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Carlos Castells / Mario Castells

(Historia, UNR) / (Letras, UNR)

Rafael Barrett
El humanismo libertario en el Paraguay de los liberales

“Centro de Estudios de América Latina Contemporánea”


Facultad de Humanidades y Artes
Universidad Nacional de Rosario
Año: 2009

1
Algunas indicaciones sobre el uso del guaraní, su traducción y
su lectura

Para las palabras y frases en guaraní que figuran intercaladas en el texto castellano se ha
adoptado las reglas ortográficas propias de la lengua guaraní siguientes:
1º Todas las palabras que no llevan ningún acento o tilde son agudas.
2º En la excepción a esta regla se acentúan las sílabas en las que recae el acento tónico.
3º En las palabras que figuran vocablos con tilde nasal o gutural, el tilde nasal o gutural
comporta el acento tónico. Cuando hay más de una sílaba con tilde en la última sílaba
tildada recae el acento tónico. En las excepciones a esta regla se coloca el acento
ortográfico en la sílaba correspondiente.
El alfabeto guaraní consta de 33 signos que a su vez representan la misma cantidad de
sonidos, y son:
Vocales
A e I O U y à õ
Las vocales a, e, i, o, u, suenan como en español, la vocal "y" (y = agua) es gutural. No
es consonante (ye) como en español ni equivale a la "i" latina.
Las demás vocales son nasalizadas mediante la tilde nasal (
La es guturonasal.
~ ).
Consonantes
Ch G H J K l m mb n nd
Ng Nt ñ P R rr s t v ' (pusó)
En guaraní se leen agregándoles la letra "e".
Ejemplos:
le, me, re, se, etc.
ele, eme, ene, ere, ese (se leería en español).
Uso de la Ch
La "ch" se pronuncia como la ch del francés, del portugués, como el fonema "sh" en
inglés.
Uso de la H
La consonante "h" en guaraní suena casi como la "j" española, aspirada, de manera
similar a la "h" inglesa.
Ejemplos:
hái = agrio; havía = especie de zorzal
Uso de la J
La "j" se lee como la "ye" española.
Ejemplos:
jagua (yaguá) = perro; juru (yurú)= boca
Uso de la K
La "k" sustituye a la "c" y la "q" del español.

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Ejemplos:
kokue = chacra; kangue = hueso.
Uso de la G
La "g" se lee "gue" como "guerra" y conserva su sonido con todas las vocales.
Ejemplos:
guasu = grande; gue (güé)= apagarse
Uso del Puso
La última consonante se llama "puso" ( ' ), se lee acentuando la última vocal.
pu = sonido; so = soltar – separar. Representa una suspensión de la voz.
Ejemplos:
ka'a = yerba; hu'u = tos.
Uso del Acento
En guaraní casi todas las palabras llevan acento en la última vocal, por eso no se tildan.
Ejemplos:
tape (tapé) = camino; tata (tatá) = fuego.
Uso del Acento gráfico
El acento gráfico se usa solamente cuando la vocal acentuada no es final.
Ejemplos:
áva = cabello; tái = picante.

Tal como lo definió ya el Congreso de la Lengua Guaraní, realizado en Montevideo en


el año 1950, las denominaciones de los pueblos aparecen citados en la forma de
escritura y acentuación corriente en la vieja gramática. Ejemplos: Yabebyry en vez de
Javevyry o Ypacaraí en vez de Ypakara’i, como sería en la grafía actual.
Bien se conoce que el idioma guaraní es el principal vehículo de comunicación nacional
en la República del Paraguay, lo que no se sabe bien es, de qué hablamos los
paraguayos cuando problematizamos nuestro bilingüismo. Para comprender mejor el
tema del bilingüismo paraguayo, la diglosia como factor determinante de nuestra
cultura, recomendamos los artículos de León Cadogan: “En torno al guaraní paraguayo,
o coloquial”, publicado en la revista Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Bresilien /
Caravelle, 14, 31-41, Toulouse, 1970, como también el libro compilado por Graziella
Corvalán y Germán Granda: Sociedad y lengua: Bilingüismo en el Paraguay. Asunción:
Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, 1982.
Desde ya, todas las traducciones del guaraní, tanto las del jopará (mezcla, variante muy
popular del guaraní paraguayo, marcado por su avanzada castellanización a nivel del
léxico), como del guaraní te’ete (culto, verdadero), salvo las que llevan especificadas
otro origen, son de nuestra total responsabilidad.

Los Autores

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“No puedo considerar historia una obra que habla del pasado, sin producirme una
sensación de vida. Todos los historiadores célebres fueron grandes creadores o
resucitadores de vida, grandes artistas, grandes poetas en el amplio sentido de la
palabra. La materia del historiador, la documentación, le es indispensable, ¡sin duda!,
corno la piedra es indispensable al estatuario; y cuanto más dura, más resistente, más
real sea la piedra, más noble será la estatua. Busque el historiador su hostil realidad en
los archivos y escúlpala, como los poetas esculpen la realidad que almacenan en los
ávidos archivos de la memoria”.
R. B., San Bernardino (Paraguay), 2 de mayo de 1910

Rafael Barrett hacia 1910

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Capítulo primero
El milésimo hombre
Nine hundred and ninety-nine can't bide
The shame or mocking or laugther,
But the Thousandth Man will stand by your side
To the gallows-foot and after.
RUDYARD KIPLING, The Thousandth Man

Tal como plantea Augusto Roa Bastos en su prólogo a El Dolor Paraguayo:


“Reflexionar y escribir sobre Barrett, sobre la enorme y profunda experiencia que
representó —y representa- el conjunto de su vida y de su obra en el proceso de un
pueblo material y culturalmente devastado como el Paraguay por arrasadoras vicisitudes
históricas, es hoy una tarea al par que difícil, urgente y necesaria” (Roa Bastos 1978:
IX). “Lo malo es que la vida de hombres como Barrett nos induce a un lenguaje
apologético, que no siempre es el producto de una legítima admiración sino de las
supersticiones de una mala conciencia individual y colectiva” (Roa Bastos 1978: XII).
Trataremos entonces que el tósigo de vanidad intelectual no sofoque en su flama de
frivolidad, la admiración que sentimos por su vida y obra, probadamente
revolucionarias.

Se llamó Rafael Ángel Jorge Julián y fue hijo de Sir George Barrett Clark, natural de
Coventry, Warwickshire, Scotland y de doña María del Carmen Álvarez de Toledo y
Toraño, de Villafranca de Verzo, León, emparentada directamente con el Duque de
Alba. Su padre lo inscribió en Torrelavega, peñón del mar cantábrico, Santander,
dándolo por nacido el 7 de Enero de 1876, y lo bautizó bajo bandera británica, rigiendo
la ley de herencia para la nacionalidad. Mas su familia se aposentó en Vizcaya; su
padre, caballero de la Corona Británica, cuidaba en España de los intereses ingleses:
ferrocarriles, bancos, etc.; y allí residirá su hermano Fernando hasta que fallece en 1907,
y también su tía Susan, que lo asistirá en su prematura muerte, acaecida en los pinares
de Arcachón, hacia fines de 1910.
De su primera juventud sabemos muy poco. Estudió en España y Francia y concluyó
estudios de Agrimensor, no llegando a concluir los de Ingeniero. Así lo corrobora
Panchita López Maíz, su viuda, en la introducción a sus Cartas Íntimas, publicadas en
Montevideo a mediados de 1967, agregando que: “Entendía mucho de pintura,
dominaba las matemáticas y era un virtuoso del piano. Poseía varios idiomas, y escribía
mejor en francés o en inglés que en castellano (…)” (Barrett 1967: p. 4). En su primera
juventud formó parte de la high society madrileña, que como dice Hierro Gambardella,
“se aferraba aún a las fórmulas opulentas y convencionales de una sociabilidad
perimida” (Hierro Gambardella 1967: VII), hasta que debido a un escándalo con otro
miembro de la nobleza española a quien agredió con una fusta en una función teatral por
calumniador, abjuró totalmente de estos ámbitos.
De tal manera que, hastiado de esa vida, se embarcó hacia América con su amigo, el Dr.
Bermejo, arribando a la Argentina hacia mediados de 1903. “Bien trajeado, con cierta
apostura inglesa, frecuentaba, antes del enojoso asunto, la ruleta de Montecarlo y se
imponía por su elegancia, actitud que abominará después, ya entre nosotros. Fue
además, actor y padrino de algunos encuentros de los denominados “caballerescos”, en
los que tuvo por acompañante al ilustre don Ramón del Valle Inclán, cuya amistad
frecuentara” (Amaral 1984: p. 284). Si bien gran parte de su biografía (en particular este
primer momento de residencia en la capital de la Argentina) se pierden en la cerrazón
del desconocimiento, ciertos fragmentos de este puzle se han ido recuperando debido a

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la ardua labor de muchos historiadores actuales. Amaral refiere, por ejemplo, al texto de
Manuel Gálvez Recuerdos de la vida literaria, en el que éste traza una semblanza de
Barrett y hace mención de su paso como colaborador en la revista Ideas, que el escritor
argentino co-dirigía hacia 1904. Vale decir entonces, que el trabajo periodístico y
literario de Barrett no emerge de su compromiso con la causa de los oprimidos ni del
inevitable goce saudático que le generó su destierro, sino que formaba parte, aún
rudimentariamente, de su élan vitae, de su genio y su carácter, lo que resulta en
concordancia con el cultivo de la amistad de Ramiro de Maeztu y Ramón del Valle
Inclán, en su estadía madrileña, o con Gómez Carrillo en París. Y como corroboran
también sus colaboraciones en El Correo Español, de Buenos Aires, del que se alejará
por fuertes desavenencias con su propietario, a raíz del incidente con un miembro
prominente de la colectividad española, Juan de Urquía, a quien Barrett reta a duelo.
La experiencia de Barrett con la colectividad española en Buenos Aires y con la
República Argentina en general, subsumida la clase dirigente de ésta en la compra y
ostentación del ajuar del progreso, iba a ser de rechazo, de fastidio aristocrático ante el
decorado parisino y la doble moral de una sociedad que impostaba sus modos de ser,
echando mano a los modos de comportamiento y urbanidad propios de Europa, mientras
que, de igual manera, con la misma fuerza temeraria, corría hacia las periferias, hacia
los extramuros del ejido urbano, la terrible realidad del hambre y la desesperación. El
artículo “Buenos Aires”, de 1904, cuando aún no osaba autoproclamarse anarquista, así
lo refiere.

