassou y tres a Louis Aragón. Las vetas de la herencia romántica en
Voronca, la muerte de Cassou a manos de los nazis y la lucha de Aragón en el maquis ponen
de manifiesto la común orientación de estas elecciones. Y se podrá ver que en la autobiografía
Prosas Introducción 993

de 1941 Ortiz ya había anticipado su afinidad con Cassou, en la creencia de que el destino de
la poesía está ligado a la necesidad de transformar el mundo, precisamente para que ella, la
poesía, pueda ser vivida por todos. Esta idea de la poesía, presente de un modo tan explícito en
el relato "Un militante", está profundamente incrustada en los poemas de Ortiz, y bien podría
ser vista como la idea poética central a cuyo alrededor giran las otras, en variadísimas
realizaciones.
Los comentarios sobre poetas argentinos podrían resumirse en el título "El paisaje en la
poesía entrerriana". Ponen en primer plano el núcleo quizá más significativo de la poesía de
Ortiz, núcleo que todavía espera lecturas más atentas a sus reverberos de la filosofía de la
naturaleza: el del paisaje. Se refieren a un paisaje específico, el de Entre Ríos, y el sistema de
elecciones recorta solamente nombres de poetas entrerrianos de desigual perduración: Cha-
brillón, Villanueva, Román, Álvarez, Mastronardi, Sola, Manauta... Si por un lado esto podría
ser visto como una réplica de la misma excentricidad de Ortiz en la literatura argentina, por el
otro parece claro que sólo su conocida cortesía impide a Ortiz colocarse en el centro de ese
peculiar subsistema que construye a contrapelo de cualquier ordenamiento más o menos
canónico. Pues en todos y cada uno de los poetas que comenta, en los tonos elegiacos ("lo
provincial tiene siempre algo que ver con la elegía"), en las dicciones delicadas y despojadas
de pesadeces decorativas o retóricas, Ortiz busca —y encuentra—, con antenitas muy sutiles,
las huellas, ya premonitorias, ya sucesivas, de su propio paisaje: el de las fusiones intensas que
ponen a la poesía "en contacto con un mundo en que todas, todas las cosas están relacionadas".
Dos de estos textos se separan cronológicamente del tramo central: "En la Peña de Vértice",
una conferencia de 1934, y "El lector y el duende", de 1959. Ambos resultan elocuentes como
registros de un modo de vivir la poesía de singular fidelidad y al mismo tiempo de notable
complejización. El primero, cuyo tema manifiesto es el de la idea de "coherencia lírica",
condensa aspectos esenciales de la estética y de la poética de Ortiz: la índole simbólica de la
poesía, por la cual toda ella sería un impulso hacia la unidad y una verdadera búsqueda de lo
absoluto; la lógica secreta de los procedimientos, que lleva, por sucesivos despojamientos, a un
centro vital del poema desde el que irradian sus múltiples significaciones, construyendo un
orden propio que se corresponde, ineludiblemente, con el del cosmos.
Hay, en esta conferencia temprana de Ortiz, un verdadero elogio de la forma dialógica: "...la
gracia flexible de la auténtica conversación, en que nadie se destaca ante los demás y en que
colaboran todos en una suerte de melodía viva de sugerencias en que ni la voz, ni la palabra, ni
la frase, se cierra, porque no cabe una expresión neta, concluida, de nada". Se enuncia así, casi
programáticamente, cierta cualidad ética del dialogismo, aquel "cuidado" y aquella apertura
hacia el otro que trasuntan los poemas, con su correlato formal de procedimientos que buscan
atenuar la dominación de la voz mayor del yo poético. Veinticinco años después, encontramos
la fidelidad a esa forma en "El lector y el duende", un texto que, en la misma dirección que la
poesía de Ortiz, se torna enigmático a fuerza de prodigar las alusiones y ramificar la sintaxis.
Juan L, Ortiz Obra Completa 994

Ortiz comenta allí, uno por uno, los poemas de Indio de carga (otra elección por cierto
significativa: un libro de poesía social; un libro de un poeta provinciano publicado por una
editorial de provincia), con plena conciencia de que se ha entregado al juego de traducir a las
suyas las imágenes de otro. Y despliega luego sus apreciaciones sobre lasfiliacionesy la eficacia
poética de esa poesía como "discutiendo" con su diablillo interior, multiplicando las formas
interrogativas, disyuntivas, dubitativas, potenciales, y negando, finalmente, cualquier "ciencia"
que pudiera disecar bajo fallos seguros la singularidad irreductible de cada poema.
Nada más lejos, entonces, de este estilo hecho de cortesías delicadas, que la contundencia
de los manifiestos. Pero quisiera llamar la atención, para concluir esta presentación de las
prosas, sobre un texto al cual, aun con su dicción siempre como de tanteos, podríamos revestir
de ese carácter. Emblemáticamente, no conocemos hasta ahora la fecha de su escritura. Quizá
también emblemáticamente, fue publicado en 1969. Es "La poesía como desvelo o una actitud
de la sensibilidad poética". Ortiz traza allí un cuadro singularmente agudo de las principales
posiciones en el campo de la poesía, que incluye la suya propia. No casualmente, lo abre con
una cita de Shelley: otra vez la tradición romántica de la pasión por la libertad, junto a la
advertencia contra el abandono complaciente a las dulzuras de la vida, de la naturaleza o del
paisaje. Es la "defensa de la poesía" en nombre de una idea de la poesía como responsabilidad
amorosa hacia los otros, tanto hacia las "criaturas de nuestra misma especie, dividida consigo
misma, dividida con su hermana y dividida con el mundo", como hacia las cosas todas de este
mundo, "que van desde la piedra hasta las estrellas".
Los amiguitos
Cosas de niños, de animales y
de paisajes
Prosas Los amiguitos 997

El loquito

E r a un haz de impulsos que se disparaban a la menor incitación. ¿Qué incitaciones sentía?


Nada exteriormente le incitaba a la acción. La más perfecta armonía en torno. Calma traspasada
de sol. ¿Calma? Manchas luminosas temblaban debajo del emparrado, los pájaros cantaban, la
luz jugaba arriba. ¿Obraba esto, o era una idea repentina, o una sensación imaginaria, o el
impulso profundo de las corrientes de su misma vitalidad? El caso era que rara vez podía estarse
quieto. Un "petit sauvage". Sólo los cuentos que la madre inventaba para él conseguían
aquietarlo un poco, en una especie de abstracción soñadora. Un momento nomás.
Esta vidita anárquica tenía que chocar con todo. Tranquilidad doméstica, limpieza doméstica
fueron muros contra los cuales hubo de darse su alegría desordenada y ruidosa, su genialidad
creadora, y de los cuales se disparaba una palma punitiva que lo dejaba desconcertado un breve
instante. Pues, en seguida, se estrellaba nuevamente con el mismo resultado.
También fue un cerco la tranquilidad vecinal, con consecuencias dobles, ya que a la furia
llena de amenazas de la viejecita por la casa apedreada o el hijo golpeado, se sumaba siempre
la mano maternal, con una retahila ya más inocua de consejos, de gestos y de voces desorien-
tadas que resbalaban por su ligero dolor físico.
Tal tranquilidad no reaccionaba siempre de la misma manera. Eran las alarmas de las señoras
por el barullo que armaba en la calle, o ante sus gritos destemplados, sus carreras vertiginosas,
interrumpidas de abrazos furiosos o de tirones imprevistos al guardapolvo de sus compañeros,
alarmas que por cierto no le tocaban pero que oídas por los muchachos se concretaba a través
de éstos con un apodo que acaso hubo de halagar su vanidad: "el loquito", palabras con que
todo el barrio infantil quiso herirlo luego, en una especie de confabulación que se manifestaba
con motivo de su más leve travesura o de su simple crudeza verbal. Los padres se preocupaban
por esta hostilidad, ya que querían cuidar sus relaciones y por las consecuencias serias que
podría acarrear a la criatura. Se proponían entonces normalizarlo, atraerlo al común nivel
infantil, de noche, cuando se disponía a dormir. (Palabras prudentes que sonaban lejanas de su
curiosidad interrogadora, curiosidad que cortaba de pronto ese curso de ética con preguntas
sobre el mundo, sobre Dios, o que constituían el monótono compás del desvanecimiento lento
de alguna visión: la cola de alguna lagartija que temblaba aún cortada, unos huevecitos de pájaro
que, puestos en un jarro de agua, no se sumergían como sus compañeros...).
Y hacían esfuerzos por explicarse la violencia de su hijo a la luz de algunas teorías científicas.
La mañana renovaba el mismo ímpetu, los mismos choques, los mismos castigos. En cuanto
se levantaba, para asustar al gato o a la perra, prorrumpía en gritos desgarrados.
Pero no estaba hecho sólo de violencia. Tenía gustos delicados como el de cortar flores para
regalar a sus amiguitas o para colocar en el florero del escritorio de su papá, elogiando con un
énfasis lleno de gracia los colores rientes de ellas. Y centro del menudo corro, la boquita redonda
de emoción narrativa, recreaba para sus amigos las imaginaciones con que le había encantado
su mamá. Su figurita, ardida y nerviosa, se erguía sobre el pequeño auditorio, vuelto de pronto
un círculo de ojos agrandados. Las palabras que él decía no se las había oído ni a sus padres.
Juan L, Ortiz Obra Completa 998

Ensayaron los de él un cambio de ambiente, aunque fuera por breves días, a ver qué
reacciones se producían en la criatura. El mismo desparpajo entre las mil curiosidades de la
capital. Las mismas carreras impetuosas en el estrecho patio del departamento, los mismos
gritos, las mismas peleas con los chicos de al lado. Era, realmente, "incorregible". La más sutil
pedagogía hubiera fallado en él. Los modos más suavemente tortuosos eran perfectamente
vanos para reducir o canalizar aquel exceso vital, desde que explotaba al fin en otra forma más
simpática, por más confortable, para la cordura mayor, pero de igual intensidad alocada.
El pobrecito, sintiéndose dueño del mundo, empezó a sospechar que estaba éste todo
acotado y guardado. Un paso que daba y ¡paf! se estrellaba contra la pared. ¡Y qué hermoso era
el mundo! ¡Qué colorido, qué misterioso! Todos los días hacía descubrimientos. Su cuerpecito
vibraba a cada contacto. Sus pies, por ejemplo, tenían una sensibilidad especial; apreciaban las
más fugaces "nuances" táctiles.
Tibieza delicada de la tierra en octubre, con la pátina final ¿de qué matiz? Sus ojos no podían
precisarlo, pues fluía como la arena entre sus dedos. Las sensaciones de la tierra eran más
francas, más puras que las del pasto, complicadas, insinuantes. Y él sentía sin aquel corazón,
sin aquel rostro ingenuo, y no desconocía, por cierto, las finuras del sentimiento. Pero a la vuelta
de esas experiencias estaba ¡ay! la reprimenda maternal confirmada por la habitual cachetada
en razón de haberse descalzado e ido a los sitios vecinos "llenos de bichos y de vidrios". La
misma que le esperaba si no resistía a la tentación de meterse en el agua de la calle vecina,
cuando llovía, para sentir hasta la rodilla el impulso delicioso de la corriente florecida de espuma
y alegre de barquitos de papel, y la que le aguardaba fatalmente cuando descendía del naranjo
enorme de la casa, desde donde había imperado entre una muchedumbre de hojas y una huida
de gorriones.
¿Cómo, si el mundo mágico era de él, no se le permitía gozarlo? ¿Por qué a cada intento suyo
de tomar posesión de sus cosas aparecía siempre un rostro enojado y una mano airada?
Con una rebelión ya germinando, el encierro y la vigilancia le forzaban a juegos pacíficos.
Por un momento poseíale la gracia creadora. De sus manecitas inspiradas salían objetos de
papel húmedos de aguas multicolores que él extendía igual que una aurora recién despierta:
aeroplanos, barquitos cuyas piezas unía con alfileres, y algo que era un erizamiento de papeles
de tintas torvas, sombrías y que estaba destinado a "asustar al gatito". O bien era el prodigio de
un "ferryboat" hecho con un tarro, unos papeles, unos pedazos de piolín y un palito, tembloroso
todo él de banderitas por un agua alborotada que querían dominar las pitadas... Pero se
disparaba luego como una flecha hacia el fondo de la casa o ganaba la calle en busca de mayor
espacio. Y a fe que la actividad que se desplegaba lo resarcía de la retención física sufrida. Ardía,
podría decirse, si la bienaventuranza admitiese fuego, en el paraíso de la acción, alimentada de
sí misma, vuelto una llama que se multiplicaba, que quería abrazarlo todo en su frenesí
fulgurante... Porque después de esto era el suyo el aspecto de un ángel caído, lastimosamente
azorado entre los rigores de la tierra, bajo el peso de una culpa que él no llegaba a explicarse.
Daba pena ver sus ojitos verdes, color de uva, que habían llorado, agrandados de sorpresa
dolorosa, y sus labios, gruesecitos, caídos en un gesto doliente.
¿Era malo el correr vertiginosamente? ¿Era malo el saltar agitando los brazos? ¿Era malo el
gritar desgarradamente? Recordaba el campo que había conocido. Allá, es cierto, había más
Prosas Los amiguitos 999

espacio. Pero no le permitían alejarse solo con el fox-terrier de la estanzuela. Su padre lo seguía
"para cuidarlo". ¿Por qué había peligros en la felicidad? Si él no veía más que pájaros y vacas
pacíficas. ¡Qué delicioso darse vueltas en el alfalfar! ¡O tenderse a la sombra de un espinillo
mientras el perrito, medio metido en una cueva, resoplaba de ahínco y de venganza hacia la
vizcacha que le había ensangrentado el hocico! El quería el campo, sí, pero sin papá y sin mamá,
a la hora en que la mañana empezaba a fermentar igual que un mosto verde y azul, para hundirse
en ella, lejos de las casas, con la única compañía del "chivito". No obstante, y a pesar de las
prohibiciones de correr los pavos, sus placeres, sus experiencias campesinas, fueron riquísimas
y constituían sus más rientes recuerdos. ¿Por qué no vivía en el campo? Allí, al menos, tenía
cierta ilusión de libertad, aunque es cierto que por aparecer ésta más tentadora las limitaciones
aparecían tanto más odiosas. ¿Por qué en todos los lugares encontraba tiranos? ¿Por qué no
podía beber del agua rutilante que saltaba cerca de él en todas partes? ¿Por qué la tortura de la
sed al lado mismo de la frescura irisada?

Aquella mañana no estaba enfermo. Un pensamiento había madurado en su cabecita de seis


años y medio. Comprendía. Súbitamente su almita se había contraído. No estaba enfermo. Su
madre se inquietaba tomándole la temperatura. ¿Qué le pasaba a su hijito? Le acariciaba los
cabellos y le miraba a los ojos, que él bajaba con cierto pudor reciente. Del desgarramiento
interior, así que su mamá se hubo alejado, brotaron lágrimas, sangre pálida del conocimiento,
que no refrescaron su rostro como las que le arrancara el dolor físico, sino que lo esculpieron
marcando sobre todo la frente y el entrecejo. ¡Adiós alegría turbulenta, e ímpetu desorbitado
que quisieron arrollar el mundo! Pisaba en el dominio de los hombres, descubierto de
improviso, como a una claridad siniestra, en todo su erizamiento de organizaciones, de
egoísmos pequeños y codiciados, sin ninguna gracia, sin ninguna imaginación.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1000

Leandro

.Tintes del lucero Leandro debía estar en pie para ir en busca de los caballos. ¡Cómo le hubiera
gustado, a veces, quedarse un rato más en la "cama" constituida por algunos aperos de montura
en el galpón no muy bien oliente! Entonces envidiaba la suerte de sus compañeros que podían
darse el lujo de una media hora más de sueño. Roncaban ellos en una pesadez de muerte que
a Leandro se le antojaba la dicha. Pero se sobreponía a la dulce influencia del sueño ruidoso y
medio vestido ya erguíase de un golpe sobre el tibio cojinillo. Iba a la cocina y avivaba las brasas
del tronco del fogón sobre el que había dejado una "pava". Preparaba el mate. Tomaba dos o
tres apurados, y a buscar el caballo, su caballito tan querido, al que acariciaba un momento. Era
de él, sí, el sensible animal que ahora galopaba hacia el potrero en la noche del campo. De él,
aunque pertenecía a la Estancia. De él que lo había identificado en un misterioso cambio de
sutiles simpatías. Sobre el caballo le parecía flotar en la sombra con un mecimiento delicioso
ritmado por el golpe de los remos del animal, que terminaba por evaporar los restos de su
pereza. Traía los caballos y después las vacas para ordeñar. El también ordeñaba. Casi le gustaba
ordeñar. Sentía un vago cariño hacia una de las vacas, una blanca que lo distinguía, por cierto,
entre todos los ordeñadores, con signos que apreciaba y agradecía. Le gustaba ordeñar en el
cuadro alegre del tambo, vapores de la tierra, de los animales, de las boñigas, de los orines, que
hacían como una dulce nube luminosa en medio de la cual los hombres acuclillados y los
animales pintados parecían como suspendidos en una niebla paradisíaca de égloga. Sentía
gozosamente que el tambo estaba alegre en ese momento. Luego era la llevada de las vacas y
el baldeo interminable con ese balde volcador odioso, pesado, que hacía sufrir tanto a su caballo.
El sufría con el caballo. ¿No habrán inventado algo los "ingleses" —se preguntaba— para librar
a las pobres bestias de un trabajo tan pesado y al hombre de una tarea tan aburrida y dolorosa
por sentimiento compasivo hacia las mismas? La recorrida del campo enseguida del almuerzo
constituía para él un trabajo más liviano y hasta con algún encanto. Se acercaba al arroyo
escondido entre el monte con el pretexto de dar de beber al animal, y allí sentía cosas extrañas
ante esa gracia ondulante y encajonada en que temblaban algunas flores y huían ramas y follajes.
Cosas extrañas sentía mirando correr el agua. Pero el capataz vigilaba y era necesario hurtarse
al encanto. Había que cuidar de las aves de la estancia. Había que limpiar los gallineros, renovar
el agua de los mismos. Había que llevar y buscar la correspondencia y luego traer las vacas para
el ordeñe vespertino. Este no le gustaba como el matinal. El campo se iba llenando de sombras
largas. Y los cantos como atenuados y lejanos, los balidos perdidos, hacían como un intermitente
y discreto subrayado musical a la gran soledad amarilla que el grupo manso de las vacas y los
gestos pausados y silenciosos de los hombres acentuaba aún más. No le gustaba porque le
parecía demasiado triste. Sus quince años cansados —desde los ocho servía en la Estancia—
no resistían al hechizo de la tristeza campesina. La jornada había sido larga, además. Desde la
madrugada estaba en pie y activo. El campo ya sombrío con las primeras tímidas estrellas y el
grito de las lechuzas, le aliviaba, sin embargo. Esta hora casi le gustaba, detrás de las vacas y
la tropilla, rumbo al "piquete". Hasta silbaba una cancioncilla. El galope de regreso sobre los
Prosas Los amiguitos 1001

húmedos pastos nocturnos. Y luego la alegría de la cocina ya llena de peones circulando el mate
aperitivo, mientras el churrasco se doraba: alegría breve pues su cuerpo no resistía mucho la
sobremesa a veces picante a su costa. Debía ganar pronto el galpón. El galpón era el sueño. El
galpón era la nada. El galpón era la dicha total. Sonriendo medio dormido a las últimas bromas,
tomaba el farol y se dirigía allí.

* * *

El domingo había ido a visitar a su madre. Hacía tres días que ésta se había quedado sin "su
hombre", un hombre hecho a todas las durezas de su oficio, pero al cual una bronconeumonía
contraída en una madrugada lluviosa en que engripado debiera salir con la hacienda, a pesar
de todas sus protestas, hubo de llevarlo. Su madre había quedado con una criatura de tres años.
¡Cómo sufrió al verla enlutada y tan sola en el monte con su hijito! ¡Qué desolación! Hasta el
perro parecía contagiado de la tristeza silenciosa. Además el lugar no era nada alegre a pesar
de los árboles pues casi todos ostentaban una desesperación de ramas secas que se multiplica-
ban hasta el confín como una árida pesadilla que el crepúsculo hacía más terrible.
¿Qué haría ahora su madre? ¿Recibiría ayuda de la Estancia? Tenía poca confianza. ¿Y los
amigos delfinadoy la gente de los alrededores? Eran tan pobres todos, leñadores que trabajaban
de sol a sol para la sola proveduría. Debía ayudar a su madre. Pero sería tan mezquina su ayuda
con sus 15 mensuales. Debía indudablemente pedir aumento. En el almacén algunos peones
que habían andado por la "otra provincia" hablaban precisamente de "derechos". ¿Pero cómo
abordaría al capataz? Volvióse al almacén y pidió "una cañita". Esa misma noche hablaría al
capataz, y si no accedía iríase a otra parte por un trabajo mejor remunerado. Ah, la madre y el
pequeño. Ya ella, allí cerca había buscado trabajo, sin encontrarlo. ¡El hermanito silencioso que
comía barro! Esa noche hablaría al capataz. ¿Qué iba a hacer con 15 pesos? Llegó cuando el
capataz se disponía a cenar.
—¿Qué querés? ¿Por qué has demorado tanto? ¿No conocés tus obligaciones?
—Pero, señor. ¡Mi madre estaba tan sola! No podía dejarla enseguida. Mi madre ha quedado
en la miseria. Tengo que ayudar a mi madre, ¿sabe? Con 15, no lo puedo hacer. Vengo a pedir
un aumento.
—Muy bien. Tras de venir tarde, aumento, muchacho atrevido. Velo al administrador.
—¿Pero me recibirá a estas horas?
—Andá nomás.
Leandro se dirigió a la pieza del administrador.
—¿Qué te ocurre, che?
—Señor, yo tengo que ayudar a mi madre. Quedó viuda y tiene un hijo. No ha encontrado
trabajo. Podría usted aumentarme el sueldo?
—¿Con que ésa tenemos? ¿No comés aquí? ¿Qué hacés con tu plata?
—No me queda nada, señor. Alpargatas, ropas, tabaco. Pregúnteselo al proveedor.
—¡Ah, sí! No fumés. Sos bastante chico para eso.
—Pero yo fumo poco. La ropa es cara y las alpargatas son caras.
—No podemos aumentarte, che. Los negocios andan mal. Andá dormí.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1002

Leandro fuese a la cocina. Ya no había comida. No hubiera podido tragar nada, tampoco. No
tenía tabaco pero pidió un poco y se dirigió al galpón. El farol alumbraba todavía. Algunos peones
roncaban. Se tiró sobre el cuero y lio un cigarrillo. Esperó que vinieran los otros y él mismo
apagó la luz. ¿Qué hacer? Sí, mañana pediría "la cuenta". ¿No estaría en deuda? Mañana mismo
abandonaría la Estancia e iríase a buscar trabajo. ¿A dónde ir? El encontraría trabajo mejor
pagado para ayudar a su madre. ¿Pero en qué ir si no tenía caballo? El "soguero" no era suyo.
Ah, el "soguero". ¡Cómo lo quería! ¡Cómo se identificaba con él en las madrugadas de garúa
helada y de viento cortante!
—Fuerte, mi querido —solía decirle cuando el animal llegaba a estremecerse contra el viento
sur—. Fuerte, yo siento agujas en la cara, en las orejas, en las manos, pero llegaremos al potrero.
El caballo respiraba fuerte bajo los látigos mojados, como tomando ánimos. Sí, en esa lucha
contra el frío y el agua eran uno solo. El no quería sólo al "soguero". Quería a las vacas, quería
a los perros, quería al monte con el arroyo. Los recuerdos de éstos se precisaban ahora con un
encanto desconocido. Amaneceres del verano del potrero, en un azul mojado, bajo las últimas
estrellas. La luz luego con los teros y el rocío, |el rocío! Y los atardeceres larguísimos en que
regresaba al paso entre los chillidos de las lechuzas y el numeroso fosforecer de las luciérnagas.
Entonces cantaba, silbaba, se callaba de repente lleno de una cosa extraña ante la misteriosa
presencia dorada que llenaba todavía el cielo occidental.
Y las siestas en el monte llenas de bordoneos o de silencios en que creía ver aparecer algo
—no sabía qué— que surgiría del arroyo o de las ramas o de las flores. Y las mañanas heladas
y el cielo limpidísimo sobre la hondonada con aquel grupo de árboles. Las mañanas de helada,
tan cristalinas, cuando llevaba las vacas al potrero. Y la llegada de noche a la cocina cuando el
fuego ardía con tan mágica alegría en medio del círculo de los peones y el mate cordial. ¡Ah, la
cocina! Era el lugar casi sagrado de la comunión con sus hermanos de trabajo. No faltaba ni el
fuego para el rito amoroso. Las llamas danzantes daban a las caras curtidas reflejos inquietos y
en la pared y en el techo sombras extrañas palpitaban. El perro lanudo que nunca quería seguirlo
afuera y que era, sin embargo, su más fiel compañero en todos los menesteres de la casa fijaba
como él una mirada hipnótica en el fuego. Los otros dormían ya cerca del fogón. Ah, el regreso
en la noche helada a la cocina. Por estos breves momentos de fraternidad junto al dios de alegría
transfigurada que le fascinaba tanto, él daba, sí, algunas ateridas noches del galpón, cuando la
helada caía sobre la manta y se despertaba hecho todo un ovillo de temblor para no dormir más
y andar todo el día escalofriado y pálido. El quería toda la Estancia y lo recordaba todo. Los
rodeos en las mañanas luminosas llenas de color y de movimientos y de balidos y de gritos,
cuando él preparaba el churrasco. El campo todo mugía y ondulaba en tonos brillantes y sobre
la evolución de las ancas pintadas algunos bustos ágiles blandían látigos y silbidos... A todo
estaba ligado. Ahora lo sentía dolorosamente. Los bancos de la cocina. El corredor. El gallinero.
El pozo. La casa de dos pisos del patrón, con su jardín lleno de árboles altos. Las piezas del
administrador, tan coquetas, con sus ventanas de rejas que daban a la quinta. La quinta, ¡qué
hermosa era!
¡Siete años en la Estancia! ¿Cómo no quererla? Cuando volvía del recorrido, en la siesta
estival, y veía temblar un techo rojo entre un claro de eucaliptus, sentía un íntimo contentamien-
to. Tenía que dejar todo esto. El caballo, los aperos de montura. El monte, el arroyito. El
Prosas Los amiguitos 1003

"soguero". Cuántos años sobre él, desde el lucero hasta la noche. Siete años de vida que se
habían tejido con dolores, con alegrías, con alegrías que él sólo conocía, a todas las cosas de la
Estancia, al paisaje circundante de tan varia expresión según las estaciones y las horas del día.
Pero había que ayudar a su madre, y además, además, había derechos...
Tiró el cigarrillo y vio que algunos bultos se movían.
—¡Leandro! Te has dormido. ¡Los caballos!
No contestó nada y escondió bajo la manta su íntimo dolor desgarrado.
—¡Leandro, los caballos!
—Hoy no iré —y se deshizo de la cobija para ir a la cocina a esperar al capataz.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1004

Un militante

Julio fumaba sentado entre la carga del camión. Aparecían luces tímidas en la hondonada
cuando llegaban a la parte más alta de la cuchilla. Estas luces, en cuanto descendían, resultaban
más claras y diversas: luces amarillas y pálidas de los ranchos, luces también amarillas pero
más vivas de algunas casas de campesinos, luces casi blancas de alguna que otra estancia medio
escondida entre los eucaliptus.
De niño, él con sus hermanos, después de la cena, hojeaban libros en el comedor. Detrás
del jardín, un bosquecillo, y más allá, el arroyo. El tuvo un arroyo cerca de la casa, sí, y un jardín,
y caminos entre las hierbas, que bajaban hasta el agua bajo ramas goteantes en el amanecer,
cuando él conducía las vacas más allá del puentecillo, en la otra colina.
Le gustaba hojear libros con sus hermanos. Su padre fumaba. Una velada muy corta, pues
antes de la alondra todo debía estar preparado para el trabajo en los campos vecinos.
En el fondo de sus recuerdos había una luz líquida entre piedras: el arroyuelo y un círculo
dulce de resplandor que arrancaba algunas chispas a las rubias cabecitas inclinadas sobre las
páginas. Unas manos ágiles, aunque rudas, entre las madejas de lana, y parte de un rostro
querido también aparecían en este círculo.
¿Cómo estaba él aquí, en la noche entrerriana, sobre unos cajones que vacilaban y frente a
unas luces apacibles que en lo hondo se deslizaban con un movimiento lleno de armonía como
el palpitar de las estrellas?
Su adolescencia en Roma fue extremadamente sensible al arte, a la poesía, a la belleza de
las cosas. Pero allí también conoció la prisión, y su sentimiento revolucionario con ello hubo de
afirmarse. La poesía y la revolución eran una misma cosa. ¿Por qué no darse a la acción para
realizar también la poesía en formas inmediatas y vivas, intervenir en el movimiento revolucio-
nario organizado para crear las condiciones de la gran poesía de todos, de la belleza que todos
deberían vivir? Sus compañeros, por cierto, se debatían entre las formas que querían apresar
eso que sus hermanos humildes creaban sin darse cuenta exacta de ello. No tuvo ninguna
vacilación. ¡Tanto sueño pasivo desde el principio de los tiempos sobre la justicia! Era necesario
ser leal con estos mismos sueños y empeñarse para darles formas concretas. La contrarevolu-
ción creaba por otro lado deberes ineludibles. Nuevas prisiones y su escapada a América.
Desde luego que sus compañeros actuales no sabían de su sensibilidad. Estaban lejos de
sospechar que fue un anhelo de poesía activa el que le hizo allá en el colegio torcer el cuello a
sus ambiciones literarias. Consideraban con cierta extrañeza sus modales y sus manos. Sobre
todo sus manos.
No importa. El se sentía muy bien entre ellos. Había en ellos la misma fuerza y la misma
pureza de la naturaleza. La burguesía letrada no sabe de esta fuerza y de este encanto. Reacciona
sólo contra un gusto que no es congènito del pueblo, que ha recibido también de arriba o en
cuyas causas estarían las condiciones de indignación que le han impuesto. El pueblo es como
la naturaleza, como el paisaje. Es el paisaje humano con más virtualidades. Hundirse en él es
como hundirse en el paisaje. ¡Qué frescura y qué fuerza se gana!
Prosas Los amiguitos 1005

Las luces de la hondonada habían desaparecido. Una vaga noche ondulada giraba suavemen-
te. Las estrellas innúmeras arriba. De improviso una masa más compacta de oscuridad, con
toda la fiesta de la noche: un arroyo. Una frescura tenuísima. Un perfume complicado también
muy tenue: ¿a qué pastos que despertaban a un hálito que recién parecía descender? Ahora era
un fuerte olor de potreros. Veía en la sombra caminitos pálidos y grupos de animales dormidos.
Toda la paz misteriosa de la noche estaba aquí. Se sintió tocado. Oh, él debía decir de alguna
manera esto. ¿Pero sus responsabilidades de militante? No creían que éstas fueran afectadas
por la expresión, lo más depurada posible, del encanto oscuro de las cosas. Sólo que esto exigía
una consagración casi absoluta. Y él estaba comprometido en deberes inmediatos y numerosos
en cuyo cumplimiento también percibía una especie de armonía, casi un canto. Un canto, sí,
parecía exhalarse de la acción alegre y coordinada de sus compañeros dispuestos a cambiar el
hombre y el paisaje, dispuestos a unir a éstos en una relación viva y renovada; dispuestos a
ordenar y embellecer primero la casa del hombre para lanzarse después a quién sabe qué
cósmicas aventuras, mientras en esta empresa o en estas empresas se creaba una nueva figura
humana.
Una ligera melancolía a veces le ganaba. Cierto estupor vago también ante quién sabe qué
vagas cosas. Dudas, no. El tenía una íntima seguridad del camino. ¿Por qué sus amigos los
poetas no admitían esta ciencia sutil de la acción como admitían la del sueño escrito?
Bastaba que se pusiera en contacto con sus compañeros para que se hallara envuelto en
aquella atmósfera armoniosa.
No importa tampoco que éstos no dominaran en todos sus matices el problema de la
revolución en lo que respecta a la cultura. El marxismo no se aprende de la noche a la mañana.
Si en los países de mayor cultura y en la Rusia misma se había incurrido en tantas equivocacio-
nes en la aplicación de un método tan flexible y delicado a las actividades del espíritu, qué mucho
en estos países, donde no hay una clase intelectual con caracteres definidos y donde el Partido,
por las condiciones especiales de los mismos, ha debido poner el acento en cuestiones más
inmediatas y concretas, se fuera tan a menudo harto simple e injusto con los poetas sobre todo?
No importa. Estos luchadores creaban las condiciones para la verdadera cultura y en ellos
mismos amanecía una sensibilidad social y ética inédita en la historia.
En la hondura centellaron algunas luces: una Estación. Pasaron por la calle principal. Le
entristecieron las casas oscuras que se adivinaban de ladrillo patinado. ¿Por qué le daba tanta
tristeza el ladrillo viejo de las casas casi ruinosas? Oh, ellos harían un jardín de la provincia, una
gran granja alegre y hermosa, tan hermosa como lo era sólo una región del noroeste en manos,
por cierto, de unos pocos. Lo que sería Entre Ríos de agua fácil y de segura respuesta al trabajo
fecundante! No se olvidaría estas casas, no. El variadísimo tapiz de los cultivos subiendo las
cuchillas entre las arboledas colindantes. Y flores por todos lados. Flores, flores, rodeando las
casas con muchísimas ventanas. Flores. Ella le sonrió en el recuerdo. La novia perdida. Pero
no era posible sacrificarle la otra novia: la revolución. Fue inútil el empeño para conciliar los
dos amores.
Sus ojos, cuando le miraban en la noche arbolada de la noche provinciana. Y sus labios
cuando palpitaban el adiós. Y sus manos de finos pétalos ardientes. Y su voz de agua danzante,
cuando suspiraba como el cristal tenue y oscuro de la hora...
Juan L, Ortiz Obra Completa 1006

Ahogó en lo más íntimo una queja y se esforzó por pensar en la reunión juvenil que él debía
presidir. ¡Los adolescentes! ¡Qué noble materia! ¡Qué materia plástica y ardiente! ¡Qué materia
sagrada! Se acercaba a ellos con un respeto infinito, temeroso a veces de que las líneas tácticas
le parecieran demasiado sinuosas o demasiado rasantes. Lebreles. ¡Cómo atraillar su magnífico
impulso para dispararlo en el momento oportuno hacia el blanco de la acción, siempre modesto?
Lebreles. Ella era la esbeltez misma en su delicada plenitud. No podía olvidarla. Su andar
ondulante. El gesto cuando se volvía luego de la separación. Toda la gracia de la ciudad estaba
en ella. Toda la gracia de la provincia estaba en ella. Era cierto que esta tierra tenía una gracia
femenina. Quería ahora esta tierra como cualquiera de sus hijos más sensibles. Lucharía por
ella, se sacrificaría por ella. Le dolía el cuerpo. Su estómago le ardía. ¿Cuántos días hacía que
su alimento sólo consistía en café negro y pan? Le ardía el estómago, pero el cansancio le
adormecía ligeramente.
De pronto una leche pálida, muy pálida, se diluyó hacia el Este. Y el amanecer fue tornándose
una orilla oscura de curvas lomadas con manchas fantasmales de montes y animales. Aquí y
allá una luz imposible todavía con estrellas: bañados y arroyos medio secos.
Iba hacia la juventud. Lebreles. ¿Pero los impulsos quebrados o muertos, casi apenas
nacidos? Era terrible la tristeza de los jóvenes debatiéndose en la inseguridad y la miseria. A la
melancolía febril propia de las adolescentes almas presas de las crisis de la edad, se agregaba
la angustia económica, la pesada angustia económica.
Pero era importante que algunos conocieran el camino, que algunos supieran por qué se
luchaba y que tuvieran fe en los resultados de la lucha.
De los campos ahora más visibles, una brisa infantil vino hacia su rostro. Pobres campos
también casi quemados pero con un espíritu fresco a las primeras luces. Juventud ardida pero
con pureza continuamente renovada bajo el día ideal.
La ciudad a donde iba apareció tras la última cuchilla con la torre de la iglesia transpareciendo
en el oro inicial. Le dolían horriblemente los huesos.
Una ciudad modesta pero preciosa como una rosa. La juventud, la revolución, los pueblos
hermosos que se despiertan en el verano. Su cuerpo ahora casi no existía. Lio un cigarrillo.
Prosas Los amiguitos 1007

El vagabundo

U n a s risas femeninas le despertaron. ¿Era un sueño? Un grupo lleno de color y de movimiento


y de gracia entre el claro de los pinos jóvenes menos oscuros a esa hora. Un dolor agudo en la
espalda, una molestia intolerable en los codos, y cierto ardor en el estómago.
A pesar de los mosquitos había logrado dormir un poco. Pero el despertar no era el de las
siestas de su casa, el de las lejanas siestas de su casa. ¿Cuánto hacía que no tenía un despertar
parecido? La cabeza ligera aún antes de la ablución y el cielo como de agua detrás de la fronda
apenas transparente del paraíso familiar. Se sentaba en el catre y con la mirada todavía llena de
pequeñas hojas de luz cambiante contra un azul líquido consideraba la extensión radiante hasta
las azules lejanías. Luego era el trabajo en la colonia, con sus padres. Al anochecer, después de
aseado, iba al almacén vecino. Los ojos, y la boca de la hija del almacenero! Pero nadie supo de
sus sueños. Sin tierra ya sus padres, y él deambulando de colonia en colonia, de estancia en
estancia, las noches al raso, al costado de los caminos, conocieron sus suspiros cuando los
pastos de pronto temblaban y el cielo de verano se llenaba de miradas, de miradas... Los ojos y
aquellos labios tan frescos, tan frescos. Unos ojos ingenuos y grandes-
Veía como en un sueño a esas muchachas que reían y cantaban al dirigirse hacia la playa. El
sueño se alejaba al mismo tiempo que se hacía más hermoso. Apenas si distinguía ya el río y
las islas y ese cielo tan grande de las cinco de la tarde con esas nubes tan grandes... El no estaba
en el paisaje. No podía estar en el paisaje. Ni siquiera podía ver sus imágenes como las del cine.
Su cuerpo le pesaba y le dolía. Sus compañeros prolongaban aún la siesta. ]Oh, si él pudiera
dormir tan bien como ellos! Pero su estómago no se lo permitía. Se despertaba de improviso
con náuseas. Ahora eran las risas cristalinas las que le habían traído a otro sueño que ya se
había alejado. Sentía sin embargo en torno suyo una suerte de resplandor, una dulzura casi
inexistente. ¿De dónde venía ésta? ¿De los pastos o del "Aguaribay"? ¿Era aquél el de la tarde?
Ciertamente que la noche bajo un árbol no tenía ninguna luz ni ninguna dulzura. Un leve sueño
—lo más común era que no hubiesen "cenado" nada— a favor del humo, cuando tenían fósforos
y podían quemar algunos pastos, y un despertar atrozmente picado. Las estrellas no sonreían
ciertamente. Las estrellas no existían. La realidad estaba hecha de botones ardientes en las
orejas, en las manos, en los brazos, en el pecho... Los mosquitos... La realidad estaba hecha de
un vacío también ardiente en el estómago. Esto cuando no debían ganar algún gran caño o
algún rincón debajo de un puente paira defenderse del agua atormentada. Allí solían encontrar
alguna gatita con hijos o alguna perrita abandonada. ¡Con qué gritos suplicantes los recibían!
Sus compañeros permanecían indiferentes, pero él se conmovía. Sentía que algo sutil pero muy
vivo lo unía a aquellas pobres bestias en medio de la noche castigada. Desde entonces sus
manos se volvieron extraordinariamente delicadas para los lomos eléctricos o duros, para los
pelos ásperos o ralos.
Sus compañeros dormían todavía. Era necesario despertarlos. No se podía dormir en un
paseo público hasta esta hora. Era necesario despertarlos e ir no sabían adonde. Era un día de
Juan L, Ortiz Obra Completa 1008

fiesta. No era posible pedir trabajo hoy. Tampoco era posible pedir algo de comer a esta hora.
Toda la gente estaba fuera bajo el domingo alto, altísimo del cielo.
¡Cómo sus compañeros se habían acostumbrado a pedir! El todavía no podía hacerlo. Tenía
todavía dignidad. Solicitaba trabajo simplemente. Pero debía comer de lo que ellos conseguían,
pues no hallaba trabajo. Además no podría realizar ninguno pesado o que le requiriera muchas
fuerzas, pues éstas mermaban día a día. Se sentía tan débil y no tenía más que veinte y cinco
años! Lo que se lograba era muy poco para los cuatro. Además, eran generalmente unos malos
restos de comida. Y él no pedía. No debía aceptar nada hasta tanto no encontrase trabajo. Pero
¿cómo encontrarlo? Eran tantos los desocupados... Ensayaría sin embargo de nuevo al día
siguiente. La cara aterrada que ponía la gente cuando él llamaba y preguntaba si no había en la
casa algo por hacer! Debía estar muy pálido y muy barbudo. Sin embargo una muchacha lo
había mirado con una simpatía al ofrecerle un pedazo de pan que él no aceptara... Eran las cinco
de la tarde en una calle del centro. Un sol radioso. Mujeres limpias y graciosas, hombres bien
trajeados y limpios, con gestos fáciles y felices. Oh, ellos no tendrían sed, esa sed horrible que
no podía calmar con nada. Ellos no tendrían sed y andaban limpios. Los jóvenes tendrían novias
y los otros una compañera segura. Ellos no tendrían sed y un cuerpo que pesaba, que pesaba...
La muchacha lo había mirado con una mirada honda. ¡Qué vergüenza! Algo de maternal en la
mirada... ¡Su madre! Una familia deshecha al poco tiempo del desalojo! La madre muerta de
pena. El padre que se suicida. ¿Era esto el trabajo de la tierra? Desapareció la sed, su cuerpo
no pesó tanto. La tarde fue sólo durante un minuto una mirada de ternura. Luego fue una mirada
que leía más hondo en él, y al final fueron unos ojos grandes e ingenuos los que la llenaron.
El sol se colaba por entre la fronda y quemaba ya la cabeza de uno de sus compañeros. Una
cabellera crespa fuertemente iluminada. Una cabellera joven también. ¿Por qué los jóvenes
tirados así bajo los árboles, durmiendo su cansancio y su hambre en la fiesta de la tarde? Pero
había hombres maduros también. Pero había hombres viejos también. Había gente que vivía
no se sabía cómo en los arrabales de las ciudades, en los arrabales de las estaciones, en los
campos. ¿Por qué? Tratarían de contestarse estas preguntas y obrar en consecuencia. No era
posible seguir más así. No podían quedar cualquier noche muertos de hambre en algún
escondite de algún parque. El otoño estaba por llegar. Vendría el invierno. No era posible. Sus
escasos músculos se endurecieron y se incorporó de golpe. Una nube había velado el sol.
Prosas Los amiguitos 1009