¡También en América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira


implacable subir a mis sienes, morder mi brazo. Sentí que la única manera de ser
bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar
la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto
anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil
hormiguero humano. (Barrett 1988: p. 28, t. II)

Su arribo al Paraguay en 1904 concuerda con el máximo desarrollo de la espiral


revolucionaria, que inicia la hegemonía del Partido Liberal y los capitales anglo-
argentinos en aquel país. Cuando estalló la revolución de los liberales contra los
colorados, éstos llevaban ya más de 20 años en el poder. Venía Barrett con su amigo, el
pianista Joaquín Boceta, enviado por Don Carlos Vega Belgrano, nieto del prócer y
director del diario El Tiempo, de Buenos Aires. Quizás un poco buscando la aventura, la
bala que lo mate, como él mismo dijo, lo cierto, es que a partir de su primera ligazón a
la realidad paraguaya, su compromiso irá in crescendo hasta la plenitud. Asevera
Panchita López Maíz, su mujer, que: “después de recorrer la capital (…) se presentó en
el campo revolucionario al jefe, Benigno Ferreira, que lo recibió muy bien, haciendo
amistad con los intelectuales rebeldes: Gondra, Guggiari y otros. En Villeta se plegó a
la lucha armada como jefe de ingenieros” (Barrett 1967: p. 5). Y triunfante el
movimiento, se quedó en Asunción, trabajando poco tiempo como auxiliar de la Oficina
General de Estadística. También por esa época resulta elegido secretario general del
Centro Español, el de mayor significación en la elite asunceña, donde conoció a
Francisca López Maíz, mujer de rancio abolengo paraguayo, sobrina directa del Obispo
Maíz, fiscal de sangre del Mariscal, con quien contraerá matrimonio en 1906.
Por entonces lo descubre Mr. Smith, gerente del F. C. C. P., que lo designa como su
secretario. Y el 4 de Enero de 1907 nace su único hijo, Alex Rafael. Suceso nada menor,
pues el amor que siente por su mujer y su hijo, será, sin dudas, de una magnitud nueva
para el amor filial, ya que trascenderá el egoísmo burgués y se hará extensivo hacia
todos los hombres, hacia la humanidad doliente en su conjunto, dando origen a su

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anarquismo. “El mayor problema filosófico es reconciliarnos con la muerte, y quizás lo
resolvamos mediante la obra –enfatiza en un artículo escrito en 1908. No somos sino el
vehículo de las formas. No se comunica sino lo que es común a todos. No somos los
dueños sino los depositarios de la vida. Por eso el amor es una deuda, y está hecho de
sacrificio. No nos entregamos solamente sino que nos devolvemos” (Barrett 1988: p.
109, t. II).
El anecdotario, de resultas, es de un valor inconmensurable, nos ayuda a entender la
dimensión humana de este particular santo ácrata. Una de las mejores anécdotas, cuando
renuncia a su puesto jerárquico en el ferrocarril, es clarificante. Así comenta Rodríguez-
Alcalá lo sucedido:
Cuando tuvo un hijo, su ternura por la carne de su carne se multiplicó
infinitamente, hasta abarcar, en su sensibilidad más íntima, a los hijos de todos los
hogares humildes. Ante una injusticia cometida en la empresa donde ocupaba el
puesto de secretario, definió el evangelio de su vida futura. Dejó ese puesto. Mr.
Smith no podía comprender su reacción.
—Pero si a usted no le afecta el caso, Mr. Barrett.
—No nos entenderemos jamás, Mr. Smith: esa injusticia que lesiona a quien ni
siquiera conozco, me lesiona a mí también.
Mr. Smith no pudo convencerlo. (Rodríguez-Alcalá, 1911, citado por Gaona 1967:
p. 210, t. I).

Roa Bastos, cuando menos cursi, lo define entero, midiendo en él lo que su intuición
projimista y fina sensibilidad de artista, le conmina, porque la distancia del homenaje
los aleja cuando se sopesa el compromiso militante. “El hombre Barrett se dirigía a los
hombres de su tiempo y los impulsaba desde su pasado común a la tierra común de los
nuevos hombres”, dice (Roa Bastos 1978: XI). No obstante las penurias económicas,
luego de la renuncia a su cargo en el ferrocarril, Barrett volvió a ganarse el sustento
ejerciendo la labor periodística. Escribiendo para Los Sucesos, diario de su íntimo
amigo, el Coronel Eugenio Garay, futuro héroe de Yrendagüé en la guerra del Chaco,
como también para La Tarde, ambos diarios asunceños, recupera el optimismo y la
libertad. La saga del anecdotario continúa, y pronto veremos que no como ejercicio de
recuento de un pietismo miserabilista, sino como afirmación de un temple humano
particular:

Fue a Eligio Ayala, si no recuerdo mal, a quien se le ocurrió un día que Barrett
podía abrirse un nuevo camino.
—Usted –le dijo el futuro presidente del Paraguay– es ingeniero o poco menos.
Hágase agrimensor y trataremos de que no le falte trabajo bien remunerado.
Barrett no había pensado en ello. Aceptó el consejo con alborozo, y sin demora se
hizo agrimensor. Le abundaba la tarea. La nueva profesión presentábasele
lucrativa, porque se le ofrecían a porfía las mejores mensuras. Pero una mañana
Barrett se metió como una tromba en mi cuarto, despertándome a gritos.
—¿Sabe usted —me dijo– que esta noche he descubierto una cosa esencial para mi
conciencia?
—¿…?
—Que yo no puedo seguir siendo agrimensor…
Jean Casabianca —Jean Paul– el exquisito poeta que compartía la casa conmigo y a
quien despertaran las voces de Barrett, acudió alarmado y aún medio dormido a mi
aposento.
—Explíqueme eso, Barrett –le contesté.

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—Es muy sencillo mi caso. Yo niego el derecho de propiedad sobre la tierra y no
puedo contribuir a que él subsista, midiéndola y amojonándola para los
latifundistas. (…)
—Barrett –le dije–, ¿ha pensado usted en Panchita, en su pequeño Alex? No haga
usted un ademán inútil y que no verá ni siquiera hermoso cuando lo mire, ya
consumado, a través de sus dolorosas consecuencias. Por lo demás la tierra va a
seguir siendo medida y amojonada.
Barrett que me oía con desgano y con tristeza, meneó la cabeza como si mi
incomprensión lo desesperase.
—Sí… mi mujer, mi hijo, mi hogar… Yo ya vine oyendo de sus labios estas
sesudas reflexiones conque usted trata de disuadirme. He reflexionado. Todo eso
que usted invoca vale mucho para mí pero, ¿y mi conciencia? Mi decisión es
irrevocable: no mediré ni un centímetro más de tierra.
Callé bajo la fuerza incontrastable de aquella voluntad. Jean Paul (…) no atinaba a
emitir su juicio sino repitiendo:
—¡Qué bárbaro! ¡Qué bárbaro! ¿Está usted enfermo, Barrett?
Los expedientes de mensura fueron devueltos a Barrett y éste hizo trizas su título
de agrimensor. (Rodríguez-Alcalá, 1911, citado por Gaona 1967: p. 211, t. I).

El régimen instaurado en 1904 caía en la ciénaga de la inestabilidad y endurecía su


rostro, otrora benéfico hacia su persona, por otro más fiero. Al percibir que la conjura
anglo-argentina, fuera cual fuere su testaferro fraccional, se adueñaba de las mejores
tierras y de la casi totalidad de los medios de producción, su respuesta fue categórica.
En octubre de 1905 había sido ya detenido y encarcelado por primera vez. Su trabajo
periodístico enciende cada vez más polémica, dicta una cátedra de matemáticas, devela
la situación de esclavitud en la que viven los “mensús” de los yerbales del Alto Paraná
y los obrajeros de los enormes quebrachales del Chaco Boreal; funda Germinal con otro
gran libertario argentino, José Guillermo Bertotto; y en permanente ligazón orgánica
con la FORP (Federación Obrera Regional Paraguaya), dicta cursos, conferencias y
realiza mitines, instando a los obreros y a la juventud a ser la punta de lanza del proceso
de regeneración moral y política que el Paraguay urge.
Dice David Viñas: “Basta repasar los artículos que componen El Dolor Paraguayo para
recuperar no sólo los rasgos mayores de este representante de la extrema izquierda de la
generación española del 98, sino para advertir la amplitud de sus lecturas, de sus
inquietudes y su información: que van desde los conflictos libertarios en Andalucía a la
guerra de los boers, de las manipulaciones hegemónicas del Káiser Guillermo II a las
pretensiones obreristas del Papa León XIII, pasando —desde ya– por la actividad
anarquista de Tolstoi, el teatro de Ibsen, el affaire Dreyfus, los problemas lingüísticos
planteados por el guaraní, las miserias del militarismo o las seducciones de Anatole
France” (Viñas 2004: p. 180).
Según Amaral, por exceso de trabajo, Barrett hace su primer retiro yendo a descansar en
la campaña. Inicialmente lo hace en Isla Valle, Areguá, pero más tarde, se trasladará
hasta la estancia de su con-cuñado Alejandro Audibert, en Yabebyry, Departamento de
las Misiones. Allí, en contacto con los campesinos de la región, “el Paraguay va
anudándose a su existencia, fuertemente atado por un ysypó (junco) sentimental que
crece en la misma medida en que el mal incurable (la tuberculosis), mina su cuerpo”
(Amaral 1984: pp. 285-286). La tos ya lo atormentaba y los pulmones se le iban a
pedazos en sangre. En apuros de muerte, Barrett concentró su interés en los dramas que
entenebrecían la realidad social.
Desde mediados hasta fines de Junio de 1908, publica por entregas en El Diario, su
folleto Lo que son los yerbales, donde denuncia la connivencia entre los grandes trust
económicos y el estado paraguayo en la explotación bajo régimen de esclavitud de la

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yerba mate. Después de Julio, la violencia se desata en Paraguay y el raudo torbellino
que esta conlleva, arrastra —no podía ser de otra manera– a Barrett, Bertotto y más de
300 militantes políticos y sociales en todo el país. Quemado hasta el fondo por el dolor
paraguayo, su projimismo temerario no cejará ni bajo el terror. ¿Qué rol había jugado en
ese cuartelazo? Otra anécdota lo detalla fielmente:

El miércoles 2 de junio de 1908 fuimos despertados por unos cañonazos,


ignorándose las causas del insólito hecho. Barrett, sacudido también por el deseo
de conocer lo que ocurría, salió a la calle, buscó a Bertotto, ciudadano argentino,
con quien formaba un binomio de idealistas rebeldes, emprendiendo juntos la
búsqueda de datos que explicaran el motivo de la asonada. Así encontraron en
una calle a quien escribe estas líneas, niño entonces, alumno ya del Colegio
Nacional y devoto de Barrett desde el momento que lo escuchó hablando a las
placeras en el mercado guazú, que con gran alegría se unió a ambos para la
recorrida. Las balas golpeaban los parapetos y cortaban los alambres telefónicos.
Pegados a las paredes alcanzaron, siempre bajo la serena guía de Barrett, la
misma esquina del Palacio de Gobierno, donde presenciaron la llegada del
comandante insurrecto, coronel Albino Jara, acompañado del Estado Mayor
revolucionario, todos a caballo. Permanecieron un rato y luego se retiraron del
lugar.
Luego recogimos allí mismo la versión que en el instante de la llegada del
coronel Jara, se encontraba el presidente Ferreira en uno de los balcones del
palacio en compañía de sus ministros, a excepción del coronel Manuel J. Duarte,
ministro de guerra tomado prisionero esa misma mañana por un pelotón que le
tendió una emboscada. Cuando apareció el mismo Jara, ante la sorpresa de los
que se encontraban en el balcón, uno de ellos tomó el fusil con el propósito de
hacer fuego contra el jefe sedicioso, pero el general Ferreira, lívido y mudo,
abriendo los brazos empujó hacia atrás a sus acompañantes, evitando de este
modo el ataque al coronel Jara.
Prosiguiendo la marcha empezamos a encontrar los primeros heridos; entonces se
le ocurrió a Barrett organizar el auxilio de estos desgraciados que se desangraban
sin atención alguna. Nos encontramos con un carricoche abandonado,
perteneciente a la fabrica de licores y soda de la firma “Palermo y compañía”, en
Villarrica y Colón, y nos posesionamos del mismo en la esperanza de encontrar
una bestia para la tracción. Felizmente a poco de andar tropezamos con una
jardinera de la panadería “Las Palmas”, también abandonada. El carricoche
ofrecía mayor comodidad para nuestro propósito, y sin titubeos pasamos la mula
con sus arneses al vehículo más conveniente, iniciándose la humanitaria tarea: los
heridos eran transportados a los hospitales de sangre y los muertos entregados a
Lucio Tarobá (…). Este trabajo de auxilio fue realizado durante los días
miércoles, jueves y viernes, lapso en que Asunción vivió bajo el pánico de la
feroz pelea que dio por tierra al régimen cívico. (Op. cit. 1967: pp. 213-214, t. I).

Es curioso que esta tarea humanitaria haya salvado efectivamente su vida, pues como
relata Panchita, en ese mismo momento “su casa fue asaltada a tiros por un grupo de
bandidos que «olían a yerba»” (Barrett 1967: p. 7), salvando ella su vida y la de su hijo
de manera milagrosa, escapando por una altísima muralla a casa de un vecino.
Una vez terminada la lucha, con un saldo de 60 muertos y 150 heridos, la municipalidad
de Asunción reconoció mediante nota de felicitación y agradecimiento, la labor
humanitaria llevada a cabo por Barrett y Bertotto en esos días. No obstante ello, y a raíz
de la denuncia del terror represivo desplegado por Jara, Barrett y su colega co-editor del
periódico quincenal Germinal, terminan dando con sus huesos en la prisión. Cuando
Jara mató a azotes al sargento Espínola, Barrett no sólo respondió publicando la hoja

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Bajo el terror, que él mismo distribuyó por las calles, sino que entabló contra Jara una
querella criminal. Por eso sufrió vejámenes y cárcel. Dice Roa: “Habían cometido la
insolencia de publicar un violento artículo contra el régimen que en ese momento regía
los destinos del país (…) El coronel ordenó a los esbirros que hicieran comer a Bertotto
(…) la hoja que contenía la diatriba. Pretendieron hacer lo mismo con Barrett, pero este
se negó al ultraje y profirió su indignación: «¡Lo esperaba todo de un coronel paraguayo
menos que fuera un cobarde!»1 El mandón con charreteras, futuro constructor de
serrallos, no insistió; habituado a ejercicios más serios, acaso comprendió oscuramente
que no podría debelar jamás a aquel hombre enfermo pero indomable, afilado ya por la
muerte, erguido ante él no como un reo de lesa tiranía, sino como una presencia
acusadora que venía a pedirle cuentas en nombre de una muchedumbre de silenciosos.
Entonces se limitó a desterrarlo” (Op. cit. 1978: XXII). Opto por creer que fueron, más
bien, la porfiada valentía de su mujer y del embajador inglés, Mr. Gosling, los que
consiguieron su deportación y evitaron su muerte en prisión. En la segunda quincena de
octubre de 1908, Barrett sale deportado hacia el Brasil, donde permanecerá muy poco
tiempo entre Puerto Murtinho y Corumbá.
Enfermo, sin dinero y casi sin amigos, llega a Montevideo en noviembre, siendo
acogido con afecto por el dirigente socialista uruguayo Dr. Emilio Frugoni. Así da
cuenta Hierro Gambardella de este momento: “Era la hora en que ser escritor y hombre
de izquierda eran casi sinónimos, y que en el aire político de la ciudad y el país se
respiraba la más honda y comprensiva tolerancia para las ideas de los hombres. (…)
Ingresa en La Razón (…) y al poco tiempo empieza a sentir algo que hasta entonces
desconocía: los canillitas coreaban por la calle: «¡La Razón con el artículo de Rafael
Barrett!» Rodó detiene a sus amigos por la calle para preguntarles si han leído la
columna de este desconocido. Frugoni, Falco y una pléyade de muchachos talentosos y
con inquietudes sociales, lo rodean con fanático amor” (Hierro Gambardella 1967: XI).
Como vemos, Montevideo, en donde al principio se siente desorientado, pronto se abre
a él más que ningún otro lugar del planeta, y es la élite letrada, desde Rodó a Vaz
Ferreira, la que reconoce de inmediato su excepcional talento. Es al Uruguay, sin dudas,
que el pueblo paraguayo y la humanidad en su conjunto, debemos el maná de su
filosofía del altruismo, desplegada en geniales retazos a través de sus folletos, artículos
periodísticos y ensayos breves. Gracias a la amistad de Frugoni, como a la de Herrera,
Falco y Blixen, director este último del diario La Razón, en el que empieza a colaborar
asiduamente, este período de insuperable tristeza en la vida de Barrett, es también el de
la organización de su legado, el tiempo de despedida del mundo. Pues “la tuberculosis,
que apenas lo deja vivir, lo obliga a internarse en un hospital, desde donde sigue sin
embargo escribiendo” (Miguel Ángel Fernández en Barrett 1988: p. 15, t. IV).
Pero a pesar del trato fraterno brindado por el Uruguay hacia su persona y su obra,
Barrett vuelve a Paraguay. Pasa unos meses confinado entre Yabebyry primero y luego
en San Bernardino, donde lo visitan sus compañeros de la FORP. En ese ínterin se
editan su libro Moralidades actuales y el folleto El terror argentino, el primero en
Montevideo y el segundo en Asunción. Escribe, de cualquier modo, para La Razón de
Montevideo, su principal fuente de ingresos. También en El Nacional, de Asunción,
donde publica su notable artículo crítico La cuestión social, refutando un extenso

1
Cuesta creer esta afirmación de labios de Barrett, puesto que éste conocía de sobra el tamaño de la
cobardía de Albino Jara. Años antes, en un duelo entre periodistas, uno de ellos, García, “era tan miope
que la concertación del encuentro, constituyó un crimen. Barrett, impulsado por su caballerosidad, al
conocerse la muerte del joven e indefenso militante liberal, retó a duelo a los padrinos de éste,
acusándolos de cómplices, como realmente eran, y ninguno de ellos se animó a aceptar. Desde entonces,
el Coronel Jara, uno de los comprometidos, odiaba a Barrett y lo persiguió siempre” (Barrett 1967: p. 8).

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trabajo de su amigo, el Dr. Rodolfo Ritter, en el cual éste niega la existencia de
problemas sociales en el Paraguay.
Mas, agobiado terminalmente por su enfermedad, parte hacia Francia el 1 de Septiembre
de 1910, llevando los originales de El Dolor Paraguayo, que el editor uruguayo Bertani
publicará después de su muerte, en 1911. Se va, un poco como dice José Concepción
Ortiz, “A morir lejos de donde él vivió tan generosamente en medio de la ingratitud
hostil de todos” (José Concepción Ortiz, en Barrett 1988: p. 336, t. IV). En el Paraguay
quedan su mujer y su pequeño hijo, en espera de algún dinero que les permita ir a
reunirse con él en Europa. En Montevideo, donde aborda su barco rumbo a Francia, se
llena el alma de los elogios y admiración del pueblo uruguayo: “(…) le sacan
fotografías, los poetas le dicen "hermano", los obreros le dicen "maestro"; le compran
gorras, bufandas, camisetas y al fin el muelle se llena de pañuelos mientras él apenas
sonríe, desde la borda, con su cara de Cristo” (Hierro Gambardella 1967: XII). Ya en el
“viejo mundo”, permanecerá un breve tiempo en París, tratándose con el Dr. Quintón,
hasta que por prescripción suya se trasladará hasta Arcachón con el objetivo de seguir la
terapia. Extenuado, sin embargo, sus crisis son cada vez más violentas. Su tía Susan
cruza los Pirineos para atender su agonía mientras su mujer vende sus últimas
pertenencias para viajar. Como post-data de una carta definitivamente pesimista de
Susan fechada el 13 de diciembre, Barrett comunica a los suyos su pronta muerte. “Mi
alma está serena y llena de confianza en la vida que os recompensará de vuestros
dolores, si los examináis y los sufrís con lealtad y con valor”, les dice (Barrett 1967: p.
123). Y el 17 de diciembre, a las 4 de la tarde, con su pulmón derrotado, colapsando su
anárquica esperanza, muere a la edad de 34 años.

Vanguardista y clásico, coetáneo hasta la actualidad, en su adopción del dolor


paraguayo, “fue un meteoro que resplandeció solo un instante, pero que proyectó
vislumbres futuras” (Roa Bastos 1978: IX); su palabra cristificada no erradica el dolor,
al contrario, lo devela y propone como camino. No, por supuesto, a la manera del
apóstol Pablo, que organiza su iglesia con las palabras e iconografía de la sumisión,
puesto que él llevaba dentro de sí “la chispa inicial que andando el tiempo y a través de
la mecha inerte de las masas, concluye por hacer estallar las bombas (…)” (Barrett
1988: p. 105, t. II).
Como recalca Viñas en el artículo del libro Anarquistas en América Latina dedicado a
él, Barrett, al contrario de otros libertarios precursores como González Prada o Flores
Magón, permanece relegado de cualquier santoral patrio, su obra retiene en fondo y
formas una clave —desactivada aún– de funestos presagios para las clases dominantes
rioplatenses, mas, es justicia decirlo, el fuego barrettiano vive y se organiza en el
projimismo paraguayo, y en esa idea de patria que no puede jamás denigrar la libertad y
la dignidad humanas, pues ha sido en el pasado y continúa siendo en el presente, la
fuerza genésica que combate contra los zombis que apaña la cultura de la dominación y
la muerte.
El amor y el valor que sobreviven a su muerte física, han confluido en la profecía viva
de nuestros mártires, concatenándose a la honradez intelectual de León Cadogan, al
alma vibrante que regurgita en las composiciones musicales de José Asunción Flores,
Agustín Pío Barrios o Herminio Giménez, a los versos de espadas como labios de
Emiliano R. Fernández, Julio Correa o Elvio Romero y a la irrupción narrativa de
Augusto Roa Bastos, su hipocrite lecteur, su más preciado continuador en el plano
literario. Amor y valor que, como las banderas despiertas y sin límite del pueblo
paraguayo, luchan y esperan, labrando sus propias cenizas, al hombre libre, al
continuador, al hombre nuevo.

11
Capítulo segundo
Un país de alucinados
(Las revueltas liberales de 1904 hasta 1910)

Como vimos, Rafael Barrett llegó al Paraguay cuando los sombríos ecos fúnebres
dejados por la guerra criminal no terminaban de disolverse. Descubrió que en estos
tristes trópicos, la realidad deliraba, como repetiría Roa Bastos en una famosa cita de
corte benjaminiano, que en este caso dice tanto de él como del citado y que ya no
recuerda autor. La realidad deliraba pues, y ¿cómo no habría de hacerlo, en un país
como el Paraguay que, al decir del español, no era sino “un vasto hospital de alucinados
y de melancólicos”?
De aquí en adelante, con orgullo de baqueanía, intentaremos una aproximación al
mágico Paraguay de principios del siglo XX, ensayaremos una caracterización del
mismo e intentaremos no desatinarnos en la road movie, el novelesco y la peripecia de
su “viaje al corazón de las tinieblas”.

Tiros en el Paraguay

Buscando por todos lados


de lo llano y de la sierra
lo elemento de guerra
gente, kavaju, recado,
prénta mini chapéado
sortija ha namichâi
revolución del Paraguay
ojuhúvante ogueraha...
COMPUESTO, Motivo popular2.

No se concibe bienestar en un país regido por la sola


voluntad de gauchos ignorantes, sin otra ley que el sable. El
bienestar en el Paraguay consiste en sufrir sumiso,
cobardemente, a su gobierno de fuerza, sin otro horizonte
que el pintado cielo raso de los palacios y los muros de los
cuarteles en que se apoyan.
LA DEMOCRACIA, 20 de enero de 1904.

Si la revolución no triunfa, el país morirá a manos de los que


han convertido el homicidio y el robo en sistema político.
RAFAEL BARRETT, “La revolución de 1904”.