Luisa

Aprovecharía el momento en que "la señora" conversara con alguien en el despacho o


estuviera en el baño. La señora se aburría mucho y no dejaba escapar la menor ocasión que se
le presentara para averiguar algo o hacer alarde de la potencia económica de la "sociedad
matrimonial". Gorda y flácida, tenía que enterar a todo el mundo, con voz fuerte y afectada, de
los excesos nutritivos de la familia, del estado floreciente del negocio, de las adquisiciones
hechas por su marido, de sus depósitos en el banco. No visitaba simplemente, entonces, el
comercio para vigilar a la empleada.
El baño, por otro lado, no era un lugar en que permaneciera sólo algunos momentos. Sólo
después de un largo rato surgía de él lista para ser amable con el cliente o dienta que llegara.
Éstas eran, sin duda, las ocasiones propicias para realizar su deseo. Era indudablemente un
delito. No debía tocar aquello. Aquello estaba allí para ser solamente mirado por las visitas
distinguidas. No hacía dos días se había visto en el espejo de la sala. Sintió cierto placer. No era
fea. Sonrió a su cara morena de ojos grandes. Esa noche sintió algo desconocido en la sangre
y como si de ella se desplegara algo. No sabía qué. Ala noche siguiente, eran tímidos frutos en
el pecho y cierta morbidez en los muslos que acariciaba como si recién los descubriera, y como
si fueran propios y ajenos a la vez. Soñó: no era ya la chica ultrajada, la chica humillada, dada a
la familia "bien" porque la tía no podía mantenerla. No era la chica blanco de la brutalidad de
"los niños". No era la chica culpable de todo, que una vez hubo de tentar fugarse porque a la
comida segura y al techo seguro pero con modales groseros y castigos gratuitos era preferible
la relativa libertad que la hermana de su madre podía concederle. No era la chica que había
llorado de noche sintiéndose sin protección. No era la chica que se había dado cuenta una noche
de que nunca había tenido madre, de que nunca había sido acariciada, pues su tía, desde que
la recogiera —tenía apenas un año y medio cuando quedó huérfana— apenas si la había
atendido; no podía más tampoco, pues estaba colocada a los cuidados más indispensables de
la edad. No era esa chica, no. Era una niña vestida de claro acompañada de un muchacho alegre,
paseando por el "Parque" en una tarde soleada. ¿Quién era él? Era un jovenzuelo que venía al
negocio. Un jovenzuelo casi alto, de pelo castaño claro. Un jovenzuelo con dientes muy blancos
y con modales muy vivos. Un jovenzuelo que no la había mirado pero a quien había visto sonreír
como en un resplandor entre los labios que parecían tenderse hacia una caricia universal. Se
los miraba ella ahora al conversar. ¡Qué feliz se sentía! El paseo radiaba. Ella también radiaba.
Una felicidad completa. El vestido le quedaba muy bien. Se sentía ligera, ligera. Esa tela tan
bonita que le había encantado en la vidriera ahora la envolvía con una suavidad y una flexibilidad
que casi la hacían languidecer. El vestido era como la tarde, se sentía envuelta por la tarde frente
a unos labios móviles cuya avidez sentía y la inquietaba. ¿Dónde estaban los "patrones"? Todo
había desaparecido. Solamente la tarde, su vestido y él. Se acercaron al río. La invitó a un paseo
en canoa. Al principio ella rehusó. Pero la tarde era aún más límpida en el agua. El río estaba
lleno de embarcaciones de donde se escapan risas y conversaciones alegres. ¡Una fiesta en el
río bajo el sol del Domingo! ¿Por qué no podía ella participar de esa fiesta? Ella tenía un
Juan L, Ortiz Obra Completa 1010

compañero como las otras chicas. ¡Un novio! ¿Era realmente un novio? Un sentimiento de
orgullo ahora la embargaba. Pero desapareció enseguida en la alegría flotante que la apartaba
casi de esa sonrisa resplandeciente que hacía un momento la había hecho temblar hasta lo
íntimo. Felizmente se acercaban a la orilla opuesta. Tenía miedo. ¿Por qué tenía miedo ahora?
Quería huir. Quería huir. ¿Adónde ir? No tenía fuerzas tampoco. No se pertenecía ya. No se
pertenecía. Oh, si alguien la salvara. Pero ya desembarcaban. Con un pavor creciente miró las
maciegas de las islas. Si pudiera esconderse! Pero un poder atrozmente delicioso fue llevándola
hasta el límite de §u desaparición entre unos brazos ardientes y bajo una boca voraz...

Ella sola estaba en el vestíbulo. Los chicos estaban en el comedor desayunando. La señora
se "maquillaba". El negocio estaba solo.
Entró en la sala y se miró al espejo con cierta vergüenza complicada de una ligera compla-
cencia que nacía de lo íntimo de una vida reciente que la ganaba toda como una floración. Se
miró las manos un poco trémulas alargándolas hacia el azogue que devolvió unos pétalos
delgados y morenos. Era el momento. Se volvió hacia el estuche y la piedra maravillosa
centelleaba en su finísimo engarce. ¡Y aquel doble hilo dorado! No era para ningún dedo de la
señora. Posiblemente en su juventud apenas si en el meñique se hubiera ajustado. La "nena"
tampoco podría usarlo. Tan pequeñas las manos y ya parecían enguantadas en su propia
gordura! La sortija exigía, además, un dedo largo y vivo.
Tomó el estuche. Miró, acarició con ojos vivos la joya exquisita que velaba en su lecho de
raso pálido. Velaba, sí, porque ese fuego verde ardía misteriosamente como una pupila no
humana. Tuvo miedo. Su mano serena tembló y la esmeralda lanzó un diminuto relámpago. Sus
dedos se apresuraron, sin embargo. Extrajo el anillo y se lo colocó en su anular izquierdo.
Ahora sonreía frente al agua rectangular que tenía una mano enjoyada y semiabierta. Era su
mano, y una mano de novia. ¡Oh, si él viera aquellos finos hilos dorados con su diminuto
relámpago verde! Ella pasearía con él en el "Parque" y haría el gesto de atraer algunos cabellos
fugitivos para que él viera el anillo. Ella se lo sacaría luego para que él lo colocara de nuevo. Lo
vio distintamente en ese gesto. Pero pasos que se acercaban la atrajeron a la realidad y apenas
si tuvo tiempo para sacarse la sortija. Cuando la iba a colocar en el estuche el cuerpo de la señora
llenaba la puerta de la sala, la cara airada de la señora con ojos que despedían fuego llenaban
todo el mundo. Su mano vaciló y el anillo cayó con un ruido frágil y precioso al tiempo que una
furia gigantesca avanzaba sobre ella con una tremenda decisión.
Prosas Los amiguitos 1011

Las calesitas
(drama de los niños)

«O
O e vende una calesita. Para tratar...". Así dice un aviso de La Prensa. Cómo —nos pregunta-
mos— las calesitas no constituyen ya un negocio? O se trata de un simple apuro económico de
alguno de esos hombres tan simpáticos que se dedican a transformar en "pesos" la dulce
inclinación infantil al mareo o la más profunda fatalidad —¿fatalidad?— humana de girar...
¿Humana solamente? ¿No será fatalidad cósmica? Cuidado con la idea del "círculo"!
El hecho es que las calesitas amenazan irse de la realidad material, del mundo concreto de
los niños. ¿No comprobáis que ya se ven menos en los lugares de diversión, o que las que allí
funcionaban son calesitas mutiladas, incompletas, sin caballos, son calesitas a medias?
Amenazan irse de la realidad material, del mundo concreto de los niños... Porque en el
recuerdo de los mayores, mientras vivan, perdurará la casi angustiosa delicia del primer leve
mareo sobre un galope que no era, no, mecánico, al son de un organillo cuyas notas agrias
llevarán hasta la tumba, mientras los padres a los "aînés" os buscaban entre el vértigo... Sólo el
mareo que os causaron luego unos ojos, o mejor, unas miradas, puede compararse a aquél. El
caballo galopaba y os creíais embarcados en un infinito viaje circular. Se viajaba alrededor del
mundo, alrededor del eje del mundo. Y por cierto que los caballos no eran de madera, no. Eran
caballos reales, magníficamente enjaezados, por añadidura. Eran caballos, no eran caballitos.
La fuerza elemental, la misteriosa atracción de la vida tan presente en los animales, allí se movía
con un ritmo regular y os ibais sobre ella fascinados y un poco aterrados...
Alcanzábamos, así, de niños, vivíamos, así, de niños, un sentimiento que después habían de
razonar algunos niños terribles para justificar empresas nada inofensivas. Son éstos, ya se sabe,
niños que no han madurado, que han quedado en niños, aunque armados de una metafísica
hábilmente sutilizada para dar una tremenda realidad teórica a la nada, al vértigo, a la sangre,
a yo no sé qué "vida", para explicar una muerte organizada por otros niños más prácticos...
Pero no; dejemos a los satánicos eso de reclamar la maduración de la personalidad y otras
cosas para alcanzar el nivel específicamente humano u otra integración más real e iluminada
con el universo... Dejemos eso a los satánicos. Permanezcamos siendo niños también en la
realidad. La sabiduría puede ser girar... girar... alrededor de un eje. ¿Por qué no?
Ah! los caballitos —los caballos, porque los vemos grandes en nuestra memoria lejana—
giraban tan ufanos, tan seguros, como si el organillo fuera un extraño organillo pitagórico y
aquél no fuera un eje sino el mismo eje. No es el mareo delicioso lo que volvemos a sentir sino
una suerte de éxtasis ante la gallardía rítmica y marcial de los caballos. Qué extraño, no? No
estamos sobre ellos, unidos a ellos como centauros sorprendidos, sino frente a ellos, pero en
un recuerdo extasiado...
Por esto nos inquieta el aviso de La Prensa y las comprobaciones hechas en los parques
infantiles. Ahora que queremos volver efectivamente a la infancia para encontrar el secreto
perdido entre tantos endiablados afanes de recuperación y superación humanas. Los caballos,
Juan L, Ortiz Obra Completa 1012

galopando, galopando... ¿Por qué nos acordamos de Triay y de un "caballo loco" de Gualeguay-
chú?
El secreto puede estar en un cierto voluptuoso mareo, no en la unidad mágica del mundo
que sólo se logra en esa edad, como soñaba Alain Fournier. En cierto voluptuoso mareo sin
ningún peligro de caída, oh no!
De todos modos, que no se alejen de nosotros las maravillosas calesitas. Que no se alejen
sobre todo de nuestros niños. Qué va a ser de nuestros niños sin caballos que galopan alrededor
de un eje? De los niños que los han visto alguna vez o los han imaginado?
Tiene tales necesidades la imaginación infantil que, sin caballos giratorios para transfigurar
todo a su alrededor, será un circular equino en torno a un eje, y no nos libraremos así de
convertirnos a su influjo en marciales, en muy marciales caballos que galopan en redondo
encantados por un ritmo de marcha... Y qué procedimiento especial no ensayaremos contra
esta sutil compensación imaginativa que tan graciosamente nos devuelve a la zoología? Ah!
nuestras medidas no la alcanzarán!
Prosas Los amiguitos 1013

La dominación de los mayores

H a c e ya tiempo que la pedagogía insiste en el respeto que se debe a la personalidad infantil.


Hace aun más tiempo que algunos educadores y algunos poetas llegaron a comprobaciones e
intuiciones respecto de dicha personalidad que nos ponían verdaderamente frente a un mundo
con leyes propias, a un mundo que se realiza conforme a sus propias posibilidades. Nuestra
intervención en él debía reducirse en todo caso a facilitar con un tacto delicadísimo el
cumplimiento de esas leyes. Sobre todo era con una atención amorosa, muy amorosa, cómo
debíamos encararlo.
Sin embargo, se observa todavía un afán por conformar una organización tan especial como
es la del alma de los niños a los intereses de los adultos. Sean éstos los intereses de la índole
que fueren, es evidente que tal conducta sólo puede significar que se malogre esa etapa de
profunda significación en el desarrollo de la vida del hombre y se afecte a ésta, de consiguiente,
por entero. Resulta de ello que los niños no llegan a tener una infancia verdadera y se hacen
"serios" prematuramente, y los "grandes" se engañan sobre los gestos que ordenan, sobre los
juegos que decretan. Se creen los dueños absolutos de las cosas y de las almas, pero éstas no
se les someten muy fácilmente, a pesar de las apariencias: conocen maneras muy sutiles de
reaccionar contra sus opresores, aunque a la larga, como decíamos, lleguen a resentirse de la
falta de la necesaria libertad.
Sería casi lógico que los hombres que no han sido en realidad niños no estuvieran dispuestos
a reconocer a éstos sus derechos y adoptaran actitudes nada graciosas, por cierto, de niños que
juegan al mando con una solemnidad graciosa. Pero el caso es que vemos a la mayoría en estas
actitudes. ¿Es entonces la dominación de los mayores o la de los niños grandes la que sufre
ahora la maravillosa fantasía creadora de la infancia? ¿Es la tiranía de los "padres" y de los
"guías"? Se cree que los chicos no entienden su bien y que todo lo que hasta hace poco se les
había confiado hay que retomarlo. Absolutamente todo. Los chicos no entienden su bien y hay
que salvarlos. Salvarlos de la "disolución anárquica" a que están expuestos por la influencia que
sobre ellos ejercen algunos "niños" en los que parece florecer el genio de la edad. Los chicos
no pueden tender a realizarse por ellos mismos y para ellos mismos, para la vida. Los chicos
deben ser útiles a los mayores también. Hay que ordenar jerárquicamente la vida, conforme al
orden divino que se confunde al orden de los mayores, aunque Jesús haya dicho que su reino
era el reino de los niños. Los chicos no entienden su bien y no está permitido dejarlos
abandonados a su propia experiencia. La experiencia es siempre peligrosa. El camino debe ser
indicado desde arriba.
¿Desaparecerá así la gracia tan profundamente poética de la infancia? ¿Estaremos condena-
dos de aquí en adelante a ver hombrecillos tristes o hipócritas, aptos sólo para marcar el paso,
para juegos impuestos, para las pesadas ceremonias de los mayores? ¿No se salvarán de algún
modo la fantasía y la sal? ¿Será absoluta la dominación de los mayores?
Estas preguntas ya han sido contestadas. ¿Pero no serán los niños como el pueblo?
Juan L, Ortiz Obra Completa 1014

Aquel pájaro miraba

E r a n amigos excelentes. Pero cuando se sale al campo en una tarde hermosa, decididamente
hay que hacer algo. La alegría camaraderil y el sentimiento de la belleza del paisaje, de la
felicidad del paisaje, se traducen a veces en una actividad que busca un pretexto para ordenarse,
en la necesidad de dominar su desorden o de reducir a ciertas formas una emoción que
desborda. Así aquellos jóvenes se dieron a tirar al blanco, luego que el mate hubo dejado de
constituir una razón suficiente para permanecer en un lugar tan encantador. Porque el sitio era
realmente encantador: desde el tronco del ombú, en la parte más alta de la barranca de por allí,
se dominaba un paisaje de río y de islas, al oeste, con una nobleza de líneas que hechizaba,
mientras al este os daba una gracia de colinas cultivadas y de montes hondos y ascendentes,
no menos llena de satisfácción.
Las detonaciones no llegaban a herirme en verdad. No sentía tampoco que un silencio tan
lleno de la irradiación de tantas cosas armoniosas, del vuelo de las nubes, sobre todo, llegase
a alterarse o quebrarse de manera muy sensible. Casi me distraían las ligeras veladuras de polvo
que los impactos hacían sobre la cima del talud y la lejanía matizada de las islas.
Cuando mis amigos se volvieron hacia el otro lado tuve una leve inquietud. Aquí no había
tarros o no se disponían afijarun blanco parecido. Sólo un árbol seco, pero muy elegante, contra
el cielo.
El juego se suspendió por unos momentos, mientras el mate, renovado, circulaba de nuevo.
Pero las armas permanecían en las manos, y la conversación, otra vez anudada, nos distrajo del
ambiente. Alguien miró. Un pájaro estaba posado en una rama muy fina del árbol, en la más
alta. El pájaro miraba. ¿Qué miraba el pájaro? No, no era el pájaro que atisba su alimento. Era
simplemente el pájaro que mira. Ha pensado alguien en esto: un pájaro que simplemente mira?
Recuerdo estas líneas de Rabindranath Tagore: "En los Upanishad se nos dice en una parábola
que dos pájaros están parados en la misma rama y uno de ellos come en tanto el otro mira. Esta
es la imagen de la mutua relación entre el ser infinito y el yo finito. El deleite del pájaro que
mira es grande, pues es un placer puro y libre".
El pájaro miraba. Pero ¿qué miraba? ¿Qué miraría? La tarde se iba afinando hasta no ser más,
del lado de la mirada del pájaro, que un tejido flotante de penumbras y resplandores. Pero él
debía ver, tras de las lomas cercanas, una ondulación dorada que moría en el cielo, con los
relámpagos extraños de las casitas dispersas y las manchas cambiantes y tenues de las lejanas
arboledas. Debía ver la casa próxima, los árboles próximos, la hondonada ya de seda, las vacas
y los caballos que estaban volviéndose fantásticos allá abajo... Debía ver todas las cosas que
también miraban a esa hora. Había, pues, una relación sutil entre el ambiente y esa ave silenciosa
que miraba desde el extremo de una rama. No, no era quizás un pájaro, tan puro parecía ser el
placer de la visión, del éxtasis. Se hubiera dicho que ni siquiera miraba las cosas. Miraba la
tarde en lo que ésta tiene de trascendente, o de íntima, de calidad ya espiritual.
Un revólver apuntó. Sonó un tiro. El pájaro seguía en la rama. Otro tiro. El pájaro miraba
todavía. Una nueva detonación y la extraña almita permanecía aún quieta. Yo moría.
Prosas Los amiguitos 1015

La cuarta vez debía ser fatal. Como el mismo pensamiento de la tarde se deshojó aquella
delicadísima vida y cayó, ¡ay!, en un despojo de plumas ensangrentadas.
Las balas silbaron a su lado y no se había movido. Sería sencillamente un pájaro sordo? Pero
yo lo había visto antes que nadie en la misma dulce actitud contemplativa, ya presa, se diría, del
hechizo de la tarde. Es tan poderoso este hechizo a determinada hora que algún pájaro, en él,
no puede sentir el silbido rasante de la muerte?
Lo cierto es que uno de mis amigos abatió entonces, sin saberlo, el más puro espíritu que
fuera dado al momento encontrar para mirarse, para simplemente mirarse, y que dicho amigo
no podía sospechar que al mismo tiempo caía bajo su bala todo lo que de mí había pasado a la
alada criatura. Cada vez que recuerdo a aquel pájaro siento de veras que un plomo me atraviesa
en el instante mismo en que la tarde adquiere una casi angustiosa perfección de estampa.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1016

Gualeguay y su paisaje

ien objetará: Tero si Gualeguay no tiene paisaje"... Ha visto el resto de la provincia, tan
discretamente variado, tan delicadamente armonioso, y allí encontró una casi total desnudez,
una casi total ausencia de elementos pintorescos, de ese pintoresco tan medido y amable que
da originalidad al paisaje de Entre Ríos. El mismo viajero agregará: Todo es de una lisura, de
una monotonía infinita...".

Sin embargo, el paisaje existe, sólo que es de una índole muy especial. Permítasenos
transcribir unas líneas dé Rilke a propósito de Worpswede, que me parecen algo aplicables a
ese lugar: "Vivimos bajo el signo de la llanura y del cielo. Estas son dos palabras pero
comprenden en realidad una experiencia (Erlebnis) única: la llanura. La llanura es el sentimiento
que nos engrandece". Angelloz, que cita estas líneas, nos remite a la poderosa descripción de
la "Beauce" por Peguy. Y sigue: "El ama la llanura infinita y sin pliegues cuya grandeza y
sinceridad deben servirnos de modelos; ella presenta al sol todas sus realidades, un árbol, una
casa, un molino, un hombre de hombros negros, un animal, y las mil voces de todas las cosas
se mezclan a las conversaciones de los hombres; tal es la llanura de Worpswede con sus caminos
y sus vías de agua que terminan en el cielo. Este tiene una vida personal, una extraordinaria
movilidad que lo hace el sitio de incesantes transformaciones y, como nada se hurta a la mirada
del hombre, le comunica su inagotable grandeza. El se mezcla a la vida de la tierra donde cada
charco de agua, donde cada hoja, lo refleja de diversas maneras; "todas las cosas parecen
ocuparse de él; está en todas partes...". "Los reflejos del cielo se hunden en los secretos de la
tierra...".
Al hablar del paisaje de Gualeguay queremos aludir al que rodea a la ciudad, pues hacia el
norte y el este, apenas una y dos leguas, respectivamente, de la población, dicho paisaje empieza
a ondular, mientras hacia el sur y el oeste sigue extendiéndose lo que podríamos llamar llanura
déltica, la que comenzaría así en el pueblo. El viajero supuesto lo ha entendido también de este
modo.
Ese lugar tiene, pues, su carácter y aparte de ello un encanto que no es precisamente de los
más comunes: "el hondo Gualeguay", dijo Raúl González Tuñón.
La ciudad blanquea con una apacible gracia regular a través de su delicioso cortinado de
chacras. Hacia el este mira al campo y hacia el sur al río con largas miradas perdidas, mientras
el cielo, como en la llanura de Worpswede, lo penetra todo y es devuelto en una suerte de vapor
extático. Hay una suave tensión entre algo que parece irse y algo que se ensimisma. Es ésta,
por lo demás, la sensación más sutil que nos produce la llanura en general. Pero allí se matiza
con esa ternura, con esa sensibilidad de las regiones insulares. Los verdes infinitos entablan
las relaciones más delicadas con el cielo siempre cambiante hasta morir en éste con la más
dulce muerte a que es dable asistir.
Ah, y no hablemos de las costas; no hablemos de ese río íntimo; no hablemos de la "Vuelta
del ceibo"; no hablemos del "Rincón de Ortigosa"; no hablemos del "Mingueri"; no hablemos
Prosas Los amiguitos 1017

del Taso de Alonso"; no hablemos del "Rincón de San Ambrosio"... no hablemos de tanto lugar
recogido en que desaparece aquella tensión y el paisaje se ensimisma de verdad, se mira
literalmente en el cielo fluido, con el más frágil de los silencios.
Esta como recuperación de una especie de equilibrio encuentra su "pendant" en el desarrollo
"vertical" de la personalidad de los hijos más dotados de Gualeguay. Es cierto que en general
los lugares poco "atractivos" dan humanidades ricas o egregias.
Concretándonos al plano de la lírica, digamos que allí nació y escribió sus mejores poemas
Carlos Mastronardi; allí donde "la vida se contempla en jazmines" y es una "rosa infinita" con
"distancias cariñosas" que son "favores del silencio"; que allí nació y se formó Amaro Villanueva,
el "criollo universal"; que allí, de esa "infinita mujer de tala y sauce", nació Juan José Manauta,
el increíble, de tan joven, padre de una sugestiva y nobilísima "mujer de silencio", que
precisamente hará ruido en las letras nacionales. No corresponde olvidar tampoco a Roberto
Beracochea, "sentidor" apasionado y muy fiel a ese paisaje.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1018

En un tiempo y un lugar no
muy lejanos

L , s chicos se reunieron en torno de Alberto para que éste les contara algo. Pero Alberto no
sabía realmente qué contarles.
—Quieren ustedes que les refiera algo que ocurrió en un lugar y un tiempo muy lejanos?
Pero el desenlace ustedes lo deducirán.
—Precisamente no queremos hoy un cuento completo. Nos aburre ya esto —advirtió el más
listo de ellos, unos doce años inteligentes y vivaces.
—También libraré a la inteligencia y a la imaginación de ustedes muchas cosas...
—Mejor, mejor —afirmó el mismo chico.
—En un lugar y un tiempo muy lejanos... —Alberto vacilaba. Es tan difícil interesar a los
chicos, tocar la sensibilidad de los chicos!— En un lugar y un tiempo muy lejanos existieron
unos animales muy parecidos a las vacas. Nuestra zoología no habla de ellos, no puede hablar
de ellos. Eran —cómo diría?— más y menos que las vacas. Sobre las vacas tenían cierta
inteligencia, como si fueran super-vacas. Pero estaban debajo de ellas en cuanto al carácter, si
es que estimamos la dulzura como cualidad superior sin ninguna relación con nuestros
intereses alimenticios.
—No entiendo eso —interrumpió uno del grupo.
—Yo sí —afirmó el que había hablado primero, y dirigió a Alberto una mirada de complicidad
encantadoramente picara—. Les explicaré luego lo que no entiendan.
—No eran precisamente dulces esos animales. Cómo iban a ser dulces, por otro lado, si eran
los dueños del lugar? Pero no eran feroces, sin embargo. Tenían más mañas que crueldad para
retener en sus patas el poder y una habilidad suficiente para hacer mover en su defensa a los
que estaban a su lado.
—Pero por qué compararlos a las vacas, entonces? —preguntó otro.
—Imaginaos unas vacas —no muchas— necesitadas de conservar para sí la jugosa riqueza
de un gran campo. Imaginaos unas vacas rodeadas de algunos animales fieles que bastante se
les parecen. El instinto al aguzarse se parecería casi a la inteligencia. Es el caso de mis animales.
Estos, además, estaban en tan buenas relaciones con los de los lugares apartados que gozaban
de iguales privilegios pero en condiciones más adelantadas —podríamos decir— de relación
que se avenían a compartir con ellos el dominio del lugar siempre que así algo de su poder se
conservase. Es que había en los otros animales —en los de la escala más baja— ciertas
inquietudes... Había partido de estos animales la idea de la unión contra los rumiantes supe-
riores. Y la idea corría como un fuego a lo largo y a lo alto. Quiero decir que ganaba toda la
región y todos los otros animales, excepción hecha, claro, de los que dominaban. Había, sin
duda, vacilación y traición. Estaban los que se interesaban en echar agua sobre el fuego, el agua
que desde luego "hacían". Pero en otra parte se habían unido comunidades enteras de animales
contra la dominación de los chacales, a la que nuestros rumiantes miraban con excesiva
simpatía, y el mal ejemplo cundía peligrosamente... Qué locura, verdad? Miren que unirse contra
Prosas Los amiguitos 1019

los rumiantes históricos y los chacales también históricos... Pero los animales, se ha dicho, no
tienen memoria. Viven en un presente puro. Sin embargo, ahora se había despertado en estos
unionistas cierta conciencia de cierta dignidad zoológica, es cierto, pero dignidad alfin.Lo cierto
es que no querían más sangre—asómbrense los hombres—, ni querían tampoco más rumiantes
que vivieran a su costa. Los de nuestro lugar, además, no querían que éste fuera sólo un campo,
un simple campo para engordar a nuestros rumiantes. Pero qué querían los ilusos? Oh, querían
muchas cosas. Ya se ha dicho que hay animales cultivadores, que hay animales industriosos.
Querían así hacer un lugar alegre y armonioso del lugar. Un lugar en que todos pudieran vivir
también alegremente en la tarea —qué tremendo sacrilegio para el orden de la creación!— de
ser cada vez menos animales...
Afortunadamente velaban en la sombra sobre sus propios vistosos atributos los que iban a
impedir que se consumara tan inmenso crimen contra Dios. No importa que estos salvadores
formaran parte de la cohorte de los dueños del lugar a cuya sombra obtuvieran durante buenos
años tantas gratas cosas. No importa tampoco que la comunidad animal fuera la que costeara
en el fondo estas cosas, porque ellos eran de una clase especial, muy especial, como que a ella
estaba confiada la seguridad de todos.
¿Cómo iban a permitir que sus inferiores se unieran contra los rumiantes tradicionales? Esto
tampoco estaba en el orden divino. Ellos eran también los servidores de este orden. Allí estaban
para recordárselo otros animalillos oscuros, casi alados, de apariencia un poco lúgubre. Esta
apariencia hacía un perfecto contraste con la suya, tan alegre, tan sólida, tan metálica, tan
bizarra, tan esbelta, con algo de equino y de gallo a la vez, pero que en las profundidades de
dicho orden indudablemente armonizaban. Por qué si no siempre andaban juntos?
El hecho es que dichos bizarros animales tomaron sobre sí la tremenda responsabilidad de
la salvación común siendo ellos los que ahora estaban más alto colocados. Qué gestos más
rotundos y más puros! Este sí que era el honor zoológico! Solamente ellos tenían este honor.
Con qué dignidades se arrojaron sobre el campo y pusieron orden —oh, el orden!— en la parte
de todos, con cuidados, eso sí, de que la suya correspondiera a su jerarquía. Estaba en sus
propósitos también detener los vientecillos de otro lado. Debía hacerse un muro en el aire. Estos
vientecillos eran malos. Un viento extraño fue el que hizo que la comunidad tuviera su
conciencia de tal. Pero ahora la brisa debía surgir del mismo lugar en un milagro que ellos
creían realizable gracias a la sola voluntad.
En las comunidades animales, empero, hay cosas muy complejas. Muy complejas. Una
comunidad no puede aislarse. Qué pasó luego? Esto lo dejo a la imaginación de ustedes, como
convinimos al principio.
—A mí no me ha interesado nada lo que nos ha contado —dijo un chico que aún no había
intervenido—. No he entendido nada. Debería hablarnos más claramente —agregó.
El más listo reiteró su promesa de explicarles lo que no hubiesen comprendido.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1020

Paraná Etéreo

U n lector que firma Anselmo Iriarte nos ha remitido la siguiente colaboración:


No se piense que Paraná se ha hecho más ligero, más espiritual, confiándose por entero a
los poderes alados de su pensamiento y de su sensibilidad para que lo expresen con la mayor
dignidad posible. No. Precisamente lo contrario es lo que puede ocurrir, lo que ocurrirá con el
nuevo medio de comunicación con que pronto contará.
Hay que decir, claro, que la responsabilidad no será suya. Una empresa como la que supone
una broadcasting estaba fuera de sus fuerzas y cuando éstas, no obstante, se hicieron presentes
en la cita, debía pasar lo que pasó. Detrás de todo se movían propósitos relacionados con los
"altos" intereses del momento.
Paraná, pues, estará en el éter, como decía un fino corresponsal de El Litoral pero será un
Paraná pesado, un Paraná en que será imposible reconocer al que creemos más auténtico.
Desde luego que la radio General Urquiza no podría constituir una excepción entre lo que
significa en general este sutil y poderoso recurso técnico en las manos en que está. Concretán-
donos a nuestro país, si hacemos abstracción de algunos minutos de Radio Municipal y de Radio
del Estado en que estas estaciones logran redimirse de las "cadenas" de las voces castrenses y
embriagadas, si hacemos abstracción de alguna otra del interior en que heroicos muchachos
han podido conquistar breves momentos de dignidad cultural, hay que convenir que ésta
también en la Argentina sigue siendo una aspiración ajena a los muy tranquilos y aprovechados
"directores artísticos". Entiéndase que tal dignidad se refiera aun cierto nivel aun para lo sencillo
y hasta frivolo "que se destina al pueblo", cuyo arte, cuya expresión, por otro lado, si en verdad
son suyos, tienen siempre dignidad.
Se dirá entonces que el mal es general y que mientras la radio dependa del estado y se utilice
para la propaganda comercial ello tiene que suceder. Pero hay países, muy pocos, es cierto, en
que las transmisiones con fines de educación popular se han confiado a lo que se tiene de más
responsable en la materia y que se lucha por que los mismos avisos tengan gracia y gusto y
guarden alguna relación con lo que los acompaña. Sin duda hay que advertir que en dichos
países las condiciones políticas de mayor democracia han impulsado la libertad de crítica y
acendrado las exigencias intelectuales que gravitan hasta en las esferas oficiales. Pero, a pesar
de todo, débese reconocer que en nuestro país la radio en general ha hecho algo por la cultura
musical y por la cultura en un sentido menos particular aunque con poca conciencia y sin un
plan definido. Diríase que ha hecho algo sin quererlo, porque debía hacerlo dado lo que es,
porque necesitaba hacerlo para responder a sus propias consecuencias azarosas, por la misma
contradicción fundamental de todo producto técnico o cultural en las actuales condiciones
sociales del mundo.
Ello no obstante, la crítica del fácil halago de lo que se cree gusto popular y no es sino el
malgusto contagiado de los que se juzgan sus "tutores" no debe dejar de hacerse sentir aun
teniendo en cuenta los espesos prejuicios e intereses que tiene que atravesar, si es que no rebota
Prosas Los amiguitos 1021

de principio en ellos. Debe de cualquier modo hacerse para salvar la responsabilidad del pueblo
en lo que se ha estimado como un reflejo de sus condiciones culturales.
El nuestro tampoco en lo que tiene de mejor debajo de las desviaciones o de la desorientación
del gusto estético podrá considerarse representado en una onda que por añadidura será bien
dirigida hacia confesados fines inmediatos. Será, por consiguiente, como decíamos, un Paraná
pesado, un Paraná con botas o en todo caso un Paraná pesado de cursilería folklórica (ya
sabemos que anda por ahí ese inefable ente "folklórico" de apellido lusitano); un Paraná pesado
de cursilería "azul" (ya sabemos de la hora o del momento de este color que se prepara); un
Paraná pesado de masas corales que no serán precisamente angélicas a pesar del Alighieri
aunque sí unidas en un "fascio", persistente objeto de favores especiales... Un Paraná, en suma,
en que lo más significativo de nuestro pueblo no podrá reconocerse y que representará otra
forma no más ligera que las otras de "intervenir" el elemento sutil por el que a pesar de todo
lográbamos a veces respirar.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1022

El otoño en Paraná

-fiinaro Villanueva ha hablado varias veces del otoño de nuestra ciudad insistiendo en que tiene
una expresión que le daría carácter entre el de las otras ciudades del litoral.
Si se atiende a razones físicas es claro que en cada lugar de una misma comarca la meditativa
estación asume una fisonomía especial. Las diferencias de clima o la latitud, aunque no sean
muy sensibles, el rostro más visible del paisaje, serían ya causas de cierta diferencia o de una
diferencia bien notable.
Cómo, por otro lado, no va ello a ocurrir si en cada aspecto del paisaje, más aún, en cada
elemento del paisaje, y esto en una forma cambiante, es dable observar ahora más que en otros
meses semblantes distintos? Lo que hace justamente el interés estético del otoño es ese
equilibrio tenso entre la fuga y el resplandor como agónico de las cosas y un a modo de
pensamiento que quisiera como atraerlas hacia sí.
Pero Villanueva no alude a tales distinciones. El considera la ciudad y el paisaje que la rodea
como un todo que exhala en marzo o en abril o en mayo un alma que no es la de las otras
ciudades de la misma ribera del Paraná: La Paz o Diamante, por ejemplo, ni es por cierto la de
Victoria, Tala o Villaguay, ni tampoco la de Gualeguay, Gualeguaychú, Uruguay, Colón o
Concordia por lo que respecta a las de Entre Ríos. Sabido es que la provincia, por otra parte,
goza de un suave prestigio entre los viajeros experimentados por el encanto peculiar de su otoño
que exalta tan armoniosamente la gracia de la tierra y la sensibilidad de la atmósfera.
Un alma, desde luego, en relación íntima con las líneas de aquel rostro, con su color, con su
matiz. Un alma, entonces, perfectamente concebible. La Paz y Diamante, en la misma orilla del
gran río y relativamente cercanas de Paraná, deben de tener en este sentido, sus otoños, un
aura que les pertenecerá, más radiante y más atravesada de fluidos agrestes en la primavera;
más delicada y matizada en la segunda. Gualeguay lo tiene hondo y flotante como corresponde
aun alto hacia el delta después de la danza de colinas y cuchillas. Lo tendrán muy suyos Victoria
y Gualeguaychú y Tala y Villaguay y Uruguay y Colón y Concordia.
Pero Amaro se refiere en verdad no a las ciudades de Entre Ríos, sino a las otras de más
importancia del litoral. Y es claro que entonces Paraná aparece con características otoñales más
evidentes o con favores más notables. El ya los ha detallado con morosa delicia. "Ciudad de
otoño" ha llamado a Paraná, Es decir, ciudad que se expresa en el otoño, que revela su más
íntima esencia o exalta su belleza en el otoño. Pero no sucede lo mismo con todo paisaje sea
éste ciudadano o agreste o ciudadano y agreste a la vez? O hay ciudades o hay paisajes que se
descubren o se encuentran a sí mismos sólo en el otoño?
Lo cierto es que Paraná tiene el suyo, y éste no puede ser sino el resplandor o vaho más fino
o más espiritual, si se quiere, de las líneas de su paisaje, de su ritmo, de su color, de su matiz.
Pero de todos estos elementos no resulta algo que podríamos llamar el semblante más o menos
permanente de los paisajes. Sería, pues, más bien este aire el que adquiriría en la estación esa
calidad psíquica que tanto nos toca.
Prosas Los amiguitos 1023

Tendida en gracias onduladas hacia el gran río" dijimos una vez de Paraná. No cabría
expresar lo mismo de La Paz o Diamante que tanto se le parecen, sin embargo, en otros aspectos.
Hay aquí mayor amplitud, un reposo y una gracia más sueltos. Hay otro color, otro matiz, aunque
no muy fácilmente diferenciables, quizás más sobrios o jugando de manera distinta. Es probable
que haya menos verde. La Paz y Diamante son deliciosos balcones hacia el río, más bien hacia
las islas. Paraná no tiene mucho apuro por mirar su río y sus islas ya que desde lejos puede
hacerlo contemplando a la vez su propia armonía de pliegues. Esta calma de curvas, y este río
presente desde la distancia y casi a todos lados; este río que se abre frente a su puerto, este
color austero o sordo o patinado por momentos o esta parquedad relativa de verdes; este
pintoresco noble o no muy amable o tierno; todas estas cosas y circunstancias y algunas otras
que se nos escapan, menos sensibles, intervendrían, por tanto, en la constitución de ese
semblante o aire actual de nuestra ciudad y sus alrededores. Cuál sería su expresión o cuál la
impresión que nos produce con más probabilidad de fidelidad sobre el supuesto de cierta fijeza?
Una impresión de cosa noble y graciosa o noblemente graciosa o dignamente graciosa.
Pero es que en la impresión de una ciudad y su paisaje entran sólo dichas cosas? Esto no
sería sino una impresión estética, acaso mezquinamente estética o en todo caso no tan
comprensiva como lo exige una sensibilidad amplia y honda o simplemente una verdadera
sensibilidad.
Ah, entran muchas otras cosas contradictorias y dolorosas pero que atañen a un horror y a
una injusticia generales; entran, si conocemos la historia de la ciudad y su expresión cultural,
vagas figuras de empresas y de luchas, de pensamiento militante; entran la forma y el color de
su pensamiento y las imágenes de su poesía más significativa; entran su pasado, su presente y
su futuro o uno de estos tiempos según la relación que mantengan entre ellos.
Aquella impresión entonces se complica con lo que hace la tradición cívica y cultural de
Paraná, con lo que hace su sensibilidad poética. Y qué tendría que ver esto con su otoño que
es lo que buscamos? Que en esta estación lo que constituye el alma de un lugar en todas sus
implicaciones parece tornarse más sensible o parece encenderse como el hálito de una vida
misteriosa que participara también de la delicada fiebre general.
¿Y qué tendríamos con ello? Un otoño todavía más original. Una gracia noble y digna y
levemente austera aun en sus fantasías, una gracia casi de ondulaciones clásicas que da todo
su valor bajo cielos que semejan su propio resplandor o el fluido y mágico espejo superior de
su armonía; una gracia así sublimada, con un halo espectral de vida y pensamiento humanos
que tienen de una gentil altivez y de una poesía clara aunque finamente melancólica.
Son las imágenes de esta poesía —la más significativa, hemos dicho— las que vemos
encenderse como otras flores o nubes del gran silencio de las tardes. Cómo no va a ser así, por
otro lado, si en la poesía —la auténtica— toma conciencia y se ilumina el misterio de un paisaje,
el misterio de un lugar, el misterio de una ciudad?
Hasta ahora, nos parece, Paraná no se había visto en sus poetas en lo que tiene de más bello,
de más permanente y fugitivo a la vez y que pareciera transparentemente triste; en su gracia
exterior, en sus claro-oscuros dramáticos... Sobre todo no se había visto en sus otoños.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1024

Los reflejos de esta conciencia dan a su otoño más luz espiritual y gracias a ellos aparece en
cierto modo aclarado en aspectos efímeros o eternos que hasta el presente flotaban en el caos.
Se sabe que la poesía confiere forma y nombre a lo indecible.
Y sentimos también animarse aquella manera de vida y pensamiento altivo para prestar a la
estación otra forma de tensión que la que ya anotamos. Por contraste con la calma noble y
graciosa, con la calma de una infinita dignidad en que el silencio de las colinas y del río y de las
islas y de la misma ciudad parece fijarse en una meditación eterna, húmeda de luz o anegada
de penumbras, ellos parecen temblar en el aire con un ardor como vigilante.
Vigilan, en efecto, el espíritu activo de la ciudad. Y a fe que en el otoño que está por terminar
—que ya ha terminado podría decirse— este espíritu no los ha defraudado llenando las calles
de Marsellesas. Y se dijera que a este ardor de liberación debemos el que el otoño esta vez se
haya prolongado más de lo habitual con un ardor lleno de banderas concedidas por la esperanza
popular. Esta esperanza tiene tanta fuerza que bien podría ser ella la que nos ha dado esos
crepúsculos de fuego que quemaban hasta la noche y prestaban a la ciudad una apariencia de
oscura dignidad erizada. ¿Por qué el deseo de libertad, cuando es muy intenso, no ha de pasar
al aire y a las nubes, ya que la libertad es el aire y la fantasía creadora, y cuando falta, el aire y
las nubes pueden volverse, ay, inocentemente extraños?
Prosas Los amiguitos 1025

Niños, copas

U n poco más allá de la Plaza de Mayo, hacia la Estación, he visto en una tarde nublada y fría,
un chico, un canillita, apretarse contra su perro, un perrito lanudo que no cabía en sí de gozo
ante una tan violenta manifestación de cariño. Porque no era sólo calor lo que la criatura parecía
buscar si no algo como un contacto íntimo y desesperado con una vida que lo defendiera del
frío pero sobre todo de no se sabe qué orfandad que se dijera lo rodeaba como otra temperatura
más punzante.
De qué barrio sería ese niño? Del "Puente Blanco"? Del "Consejo"? De "Villa Sarmiento"?
Quizá él era el único que aportaba algo para el sostenimiento de la "familia". Sus padres se
encontrarían sin trabajo o la limosna no bastaría para que todos comieran. El sería el mayor. Y
la madre, por la miseria y la angustia diaria y la inseguridad diaria, habría ido perdiendo sus
reservas de ternura para los hijos. Se habría hecho naturalmente áspera e impaciente. El padre,
no más dulce, desquiciado en su voluntad después de tantas vanas tentativas por hallar
ocupación, reñiría a su compañera con el menor motivo, en una irritabilidad constante que las
copas ocasionales aún agravarían. Pues naturalmente bebería. Si no lo hiciera así, cómo podría
subsistir, olvidar o vender una furia que sentiría ya peligrosa? Con el pobre vinacho tendría que
combatir también, de cuando en cuando, es cierto, al frío que le atravesaría cruelmente los
andrajos.
Dormirían todos amontonados sobre dos "camas" sin colchón, cubiertas de restos de bolsas,
y con las ropas puestas. El perro sumaría a ellos su calor.
Este parecía ser "el hogar", ésta "la familia" del chico que se apretaba contra el confundido
animal en una esquina de nuestras calles, al lado de un puesto de revistas. La ciudad entera,
además, "el mundo", no debería tener más ternura para él, especialmente en esta tarde helada.
Sólo el calor de un perrito, el amor correspondiente de un perrito, entre la frialdad y la dureza
de las cosas y de los hombres.

Otro niño con otro puesto de revistas en la esquina de San Martín y Laprida. Otro niño y otro
perrito también lanudo, igualmente efusivo para su pequeño dueño y con una exhibición de
dientes que no parece acogedora para los extraños, aunque luego éstos han de comprobar que
se trata de una curiosa disposición que vuelve a dichos dientes graciosamente hostiles.
Otro niño pero sin un fondo de drama parecido, o cuyos signos exteriores no lo permiten
imaginar. Aunque lo he visto encogido en su corto sobretodo, en la esquina abierta al fuerte
viento este, junto al fidelísimo animal, abrazado a su única compañía viva, bajo la castigada
soledad del anochecer.
Es un pequeño criollo que recobra su vivacidad no bien abandona con su compañero el
puesto. Es de verlos entonces devueltos a una breve libertad nocturna, camino de la casa, hacia
el oeste, aunque el "chiquito", así se llama el gozquecillo, debe ir sujeto con una piola, contra
los peligros del tránsito. Pero tienen que permanecer buenas horas junto a las revistas. El chico,
Juan L, Ortiz Obra Completa 1026

sobre todo, porque de cuando en cuando el otro hace sus ligeras escapadas a la Plaza y a la
Estación de Servicio para los breves riegos que se sabe. Pero he observado que no lo deja en
los momentos más crueles.
Conmovedora adhesión de los animales hacia los niños pobres que la buscan casi con
desesperación en una sociedad tan perfecta que primeramente los crea y luego les quita hasta
las madres.

Es una copa fea, fea. No me era simpática esa copa. Pero ella se llevaba todas las noches para
los tragos de agua del despertar.
Sus formas eran pesadas, sin ninguna gracia. Pero ella parecía tener no sé qué pudor de su
fealdad, y así ésta lograba disimularse de una milagrosa manera. Se disimulaba o era por causa
de la costumbre que esa torpeza, esa pesadez ya no me herían.
La copa, humilde, prestaba todas las mañanas su servicio. En realidad había llegado a serme
casi indiferente.
Pero un día la copa se quebró. Y sentí también en mí una ruptura. Qué hilos sutilísimos, de
los que no tenía ninguna conciencia, me ligaban a la copa? Recién entonces llegué a apreciar
su oculta belleza, su oculta gracia; mejor, su noble vida misteriosa, como la de una lámpara de
luz invisible junto a la mía más íntima. Ah, me dije, la belleza, la gracia de las cosas, las delata
demasiado, las diferencia demasiado. Hay un no sé qué de vanidad y de orgullo en las cosas
bellas y graciosas. A veces hay también un no sé qué de crueldad. Será porque se han acercado
demasiado a nosotros a través de un resplandor que no es esencialmente suyo pero que parece
envanecerlas al destacarlas y elevarlas?
De todos modos les falta humildad, y esa finura, esa delicadeza de lo que cumple su destino
en la sombra o en un misterio hecho de solidaridad y de comunión con las otras cosas y con
nuestra vida más profunda.
Prosas Los amiguitos 1027

No sirve para nada, estorba, y nadie


lo puede sacar

V^ircula entre el pueblo esta afirmación referida al banco de arena —ya no es sólo de arena—
que está frente a nuestro Puerto, pero con alusiones a una figura conocida de nuestra actualidad
política (oh, los magníficos entorchados que estaban por encima de la política y que iban a
terminar con la política).
Entre las comparaciones que el irrespetuoso ingenio de nuestra gente ha establecido desde
mediados del 43 hasta la fecha a costa de los que se "apresuraron" con la conocida "caballero-
sidad" a asumir su destino nacional o provincial, no es ésta, por cierto, de las más felices... O en
todo caso es una simple analogía que enuncia relaciones demasiado evidentes para que nos
sorprendan con un final meramente retórico o apresuradamente negativo. El pueblo, por lo
demás, es aficionado a estas conclusiones, a las que no hay que atribuir mucha importancia, ya
que son, muchas veces, una simple manifestación de su sentido irónico o de instinto enfático o
propenso a las formas permanentes y definitivas.
Se sabe, en efecto, que el banco es "sacable". Lo creíamos con Villanueva un producto
"espontáneo" de nuestro río, aunque disintiéramos sobre su tratamiento. Ahora resulta que fue
provocado para defender la profundidad necesaria al Puerto. Se obró de manera que la arena
se fuese depositando allí, sin pensar seguramente en lo que aquello iba a devenir: en el
"incidental" más ingrato de una belleza que atraía a los extraños.
La responsabilidad humana de ese banco, pues, está perfectamente clara. Y la solución del
problema estético que él ha creado no sería de algún modo imposible si tuviéramos un real
interés en ello y sobre todo si contáramos con técnicos capaces. Alguien propuso que se utilizara
"nuestra aviación" para hacerlo desaparecer sometiéndolo a un preciso bombardeo. Pero se vio
enseguida destruidas todas las instalaciones del Puerto: tal es la fe que se tiene en la aptitud de
nuestras alas. Se puede, por lo tanto, eliminar el feo "paréntesis". Pero el otro se podrá? Aquí el
pueblo ha hecho el mismo fácil juego. Porque igualmente se tiene conciencia de que el inútil
obstáculo ha de ser vencido no bien se concierte la resistencia de los interesados —que son la
absoluta mayoría— de acuerdo a una experiencia que dio sus frutos mejores al terminar con
los "modelos europeos": la de la unión organizada de todos, sin más distinciones que las que
derivan de la voluntad democrática hecha acción.
¿Pero de qué figura se trata? De la gentil corroboración de nuestra más lejana ascendencia
según Darwin? Pero ésta no estorba. Carece de los necesarios utensilios de mesa, a estar a lo
que dicen, o no los utiliza, tratándose sin embargo de trinchar. Está sencillamente a la cabecera
de la mesa al lado de la sonrisa dentífrica y "prevista".
Esta sí que es inútil e incómoda la figura que la ostenta. Y ellos han de desaparecer,
desaparecerán, en cuanto se realice el concierto aludido, a pesar de los cuatro millones de
garrotes, o con éstos, vueltos contra el mismo "salvador", justicieramente iluminados.
Propondríamos, en consecuencia, esta modificación: "No sirve para nada, estorba, pero se
lo puede sacar". Así se nos permitiría esperar ura bahía recobrada y una dignidad reconquistada
para legítimo orgullo de los paranaenses y honor de la Argentina. Pero sin dormirse por cierto
en la esperanza respecto a lo segundo, ya que se conoce el camino.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1028

Oro de chañares y rosa de lapachos

T a n t a s cosas han ocurrido en nuestra ciudad y en nuestros espíritus en este principio de


primavera que no hemos prestado mayor atención a las delicadas "féeries" que se desarrollaban
en nuestro parque. ¿Pero tales cosas no eran también como otra primavera, una primavera de
civilidad o de comunión patriótica, una "primavera unitaria", como dijo alguien?
¡Qué noble palabra la palabra "unidad"! Unidad para recuperarnos nacionalmente y abrir vías
por las que todas nuestras fuerzas deben marchar hacia el destino. Sólo a través de ella
podríamos dar los primeros pasos hacia la realización de la otra unidad, la unidad, con la tierra
y con el hombre, desde hace tanto tiempo rota, y que habrá que reestablecer si queremos ser
fieles a nuestro "kharma" más profundo. Y ello, desde luego, en condiciones más iluminadas y
más "reales".
Sea excusada, pues, nuestra descortesía para con las magias que se desplegaban en nuestra
barranca, ya que en las plazas y en las calles ondeaba también una primavera azuliblanca y una
esperanza del mismo color entre sus pliegues al futuro de la patria.
Los espinillos se encendieron, es cierto, en días no muy propicios. Días demasiado secos o
demasiado agrios, cambiantes, desapacibles. No pudieron dar todo su valor de luz y de perfume
como en una primavera más o menos "normal": mejor dicho como en una iniciación más o menos
"normal" de primavera. Fue así que su aroma no se hizo sentir como otras veces, a la manera
de la más dulce presencia etérea de toda la barranca, durante breves pero hondos días que
parecían venir de la infancia o de una felicidad que creíamos perdida. Por ráfagas tenues apenas
si lo percibimos. Creemos que aquella luz, gracia característica de nuestros campos por
setiembre, no fue pareja ni llegó a exaltarse. Fueron necesarios días con más humedad y
transparencia, más ligeramente iguales. Todavía puntea aquí y allá con esa suavísima tristeza
de las criaturas casi frustradas.
¿Pero los lapachos? ¿Las flores del lapacho? Esas "aéreas amigas de la luz" tuvieron esta vez
una menos ingrata a pesar de todo que la del año pasado. No dieron esa impresión de niñas
demasiado frágiles "entre agudos peligros" contra un fondo de sed. Danzaron, danzan aún, y
les hacen signos alados a las de los chañares, menos rítmicas, pero muy bien dispuestas para
el concierto que en estos días posa dulces nubes de amanecer sobre una parte de nuestra
barranca. Rosa y oro, en efecto, de calidad celeste y virgen entre el verde vuelto oscuro de los
otros árboles.
Ah, los chañares florecidos de otras primaveras. Los hemos visto desde abajo, desde el
nacimiento de la "Cuesta de Izaguirre". La barranca de ese lado era de un verde de esmalte
totalmente florecido. Ardían los chañares sobre un azul de locura. ¿Qué paraísos nos abría la
mañana?
Este año, y el pasado, la piel de la tierra allí no se cubrió de esas fantasías minúsculas y
efímeras que recorren todos los matices. Pero los chañares no faltaron a su cita con el oro, ni
los lapachos, por otro lado, con el rosa, para formar una tierna aurora que no pudimos saludar
Prosas Los amiguitos 1029

como era debido porque otra primavera, como hemos dicho, flameaba en las plazas y en las
calles y encendía nuestra fe.
Que esta fe, a pesar de todo, no se apague como la armonía, ¡ay!, tan fugaz de los chañares
y los lapachos florecidos.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1030

Primavera de las colinas

N o sabemos hasta dónde puede ser cortés hablar ahora de la primavera de las colinas, hablar
de la primavera en general, de las gracias con que aquí se reviste, de la originaliad de esta gracia.
Hay un momento en que aludir a la felicidad, por más inocente y profunda, por más accesible
y común que ésta parezca, puede ser inoportuno, puede hasta ser ofensivo. Y con razón si este
momento desborda, puede decirse, de un doble dolor, de una inquietud por nuestra dignidad
y nuestro porvenir, que afecta a todos. Pero también el recuerdo o la conciencia, aunque breves,
de una dignidad que no podrán jamás herirnos los ocasionales responsables —¿responsa-
bles?— de nuestros destinos sociales, nuestra dignidad de criaturas hechas para la felicidad en
la unión con la naturaleza a través de sus cambios o estados, a través de sus ritmos, puede
traernos un ligero alivio, y aún puede, si tenemos verdaderamente el sentimiento de esta
dignidad, no adormecer nuestros deberes militantes, como sería fácil creer, sino, por el
contrario, afinarlos. La verdad es que tales dignidades no se oponen, que ellas en el fondo hacen
una sola.
De todos modos séanos permitido tocar este aspecto de nuestro paisaje bajo los encantos
de Octubre.
Osamos ya hacerlo con algunos otros que un poeta nuestro, por otra parte, había ya cantado
con la voz que convenía, con la pureza pertinente.
Hemos mirado por encima de los jacarandaes que empiezan a teñir esa parte del barrio del
Puerto Nuevo que sube, y hemos visto las lomas con una sonrisa no menos seductora que el
lila tenue de los árboles. La distancia le da una suavidad y unos matices de que éstos carecen
en su relativa vecindad de niñas recién aparecidas, de niñas algo tímidas todavía.
Es una suavidad de verdes delicadamente húmedos, sujetos, según la luz, a escalofríos que
los hacen deslizar y correrse con algo de agua. Es verdaderamente la gracia de las colinas
primaverales. Decir colina primaveral aquí es decir un verde pálido pero cristalino, muy apenas
cristalino, es cierto, si lo miramos de lejos; es decir, una gracia de límites aún más insinuante
bajo la veladura de los vapores; es decir, una naciente sensualidad de presencia que tienen un
no sé qué de femenino... Giono sabía de estas cosas...
Estas son las colinas en la luz transparente de las primeras horas de una mañana típica,
podríamos decir, de primavera. Más tarde el color se uniforma o vibra más sordamente y las
líneas se acentúan contra el cielo.
Se dirá que en la llanura ocurren fenómenos parecidos, pero esa tierna sensualidad, esa cosa
de presencia no existe allí. Siempre es algo que se va, que flota, que huye hacia el horizonte;
algo que no pueden retener las arboledas, las casas, ni las masas más o menos fijas de tonos.
Es, pues, esa presencia la que ahora se ofrece a las magias de esa criatura caprichosa y
embriagada que en este mes es la luz. Cómo juega ésta sobre las curvas todavía delicadas,
todavía indecisas en su pudor de verdes efímeros y como si dijéramos alados. Juega? Más bien
se encanta ella misma sobre los dulces accidentes, los acaricia con una delicia infinita y hasta
se adormece sobre ellos. Esto sucede después de las primeras notas diáfanas pero sobre todo
Prosas Los amiguitos 1031

al atardecer. Las colinas atraen entonces hacia sí a la criatura, hasta casi absorberla, con un
amor al que se abandonan pero sin perderse del todo. Aquella tierna sensualidad, en efecto,
subsiste y apenas si se ha vuelto morada o con gasas de complicados matices que la hacen aún
más seductora. Aquí la diferencia con el paisaje de llanura puede decirse que es más notable.
En ésta el crepúsculo puede hasta no ser más que un espejo del cielo, un espejo menos claro
en este tiempo, pero en el que el cielo, de cualquier modo, tiene la voz. El paisaje casi se ha
perdido, la tierra casi no existe, es casi un suspiro bajo y nostálgico del mismo cielo.
En el paisaje de colinas lo inefable femenino de la tierra dijérase que se opone al mismo cielo
aunque se lo haya adherido. Y el cielo aparece aún más desmayado sobre las oscuras curvas
deliciosamente alzadas. No es este momento, sin embargo, el que estimamos ahora más
significativo. Es el anterior en que el lila azulado muy tenue parece como esponjarse a causa de
un anhelo que no obstante lo había llamado. Un anhelo todavía tímido de virgen, un anhelo
todavía no revelado del todo, pero que da a las colinas que descienden armoniosamente hacia
el río, en tal instante, en tal minuto, una expresión bien particular.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1032

Hace veinte años que me mira

H a c e veinte años que me mira" —fue la respuesta de aquel hombre a nuestra pregunta sobre
los años del perrito, un fox-terrier, con un ojo vacío, y que no se sostenía muy bien sobre sus
patas. Todavía, en efecto, lo miraba, a pesar de la ceguera, con esa adhesión tan pura, tan
profunda, de que sólo los animales, especialmente los perros, son capaces.

* * *

Oh, esa mirada dirigida hacia el sitio de la voz, porque el animal era también sordo! ¿A través
de qué tiempo se le había fijado ese gesto, esa actitud de la cabeza tendida hacia la voz? ¿Es que
seguía percibiendo una a manera de voz con algún órgano que sólo la fidelidad absoluta puede
crear? Olía a todos, uno por uno, con una delicadeza infinita, y cuando encontraba el olor de su
dios, se sentaba sobre las patas traseras, y el fino hocico tendido hacia arriba, miraba, miraba...
¿Acaso también seguía viendo, con algún sentido del amor, alguna suerte de "aura" ligada a
aquel espectro de voz? El hecho es que el perrito tenía una expresión asaz conmovedora en su
mirada nublada y vacía al mismo tiempo. Aquella mirada rogaba, aquella mirada suplicaba,
aquella mirada quería asirse a un no sé qué del dios, al borde de una noche inminente, ante una
marejada oscura próxima a llegar. ¿Ha visto alguien a un perro que se ha dejado al atardecer
para cuidar un rancho, todavía no desocupado totalmente, en una isla que se inunda? El rancho
y el perro están sobre la última y pequeña elevación de terreno que queda aún libre, y el cerco
sombrío y amenazador se aprieta con la noche. Es la noche misma que avanza y los rodea, hecha
una cosa rastrera y de gritos desolados, o silenciosa y terrible como la misma fatalidad. Todo
lo que dice el aullido de este animal estaba precisamente en aquella mirada. Oímos también
aullar al fox-terrier una noche en que el amo lo descuidó un momento y el perrito, apartado, se
encontró frente a no sé qué peligros ante el agua que la copiosa lluvia reciente había estacionado
en la calle de arena de la aldea. No fue aullido, no, eso. Fue un grito penetrante, extraño, que
nos atravesó a todos. El hombre se volvió y alzó en brazos al perro como a una criatura.
..."No sé qué va a ser de nosotros cuando este animalito se nos muera!" —nos confesó—.
"¡No sé qué va a ser de nosotros!". El drama que habíamos sentido detrás de aquellas palabras:
"Hace veinte años que me mira" aquí también se transparentaba. Un drama de impotente ternura
filial ante los poderes fatales que se ciernen sobre una vida querida, una vida a la que se está
ligado por veinte años de comunicaciones sutiles y de fusiones ardientes, por veinte años de
entendimientos emocionantes y a veces desconcertantes, por veinte años de adhesión recíproca
llena de detalles delicados por una y otra parte...

* * A
Prosas Los amiguitos 1033

Una vez hubieron de dejarlo en el campo, no recuerdo por qué causa. Pero no pudieron vivir
sin él. La vida no era vida sin él. El animalito, a su vez, fue, durante ese tiempo, todo aullidos, a
pesar de las solicitudes de que estuvo rodeado.
La voz del hombre, baja y de sonoridad profunda, de entrañable profundidad viril, se aclara
un tanto y se hace tenuemente dulce. Era un hombre de cabello cano, de ojos melancólicos,
alto y delgado. La circunstancia de no tener el matrimonio hijos, y acercarse él a la madurez,
explicaría, por las razones que se sabe, esa ternura casi mórbida y ese cariño casi angustioso
hacia un animal que sabía por otra parte "condenado".
Pero hacía veinte años que lo miraba, es decir, que desde su primera juventud, siendo el
fox-terrier cachorro, esa relación íntima se había establecido. Es posible que habiéndose casado
muy joven, la ternura que no iba al retoño humano inexistente, se concentrara desde entonces
en el perrito, y ello fuera creando y ahondando correspondencias misteriosas que ahora, ante
el término fatal de esa vida, hacían crisis. Sí, es posible. Pero tal identificación no se hubiera
producido si el hombre no hubiera sido agraciado por una sensibilidad para las bestias
ciertamente nada común. Porque en su casa había gatos, había gatas, a los que trataba con
singular delicadeza.
Este tipo de delicadeza un poco triste —¿no sabría que el mundo está lleno de horrores, de
un horror sin tiempo, para los seres más puros de la tierra; que estará lleno de horrores mientras
los hombres no sientan su hermandad fundamental aunque más no sea que con las criaturas
"inferiores" más próximas?— nos tocaba asimismo.

* * •

Si debía acompañar a algunos amigos hasta altas horas de la noche, de ningún modo olvidaba
sus atenciones para con el animalito que, por cierto, no lo abandonaba tampoco un momento,
echado a sus pies, o mirándolo, mirándolo. Se levantaba y éste lo seguía con su andar sesgado
y frágil. Aparecían y él afectaba atender la conversación mientras desmigajaba algo tierno y
exquisito. Era algún alfajor, porque "el amigo" sólo podía comer cosas muy ligeras... Sólo estas
cosillas podía comer...
Inclinado hacia el hocico del animal, con qué paciencia esperaba que cada pedacito fuera
tragado.
Afectaba, decíamos, atender la conversación, pues sus ojos se ponían más melancólicos, y
si alguien aventuraba alguna broma cordial, él, entonces, quería explicar:
..."Hace veinte años que me mira...".
Y su voz se hacía más profunda y temblaba sordamente como la de una íntima protesta en
la cual sangrara por anticipado toda una vida...
Juan L, Ortiz Obra Completa 1034

Todas las despedidas son tristes?

U n leve aflojamiento del invierno hacia el final de Julio, un poco después de las cuatro de la
tarde. Se va el invierno, hemos pensado. ¿Se va? Pero la luz, ese dorado ya pálido sobre los
tapiales y las paredes de las casas, el aire, el silencio de la calle, de las calles, toda la escasa vida
de éstas, y lo que había detrás de su apariencia, tenían un no sé qué de triste, un no sé qué de
elegiaco. ¿Cómo, no era que precisamente el frío había cedido algo y había en la tarde de fina
luz extática cierta cosa tenuemente primaveral? Sí, pero se diría que las cosas, como nosotros,
apenas sienten que se va a alejar aquello que sin embargo las oprimía, o las endurecía, o las
sometía a un sueño que tiene mucho de la muerte, aquello que a veces nos hacía sufrir también
con ellas cuando nos las alejaba de nuestro amor o de nuestra simpatía hacia un mundo helado
y extraño y hostil: que las cosas, no bien perciben los signos aún inciertos de su liberación o de
su despertar a un mundo más ligero, igual que nosotros, se ponen algo melancólicas. ¿Es que
entonces todas las despedidas son tristes, hasta la del invierno? No es ésta todavía una
despedida. Es más bien el presentimiento de una despedida. Pero por esto mismo más
significativo en su vaguedad de una actitud o de un sentimiento de las cosas, que también nos
atañe. ¿No explicaría esta suerte de relativa adaptación a algo que es duro, a algo que alude a
la muerte, a cierto concepto de la muerte, o que por lo menos es lo contrario de cómo sentimos
la gracia de la vida, hecha de un movimiento siempre vencedor hacia la luz, aunque tal dureza,
desde luego, y tal especie de muerte, estén dentro del gran ritmo cósmico que asimismo tanto
nos atañe, y sean la condición precisamente de dicho triunfante movimiento; no explicaría esta
acomodación a la oscuridad cerrada y casi a la prisión, y la consiguiente especial tristeza ante
la perspectiva de la libertad, tantas, tantas cosas de la esfera espiritual o cultural, que creemos
debidas a causas "superiores", a causas nobles, a causas heroicas? Las cosas, sí, el paisaje, quizá
el paisaje ciudadano más que el agreste, pueden mostrar alguna tristeza ante los sutiles, casi
de sueño, anuncios de la primavera —en verdad que es la primera vez que hemos notado tal
tristeza—; pueden algunas expresiones de lo que se cree más altamente humano, en determi-
nado momento histórico, mostrar parecido apego a lo que debe morir o cambiar y que se había
hecho ya pesado y oscuro, pero no creemos que quienes sufren con las cosas y con sus
hermanos más castigados, aunque sean tocados por lo que hay de despedida elegiaca en una
tarde de fines de Julio, puedan entristecerse de alguna manera por la tenue esperanza de cierta
liberación que en el aire quiere sonreír. Porque el invierno es especialmente opresivo. Tiene,
es verdad, esos días diamantinos de que nos habla Aragón: "...Cuando se mostraba así seco,
con ese sol todo atravesado de hielo, con los jardines despojados de los alrededores de París,
con los muros repentinamente florecidos de luz, con las arboledas que cruzaban las x y las y de
una geometría de madera y, en un recodo, la sorpresa de un follaje persistente, de un verde
estéril, lo contrario de un producto de invernáculo...". Pero también el mismo Aragón nos dice:
"... Pero hay un gris sucio, un gris terrible, un gris amarillo que tira al verde, un gris parecido
a la paz, un paño sin transparencia, asfixiante, aunque sea claro, un gris destino, un gris sin
perdón, el gris que da el cielo a ras de tierra, un gris que es la empalizada del invierno, el barro
Prosas Los amiguitos 1035

de las hoces antes de la nieve, un gris para dudar de los hermosos días, jamás y en ninguna
parte tan desesperante como en París, sobre este paisaje de lujo que aplasta sus pies, pequeño,
el muro vasto y vacío de un firmamento implacable, en una mañana de domingo de Diciembre
por sobre la avenida del Bosque...".
Por supuesto que cuando pasemos a muy otras relaciones, a las que recién serán humanas,
como dijo alguien, podremos defendernos mejor de algunas fatalidades, de algunos tipos de
angustia muy delicados pero no menos graves, anexos a la fisonomía del invierno; es posible
aun que les encontremos, a favor de la dulzura general de los ambientes íntimos y del exterior
clima camaderil, nobles y armoniosas y fecundas derivaciones; al menos la liberación y el
desplegamiento que trae setiembre serán completos y de todos, y no como ahora para muchos,
¡ay!, para muchos, apenas si una sensación de claridad casi ajena y sarcàstica, entre el horror
de la vida miserable; al menos jóvenes rotosos y pálidos y mugrientos, no llamarán a las puertas
a la hora de la cena, en el día de un símbolo patrio, en que un sacerdote se ha desgañifado con
su "nacionalismo cristiano", y hay desfiles y concentraciones, y discursos, y discursos, en las
plazas; al menos en una noche de Julio no habrá chicos semi-desnudos y descalzos, temblando
de frío, al lado mismo de los sitios en que se ha declamado a la "independencia"; al menos no
se jugará desde arriba con los pobres, que entonces no los habrá, en "campañas" contra lo que
tampoco existirá, al menos los gobernantes no obsequiarán a diplomáticos con joyas que
constituyen un insulto para los que agonizan debajo de los puentes o envueltos en lonas junto
a las vías férreas, o en las casullas de lata de los alrededores de las estaciones y de las "grandes
capitales", o en los conventillos, o en los ranchos casi transparentes de los caminos de los
campos, corridos por las vacas; al menos eso que en los aniversarios gente bien comida y mejor
vestida llama patria, no será un asunto de ganaderos y de trusts; al menos no habrá Evas
costosamente diademadas mientras sus hermanas de quince años se venden por unos centavos,
para comer, en el lecho de los profundos cañadones...; al menos, al menos... no habrá tantas,
tantas cosas grotescas y dolorosas como este invierno especialmente nos ha deparado. No, no
podremos despedirlo con tristeza. No podremos despedirlo con tristeza al invierno mientras
sea así tan cruel con los niños y los jóvenes, cuando "la patria", toda iluminada y elocuente, está
de fiesta; mientras sea así tan cruel con los que no tienen nada, y esperaron... ¿Pero es que la
crueldad es del invierno? ¿Y cabe plantear la cuestión sólo en términos de sensibilidad moral o
de psicología, por más que nos hieran las relaciones zoológicas de esta nuestra tan perfecta
sociedad?
De cualquier modo, perdónennos las cosas, la calle, las calles, las fachadas, el silencio de
esa tarde de fines de Julio que no hayamos adherido a su anticipada y casi soñada despedida
melancólica de una estación que sin embargo los contrajo en una manera de muerte con aristas,
en una suerte de aislamiento duro tras vidrios algo fúnebres o vahos helados, y que a nosotros
nos dio el espectáculo de tiernos y jóvenes "hijos de la patria" abandonados al frío y al hambre
mientras a ella se le encendían luces en las calles y en las plazas, y en el verbo escolar y militar
de la efeméride, y en el pecho de la gente bien vestida no faltaban la escarapela azul y blanca...
¿Son, pues, tristes todas las despedidas, aún las de la opresión y del horror?
Juan L, Ortiz Obra Completa 1036

Aquella mirada

H a c e tres años que tuvimos aquel encuentro y aún veo el pobre animal caminando despacio,
muy despacio, hacia la muerte. Hacia qué muerte?
Una prima tarde, perfecta, de setiembre. El sol diáfano no llegaba a pesar, y eso que habíamos
hecho a pie ya más de un kilómetro y las subidas eran bastante pronunciadas. íbamos a la casa
de un amigo de la que nos separaba todavía buena distancia: tres o cuatro "concesiones".
Una tarde perfecta, decía, de principios de primavera. La pureza de aquella tarde, la ligereza
transparente de aquella tarde, aún las vivo. La luz sobre los terrones, sobre las huellas, eran el
mismo espíritu de la dicha. Sobre, no. La luz los traspasaba y la tierra recién seca que teníamos
delante —había llovido hacía tres días— parecía flotar en esa dicha o ser apenas una expresión
rosada, de un rosa casi blanco, de la misma. Ylas flores de los costados del camino, los diminutos
fuegos rosa y lila y amarillo que corrían junto al alambrado? Fuegos también, ya más evidentes,
por cierto, de aquel espíritu. Y así las manchas de la "borraja", y así los alardes del nabo, y así
el verde de las colinas, aunque éste, de cristal, era casi tan ligero como el cielo celeste pálido.
Desde luego que no faltaba el soplo de esa delicia etérea: una brisa delgadísima nos
acariciaba de veras y hacía nuestra marcha insensible al menor cansancio. Sin perfumes todavía
o con algo indefinido, muy sutil, que hubiera podido ser el perfume de la luz. Tenues hálitos de
trébol, sin embargo, nos llegaban de cuando en cuando de las tiernas hondonadas, como el de
un ardor aún medio soñado.
Vimos de pronto algo claro que bajaba hacia nosotros de la loma de enfrente. Pasábamos en
ese momento por un puentecillo. Bajaba? Parecía detenido. Qué era? Era un corderito? Se
precisaron al fin las formas de un perro. Pero por qué caminaba así? Sería un animal herido? El
corazón me latió más fuerte. Venía por el centro del camino con una lentitud realmente
impresionante. Cuando estaba ya cerca no hizo el más leve ademán de desviarse. A no ser por
los breves pasos al parecer doloridos se hubiera dicho que avanzaba con majestad. Con una
majestad lastimosa y fatal. Pero no era ciego. Venía mirándonos con unafijezaextraña. Con una
mirada que, ¡ay!, yo había visto en una perra apuñalada. Desde qué mundo nos miraba el pobre
animal sarnoso, casi sin pelo, los frágiles palillos de las patas seguramente afectados de
"piques"? Hubimos de darle paso, tocados de cierto respeto y de cierta inquietud como ante un
absurdo fantasma —absurdo por el lugar y por la hora— de dolor condenado. Pero en realidad
aquella mirada me había traspasado. Qué había en ella? Ah, en realidad había tantas cosas que
con hablar de serena angustia de desconfianza y de súplica a la vez, de súplica ya un poco lejana;
de protesta calma, terriblemente calma, no diríamos nada. —¿Qué hacer? —le pregunté a mi
compañero—. Lo llevaría a mi casa. Quizá lo salvara. Hemos curado a algunos animalitos
sarnosos. Hemos librado a otros de los "piques". ¿Pero cómo llevarlo? No tenemos nada para
asirlo. Además, en el ómnibus no me lo permitirían, aparte de que estamos ya a una buena
distancia de la parada. Hacer el camino hasta mi casa todo a pie?
Prosas Los amiguitos 1037

Mi compañero sonrió con una sonrisa razonable aunque ligeramente contrariada: —Sigamos
—me dijo, tomándome del brazo—, no hagas drama. Ya no sufre. Busca un lugar para tenderse
y morir. Seguramente lo encontrará allí, al lado del puente, en el pequeño matorral.
Yo me abandoné. Pero pensé que al lado del arroyito, no muy lejos, había un rancho con
algunos perros. Que éstos lo atacarían. Que quizá la pobre gente los azuzaría.
Ya en la cima de la loma no pude evitar volverme. El perro había cruzado el puente y subía,
subía la otra loma. Siempre por la huella central. No parecía moverse. Una débil mancha blanca
en la luz del camino. Pensé en un camión. ¿Buscaría esa muerte? Recordé el perro enfermo que
entró hacia la mitad del río y se abandonó a la corriente...
Sí, la tarde aún más dulce en la chacra, aunque de una dulzura ahora irreal, un poco lejana,
por momentos ajena. Si, la gentileza amiga tan atenta, de la que yo me distraía, es cierto. Sí, la
laguna como una copa para el cielo, y el rincón del "Ubajay", contemplados como un ligero
sueño, es verdad. Sí, el crepúsculo digno, pero de penumbras y halos con los que no podía yo
intimar. Sí, en el regreso, los chicos semidesnudos que salían corriendo de una carnicería con
un pedazo de hígado, felices de interrumpir esa noche la rutina del mate apenas endulzado y
del trocito de pan viejo, antes de acostarse. Sí, el hombre rotoso y sucio que volvía sin nada de
la búsqueda de la tarde a la "pieza" oscura llena de preguntas. Sí, el dolor clavado en tanto "lecho"
pobre; la agonía solitaria y desesperada en el anochecer de las "salas comunes"; la madre
apretando, por ahí, sola, contra su pecho exhausto, la criatura extenuada "que se va"; y el herido
o la herida que pide a gritos que se le despene; y el torturado de por aquí y de por allá, y los
"campos de la muerte cierta" y los infiernos helados de las ciudades y los pueblos para los tallos
más puros de la vida humana... Sí, toda la agonía que ese momento se debatía en la sombra y
en la asfixia horrible y se golpeaba la cabeza contra un muro espeso y sordo. Sí, pero yo no pude
dejar de ver aquella tarde, aquella noche, aquellos días, el perrito sarnoso que subía con esa
lentitud hacia la muerte. Aún lo veo, como he dicho. Y él me mira desde su pesadilla con una
mirada... Lo veo en medio del camino, casi perdido a lo lejos hacia la cima de la loma. Lo veo
en el centro de una tarde feliz, increíblemente feliz, de principios de primavera.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1038

Paraná: el otoño y la ciudad

ué ha ocurrido por el Parque Urquiza?