Es un lugar común en los estudios sobre historia paraguaya contemporánea situar el año
1870 como un punto de quiebre incuestionable. La sangrienta guerra de 1865-70, en
efecto, acabó con un Paraguay, el de los López, y dio comienzo a otro Paraguay, muy
distinto al anterior. Rafael Barrett no dejó de notar ese sentimiento que latía en cada
paraguayo, reflejando con gran precisión lo doloroso del trauma: “Todo aquí es nuevo,
empezando por los hombres” decía en un comentario al libro del Dr. Cecilio Báez, feroz

2
Poema bilingüe, sin autor ni titulo conocidos, probablemente musicalizado, rescatado de la memoria de
un anciano por Mario Rubén Álvarez y publicado en la sección “Memoria viva” en Ultima Hora (El
Correo Semanal), 28-29 de Noviembre de 1998, Asunción, Paraguay. Basado en la revolución de 1904;
un intento de traducción del poema es el que ofrecemos a continuación: “...buscando por todos lados / de
los llanos y de la sierra / los elementos de guerra: / gente, caballos, recados, / pequeñas prendas de oro y
plata, / zarcillos y sortijas, / revolución del Paraguay / lo que encuentra se lleva”.

12
crítico antilopizta. “Nación sin viejos, sin recuerdos casi. El aniquilamiento —continúa–
, no igualado en ninguna época, fue absoluto; el hachazo formidable. La raza fue
ajusticiada, los bordes de la herida, altos como los de un precipicio, no se soldaron
nunca, y un pueblo, por espontánea generación, nació de un mar de sangre” (Barrett
1988: p. 85, t. IV).
Apenas terminada la guerra, las “civilizadas” osamentas que constituían el nuevo
Paraguay se transformaron en un campo de enfrentamiento entre los círculos dirigentes
de Río de Janeiro y Buenos Aires, que rivalizaban entre sí por el control de sus esferas
de influencia.
El Brasil corría con ventaja, su ejército ocupaba el país. Ya en 1874, una “revolución
libertadora”, apoyada por la diplomacia brasileña y dirigida por Juan B. Gill derrocó al
gobierno de Salvador Jovellanos, asegurando la hegemonía de aquél país en el
Paraguay. Sin embargo, la dirigencia Argentina no se quedó con los brazos cruzados, y
luego de lograr mediante una agresiva campaña política la retirada de las tropas de
ocupación del Imperio en 1876, optó por cambiar decididamente de estrategia: la opción
armada fue dejada de lado por una política de penetración económica que terminó por
transformar al Paraguay en una zona de complementación del agro argentino. Es
imposible entender el estallido que se produciría en 1904 sin relacionarlo con esta
característica de la reconstrucción política y económica de la posguerra, que hizo del
Paraguay un gobierno satélite del Brasil y una semicolonia económica de la Argentina.
Este andamiaje político y económico legado por la derrota en la guerra de la Triple
Alianza, entra en crisis en 1904. La inestabilidad política, característica del Paraguay de
finales del siglo XIX, se encontraba, según Francisco Gaona, “en proporción directa
entre el Estado policial criollo alentado y sostenido por los círculos feudal-burgueses
del Brasil y la gravitación económica-financiera del capitalismo agropecuario argentino
que buscaba incesantemente ampliar y consolidar su zona de influencia” (Gaona 1967:
p. 152). Esta contradicción resultante de las continuas disputas entre el Brasil y la
Argentina en los asuntos internos paraguayos estallaría, finalmente, en la revolución de
agosto de 1904, “siendo desalojados del gobierno los círculos faccionalistas
abrasilerados para ser reemplazados por los abogados de los inversores angloargentinos,
cuya gravitación era a todas luces decisivas y determinantes” (Ibid.: pp. 152 y ss.).
Precisamente, la revolución vino a bordo del “Sajonia” desde el sur y una de sus
primeras medidas políticas fue regalar, literalmente, la empresa ferrocarrilera a los
ingleses.3 (Méndez Fleitas 1965: p. 271)
Pero, ¿cuál era el contexto social que llevó al estallido de 1904? ¿Qué es lo que nos
permite explicar el apoyo popular que recibió el levantamiento liberal y qué nos impide
caracterizarlo como un simple “cuartelazo”, como lo consideraron importantes líderes
colorados?4.
3
El importante líder populista colorado Epifanio Méndez Fleitas (1917-1985), argumentando el factor
económico como móvil de la revolución de 1904, sostiene: “Varios años seguidos de déficit en la balanza
comercial, cuantiosos pagos por deudas de la revolución, sospechosas medidas —la entrega de las
acciones de preferencia del Estado a la empresa del ferrocarril (1906), concesiones leoninas al Banco de
la República (1908), etc. – eran hechos que pesaban en el ambiente. Sólo las obligaciones internas de la
revolución insumieron de diciembre de 1904 a diciembre de 1907, $ 4.702.467,24. Otro pago por
1.000.000 de pesos oro —alrededor de 1.400.000 dólares actuales–tuvo que hacer el país al Banco
Francés del Río de la Plata en concepto de ‘deuda de armamentos’” (Méndez Fleitas 1965: p. 271) Por
otro lado, quisiéramos dejar sentado que la opinión del autor de que la revolución acabó con la supuesta
prosperidad económica (producto de la enajenación de las tierras fiscales a los grandes empresarios
forestales extranjeros y del país, esto no dice) y la labor reconstructiva del período colorado es
completamente insostenible.
4
Sin embargo, creemos que las afirmaciones de Arturo Bray o Justo Prieto, fervorosos partidarios de la
revolución de 1904, son, cuando menos, exageradas. El primero afirma que el movimiento armado de

13
El antecedente más importante de la revolución de agosto de 1904 fue la insurrección de
1891. En aquel entonces, producto de la crisis económica que azotaba al país (un
coletazo de la crisis del año 90 en Argentina, y que se extendería hasta ya entrado el
siglo XX), se produjo una insurrección armada, liderada por jefes liberales, como el
mayor Eduardo Vera, Antonio Taboada, Pedro P. Caballero y Juan B. Rivarola.
Autoproclamados como los voceros del descontento popular que producían las políticas
entreguistas y antipopulares del régimen colorado (ese “caudillismo institucionalizado”,
al decir de Justo Prieto), en su manifiesto del 18 de octubre de ese mismo año,
declaraban que:

Porque si de un lado la patria corre el riesgo hasta de ser vendida al extranjero, por
la insaciable codicia y venalidad de sus gobernantes, de otro el pueblo sufre
horriblemente la miseria y la ruina a que fue reducido y por las persecuciones de
todo género de que ha sido objeto, sin que jamás tanto agravio fuera reparado. La
acción emprendida no era sino el resultado necesario de una situación de fuerza que
avasalló todo, oprimiendo al pueblo y esquilmándolo de tal suerte que comenzó el
país a despoblarse, ora por la persecución de los jefes políticos, ora por los despojos
de tierras de que eran víctimas los pobres habitantes de la campaña. Los pueblos no
deben sufrir impasibles las vejaciones que sus mandatarios les infrinjan ni ningún
yugo de servidumbre que le degrade y humille. Los que no saben reparar tan grave
injuria no son dignos de llamarse pueblo (Manifiesto del Centro Democrático, 18
de octubre de 1891, citado por Gaona 1967: p. 127).

Una vez fracasada la asonada de octubre de 1891, lejos de aliviarse la tensión, la crisis
recrudece y alcanza al propio partido gobernante. La pugna interna entre los jóvenes
colorados, apoyados por el general Egusquiza, y los “viejos” o “caballeristas”, sumada a
la situación política de caos, fraude y violencia, no hace sino acrecentar el descontento
social y político. La creciente desconfianza hacia los políticos se manifiesta también
entre los intelectuales progresistas. En un debate público, desarrollado desde las
columnas de los diarios El Pueblo y La Prensa, y en el que participaron importantes
figuras intelectuales como Francisco Bareiro, Manuel Gondra, Daniel Codas y Blas
Garay, se revela la profundidad de la crisis en que estaba sumergido el país. De
particular interés son las conclusiones a las que llega el historiador Blas Garay, quién
diferenciándose de los anteriores, plantea que

los partidos militantes de hoy en día, se dice, y es verdad, ya no sirven, están


gastados por una larga serie de desaciertos y de errores. Formados únicamente con
la aspiración de conseguir el poder, sin más programa que el programa ya realizado

1904 “es, quizá la única revolución que en el Paraguay contemporáneo merece ser escrita con mayúscula,
pues las que vinieron luego —y fueron muchas– apenas merecen la categoría de simples revueltas” (Bray
1986, primera parte). El segundo, arguye que “el triunfo de la revolución de 1904, creó condiciones para
una gran transformación […] promoviendo un cambio estructural en la sociedad política, fácilmente
situable en el mismo nivel que la comunera. 1904 elevó a ese pueblo [el paraguayo] a la jerarquía de
ciudadanía. Fue la última revolución con un contenido diferente al enderezado a la simple posesión del
poder” (Dr. Justo Prieto, “Paraguay, provincia gigante de las Indias”, 1951, citado en Gaona 1967).
Nosotros, al contrario, pensamos que una revolución que merezca ser escrita con mayúscula debe
producir transformaciones radicales en la estructura (socioeconómica, política o cultural) de la sociedad.
Por ese motivo, consideramos a la “revolución de 1904” como un levantamiento cívico-militar con un
importante apoyo popular. Ya Rafael Barrett, en un escrito de 1907, comentando sucesos acaecidos en la
Argentina, se quejaba: “Estas revoluciones no llegan a revueltas”. A continuación, profundizaba: “en
donde el destino natural de los ciudadanos es la pacífica y fructuosa agricultura, una aristocracia de
politicastros y guerreretes se obstina en alborotar de cuando en cuando y en molestar a los que les pagan”
(Barrett 1988: p. 141, t. IV).

14
de las libertades de los derechos ya contenidos en los Códigos porque nos regimos
[…] No consistió nunca la diferencia que había entre ellos en otra cosa que en la
posesión efectiva del poder: el credo político de los republicanos [colorados] fue y
es hasta ahora conservarse en el gobierno; el de los liberales y cívicos, suplantar en
el gobierno a los republicanos (Blas Garay, “Nuevas ideas en nuestra política”,
folleto, 1899, citado por Gaona 1967: p. 255).

Por tal motivo, Garay termina aseverando que, la intención de Gondra y Bareiro, de
sumar principios al programa, mediante una reorganización del Partido Liberal no es
una solución, ya que para él, lo mejor que se puede esperar de ambos partidos, “es que
se disuelvan oficialmente” y “desaparezcan para dejar su sitio a otros más honrados,
más populares y más capaces” (Op. cit.: p. 197). Vale aclarar que Blas Garay tomará
partido por el socialismo: “deseo los principios socialistas, para los cuales está el
Paraguay mejor preparado, por sus antecedentes históricos, antes que ningún otro
pueblo de América” (Ibíd). Esto no implica que aún hoy éste sea un referente histórico,
junto a Ignacio A. Pane, del Partido Colorado.
El diario La democracia, dirigido por el periodista Ignacio Ibarra, también se dedicó a
denunciar los más ruines aspectos del régimen colorado. Desde sus páginas, cargadas de
un progresismo liberal, se fomentó la expansión del pensamiento gremial y social en el
país. De tal modo, no sólo se denunció la situación de los peones de conchavo en el
norte, sino que también se apoyó la creación de los primeros sindicatos obreros. Como
veremos, en su edición del 30 de marzo de 1889, apenas pocos años después de la ley de
enajenación de las tierras fiscales, Ibarra comentaba en un editorial la miserable
situación en la campaña:

Los campesinos carecen de hogar y de un pedazo de tierra que cultivar; no tienen


arados, ni azadas, ni palas, ni horquillas, ni rastrillos, ni barretas, nada; en la
campaña sólo hay grotescos ranchos pajizos y no se ve sino la miseria, la desnudez
y el hambre; los pueblos todos de la campaña, a excepción de tres o cuatro, no son
sino miserables agrupaciones humanas, dispersas allá y acullá, pobrísimos
villorrios, más pobres todavía que las insignificantes aldehuelas europeas. (La
democracia, 30 de marzo de 1889, citado por Gaona 1967: p. 143).

En fin, anarquía política, ruina económica, miseria y desolación producto de la


enajenación de las tierras fiscales que pasan a manos de grandes latifundistas, fueron los
factores que se combinaron para dar lugar a ese ambiente de “crisis revolucionaria”.
Luego de la derrota de 1891, los liberales no se quedaron quietos. Tras unificar el
partido (dividido casi desde el momento de su fundación en dos facciones, una
moderada, los cívicos, y una más intransigente, los radicales), comenzó a gestarse la
conspiración, cuyo principal impulsor fue el oficial de marina Manuel J. Duarte.
El 4 de agosto de 1904, con la toma en Buenos Aires del buque Sajonia (en complicidad
con el capitán del mismo), vapor mercante adquirido por el gobierno paraguayo para el
transporte de naranjas y otros productos de exportación5, se iniciaba oficialmente la
revolución que llevaría al poder a los liberales. Ya en el puerto de La Plata, se sumaron
más tripulantes (unos sesenta hombres) y se embarcaron “armas, pertrechos y
municiones; seis cañones Krupp con mil tiros, 1.300 fusiles Grass y 300.000
proyectiles” (Verón 2004). A bordo de la embarcación, ya rumbo a Paraguay, se
encontraban entre otros, Manuel Gondra, Manuel J. Duarte, el capitán Idelfonso
Benegas, Elías Ayala y Elías García. Al llegar a la boca del río Tebicuary, “un vaporcito

5
Más precisamente, el buque había sido adquirido por intermedio del Consejo de Agricultura e Industrias
del Banco Agrícola.

15
llamado Gamo, esperaba al Sajonia con armas traídas de Buenos Aires unos días antes”
(Íbíd.). Resultaba evidente la complicidad del gobierno argentino con los
“revolucionarios”; enterado el gobierno paraguayo del viaje del Sajonia, “se puso en
comunicación con su par argentino, solicitándole impedir el avance del buque aguas
arriba” (Ídem). Como era de esperar, el buque no fue detenido, por lo que el gobierno
envió el buque Villa Rica a detener al Sajonia, al mando del coronel Eugenio Garay.
La escaramuza naval se produjo frente a la ciudad de Pilar, y luego del enfrentamiento,
el Villa Rica, inferior a su rival, se rindió. La tropa vencida fue tomada prisionera, el
buque abordado fue reparado, rebautizado como “Constitución” y agregado a la flota
revolucionaria. Aguas arriba, en colonia Bouvier (territorio argentino) se sumó al
Sajonia, ahora rebautizado como “Libertad”, un fuerte contingente al mando del general
Benigno Ferreira (antiguo miembro de la Legión Paraguaya que combatió en el bando
aliado en la Guerra de la Triple Alianza), quién asumió la comandancia de la
revolución. En este contingente se encontraban también importantes líderes liberales
como Emiliano González Navero, Félix Paiva, Adolfo Riquelme, Eduardo Schaerer,
Manuel Benítez, Liberato Rojas, Modesto y José P. Guggiari, Juan Bautista Gaona,
Gómes Freire Estéves y Albino Jara, entre otros.
El día 14 de agosto, las fuerzas “revolucionarias” desembarcaron en Villeta, pueblo
ubicado sobre el río Paraguay, a pocos kilómetros al sur de Asunción, donde
establecieron su cuartel general. Como ya se dijo anteriormente, allí fue donde Rafael
Barrett se encontró con los líderes revolucionarios. Un día después del desembarco, el
15 de agosto de 1904, lanzaron el manifiesto en el que se declaraba el alcance nacional
de la revolución y se convocaba a todos los paraguayos, sin distinción, a sumarse a las
filas del movimiento.
Desde entonces, la campaña revolucionaria se extendió a numerosos pueblos del interior
sembrando la anarquía en la campaña. En diciembre, después de cuatro meses de
enfrentamiento, se dio por finalizada la revolución con la firma del pacto del Pilcomayo,
que significó el acceso del Partido Liberal al gobierno y la designación de Juan Bautista
Gaona como presidente provisorio.
Los estragos que la lucha produjo en las zonas rurales del interior del país dejaron
profundas marcas en la tradición oral. El compuesto recopilado por Mario Rubén
Álvarez, sin autor conocido, y que figura como epígrafe de este apartado, nos revela
este aspecto poco romántico de la revolución y nos sumerge en esa faceta poco feliz de
las luchas fratricidas que, lamentablemente, se transformaron en una figura repetida en
la historia paraguaya de la primera mitad del siglo XX. Esta visión, más cruda, y a
nuestro entender, más “de abajo”, nos muestra cómo la sobrellevaron (estamos tentados
a decir, sobrevivieron) los campesinos la guerra civil en todo su horror. Las tropelías
que, en crudo jopara, describen la búsqueda del “requecho”, los “voluntarios”, las
venganzas personales, robos y violaciones, etc., son muestras fidedignas de la
descomposición política señalada con antelación.

Iban llenar la frontera


de la Provincia de Corrientes
mucho necesario era
huirse del Paraguay
porque siempre ndofaltai (no faltaba)
la iponcho ombojeréva (se le diera vuelta el poncho)
umi icobardevéva (a aquel más cobarde)
que no tiene corazón.

[...]

16
kavaju jepe oñeñapî (los caballos eran rapados)
por la interés de la cerda
porque galleta ha yerba (porque la galleta y la yerba)
upéramo ojupi (no paraban de subir)
ha es preciso avei hembymi (y era preciso que sobrara)
para la caña o ginebra
varios ofrecieron su servicio
a esa revolución.

osê hâgua en Comisión (Saliendo pues en comisión)


ojapóvo perjuicio (para realizar perjuicios)
alguno porque ijoficio (algunos porque era su oficio)
otro por ser vecindario
o por ser parte contrario
prensa ahénore ojepovyvy (y la prensa extranjera les incita)
oporomyasê syry (para hacer correr llanto salieron)
esto bueno voluntario.

[...]

bombilla ha ka´ygua (bombillas y mates)


y por fin todo lo que hay
llevaban cuanta chuchería
aunque cosa no e de veres
violaban las mujeres
la cosa más porquería
reímante la porfía (sin sentido era la porfía)
ni ñamyangekói difunto. (ni recordar a los muertos)

porque no hay cosa justo


en esa revolución
icobardevéva ocasión (que es oportuna para los cobardes)
de vengarse algún disgusto
ya no había amistad
obligación ni vecino
ha´ekuéra ko itíno (ellos solo tenían el tino)
oikuaa máapa iprénda heta. (de saber a quien mejor robar)

Muy parecida es la visión del antropólogo paraguayo León Cadogan, personaje


multifacético que supo ser boticario, “desfacedor” de entuertos, empresario frustrado y
hasta una especie de Sherlock Holmes criollo (en su paso por la Jefatura de
Investigaciones de la Delegación de Gobierno de Villarrica). En sus Memorias, luego de
recordar cómo su casa de la colonia Nueva Australia, Departamento de Caaguazú, fue
consumida por el fuego (su familia, unos australianos socialdemócratas que habían
abrazado en el país la causa colorada), nos cuenta los recuerdos que conserva de su
infancia:

Un día […] vimos una larga fila de campesinos que se dirigían hacia la selva, las
mujeres con sendos atados sobre las cabezas, y muchas con un niño de pecho en
brazos y otro más grandecito a horcajadas sobre la cadera o siguiéndola: las tropas
les habían incendiado las casas por haberlas abandonado. Otro éxodo similar que
presencié se debió a que la familia, atrevida, no había abandonado el hogar al
acercarse las tropas. Un día llamé la atención a Agüero mostrándole una columna
de humo que se elevaba al cielo a orillas del monte donde vivían los Alvarenga.

17
Mataron a Pa’í Tikú y le quemaron la casa, contestó en voz muy baja mi
compañero. ¿Por qué? Porque era liberal.
Quizás un mes después, otra columna de humo se veía en las cercanías de la casa
de los Robson; esta vez, según mi mentor, le habían quemado la casa a Pa’í Fulano
porque era colorado. “Pero la vez pasada me dijiste…”, interpuse. “Si —me
respondió Agüero– pero es que ahora mandan los liberales”, y mirándome con una
solemnidad inusitada en él, me ordenó que en adelante no hablara con nadie, pero
con nadie en absoluto: avavete ndive, de tales cosas. (Cadogan 1990: p. 57)

La revolución de 1904, tuvo como una de sus consecuencias más importantes, el ingreso
a una década de tanta inestabilidad política que, debido a estas pugnas intestinas, hasta
se saltearía los festejos del Centenario de la Independencia. No podemos negar, sin
embargo, que esta cólera fratricida hubiera estado presente en el Paraguay desde tiempo
antes. La década de 1870, en efecto, apenas terminada la Guerra Grande, se caracterizó
por los sacudimientos sociales propios de la ocupación militar brasileña: en diez años se
sucedieron seis presidentes de la República. La década de 1880 revirtió en gran medida
este problema, y a la convulsionada década anterior, le siguió una de relativa paz bajo el
gobierno de los héroes de guerra Bernardino Caballero6 y Patricio Escobar. Orden que
volvió a resquebrajarse en la década del ’90, producto directo de la crisis económica
imperante a nivel mundial y que se sumó a la miseria generalizada de la campaña,
presente desde el fin de la guerra y agravada por la política de tierras del Gral.
Caballero. No obstante, el gobierno de los colorados resistió, trastabillando como
vimos, hasta 1904.
Ciertamente, con la revolución liberal se desplegó de forma inusitada la espiral de la
violencia política, convocando al fraccionalismo y revanchismo más ruines de la
historia paraguaya. Esto mismo percibió Barrett, poco después del triunfo de 1904; las
cosas no cambiarían en nada, puesto que republicanos y liberales eran el anverso y el
reverso de los mismos intereses de clase, los terratenientes; así lo comprobaría en sus
denuncias, tanto las de sus libros más “estilizados” como los artículos escritos para la
prensa diaria.
Triunfantes entonces los liberales, designaron como presidente a Juan Bautista Gaona,
quién ejercería la primera magistratura provisoriamente hasta el 25 de noviembre de
1906, fecha en que caducaba el mandato del depuesto Juan A. Ezcurra. Gaona, empero,
no llegó a cumplir su mandato. Fue destituido al poco tiempo de asumir el cargo por el
Congreso, sin juicio político y con gran desprecio de la Constitución, a pedido de
Ferreira, el líder de la revolución y de la facción de los cívicos. Ante las críticas
recibidas, Ferreira se justificó apelando al “período de transición”. En reemplazo de
Gaona, asumió Cecilio Báez, importante intelectual liberal, quien ocuparía el cargo
hasta la fecha estipulada de asunción de un nuevo gobernante. El 25 de noviembre de
1906 asumió, al fin, el hombre fuerte de la revolución, Benigno Asunción Ferreira,
“legionario” empedernido, fuertemente ligado a los intereses argentinos en el Paraguay.
Los radicales, adversarios de Ferreira, llevaron adelante una férrea propaganda en
contra del gobierno de los cívicos, en especial desde las páginas de El Diario, cuyo

6
El General Bernardino Caballero (1839-1912), nacido en Tacuary, jurisdicción de Ybycuí, sólo tenía 25
años cuando comenzó la guerra. Incorporado a la milicia, sin tiempo para desarrollar conocimientos
académicos de valor, participó en casi todas las batallas de la misma, salvo la definitiva en Cerro Corá, y
pasó de soldado raso a general de división, convirtiéndose en el “Centauro de Ybycuí”, una leyenda en el
Paraguay de posguerra. Prisionero del ejército brasileño, regresó al país a finales de 1870, integrando
varios gabinetes en la siguiente década. Llegó a la presidencia en 1880 en forma provisoria y
constitucional dos años después, transformándose en líder y referente del Partido Nacional Republicano
(hoy Asociación Nacional Republicana, “Partido Colorado”) luego de su fundación en 1887.