Es marzo, mediados de marzo, y el atardecer, de improviso, lo encuentra extrañamente solo.
No hay viento, ni siquiera una brisa fresca.
Ayer todavía las parejas crepusculares orillaban la parte alta, recortadas o desvanecidas casi
sobre el celeste último del noroeste, ajenas, ¡oh!, deliciosamente ajenas, a la "féerie" que se
desplegaba arriba y se encendía abajo entre los collares de las primeras luces húmedas.
Ayer todavía el hombre oscuro y grave midiendo filosóficamente el tapiz terminal de un lugar
de la costanera superior, y el matrimonio apeado de su auto, menos aburrido quizás con el
espectáculo del fútbol placero de unos chicos vecinos o con la animación elegante del minuto
cruzado de algunos coches lentos y brillantes, paseado de algunos trajes que no permitían
ninguna duda-
Ayer todavía unos padres modestos medio perdidos en el aire un poco "azul" aunque muy
atentos a los más ligeros desvíos de sus niños, el bolso de las vituallas ya lánguido, pendiente
de los hombros de él; y unas muchachas también modestas que reían sus secretos tomadas de
la cintura o separándose bruscamente; y los fatales adolescentes con su fútbol en marcha y sus
"palabritas" prontas, y los pilluelos de vuelta, menos detonantes, a pesar de todo, que aquéllos,
con sus resortes disparados-
Ayer todavía el 2 colgado por estallar, se diría, de racimos humanos; y el acoplado fatídico y
el camión militar urgido por el diablo...
¿Qué ha pasado? El mismo "colorado" apenas si trae dos o tres pasajeros melancólicos, tardo,
y con una iluminación repentinamente íntima.
¿Qué ha pasado? Nadie en las terrazas altas, nadie abajo, nadie casi en la avenida Mitre, fuera
de ese ómnibus ahora bastante espaciado y por momentos algo fantasmal. Y ¿por qué también
el río solo? Las lanchas no han variado su horario, las balsas no han variado su horario, sin
embargo. El otro transporte no debe de haberse interrumpido.
¿Nadie? ¿Y esa presencia de un tiempo curiosamente hondo, de minutos abismales que se
abren de súbito en la "suite" más o menos ritual con su melodía de imágenes de estío?
¿Nadie? ¿Y ese vértigo quieto, color de suave angustia que no dora las cosas y los seres sino
que a fuerza de tal y a pesar de su paz atónita, los aspira musicalmente, dejándolos como
traslúcidos en un a manera de vacío sin límites que tiene de la muerte?
Aunque un poeta menos "peligroso" y propenso a ciertas compensaciones, quizás descubrie-
ra allí las esencias preciosas de las mieses celestes que una vaga hoz oscura ha segado no se
sabe cuándo, dándolas al aire, transfiguradas en aire mismo, en una suerte de fiesta mística
final que hace de la aludida avenida Mitre, viniendo del este, un misterio de gloria, ay, con un
sólo celebrante...
O un tantico más complaciente acaso oyera asimismo allí una imposible arpa eólica tocada
por la etérea melancolía con pianísimos y fugas de un ardor también angélico, en el juego de
Prosas Los amiguitos 1039

unos dedos tan flexibles que pasan imponderablemente del roce más irreal al apoyo más intenso
según el color de la frase... Arpa, oh, dolor, para un único oído.
Nadie, pues, o casi nadie, el parque, y ¿por qué?
"Un insensible viento, un viento hecho por poco de silencio", ha barrido todo, mientras arriba
prende las rosas de la fiebre más espiritual y ondula los echarpes menos de este mundo? Un
viento desconocido y paradójicamente extático, que atrae a la vez todo lo mismo que hacia un
centro metafísico, bajo una despedida de flores ideales?
¿Es de esta sutil absorción de la que ha huido, al fin de cuenta, por aquí, sin tener conciencia
de ello, la gente? Si hasta las criaturas ínfimas, si hasta las más "inferiores", si hasta las más
calladas, dan señales, por otro lado, de sentirla... Las cosas mismas aparecen en ella, como en
el vértigo de que hablamos, en una especie de rara transparencia, de más allá...
Oh, la pobre gente ha huido este silencio como naturalmente huye todo aquello que alude
a su gran temor agazapado y que no ha mucho supieron hacer olvidar durante un buen tiempo
los altavoces del balneario cubriendo hasta la medianoche su propia alegría abierta sobre la
playa, la costanera y la barranca, con boleros y anuncios y advertencias que querían imponer
aun a las estrellas.
Pero he aquí que este dulce modo de muerte que pone a prueba la "seguridad" esencial de
todos y de todo, esa decantada fragilidad que parece defenderse con uñas y dientes y explicar
tan feas cosas, y que proyectan todavía más allá del "tránsito" algunas religiones; pero he aquí
que este dulce modo de muerte que pone a prueba también la responsabilidad, acaso más difícil
para quien ha asumido de lo hondo, de lo más hondo, la condición humana frente al infinito,
atisba por todo a la pobre gente con la complicidad del entrecejo vespertino o de la llameada
prima noche. Y es la calle Cervantes vuelta de improviso en casi toda su extensión una regia
agua sola, medio fúnebre, con apenas unos chicos por ahí que se consultan discretamente o
unas mujeres empalidecidas que hablan despacio desde sus puertas como ante una fascinación
que les hace mal y que las llevará ligero adentro... Y son las otras calles que dan al Antoñico,
más pobres por ahí, con escasísimas figuras oscuras, apresuradas hacia la cocina ni más ni
menos que hacia una isla salvadora, o alguna que otra muchacha que ha salido un segundo al
portón y ya la ha ajado un miedo que no sabe... Y es Laprida, más allá del puente, con ese espectro
que apura la vaca, no menos sombra que él, bajo una tempestad invisible... Y es Perú, cerca de
la blancura velada y sus cipreses negros, con los rieles de un destino más eludido que nunca
porque un vago horror amarillo ahora lo hace más sensible... Y es San Martín mismo con su
olvido frivolo que no puede engañar y que busca las tiendas y los cafés para escapar al maleficio
que ha respirado en signos imprecisables... Y es Gualeguaychú también con casi todo el tránsito
acogido a los comercios, como a hogares providenciales ante ese mal lívido y desierto que
insidiosamente lo ha tocado... y ese 6 de ruido y luces que ha asilado asimismo algunas almas
repentinas... Y es 5 Esquinas con un ángel a manera de varita, el índice en cruz sobre los labios,
encima de la estrella del pobre movimiento... Y bulevar Alsina, en fuga por poco sola hacia el
humo de las islas bajo la imposición del mismo ángel... y avenida Almafuerte, con alguno que
otro bólido quimérico y alguna que otra desaprensiva flecha infantil en un hálito, se diría, más
abiertamente triste, en que tiene parte la viudez reciente de las colinas del norte...
Juan L, Ortiz Obra Completa 1040

Son, en fin, todas las calles de la ciudad y de los alrededores ganadas por el hondísimo
hechizo a las débiles criaturas del crepúsculo, corridas así hacia sus refugios circunstanciales
o habituales o trocadas un minuto de cariátides turbadas, cuando no en las imágenes fugitiva-
mente nobles, a fuerza de mudez, de una pesadilla trascendente...
Pero es que la gente, en verdad, no tiene aún una fe profunda que la alce sobre las
"determinaciones genéricas del ser humano": el deseo, el horror de la "muerte", arduos, desde
luego, de rendir totalmente, ni menos el sentido de esa belleza elegiaca en razón de pura, como
tampoco, por cierto, es capaz de "empuñar" el mareo de los abismos, con la decisión entera,
aptitud esta última de sólo aquellos que se desprecian por frágiles y cuyo honor vocacional, se
ha dicho sin embargo, es el de la conciencia terrible...
Ello no obstante, todos pueden hacer suyo "el gusto del infinito" en el acto del amor y pueden
satisfacerlo, además, afirmando sus lazos con el mundo, y no rechazando a éste desde esa
actitud alimentada por un egoísmo encantado que felizmente ya no engaña. Y en cuanto a sus
alianzas con la muerte, ellas son de "los notables para domar a la plebe, pues la conservación
de sus privilegios exige la conservación de la muerte en el planeta", cuya superficie, así, sería
barrida por el soplo ardiente de las explosiones atómicas y emponzoñada durante años por las
radiaciones mortales, si contra esta amenaza no se uniera activamente el simple instinto común.
Contra aquélla que la rodea y la acecha y, mal que le pese, lleva en sí como simiente, ella, sí,
justamente fatal, por los menos respecto de las posibilidades actuales para esta forma relativa
o síntesis fluida que llamamos vida y que no justifica nuestra vanidad limitadora: contra esa,
diríamos, "intrusa natural" que se huele a veces igual al destino, la gente no tiene todavía,
enunciábamos, una fe profunda que la eleve sobre el miedo al darle la intuición de una eternidad
de que ella puede ser obrera o de un dios, si se quiere, que ella es capaz de hacer todos los días
y al que ella por sus actos se incorporaría para siempre...
Oh, entonces, no evitaría este pensamiento que se afina en el limbo y parece mirar y mirar
como ciertos moribundos, o esta pasión deshojada de serafines sin nombre, o esta oración
ardida de la misa del año, no evitaría, sobre todo, pasar "el muro del son y de la furia" para
acceder a esta ausencia en que sube más secreta, es cierto, aunque más libre, la sinfonía sin
límites en que estaría sumergida, precisamente sin pausa real alguna...
Y si aún su sonrisa desapareciera sobre la ilusión de su latido único frente a una imaginaria
nada inminente: si le hiriera el aleteo de lágrimas de las estrellas, y le rozara el escalofrío del
sueño helado por venir para las vidas más humildemente hermanas, todavía desnudas bajo una
desnudez de acero; y si le doliera el descendimiento y la asunción a la vez de tantos visos y
halos y almas y anímulas hacia una memoria abisal y astral: a nuestra gente, a esa gente con
oídos más atentos no le faltaría todavía el grillo del otoño que entre las briznas sin nadie de
algún parque o de algún sitio baldío empezaría a cantar ralamente hasta acordar el estribillo,
cada vez más de rocío y numeroso, de manera que las noches de las hierbas flotaran al cabo,
en un tiempo que querría contraerse, con ese voto viejo de la tierra...
La tierra, así, o una de sus voces más antiguas, le daría por último la respuesta límpida de
esa gracia de equilibrio que nunca falta a la cita en la armonía del mundo.
En las primeras horas graves, bajo ese llanto que comienza a titilar, alto, y esa crecida de
silencio que fluye fantástica y que parece anegar todo, he aquí que unas notas medio perdidas
Prosas Los amiguitos 1041

al principio se dan también a titilar. Pero ellas dicen, quieren decir a los mortales, con una
delicadeza muy sabia y muy madura, como que palpitan desde siglos, más allá del tiempo y del
espacio, anotara Thoreau, que la esperanza no debe morir, que tras el "reposo" los personajes
de la danza se incorporan de nuevo y se anudan de nuevo, intercambiables o fugaces; que del
otro lado del frío y el sueño las ramas tiemblan de alas y se curvan de dones, después, para la
sed y los regresos...
Y ese poeta minimo de las matas escondidas o de los rincones olvidados, salido de la sombra
inmemorial con el dulce "mal del porvenir", semejante en esto a algunos de sus cofrades bípedos
y a algunas tiernas almas de hoy, le diría al mismo tiempo que así como lo que se llamó utopía
social estaba dejando de ser tal y cada hombre podía "ser un sol en la vida cierta de todos", así
también la òrfica se fundiría con ella en una nueva "Edad de oro" para la dignidad mejor del ser
más responsable del paraíso renovado...
Y acaso esa gente recuperaría la sonrisa, bastante serena y segura a la razón ante las
inquietudes quizás últimas de la piedad "oriental", porque en esas primeras formas de un sueño
milenario que se realizan por ahí vería conformemente la garantía del cumplimiento unido o
apenas sucesivo del otro, en el camino de vencer finalmente, bajo las especies recién reales de
la comunión, todos los terrores-
Este sería el milagro de ese fiel espíritu de las raíces que acude siempre, con una simple
sílaba, aunque muy variada de tono, en ayuda del nuestro en sus luchas con el ángel, y lo hace,
gentilísimo, mirar hacia adelante...
Juan L, Ortiz Obra Completa 1042

La inundación

S i alguien necesitara una prueba de la gravedad de nuestro problema social, esa prueba,
creemos, podrían brindársela las inundaciones. En los terremotos o en otros excesos o
reacciones de un planeta que no parece muy dormido, el "azote" es casi siempre general. Por
otra parte, el horror de la guerra moderna no se detiene en determinada clase social aunque
sean las más castigadas sus principales víctimas o las que le aportan lo más grueso de la ofrenda.
Se dirá que entre nosotros los hacendados: los grandes, los medios y los pequeños, sufren
también los efectos de las grandes crecidas. Que los sufren asimismo los comerciantes de toda
categoría de las zonas bajas próximas a los grandes ríos o establecidos en la periferia de las
poblaciones que da hacia las riberas. Que hay mucha gente no precisamente pobre que sufre
trastornos sin número con las dramáticas y a veces rapidísimas "salidas de cauce". Cierto. Pero
no podrá negarse que quienes sufren más estas salidas son las clases más desheredadas. A tal
punto que los que ignoran la seriedad del problema que ellas plantean encontrarían entonces
oportunidad para apreciarla. ¿Apreciarla? ¡Ah, qué fría nos parece la palabra ante el cuadro que
se desarrolla entre el "Antoñico" y las instalaciones de Y.P.F., para no hablar sino de lo que
tenemos a la vista!
Se dirá también que las carpas son relativamente cómodas y que mucha gente cuya comida
estaba librada a los azares de la pesca y de la limosna, ahora se alimenta en forma más o menos
regular, conforme a la ayuda que se le presta. Verdad. Pero hay que mirar dentro de las carpas,
hay que ver los niños de pecho semidesnudos, sentados sobre el piso de tierra, llorando, solos,
en medio de la indiferencia de las tres o cuatro "familias" amontonadas bajo las lonas que ahora,
por otro lado, no deben de ser muy protectoras contra al viento húmedo y frío de la noche-
Hay que ver lo que se "cocina" delante de las tiendas; hay que ver los chicos con harapos; hay
que ver las viejecitas y los viejecitos, no mejor vestidos, sin tener dónde sentarse... Hay que
pensar en las muchachas, oh señores de la moral, necesitadas de despojarse de los últimos
restos del pudor —las muchachas pobres no pueden conservar toda la natural delicadeza— en
la promiscuidad a que han sido condenadas— Hay que ver muchas cosas allí y hay que pensar
en otras tantas...
Asistimos a un desembarco. Un canoero pobre, quizá de la familia, había concurrido para
auxiliar a ese grupo isleño formado por una mujer de edad, dos chicuelos, el fatal perro y las
no menos fatales gallinitas. Acaso el agua no dio tiempo para el cochinillo y la oveja, o acaso la
carga era ya demasiada: un colchón viejo y roto, unos troncos, y tarros, tarros...
El "aterraje" era un acontecimiento en el lugar pero no se le prestaba más atención que a los
otros, y eso que la pobre gente parecía estar dispuesta a cualquier novedad y hasta parecía
desearla y ya gustarla, impresión que hace que muchos resten importancia al drama que ella
vive casi inconscientemente, es cierto, muchas veces. Sólo algunos chicos que pescaban cerca,
en la laguna allí formada, no perdían nada de la escena.
La mujer se puso en seguida a hacer fuego, al lado mismo de la canoa. ¿Dormirían esa noche
al raso por no haber ya tiempo para los trámites que requería el alojamiento en algunas de las
Prosas Los amiguitos 1043

carpas? Una noche al raso con los hijos y el perro y las gallinas, todos amontonados, ellos, es
verdad, sobre el colchón, pero apenas cubiertos, quizá por algunas bolsas y algunos trapos
viejos-
La tarde, en tanto, caía del cielo como una flor perfecta y encendía la laguna con pétalos de
un rosa transparente.
¡Cuánta gente en el camino hacia la ciudad! Gente que venía de ésta o que regresaba de otra
parte de la costa. Gente del barrio en sus últimas y azarosas y acaso negativas diligencias. Una
extraña animación. Gente casi toda desarrapada. Gente algo triste y silenciosa. Mucha, sin duda,
de las carpas. De esa que se lleva de aquí para allá cuando los ríos se desbordan, amontonándola
en tiendas y galpones, y que hace tan patente y dolorosa la injusticia histórica...
Luego, luego... aparte de que la voluntad del cielo y de la tierra y de los mares, respecto de
ciertas determinaciones que parecen fatales, no está muy por encima de las posibilidades
humanas, y así la lluvia, "culpable" de avenidas como éstas, abandonaría sus caprichos y sus
ritmos propios o esas leyes relativas que le ha creado el azar o el caos de nuestro "orden", ay,
tan metafisico y sangriento a la vez, aunque felizmente condenado; abandonaría su personalidad
"divina" para asumir otra más humilde, si que no menos graciosa y etérea, oh poetas; más
humilde y flexible al servicio de las criaturas que la hubieran menester... aparte de esta
perspectiva, de ya no imposible realización según algunas prometedoras experiencias llevadas
a cabo por ahí está la más inmediatamente factible de la derivación de tanta agua como se nos
da de manera tan loca y despiadada hacia el riego de las regiones áridas o de insuficiente
humedad o de aquellas mismas cuyo régimen meteòrico ha sido alterado por el crimen forestal,
anejo también al "orden" del provecho...
Oh, la gracia de los canales largos, transfigurados en ríos, si bien ocasionales o periódicos,
no menos fecundos para la sed de los paisajes, con todo lo que significa el agua en cuanto a los
bienes profundos o posibles de las tierras que atraviesa y las relaciones propicias, de todo orden,
que en la aventura humana ella supone...
Oh, las futuras ciudades nuestras, por ejemplo, asomándose a los cielos fluidos que las
unirán, allí donde ahora es la pesadilla de la sal y de la arena y de la piedra y de esa tortura gris
y pálida de vegetales y de hombres... (No, no queremos para lo humano esas compensaciones
y ese equilibrio, esa nobleza ascética de que han hablado en prosa cómodamente ascética, desde
ambientes muy muelles, "Dones" muy ilustres, y que cuesta tanto al algarrobo... Las luchas y
las tensiones se darán en otros planos, cada vez más altos...)
Oh, los mismos "mares" nuestros, recién favorables y gentiles y solícitos y familiares dioses
guaraníes, "depresionados" por aquellas arterias abiertas hacia los arroyos restituidos, y éstos
a su vez aligerados por una red de finos conductos, todos de luz, ciñendo los cultivos ahora
"racionales" y "rotados" y uniéndose a las cañadas vivificadas hacia el corazón de los montes
replantados y sus hamadríadas nativas...
Es de este modo cómo lo que al fin de cuenta resulta de una incapacidad social muy
condicionada, no del todo consciente, es cierto, o de esa "júnglica" moral —con perdones a la
jungla— del "sálvese quien pueda", es capaz de devenir —ya deviene— un beneficio común.
¿No es acaso uno de los privilegios y una de las responsabilidades del hombre "sublimar" sus
"instintos" y los de ese mundo de que es parte en valores objetivos de varia índole y categoría,
Juan L, Ortiz Obra Completa 1044

que a su vez fecundarán y orientarán dichos "instintos"; volver el "enemigo" y lo desconocido,


amigo y luz; reducir lo elemental a armonía y conciencia; hacer de la fiera cósmica un dócil niño
casi mágico?
Ello está, por otra parte, con los signos y los símbolos de las distintas épocas, en las religiones
y morales y mitos que han dado su forma y su solución al conflicto, y se ha hecho ya si bien con
las limitaciones y contradicciones de los intereses dominantes.
En verdad, si hay que resolver dicotomías que se han vuelto trágicas, entre otras razones
para tarea tal no es la de menor importancia ésta relacionada con la necesidad de la especie de
unirse contra esas fuerzas que se le enfrentan y que le recuerdan tan peligrosamente su poder,
pues ella toca a nuestra propia subsistencia como lo señalaran, a través de los tiempos, bellos
espíritus que supieron mirar más allá de los egoísmos de su clase.
Comentarios
Hojillas de laurel
Prosas Comentarios 1047

En la Peña de Vértice

N o sin escrúpulos me atrevo a hablar ante vosotros que habéis conocido la palabra de César
Tiempo, Henríquez Ureña, Amado Alonso y Mastronardi. Tan prestigioso título me llena de una
a manera de vergüenza. Cómo, con los ecos aún de tales voces, se atreve la mía a interrumpir
la armoniosa resonancia? Sírvame de excusa la imposibilidad de rehusar la gentil invitación de
este Centro, dada la simpatía especial que a él me une, tal como ocurre con un amigo a quien
no podemos negar aun aquello que exige el sacrificio de algo que singularmente apreciamos:
el pudor mental, referido a la defensa de nuestras flaquezas y limitaciones espirituales.
¿Qué podría yo deciros que provoque vuestro interés?
He vacilado mucho al elegir el tema, y al fin he decidido charlar sobre algo que me pareció
de alguna oportunidad ahora que la poesía de cierta calidad goza de una relativa difusión. Este
algo es lo que un poeta español ha llamado "coherencia lírica".
Está de más advertiros que no he tenido la más tenue intención docente, porque no tengo
nada que enseñaros. No quisiera, además, que ni mi voz ni mi ademán, ajenos como son, en
cierto modo, a nuestra actitud íntima frente a los demás, asuman el más ligero matiz magisteril.
Que sea esta charla un simple pretexto para comunicarme con vosotros, con la forma jay! un
poco dura o individualista, soliloquista, extraña a la gracia flexible de la auténtica conversación,
en que nadie se destaca ante los demás y en que colaboran todos en una suerte de melodía viva
de sugerencias en que ni la voz, ni la palabra, ni la frase, se cierran, porque no cabe una expresión
neta, concluida, de nada.
¿Por qué se habla ahora de "coherencia lírica"? Querrán los poetas vindicar la lógica secreta
y profunda de sus poemas ante las masas invasoras que levantan como estandarte la lógica
todopoderosa? ¿Querrán ellos también exhibir su técnica, en tiempos de técnica? ¿Habrá en
esto un a modo de sutil contagio? ¿Se habrán contagiado ellos también de esta rehabilitación
del oficio? ¿Por qué esta apelación reiterada a una lógica distinta, pero lógica al fin? Nuestra
época, ciertamente ha recibido el impulso de una inteligencia que se venia afinando hasta lo
inverosímil, y no ha podido detenerse ni aun ante los más delicados misterios de la religión y
de la poesía (en el aspecto lingüístico de esta última también se ha ido lejísimo) bien que para
renovar al fin el respeto que se debe a las fuentes profúndas de la vida, un respeto muy
iluminado, es cierto, o descubrir, o intuir, o adivinar la lógica especial que gobierna los
fenómenos más misteriosos e inasibles.
El momento, por otro lado, parece ser de índole clásica, por el predominio de la inteligencia
que de su faz disociativa pasa ahora a la ordenadora o constructiva, aspecto este último que
revela, a su vez, el impulso moderno hacia una unidad viviente, personal, social y cósmica.
La inteligencia, entonces, ejercitándose sobre todo, no sólo llegó a ordenar y a suscitar el
azar poético (Paul Valéry) sino también a encontrar la lógica sutil del poema, semejante en
cierto modo a la de los sueños, que tanta influencia había tenido en el movimiento subrealista.
En realidad se trata de una mera consecuencia de las teorías vitalistas en las esferas del arte y
de la religión, aunque se hablara de una suerte de mecanicismo, en la forma de una rehabilita-
Juan L, Ortiz Obra Completa 1048

ción de aquello que aparecía como ilógico e inconexo. Poetas y pensadores de todos los tiempos
ya habían sospechado leyes y relaciones especiales en los modos del arte y los fenómenos
anímicos que chocaban con la comprensión corriente, aunque dichos modos y fenómenos,
desde luego, no solicitaran la inteligencia sino la sensibilidad, pero ésta funcionaba dentro de
las convenciones que emanaban de aquélla. La inconexión aparente en el hecho artístico no es
de ahora, entonces. Sólo que el romanticismo y sus variadísimas secuencias exaltaron, con el
predominio de la subjetividad, dicha inconexión, la que en cierto sentido podríamos llamar
clásica en razón de su frecuencia a través de la poesía auténtica de todos los tiempos y escuelas.
¿Pero en qué consiste esta coherencia lírica de que ahora se habla? He divagado demasiado
sin haberla aún definido, en mi intento de relacionar su mera mención en ciertos apartados
dominios de la teorética lírica con otros fenómenos, ya que creo que no hay ningún hecho
aislado, que todo se relaciona, que todo tiene sentido, que todo es símbolo, como decía Goethe.
No es de una difícil claridad que nuestro intelecto aisla las cosas sólo para dominarlas, orientarse
entre ellas, o en razón de nuestros intereses sociales, de comunicación. (Bergson).
¿Qué es, entonces, la coherencia lírica? Moreno Villa la define como "el verbo de la poesía
que vive de relaciones felices y profundas que no pueden comprobarse con normas lógicas,
pero que sacuden alegremente la fantasía y llegan certeramente a donde tenían que ir".
Azorín, por su parte, refiere la poesía "inconexa" a la juventud y le parece difícil imaginar un
viejo, un hombre caduco, escribiendo, imaginando, urdiendo, uno de esos poemas en que las
cosas, las sensaciones y las ideas danzan una bella y agitada zarabanda. No es, sin embargo,
difícil imaginar un auténtico anciano complacido en un fantástico baile de color, pero no se trata
de ninguna distracción ligera que contradiga la tendencia senil "de ir al fondo de las cosas", de
no "mariposear sobre ellas", de urdir difíciles y arduos conciertos de cosas —"porque ellos sin
querer, cuando su visión del mundo es exacta, si a lo largo de su peregrinación por el mundo
han recogido experiencia, calan de una vez la hondura de las cosas y con cuatro palabras
sencillas, cordiales, llanas, claras, nos dan un resumen de todo lo que en el mundo han visto"—
pero no se trata, decía, de un juego frivolo peculiar a los jóvenes y posible en los viejos, sino de
algo más profundo, como reconoce más adelante, que tiene la apariencia del desorden, algo
que tiene "una conexión y ligamen profundo en sus entrañas", "poesía inconexa en la apariencia,
pero poesía profundamente lógica y compacta" que hace que el lector, el amante de la poesía,
luche más y trabaje con más ahínco para encontrar la médula de la buena y original poesía.
¿Trabaje con más ahínco? ¿Requiere un trabajo intelectual la poesía moderna? Antonio
Marichalar apunta a este propósito: Valéry es quien entiende que Stendhal se propuso "ser
verídico hasta la falsedad. Stendhal era la prosa, la torpeza hábil". El poeta, al contrario, habrá
de mentir hasta alcanzar la certeza. Sincero, proclama su embuste. Es inútil irle cara a cara
porque él opera al sesgo siempre. Quien pretende desentrañar el supuesto sentido esotérico,
encontrará la decepción viscosa de un elemento primordial entre las manos. Es pueril traspasar
el encanto, vencer la resistencia que nos sostiene en vilo lírico. "Los delfines van nadando por
lo más alto del agua", canta Góngora. "Manténgase en una línea de flotación exacta quien aspire
a gozar la poesía. Donde parece duro jaspe, allí está clara el agua. Lo demás será barro de orilla,
flora encenagada, y al fondo fauna turbia, medio asfixiada. Sobre el mar, aire al sol haciendo
Prosas Comentarios 1049

resonar las caracolas; música, que no poesía viva. Ésta sólo se capta manteniéndose a flote allí
donde la sirena hace ver que no es pez ni mujer, y afirma su arbitrariedad de mentira desnuda".
No se ha de olvidar que el poeta vive en vilo, cuidando de no gravitar, de no hacerse
penetrante. Hay que buscar la poesía allí donde él puso, leve, la planta. Y no suponerle un
designio (no ponerse pesado). Si hubiera querido decir otra cosa más simple, la hubiera dicho.
Un paso atrás, la oficiosidad crítica. La poesía ha de leerse entre líneas. La defienden los firmes
barrotes de sus versos y hay peligro de cogerse la cabeza entre ellos. Y si rejas, para qué votos?
No era "poesía inevitable" la que es susceptible de ser puesta en claro, en prosa. Si hay arte, no
cabe explicación; y si cabe explicación no hay arte. El deleitante trata de complicarse. El poeta
dará la vuelta al mundo en línea —poéticamente— recta siempre.
Richard Hughes cuenta el caso de cierto bailarín a quien se le pide una sucinta explicación
de un baile suyo: "Si pudiera expresarlo en las palabras, no sudaría tanto para trasmitir su
sentido". Lo que quiere el poeta es devoción alerta. "Hay que leer mis versos simplemente",
recomendaba Mallarmé. "Y ofrecer el espíritu en carne viva. Otro instrumento es quien tira de
los sentidos mejores. No detengas a Ariel que va de vuelo. La lógica de los poetas no necesita
recurrir a Hegel para enlazar conceptos contradictorios. Como no representa lo que dice logra
una creación con sólo el enunciado: cuadrado redondo". Más adelante, en su libro Mentira
desnuda, dice el mismo Marichalar: "El artista es el hombre a quien nunca le basta lo que tiene
a mano. Pero como el científico necesita, para la exploración, pertrecharse: un léxico, un
sistema, una clave". La dificultad está en distinguir cuándo el vocabulario convencional condi-
ciona a la idea, hasta el punto de crear un estilo, a cambio, algunas veces, de un sistema. Más
que ponerse de acuerdo sobre el significado de cada palabra, importa luego acordarse de la
identidad del concepto que ha de ser expresado por el verbo. Imaginad a Tintoreto ensayando
su rojo inconfundible en la tintorería de su padre; Tiziano, armado de un mortero, machacando
para sus confines azules, lapislázuli. Así fracasa Góngora, el universo entero, para obtener
esmaltes, alas, gemas, que le sirven de lenguaje. Joyce, que se nutre de raíces, crea para su
único uso, todo un vocabulario cuya correspondiente significación no se halla en ninguna parte.
Pero al hombre de ciencia no le basta, tampoco, ese verde del mar, ni ese azul del cielo, y
acude a una fórmula. Inventa la mentira de alguna convención rigurosa, como es una lente
deformadora y precisa. De este modo obtiene la revelación de la realidad última. "La poesía da
al poeta lo que las ecuaciones al matemático", concluye Ezra Pound. Esto es, medios exactos
de expresión para formular lo inefable.
Os ruego me excuséis la extensión de estas citas. La poesía, entonces, no requiere compren-
sión, sino devoción alerta. Y el procedimiento para lograr aquélla supone la presencia de una
instancia superior a la cual debe obedecer: la idea poética central. Si nos emocionamos
poéticamente, es porque tal procedimiento ha rendido con eficacia la calidad poética de dicha
idea. Así la piedra de toque de la coherencia interior del poema es la plena emoción poética que
él suscita en quienes son capaces de aquella "devoción alerta" que decía Marichalar.
¿Será necesario que ejemplifique esta lógica sutil con algunos poemas modernos? Porque
insisto en que la incoherencia exterior ha existido siempre sobre todo para la gente que asistía
a los movimientos de sensibilidad con esa lentitud de adaptación que la ha distinguido. Lo cual
indica que dicha incoherencia (hablamos, desde luego, de la poesía auténtica) no ha existido
Juan L, Ortiz Obra Completa 1050

ni existirá, siendo una simple manera de aludir a las reacciones de determinado género de
lectores. Si ahora hablamos de ella es, dijimos al principio, porque creemos oportuno, dada la
difusión que ahora tiene la poesía más calificada, dejar entrever el orden delicadísimo que la
informa.
¿Será necesario, decía, que os demuestre dicha lógica? Sobre que es un lugar común que la
poesía no admite ninguna explicación lógica, lo mejor de la moderna (Eliot, Ungaretti, Reverdy,
Eluard, etc.) profundamente antiretórica o descarnada se halla sostenida por un equilibrio de
tal índole que se diría sólo reside en el tono. Dije que la inconexión externa siempre había tenido
cierto género de existencia, pero quería repetir también que su reverso —distinción falsa ya
que no tienen realidad el fondo y forma de las viejas retóricas— la coherencia interna, con el
movimiento subrealista cambió de sentido; o mejor dicho, se enriqueció porque incorporó o se
asimiló, de un modo a veces excesivo que trajo el peligro de la mediumnidad lírica erigida en
sistema o mera retórica, el asunto riquísimo y vago de la subconsciencia gobernado por una
lógica cuyas leyes parecían descubiertas. De este paradójico orden se pasó luego, por el breve
y delgado puente de la poesía, asaz enrarecida, a lo que mejor podríamos llamar superrealismo,
con sutiles relaciones con el primero y que aludía a la zona casi angélica que se ubica sobre la
conciencia ordinaria. La poesía que nace en esta esfera es de un carácter más diáfano que el de
aquélla por la purísima sencillez expresiva que ha asumido en ciertos poetas (Rainer María
Rilke, por ejemplo, aunque sus últimas obras no corresponden por la fecha a dicho movimiento).
Sencillez expresiva a que se ha llegado por una riqueza de delicadísimas experiencias y cuya
especial ternura hace deslizar también la sensibilidad del lector. A esta sencillez parece referirse
Azorín al hablar de la poesía que se hace en la madurez o en la vejez. Y a tal movimiento
podríamos referir la advertencia de Juan Ramón: "un éxtasis que no mate lo vivo", quien además
nos da las palabras para resumir las características de dicha poesía: "evidente y secreta, como
el agua, el desnudo, como la rosa".
Habéis visto que he comprimido demasiado la historia literaria. He hablado solamente de
los hechos últimos que me parecían más significativos respecto de mi punto de vista, porque
como el subrealismo revelaron, tras su aparente caos, un nuevo orden, un nuevo sistema, un
nuevo método lírico, tan cierto me parece que nada hay que se produzca en las esferas de la
vida y del espíritu que no signifique una nueva modulación de la divina energía creadora, y en
este sentido hasta el dadaísmo, respondiendo al anhelo de una generación que quería volver a
la más lejana pureza, tuvo no sólo su razón de ser, sino también su especial coherencia. Los
ilógicos somos nosotros que tenemos un concepto demasiado simplista y rígido del orden. Pero
acaso mi concepto de éste tenga demasiada flexibilidad. Adhiero, sin embargo, a la distinción
de los dos dinamismos que establece el mismo Jiménez: "Hay dos dinamismos —dice éste—,
el del que monta una fuerza libre y se va con ella en suelto galope ciego; el del que coge esa
fuerza, se hace con ella, la envuelve, la circunda, la fija, la redondea, la domina. El mío es el
segundo. Y añado, con la fuerza removiéndose dentro de mi abrazo. Fuga perdida sin dominio
de lo dinámico, es romanticismo; dominio sin fuerza dentro, academicismo; clasicismo, dominio
retenedor de lo dinámico. Clasicismo es orden, sí; pero no orden exterior que clasifica, que
coloca las cosas en su sitio, sino que las 'mete en cintura'. Clasicismo: secreto pleno y
exactamente revelado".
Prosas Comentarios 1051

Éste parece, por lo demás, ser el concepto que del clasicismo tienen algunos poetas actuales.
Benjamín Cremieux, anota, de otro lado, que la poesía vuelve a su condición esencial: el ritmo,
con ligeras preferencias hacia los metros regulares, sin rima. Hay, además, un estricto ajuste
del poema en torno de una idea central de la mayor pureza lírica, lo que apenas admite las
necesarias apoyaturas. Y lo que se ha llamado invisibilidad de la imagen, con un ritmo más o
menos acentuado, casi interior.
Todo esto significa, al revés de lo que cree la opinión corriente, la obediencia a las leyes
fundamentales de la poesía, que se habían confundido con las de la versificación, con los
números obligatorios, con las rimas, con las formas fijas, con todo aquello arbitrario que
constituía una materia resistente. Cierto, el poeta se pregunta una vez más si no es en la forma
sincera, la de los versos hablados, pero hablados de boca cerrada, donde se encuentra la
verdadera libertad, la innovación de las rimas viejas tan bellas por consiguiente de conservar
cada vez que ellas se nos imponen en su pureza real, sin artificios; mas él nos hace sacudir, a
todo precio, los pesados encadenamientos, los compartimientos bien terminados, el adormeci-
miento de los dulces ronroneos del gato familiar.
La poesía de post-guerra tuvo el gesto magnífico de desembarazarse de aquello que
anteriormente había dado a la poesía cierta cualidad de cosa lujosa, de adorno, cuyo fin parecía
consistir en la búsqueda de un efecto simpático. Ganó así en autenticidad, en intimidad, lo que
perdió en sensualidad, graciosa ésta y bellísima a veces, pero que muy raras veces podía aliarse
a la muy especial probidad que se hizo consubstancial del arte y que ya había encarnado tan
heroicamente Mallarmé y luego Cézanne. Fue también, entonces, un imperativo ético lo que
aligeró la poesía y la lanzó a pruebas dificilísimas de equilibrio que le dieron la aptitud muy
noble de bastarse a sí misma, de sostenerse, en el aire, sólo con sus recursos, de modo que
diera ocasión de decir que estaba hecha de palabras. "De palabras, mas de qué palabras! De
palabras muy lejanas, las más escondidas y las más desnudas, las más y menos poéticas, y de
relaciones entre ellas, imprevistas".
Pero el retorno hacia la unidad del poema debía ceñir más estas relaciones o referirlas más
rigurosamente a lo que podríamos llamar su centro vital. Veríamos cómo cada palabra con su
perfil, con su color, con su temperatura, con las varias expresiones de su individualidad sensible
y psicológica, se subordina a la imagen principal, colabora con su exhalación particular de la
formación de esa atmósfera especial que debe rodear dicha imagen. Anteriormente esta unidad
se buscaba por caminos no muy limpios. La poesía moderna ha reducido sus elementos y los
ha afinado de tal modo que se hacen casi imperceptibles. Aunque una valiosa parte de ella, con
Valéry y sus discípulos, se expresa en metros regulares, otra no menos valiosa piensa, con Juan
Ramón, que para que la poesía sea lo que nosotros queremos, es el verso libre, blanco, desnudo;
y para que sea lo que ella quiera, el consonante, el asonante, la medida y el acento exactos.
Esta unidad cerrada del poema que ahora tiene la extensión de un libro se revela maravillo-
samente en el último de Salinas que con Guillén constituye lo mejor de la poesía española actual.
No resisto a la tentación de leeros una composición del libro IM VOZ a ti debida, que refleja a su
vez la perfecta construcción de éste:
Juan L, Ortiz Obra Completa 1052

Ya no puedo encontrarte escapada también tu forma ausente


allí, en esa distancia, precisa con su nombre, que aún no llegó de la sabida ausencia
donde estabas ausente. donde nos reuníamos, soñando.
Por venir a buscarme Tu sola vida es un querer llegar.
la abandonaste ya. Saliste de tu ausencia En tu tránsito vives, en venir hacia mí,
y aún no te veo y no sé donde estás. no en el mar, ni en la tierra, ni en el aire,
En vano iría en busca tuya allí que atraviesas ansiosa con tu cuerpo
a donde tanto fue mi 'pensamiento como si viajaras.
a sorprender tu sueño, o tu risa, o tu juego. Y yo, perdido, ciego,
No están ya allí, que tú te los llevaste; no sé con qué alcanzarte, en donde estés,
te los llevaste, sí, para traérmelos, si con abrir la puerta nada más,
pero andas todavía o si con gritos; o si sólo
entre el aquí, el allí, llenes mi alma me sentirás, te llegará mi ansia,
suspensa toda sobre el gran vacío, en la absoluta espera inmóvil
sin poderte besar el cuerpo cierto del amor, inminencia, gozo, pánico,
que va a llegar, sin otras alas que silencios, alas.

Advertís "un cuerpo poético perfecto, una sustancia palpable con el juego de relaciones y de
correspondencias íntimas de la arquitectura, la unidad orgánica, en fin, que en todo tiempo se
ha exigido de un poema, realizado aquí con el sentimiento inmutable de toda eternidad de esto
que debe ser la construcción, el esqueleto indudable de la obra poética, y a la vez con un espíritu
de modernidad difícil de superar", como apunta Quiroga Plá?
Hemos aludido a la técnica peculiar de determinados movimientos literarios, los cuales no
excluían, desde luego, la técnica individualísima de cada poeta.
Cabe considerar, aunque brevemente, un punto de vista más alto o más profundo que se
relaciona con el asunto de que charlamos. Considerar la imagen, lo que apresuradamente
llamamos imagen y que alude a una esencia que no es sensible a nuestra inteligencia, desde el
punto de vista que lo hace Roland de Renéville. Es decir, relacionando la creación lírica con el
drama del engendramiento del mundo al que parece aquélla reproducir. Así, dice él "que las
leyes físicas de la energía cuyas palpitaciones primeras se manifiestan bajo las formas impon-
derables de la luz, para expresarse luego en materia más densa, diferenciarse en reinos, y
remontarse por último a través de los tramos de la creación, hasta las fuentes vibrantes de su
origen, se le antojan copiadas, calcadas, por las actividades del espíritu humano cuando éste,
fecundado por los estremecimientos de la poesía, alumbra un ritmo en el que surgen bien pronto
unas figuras definidas, netas, que se refunden muy luego y terminan por reintegrarse a la
inmovibilidad palpitante que presidió su aparición". Y luego demuestra, con algunos ejemplos
franceses, las posibilidades negativas o creadoras de la imagen, reveladora ésta de las direccio-
nes metafísicas a través de la historia. La imagen reflejó, entonces, la actitud esencial del alma
ante lo absoluto, lo que determinó un procedimiento especial de disociación y de integración,
en una palabra, la técnica más secreta y a veces inconsciente del poema, en coherencia
fundamental que respondía aquí a las últimas respuestas al cosmos. A esta luz, la incoherencia
aparente de nuestros contemporáneos (esas aproximaciones curiosísimas entre objetos incon-
Prosas Comentarios 1053

ciliables en apariencia, esas traslaciones de la significación de una palabra a otra palabra, etc.)
que perseguían las búsquedas de Lautréamont, debíanse "a que el pensamiento, una vez
abandonado a su propio curso, reúne con trémula rapidez las relaciones aprehensibles entre
las cosas, de tal suerte que suija de ellas esa revelación de la unidad, a la que puédese definir,
desde luego, como el objetivo al que, en todas las formas, tiende la conciencia humana".
Tendríamos, entonces, que estas aproximaciones de realidades lejanísimas, "esas yuxtaposicio-
nes, esa realidad única siempre imprecisa y cercada por sus correspondencias, significaban el
método de sensibilizar al mundo en busca de una imagen esencial. La poesía hace vivo y sensible
aquí lo que las metafísicas contemporáneas han buscado y hallado en algún modo, no sin cierto
apoyo, en verdad, en las más valiosas experiencias científicas". La técnica imaginística, lo que
da esa apariencia de inconexión a la poesía moderna, es resultado, lo repetimos, de la actitud
más profunda del alma actual expresada en la lírica. La técnica se conecta aquí con las formas
más puras, más nobles de la vida hecha espíritu enfrentado con lo absoluto, por lo cual adquiere
ella su mejor significación, lejos de los peligros a que varias veces estuvo expuesta a través de
la historia por haberse librado a su sola lógica, malogrando todos los refinamientos y sutilezas
que hubo de alcanzar, porque no servían éstos a ningún lirismo, a ese élan hacia lo absoluto
que debe estar antes que toda técnica.
Excusadme estas debilidades mías para con las seducciones de los varios puntos que debía
simplemente rozar en beneficio de la más elemental coherencia de esta charla, en gracia a la
declaración de lo que he querido decir, y que es lo siguiente:
La incoherencia lírica ha existido siempre para las sensibilidades lentas.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1054

Mayo y la inteligencia argentina

G r a n parte de la inteligencia argentina se ha desarrollado, desde fines del siglo pasado, ajena
a los ideales de nuestra revolución. La explicación de este fenómeno se podría hallar en la
necesidad muchas veces ficticia y otras inexplicable del instrumental técnico que requeriría su
expresión, instrumental que había que buscar en medios más cultivados y donde el mismo, es
cierto, respondía a una experiencia distinta, más extensa y más profunda, lo que no le restaba,
sin embargo, su valor universal, como eran asimilables las conquistas logradas en otros aspectos
de la actividad de dichos medios.
Ya en posesión de los últimos recursos expresivos, la misma inteligencia continuó girando
en cierto modo sobre sí misma o atenta sólo a problemas o preocupaciones de reflejo, bien que
algunas veces muy a su pesar dio forma negativa a las reacciones que eran de la clase social en
que ella podía considerarse inscripta, también a su pesar. Ninguna conciencia de sus orígenes
históricos ni ningún sentimiento de solidaridad social que la ligara al grupo humano incorpo-
rado a la historia desde mayo. Un individualismo que se estimaba elegante también por reflejo
europeo o por determinaciones que escapaban a su control, era su característica.
La intervención posterior de otras fuerzas sociales en el escenario de la patria debía traer un
cambio en la actitud de nuestra "élite" pensante. Se empezó a estudiar los orígenes de nuestro
movimiento emancipador con métodos más modernos, más flexibles y más amplios, a cuya luz
nuestra revolución aparecía como una aspiración por cumplir y la figura de nuestra nacionalidad
como una obra, de modelación indefinida, abierta sobre un tiempo infinito.
Los lazos que nos unían a las generaciones que a lo largo de más de un siglo se habían dado
a la tarea de proseguir la revolución, se establecieron. Y las figuras más significativas de estas
generaciones aparecieron con una luz nueva que la tornaba de una actualidad vivísima, como
en el caso de Gutiérrez, en algunos aspectos de nuestros problemas expresivos.
Y no solamente emprendieron nuestros intelectuales más honestos una toma de posesión
del acervo cultural ligado a los ideales de mayo, sino que también se produjo en la sensibilidad
de los mejores un cambio de actividad con respecto a nuestro paisaje telúrico y humano. Recién
se empezó, tímidamente, es cierto, a "ver" en torno nuestro, a tomar contacto con las cosas y
los hombres de nuestro alrededor, si bien ello lógicamente se hiciera sin la suficiente pureza y
humildad para que su realidad íntima se transfigurase en imágenes de arte. Estados de espíritu
extraños, aparte la relativa afinidad "intemporal" de ciertas almas o su coincidencia emocional
de época, se interponían entre la nuestra y el matiz particular que correspondía a sus reacciones
ante una realidad con características especiales.
El logro de este matiz se dará cuando una conciencia humana y artística más veraz y auténtica
se haya formado como consecuencia de una mayor profundización de nuestra personalidad y
de un conocimiento más delicado, por ende, de sus vínculos y responsabilidades. Cuando estos
vínculos y responsabilidades lleguen a ser un sentimiento y, por así decirlo, sangre de nuestras
vidas, una poesía y un arte propios florecerán naturalmente. Todo lo demás tiene un sentido
Prosas Comentarios 1055

nobilísimo de programa o de bandera pero no llega a afectar la sensibilidad de nuestros


creadores.
En este proceso de ahondamiento de nuestra individualidad, nuestra conciencia histórica,
nuestra sensibilidad histórica, pueden jugar—jugarán— un papel de importancia. El sentimien-
to de nuestra tradición revolucionaria y de los ideales que nos dieron vida como nación, está
estrechamente ligado a la conquista de nuestra alma individual y colectiva y al arte, por lo tanto,
que pueda surgir de ella. Esta alma no se conquistará por la mera contemplación o por un
conocimiento desasido de la acción que impone el cumplimiento de dichos ideales o su defensa
tenaz frente a las fuerzas de la reacción siempre en acecho. Y más en estos momentos en que
tales fuerzas, con el apoyo foráneo, quisieran retrotraernos a la Colonia.
La inteligencia argentina tiene así ahora una doble responsabilidad militante y creadora: la
del resguardo y la ampliación de las conquistas logradas con tanta sangre y sacrificios y la de
promover, con la acción, el pensamiento y la sensibilidad unidos, el nacimiento de nuestra alma
hecho una sola cosa con nuestro paisaje y nuestras gentes. Sólo así seremos dignos de Moreno
y de Echeverría, de Gutiérrez y de Hernández. Mayo sigue siendo una gran responsabilidad
para quienes sienten que la patria es una cosa en marcha que nos exige cada día mayores
sacrificios y sobre todo un sentimiento más fino y fuerte de una continuidad histórica, abierta
sobre una perspectiva ilimitada de justicia y de belleza para todos.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1056

Sobre la historia

P e r o nosotros tenemos historiadores —me dijo mi amigo con quien conversaba sobre
historia—. Tenemos muy buenos historiadores.
—No —le contesté— ésos no son historiadores. La historia es una disciplina muy seria que
exige una cultura también muy seria. Desde que se constituyó, distintas tendencias, reflejo del
progreso social, con los consiguientes métodos, la han venido trabajando. Si se quiere ser un
honesto historiador, es necesario el conocimiento de estas tendencias y de estos métodos, y
decidirse por las que ofrecen más garantías de "objetividad" o una visión nueva o más completa
de aquel proceso. No basta reunir datos, no. No basta un "estilo fluido", periodístico. No basta
el prestigio de las figuras regionales. No basta la admiración un poco simple de estas figuras.
No basta el sentimiento autonomista. Estos son factores que pueden engañarnos respecto de
la capacidad y sensibilidad históricas, respecto de las condiciones de un verdadero historiador.
—Pero, ¿cuáles son esas condiciones? —me interrumpió.
—Lo he dicho: una cultura general muy seria. Una cultura filosófica. Una cultura política.
Una cultura económica. A esto hay que agregar que podrían comprenderse en una palabra muy
vaga y que ya se está desgastando demasiado: sensibilidad. Una cultura intelectual y científica,
así sea ella rica, no es suficiente, entonces. Hay relaciones sutiles que sólo se captan con la
intuición (cuidado también con esta palabra, tan manoseada por el misticismo obscurantista).
Por otra parte, es la sensibilidad la que decide en ciertas condiciones armónicas de toda
realización. Y no estamos hablando de historiadores teóricos sino bien prácticos. La sensibili-
dad, el gusto. Si éstos obraran siempre, se nos hubieran ahorrado esas pesadas acumulaciones
de hechos sin importancia, tan aburridas, tan a propósito para los insomnes... Claro que aquí
falta también el criterio histórico, la selección de los hechos significativos, conforme al método
más flexible y vivo, con más historia o más fecundo en el presente y que, por cierto, responde
al movimiento fundamental de las fuerzas sociales con más porvenir. Pero cierta gracia y cierta
precisión darían alguna ligereza a dichas acumulaciones, aunque nos disgustara el desorden
estético que las informa. No hacen precisamente amar la historia esos señores. Si el expositor
de una ciencia abstracta ha menester para interesar de recursos que no son los de su disciplina,
qué no diríamos de una ciencia tan humana como la historia...
—Ud. también, amigo, me está aburriendo. Lo encuentro un poquito pedante esta vez. Lo
que quisiera saber es si Ud. aprecia el trabajo de esas "hormiguitas históricas", que diría alguien.
No puede, me parece, negarse el valor de su aporte a una ciencia tan endiablada o tan dócil a
cualquier audaz que quiera justificar "la traición" de su grupo social o las figuras sangrientas,
no "rosas" precisamente, de nuestra historia más sombría. Contamos aquí sólo con esas
"hormiguitas". Hasta aquí no han llegado todavía los nuevos métodos históricos. Son un
producto histórico de nuestra cultura. Mañana su labor será quizás muy útil para los que
abordan la disciplina histórica con otra formación o con el necesario pertrechamiento. Le dije
que teníamos muy buenos historiadores sólo para hacerlo hablar un poco, pero me parece que
Ud. se ha extralimitado.
Prosas Comentarios 1057

—Desde luego que no soy insensible a ese trabajo. Pero la ciencia histórica es otra cosa. Los
libros sobre historia deben ser otra cosa. Ningún libro debe ser aburridor, mi amigo. Aquí está
la cuestión: no aburrir, interesar. Se entiende que al lector un poco exigente.
—Además, esos modestos trabajadores tienen el amor de nuestras figuras más significativas,
de nuestra tradición cívica.
—Sí, pero en una forma extática. No han ahondado nada. No tienen suficiente conciencia de
lo que significa esa tradición cívica, y aun se ve —se entrevé mejor— que permanecen ligados
por algunos vínculos a lo que representa precisamente lo contrario de dicha tradición. Pero
estas contradicciones se advierten en el sector social a que ellos pertenecen. No son de ellos
sólo.
—Dejemos estas cosas. Nos hemos aburrido mutuamente.
—Mi amigo, debemos aburrirnos. Debemos divagar sobre cosas que en realidad no cono-
cemos muy íntimamente. Por otra parte, la verdadera historia no ha empezado.
Pero de qué vamos a hablar? Miremos las nubes, "las maravillosas nubes..."
Juan L, Ortiz Obra Completa 1058

Sobre Fábula encendida de Carlos


Alberto Álvarez

L a poesía argentina se honra ahora con otro poeta de voz medida, de entonación simpática,
finamente simpática.
Si nos apuraran por definir la lírica de Alvarez diríamos que ella refleja una suerte de
sensualidad psíquica —valga la paradoja— de sutil calidad. ¿O es que nos engaña el género de
placer, la felicidad que supone toda liberación estética cuando la voluntad del artista domina los
materiales expresivos y los conduce a seguro fin?
Pero en algunas composiciones de la no muy lejana juventud de Alvarez estaba ya presente
una voluptuosidad particular que tendía a indicar, a veces a sugerir, ciertos aspectos decorativos
—muy delicados, desde luego— y quizás traidoramente literarios. Recordamos que hasta pensó
en "canciones para las muchachas". ¿La juventud? Permítasenos pensar que no sólo ésta
intervenía: que había algo más fundamental. Su amigo más íntimo y tan dotado como él era
también joven pero su inspiración era visitada por ángeles más lejanos y más diáfanos.
Un gusto seguro, un idioma dócil, la índole a veces recatada de esa misma sensualidad
gentilmente triunfadora en la aventura sentimental y espiritual de la vida, habían de florecer a
los pocos años en el bello libro que hoy celebramos por la pureza casi clásica con que en él se
resuelven sentimientos de entonación romántica o sensaciones fugitivas u oscuras, transfigu-
rándolas en armoniosas joyas transparentes de justo resplandor o en melodías que se abren
como exactas flores musicales. Pero nos parece que detrás de las joyas y la melodía hay algo
así como una delicia de raíz íntima que le da a las unas no se sabe qué temblor y a las otras un
a modo de balanceo complacido.
Si nos apuran también para elegir nos decidiríamos por 'Ternura" de la primera parte; por
la "Canción paranaense", por los sonetos cuarto y undécimo de "Fábula encendida", por la "Oda
de soledad", por la cuarta, quinta y sexta de las "Canciones", por el "Soneto antiguo" y "El
ofrecimiento del mundo al hijo".
Hemos hablado de la sutil calidad de la sensualidad psíquica de Álvarez. Quisiéramos
subrayar esta calidad porque por ella dicha sensualidad se trasciende hasta una aérea o viril o
sorda ternura que no es uno de los menores encantos de Fábula encendida, y es gracias a ella
que nuestro paisaje aparece en otra dimensión que la sensible, con apenas algunas breves
alusiones, discretamente transfundido en estados de alma de naturaleza muy rítmica. Este libro
pues, exhala también una luz adorable de colinas incorporadas a una emoción asimismo
ondulante, con breves entrecejos que no llegaban a ensombrecerla y sí a darle una gracia
cambiante con penumbras fugitivas de nubes... Así, él es expresión de nuestra sensibilidad
regional en lo que ésta tiene de ligera y de tornasolada, de propensa al juego nostálgico, de
ajena a la aventura espiritual riesgosa en que se compromete la vida entera en la búsqueda de
respuestas que deben ser decisivas.
No es ésta una poesía ambiciosa; ella se complace en "hilar, hilar". Hilar no sólo la pena y el
dolor sino hasta la misma angustia que por momentos aparece. Hilar con las mejores sustancias
de la vida del poeta esas joyas y esas melodías de que hablábamos, para deleite y admiración
de todos.
Prosas Comentarios 1059

Tierray gente de Marcelino Román

E s t e segundo libro de Marcelino Román no marca un progreso muy evidente sobre Calle y
cielo, en cuanto a ciertas exterioridades técnicas. Pero los "motivos", en general distintos,
reclamaban una expresión lo menos retórica posible. La evolución del poeta hacia las inspira-
ciones de la tierra y de los que en ella sufren y cantan, sí es clara.
La sensibilidad de Román es tocada sobre todo por los "acontecimientos" de la tierra y por
los humanismos en que ella parece florecer a pesar de la humillación y del despojo. Es esta
fuerza preciosa, casi esta gracia, la que le inspira algunos de sus romances más felices. Aquí es
donde nos parece, por otro lado, que nos libra su secreto. Lo creemos a él mismo una suerte
de Jeromito Díaz capaz de dar una nota muy original en nuestra poesía, una nota de salud y de
fuerza, con algo de alado también, como que aquél tenía algo de pájaro.
Ya hay anticipaciones en algunos poemas en que ciertas palabras de contenido regional
desatan una a manera de carga mágica. Se diría que no existe en el contexto un clima
reparatorio, que ello es debido a un simple azar nominativo de influencia por otra parte limitada
a la evocación de los habitantes de esta zona. Pero en realidad una emoción muy transparente,
casi insensible, trae naturalmente dichas palabras y el influjo de éstas debe trascender la
sensibilidad regional como ocurre con la poesía de índole folklórica en que hay algo más que
apelaciones a cierto exotismo inmediato. Una buena parte de la gran poesía está ligada a las
cosas familiares y a sus nombres.
Román utiliza asimismo algunos modos y giros del lenguaje popular, y éstos también tienen
antecedentes en nuestra moderna poesía culta. Ya es más riesgoso intentar una poesía de tipo
gauchesco con el solo talento y la sola simpatía y aun con la experiencia de la vida y la situación
de nuestros paisanos. Pero hemos dicho que el poeta nos parece una especie de Jeromito Díaz
con "ángel" suficiente para traer a la lírica entrerriana lo que dicho personaje significara en
nuestros campos, más allá de toda facilidad payadoresca y con un sentido de responsabilidad
que en él no es sino una forma iluminada del amor por las cosas y los hombres. Este amor, a
fuerza de ser auténtico, no conoce limitaciones y se ha proyectado ya hacia las vidas humildes
y sufrientes de otras regiones de América, en poemas de ancho aliento. Estaríamos, pues, frente
a un Jeromito Díaz con sensibilidad muy ligada a lo nuestro, a nuestros pájaros, a nuestros
yuyos, a nuestras leyendas, a nuestra angustia y a nuestra esperanza, pero por esto mismo
gentilmente abierta a todo lo que en otras partes es expresión, con apenas diferencias de
matices, de un mismo espíritu que sabe de la tierra y se abre en sus más fieles criaturas.
Mientras tanto nos place saludar en Tierra y Gente una lealtad lírica que no es común, una
lealtad tal a los movimientos y los gestos de una personalidad que por ella nos es permitido
apreciar a ésta en sus líneas más características. No sólo apreciar: sentimos su calor cordial, su
palpitación tan íntimamente criolla, el ritmo de sus sentimientos hasta en sus extremos y
pudores. Y una lealtad al destino del canto, en esta hora del mundo, que tampoco es común en
nuestros líricos.
No es ciertamente poco que a Marcelino Román le pertenezcan sus temas y sea consciente
de la dirección de su mensaje.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1060

Jean Cassou

N o s llega la noticia de que Cassou ha sido encontrado muerto con la cabeza partida, cerca de
Toulouse, donde residía. Una información digna de toda fe da cuenta de que la muerte se
produjo en los últimos días de la ocupación alemana. El escritor que En las masacres de París
nos había dado a "Linden" en quien es dable ver un anticipo de los curiosos ejemplares humanos
que Hitler exaltó para arrojarlos sobre el mundo; el penetrante psicólogo del imbécil medio de
"Legión", en cuyos rasgos se reconocen los de los tipos que constituyen las brigadas de choque
del fascismo, no pudo escapar a las venganzas de las fuerzas que él examinara con tan vigilante
preocupación humana, en todos sus aspectos.
Pocos espíritus, en efecto, más atentos que el de Cassou a las variedades del fenómeno
reaccionario en el mundo. Armado últimamente su pensamiento de nuevos instrumentos de
análisis que permitían explorar zonas de la realidad desconocidas o despreciadas por la
inteligencia oficial o la desdeñosa de los "cleros", dicho fenómeno se le aparecía en una
trayectoria muy amplia y con una perspectiva en extremo inquietante. Cassou había adherido
con todo su ser a los ideales en que veía un camino para llegar a la integración del hombre
consigo mismo, con su hermano y con el mundo. Su actitud "filosófica" así estaba teñida de un
humanismo en que se advertía por momentos el fervor ético español que llevaba en la sangre.
Este fervor, aliado a las gracias de la cultura francesa que él tan bien se había asimilado, le
dio perfiles singulares entre las últimas expresiones de dicha cultura. Y no afectó en lo más
mínimo su finura crítica, antes bien, le prestó una ternura comprensiva, una simpatía iluminada
que hizo notables sus artículos de la Nouvelle revue française, de Las nouvelles littéraires, de
Commune.
El tacto exquisito con que manejó los instrumentos a que aludíamos lo destacó asimismo
entre sus compañeros de ruta y le dio una apreciable ventaja sobre los otros colegas respecto
de la estimación de obras y autores que aparecían por primera vez iluminados y comprendidos
en función de otros factores que los meramente espirituales o gracias a facetas o movimientos
del mismo espíritu que hasta entonces no se habían visto en su lado favorable o significativo.
Recuérdense sus "aperçus" sobre Valéry y sobre Rilke.
Pero es posible separar en Cassou el crítico del creador, el creador del hombre? Altísimo
ejemplo el de una inteligencia de las mejor organizadas, el de un talento de los más seguros y
flexibles, el de una sensibilidad de las más sutiles y generosas, el de un sentido poético de los
más amplios y abiertos y alertas y sagaces, capaz de distinguir lo que había de limitado en la
misma gracia y gustos franceses —caso Eluard— pero también el sentido y la autenticidad de
lo que parecía escapar a esos límites en otras manifestaciones de la poesía francesa; altísimo
ejemplo el de una de las curiosidades másfielesa los juegos o tensiones más difíciles del espíritu;
altísimo ejemplo el de una inteligencia, el de un talento, el de una sensibilidad, el de una
consecuencia e inquietud literarias de la más alta jerarquía, que no se acompañaron, como en
tantos otros, de dimisión alguna ante los deberes de la hora. Muy al contrario, estuvieron en
todos los lugares donde hubo que denunciar la presencia sublimada o brutal de las fuerzas
Prosas Comentarios 1061

enemigas, codo a codo, muchas veces, con aquéllos a quienes saludaba a la esperanza de un
cambio profundo en las relaciones de la vida, cambio al cual ligaba el destino mismo de la poesía.
Los nazis no sólo han destrozado el cráneo de uno de los mejores críticos de la literatura
actual, dotado de órganos extraordinariamente delicados y de un poder expresivo no menos
extraordinario para rendirla transparente hasta un extremo increíble; de un pensador de
profunda y matizada visión; de un humanista de la más clara estirpe en que se conjugaba de
manera admirable lo más vivo y fecundo de dos culturas: la francesa y la española; del novelista
que nos diera, entre otros, personajes como Teodoro Quiche" y "Beducce"; los nazis destroza-
ron también el cráneo del magnífico historiador del 48 francés; del luchador antifascista tan
noblemente armado; del amigo del pueblo, de los pueblos, incorporados sobre su destino, o
volcados a la creación social, o temporalmente aplastados bajo la bota bárbara; del amigo del
proletariado, de la "chusma" siempre marginada y explotada.
Si con la inteligencia, como es habitual, no se equivocaron, no fueron menos certeros, como
asimismo es corriente, con el hombre que hizo suyos los sufrimientos y las aspiraciones de sus
hermanos más humildes.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1062

Louis Aragón, uno de los mejores


jefes de los "Maquis"

Q u é pesar por la muerte de Cassou, pero qué orgullosa alegría al enterarnos del comporta-
miento de Aragón al frente de su destacamento de "maquis". El gran escritor francés quizás el
más rico en recursos expresivos —no en vano escribió El tratado del estilo—, quizás el de una
visión más honda de la época actual —recuérdese su última novela: El siglo es joven—, el
magnífico poeta de "Fuegos de alegría" y de "Oda al Ural", no pudo defraudarnos. Teníamos
absoluta fe en que era "hombre de palabra —como quería Bergamín que sea el escritor, antes
que "hombre de letras"—. Mejor: estábamos seguros de que tendría al final una participación
destacada, ya que poseíamos algunas noticias de su trabajo eficaz en el movimiento de
resistencia de su patria. Ocupada Francia por los alemanes, un compatriota suyo, buen escritor
y, por cierto, colaborador de la revista Sur, nos dijo que Aragón estaba en la zona dominada por
aquéllos, desempeñando no sé qué empleo. No le prestamos mucha fe porque conocíamos la
actitud de mucha gente de su grupo para con el autor del Frente rojo, y sabíamos bien quién
era Aragón, qué convicción profúnda y humilde ordenaba su conducta de militante. Los
alemanes, por otra parte, no ignoraban quién era Aragón.
Orgullosa alegría ante esta otra comprobación de que el intelectual, y más si ha alcanzado
la causa de la dignidad humana —qué intelectual auténtico, por otro lado, dejará de abrazarla?—
es "hombre de palabra". Es hombre capaz de sostener su palabra hasta en el momento mismo
en que su pueblo violentamente se recupera:

"... Ah, París, mon París,


Métropole pareille á l'étoile polaire,
París qui n'est París qu'arrachant ses pavés..."

En realidad la poesía siempre ha sostenido su palabra, sobre todo si ésta ha sido viva.
Recordemos los ejemplos menos alejados y más puros: el de Shelley, el de Byron, el de Brooke,
el de Rimbaud, el de Verlaine, el de Toller, el de Juan Ramón Jiménez... Aun siendo una simple
palabra de belleza ella se cumplió en vida en formas no menos bellas y nobles que las de los
poemas. Los casos tristes de los "divididos" no cuenta. Además, algunos de ellos, ahora, hacen
oír la voz del arrepentimiento: no sabemos si para seguir más cómodamente hilando fino como
Gide, si en busca de un mayor confort para las cerebraciones armoniosas como Valéry, si por
una ágil acomodación a los "sabores" que promete la nueva realidad como Claudel, o si por una
sincera reacción de la conciencia del "pecado".
No creamos mucho en los poetas cuya vida está en contradicción con su obra no tanto por
los actos públicos indignos —que ya es bastante— sino por la falta de cierta gracia desintere-
sada, de cierta fantasía algo audaz, de cierta gentileza humilde pero profundamente elegante,
de cierta austeridad ligera, no muy acentuada, pero lo suficientemente firme contra la pesada
sensualidad burguesa, contra el deseo de comodidades excesivas o que afecten demasiado ese
Prosas Comentarios 1063

estado como de viaje en que debe vivir siempre, nos parece, el alma lírica. Claro que los tiempos
imponen actitudes más definidas. Los intelectuales —qué mala esta palabra por su olorcillo
pedante o exclusivo o clasista, pero admitámoslo, enfin,como un producto de determinado tipo
de cultura—, los intelectuales aceptan hoy con más responsabilidad que nunca ser "la concien-
cia viva de su nación y de su época". Y ello explica que naturalmente, como ocurrió antes en
España, como ocurre en todos los campos de Europa y de Oriente, como acaba de ocurrir en
Francia, se coloquen al mismo nivel heroico de su pueblo y aún asuman actitudes ejemplares.
Lo significativo es que ahora también los "materialistas" Aragón y Malraux estén entre aquéllos
que han afirmado, en el momento decisivo, los valores más altos de la criatura humana. Y lo
auspicioso es que todos estos hechos permiten esperar que serán cada vez menos los que no
acuerden su vida con su palabra, sea ésta, como decíamos, de simple belleza; que se reducirán
para ellos las posibilidades de toda índole ya que no habrá sitio para los que engañan o no
parecen creer en sus mismas melodías. Aquí también, con su conducta, los escritores y los
poetas nos prefiguran el rostro leal del porvenir.
Salud, Louis Aragón!
JuanL,Ortiz Obra Completa 1064

El tiempo de las Palabras Cruzadas

E n La nouvelle revue française del mes de diciembre de 1930 aparecieron tres poemas de
Aragon escritos en las trincheras, el primero de los cuales hemos traducido, trasladándolo a un
ritmo parecido, aunque sin la rima consonante, por temor de alterar demasiado una pieza poética
que nos merece cómo todas el mayor respeto.
Es a esas composiciones de este tono y forma del autor de "Fuego de alegría", que se refería
un crítico francés no hace mucho en La Nación, considerándolas como representativas de un
cierto estado de la sensibilidad lírica en relación con la conmoción profunda producida en el
alma humana por el actual conflicto bélico, no sin advertir del peligro de "prudhommismo" que
acecha este tipo de poesía.
Nosotros creemos que la poesía sorteará este peligro, cualesquiera sean las formas en que
deba expresarse, y que resultará enriquecida o renovada por su contacto con las sencillas y
puras realidades humanas que la presente tragedia ha puesto en primer plano. La de Aragon,
aparte algunas caídas, ya lo prueba.

Oh, sol de medianoche sin sueño. Soledad Nuestras piernas se unían, lo recuerdas, tú, antes?
en las habitaciones de los hombres, desiertas, y yo sabía por ti lo que tu cuerpo hacía.
donde veláis, esposas del espanto, y hacéis
experiencias de monstruos en torno de la No hemos lo suficiente estos momentos dobles
[ almohada. querido, nuestros sueños distintos compartido,
de nuestros ojos turbios hasta el fondo mirado,
¿Quién, pues, ha desatado este maldito horror, de nuestros corazones concurrentes hablado.
y manchado de azul pánico los cristales?
La arena bajo el techo. El corazón insomne. Si con todo no es para que te lo diga
Nadie nos lee ya el destino en los naipes. ¿por qué ocurre que entiendo, por qué ocurre
[ que pienso,
Brujos, podéis vosotros danzar entre los brezos. cuando guedejas grises las nubes dan al día
Ellas no quieren más saber si les mentimos. y los árboles negros se ponen a danzar?
Amor que las curvaban más que plegaria alguna
cuando la "Gare de l'Est" tragara sus amantes. En la noche mi sangre late y te llama. Escucha.
Tu peso y tu color en el lecho rastreo.
Mujeres que conocéis en fin, como nosotros, ¿Es menester que todo se me escape? Y si eso
el paraíso perdido de nuestros brazos sueltos, no es ella, ¿qué me importa? Yo no soy de los
escucháis nuestras voces que murmuran: [ suyos.
[ T e amo"
y al aire vuestros labios dan un beso horadado. Yo no soy de los suyos porque falta para ello
arrancarse a la piel viviente como en "Bar"
Ausencia. Abominable absintio de la guerra. el hombre de "Ligier" tienda hacia la ventana,
¿Todavía no estás amargamente ebrio? el esqueleto en alto, su pobre corazón bárbaro.
Prosas Comentarios 1065

Yo no soy de los suyos porque la carne humana Yo soy de ti. De ti, sólo de ti. Adoro
no es como un pastel que el cero divide la huella de tus pasos, los hoyos que tu cuerpo
y un hermano calor mi vida necesita deja, tu zapatilla perdida o tu pañuelo.
igual que el río no desviarse del mar. Ve a dormir mi niña tímida. Es la promesa:

Yo no soy de los suyos, en fin, porque la sombra Yo velo. Se hace tarde. La noche medioeval
es hecha para amarse y el árbol para el cielo, cubre de un manto negro el universo roto.
y los álamos con sus simientes fecundan Para otros tal vez esto pasará
el viento portador de miel, de amor, de abejas. y volverá el tiempo de las palabras cruzadas.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1066

Dos poemas de Aragon

Señores, amigos:
En realidad lo que voy a leer es un fragmento de un extenso poema cuyo título es: "Escribo
en un país devastado por la peste". La traducción, como se sabe, es de Alberti, y la tituló
"Auschwitz" porque de esta tremenda palabra se deriva lo que sigue, hasta terminar, del poema.
Pertenece al libro Museo Grevin aparecido en la clandestinidad.
Es un canto a las mujeres mártires de Francia, y también un canto a Francia. Recuerda a las
Marías de Francia, recuerda en especial a Marie-Claude Couturier, la dulce y valiente dama que
no hace mucho visitara la Argentina y algunos otros países de América con una misión de paz,
pero con una misión esclarecida que nadie mejor que ella, que había conocido en su propia
delicada carne los horrores del nazismo, podía cumplir; ella, que por otra parte bien sabe que
allí donde quedan restos de fascismo, allí donde se dan las condiciones para que surja el
fascismo con cualquier forma y cualquier nombre, siempre hay peligro de guerra.
Se leerán esta noche dos poemas de Aragón. La poesía de Francia pues, de la mejor Francia,
estará magníficamente representada. Aragón es uno de sus mejores poetas actuales. Es en todo
caso uno de los más significativos, sino el más significativo. En él se expresa el arte más seguro
ligado a la mejor tradición lírica y el mejor impulso alado y la alegría melodiosa que tan bien
simboliza la alondra gala.
Que esta alondra, en este 14 de julio, sea también el símbolo de nuestra esperanza de que
Francia, la que enseñó que la tolerancia es la primera de las cualidades, la elegancia la primera
de las virtudes, pero asimismo que hay que morir por la libertad, encuentre su equilibrio del
lado del corazón que es el de su espíritu, el de sus más fecundos movimientos artísticos, el de
su gracia humana, el de su aptitud para renacer siempre, el de sus pasos más seguros hacia su
destino inmortal, el de sus sacrificios por una mayor justicia para su pueblo y para el mundo.
Loor a ese pueblo del 89, y del 48, y del 71, y del 36, y del Maquis, el único que puede salvarla
de cualquier otra oscura conspiración. Que los que murieron para que ella viviera, como el fino,
como el noble Gabriel Peri, sonrían desde el cielo de los fusilados a los que continúan
honrándola con la palabra y con la acción.
Prosas Comentarios 1067

Sobre Hilarie Voronca

L a poesía como la vida no puede cerrarse a todas sus posibilidades. Su actitud más sabia debe
ser la de una inquieta disponibilidad a tono con los cambios de la vida. Sólo así asirá lo eterno
o lo permanente de ésta que parece ser una fiebre siempre encendida de creación: (La vida no
vivida).
Pero nuestro poeta vacila y flota desde las soledades imaginadas en el más allá para los seres
queridos y el anhelo de disolverse en el éter, hasta el drama de la existencia miserable y el
deseo de insertarse de nuevo en ella para curar a los que sufren: (Soy parecido: el Aprendiz de
fantasma). Es entonces una poesía que recuerda la de Shelley: aérea, ubicua, de íntima fusión
con los elementos en los cuales percibe una extraña animación que tiene de la dicha futura:
(Vacilaciones: El Aprendiz de fantasma).
La dicha, sin embargo, se ha realizado o se está realizando ya en alguna parte de la tierra.
Es esta dicha la que él ve cuando el azar lo lleva a la callejuela de un suburbio pobre donde
asiste a escenas que le obseden y que le hacen también ahora llamar a la justicia; aunque el
poema, cargado de elementos de la realidad pero sin ninguna pesantez, pues el sentimiento
determinante los trasciende por así decir sin esfuerzo alguno de trasposición, se pierde al fin
en una sombra de música vieja-
Deberemos subrayar que en Hilarie Voronca no hay nunca lo que se ha dado en llamar
trasposición poética, tan confundidos se hayan en él el sentimiento humano y el sentimiento
poético hasta no ser más que uno solo. ¿Y separaríamos de éste su visiónfilosóficao metafísica,
su sentido cósmico, tan trémulo y sutil?...
Juan L, Ortiz Obra Completa 1068

Dos revistas significativas

L o que podría llamarse "vida literaria" de Santa Fe y Entre Ríos se ha reflejado en sus diversos
momentos en publicaciones más o menos bien presentadas y más o menos efímeras. Pero esa
"vida literaria", sobre todo en los últimos tiempos, no era precisamente la que merecía más
atención. Debajo de ella, y muy raras veces apareciendo en tales publicaciones, había otra más
inquieta, más responsable también. Cierto es que ésta no hacía mucho por darse a conocer y
que no tenía los caracteres reconocidos de tal vida: se reducía a la actividad casi solitaria de
algunos pocos ligados entre sí por una relación muy floja.
No olvidamos, desde luego, a Paraná, la revista tan hermosa de Rosario. Paraná llegó a
recoger una parte estimable de lo que entonces se conocía a ambas márgenes del río. Pero no
pudo, por razones especiales, ser representativa de lo que ya entonces —y algo antes podríamos
decir— existía por aquí: algo modesto pero que quería ser lúcido e independiente, algo que
buscaba su forma en cierta unidad de expresión, algo un poco juvenil por inquieto pero que
anhelaba echar raíces lo más profundamente posible en su propia realidad y prestar a la vez
mucha atención a lo que en la época y en la tradición hubiera respectivamente de más
significativo y memorable.
Por lo que respecta a Entre Ríos, este algo por primera vez llega a realizarse, así lo creemos,
dentro de los límites impuestos por las posibilidades locales y de un esfuerzo casi individual,
decididamente heroico, en el periódico Sauce, cuyo tercer número, según hemos oído, no dejará
de aparecer. Lo que hay en Entre Ríos de serio, de honesto, de calificado, de vigilante, de
auténtico en las esferas de sus letras, tiene por fin una manifestación digna, la manifestación
con que sus elementos intelectuales más advertidos soñaban desde hace algunos años. Aunque
Sauce no podía menos que responder al momento actual de la conciencia poética de la provincia,
no podía menos que traer el perfume de los sueños y de las floraciones más recientes de esta
conciencia.
Ahora aparece en Rosario la revista Espiga, boletín mensual, declara, de las letras y las artes
de esa ciudad. Nos parece un hallazgo el nombre. Como nos pareció el de Sauce. Significativos
ambos de ciertas características de los correspondientes paisajes —el de Santa Fe y el de Entre
Ríos—, tanto que podrían tomarse en determinado modo como símbolos. En un plano menos
material se nos antojan aun más sugestivos. Piénsese, por ejemplo, en lo que el sauce en este
caso dice de una paz casi insular, algo pastoril, aunque sensible al viento, a todo lo que trae el
viento y a las inspiraciones no siempre muy idílicas del agua que nunca se detiene. Piénsese
por otra parte en las alusiones de la espiga a un ambiente de posibilidades ricas en muchos
aspectos, a pesar de todo; de relaciones relativamente dinámicas y relativamente complejas...
Esto además del abierto cuadro dorado que ella supone, con gestos en general felices o que lo
esperan ser en el esfuerzo hacia las respuestas de la tierra y de los propios hombres. Por un
lado, pues, podría ser la meditación lírica un poco flotante, y por otro la esperanza también lírica
pero de pies seguros sobre los caminos francos que permiten ir muy lejos. Todo ello, desde
luego, en relación con una realidad que no puede ser eterna. De cualquier modo se nos permitirá
ver en los dos periódicos una expresión muy respetable, la primera de esta índole, de una vida
espiritual a que aludíamos al principio, que latía debajo de la que en ambas provincias se
consideraba como única.
Prosas Comentarios 1069

Algunas expresiones de la poesía


entrerriana última

xAi considerar la poesía entrerriana en general ciertos jóvenes críticos que no conocían de ella
sino algunas muestras más o menos reciente han hablado de monotonía en razón de que la nota
paisajística se repite en esta poesía demasiado. Y contra el paisaje como estimulante espiritual
venían luego unas palabras desoladas de Valéry. Como si un mal momento le hubiera impedido
a éste comunicar tantas veces con el mundo y darnos de este mundo, de su mundo, sobre todo
del ambiente mediterráneo que llevaba en la sangre, las imágenes precisas y sutiles que
conocemos... Pero Valéry aludió al hastío de las cosas cuando el alma se cierra, o a cierto
cansancio estético en la relación con las cosas. Y el paisaje no es eso: el paisaje es, ya se sabe,
un estado de alma para otro estado de alma. El que se cree más monótono o más desapacible
puede así tocamos cuando aparecen determinadas relaciones entre él y nosotros, cuando
nuestra alma precisamente ha perdido sus límites. El paisaje es una relación. Perdón por estas
cosas tan archiconocidas. Pero es monótona en verdad toda la poesía entrerriana? Nos limita-
remos a la que está más cerca de nosotros. En la relativamente más alejada, desde Andrade
hasta Chabrillón y Elias, y siempre que la estimemos como poesía, podría notarse, sí, una
reiteración del tono épico, pero también está Gervasio Méndez, está Palma, líricos, si se quiere,
y ubicándolo allí, está asimismo Fernandez Espiro, no muy constante en la entonación pindàrica.
Dicho tono, por otro lado, respondía a los recuerdos latentes y a veces sangrantes de las luchas
libradas por Entre Ríos para defender su autonomía y acaso significaba un lejano eco del altivo
sentimiento indígena —el del minuan y el charrúa— ante el conquistador blanco. Y persistió,
es verdad, cuando la realidad social y política de la provincia había cambiado. Persistió hasta
en Elias, quien, por otra parte, aligeró el énfasis ya tradicional, lo coloreó de aristocracia y
bizarría, muchas veces, pero no pudo desprenderse totalmente de él, no sabemos si porque
pesaba demasiado la oratoria o si porque las leyendas del valor que le habían nutrido en el
Montiel natal venían demasiado confundidas con cierta épica ampulosa. El tuvo el mérito, no
obstante, de dar como legalidad a un "modernismo" bastante decorativo, es cierto, que le llega
muy visiblemente del influjo de Herrera y Reissing, pero a través del cual entraba un poco de
aire fresco entre tanta montonera y tanta lanza de tacuara. Tímidas voces, luego, recogieron el
claro mensaje, pero, sostenidas por una vocación privada del heroísmo y la fuerza que el
ambiente exigía, hubieron de apagarse pronto hacia un silencio que para algunos fue fatal. Los
tópicos del coraje histórico resurgieron de nuevo y los nombres que los utilizaban: Panizza y
Saraví, con dones rítmicos —en el sentido tradicional— innegables y algunos aciertos de
expresión, se presentaban como los únicos representantes de la poesía entrerriana mientras ya
habían aparecido Tierra amanecida y Villanueva ensayaba su canto.
Pero ya Chabrillón había dado bastante tiempo antes una nota casi íntima o de una melancolía
florecida o trashumante que iba madurando, con algunas anticipaciones técnicas que los
ultraístas señalaron después. Su influencia, sin embargo, no se hizo mayormente sentir en la
poesía del momento.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1070

La realidad social y política de la provincia había cambiado, hemos dicho. Ello con respecto
a la que determinó en gran parte las luchas de los caudillos. La oligarquía ganadera del norte
y del sur estaba asentada. Algunas industrias menores apuntaban. La agricultura conocía una
hora más o menos feliz. El lino azulaba casi los campos. La poesía que nacía entonces supo
mirar, fue fiel a esta realidad sin negarse. Lo había sido ya en algunos momentos de Elias pero
en un tono no muy convincente. Lo fue también en brevísimos instantes de Saraví aunque sobre
el fondo fatal del monte arisco al que se confiaba un resentimiento que se compaginaba muy
bien por otro lado con algunas seguridades de la nueva situación. Estamos con Tierra amane-
cida de Mastronardi y estamos con Versos para la oreja de Amaro Villanueva. Si se nos llevara
a caracterizar la poesía que arranca desde esta fecha diríamos que ella, con las excepciones del
caso, es más humilde que la anterior, que ella es más atenta, que ella es más flexible, que ella
es más honesta. Honesta con una realidad que no podía dejar de penetrarla, que la penetra aún
y que ella asimila íntimamente. El campesino, el labrador, la sirvienta, la muchacha del pueblo,
las estancias, los ganados, los arrabales, ciertos modos verbales de Entre Ríos, cierta categoría
poética. Y es distinto el tono: ya la nota grave, la exaltación contenida y ferviente, la loa casi
religiosa del esfuerzo fecundo, ya la gracia festiva, la intención reivindicativa pero como
juguetona.

* * *

Se ha relacionado la predominancia de la lírica en nuestra provincia con el carácter poco


menos que pastoril de nuestra economía. Entre Ríos, efectivamente, no cuenta con grandes
industrias, y las que existen, sin mayor importancia, no pasan ahora por una situación muy
próspera. El acento lírico, se dice, corresponde en general a la etapa pastoril. Por eso no tenemos
casi novelistas.
Sobre los nombres de dos revistas —Espiga de Rosario y Sauce de Paraná— escribimos una
vez lo siguiente: "Significativos ambos de ciertas características de los correspondientes
paisajes —el de Santa Fe y el de Entre Ríos—, tanto que podrían tomarse en determinado modo
como símbolo. En un plano menos material se nos antojan aun más sugestivos. Piénsese, por
ejemplo, en lo que el sauce en este caso dice de una paz casi insular, algo pastoril, aunque
sensible al viento, a todo lo que trae el viento y a las inspiraciones no siempre muy idílicas del
agua que nunca se detiene. Piénsese por otra parte en las alusiones de la espiga a un ambiente
de posibilidades ricas en muchos aspectos, a pesar de todo; de relaciones relativamente
dinámicas y relativamente complejas... Esto además del abierto cuadro dorado que ella supone,
con gestos en general felices o que lo esperan ser en el esfuerzo hacia las respuestas de la tierra
y de los propios hombres. Por un lado, pues, podría ser la meditación lírica un poco flotante, y
por otro la esperanza también lírica pero de pies seguros sobre los caminos francos que
permiten ir muy lejos. Todo ello, por cierto, en relación con una realidad que no puede ser
eterna".(1)
Ese carácter "isleño" de nuestro territorio ha influido indudablemente en el sentimiento
autonomista que domina la historia de Entre Ríos y le da un a modo de perfil a nuestro pueblo
Prosas Comentarios 1071

en la escena de la vida nacional. Pero él supone también ese tipo de meditación que es nuestra
lírica más reciente. Un?, meditación naturalmente elegiaca porque la soledad del paisaje, por
razones varias, se ha hecho sentir más. Aunque es cierto que la poesía provincial tiene siempre
algo que ver con la elegía. Pero esta elegía es en general clara y armoniosa como el paisaje de
Entre Ríos, una punzante sensación, sin duda, de infinito ondulado, de calidad casi musical, o
una dulzura discreta, como amiga, un poco huraña, a veces, es verdad, bajo una atmósfera o en
una atmósfera muy sensible, muy cambiante. Una sorprendida melancolía, acaso, en ese jardín
que vieron los viajeros ingleses y que exaltó Sarmiento y que ha sido descuidado y en gran
parte destruido, pero que la esperanza, conforme a su destino, puebla ya totalmente de granjas.
No todo sin embargo es elegía en la joven poesía, ni esta elegía es parecida en todos los poetas,
reflejo muchas veces de otras sombras o de una soledad espiritual que no ha sido todavía
superada cuando no de un auténtico drama interior o de una cruel fatalidad. Aunque amenazó
en un momento diluir algunos talentos encantadores, salvados en cierto modo a tiempo por el
ejemplo de Amaro Villanueva cantando las calles de la ciudad de Paraná.