18
director, Adolfo Riquelme, se transformó en el jefe indiscutido de la facción,
anteriormente liderada por Cecilio Báez. La razón frecuentemente aludida por los
radicales en las críticas al gobierno, era que el general Ferreira “no sólo no había
cumplido sino malogrado los fines y propósitos de la revolución libertadora de 1904”
(Verón 2008). No olvidemos que la revolución había levantado a las masas con la
consigna de “un solar para cada paraguayo” oponiéndose a los que “vendieron el país”
(Gaona 1967: p. 227). La contradicción entre las consignas populares levantadas por el
movimiento “revolucionario” y los intereses de la oligarquía liberal se notaban, ya en
sus inicios, como irreconciliables. El editorial del semanario Alón, vocero del
pensamiento liberal progresista y fuerte crítico del gobierno cívico, comentaba tras la
destitución de Juan Bautista Gaona: “El periodo de transición no puede servir de
justificación a la destitución en forma ilegal del señor Gaona. No es sino una treta para
tergiversar el verdadero carácter criminoso del hecho; no es sino el velo dorado con que
se quiere cubrir las úlceras de la oligarquía presente” (Alón, editorial “El robo y el
castigo”, 11 de enero de 1906, citado en Frutos, 2008).
Hacia inicios de 1908, el plan subversivo de los radicales se puede observar en algunas
pistas dejadas en la prensa de la época. En julio, por ejemplo, escribían: “¿Revolución?
¿Pero de quién se espera el movimiento sedicioso? ¿Del Partido Nacional Republicano?
¿De los liberales que no acompañan al círculo imperante? ¿De los cuarteles? ¿De
algunos ministros contra quiénes asegúrase malquerencias disimuladas?” (El Diario, 15
de julio de 1908, citado en Verón, 2008).
Lo más curioso de este artículo es el cinismo de sus responsables. En efecto, el director
de este diario, Adolfo Riquelme, era el cabecilla de una insurrección clandestina en
contra del gobierno de Ferreira. El liderazgo militar recaía en manos del reputado
Albino Jara, personaje que quedaría grabado en la memoria popular por su ferocidad7.
El 2 de julio, a medianoche, estalló la insurrección. Un grupo liderado por Jara ocupó el
Cuartel de Artillería, mientras otro tomaba el Regimiento de Infantería Nº 2. El ministro
de Guerra y Marina, Manuel J. Duarte (el mismo que comandó la primera etapa de la
revolución de 1904), fue apresado cuando se dirigía al Departamento Central de la
Policía. El enfrentamiento entre el Regimiento de Infantería Nº 2 y la policía en las
calles de Asunción, duró toda la madrugada, y una vez desalojados los policías de su
edificio, siguieron resistiendo en otros lugares, como el Teatro Nacional y el Correo.
Como señalamos anteriormente, los periodistas Rafael Barrett y José Bertotto,
protegidos por la insignia de la Cruz Roja, en carros y coches, auxiliaron a los heridos y
retiraron los cadáveres del “teatro de operaciones”.
El 4 de julio, por intermediación del cuerpo diplomático residente, se llegó a una tregua.
Finalmente Ferreira renunció y quedó bajo la protección de dicho cuerpo. Terminaba así
la era de los cívicos. “Los nuevos amos del poder —el Comité Revolucionario–
declararon estado de sitio por un mes, ascendieron a los militares victoriosos y dieron de
baja a los adeptos al Gobierno derrocado […] Disuelto el Congreso Nacional, el Comité
Revolucionario designó al vicepresidente Emiliano González Navero para ejercer la
presidencia provisional de la República” (Ibid).
Los radicales, a pesar de sus críticas, una vez en el poder, tampoco llevarían adelante
una política diferente a la de sus antecesores, sean azules o rojos. La disputa se redujo
así a un sucio revival entre facciones de la oligarquía. No se hizo nada para eliminar la
esclavitud en los obrajes y yerbales, ni se combatió el monopolio de la actividad
comercial, ni mucho menos, el latifundio. No mejoró la situación del país, muy por el

7
Al coronel Albino Jara, el lenguaje popular encontró una manera de recordarlo en forma permanente.
“Aipóva piko ára térãpa Jara (Lo que se oye, ¿es el trueno o son los cañones de Jara?) quedaría como
refrán”. (Verón 2008)

19
contrario, el revanchismo causó estragos entre la población civil. Nuevamente, Barrett
planteó la cuestión con mejor precisión que nadie: “¿Por qué no hablan los radicales de
rebajar los derechos de la harina, o de suprimir el infame sistema de reclutamiento, o de
poner a raya los abusos de la usura? ¿Por qué? Porque son incapaces de ello. Porque son
tan dueños de llevar un rebaño de soldados a la muerte como impotentes para sacudir la
propia esclavitud y llevar al país hacia una vida mejor” (Barrett 1988: p. 217, p. IV). Y
concluye, certeramente, que “si el movimiento del 2 de julio hubiera sido popular y no
cuartelero, hubiera procesado a los delincuentes de la administración anterior” ya que
“el pueblo no barre a un gobierno para darle un amable salvoconducto, sino para pedirle
cuentas. El 2 de julio fue una tragedia al aire libre y un sainete entre bastidores. Afuera
el proletario era asesinado a balazos, y adentro los mandarines mudaban de asiento”. Al
fin y al cabo, “es burocracia lo que se ha hecho, y no justicia” (Ibid.: p. 208).
En septiembre, una nueva conspiración, maquinada por los mismos que habían tomado
el poder dos meses atrás, desataba una fuerte represión del gobierno radical, dando
rienda suelta al terror.

El 21 de septiembre de 1908 son detenidos 300 militantes políticos y sociales en


todo el país. El sargento Apolinario Espínola es muerto por el propio Jara, a azotes.
Son detenidos dos extranjeros: Rafael Barrett y D. J. Guillermo Bertotto, redactores
de la revista “Germinal”. Bertotto fue amarrado a un catre, azotado y obligado a
tragar con salmuera un suelto de su redacción. Fueron clausurados todos los
diarios. Los presos fueron embarcados en el vapor “Libertad” y enviados a Fortín
Galpón, el 29 de septiembre. Todos habían sido torturados. (Gómez Freire Estéves,
“Historia Contemporánea del Paraguay”, citado por Gaona 1967: p. 215 y ss.)

La represión que había tomado un cariz infernal en el campo, conmociona hasta lo más
profundo de su ser a Rafael Barrett. “Llego del campo, donde reina el terror” prorrumpe
indignado. “Los campesinos, pobres bestias asustadas, se refugian en los montes;
apenas sospechan que el gobierno espera ocuparse del distrito, y las mujeres descalzas,
medio desnudas, madrecitas tristes con sus flacas crías a cuestas, caminan por los
polvorientos, los interminables senderos, caminan, blancos espectros del hambre, a traer
al macho perseguido algo que roer”. (Barrett 1978: p. 117, Viñas 2004: p. 182, Gaona
1967: p. 248)
Barrett, en la más pura tradición revolucionaria, se vio confrontado, no al drama de la
formulación de su mensaje, sino al fracaso inevitable de su prédica. Podemos notar,
nomás leer el folleto, que en la construcción de “Bajo el terror” hay una quejumbre
desgarradora, desesperanzada, de la protesta. Veamos nomás como pinta el cuadro: “Un
huracán de locura retuerce los ánimos hasta sus raíces, barriendo todo rastro de
civilización. De un lado el terror, del otro las venganzas desbocadas en una atmósfera de
tempestad, en una penumbra siniestra que invita a todos los crímenes” (Barrett 1988: p.
223, t. IV). Lúgubre augur: “Lasciate ogni speranza…”

La realidad paraguaya vista por Barrett

El hogar paraguayo es una ruina que sangra; es un hogar sin


padre.
RAFAEL BARRETT, “Hogares heridos”, El dolor paraguayo.

Mboriahu memby, oikóne soldádo


kuartel rembiguái tukumbo rupã.
Ha ríko ray, ohóne “becado”
ko'éro hetãre opu'a hagua.

20

Mboriahu memby, guerrahapepáne
movilización oje'evove,
ha ríko ray, áutope oguatáne,
kueráigue oguejýne ojeói oke.
EMILIANO R. FERNÁNDEZ, Mboriahu memby8.

Ha mboriahu, ipohýi reipykúiva tape


Ha nde py'a, mamove ndojuhúi pytu'u
Ha mboriahu, Ñandejára tukumbo rupa
Piko aipo ñamanórõ añete
Ñuatindýgui ñasê ha jaha
Jaipykúivo añaretã.
TEODORO S. MONGELÓS, Ha! mboriahu9

Fue en el cuartel revolucionario de Villeta, el 10 de noviembre de 1904, cuando Rafael


Barrett escribió el primer texto sobre el Paraguay, publicado el 22 de ese mismo mes en
el diario El Tiempo de Buenos Aires, del cual era corresponsal. “La revolución de
1904”, el texto al que nos estamos refiriendo, presenta las primeras aproximaciones a la
realidad paraguaya, influenciadas por la nunca disimulada simpatía que sentía por los
“revolucionarios”. Esta influencia emergía, por ejemplo, en la ferocidad con la que
atacaba al régimen colorado, pronto a sucumbir: “Hasta en tiempo de paz han
encontrado medios de satisfacer sus instintos bestiales los tiranuelos del Paraguay, y han
sangrado en esclavos indefensos la apoplejía de ferocidad heredada de los Francia y de
los López” (Barrett 1988: p. 60, t. IV). En el texto se incluían además breves casos en
que se ponían al descubierto las “tiránicas costumbres” del Gral. Caballero y sus
allegados.
No es muy difícil darse cuenta de lo distorsionados que estaban sus conocimientos de la
realidad paraguaya, mediatizados por la influencia del pensamiento legionario liberal.
Sin embargo, no se puede dejar de coincidir con las denuncias de las arbitrariedades

8
Emiliano R. Fernández (1894-1949) fue un vate popular que expresó como ningún otro el sentir más
genuino del pueblo paraguayo, a través del ejercicio de una literatura / oratura preñada de una visión
identitaria plenamente neo-guaraní. Sus canciones, en registro épico-lírico, (esto, dicho en el sentido más
auténtico de palabra, pues ellas expresan su visión mítica e histórica al mismo tiempo), explican como se
auto-define el pueblo guaraní-paraguayo en un momento crucial de su historia, el del estado liberal.
Este texto Mboriahu memby, que se da en el original guaraní / jopara, con un intento de traducción al
castellano que haremos a continuación, tiene particularidades ideológicas interesantísimas. Tanto memby
como ray son palabras conque se designa en guaraní al hijo, más no son sinónimos. El juego idiomático
de esta frase se pierde en la traducción. En el idioma guaraní, cuando un padre llama a su hijo dice “che
ra'y” (mi hijo) o “che rajy” (mi hija). La madre, en cambio, dice “che memby” (mi hijo / a,
indistintamente). La frase denota en el rico la presencia de un padre, mientras que en el pobre,
precisamente su ausencia. Nuevamente, la sabiduría popular nos otorga otra muestra de su gran precisión
sociológica. A continuación les brindamos la traducción libre de estos fragmentos del poema:
El hijo (de madre) pobre andará de soldado / de esclavo en los cuarteles, penando castigos ignominiosos,
propios de su condición. / En tanto que el hijo (de padre) rico será becado / perfeccionándose para en el
futuro seguir explotándonos. // Hijo (de madre) pobre irá sin excepción a la guerra / arreado antes que
todos en la movilización general; / mas el hijo (de padre) rico viajará en auto por la retaguardia / con
permisos especiales, en tareas pasivas, sano y descansado.
9
Teodoro S. Mongelós (1914-1969) fue otro de los grandes poetas populares del Paraguay. Considerado
como “el poeta de los humildes”, su poesía revela un uso purista del guaraní, rico en metáforas y
sonoridades casi vanguardistas, a lo que se le suma el mérito de haber introducido, con Julio Correa, el
tema de la cuestión social en la literatura en guaraní. Seguidor político del líder populista colorado
Méndez Fleitas, falleció en el exilio, tras una larga enfermedad, en la ciudad brasileña de São Paulo.
Oh, pobre!, pesado y presuroso es tu camino; / Tu corazón, en ninguna parte, encuentra alivio. / ¡Oh,
pobre!, sobre ti recae el castigo divino. / Puede ser que, acaso, cuando muramos / del abrojal salgamos
para ir / directamente al Infierno.