(1) Entre Ríos, desde luego, es también agrícola, pero en general ha sido más ganadera o por lo menos la
influencia de los hacendados se ha hecho sentir más que la de los agricultores en su vida económica y
política. Y lo es ahora más. Las ovejas y las vacas son hoy casi los únicos habitantes de sus campos.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1072

El paisaje en los últimos poetas


entrerrianos

Y a se sabe que la poesía constituye una unidad emocional, o un todo vivo que no admite
separación alguna de sus elementos sin sufrir en su esencia más profunda. Ya se sabe que ha
nacido, que nace de un estado de alma, un estado rítmico, se ha dicho, en que lo que se llama
el motivo o el objeto, desaparece, termina al fin por no existir. Pero en la poesía auténtica el
lugar en que vive el poeta, el paisaje circundante, lo profundo o la presencia inefable de este
paisaje, su radiación, diríamos, el cuerpo astral del que hablan los teósofos, no puede dejar de
estar presente. Más aún, es lo que a veces la define y le da características especiales, bien sutiles,
por cierto. Es en función de esa presencia etérea, de ese clima, como quisiéramos considerar
ahora la más reciente de Entre Ríos, no sin advertir que actitudes de esta índole no están libres
de ese pecado tan común a los profesores de literatura y consecuentemente, hay que lamentarlo,
a sus alumnos.
El paisaje de Entre Ríos es armonioso y claro. No puede decirse que sea pintoresco, en el
sentido vulgar de esta palabra, aunque su movimiento entre los grandes ríos que lo abrazan,
nos ofrezca a cada momento aspectos distintos de tal armonía, de tal claridad, que son, además,
de una dulzura discreta y como amiga, a veces un poco huraña, es verdad, bajo una atmósfera
o en una atmósfera muy sensible, muy cambiante. No es, pues, de ningún modo, eso que se
dice un paisaje monótono si bien tenga algunas zonas llanas de un encanto original, por otra
parte, con el suave o celoso misterio de sus montes o la íntima unión con un cielo por lo común
húmedo y extremadamente flexible. El agua está en todo: en el cielo, en los pastos, en el aire,
como una diosa inmaterial que se revelará por cierta veladura y cierta transparencia a la vez.
La poesía de nuestra provincia ha tenido y tiene en general caracteres parecidos: ha sido y
es armoniosa y clara. También en ella está el agua por una a manera de diafanidad o de vapor
tenue, irisado a veces. Asimismo está en ella —nos referimos a la moderna más significativa—
lo que el paisaje de Entre Ríos tiene de insular: es en cierto modo una meditación lírica un poco
flotante. Por aquí tocamos ese sentimiento de la soledad que se percibe en los poetas últimos,
soledad, desde luego, no ya sólo del paisaje natural sino también del paisaje humano o de los
mismos poetas frente a este paisaje, y el tono elegiaco que tal sentimiento determina con los
matices que supone, dados los distintos temperamentos y las distintas actitudes líricas o
personales. Verdad es que toda la poesía del interior tiene algo que ver con la elegía, en Entre
Ríos y en todas las provincias del mundo, aparte de que la poesía quizás más honda de la época,
la más desgarrada y la más serena, aun en sus apelaciones a una comunión, respecto de la cual
no abriga dudas, tiene bastante aire de elegía. Una elegía combatiente aveces porque también
es justicia.

Veamos ahora cómo está nuestro paisaje en la poesía anterior, empezando por la de
Chabrillón, el poeta de más edad entre los sobrevivientes, por lo menos entre los que cuentan,
de acuerdo a nuestro concepto de la calidad poética. En Chabrillón podríamos encontrar
Prosas Comentarios 1073

algunos antecedentes de lo que llamaríamos sentido moderno del paisaje o del paisaje como
estado de alma, conforme a la clásica fórmula de Amiel. No es todavía, desde luego, esa
presencia sutil de que hablamos, apenas si delicadamente aludida o que aparece como por
milagro a través de algunas imágenes o nombres de gran poder evocador. No. Pero hay cierto
principio de fusión con la naturaleza o con el paisaje. Una fusión no muy sostenida, claro. Aunque
nuestro paisaje está dado con discretos y certeros toques de color en un momento muy
significativo, referido a otro otoño del alma:

Yo soy como Entre Ríos Viene sabiduría


la del feliz otoño: junto con el otoño;
Abril de los diamantes, la vida apaciguada
Mayo de plata y oro. descubre su tesoro.

Más que la primavera Su miel acendra el alma;


es el abril dichoso: la soledad, en torno
serenidad, dulzura, del alma es un fecundo
frescura y abandono. silencio luminoso.

Más que el octubre inquieto Las rosas son más puras,


es nuestro mayo hermoso: miran mejor los ojos;
cristales y rocíos es claro el pensamiento
y azul y plata y oro... y el sentimiento es hondo...

¿Discretos toques? Sí, discretos. No ha abusado de los metales y las pedrerías de la escuela.
Chabrillón se formó bajo el modernismo y tuvo el saludo entusiasta de Rubén Darío.
En Mastronardi, en cambio, la fusión con el paisaje es sostenida y se despliega gravemente,
podría decirse, a lo largo de un extenso poema: "Luz de provincia" de su segundo libro:
Conocimiento de la noche. Ya en Tierra amanecida nos había dado intensos momentos de un
paisaje hecho de luz y de silencio, tan nuestro, sobre todo, de su lugar de nacimiento: Gualeguay.
Es en Mastronardi donde están los verdaderos antecedentes del paisaje nuestro transfundido,
hecho una realidad inefable, casi un "trágico cotidiano". Ello a pesar de cierta actitud general
un poco desasida o simplemente contemplativa, aunque un cariño humilde o una humildad
cariñosa es el sentimiento fundamental.
—¿Y Elias? —nos preguntarán los que conocen la poesía entrerriana. ¿Y Panizza, y Saraví?
En Elias hay una claridad, una luz que en verdad es del paisaje de nuestra provincia. Pero él
más lo ve en historia que lo siente como realidad poética, o como realidad musical sería más
justo decir, dada la naturaleza esencialmente musical de todo paisaje, y en especial del de Entre
Ríos. En todo caso su conducta lírica no va más allá de la simple sensualidad, sensualidad feliz,
a veces, como en Lugones, en hallazgos que alfinde cuenta no pasan de decorativos o retóricos.
Le falta humildad, le falta entrega en este sentido. Porque el sentimiento del paisaje de que
hablamos supone una actitud casi religiosa, por no decir mística: cierta despersonalización,
cierta enajenación. Sólo así el paisaje puede llegar a ser nosotros mismos o nosotros mismos
Juan L, Ortiz Obra Completa 1074

el paisaje, de m o d o q u e cuanto digamos en medio de él, en él, aun sin siquiera aludirlo, estará
bañado, impregnado por su secreto espíritu.
En cuanto a Panizza el paisaje e s m á s bien un telón de fondo q u e paisaje. Un telón para las
montoneras q u e pone en movimiento. Un telón en ocasiones, seguramente, "de efecto". Lo
mismo cabría decir del paisaje en Saraví, si bien e n éste los recursos son m e n o s teatrales, son
m á s nobles, y alcanzan alguna vez cierta finura "impresionista". En Manuel Pórtela s e advierte
asimismo tal finura, pero s u s logros e n este aspecto son m á s debidos al azar musical, frivola-
m e n t e musical, q u e gobierna s u s composiciones, q u e a una experiencia auténtica.
Volvamos a Mastronardi. En Mastronardi necesariamente el paisaje es evidente p o r q u e su
canto, mejor dicho, su oración, está inspirada por nuestra tierra. Nos referimos al p o e m a q u e
ya h e m o s nombrado: "Luz de provincia". Pero qué imágenes, q u é metáforas m á s delicadas y
m á s d e n s a s n o s entregan la fisonomía esencial de nuestro paisaje. Con q u é cariño s e van
n o m b r a n d o las cosas y cómo las cosas en respuesta no resultan m á s q u e expresiones del cariño,
expresiones infinitas del cariño. Notad cómo repite la palabra: Mastronardi es la misma t e r n u r a
h e c h a distancia, aire, hecha, en una palabra, paisaje de Entre Ríos:

Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre, Por los pueblos abiertos en yuyales que apuran
sus costas están solas y engendran el verano. la campaña y la noche, lentas vidas rehacen
Quien mira es influido por un destino suave unos sabidos rumbos que igualan toda suerte...
cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado. ...Calles de intimidad sin tiempo, olvido y sol,
y siempre unas bandadas atristando el oeste...
Me acuerdo de su largo fulgor, rosa infinita... ...y claras van entre árboles unas lentas mujeres,
festejando colores, arreglando algún gajo...
...y el campo en su abandono feliz, hondura y ...Los ocasos desganan las voces, y algún hombre
[ pájaro... queda en la brisa sola, bajo el cansado cielo.
...Las voces tienen leguas... La vida se apacigua contemplando la hora
...y un aire encariñado, de lejos, vuelve al trébol... distraída sobre aguas, sembrados y altos ceibos.
...Gracia ordenada en lomas y en parecidos
[ riachos... La tarde, ausencia y fuego, se pierde en los
...La vida, campo afuera, se contempla en jazmines, [ arroyos,
o va en alegres carros cuando perfuma el trigo y allá están, los he visto, unos sucios juncales
cortado, cuando vuelve la brisa a oscuras trenzas que agravan de sombría delicia y de secreto
y el ocio, en la guitarra, menciona algún cariño... el verdor extendido, la dulzura incansable...
...Leguas, y en ese brillo la torcaz y el aromo, Conozco unos lugares que enternecen mi andanza
pausado el movimiento del otoño flotante, y donde la provincia ya es encanto sin tiempo...
y luego auroras de agua, temporadas de sombra,
...Qué vistosas se ponen las leguas cuando el aire
y el tedio hacia las tardes que los vientos
perfuma, y en las tardes se demoran los vuelos...
[ deshacen...
...Siento una luz absorta y unos muertos rumores,
...Cariñosas distancias, favores del silencio,
reconozco este ocaso perdido en los trigales,
poblados que hacia afuera relucen en jardines,
y fuera de los años vive esta gracia inmóvil,
últimas unas casas solas con todo el llano...
su resplandor desierto sobre los campos graves...
...Rosas proporcionadas al fulgor del verano
...(Un septiembre elogiado con glicinas, estaba)
convocando muchachas aclaran más el día.
Prosas Comentarios 1075

Y de "La rosa infinita" otro poema del citado libro: Conocimiento de la noche:

...Esto era en la provincia,


en la infinita rosa donde se holgó la infancia...

...En todo lo que diga estará el cielo,


pues era en la provincia,
las bandadas cruzaban una luz cariñosa
y eran los años vueltos hacia el campo...

...El cielo, cariñoso-, el campo, al lado...


...Allá quedó la infancia, en ese umbral, mirando,
el claro movimiento de los días.

En Amaro Villanueva, de Gualeguay como Mastronardi, tiembla por momentos la luz de


nuestro paisaje agrario, tiembla y juega pero también se afila con intenciones reivindicatorías,
atenta al drama ya viejo. Sonríe la luz y florece, y entra en las calles y mira los afanes humildes
y se dobla sobre ellos con una gracia de muchacha muy buena y muy traviesa. Aludimos a
algunas composiciones de Versos para la oreja, escritos en Paraná. Villanueva ha cantado
asimismo las calles de Paraná. Su paisaje es visible, tiene calidades plásticas; se mueve, danza,
pero hay algo en él, algo hecho de nostalgia y de cariño, que de pronto le da cierta profundidad
histórica o lo abre hacia recuerdos agrestes o hacia lejanías geórgicas. Tiene en sí mucho aire,
además, y está lleno de zonas afectivas. En Villanueva cabría encontrar otro antecedente del
sentimiento del paisaje que nos interesa o de ese tipo de presencia del paisaje a que hemos
aludido. No es en todo caso un paisaje frío, puramente exterior, y hay un sentido del matiz de
naturaleza ya psíquica o que no es por entero visual. Un sentido moderno que no dejó de influir
en los poetas que se formaban a su lado en la capital de la provincia.
He aquí algunas líneas de ese canto a las calles de Paraná:

...Hombre de afuera, sin hogar maduro, Otras, sobre las casas que cerraron su paso,
transito agradecido la amistad de tus calles. se redimen en tiernas escenas vegetales
Hay unas que prolongan a los ojos donde la agricultura repasa geometrías
nostalgias de horizontes montaraces, al pie de unos atentos y solitarios árboles...
ilustrando cuchillas y largos caminos carreteros
con sol hecho distancias y cereales. Bien las conozco a todas
Otras oyen al río, de codo en las barrancas, y hasta quiero otras calles:
inspirados adioses en todo lo que parte: cómo no, si en algunas demoré el corazón
tardes, vapores, hombres, en zaguanes y niñas, sitios sentimentales.
y la ilusión, que siempre anda de viaje.
Otras dan en el cielo y de allí nos ofrecen Vivo en la más humilde, más serena y más íntima:
con una nube Cándida logrado su paisaje: la breve calle de ninguna parte,
playa de estrellas húmedas, delgadas y desnudas, la poco conocida por su nombre,
que invade en ocasiones la luna desbordante. que es el Pasaje Baucis\
Juan L, Ortiz Obra Completa 1076

una de las que sabe, ciudad, tus muchos años, y tu primer pulpero, si es que mal no recuerda,
pues entre un algarrobo y una higuera se place Feliciano Fernández;
en esperar la luna, que va a venir del campo y el cura Arias Montiel y un tal de la Tijera
dejando polvareda de ladridos distantes. los primeros horcones de tus aulas actuales.
Ella es quien me traduce de memoria
los tiempos que se entraron por tus calles Me cuenta muchas cosas,
en carreta, de a pie, entre cigarro y mate,
o sobre un redomón cosquilloso de ijares. hasta que se le gana la tristeza en el pecho
Me contó, por ejemplo, igual que a su algarrobo los pájaros que se quedan
que Santiago Hereñú fue tu primer alcalde; [ sin tarde.

Habría ahora que hablar del paisaje en Gaspar L Benaventos, en Zaragoza, en Martínez
Howard, en Poldy de Bird, en Marcelino Román, en Rosillo. En este último especialmente habría
que detenerse. En todos ellos hay resplandores, "nuances", notaciones interesantes y frescas.
En algunos como en Marcelino Román hay una simpática transparencia y en ocasiones breves
atisbos de hondura. Su último libro Pájaros de nuestra tierra está empapado de la luz de nuestros
campos. El dolor también, la miseria, la injusticia de nuestros campos, han encontrado en él
notas simples y generosas. En otros, como en Rosillo, hay un ambiente casi de magia, hay un
halo legendario, logrados con recursos muy puros y por virtud a veces de meros nominativos,
lleno de luz y de fragancia, es cierto, o en relaciones vivas de flor con un asombro humilde y
encantadoramente infantil. En Rosillo hay algo del paisaje de Paraná, hay algo o mucho de sus
islas, y en el momento actual, mucho de nuestro Delta. Merece, por lo tanto, más tiempo del
que podríamos dedicarle aquí. Hemos hablado del carácter insular de Entre Ríos. En un sentido
directo, sería él entonces un poeta muy representativo. Lo es por razones más sutiles que tocan
a su actitud lírica.
Por consideraciones, pues, de simple cortesía para con la paciencia del lector, me referiré
sólo al paisaje en la poesía de Alfonso Sola González, de Carlos Alberto Álvarez, de José Eduardo
Seri y de Juan José Manauta. Quizás en éstos haya también cierto "pathos" que no existe en los
otros. De todas maneras el tono elegiaco es sensible y ello da a su paisaje o a lo que de éste
resulta luego de una asimilación muy delicada, un particular estremecimiento, una profundidad
especial, un adelgazamiento y a la vez una densidad asimismo especiales. Siempre, claro, sin
perder ambos, la poesía y el paisaje, aquellas cualidades de armonía y de claridad que hemos
señalado.

Alfonso Sola Giménez nació en Paraná y en Paraná ha vivido hasta no hace mucho en que
los azares de su vida lo llevaron a Buenos Aires donde hizo periodismo y luego a Mendoza con
una cátedra que atiende hasta el presente. Terminó sus estudios de literatura y castellano en el
Instituto del Profesorado de la capital de la provincia, donde ejerció por algún tiempo, habiendo
sido, como su compañero Carlos Alberto Álvarez, alumno distinguido de Carlos María Onetti
—el maestro inolvidable— quien supo, desde la primera hora, apreciarlo y alentarlo. Anda por
la treintena. Hijo de padres españoles, andaluces, algo lo llevó al principio hacia la mejor poesía
peninsular, cuyas esencias impregnaron su sensibilidad ya distinguida. Todo en él responde a
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esta sensibilidad, en los aspectos ingratos y en los aspectos mejores. Hasta su figura se acuerda.
Vagó, vagó mucho por la ciudad, por su Parque Urquiza, por la ribera. Paraná tiene en sus
otoños, en sus inviernos, una música que le pertenece. Una música de exquisita realeza. Tan
sereno y noble el paisaje que mira la ciudad desde lo alto, tan de recuerdos prestigiosos la
rosaleda de su más hermoso paseo, tan grave y sensible la penumbra de la plaza San Miguel
bajo el ángelus, que ya el paisaje, el jardín y la penumbra se vuelven casi irreales y entran en
un silencio de naturaleza musical, naturalmente triste, naturalmente elegiaco, pues es el otoño
o el invierno.
Leyendo en Gualeguay a Sola yo no dejaba de pensar en estos lugares y me explicaba el
clima de su poesía como el clima de la de otros poetas de Paraná. Cierta cosa de la belleza de
Paraná que a través de cada uno revelaba sus matices: lo que hay de melancolía en esta belleza,
lo que hay de nostálgico, lo que hay de infinito, lo que hay de grave, lo que hay de señorial, lo
que hay de sonriente, lo que hay de sorpresa amable, lo que hay de dulce... Como recordaba
llegando a Córdoba cierto ambiente de "El poema de Nenúfar", de Capdevila, cuando el
ferrocarril atraviesa montes. Es lo que hace la verdadera poesía, ya está dicho: descubrirnos el
misterio de un lugar, o llevarnos a que lo sintamos, a pesar de ella misma, muchas veces, a pesar
de sus motivos, a pesar de sus debilidades evasivas o de las sombras ilustres que flotan sobre
algunos poemas como en el caso de Sola. Sobre todo en determinados momentos silenciosa-
mente dramáticos, muy delicados.
Unas composiciones de Sola de La casa muerta, su primer libro (Elegía de San Miguel es el
segundo):
Ribera
Sobre la oscura soledad del rio Ya no está más la voz rosa del viento.
un hondo espacio en lentitud se aleja El corazón que quiso estas orillas
visible en formas puras de navio. pasa mirando su navio lento.
Ya el duro junio la esperanza cierra Y la ternura que creció sencilla
al corazón que pasa entre la vieja se levanta hasta el cielo ceniciento
melancolía del navio en tierra. en junio y en las costas amarillas.

La fugitiva luz de un cielo eterno Repite su tristeza el mes oscuro.


con triste amor el corazón conforma El viejo corazón es de este instante
cuando muestra su ayer en este invierno. y el vago cielo y el velamen puro.
Y regresan los pájaros huidos La soledad se torna rumorosa
que sólo viven en la débil forma y lo que ya perdí lo sé distante,
que al corazón acerca lo perdido. luz de otra dicha que mudó en la rosa.

Vuelvo a mirar la rosa que ya vimos Es la última luz que el día ampara
en un viento de junio deshojada casi olvidado en la melancolía
deshojarse otra vez en este viento de no ser ya más que una sombra clara.
y escucho las palabras que ya oímos El mundo de las muertes vaporosas
cuando esta misma vaga luz helada nos llama con la pura melodía
daba un pálido cielo al pensamiento. de la verdad oscura de las cosas.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1078

Drama
Por el agua iba un navio si no estuviera aqui preso
iba por el agua del río. muerto de amor en la orilla.

Fuérame yo en ese barco; besando labios perdidos.


fuérame por el agua del río, ¿De quién? ¿En qué falsa orilla?

Fuérame por el agua del río.

II
No subas en esa nave No subas en esa nave.
porque está muerta esa nave. Río de peces que gimen,
¿a dónde irá ese barco sin marino?
Velas no tiene ni tiene
marinero que la mande. No va hacia donde van
los navios.
No subas amor a esa nave.
(El viento apaga el crepúsculo)
Nave de madera amarga
con un rey muerto, amarillo. No subas en esa nave
que va muerta por el río.

Carlos Alberto Álvarez, de más o menos la misma edad que Sola, nació en La Plata, pero
desde muy niño vive en Paraná con un intervalo no muy largo de residencia en Concordia, en
cuya Escuela Normal enseñara castellano, al poco tiempo de obtener su título en el Instituto
aludido. Hemos dicho que fue alumno distinguido de Onetti y compañero de Sola. Fue muy
compañero. Compañero de vagabundeos y de lecturas. Pero lo separa de él cierto aplomo que
está asimismo en su físico. Está desde luego en sus sonetos con una armonía decididamente
clásica. Dicta actualmente la cátedra de castellano en el Colegio Nacional de Paraná y dirige la
revista Sauce.
El paisaje de Paraná tiene también una tenuísima dulzura en sus inviernos, una dulzura
secreta aun en los días pálidos. El río está siempre presente como un espejo sensible, sensibi-
lísimo, y las islas de enfrente, con sus mensajes alados. En él hay, además, cierta tensión entre
lo que huye y lo que queda. Hay tanta agua que corre... Pero la soledad, diría mejor la eternidad,
al fin florece, y es una muchacha tendida toda de color lila.
Claro que para estas relaciones, para estos matices, está especialmente dispuesta la sensibi-
lidad de Carlos Álvarez, nutrida de la más austera poesía española y apta por su natural dirección
para percibir y demorarse en lo que hay de finamente tornasolado, de finamente delicioso, de
finamente voluptuoso, en el paisaje general de Entre Ríos. A pesar de las sombras, a pesar de
las penumbras, a pesar de su serenidad dolorosa:

...la tarde sufre una oculta


serenidad de naranjos
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Lo que hay en este paisaje de felicidad vegetal se respira en sus versos. Su elegía, por lo
tanto, con rozar a veces una angustia por otra parte ya tradicional en la poesía, es por lo común
clara y diáfana y tiene algo de esas sombras de nubes que en algunos días franjan de una ligera
inquietud matizada nuestras colinas y nuestras aguas. Unos poemas de Álvarez, de Fábula
encendida, su único libro publicado hasta ahora:

Ternura

Tengo en el alma una ternura y de pensarte tan distante.


que se demora en recordarte.
Pasa azulmente, como el alma,
Veo la rosa y los dolores lleno de pájaros, el aire.
por la ventana del paisaje.
Es melancólico y sereno
Río de paso, agua de siempre, junio, el de pálido semblante.
soledad verde de los árboles.
Lleno de junios gime el pecho
Va la mañana como un barco que se me va con el paisaje.
y matinal en el velamen.
(Pájaros hay, sí, solitarios
Dicha de estar penando un cielo como penumbras en el aire).

Canción paranaense

Al suelo se viene el cielo se me antoja la ciudad.


lila del jacarandá;
al suelo donde va el paso Una muchacha dormida,
solitario del soñar. —lila en la flor de la e d a d -
toda graciosa y curvada,
Con el andar distraído durmiendo a todo soñar.
pisando las flores va
un amante de la rama No la despiertes, noviembre,
en flor del jacarandá. aunque enamorado estás;
déjale en flor ese sueño,
De flor lila se ha vestido no vayas a recordar
la gracia de Paraná, el lila en que se ha dormido
y una muchacha acostada junto al río la ciudad.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1080

Canciones
IV
El rio corre en la noche y que es igual a la estrella
y no se ve su pasar, luciente en la soledad.
pero la estrella se queda
sobre el agua que se va. El amor es la luz alta
que no deja de brillar,
Hay un algo permanente y nuestra vida "los ríos
sobre la vista fugaz que van a dar a la mar".

V
Allá, en la flor lila dónde tiene cariño
deljacarandá, mi soledad.
abre sus ojos lentos
mi soledad. Y como estoy tan solo,
la eternidad
La brisa va a las flores se lo pasa mirando
para mirar mi soledad.

José Eduardo Seri debe tener 35 años. Nació en Paraná. Su niñez y parte de su adolescencia
y de su juventud las vivió en Paraná. Vagó de aquí para allá, a través de la provincia, llevado por
su duende, por su "enano", dice él, siempre con sed. Pero junto con lo otro bebió las lecturas
convenientes, bebió la vida y se dio a la vida con su resplandeciente ingenuidad de niño grande.
Grande en el doble sentido. Hasta anclar en Federación donde, desde hace ya algunos años,
desempeña el puesto de secretario del Juez de Paz de la villa.
Si de un paisaje puede decirse que tiene una luz verde, ese paisaje es el de Federación, el
paisaje del pueblo y el paisaje de los alrededores. ¿Verde? ¿Y la playa, y el Uruguay tranquilo?
Hay ciertamente un fluido de árboles; hay una sonrisa de calles que bajan hacia arroyos
emboscados, y suben, todas de pasto. Pero el resplandor de la arena y el resplandor del agua
azul? Nada deja de intervenir, pues, en esa expresión aérea de dicha litoral que distingue a
Federación. Una dicha particularmente sedante.
Yo no conocía este paisaje cuando leí Mundo sin ti y sin pájaros, libro que compendia, hasta
1944, fecha de su aparición, toda la labor poética de Seri desarrollada allí entre expedientes o
en la paz de su hogar. Pero lo sentí en su especial luz de playa, en su especial melancolía de
playa también:

El agua, siempre al agua, para siempre. junto al agua serena.


La orilla del verano en la ribera...
La arena, sí, la arena:
La arena, sí, la arena: porque es blanda y es buena
limpia, dócil, morena, para acostar mi pena.
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Lo sentí en esa dicha pero sobre todo en una celeste y rosa —de una celeste y rosa últimos—
soledad crepuscular. Verdad que esta tristeza es la de toda playa cuando se va quedando sola.
Pero aquí había algo de ceniza, ceniza de la singular dicha flotante a que hemos aludido. Claro
que es el verano. Claro también que yo visité Federación en la primavera. Pero he hablado
asimismo de la soledad de nuestro paisaje, del paisaje de Entre Ríos.
El poeta ve los caballos, ve el trigo, ve las naranjas, las naranjas; ve los trabajos; pero de
repente esta soledad se le hace completa, se le hace planetaria. No son, por cierto, ajenas a esto
sus lecturas —de los españoles modernos, no del todo disimuladas— y la a veces irreprimible
exuberancia de su temperamento lírico. Desde luego que él también, a pesar de todo, se siente
muy solo. Y al parecer, está el invierno.
El siguiente es el penúltimo poema de su libro:

I
Sin pájaros el mundo. Sin pájaros el mundo.
Sin la gloria Sin noticias
divina de los pájaros. de pájaros el mundo.

El alba Sobre el musgo


—que el sucio río me desluce ahora— —que apenas puede verdecer el agua—
no sube ya en el canto de los pájaros. ni siquiera la muerte de los pájaros.
Nada ya en el suceso de la hierba!
Ni un árbol para ellos.
Ni uno solo. ...Y estas cosas
Y el cielo gris —sin nubes viajadoras, del caballo y del trigo!
sin alas y sin trinos — deslucido,
muriendo oscuramente, para siempre. ¿Qué hace el álamo?
¿A dónde fueron a morir los pájaros?

Juan José Manauta, que debe frisar en los treinta, nació en Gualeguay, como Villanueva y
Mastronardi. Concluyó estudios en la Escuela Normal de esa ciudad, y luego letras en La Plata.
Parte de su adolescencia y de su juventud la pasó, así, en esta última capital, en cuyo ambiente
literario participó activamente, siendo secretario de redacción de la revista Caracol. Pero la
inquietud social lo atrajo asimismo y le reclamó buenas horas de su vida en La Platay ya radicado
en su pueblo natal. Era en éste escribiente del Juzgado en lo Civil y estudiante de Derecho
—estudios que había iniciado hacía dos años, cuando desdichadas circunstancias le hicieron
conocer Paraná adonde volvió y donde permaneció hasta que otras ingratas circunstancias lo
llevaron al poco tiempo a Buenos Aires—. Desde entonces vive en la Capital Federal como
periodista y como corrector de pruebas de una y otra editorial. De cuando en cuando visita a
Gualeguay. En 1944 publicó La mujer de silencio, libro de poemas escrito en sus años de
empleado y de contacto íntimo con su paisaje.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1082

Al hablar del paisaje de Gualeguay queremos aludir al que rodea a la ciudad, pues hacia el
norte y el este, apenas a una y dos leguas, respectivamente, de la población, dicho paisaje
empieza a ondular, mientras al sur y al oeste sigue extendiéndose lo que podríamos llamar
llanura déltica, la que comenzaría así en el pueblo. Ese lugar tiene, entonces, su carácter y aparte
de ello su encanto que no es precisamente de los más comunes: "el hondo Gualeguay", dijo Raúl
González Tuñón.
La ciudad blanquea con una apacible gracia regular a través de su delicioso cortinado de
chacras. Hacia el este mira al campo y hacia el sur al río con largas miradas perdidas, mientras
el cielo, como en la llanura de Worpswede que recuerda Rilke, lo penetra todo y es devuelto en
una suerte de vapor extático. Hay una suave tensión entre algo que parece irse y algo que se
ensimisma. Esta es, por lo demás, la sensación más sutil que nos produce la llanura en general.
Pero allí se matiza con esa ternura, con esa sensibilidad de las regiones insulares. Los verdes
infinitos entablan las relaciones más delicadas con el cielo siempre cambiante hasta morir en
éste con la más dulce muerte a que es dable asistir.
Ah, y no hablemos de las costas; no hablemos de ese río íntimo; no hablemos de la "Vuelta
del ceibo"; no hablemos del "Rincón de Ortigosa"; no hablemos del "Minguerí"; no hablemos
del Taso de Alonso"; no hablemos del "Rincón de San Ambrosio"... no hablemos de tanto lugar
recogido en que desaparece aquella tensión y el paisaje se ensimisma de verdad, se mira
literalmente en su cielo fluido —en las aguas— con el más frágil de los silencios.
¿Cómo aparece este paisaje en los poemas de Manauta? Sí, aparece con estos caracteres.
Pero aparece con algo más que también está en él, que forma parte de él, que está como fúndido
en él y que no puede menos, por lo tanto, de participar en el sentimiento que él nos da. Y es ese
aire especial, a veces trágico, de la miseria: es el aire del dolor, de la angustia y de una confusa
esperanza humildes. Pero asume en cada lugar un matiz distinto, muy leve, es cierto.
Está dicho que Manauta es un poeta con "sensibilidad humana". Yo diría simplemente con
sensibilidad. Y que su elegía no está sólo en relación con la soledad del paisaje y con un
sentimiento ya más personal, por más abierto e iluminado, de su propia soledad, sino también
con el drama silencioso de los desheredados. Pero es una elegía viril y cruzada de esperanza.
Entre los poetas jóvenes él es el único en quien nuestro paisaje transparece en lo que tiene de
pobre y de dolorido, aún en su belleza ligera, casi absorta. Verdad que su paisaje es esencial-
mente el de Gualeguay, pero se le ha revelado en dimensiones que lo trascienden, si bien allí
tales dimensiones cobran una gravedad particular. Es, dicho paisaje, si se quiere, como en
Mastronardi, aunque con otros elementos y diferente tono, y es más sensible, menos espectral
que en Sola, Álvarez y Seri, pero en cambio —ha de permitírsenos decirlo— es más humano,
más inquietante.
De La mujer de silencio son estos poemas:
Prosas Comentarios 1083

El paisaje el hombre

Todo sube en la quietud levemente azulada que en un momento parecen escucharse y


de esta infinita mujer de tala y sauce, [ comprenderse,
esta mujer de aquí, y la vaca, como un árbol más del campo,
asomada al cielo caído en e¡ río apenas vuelve los ojos, comprendiendo.
como una flor de luz. Pienso en el hombre que tiene su raíz en esta
La vida tenue se escapa, [ tierra,
casi transparente, por las chimeneas de las que alimenta su mirada hacia las lomas rojizas
[ casitas, loma arriba. y así, con los pies nacidos en lo hondo de la hierba,
¿Qué será esto inclinado al paisaje, ha tenido que ponerle ruedas a su rancho.
mirador de lo verde y lo lejano? Mientras, el campo sigue bajando hacia el
[ atardecer-

Son tan tiernos el pájaro y la nube

La hora dulce

La calle crece silenciosa en la hora dulce. tristeza de tierra pegada a la carne


Las pobres casas gastadas y anchas de la tarde como la muerte descolgada de las hojas caídas.
entibian nuestro paseo, amigo. Amigo, es la hora dulce y desdichada del pueblo,
El pueblo va quedando hundido en el otoño a su límite de amor —apenas cubierto al otoño—,
[ nuestra espalda hora de la canción recogida
y ahora, los ranchos, se aterran a su última y el pulso descuidado
[ pobreza. o el olvido
Restos de vida estallan en gritos de mujeres en las últimas bocacalles,
llamando a sus criaturas, llamando su esperanza hora del campo recién nacido y tan pobre,
—la conozco— en el linde nostálgico de la hora de la guitarra pulsada en lo oscuro.
[ soledad. Un viento súbito puede arrancar ahora a las
El paisaje torna a una virilidad adusta, sobria, [ puertas voces de abandono
y el alma de las gentes es un lento territorio —algunos se han ido dándole paso al hambre.
de sombra creciente cubierto de recuerdos como Es la hora dulce,
[ flores dominadas. y las mujeres tienen desalentada prisa en parir sus
Oh, amigo, ya estamos en la cercana anunciación [ hijos
[ de la estrella;
para llevárselos con el terror en las manos.
mira los cercos que acribillan perros miserables y
Amigos. ¿Qué más?
[ desconocidos.
Ya vamos sintiendo la fácil tristeza de los niños El camino de los carros está silencioso.
[ humildes,
La tarde ya ha caído de espaldas en el fango.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1084

La Casa d e l P e z

El río ha bajado hasta la casa del pez, y que no habíamos olvidado por ser nuestra...
en la barranca.
El paisaje desciende humilde y pálido, ...Buscad los amigos de la ribera,
enhebrado en la primavera no lejana. los colores que van cambiando, tímidamente, con
Hemos mirado los ranchos color tierra, [ la tarde,
ranchos nacidos, perdidos en la luz y los sauces. y esa luz amarilla que huye hacia arriba,
Los peces se han ido y alguien ha venido marinera en el aire, llana, alargada...
[ anunciando
la pobreza de aquí, que nos pertenece

Calle d e la alegría pobre

Las nubes miradoras de la tarde morada, están Un perro vagabundo y la próxima estrella,
[ recordando, al parecer. nos hablan de una legítima riqueza, que pisando la
Desde la niñez las encuentro así, en primavera, [ pequeña hierba,
sobre la calle y la elegía. ha penetrado por débiles puertas de alambre,
Los cercos también han retornado —retornan instalándose en antiguos roperos desvencijados.
[ siempre— Además, ya las campanas
al pequeño florecer, al humilde florecer. andan rodando en lentos círculos de amor.
Se pueden escuchar esta tarde de nuevo, Calle de la elegía pobre.
las jóvenes risas Nadie ha pensado seriamente en ella?
y las muchachas vestidas como la primavera. Sin embargo, aquí ha nacido y va a morir la tarde,
El cuerpo de esta calle es vegetal e insimismado, y el pueblo no olvidará que tiene sus atardeceres
pobre, cuando va llegando a hundirse en el río. [ que vivir,
(El río está del lado del corazón de las calles). no olvidará tampoco sus vagabundos
Un breve viento mezcla fácilmente los olores ni sus primaveras.
y entonces, vienen los patios regados,
los pequeños ruidos femeninos, el mate en la Nada olvidará el pueblo
[ puerta que escapa por aquí sus dulces iras, sus sagrados
y la falda clara, floreada, los vehículos lejanos. [ dolores
Esta es una calle perdida? en caravanas de florecillas y de briznas.
Ah, no! que la pobreza ahora está en todas partes Por aquí, por donde se sueltan los pensamientos
como la primavera de los huertos. [ jóvenes
La gente de aquí no conoce ni vendedores ni durante las tardes en que la luz se perfecciona.
[ carruajes ahora. El río inventa mil colores y se envejece
[ seriamente.
Prosas Comentarios 1085

La mañana

Sube, aprendiendo a nacer en la duda de los El ángel ha venido a anunciarnos la soledad.


[ colores, La soledad, la soledad; cada cual tendrá la suya!
la secreta mañana, como una esperanza. su llama y su llanto propios;
Esta Cándida hoguera que parece ser mía y su llama y su llanto abanderados;
[ sólo mía,
su llama y su llanto desprovistos.
allí donde mi soledad se ha hecho don de pies
Los ojos verán mañanas y mañanas
[ a cabeza,
más allá y más acá de lo verde y lo dorado,
allí en el centro de su infinita transparencia,
de la fábula y del dolor, de los nacimientos y las
va siendo de todos por este consagrado amor [ sombras.
en la mañana de primavera. Ahora la música es algo adivinado.
Acontecimiento muy cerca del corazón,
se desata espontánea y altiva,
y en medio de su libertad anuncia
que no morirá en el corazón de los hombres-

Considerando, entonces, el tono de estos cuatro poetas, tendríamos la elegía otoñal, la elegía
musical de Sola González; la elegía tornasolada de Alvarez; la elegía un poco paradojal pero muy
explicable de Seri; y la elegía grave, la elegía colorida, pero la elegía viril y de ojos atentos a los
horizontes cercanos y lejanos de Manauta...
Hemos visto, o hemos querido hacer sentir, cómo a través de estos distintos matices
elegiacos, se expresa algo muy sutil o muy finamente característico de nuestro paisaje o de
nuestros lugares. Por ello sólo nuestra poesía más joven resultaría identificable en el panorama
de la lírica nacional de la misma edad. Pero ello también es signo de una cualidad nada
despreciable, su cualidad de cosa viviente, delicadamente viviente, o en relaciones íntimas,
algunas veces insospechadas, con la sustancia etérea de nuestra tierra. Ya es algo, si no es
mucho. Aunque su mérito estaría en una simple fidelidad a sí misma. Siendo fiel a sí misma,
nuestro paisaje debe estar en ella en cualquier forma, ya que es la realidad más familiar, más
envolvente, más dulcemente dominadora. Y estaría también su mérito en haber incorporado
esta realidad a su propia sustancia hasta hacerla una con ella y devolvérnosla transfigurada, aún
en aquellos aspectos que por aludir a contradicciones dolorosas y desgarramientos no menos
dolorosos tocan de cerca, de tan cerca, ¡ay! nuestro anhelo de armonía y de justicia. Este anhelo
llega a proyectarse en algunas de nuestras llanuras, y lo que era meditación lírica un poco
insular, como decíamos, se abre allí gentilmente, lo mismo que cabelleras de sauces o paz de
altas hierbas, a los mensajes del viento. Nuestra joven poesía entra así en contacto con un mundo
en donde todas, todas las cosas, están relacionadas. Y como también es amor, como toda poesía
auténtica es amor, ella asume, todavía temblando, todas estas relaciones.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1086

La poesía como desvelo o


una actitud de la sensibilidad poética

E n una oda escrita en 1819, antes de que los españoles recobraran su libertad, Shelley decía:

Ceñid, ceñid cada frente


con guirnaldas de violetas, de hiedra y de pino:
esconded ahora las manchas de sangre
bajo los colores que la dulce naturaleza ha hecho divinos:
verde fuerza, azul esperanza y eternidad.
Pero no permitáis al pensamiento deslizarse entre esas flores:
habéis sido ultrajados y esto exige recuerdo.

Nos parece que tal advertencia es siempre formulable no sólo a los pueblos que han sido
heridos en su dignidad, no sólo a los pueblos ultrajados, sino también a la conciencia sensible
de estos pueblos representada por poetas, no bien dicha conciencia se complazca demasiado
en la dulzura de la vida, en la dulzura de la naturaleza, en la dulzura del paisaje.
Pero hemos dicho conciencia sensible y conciencia es una y aún indivisible con lo que
llamamos realidad. Queremos aludir a ciertas características de mayor finura y resonancia que
se dan en algunas naturalezas o temperamentos que llamamos poéticos.
En verdad, para una auténtica sensibilidad poética nunca puede haber complacencia, siem-
pre que demos al término autenticidad un sentido más hondo que el de la mera percepción de
ciertas esencias o zonas inefables de las cosas y de las criaturas, el sentido de una relación
unitaria, cada vez más sutil y cada vez más estremecido de amor.
Comprendida así y desde este ángulo, tal sensibilidad, que sería una tensión amorosa que
abrazaría todo el ser, no podría, nos parece, detenerse con prolongada delectación en algunas
formas o armonías o ritmos, aislándolos no ya sólo del flujo cósmico sino también de otras
relaciones o influencias relativas a la presencia y al destino del hermano más inmediato: el
hombre. Si una sensibilidad de este tipo no podría escapar a su responsabilidad respecto de
vidas más humildes o lejanas o sordas, como que a ella le ha sido acordada más luz o más porción
de eso que se llama espíritu, qué no oiríamos de los deberes para con la criatura de nuestra
misma especie, dividida consigo misma, dividida con su hermana y dividida con el mundo?
Ella no podría permanecer mucho tiempo en ciertos instantes eternos o extáticos del paisaje
exterior o íntimo, sin negar lo que constituye su índole más noble o su peculiar "élan"
trascendente. Ella no podría sobre todo mirarse mucho tiempo en tales instantes sin desmedro
de su esencia amorosa, infinitamente amorosa, ardiente y serenamente amorosa, angustiada-
mente amorosa a veces, con antenas que van desde la piedra hasta las estrellas.
Podría, por otro lado, hacerlo si a las puertas diamantinas de los éxtasis han de llamar los
llantos y los desgarramientos de tanto ser como a su alrededor y en toda la extensión de la tierra
se arrastra en el dolor inútil, en el horror y la muerte "ajenos"; de tanto ser como hay que alzar
Prosas Comentarios 1087

hasta su propia dignidad si no se quiere ya "sublimar el deseo de acción para crearse un mundo
propio donde realizar la plenitud humana"; si se quiere ser leal consigo misma insertándose en
el proceso que dará formas concretas a su sueño milenario?
La advertencia, pues, no cabría en rigor para una sensibilidad de este género. Podría
hacérsela a la que no llega a tal efusión o es propensa a ciertos replegamientos por los que no
se alcanza en verdad el centro de relación y si se cortan o se pierden los hilos sostenedores,
flotando en un vacío lleno de espejos con la sola propia imagen. No podría negarse que este
narcisismo es fecundo muchas veces —y hay ejemplos ilustres en consecuencias estéticas,
sobre todo si está bañado por una profunda emoción personal, como diría Eliot, y que aún puede
significar conquistas "positivas" en los abismos del espíritu pero no podría negarse tampoco,
desde el punto de vista de la poesía, como "amor que encuentra su propio ritmo" o lo busca
indefinidamente igual que la misma vida, que está condenado también a girar sobre sí mismo,
especialmente si encuentra demasiado goce en los dones del oficio, en la labor de una artesanía
que termina por volverse dominante o exclusiva. No podría negarse que aparece como egoísta
e indiferente, aunque pueda responder muchas veces a una noble actitud defensiva o ser signo
de fúerzas más poderosas, que son las que habrían determinado su movimiento evasivo o su
acentuación técnica. Es fácil estimar que en este último caso holgaría la advertencia. Pero ésta
no se dirigiría a la conciencia poética que cae por demasiado tiempo en dulzuras adormecedo-
ras? Es cierto que casi lo habíamos olvidado, si bien las complacencias a que aludimos tienen
resultado parecido.
Buscaríamos, pues, otro tipo de sensibilidad o de poesía —nos hemos permitido ya identifi-
carlas— al cual podríamos hacer sin ningún reparo la advertencia?
Ella sería la que se ha llamado "conformista", la típicamente burguesa, ésta sí producto claro,
aunque muy afinado, de una clase. Pero la burguesía desde hace algún tiempo no es del todo
conformista. Está atacada de temores, de pavores, de "agonías", de "angustias", de un horror al
vacío que sus talentos y genios más significativos han expresado y expresan con eficacia
singular. Sin embargo, en la poesía en particular, hay algo o mucho que escapa a la dinámica
social o histórica. Ello no obstante, en lugares donde lo que se ha llamado su cultura no ha
sufrido mayores conmociones, la burguesía, o más bien la clase media, tímida y celosa de su
pequeño bienestar, encuentra siempre una poesía que no se arriesga más allá de la dulzura de
la vida, de la dulzura de la naturaleza, de la dulzura del paisaje, y de los estados psíquicos
correspondientes, con algunos suspiros, por cierto, y algunas penas, que hacen de penumbras
necesarias. Pero esta poesía cumple su destino y no seremos nosotros quienes habrán de
representar el papel de aguafiestas en su paraíso, por otro lado bien concreto o traducido en las
regulares y dulces seguridades conocidas...
Nos damos cuenta aquí de que es a la anterior sensibilidad y no a esta última a la que habrá
que llamar la atención a veces, con la mayor deferencia amistosa y la mayor gentileza camara-
deril, sobre la responsabilidad que le cabe a ella también respecto de la poesía como amor,
como aventura en lo absoluto del amor, como empresa de amor que debe confiar sólo en sus
poderes pero que debe también abrirse a las infinitas posibilidades del espíritu de la tierra y de
los hombres, del espíritu del todo, que va creando eso sutil y magnético que a ella le toca
nombrar y devolver porque ése es su destino más alto. Sobre todo cuando se complace
Juan L, Ortiz Obra Completa 1088

demasiado en sí misma, en estados demasiado prolongados de un equilibrio estático, en


acuerdos sin mayor tensión con los hombres y las cosas; sobre todo cuando parece haber roto
o perdido los vínculos que la unen a todo, absolutamente a todo, absolutamente a todas las cosas
de la tierra, ya que también es su deber: "imprimir esta tierra provisoria y caduca en nosotros,
tan profunda, tan dolorosa, tan apasionadamente, que su esencia resucite en nosotros, invisible";
ya que ella es una abeja de lo "invisible", como quería Rilke, pero una abeja que "recoge
ardientemente la miel de lo visible para acumularla en la colmena de oro de lo invisible" sin
ahogarse en la miel o perderse en su gusto. Sobre todo cuando olvida que la poesía es un
sufrimiento, pero en modo principal un sufrimiento de amor. Sobre todo cuando olvida, en fin,
a la poesía como desvelo, pero como desvelo tiernísimo y herido que se ilumina a la vez de
profecía.
Por lo demás, periódicamente, el drama del hombre termina por recordárselo, sin ninguna
cortesía, es cierto.
Prosas Comentarios 1089

El lector y el duende
(Alrededor de Indio de carga
de Néstor Groppa)

D e s p u é s de Taller de muestras en las ediciones de "Botella de mar", donde, tras de algunas


más o menos complacientes o más o menos felices "greguerías" recortadas al hilo de un viaje
desde Boulogne Sur Mer hasta el norte de nuestro país, y de una ternura funambulesca por
momentos no era difícil prever, en el supuesto de una labor continuada, la "trama" y aún el
"tono" de la que seguiría, he aquí que Groppa nos da, con el sello de Tarja, la increíble revista
de Jujuy, un conjunto de poemas ilustrado por Audiver, Policastro, Pantoja, Castagnino, Onofrio
y Pellegrini.
En efecto, los "elementos" latentes, sobre todo, en la segunda mitad de Taller... determinan,
como una savia, este segundo libro. El cual se abre, transparentemente, por cinco cuartetas
dedicadas a Vicenta Groppa, muerta en 1939, que ya fuera objeto de una muy tierna y muy
mimètica "taijeta", cuando la nostalgia de Navidad, en el tren por Santiago de aquel viaje; nota
que, por cierto, es la única aquí y que acaso ilusionara a más de un lector con una limpidez que
no podía corresponder a los aires ulteriores, a pesar de la latitud y de la gentileza de este Virgilio
o de este Orfeo de "Las Liebres", sin el "charme" tradicional, que no tenía especial interés en
encantar lo anónimo o las divinidades de la piedra sino que más bien tendía a rescatar con sus
aristas, hacia, quizás, una imagen que a todos nos atañería, su experiencia de esa humanidad
que va subiendo, o bajando, mejor, por su mismo "veneno", víctima toda ella, todavía, de otra
serpiente: la serpiente "histórica"...
Y se da así en recuperar la melancolía nativa curvada siempre sobre los terrones... los ojos
vecinos que clavan desde el hambre en el reproche de los niños... el pobre loco "Ramos" que
trabaja el agua, y las manos en vela de los campesinos, sembrándose, pese a todo, ellas mismas;
y arriba, arriba, la raíz de América, "el aire", ésa que fuera arrancada "cristianamente" de su
corazón, y que sobrevive, aún, en un desplazamiento monstruoso, a lo largo de las "estaciones"
o del calvario de los conchavos, bajo el peso de una pesadilla sin memoria, con una tenacidad,
por otro lado, de muñones, capaces de reblandecer, despegadas las hojas y desplegado su
tiempo, el "Hylli" de todas las mieses...
Luego es "Leopoldo" (El labrador), su pequeño discípulo o su pequeño silencio que va, con
el derretimiento del propio silencio en las figurillas de los años, bajo una sed aún de silencio...
con el silencio que se ahila a través de las gramillitas... y con el silencio de las imaginerías del
agua...: que va, con todos esos silencios, a una nada de sudores, frente al silencio, también ajeno,
que éstos cavaran...
Y es "Heleno" (El minero) con sus veinticuatro años ya sabios, cerrados repentinamente
cuando se abrían, abajo, en el juego... despedido por unos sombreros y unas camperas
encanecidos de súbito, y esa lágrima de sal que ha de arder en flor, también, al crecer en la
separación y la fidelidad, hasta la perla que asimismo morderá la reminiscencia...
Juan L, Ortiz Obra Completa 1090

Y es el "Changador", de las cimas del hielo y de las leyendas, que llega con su ilusión y su
dulzura, por encima del enrojecimiento de la "cuadrilla" y del desleimiento ocasional de los
surcos: que llega con su ilusión de otro lugar de América... y que, como los otros, fue un peso
que ninguno asumía pero que debía caer correctamente, aunque "en huesos", y tener por única
almohada el cieno del canal y por único sudario el velo del mismo con la consecuente piedad
de todos, de todos los deshojamientos del cielo...
Y es la "Chiguanga ciega", en el brete de la zafra, el monte entero en el agua de los ojos,
hiriendo a través de éstos con las cosas que miraran desde el horror de los feudos de arriba
entre sus compañeros —y que ahora ven, a su vez, esos sus sarmientos extremos... casi toda
cáscara, ella, a la intemperie, y que ha de desprenderse, todavía, quizás con los dedos abiertos
sobre un infierno...
Y es el "monte" mismo como una corola invertida de la altura, desplegándose hasta un infinito
de hojas y de hálitos; padre de todos los espíritus y de todas las gracias que no encuentran a
nadie, a no ser los pájaros, para la donación, y que, por otras partes, desde las profundidades,
sube en el surtidor de las maderas hasta la ausencia más cristalina, aunque equilibrando sobre
sus brazos la quimera de la gente que queda, por cierto, a nivel de las polvaredas; y es él mismo,
por sus siglos y siglos de sumas sin precipitación, una especie de espectativa de cuento en que
un ala encima del mar desdeña toda orilla y todo mástil... y hondísimo de verde e igual de luna,
él, a la vez, se estremece ahora en una vejez de jardín que no concluye de incensar, impercep-
tiblemente, lo imposible de la duración...
Y es "La mano". La historia, ¿conocida? de la mano a lo largo de las edades, desde la visera
para la visión entre las caídas del silencio hasta el redescubrimiento azorado de los deditos que
alzan un pétalo de ave o una pluma de flor, uniendo un círculo de milenios que pasara por todas
las inscripciones, aéreas o profundas, exteriores o íntimas, del quehacer humano...
Y es por último "La libertad", referida a la esperanza de América, pero con los millones de
sacrificados de todas las tierras y de todos los tiempos, que vanamente la rastrearon con sus
tejidos fundamentales; la mala palabra, aunque sin figura, desde las tablillas, mas aire también,
bajo el duelo que cierra el momento, para los enfurecidos albañiles que continúan aquí... este
aquí espumado por la eternidad de dos mares y que se mide en medio de los aparecidos de las
culturas asesinadas y pilladas, y los pétalos, aún, de aquéllas que en el vértigo de las eras y por
poco del cielo, tallaran urbanísticamente, la azucena de la luz...
Es la libertad que se quiere hallar detrás de las fábulas y los cementerios de la "familia", y la
que la roca y los harapos, antiquísimos testimonios del sufrimiento continental, han de mirar,
por fin, reintegrados ya, nosotros, en la dimensión original; y por lo que perdure de los oficios,
por las letras nacidas de la sangre, por las siempre-vivas que digan del compromiso, ellos han
de saber de nuestras preguntas por ella... porque de las venas abiertas en las minas, de la
cronología ignorada de las penas sin nombre, de los siglos hundidos de que brotan las
muchedumbres de hoy... ella, ella, amasa ahora la harina que la consagra, a manera de esa flor
oscura que hizo posibles, bien que malamente, los días... Y esto no podría ocurrir de otro modo,
ya que es inconcebible que se pierda tanto trigo de padecimiento en la siembra de las épocas,
incluyendo, desde luego, la que nos toca soportar...
Prosas Comentarios 1091

Mas nos hemos demorado, en resumidas cuentas, en el juego de traducir a las nuestras, y
con "paso redoblado", algunas imágenes que nacieran, presumiblemente, con el suyo, "de
danza". Se trata de una simple flaqueza que nada tiene que ver con intento alguno de probar la
"intercambialidad" de lo que hace una poesía con la que no pudimos menos de ir consintiendo
hasta caer —oh ligereza nuestra— en tal pecado. Por dicha, quienes, después, lean el libro, han
de comprobar, con el cotejo, la palidez de esta versión cuya frivolidad resultaría sólo cohones-
tada sí, por su lado paradojal, llevara a un contacto directo con aquél.
Pero el diablillo que nos despega oportunamente de toda criatura literaria o artística llega
siempre con unas chaquetillas más o menos "estéticas", o más o menos justas, o más o menos
flexibles, desde las llamadas "eternas" hasta las distinciones "militares" ("vanguardia", etc.) de
los academismos últimos, a objeto de que, enfundada la que la prueba aconsejase, no se
confunda la "posición" del "este" en los alineamientos del "campo" o en las "disposiciones" de
la "jungla"...
Quiere decir que henos en la ocasión frente a una vida pasible de tales endosamientos-
endosamientos cuya integridad, ciertamente, queda librada al azar o a las curvas de la fortuna
"bélica"...
Mas nuestra "inocencia" misma, ah, casi husmeara a Renard, casi husmeara a Gómez de la
Serna, casi husmeara a Girondo, casi husmeara a Fernández Moreno, a propósito de las tijerillas
y de las bolatinerías de Taller de muestras. Y es que, ya se sabe, nos "penetran tanto las letras"
que resultamos al fin hechuras de sus heridas, con la respiración y todo.
Se explicaría, entonces, que si eludiéramos las sastrerías del duende, no pudiéramos evitar
en cambio las "cuestioncillas" que, desvestido a su vez de la oficiocidad castrense pero con los
automatismos de la "Intendencia", aún, por la facilidad de sus exigencias, él mismo nos abriera
en seguida, cerrándonos, casi, el paso:
—¿Te quemó acaso en El indio... el calor de la llama última y resucitó en ti una fuerza que
no sabías? ¿Ha pasado él, como el niño entre los doctores, a través de su propia piedad y de 'las
palabras de la tribu", con una certidumbre de pluma? ¿Ha transferido su hacer a un mundo que
ha de vivir únicamente con su vida, y ello, por ventura, con esa gracia que ni siquiera articula y
que suele morir en el silencio? ¿Llegó él a la ligereza requerida para hallar y develar la realidad
purísima del sentimiento, más allá, naturalmente, de su tejido prosódico, y más allá, todavía, de
la "lamparilla" común? ¿Alcanzó así la semilla extrema de la luz, sobre los límites poco menos
que de lo inverosímil, y astronómicamente arriba de toda arieta al liberar las virtualidades de
los mecanismos interiores y llamarnos, consecuentemente, sin ninguna cortesía? ¿Habría, por
lo tanto, signos en él del sacrificio de todas las mentiras y vaguedades y filoxeras del lenguaje
y de los correspondientes reflejos de la mentalidad comunal y de las convenciones comunales,
por el acceso a un universo primero, bajo la oscuridad, también primera, en que se habría
querido desaparecer? ¿Mas habría, asimismo, una manera como de ángel de llegar hasta la raíz
de todo, y esto, según se da en algunos, en una sola fiebre con lo anterior: en el centro, si cabe,
de ésta que denominamos "llama última"?
—Pero me estás hablando —le corté— y por momentos hacia el borde de cierto abismo
teológico, más bien del camino que sigue la "claridad" poética, en general, que preguntándome
por las aventuras de una "relación" dada, aunque de dicho camino dependa, sin duda, en
Juan L, Ortiz Obra Completa 1092

proporción muy considerable, la calidad de la realización que no queda, justamente, en el


camino. Y por otro lado, con todo su rigor, has caído en un "trasiego" similar al mío, de un "vino"
que, perdóname la jactancia, bebí de la propia cuba... Ese "vino" que está, de seguro, entre los
que han iluminado mejor todas las vías de la expresión poética... ese "vino" que ha saludado
con "generosidad" muy evangélica las posibilidades de aquéllas que por su condición de "reales"
y dinámicas parecieran más alejadas de sus viñas y que vendrían a significar, por el contrario,
otra probable redención de la mezquindad y lujuria del mismo espíritu, confundidas frecuente-
mente con el "ángel"... redención ésa que él confiase al reencuentro con el hermano y su realidad
primordial, sobre un planeta de epifanía... ese "vino" que ha ido hasta esperar, en fin, de los
fieles del "Señor", si debiesen ellos callar en la imposibilidad de un acuerdo con lo que mueve
a otra fe, que siquiera no olviden la superioridad del martirio en relación a la propia poesía...
—Más ambos "por las ramas", ¿entonces? —me incluyó—. ¿Por qué no despachamos de una
vez nuestra diligencia jurídica?
—Acabo de pensar que quizás el Indio de carga camine en la dirección de esa poesía que,
por lo que se sabe, todavía no ha nacido del mismo seno que la gestaría... camine, desde luego,
con los pasos que le rima su sangre, pero desde la "historia" y hacia la "historia", ¿por qué no?...
Y he pensado también en lo que dijo más o menos Neruda de la poesía de América: que
admitidas la amplitud y la inocencia del paisaje, su "reflejo" lírico no podía sino frisar en la épica
en cuanto cierta forma de la "enunciación". Y es sugestivo a este respecto que un joven poeta
inglés, de ningún modo fluvial, llevado a desplegar las imágenes de la pampa que le tocara en
su niñez y en su primera juventud diera por poco en la narrativa de un río nuestro, no siempre,
por supuesto, salido de madre, y más parecido a Vallejo por su trasluz y su "pathos" que al propio
Pablo aluvional... y ah, es verdad, "residencial"...
—Te has referido tú mismo, si bien sospechándola, a una "dirección", o lo que es igual, a una
"posición" que tiene su nombre entonces en esas prendas que lanzaste con tu mirada por ahí.
Te invito a que arrojemos la red de los "condicionamientos" de fibras ay, tan enlazadas y tan
ininterrumpidas, y valoremos ya la "condición" que escapa a ella. O la chispa, si quieres.
Me había visto contra la pared de aquel verbo premioso... "despachar"... Ahora era "valorar".. .
¿Dónde estaba pues? ¿En una oficina de Tribunales o en los pasillos de una Bolsa?... Y yo que
con mis resabios nihilistas no me hubiese sentido cómodo, oh no! en una toga "estética"
decidiendo "en nombre de todos" y para que "exista en cierto modo para todos", sobre lo que
no se agota en mi instante ni cabría consiguientemente destacar de las contingencias de un
diálogo reanudable y de cualquier modo circunstanciado, cuando no de una relación fuera del
tiempo...: yo era ahora compelido a "fijar", bajo la misma urgencia, el "precio" de lo que tenía
para mí el sentido de una "presencia"... Mas consciente y todo de las ondulaciones "bursátiles"
y de las ondulaciones "judiciales", con curvas unas veces de siglos y otras veces de vértigo para
las hojillas de laurel... pero sin desconocer por ello la "explicación" primera o última de toda
sentencia y lo que ésta, por su sencillez misma, debe forzar a vivir... y teniendo para mí que de
existir la posibilidad de alguna jurisprudencia para resolver hasta sobre poemas que nos
"parecieran" ya "descomponibles", dicha "ciencia" nacería, igual que la poesía, con cada poeta,
lo que la negaría como tal, al ser los poetas inasimilables entre sí u objetos solamente de una
estimación ligada a sus virtualidades y sus grados de verificación, sin desdeñar, de fijo, los
Prosas Comentarios 1093

encadenamientos que hacen o van haciendo la originalidad tan poco libre, ay: con todo esto, sí,
no me restaba más que mostrarme cortés con la impaciencia de mi "familiar", bien que,
principalmente, era tiempo de librar al noble "indio" de mayor "carga" de palabras... Mas no
sería resultado, él también, a pesar de lo que tal vez una malhadada lupa consideraría como
traicioncillas de su "momento" retórico, muy fiel sin embargo éste, en general, al integrar una
inspiración bastante segura, por lo demás... no sería resultado, él también, según dijera Blyth
del "haiku", "del deseo, del esfuerzo no hablado de no escribir más poesía, de no oscurecer más
lejos la verdad y la magnitud de una cosa con palabras pensamientos y sentimientos"?... ¿Y este
afán de respetar la transparencia sagrada, no se habría trasmitido, atravesando aquí y allá la
"elocuencia" fatal, a esas sus apelaciones repetidas al silencio? ¿Al silencio por su calidad de
atmósfera, de materia misma de los dramas, y de pupila acusadora; silencio que requeriría, y
él debe de sentirlo asimismo, la evocación de otro Chirico o de otro Rouault, más que la de los
"blancos" de la palabra o los suspensos de la "pantalla"?...
¿Que la lupa aún fijaría insignificantes arrastres y breves languideces en la corriente
anecdótica? Pero esta corriente, por instantes, parece venir del mismo silencio...
¿Que el instrumentillo, o nadería estetoscópica, mejor hundiéndose más en la indiscreción,
no percibiera siempre el ritmo íntimo de los poemas —ritmo que él ligaría a su mejor verdad—
y que cuando dicho elemento era sensible solía experimentar que chocaba contra la densidad
misma de algunas imágenes?
Mas sin discutir su "oído" le recordaríamos que ese latido no es la única referencia segura
sobre el movimiento "en sí" o el de la transposición de un impulso, ni lo único que rige desde
adentro la "necesidad" de los ademanes. Sería en todo caso como otra medida, muy fluctuante,
de algo más interior, si se quiere: de esa melodía de surtidor cuya presión es la que nos parece
crear los juegos que redimen. Si éstos, en la presente circunstancia —le concederíamos—
fueran unas veces cubiertos por el peligro, o por su propia masa, más exacto, y otras conformes
a las "cargas" de ésta, la debiesen cortar o la debiesen sesgar, angulosos, por así decir, del
"estilo" que la flotación les imponía, no cabría decir, o, no, que los poemas desapareciesen... Ahí
están, unos consigo mismos y héroes de sí mismos sobrevivientes de la tragedia o del silencio,
sobre la playa de los ecos y ay: de las consecuencias "interpretativas", "intendentiles" y
"forenses" que se advierte, pero indudablemente lo peor, de los humos de las divagaciones con
la quimera, aún, aunque eventual, de unos sentidos de vidrio: desde la segunda todas esas
repercusiones, bajo el signo de nuestro pequeño "espíritu", tan empleadillo o tan sargentillo,
ah, de las "visualizaciones" y "disecaciones" y "fallos", o de las propias sombras que deben seguir
al amor.
Envíos
Prosas Envíos 1097

Correspondencia

Paraná, abril 26 de 1953

Hermano Emilio:
Recién, ay, recién puedo hacerle unas líneas.
Cuando vino Dorita ya estaba "metido" en un largo, larguísimo poema sobre Gualeguay con
los recuerdos de los momentos "eternos" vividos allí desde los tres primeros años. "Eternos" y
de los otros: de la bohemia ribereña y de las luchas, todas las luchas, por "enternecer la realidad".
Será otro libro. Ya está listo. Al fin, "me salió" un sonetil lo que le envío con una breve pieza de
las últimas, conforme a su pedido.
Dorita nos impresionó muy bien con su gracia elemental y su receptividad y su atención.
Hicimos todo lo posible para que se sintiera aquí como en familia. Sobre todo a la tarde. Aparte
del poema, yo tenía los compromisos matinales de la casa, pues la mujer se nos había ido. Y el
poema realmente me requería. Casi dos meses me ha llevado. Sólo él. Y hasta enfermo trabajé.
Estuve engripado. Y cuando debía descansar y reponerme, aquí me tiene de enfermero, pues
es Gerarda quien ahora ha caído...
Lo he sentido mucho a Gil. Lo siento... Lo veo como apretando las palabras del corazón con
esa manera suya de pronunciarlas...
Me place mucho lo que hace Tiempo con La Prensa. Pregúntele si recibió alguna vez El
álamo y el viento. En cuanto a los siguientes, los tendrá cuanto antes. No lo olvido nunca, ni
olvido mi deuda con él.
Pisarello pasó por acá y lo interesé en la edición de La brisa profunda, que así se llamará lo
que ya está preparado, fuera del poema a Gualeguay, aunque éste, para no demorar mucho su
salida, a pesar de su extensión, podría ir al final de esa "brisa".
Si tiene oportunidad de verlo o de hablarle, le pediría no deje de animarlo.
Muy buena, muy buena, su nota sobre "El fogón". Nunca, creo, se había escrito así sobre el
"Fogón". Cómo estarán de contentos Aldo e Hilda! No pierdo las esperanzas de verlos este
invierno. Les propondré algo con sólo gastos pagos.
En cuanto a lo otro, no sé realmente qué decirle. Con usted he conversado algo al respecto.
Recuérdelo. No sé realmente qué decirle. Qué podría decirle? Lo que he podido hacer hasta
ahora está ahí, lejos desde luego de lo que sueño. Sueño para lo mío una "poesía" de pura
presencia, de resplandor casi, sin "forma", o con la muy fluida o aérea de los estados interiores
—armonía o visión—, o su correspondencia posible.
Creo, además, en la poesía que compromete todo el ser, en la que es un don absoluto, en la
que es "el amor que encuentra su propio ritmo", y consecuentemente en la que sigue los pasos
de la historia y aun de la circunstancia porque es combustión y trascendencia antes de ser, si
el poeta se siente impulsado a ello, "servicio" y militancia.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1098

Pero creo, sobre todo, en su variedad infinita y en su eterna alada libertad hasta en las horas
en que el poeta, fiel a su sueño o a su necesidad de integrarse, deba "desaparecer en un gran
deber consentido y amado"...
Olvidaba decirle que yo la siento como una profunda necesidad, como la respiración misma,
y a la vez inasible y fugitiva a pesar de la entrega más total, de la humildad más rendida, y de la
inocencia más transparente que me es dado hacer en mí. Y que tengo especial fe en la que no
está escrita y que será vivida por todos como algunos ahora se impregnan de la del aire, de los
árboles, del agua... en la poesía que estará en todo porque será la comunión recién real bajo las
especies también recién reales. Ya lo está o está en camino de estarlo en algunos lugares del
mundo donde ochocientos millones de criaturas tienen desde su nacimiento el derecho y el don
de la verdadera dignidad. Y que amo con toda el alma la que el pueblo y los niños siempre han
hecho y están continuamente haciendo. No sin apreciar, desde luego, como es debido, y muchas
veces con adhesión muy entusiasta, aquélla que, aparte del aporte técnico ya valioso, va creando
desde su plano nuevos sentidos para el "conocimiento" de la realidad "íntima" y "exterior", de
la unidad viviente en que estamos incluidos, de las relaciones infinitas que nos comprenden.
No sin apreciar también esa otra que a pesar de sus aires destacados o gratuitos o evasivos, de
su "pureza" algo desdeñosa, de su "desinterés" altivo, va afinando asimismo ese "intelletto
d'amore" de que tanto han menester los hombres para dar a sus vidas más profundidad, más
gracia.
Y no terminaría nunca, mi querido Emilio. Sobre poesía generalmente no hacemos más que
divagar o expresar nuestras muy limitadas preferencias cuando no referirnos sólo a la muy
mezquina que nos es dado aprehender. "La poesía está donde está", decía Güiraldes. Pero hija
humilde o angélica, agregamos nosotros, de los cambios de la vida y de las categorías que ellos
van estableciendo, aunque también empinada sobre el vértice de las épocas, pitonisa ardiente.
Qué más le diría? Que tengo inéditos un conjunto de narraciones sobre cosas de niños, de
animales y de paisajes, que titularía Los amiguitos. Ah, y no le dije que se cumplieron los 170
años de la fundación de la ciudad de Gualeguay. De ahí el poema largo y el soneto.
Perdón por la lata. He querido únicamente satisfacer su pedido. Usted en verdad no necesita
de ella. Su bondad y su intuición son infinitas.
Un gran abrazo para Ud. y Dorita, con los cariños de los míos.
Prosas Envíos 1099

Paraná, diciembre 25 de 1958

Querido Chi:
Recién, caramba, le escribo. Y hace más de un año que le prometí hacerlo sin mayor demora!
Pero yo sé cómo los he recordado en todo momento, cómo Ud., especialmente, ha continuado
hablando conmigo a pesar de mi silencio.
Por lo demás, desde entonces, no he hecho otra cosa, puede decirse, que ocuparme de China,
leyendo, dando aquí y allá "conferencias" u organizando conversaciones. Y no he podido cumplir
aún los compromisos. Seguiré en 1959.
Le envío unas cosillas que Ud. no conoce. El poema último: "Luna de Pekín", fue, en realidad,
el primero que escribí allí. Publíquelos, traducidos, donde Ud. le parezca mejor: en las revistas
de las otras capitales, por ejemplo. No olvido tampoco a esos amigos. Pero no demore. Necesito
mucho, mucho...
Y a propósito: yo dejé allí un poema inédito a Emi-Siao, quien fue el primero en pedirme
colaboración, y además, al mismo, los originales de un libro también inédito, de una antología
mía, y de una traducción de casi toda la obra de Hilarie Voronca, el gran poeta rumano. Qué
sabe de eso? Pida noticias a Emi-Siao, en primer lugar, y dígale que mi gran esperanza al
respecto fue depositada en él. Aquí, ya sabe Ud. no hay "perspectivas" para nosotros, o son
escasísimas. Alguien de la delegación de marzo, creo, puede ser el portador del "alivio", si no
fuera posible hacerlo llegar antes. De cualquier modo, asegúrele a Emi-Siao la profunda
adhesión de quien no ha perdido oportunidades de hacerlo conocer y admirar a todo lo largo
y lo ancho del país.
Recibí un saludo de Wang Yi. Retribúyaselo.
Con mis mejores deseos para la Sra. Wang y para los otros compañeros suyos que fueron
los nuestros también en el circuito inolvidable, tenga un fuerte abrazo de su amigo y camarada,
con votos para el 59 muy especiales.

P.D. Mándeme siempre poemas de la última gente, o de la que vaya apareciendo con alguna
significación. He de continuar, por cierto, renovando la imagen de la China poética actual, hasta
el último aliento. Y ahora que volvemos en esta forma a conversar, yo, a mi vez, le haré llegar
muestras de lo que en tal plano se hace por aquí
Juan L, Ortiz Obra Completa 1100

Paraná, enero 8 de 1959

Mi querido Ortiz Saralegui:


Le agradezco infinitamente sus bondades y atenciones. Y le pido me escuse esta demora.
En principio no puedo sino aceptar, honradísimo, la invitación a participar en las "jornadas"
de marzo —recibí, desde luego, la invitación "formal"—, pero hay un detalle que le rogaría me
precisara a fin de considerar mejor la posibilidad de estar con Ud. durante una semana en un
litoral de poesía. Y es lo relativo a la "compensación" de las lecturas, por no recordar bien lo
que Ratti al respecto me dijera en Mendoza.
Ello, sobre todo, por lo que significaría la probable compañía de mi mujer en relación a mis
recursos. Son éstos, en verdad, los que me obligan a molestarle y los que han de llevarme
necesariamente a hacer cálculos nada gratos, por cierto.
Mas no quisiera incomodarle demasiado, y le encarezco me disimule hasta el "peso" de estas
líneas. "Pour la poésie y l'amitié!".
Un abrazo esperanzado de su devoto y tocayo que se complace también en retribuirle sus
votos con la misma reserva.

P.D. Incluyo la foto. En cuanto a la lista de títulos, pueden agregar a El alma y las colinas-,
De las raíces y del cielo, por aparecer; El Gualeguay, en preparación, poema que se irá publicando
por parte y que aspira al sentimiento de este río a través de las distintas categorías de tiempo.
En prosa, inédito: Mis amiguitos: pequeñas historias de niños y animales.
Casi todas las revistas literarias del país me han publicado poemas. Con alguna regularidad
colaboro en La Gaceta de Tucumán y en El Litoral de Santa Fe.
Prosas Envíos 1101

Paraná, septiembre de 1962

[... ] Pensaba contestarte, pero a la vez no sabía cómo responder a tus preguntas, por lo menos
concretamente respecto de los poemas míos que prefiero y los autores de mi devoción. Prefiero
en realidad conversar sobre esto, aunque si me apuraran en relación con los primeros, diría
que me inclino sobre todo sobre los que aún no han adquirido forma y me duelen todavía porque
no se avienen a esta fatalidad para aparecer. Y en cuanto a los segundos que padezco parecida
debilidad para con las imágenes poco menos que virtuales en que se revela y trasciende a la
vez y continuamente, el espíritu. Ello, desde luego, con toda la vaguedad e ingenuidad y
gratuidad y hasta paradoja que quieras, bien que con la esperanza, o seguridad, más bien, de
mi parte, de entendernos sobre el particular así tengamos oportunidad de charlar. Sobre la
evolución creadora, igual giro al próximo encuentro... No sé... Quizá me ilusione cada vez más
sobre el despojamiento o la fidelidad al desarrollo interior o a las reverberaciones, si cabe, del
choque... No sé... Eso sí, la urgencia expresiva va en aumento... Y en otro plano, desde hace un
tiempo, he sido llevado a eliminar los epítetos, a emplear en su reemplazo, sustantivos y verbos,
en contradicción quizá con el mismo movimiento que tiende incesantemente a abrirse. Pero
éstas y otras de que te dispenso son minucias gramaticales o prosódicas que sólo me atañen.
Los que ya no me pertenecen son: La orilla que se abisma y El junco y la corriente, listos desde
hace rato para publicarse mas sin ninguna posibilidad aún. Tampoco son míos tres largos
poemas: a Entre Ríos, a la Argentina y al Paraná. Este último es el Paraná sentido por el
Gualeguay. Y a propósito: nuestro río marcha, y marcha... Habría también para unos cuantos
cuadernillos: acaso ocho del peso de los públicos y con una impresión corrida.
Y menos, desde luego, tendría derechos sobre las cosillas que han ido quedando al margen
y que compondrían algo a llamarse probablemente Los Homenajes, tan denso, como lo otro. Y
todavía menos sobre las traducciones de poetas poco conocidos del oriente europeo y de los
tres orientes... Y no olvido aún las narraciones Niños y bestias, totalmente extrañas...
Con relación a los "datos biográficos" te remitiría a los poemas "Villaguay" y "Gualeguay" si
no fuera que ya los has sufrido bastante. Ahora, al efecto de que actualices, ya que estás
empeñado en redimirme, el conocimiento de mis pecados, te haré llegar cuanto antes muestras
de los últimos, de ésos, que, sin embargo, se me aparecen destacados...
Juan L, Ortiz Obra Completa 1102

Notas autobiográficas

I.
Soy un hombre sin biografía, en el sentido en que ésta generalmente se considera. Pero han
sido decisivas en mi vida mi infancia campesina (Villaguay), mi escapada a Buenos Aires a los
17 años con el encuentro allí de Juan Ramón, y luego la soledad estudiosa y contemplativa de
Gualeguay (mi pueblo de nacimiento) frente a un paisaje que se diría hecho para poetas
bucólicos, pero que no lograba alejarme de los problemas angustiosos, esenciales, del tiempo,
ni me impidió enamorarme fuertemente de la mujer que ahora es mi compañera dilecta. Influyó
también en mi desarrollo espiritual mi amistad con Mastronardi, quien me hacía gentilmente
don de sus más delicadas experiencias poéticas, cerca y sobre el "eau nonchalante", y a quien
débese culpar la publicación de El agua y la noche no sin la activa complicidad, es cierto, de
César Tiempo. Respecto a la reincidencia diré que he publicado El alba sube en este año de
1937.

II.
Nací como Mastronardi y Villanueva en Gualeguay, pero la "vergüenza política" que pueda
sentir como este último no me impide que sienta por mi pueblo un especial cariño y que me
sienta muy profundamente ligado a este paisaje. Muy profundamente. Creo, además, que la
circunstancia de ser la cuna de los poetas nombrados alza tan alto el honor de una ciudad que
no pueden alcanzarle los apresuramientos adquisitivos de algunos de sus políticos.
¿Referencias concretas de mi vida? Permítaseme que no les dé ninguna importancia. Apenas
si los años y el estudio y la experiencia, sobre todo la experiencia, la experiencia poética, la
experiencia humana, la experiencia íntima, me han permitido dar algún esbozo de forma a mis
reacciones frente al mundo, frente a las cosas, frente al paisaje con todos los elementos que lo
constituyera, ambicionando para la poesía la mayor flexibilidad de movimientos y la mayor
amplitud de sentido, sin desmedro, claro está, del necesario ritmo y de la necesaria ligereza.
Pienso que apenas si somos agentes de una voluntad de expresión y de ritmo que está en la
vida, en la vida de todos, en la vida del mundo y de las cosas y que, si conforme a ello, aumenta
nuestra responsabilidad, no cuenta en cambio, no debe contar, todo lo que atañe a nuestros
éxitos, bien pequeños, por cierto, con respecto a las posibilidades infinitas y de varia índole que
existen. La poesía no pertenece a nadie o es de todos. De aquí que debamos hacer todo lo posible
para crear las condiciones necesarias para que todos la sientan, o mejor, para que todos puedan
vivirla en todos los momentos, como que todos los momentos tienen su ritmo. Lo que significa
colaborar en la transformación del mundo, en el cambio de la vida. Creo con Cassou que el
destino de la poesía está ligado a este cambio.
Esto, desde luego, sin cerrar la sensibilidad a ningún mensaje poético, venga de donde venga,
siempre que haya respondido a una íntima necesidad, que sea auténtico, en una palabra.
Prosas Envíos 1103

III.
Nací en 1896 en Puerto Ruiz, a dos leguas de la ciudad. Permanecí allí hasta 1910, fecha en
que mis padres se trasladaron a Villaguay (Mojones Norte).
En 1902 residí en la ciudad de Villaguay donde hice la escuela primaria. En 1910 volví a
Gualeguay. Escuela Normal. Aventura portefta: Facultad de Filosofía y Letras. Estudios aban-
donados. Viajes por todo el país, y una escapada a Marsella (Francia) en una balsa con hacienda.
Nuevo regreso a Gualeguay. Empleado en el R Civil durante 27 años.
Desde 1942 vivo en Paraná, reo de delitos en que hube de reincidir, aunque inocente en
cierto modo del que inició la serie bajo la inducción y diligencia de Carlos Mastronardi y la
complicidad consecuente de César Tiempo y C. Córdoba Iturburu.
Lo demás es historia de la amistad y de la ilusión de los amigos.