21
cometidas por la “gauchocracia” colorada, instalada desde hacía más de veinte años en
el poder.
El “encantamiento” inicial de Barrett con la dirigencia liberal (ya hemos referido su
amistad con algunos de los más importantes intelectuales liberales), vuelve a
evidenciarse claramente en un escrito un poco posterior, el primero publicado en El
diario de Asunción, ya en enero de 1905, titulado “La verdadera política”. En este texto
expresaba su optimismo con respecto a la solución de los problemas que aquejaban al
país. Con una conciencia liberal progresista, confiaba todavía en que un buen manejo
político, un gabinete integrado con personajes idóneos y partidos políticos dirigidos por
profesionales capacitados, eran la condición sine qua non para alcanzar la grandeza
nacional.
En mayo del mismo año escribió, en el mismo tono y en el mismo diario, otro texto muy
interesante titulado “Los partidos políticos”. En él no solamente reconocía la
preeminencia en las sociedades modernas de la “guerra de clases” (a la que consideraba
el motivo no reconocido de todo conflicto social, incluso aquellos más contaminados de
clericalismo como la guerra de Irlanda, la revolución rusa de 1905 y los conflictos entre
Estado e Iglesia en Francia, por ejemplo) sino que sostenía que los partidos políticos
exitosos obtenían su fuerza en la identificación con una clase. ¿Qué es lo esencial para
un partido político?, se preguntaba, y seguidamente se contestaba: “Conciencia clara del
deber, inflexible defensa de un conjunto de intereses, ideas breves y firmes, programa
neto” (Barrett 1988: p. 76, t. IV). Los partidos que no seguían estas pautas corrían con
desventaja. Así les sucedía, según Barrett, a los partidos monárquicos españoles
(representantes de un pasado que estorba), a los partidos ingleses (demasiado amplios y
difusos) y al partido centralista alemán (devorado por el socialismo). Entonces, era así
que “donde los demás debilitan, confunden y aniquilan, el partido político fuerte,
disciplinado como un ejército depositario de la felicidad y del honor colectivos,
construye, define, organiza. Es la armadura interna que sostiene el presente y protege el
provenir […] Es el más elevado símbolo de la civilización” (Idem). Por supuesto que no
se le escapaba la realidad de que muchos políticos intervenían en sus funciones como
piratas, que la corrupción hacía estragos y que las instituciones políticas se
desprestigiaban rápidamente. Sin embargo, sus conclusiones eran aun optimistas:

¿Qué importa? Todo es necesario. Sufrámoslo alegremente y preparemos el futuro.


Soportemos esta democracia sin color ni forma, amalgama de todas las ruinas y de
todos los gérmenes. Resignémonos a que nos gobierne el número, después de
habernos gobernado el tirano; mañana gobernará el talento (Ídem).

Como se puede colegir de estos artículos, el pensamiento de Rafael Barrett en 1905 no


se alejaba mucho del presente en muchos de los intelectuales radicales amigos suyos.
Distaba mucho sí de sus posiciones posteriores, cuando denunciará la miseria de la
política en varios escritos, como “El virus político”, “El cáncer político” y “El
humanismo y la política”. En este último artículo, publicado en La Capital, el 31 de
julio de 1908, concluye:

¿Hacer política: servirse del Estado, es decir servirse del organismo más torpe,
lento y corrompido que se pueda imaginar? Gracias. Hay medios mejores.
Hacer política es aceptarla. Entrar en la cámara es aceptar un conjunto de leyes
absurdas. La mayoría hace la ley, ¿y donde está la mayoría honrada? Además, las
leyes no se cumplen.
Es preferible no hacer política, sino deshacerla. (Barrett 1988: p. 207, t. IV).

22
La profunda mudanza en el pensamiento de Barrett se produjo entre 1906 y 1907, una
vez conocedor directo de las aberraciones y crueldades que le fue destinado ver y
relatar. En mutando esas primeras ideas, fue transformándose en el cronista del dolor de
un pueblo que sobrevivía a pesar de todo, venciendo obstáculos con los recursos más
increíbles.
Uno de los primeros acontecimientos que lo enfrentaron con los dirigentes liberales fue
la tragedia de Carlos García, joven radical muy crítico del régimen “revolucionario” que
muere asesinado en un polémico duelo el 13 de enero de 1906. García era, dice Barrett,
“un buen amigo, un excelente joven”. Desde el semanario Alón se dedicaba el joven a
criticar al régimen, especialmente en la figura de su “hombre fuerte”: Benigno Ferreira.
Para contrapesar esta propaganda, el oficialismo había instruido a otro grupo de jóvenes
facilitándoles los medios para publicar El Liberal, en cuya dirección se encontraba el
entonces joven Gómes Freire Estéves. La polémica no se hizo durar y –entrada ya en el
campo personal– terminó en un duelo entre ambos jóvenes, perdiendo el mencionado
García la vida en él. Para Barrett resultaba injustificable que se le haya matado a tiros de
revólver (arma letal a corta distancia, “arma con el que se rechaza a los bandidos, jamás
el arma con que los caballeros dirimen sus cuestiones de honor”), como también que sus
padrinos le hayan dejado batirse en duelo sabiendo de su incapacidad física —
estrabismo en el ojo izquierdo–, que le ponía en condiciones de absoluta inferioridad
respecto de su adversario y, mucho más que cualquier otra razón, que una “inocente”
disputa periodística costase cinco disparos a veinte pasos de distancia. El caso
presentaba las características de un asesinato maquillado y así lo entendió,
responsabilizando a los padrinos del miope García por el funesto suceso. Los padrinos
del joven eran Albino Jara (que se transformará en el hombre fuerte del gobierno radical
entre 1908 y 1911) y Miguel Guanes. El inevitable enfrentamiento de éstos con el
español se produjo días después, acercándose ambos padrinos personalmente para
explicar sus razones. En una carta fechada el 15 de enero de 1906, Barrett le contestó a
Jara que no había cambiado de opinión y éste, en su discurso durante el sepelio del
joven, comentó, aludiendo con seguridad a aquel: “Era mi hermano de corazón, ¡quién
me diera que yo muriera por él! Y si alguien dice que yo lo he sacrificado, que me
sacrifiquen a mi también” (Frutos 2008). Guanes, menos diplomático, se acercó a
Barrett en el Centro Español y le increpó duramente. La dureza de los insultos de aquél
provocó la reacción de Barrett y su desafío a un duelo, que Guanes no aceptó. Desde ese
momento, ambos rompieron definitivamente.
El año 1906 seguía y nuestro escritor comenzaba su inclinación hacia posiciones más
radicales. Entre este año y el siguiente se produce, como ya adelantamos, la decisiva
transformación al interior de su pensamiento. En esos años, se casa con Panchita López
Maíz y le nace su único hijo, Alex. Algunos de los escritos publicados durante este
período —como el bellísimo artículo “Buenos Aires”, escrito algunos años atrás,
durante su estadía en esa ciudad– dan cuenta de la posibilidad de que las posiciones
libertarias le hayan sido afines desde entonces. Sin embargo, es a partir de este período
que su pensamiento obtiene orden y consistencia, publicándose artículos —sus títulos
no son para nada irrelevantes– como “La dinamita”, “La huelga”, “La justicia”, entre
otros.
Llega entonces el año 1908. Hasta ese momento había sido el periodista raro, el
conferencista superior que casi no contaba con auditorio. Pero en ese año se acerca al
movimiento obrero: participa en mitines y dicta las tres conferencias a los obreros
paraguayos, transformándose, como dice Francisco Gaona, en el “ideólogo” del

23
movimiento obrero paraguayo en sus orígenes10. Asume la responsabilidad de denunciar
el “dolor paraguayo”, atacando de modo temerario a aquellas empresas que implantaron
un régimen de esclavitud en los yerbales del Alto Paraná. Comienza el verdadero
acercamiento a la realidad paraguaya, que cristalizaría en la fundación de ese vocero de
denuncia, ese semanario meteoro, tan valiente como fugaz, que fue Germinal. La
mayoría de los textos que citaremos a continuación fueron originados en aquellos años,
y entre ellos se encuentran varios artículos publicados en dicho periódico. Terminado
este breve repaso cronológico, podemos comenzar entonces con el verdadero objetivo
de este apartado, fijarnos en su denuncia de la situación de la sociedad paraguaya,
intentando elevar al plano de la dignidad a los pobres y sometidos del Paraguay:
obreros, campesinos y a la mujer paraguaya. En ocasión de una respuesta a las críticas
que desde la prensa, más precisamente desde El Diario, le realizaban por haber
injuriado a personas respetables (al director de La Industrial Paraguaya S.A., empresa
que explotaba a sus trabajadores en condición de esclavitud), Rafael hizo valer la
opinión de que para él “los respetables son los obreros” (Barrett 1988: p.206, t. IV).
Defensa de los trabajadores, entonces, que como dice Francisco Gaona, fue posible
gracias a que éste “penetró profundamente en la psicología del pueblo paraguayo,
[siendo] uno de los primeros en desentrañar el carácter y contenido de la Guerra de la
Triple Alianza y sus catastróficos efectos sobre las generaciones postreras” (Gaona
1967: p. 221). Veamos algunos ejemplos:

La guerra no sólo cortó aquellos lazos que unen a la patria con las generaciones
ausentes, sino que, con brutalidad sin semejante, asió al hombre y lo arrancó de la
tierra, rompió el hilo vital de las tradiciones agrícolas y artesanas, y abandonó a los

10
Apenas finalizada la guerra, en épocas en que se fomentaba el espíritu de asociación como signo de
modernidad, se fundaron las primeras Sociedades de Socorros Mutuos del país, la mayoría organizadas
por residentes extranjeros. Hacia la década de 1880 se organizan la Sociedad Artesanos del Paraguay (que
incluía en su seno, además de trabajadores, a intelectuales, profesionales y políticos, raíz de su posterior
fragmentación) y la Sociedad Tipográfica del Paraguay, que puede considerarse el primer sindicato
obrero del país. En los años siguientes, el espíritu de agremiación se expandió a los diferentes rubros:
carpinteros (1900), empleados de comercio (1901), maestros (1902), profesores de Colegios Nacionales
(1902), capitanes y prácticos del Río Paraguay (1905), hojalateros (1905), Artes Gráficas (reorganización
de la Sociedad Tipográfica del Paraguay, 1905) y joyeros, plateros y relojeros (1905).
A pesar de algunos tenues intentos de centralización de los trabajadores en la década de 1890, que
fracasaron por no responder a las exigencias y aspiraciones de los trabajadores paraguayos, sólo se pudo
lograr la tan ansiada unificación el 22 de abril de 1906, con la fundación de la Federación Obrera
Regional Paraguaya (FORP). Dos españoles cumplirían un papel fundamental en su organización: José
Serrano (anarquista) y Juan Rovira (socialista). Ambos militaron en el gremio de carpinteros y fue el
primero quien terminó ganando la disputa ideológica. Formada inicialmente con los gremios de
carpinteros, gráficos y cocheros (a los que se les sumaron luego hojalateros, joyeros, plateros y relojeros,
conductores de carros y otros) en la FORP predominó la definición ideológica anarcosindicalista, aunque
un anarquismo “sui generis” que mezclaba la doctrina y prácticas del anarquismo argentino con el
pensamiento de los enciclopedistas franceses y del positivismo (Desde las páginas de El Despertar,
vocero de la FORP, se propagaba las ideas de Kropotkin, Reclus, Diderot, Victor Hugo, Flammarion,
Lutero, Schiller, Lammenais, Condorcet, Rousseau, entre otros).
La formación de la FORP, sin lugar a dudas, supuso un avance en la conciencia clasista de los
trabajadores, fundando las bases doctrinarias e ideológicas de la lucha de clases en el país. Sin embargo la
negación de la actividad política significó una fuerte debilidad, rápidamente explotada por el régimen
liberal, sembrando la división y confusión entre los inexpertos líderes obreros. La política de los
gobiernos liberales hacia el movimiento obrero se rigió por los parámetros definidos inicialmente por
Cecilio Báez: se saludaba el proceso de asociación, pero se negaba la oposición trabajo / capital, además
de condenarse el “rojo guiñapo del anarquismo”. Los medios utilizados para trabar la acción sindical
fueron varios, desde la proyección al ámbito obrero de las luchas fraccionalistas hasta el espionaje, la
corrupción de miembros inexpertos y la persecución directa —intimidación, tortura y encarcelamiento de
sus principales dirigentes–. (Véase Gaona 1967, Capítulo III especialmente)