Paraná, 8 de mayo de 1973


Juan L, Ortiz Obra Completa 1104

Solicitada

Habiendo aparecido con el título de Juanele, poemas y bajo el sello de Carlos Pérez Editor,
una selección de poemas y prosa de los que se me hace responsable, no me toca sino declarar
que me resulta casi imposible reconocerme allí tras lo que ha quedado de las mutilaciones, de
las trasposiciones de línea, de las sustituciones de palabras, de las alteraciones en la ortografía
y en los espacios interlineados. Si ello configura ya una serie de "poemacidios" evidentes,
sujetos, presumiblemente a sanciones, éstas no podrían dejar de considerar, como elementos
importantísimos de juicio, los aspectos que hacen a la relación autor-lector al desconcertar a
éste, en el presente caso, con un juego en cuyo secreto no podía estar, y al transferir a aquél el
peso de la confusión y del abuso de confianza en su condición de único reo identificable de los
mismos. Por lo cual se me permitirá solicitar la resolución que exige en justicia este criterio en
punto a las reparaciones posibles de tanto daño y menoscabo, irreductible aún, en sus efectos,
por su carácter de impreso, a tiempo penal alguno, y capaz todavía de imprimirse en cualquier
tipo de caución. Se me permitirá también consignar dos o tres botones de muestra: Hay saltos,
por ejemplo, de la cuarta línea, inclusive, de la pág. 45, de 15 líneas que corresponden al final
del poema, pág. 46. Pero anteriormente, a la inversa: en pág. 37 se endosa al término del poema
seis líneas que pertenecen al poema de la página 34. Mas, de la línea 18, pág. 65, hay que
trasladarse a la octava línea de la siguiente página, hasta la penúltima línea de la misma, de
donde, nuevamente, hay que volver a la línea 19 de la página 65.

Paraná, 22 de noviembre de 1969


NOTAS

Prosas

A partir de 1942, año en que se muda a Paraná, El Litoral, por su parte, no tenía un espacio
y hasta aproximadamente 1947, año de cierre literario o cultural regular. Publicaba un suple-
y envío a imprenta de El álamo y el viento, libro mento de entre cuatro y ocho páginas que
que contiene poemas escritos en este período, aparecía en fechas especiales como el 25 de
Ortiz colabora con cierta frecuencia con los mayo, el 9 de julio, el 31 de diciembre.
diarios El Diario de Paraná y El Litoral de Sólo en algunos períodos, a partir de 1955,
Santa Fe. Amaro Villanueva (ver nota al poema aparece una página o una sección literaria. El
"En el parque" del Protosauce) tiene mucho texto "El lector y el duende", comentario alre-
que ver con estas colaboraciones. dedor de un libro de Néstor Groppa, aparece
En estos años El Diario publicaba, general- en 1959 en la sección literaria que entonces
mente los lunes y con cierta regularidad, una estaba a cargo de Hugo Gola.
página literaria. Pero la mayoría de los textos Los textos en prosa aquí presentados en su
se encontraron en las páginas normales del mayoría provienen de estos dos diarios. El
diario, firmados con el seudónimo de Alfredo resto fue reunido de otras publicaciones (dia-
Díaz, sea como columna periodística, sea en rios y revistas), y de copias mecanografiadas
una sección titulada "Páginas, notas y poemas y originales encontrados entre los papeles del
poco conocidos" dirigida por Alfredo Díaz (a poeta.
veces AD.), que en algunos períodos llegó a Para su organización hemos adoptado, en ge-
tener una frecuencia semanal. En esta sección neral, un criterio cronológico.
Ortiz incluía algunos escritos suyos pero, pre- La división en libros (Los amiguitos, Comenta-
ferentemente, publicaba traducciones. Los po- rios y Envíos) es arbitraria, si bien Ortiz tuvo,
cos textos aparecidos en la página literaria son en algún momento, distintos proyectos de or-
los que, por su carácter, respondían a este ganización de estos textos. Por ejemplo en una
espacio, como los comentarios de libros, tam- carta de 1953, Ortiz decía a un amigo:"... tengo
bién publicados con seudónimo, y las poesías inéditos un conjunto de narraciones sobre co-
firmadas como Juan L Ortiz. sas de niños, de animales y de paisajes, que
Al parecer, ésta es la única vez que Ortiz utiliza titularía Los amiguitos". Se trata de un proyec-
un seudónimo. De hecho, nunca publicó poe- to similar al que, en 1962, en una carta a
sía bajo un seudónimo. El 1Q de enero de 1944 Veiravé, llama Niños y bestias. Si este libro
se da la curiosidad de que aparecen juntos, en tuvo, en algún momento, alguna forma concre-
la página literaria, el poema "La luz perdida" ta, no lo sabemos. Utilizamos el primer título
firmado por Juan L Ortiz y el comentario al para reunir aquellos textos que, a nuestro pa-
libro Fábula encendida de Carlos Alberto Al- recer, se hubieran podido acordar con esta
varez firmado por Alfredo Díaz. forma.

Los amiguitos

El loquito enero de 1934. Fue reproducido por Julio Pe-


Publicado en "Crítica Revista Multicolor", su- drazzoli como apéndice a su libro Aproxima-
plemento literario del diario Crítica, el 13 de ciones a la poesía de Juan L. Ortiz en 1987.
Juan L, Ortiz Obra Completa 1106

Leandro v. 14/5 Allí las primeras heridas de la crueldad


Tomamos el texto de una copia mecanografia- [ inútil
da, en buen estado, y con algunas correccio- que aún me sangran la adhesión a los
nes a mano, fechada al pie: "Gualeguay, mayo [ "amiguitos inocentes..."
de 1938". y en el poema "Gualeguay" de La brisa profun-
da donde se menciona (v.17/8) "una tarde" en
Un militante
Las Toscas con el hermano grande que "que-
Publicado en un suplemento literario de El ría probar su arma":
Litoral el 31 de diciembre de 1942.
La detonación quebrara el infinito y los nervios
El vagabundo [ ya heridos...
Publicado en El Diario, en su página literaria,
el 5 de abril de 1943 con fecha al pie: "marzo En este último poema subyace la misma anéc-
1943". dota que en el relato, interrumpida y prolon-
gada por los puntos suspensivos y, al mismo
Luisa tiempo por la imprecisión verbal (quebrara)
Tomamos el texto de una copia mecanografia- de una acción que puede ser pasado pero que
da sin fecha. Suponemos que pertenece a la late en cierto presente que no sólo es el del
misma época de los textos anteriores, entre recuerdo (la acción pasó pero parece seguir
"Leandro" (1938) y "El vagabundo" (1943), pasando). En esta particular manera con que
textos coincidentes en su temática social y en se oculta la anécdota, haciendo visible su ve-
el relato basado en un personaje central seña- ladura, se dice que sus detalles ya no importan
lado en el título. sino que importa la marca irreparable que
aquel hecho ha dejado allá en el tiempo lejano
Las calesitas (Drama de los niños) de la infancia. Cierto pudor, y quizá cierta
Publicado en El Diario el 11 de diciembre de culpa, se manifiestan en el poema, desplazan-
1943. Primer texto firmado con el seudónimo do la anécdota del "asesinato" del pájaro, que
de Alfredo Díaz. en el relato es central, y haciendo ver la impo-
sibilidad de decirla. El poema se detiene en el
La dominación de los mayores momento del relato en que las "detonaciones
Publicado en El Diario el 25 de enero de 1944 no llegaban a herirme en verdad", pero el
con el seudónimo de Alfredo Díaz. relato, en cambio, continúa.

Aquel pájaro miraba Gualeguay y su paisaje


Publicado en El Litoral, en su suplemento Publicado en El Diario el 25 de diciembre de
literario, el 25 de mayo de 1944 con ilustración 1944 con el seudónimo de Alfredo Díaz.
de López Carnelli y con fecha al pie: "Paraná, Esta misma descripción del paisaje de Guale-
mayo 1944". Hay una copia mecanografiada en guay se reproducirá en el trabajo "El paisaje
una tira alargada formando una columna de 6 en los últimos poetas entrerrianos" publicado
cm. de ancho, que no presenta variaciones. en 1948 en la revista Davar (ver Comentarios).
Esta manera de escribir era muy común en sus La enumeración de lugares y arroyos se co-
textos en prosa, incluso en sus cartas. rresponde con futuras enumeraciones en los
Aparece, detrás del relato, un núcleo biográfi- poemas "Gualeguay", "Las colinas" y en el
co que Ortiz vuelve a consignar, de una mane- poema-libro El Gualeguay. Toponimia difícil-
ra mucho más velada, en el poema "Villaguay" mente registrada por la cartografía por su ca-
de La mano infinita: rácter mínimo y familiar.
Prosas Notas 1107

En un lugar y un tiempo no muy lejanos No sirve para nada, estorba, y nadie lo


Publicado en El Diario el 9 de febrero de 1945 puede sacar
con el seudónimo de A D. Publicado el I a de agosto de 1965 en El Diario
Hay una copia mecanografiada, muy deterio- con el seudónimo de Alfredo Díaz.
rada y sin fecha, encontrada entre los papeles
de Ortiz, que no presenta variantes con la Oro de chañares y rosa de lapachos
versión de El Diario. Publicado en El Diario el 1° de octubre de
1945 con el seudónimo de Alfredo Díaz.
Paraná Etéreo En el artículo Ortiz se cita a sí mismo: "entre
agudos peligros" es el v.28 del poema "El
Publicado en El Diario el 23 de junio de 1945
lapacho florecido" de El álamo y el viento (ver
con el seudónimo A.D. y fechado al pie: "Para-
nota), escrito, al parecer, un año antes que
ná, 22 de junio de 1945". Presenta la particula-
este texto.
ridad de un segundo enmascaramiento, sobre
el del seudónimo, el de Anselmo Iriarte, que Hace veinte años que me mira
puede explicarse por ser éste uno de los pocos
Publicado en Clarín el 15 de marzo de 1946 y
textos propiamente "contestatario" de Ortiz,
luego en el N°17, Verano de 1990, del Diario
dirigido tanto contra cierta "cursilería folklóri-
de Poesía.
ca" como contra cierta cursilería azul.
Todas las despedidas son tristes?
El otoño en Paraná Hay dos copias mecanografiadas y ambas di-
Publicado en El Litoral el domingo l s de julio cen, bajo el título, entre paréntesis T a r a El
de 1945 reemplazando, por esta única vez, a Litoral". Una de estas copias, compuesta en
Amaro Villanueva en una columna que éste una columna de cinco centímetros de ancho,
escribía semanalmente. Ortiz comienza el ar- está incompleta. La otra, a dos páginas, en
tículo mencionándolo a Villanueva y citándo- escritura normal y a doble espacio interlinea-
lo, como autorizándose a sí mismo, a partir del do, tiene fecha al pie: "Paraná, agosto 2 de
otro, a ocupar ese lugar y poder hablar de ese 1946".
tema. Recurso, por otro lado, frecuente en el El texto, finalmente, fue publicado en El Lito-
medio periodístico. Tomando como base este ral el 16 de enero de 1956.
texto, fue publicado en Diario de Poesía, N" 33,
otoño 1995. Aquella mirada
Publicado en El Litoral, en su suplemento
Niños, copas cultural, el 31 de diciembre de 1947.
Dentro del tema de la mirada, y del mirar, tan
Publicado en El Diario el 21 de julio de 1945
importante en la poesía de Ortiz, este relato,
con el seudónimo de Alfredo Díaz. Entre los
como los relatos "Aquel pájaro miraba" y
papeles de Ortiz había un recorte de la página
"Hace veinte años que me mira", trata de esa
del diario. El artículo estaba remarcado en
tenue, y breve, línea de relación que logra
lápiz rojo y había correcciones, con tinta azul,
atravesar los límites que separan el mundo del
de erratas como "apretaba" por "aprestaba",
hombre del mundo del animal:
"riegos" por "riesgos". Se trata, al parecer, de
un texto prototípico de los que integrarían el El perro tiene su mundo, pero atravesamos sus
libro Los amiguitos y quizá de ahí su posesión [ límites hasta que la chispa de la unidad
como parte del trabajo de reunirlos y organi- [ brota de nuestra mirada y de la
zarlos. [ suya, húmeda.
JuanL,Ortiz Obra Completa 1108

Verso del poema "Los mundos unidos...", de ricia con una delicia infinita y hasta se adormece
El álamo y el viento, que es, al mismo tiempo, sobre ellos. Esto sucede después de las primeras
uno de los versos más largos de toda su obra notas diáfanas pero sobre todo al atardecer. Las
poética. colinas atraen entonces hacia sí a la criatura,
Una chispa, fugaz, de unidad, pero también de hasta casi absorberla, con un amor al que se
propia culpa, que, pese a su fugacidad, marcan abandonan pero sin perderse del todo. Aquella
sin embargo al poeta con un sino trágico. tierna sensualidad, en efecto, subsiste y apenas
Aveces esa mirada se prolonga, en la caridad: si se ha vuelto morada o con gasas de complica-
"He mirado un pequeño animal...", dice en un dos matices que la hacen aún más seductoras.
poema de El aire conmovido (que lleva por
es casi transcripto a poesía y se corresponde
título, precisamente, ese comienzo: "He mira-
con la segunda estrofa del poema, que va del
do..."), y en esa mirada el poeta ve "infinitos
verso 18 al 35:
rostros/ de niños envejecidos en el horror de
otra pesadilla". Pero casi siempre está signada Oh, esa presencia, pues, ofrecida a los caprichos
por la fugacidad y el paso, como en el poema de esa criatura ebria que en este mes es la luz.
"Es cierto que...", de La brisa profunda, cuando Cómo juega ésta sobre las curvas todavía tenues,
el poeta se cruza con una perra y sus cacho- indecisas en su pudor de verdes fugitivos
rros abandonados al costado del camino: y como si dijéramos alados.
¿Juega?
con esos ojos que conocéis prendidos un
Más bien se encanta sobre los dulces accidentes,
[ momento de las miradas rápidas
los acaricia con una dicha infinita
[ que pasan...
y se adormece sobre ellos.
Todos estos relatos, y todos estos poemas, Esto en las primeras horas diáfanas
que tratan de la mirada del animal, se recortan, pero sobre todo al atardecer.
de una manera más o menos velada, sobre un Las colinas, entonces, atraen hacia sí a la criatura
fondo biográfico. Son breves tramos de una hasta casi absorberla
biografía, tan breves, tan delgados, tan imper- con un amor al que se abandonan
ceptibles, que ninguna biografía, en tanto gé- pero sin perderse del todo.
nero, podría nombrar (no tendría los elemen- Aquella presencia por florecer, subsiste aún,
tos con qué hacerlo). y apenas si se ha vuelto morada
o con velos complicados con que seduce aún
Primavera en la colina [ más.
Hay una copia mecanografiada sin fecha que
Fue publicado, finalmente, en Juanele, poe-
dice, bajo el título y entre paréntesis: "Para El
mas, 1969, editado por Carlos Pérez Editor.
Litoral". Por el estilo y la temática puede per-
tenecer a este período, entre el 45 y el 47. De Paraná: el otoño y la ciudad
hecho es anterior al poema "Las colinas" que
Publicado en El Litoral el 4 de julio de 1954.
lo retoma, incluso de manera literal. Por ejem-
Tomando como base este texto, fue publicado
plo:
en la revista Poesía y Poética, México, prima-
Es, pues, esa presencia la que ahora se ofrece a vera de 1995.
las magias de esa criatura caprichosa y embria- Este texto es, junto con el que sigue, "La inun-
gada que en este mes es la luz. Cómo juega ésta dación", y junto con "El lector y el duende" (ver
sobre las curvas todavía delicadas, todavía inde- Comentarios), una de las pocas prosas halla-
cisas en su pudor de verdes efímeros y como si das escritas con posterioridad a 1950. Esto
dijéramos alados. Juega? Más bien se encanta habla, por un lado, de una disminución notable
ella misma sobre los dulces accidentes, los aca- en la escritura de textos en prosa en los últi-
Prosas Notas 1109

mos veinte años de trabajo, y por otro lado En este caso el espacio no es el de la provincia
habla de la relación y dependencia de la prosa sino el de la ciudad.
con respecto al trabajo poético sobre todo si
se observa la complejización estilistica, tanto
en la sintaxis como en un sistema alusivo que La inundación
se vuelve, por momentos, indescifrable (de Publicado en El Litoral el 12 de septiembre de
qué manera leer, por ejemplo, el ángel de las 1954.
Cinco Esquinas), equivalente a la creciente Texto también contemporáneo de la escritura
complejización que Ortiz va dando a su poesía de "Las Colinas". En él se enuncia claramente
(este texto se corresponde con el período de esa suerte de Utopía fluvial de canales distri-
escritura de El alma y las colinas). Relación y buyendo las injustas masas de agua, compen-
dependencia cuyos aspectos (el temático prin- sando niveles y males y, al mismo tiempo,
cipalmente), se han ido señalando en estas redibujando el paisaje, que, en "Las colinas"
notas. Relación de dependencia que se podría, (v.496/504) es mencionada de una manera tan
extrapolando, hacer extensiva a todo el queha- sucinta que parece estar referenciando al tex-
cer de Ortiz. La poesía es el centro y todo gira to en prosa casi directamente, como si el texto
a su alrededor. estuviera ante los ojos del lector:
Este texto, como relato, traza un recorrido por
pero es que tanta agua no se podría derivar en
la ciudad de Paraná. Un recorrido que, si se
[ nuevas vías
toma un mapa de la ciudad de aquellos años,
hacia la amenaza que asomaba aquí y allá, color
se puede ver que bordea el centro de la ciudad
[ de arena,
para terminar en "las cinco esquinas", lugar
y hacia eso ya enjuto que dejara tras sí la moral
del cruce donde prácticamente nacen las rutas
[ rápida?
que van hacia La Paz, al norte, Villaguay, al
este, y Diamante (y Gualeguay), al sur. en donde el "color de arena" alude a la aridez
Como en el poema "Las colinas", el relato va a del desierto y el resultado de "la moral rápida"
buscar en el espacio las señales de la Estación. a la tala indiscriminada de árboles.

Comentarios

En la Peña de Vértice ces, clasicismo-romanticismo, concepto unita-


El 22 de septiembre de 1934Juan L Ortiz viaja rio del poema".
de Gualeguay a Paraná a dar una conferencia El grupo Vértice de Paraná, fundado por Car-
en la Peña del grupo Vértice. Hacía un año que los María Onetti en 1933, convocaba a distin-
había publicado El agua y la noche. En un aviso tas personalidades de la cultura como Amaro
aparecido en El Diario, el matutino local, con Villanueva, César Tiempo, Carlos Mastronar-
el título "El poeta Juan Ortiz animará esta tarde di y el mismo Onetti, a dictar conferencias que,
la sesión de la Peña", que llevaba una foto del muchas veces, eran luego publicadas en la
poeta con sus treinta y ocho años, su rostro página literaria de El Diario. La conferencia
afinado, cabello oscuro, bigotes, mirando fija- de Ortiz fue publicada a página completa, a
mente hacia la cámara, se promete una charla siete columnas, con el título "Juan L Ortiz en
sobre "Conexión lírica" (sic), sobre "la actitud la Peña de Vértice" el 24 de septiembre de
del lector ante la poesía moderna, la lógica 1934. Un breve texto, a modo de copete, expli-
paradojal de las escuelas literarias más auda- ca que se trata de una toma taquigráfica de la
Juan L, Ortiz Obra Completa 1110

conferencia, que "fue revisada luego por Or- Sobre Fábula encendida de
tiz". Pero es probable, también, que el diario Carlos Alberto Álvarez
haya contado con una versión del mismo Or- Publicado el 1Q de enero de 1944 en la página
tiz. Tenía éste por costumbre, en sus conferen- literaria de El Diario.
cias y charlas, leer un escrito previo (y muchos Carlos Alberto Álvarez (1917), vive en Paraná
de los textos aquí publicado así lo demues- donde dirige la revista Sauce (ver, más adelan-
tran). En este caso se puede constatar este te, "Dos revistas significativas"), y años des-
escrito en el análisis del mismo texto, que pués el Centro Cultural "Carlos María Onetti".
carece de señas visibles de oralidad y en el Fábula encendida es su primer libro de poe-
poema de Pedro Salinas que se cita correcta- mas. Es uno de los cuatro poetas que Ortiz
mente en su puntuación y versificación. elige para hablar del paisaje en la poesía entre-
Resulta llamativo que Ortiz comience práctica- rriana (ver "El paisaje en la poesía entrerriana
mente su "vida pública" como intelectual con última").
una conferencia cuyo tema central es la cohe-
rencia lírica, tema cuyos límites su obra poé- Tierra y gente de Marcelino Román
tica bordeará hasta sus confines más extre- Publicado en la página literaria de El Diario el
mos. 31 de enero de 1944 con el seudónimo de
Es más. Cuando replicando a Azorín, quien Alfredo Díaz.
asocia esos poemas "en que las cosas, las
sensaciones y las ideas danzan una bella y Jean Cassou
agitada zarabanda", con la juventud, Ortiz de- Publicado en El Diario el 15 de octubre de
clara que a él, en cambio, no le resulta "difícil 1944 con el seudónimo de Alfredo Díaz. Lleva,
imaginar un auténtico anciano complacido en al pie, la fecha: "Paraná, octubre de 1944".
un fantástico baile de color", no podemos dejar Juan L Ortiz traduce de Jean Cassou un texto
de imaginar al poeta de "Entre Diamante y sobre Rilke ("Escuchando la X elegía") que se
Paraná". publica en El Diario en septiembre de 1945.

Louis Aragón, uno de los mejores jefes


Mayo y la inteligencia argentina de los "Maquis"
Publicado el 24 de mayo de 1942 en el suple- Publicado el 26 de octubre de 1944 en El
mento cultural del diario El Litoral. En el mis- Diario con el seudónimo de Alfredo Díaz.
mo suplemento, entre otros, hay textos de El 15 de febrero y el 8 de marzo de 1946 Ortiz
Francisco Ayala, Rafael Alberti y Amaro Villa- publicó, en El Diario, bajo el título "Poetas de
nueva. la resistencia", y también con el seudónimo de
La idea de la revolución de Mayo como un Alfredo Díaz, traducciones suyas del poema
proceso incumplido y siempre amenazado, "Libertad" de Paul Eluard y los poemas "Mar-
emerge en los distintos poemas, como "Las cha Francesa" y "Balada de quien cantó en los
colinas", "Entre Ríos", "A la Argentina", El suplicios" de Louis Aragón, tomados de la
Gualeguay, que tocan temas de la historia na- revista Horas de Francia. El mismo Ortiz es-
cional. cribe, como presentación:

En la inmensa floración de poemas contra el


Sobre la historia ocupante, escritos y difundidos en secreto, de-
Publicado en El Diario de Paraná el 13 de searíamos reproducir por lo menos tres —gritos
diciembre de 1943 con el seudónimo de Alfre- de venganza al mismo tiempo que actos de fe—
do Díaz. que recorrieron toda Francia de boca en boca.
Prosas Notas 1111

El primero es de ese poeta que se tenía por el lector de estar leyendo un arcaísmo. Pero
incomprensible: Paul Eluard. Los otros dos per- no es ésa la relación que el poeta ha estableci-
tenecen a Louis Aragon, quien fue el gran cantor do con la palabra. Todo lo contrario, parece
de la Francia oprimida. que hubiera mantenido con ella una conviven-
cia secreta, en el seno de la cual la palabra vive,
También traduce de Horas de Francia un texto
incluso crece, al punto de reaparecer en un
de François Mauriac que hace las veces de
poema inédito (publicado en 1976), el poema
prólogo a los poemas de Eluard y Aragon:
"No puedo..." (ver Poesía inédita) ahora verba-
Los poetas de la Resistencia no podían saber que lizada, como desmaquisar. Poema donde lo
el aroma de sus poemas atravesaba el mar. No político está presente, pero de una manera
podían adivinar esas correspondencias misterio- difícil de descrifrar dada la trama tan altamen-
sas y lejanas. te alusiva. Gira alrededor de los tópicos nor-
Si dudáis, escuchad la voz, la voz francesa de males de la poesía de Ortiz ("esos ojos que, al
Jules Supervielle que nos llega del Uruguay. costado del camino, / fijan la 'ayuda' de arri-
Cuando escribía sus poemas, el poeta no sabía ba"), pero está en relación con las formas y
nada de nosotros salvo las mentiras de la prensa matices de lo "oscuro" que constituyen a la luz
oficial. Sin embargo no se extravía, vuela dere- del otoño.
cho hacia el corazón de la verdadera Francia.... En el poema "En el recuerdo" de El junco y la
corriente, al mirar el poeta el rostro de un
que esboza la idea de la poesía como reflejo,
héroe de la Marcha china, piensa, como vien-
aroma, vibración de lo histórico que, en Ortiz,
do un reflejo, en "los 'maquis' del Plata".
adquirirá distintas formas hasta constituirse,
Durante los años de la ocupación nazi (los
en El Gualeguay (ver notas) en uno de sus
años de composición de El álamo y el viento)
temas centrales. Concretamente la idea de la
Juan L Ortiz ha estado atento al destino de
Resistencia, del "maquis", como un arquetipo
Francia (ver nota al poema "Saludo a Fran-
(o en todo caso como un ejemplo pleno) de la
cia"), así como antes lo había estado al de
relación positiva entre el poeta y la historia que
España en la Guerra Civil y como luego lo
le toca vivir, da en la poesía de Ortiz preguntas
estará, por ejemplo, al de Corea (ver el poema
diversas que nunca terminan de responderse
"Voces" de La brisa profunda). La poesía ha de
("¿Pero qué os doy, hermanos míos, / qué os
ser un reflejo, inmediato o distante, del destino
doy por vuestro oscuro trabajo?") y cuya ima-
de los pueblos, un destino siempre difícil de
gen más insistente es la del poeta contemplan-
descifrar en el relato de quienes escriben su
do un paisaje armonioso o la lluvia contra la
historia.
ventana, mientras allá, en otro lugar, el hom-
bre sufre ("Pero el hombre deshecho...?"). La tarea de traducción de Ortiz también se
Esta insoluble relación entre lo poético y lo relaciona, en cierto modo, con esta idea. Tra-
histórico-político, que tiene en muchos poe- ducirá, casi exclusivamente, a poetas margina-
mas (ver, en esta edición, D.G. Helder, "Juan les y marginados: poetas griegos, africanos,
L Ortiz: un léxico, un sistema, una clave") una belgas, chinos, rumanos, hindúes.
determinada formulación, se va profundizan-
do y complejizando en la poesía, en relación El tiempo de las Palabras Cruzadas
con su propia evolución, hacia formas cada vez Publicado en El Diario el 1Q de enero de 1945,
más alusivas, menos nominativas. Concreta- sin firma, pero dentro de la columna "Páginas,
mente la palabra maquis o maquis, que apare- notas y poemas poco conocidos" que Ortiz
ce por primera vez en "Saludo a Francia" (El dirigía con el seudónimo de Alfredo Díaz.
álamo y el viento), reaparece años después (en
el poema "En el recuerdo" de 1958) de una Dos poemas de Aragón
manera tan anacrónica que da la impresión en Se conserva una copia mecanografiada sin fe-
JuanL,Ortiz Obra Completa 1112

cha. Una fecha probable podría ser julio de —en Paraná— reside. De allí llegan sus envíos
1945. líricos, y algunas traducciones ("Los hermosos
barrios", de Aragón fue por él vertida al castella-
Sobre Hilarie Voronca no).
Fragmento de una conferencia que Ortiz diera En el artículo de Juan L. Ortiz, tan valioso, hay
sobre el poeta rumano Ilarie Voronca en el una omisión: la de su propio nombre. El del autor
Centro Cultural "Carlos María Onetti" de Pa- de La Rama hacia el Este debiera en justicia
raná, que dirigía entonces Carlos Alberto Ál- agregarse a la enumeración aquí realizada.
varez, que tuvo a su cargo la presentación. Fue
Hay una copia mecanografiada, sin fecha, con
publicado por El Diario en su página literaria
el mismo texto preparado como para una con-
el 7 de agosto de 1945.
ferencia. Este texto está relacionado, a su vez,
Dos revistas significativas con dos conferencias de cuyos borradores se
poseen copias mecanografiadas incompletas.
Tomamos el texto de una copia mecanografia-
En uno de estos borradores se menciona y se
da, incompleta (sólo tenemos la primera pági-
leen poemas de los autores mencionados en
na) , con muchas correcciones, borrador segu-
el texto de Davar, y algunos más: José Eduar-
ramente de un artículo cuyo destino descono-
do Seri, Carlos Alberto Álvarez, Luis Alberto
cemos. Fecha probable: mediados de 1947 (en
Ruiz, Ana Teresa Fabani, Alfredo Martínez
este año aparece la revista Espiga).
Howards. Se dice poco en referencia a los
Algunas expresiones de la poesía poetas y en cambio se transcriben muchos
entrerriana última poemas para su lectura. En este borrador,
hablando de la poesía de Manauta, se hace
Tomamos el texto de una copia mecanografia- referencia al texto de Davar:
da: dos páginas muy deterioradas, en las cua-
les, sobre todo en la primera, faltan partes y
Al considerar una vez la poesía de Juan José
tuvimos que establecer el texto.
Manauta respecto del paisaje natal nos permiti-
A pesar de esto, consideramos que su publica-
mos declarar que se trataba de un poeta con
ción es importante. La concepción de Ortiz de
"sensibilidad humana". Agregábamos que ha-
la historia de la provincia de Entre Ríos y su
bría que decir simplemente con sensibilidad. Y
"reflejo" en la poesía (una primera etapa épica
que su elegía no está en relación sólo con la
y una segunda elegiaca) configura uno de los
soledad del paisaje y con un sentimiento ya más
temas del poema "Gualeguay" (ver notas) y
personal, por más abierto e iluminado, de su
luego del poema-libro El Gualeguay.
propia soledad, sino también con el drama silen-
El texto se interrumpe pero, aparentemente,
cioso de los desheredados. Pero es una elegía
va a considerar la obra de distintos poetas
viril —continuábamos— y cruzada de esperanza.
entrerrianos y comienza con la poesía de Al-
Entre los poetas jóvenes —de menos edad aún
fonso Sola González, lo que está incompleto.
que Sola, Álvarez, Seri y Román— él es el único
El paisaje en los últimos poetas en quien nuestro paisaje transparece en lo que
entrerrianos tiene de pobre y dolorido aun en su belleza ligera,
casi absorta. Verdad que su paisaje es esencial-
Publicado en Davar, revista literaria editada
mente el de Gualeguay, pero se le ha revelado en
por la Sociedad Hebraica Argentina, en su
dimensiones que lo trascienden, si bien allí tales
Nu 15 de Enero de 1948, con la siguiente nota
dimensiones cobran una gravedad particular. Es
al pie:
dicho paisaje, si se quiere, como en Mastronardi,
Juan L. Ortiz que con algunos poemas se presen- más sensible, menos espectral que en Sola, Álva-
tó anteriormente a los lectores de Davar es uno rez y Seri, pero en cambio —ha de concedérse-
de los poetas más finos de su provincia. En ella nos que lo expresemos— es más humano, más
Prosas Notas 1113

inquietante. Manauta publicó en 1944 La mujer o fugitivo, con los éxtasis o las inquietudes de su
de silencio, libro de versos del que hoy reniega. amor universal, lo que le permitió asimilar mejor
Tiene lista una novela que se titulará Los aventa- sus lecturas y librarse más inmediatamente de lo
dos. Un momento de nuestra realidad, la circuns- negativo del oficio. Por lo demás, la juventud de
tancia, que está también en sus últimos poemas; todos, y la necesidad de su experiencia retórica,
la temida circunstancia pero también el canto en podrían excusar las reminiscencias advertibles.
éstos con un tono humilde y sereno, dulce y Habría que agregar el ambiente cultural de la
amargo a la vez, de testigo muy sensible, muy región, la casi soledad a que se condena a quien
amoroso, muy confiante, aunque muy pudoroso. no está dispuesto a participar del sueño general,
El canto que es al mismo tiempo —son palabras con la falta de estímulos y de excitaciones huma-
de Aragón— la dignidad y el logro del poema. El nas consiguientes. Pero en esto último tendría-
canto que es la negación de la soledad poética. mos no ya sólo una explicación de la lentitud en
El canto que es la comunicación de la poesía. Su desasirse de las influencias inevitables, sino tam-
única objetividad... La poesía de Manauta ha bién la causa probable, aparte las tendencias
resistido bien una prueba que es también una temperamentales, de la tonalidad elegiaca de
prueba para la sensibilidad poética moderna: no algunos. No es extraña, desde luego, a ésta, la
ha sido vencida por las circunstancias. soledad silenciosa de un paisaje casi despoblado
en que la gracia de la tierra con los cambiantes
Este borrador termina mencionando, apresu- velos de las horas apenas si atenúa una punzante
radamente, a Tomat-Guido, E m m a de Cartos- sensación de infinito ondulado, de calidad casi
sio, Gaspar Benaventos, Marcelino Román, musical. Cierto que el paisaje en esta expresión
Reinaldo Rosillo, Gudiño Kramer, Alfredo Vei- está poco presente en los poemas leídos pero
ravé, Atilio Castelpoggi. esto no impide que haya determinado también
El s e g u n d o borrador corresponde a una con- cierta actitud espiritual, deliberadamente acen-
ferencia q u e gira en torno al mismo tema. En tuada, a veces, como una réplica confusa a un
él se mencionan, m á s o menos, a los mismos medio considerado torpe o "filisteo" a un tiempo
autores q u e en el primero, con lecturas de s u s juzgado cruel para la canción, aunque todos sean
poemas. Concluye así: conscientes del problema que debe resolver la
poesía: "el imperativo social, la exigencia de que
Me he referido a las últimas expresiones de la viva y haga sentir la importancia de los nuevos
poesía de mi provincia, mejor dicho, a las expre- valores sociales".
siones más cargadas de promesas de las que han
visto la luz en los últimos años, con la excepción T o d o s estos artículos y conferencias dedica-
de Villanueva que es un poeta ya formado aun- dos a la poesía entrerriana, q u e pertenecen a
que de actividad lírica no muy regular. Si mi la misma época, son contemporáneos de la
propósito hubiera sido dar una simple informa- escritura de El aire conmovido. El canto, como
ción de lo publicado en este tiempo, no hubiera la historia, e m e r g e del paisaje, como en el
olvidado a Arturo Maciel, no hubiera olvidado a poema. "Cantemos, cantemos...":
Manuel Benaventos, no hubiera olvidado a Ma-
Sobre el vapor de sangre,
nuel Pórtela, no hubiera sobre todo olvidado a
sutil, sutilísimo,
Andrés Chabrillón. Entre estas expresiones,
cantemos.
siempre con la excepción de Villanueva, la que
Cantemos y esperemos.
parece ser más definida es la de Reynaldo Ros
quizás por tratarse de una naturaleza más viva- Y el paisaje vive, como el arroyo antes muerto
mente poética que las otras, quizás porque los ahora vive, "tejiendo, tejiendo otros destinos a
azares de su vida, su inclinación profunda, le través de toda la provincia".
pusieron más pronto en contacto con los bisbí- De este conjunto de artículos y conferencias
seos de las cosas, con su resplandor legendario se desprende la preocupación en Ortiz por
Juan L, Ortiz Obra Completa 1114

constituir un sistema, articulándolo sobre dos textos, y sobre todo en su misma omisión, está
ejes: uno de simultaneidades distribuido a lo el nombre de Ortiz.
largo y lo ancho de la geografía provincial (la
poesía en Paraná, Diamante, Gualeguay, Gua- La poesía como desvelo o una actitud
leguaychú, Villa Crespo, Concepción del Uru- de la sensibilidad poética
guay, Colón) y otro de sucesividades en el
Publicado en el libro Juanele, poemas, Carlos
discurrir del tiempo y las generaciones (eje de
Pérez Editor, Buenos Aires, 1969.
afinidades que admite antepasados, como
Mastronardi, y descendientes, como Manauta
y Rossillo). Sistema del cual Ortiz y Gualeguay El lector y el duende
("ciudad mía y universal") son su centro. Publicado en El Litoral el 12 de abril de 1959,
En este sentido la omisión que denuncia la es uno de los últimos textos en prosa encon-
nota del Editor, al pie, que acompaña al artícu- trados (ver nota a "Paraná: el otoño y la ciu-
lo de Davar, se debe invertir: en todos estos dad" de Los amiguitos).

Envíos

No hemos podido reunir una correspondencia como cartas que nacen de una solicitud previa,
importante de Ortiz. De hecho, no hemos po- el error, y comprometen a sus destinatarios a
dido reunir ninguna carta suya. Los textos que una respuesta, la corrección. Y en este sentido
aquí publicamos como cartas fueron tomados también la "Solicitada" que aquí publicamos es
de borradores y duplicados con carbónicos, una carta, en tanto Errata extrema que habla
que estaban en poder de Ortiz y que no sabe- de la imposibilidad de la corrección al punto
mos si fueron enviados. La carta a Veiravé, a de decir: ese libro no es mío, en él no me
la que él despojó de "referencias personales" reconozco.
para poder publicarla, resulta, de esta manera, Las "Notas autobiográficas", por su parte, en
un resto de carta. todos los casos, son la respuesta al pedido de
Este es un trabajo que queda pendiente, aun- un editor.
que es posible suponer que su corresponden-
cia no es muy abundante, suscribiendo la afir- Carta a Emilio
mación de Veiravé en La experiencia poética: Tomamos el texto de una copia mecanografia-
da, escrita sobre una banda fina de papel, en
Poco a poco fue abandonando la corresponden-
su característica columna de 6 cm. de ancho.
cia epistolar, salvo para enviar sucesivas "fe de
Está fechado: "Paraná, abril 26 de 1943", pero
erratas" que obligaban a sus lectores a ser co-
se trata, sin dudas, de un error de máquina. El
rrectores interminables de aquellos libros adqui-
año debe ser 1953. Así lo indican las referen-
ridos mediante "bonos" de contribución.
cias de la misma carta, por ejemplo la mención
Es posible que las cartas, como los textos en del libro La brisa profunda y del poema "Gua-
prosa, hayan ido disminuyendo con el tiempo, leguay" (los 170 años de la fundación de la
a medida que Ortiz se concentra en su trabajo ciudad se cumplen ese año).
poético. Y es posible, también, que su corres- El Emilio a quien la carta se dirige, puede
pondencia haya terminado siendo sólo libros tratarse de Luis Emilio Soto, quien publica, en
y fe de erratas. Los libros como cartas envia- agosto de 1940, en Argentina Libre, un artículo
das a los amigos. Las "fe de erratas" también titulado: "En sus poemas J. Ortiz dramatiza el
Prosas Notas 1115

paisaje" (ver notas a La rama hacia el este). de 1941, con el título: "Mi experiencia". Era
costumbre en esta revista la inclusión de estas
Carta a Chi y a Ortiz Saralegui notas autobiográficas precediendo a los traba-
Tomamos el texto de dos copias mecanogra- jos que se publicaban de cada autor. En su
fiadas, de las mismas características que la N Q 1, invierno de 1941, Amaro Villanueva pu-
anterior. blica el ensayo: "Botón de pluma y Plumas... o
El arte de transar y de emplumarse" cuya nota
Carta a Alfredo Veiravé autobiográfica comienza así:
Fragmento publicado por el mismo Veiravé en
Soy de Gualeguay. Lo confieso con entera ver-
su "Estudio Preliminar para una Antología de
güenza política.
la Obra Poética de Juan Ortiz", con las siguien-
tes palabras: Nota autobiográfica 3
En septiembre de 1962 y luego de una insistencia Publicada en la revista Crisis en julio de 1976,
casi metódica solicitándole algunas referencias junto con un reportaje realizado por Jorge
directas sobre su poesía, Ortiz se expresó de esta Conti y Hugo Gola, y dos poemas inéditos: "No
manera en una carta que me enviara desde Para- puedo..." y "Vi unas flores..." (ver Poesía inédi-
ná. Salvando las referencias personales creo in- ta). Se publica la nota autobiográfica en edi-
teresante darla a conocer, pues es una de las ción facsímil del original manuscrito y abajo
pocas páginas que de él conozco, escritas en se "traduce" la ilegible escritura de Ortiz.
prosa, sobre su poesía. En una biografía signada por el relato de la
inmovilidad contemplativa, donde los pocos
Nota autobiográfica 1 desplazamientos son emblemáticos (a Bue-
Publicada en: Andrés Del Pozo, Vidriera de la nos Aires en la juventud bohemia, a Paraná
Ultima Poesía Argentina, Ediciones Fragua, con la jubilación, y a China en la madurez, la
Buenos Aires, 1937. Es una antología que reú- mención a "Viajes por todo el país, y una esca-
ne poemas de varios poetas. Entre otros: Ber- pada a Marsella (Francia) en una balsa con
nardo Canal Feijóo, Carlos Carlino, Andrés del hacienda", sorprende tanto por su novedad
Pozo, Juan Filloy, Alfredo Martínez Howards, como por su afuncionalidad en relación con
Juan L Ortiz y Reynaldo Ros. los distintos ciclos biográficos que desarrolla
Todos los autores están presentados por una la poesía.
breve nota autobiográfica, escritas, en su ma- En un reportaje que en 1971 le hiciera Juan
yoría, en primera persona. De Ortiz se publi- Carlos Martini para la revista Confirmado, Or-
can los poemas: "Los ángeles bajan en el ano- tiz confiesa:
checer" y "Hay entre los árboles...", ambos de
El alba sube.... A los dieciséis años, estando en casa de un tío en
Buenos Aires, me escapé con un amigo a Europa.
Nota autobiográfica 2 Estuve en Marsella y volví a los tres meses, pero
Publicada en la revista Paraná, N° 3, verano mi familia nunca se enteró.
© Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral,
Santa Fe, Argentina, 1996.

ISBN 950-9840-73-4
Reservados todos los derechos.
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.

Centro de Publicaciones, UNL


9 de Julio 3563 - 3000, Santa Fe, Argentina
Tel. (042) 559610 Int 208 - Fax (042) 554292

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