24
escasos sobrevivientes a la orfandad cruel de los que están desterrados en su propio
suelo. (Barrett 1988: p. 186, t. IV)

Por una fatal excepción la guerra no solamente asoló y ensangrentó al país, sino
que lo degeneró por mucho tiempo. Lo castró al destruir los gérmenes de aquella
hermosa raza, resplandeciente todavía en las nobles figuras de los viejos que
sobreviven. Las generaciones posteriores se tallaron en otra madera. [...] Fueron
una casta distinta, inferior; otra nación improvisada, soldada de cualquier modo a la
antigua. (Barrett 1978: p. 64)

...habéis sido engendrados por vientres estremecidos de horror y vagáis atónitos en


el antiguo teatro de la guerra más despiadada de la historia, la guerra parricida y
exterminadora, la guerra que exterminó a los machos de una raza y arrastró las
hembras descalzas por los caminos [...]; vivís desvanecidos en la sombra de un
espanto. Sois los sobrevivientes de la catástrofe, los errantes espectros de la noche
después de la batalla. ¿Que son treinta años para restañar tales heridas? (Ibíd.: p. 9)

En la primera conferencia dictada a los obreros paraguayos, titulada “La tierra”,


problema medular para el Paraguay, expuso su visión del problema agrario.
Influenciado por pensadores burgueses decimonónicos como Henry George,
consideraba la renta de la tierra “como el vampiro formidable y único” que absorbe “la
enorme cantidad de riqueza que los trabajadores vuelcan cada día sobre el mundo”
(Barrett 1988: p. 247, t. II). En este tema, como en tantos otros, notamos nuevamente la
heterodoxia barrettiana puesto que estas conclusiones distan mucho de la visión del
problema que se hacía el anarquismo.

...el capital no es el enemigo [...] El capital, es decir, el elemento de cambio y de


tráfico, las instalaciones industriales, los depósitos y la maquinaria, no es más que
trabajo acumulado; por lo mismo correrá la suerte del trabajo.
[...]
El propietario es el que todo lo roba, reduciendo a la última extremidad al trabajo y
a todo lo que representa trabajo. Es que la tierra es lo fundamental, sin la tierra no
hay nada. El dueño de la tierra es el que impone la ley; él y sólo él, es el déspota
invencible.
[...]
¿A qué indignarse contra los apacibles capitalistas, especie de cheques ambulantes?
Indignémonos contra el propietario. Él es el usurpador. Él es el parásito. Él es el
intruso. La tierra es para todos los hombres, y cada uno debe ser rico en la medida
de su trabajo [...] Recoja la cosecha el que la sembró y la regó con el sudor de su
frente y la veló con sus cuidados. Y todo nuestro poder, ¿qué es sino cosecha?
Todo surge de la tierra y nosotros mismos somos tierra
[...]
Emancipemos la tierra, con sus gemas y metales escondidos y selvas y bosques y
jardines, sustentadora de cuanto alienta, fuente de inmortalidad. (Ibid.: p. 297 y ss.)

Es fácil advertir la base georgiana de estas conclusiones, expresión del pensamiento


radical burgués del siglo XIX. El lema “la tierra es de quien la trabaja”, recorre in toto
las luchas del campesinado pobre tercermundista.

Es sabido que el Estado perdió sus yerbales. El territorio paraguayo se repartió


entre los amigos del gobierno y después la Industrial se fue quedando con casi
todo. El Estado llegó al extremo de regalar ciento cincuenta leguas a un personaje
influyente. Fue aquella una época interesante de venta y arriendo de tierras y de
compra de agrimensores y jueces (Barrett 1988: p.8, t. II).

25
[Imagen: ABC Digital. Las partes coloreadas en el viejo mapa corresponden a las 2.718.750
hectáreas de tierras que fueron los latifundios de la yerbatera angloargentina “La Industrial
Paraguaya” S. A., la mayor propietaria de la historia del Paraguay.]

Contamos ya como, en uno de sus múltiples gestos, decidió abandonar sus labores como
agrimensor, mediante el cual beneficiaba a los latifundistas. Pero más allá de todo esto,
Barrett comprendió también la incidencia del latifundio, en este caso el de los
monopolios yerbateros, en el desarrollo de la campaña:

Los yerbateros forman hoy un trust invencible y fijan los precios que quieren. No
hay competencia que alivie la suerte del esclavo
[…]
Los directores de la Industrial son profundos financistas. Han saqueado la tierra y
han exterminado la raza.
No han construido un camino.
¿Para qué? ¿44 por ciento de utilidad! Todo está dicho. (Ibid.: p.22)

La injerencia tanto brasileña como argentina en los asuntos paraguayos es rubricada con
sobrehumana abominación: “Las dos grandes naciones creen aún, quizá, que su
grandeza nace del rebajamiento ajeno” y, consecuentemente, “favorecen maternalmente
las invasiones subversivas del Paraguay, después de haberlo arrasado en 1869” (Barrett
1978: p. 165). La presencia de intereses argentinos, y la hegemonía de ese país en el
Paraguay, fueron comentadas en varias oportunidades en sus artículos y crónicas. No
podía, por diversos motivos, darle una caracterización precisa, aunque llegó a notar la

26
cuestión económica que subyacía bajo las “relaciones internacionales”. En uno de sus
primeros artículos de Germinal, llamado “La Argentina y la revolución” y referido a los
sucesos de julio de 1908, afirmaba:

Ha quedado comprobado que un buque de guerra argentino ha prestado ayuda


desde los primeros instantes al gobierno atacado por los cuarteles [...] Son notorios
los sucios negocios que, a expensas de sus respectivos pueblos, hacen los gabinetes
de las diversas naciones. Aquí la Argentina defendía, más que su influencia, su
dinero, y por el dinero se es capaz de todo. Jamás se había llegado, sin embargo,
a un descaro tal [...] Tahúres y bandoleros colocados en Paraguay por Quintana y
Figueroa Alcorta –la política internacional corre a cargo del hampa–, fueron
recomendados y salvados, después de fusilar desde los cantones a mujeres y viejos.
(Barrett 1988: p. 211, t. IV, la negrita es nuestra)

En una economía arrasada, las características criminales del capitalismo depredador


suelen encontrarse a simple vista. Así, en un artículo del que citaremos un extracto algo
extenso, llamado “Crisis económica”11 y que fue publicado en Germinal, exponía con
claridad la verdadera razón de la crisis que vivía el país, reiterando que el origen del mal
residía en el carácter de su economía:

En extensas regiones, donde los organismos abundan y se establece la concurrencia


regular entre ellos, se puede aplicar las leyes de los grandes números y los
resultados de la economía política. En el Paraguay, no.
Las cifras de la importación y de la exportación, aun en el caso ilusorio de que
fueran auténticas, no significan nada. No son ellas las fundamentales ni las
elocuentes. La fundamental y lo elocuente es que la exportación está monopolizada
por unos cuantos especuladores, muy pocos, los mismos que disponen de los dos
Bancos donde se vende el metal12.
¿Cómo aplicar las reglas generales de la oferta y la demanda en semejantes
circunstancias? Cuando un salteador de caminos os sale puñal en mano al
encuentro, no se trata de oferta y demanda; se trata de algo más engorroso. Al
estudiar el estado presente de las finanzas paraguayas, es necesario, dejarse de
las palabras “crédito” y “comercio”, para emplear las de “usura” y “robo”.
Tenemos que hablar con más exactitud.
Los que producen, los campesinos que por medio de un ejército de prestamistas
entregan el fruto de su labor a los exportadores, los obreros de los obrajes y de los
yerbales, los que trabajan en fin, ¿qué importan? ¿qué reciben a cambio de las
riquezas que labran? Algún trapo de sucio algodón, pagado a precio escandaloso, y
nada más […]
Aquí hubo crédito para la especulación, pero no para el trabajo. El pequeño trust de
piratas se ha llenado de millones y la bancarrota es el castigo de los que han hecho
el lamentable papel de cómplices gratuitos de la estafa nacional. (Barrett 1988:
p.221 y ss., t. IV, la negrita es nuestra)

Su descripción del funcionamiento de una economía colonial es certera. Pero, sin lugar
a dudas, lo mejor de su denuncia no recae en la argumentación erudita sino en la pasión
moral conque despliega su retórica caudalosa y sabihonda:

11
El mismo artículo, con algunas diferencias, aparece bajo el título “La eterna agonía” en El dolor
paraguayo, pp. 155-156.
12
Los bancos mencionados son el Banco Nacional del Paraguay (fundado el 31 de octubre de 1883) y el
Banco de Comercio (fundado el 6 de marzo de 1886).

27
Al hablar del hambre y de la opresión en la campaña [...]; al hablar de la esclavitud
en los yerbales, en los obrajes, de la servidumbre femenina, del alcoholismo y la
degeneración, al hablar de la incurable lepra política, cómplice de todas las
barbaries y de todos los parasitismos, hemos dado algunas pinceladas al triste
cuadro de la miseria pública. (Barrett 1988: p. 214, t. IV)

Barrett, el humanista, no puede dejar de entender la situación paraguaya como oposición


binaria entre “los de arriba” y “los de abajo”, entre los “descalzos” y los “calzados”,
entre el “rico ra’y” y el “mboriahu memby”. El primer número de Germinal, cuenta
con un texto que se llama “Nuestro programa”; en él se hace referencia a la posición que
sostienen los redactores del periódico, otra excelente manifestación de su anarquismo:

¡Esta gente no trabaja, no produce!, gritan los capitalistas defraudados. Es que hace
muchos años que no come.
Y no hablemos de sus viviendas, ni de cómo viste. Dad un paseo de una hora por
los suburbios de la capital, y volveréis espantados. […]
La mujer resiste; es madre. Viejas a los treinta años, espectros a los cuarenta, las
madres son las que faenan y luchan en su heroísmo de hembras que protegen la
prole. Ellas sostienen al país.
Un tercio de los niños sobrevive. Pero no comen lo preciso, ni lo apropiado. Las
generaciones se agotan en su raíz. (Barrett 1988: p. 209, t. IV).

Sobre los niños, su denuncia derivaría en imploración, llamando denodadamente a la


lucha contra la mortalidad infantil; “no nos merecemos vivir con los ángeles”, se
quejaría angustiado. “Bronconeumonía, angina infecciosa, meningitis, enteritis, pobres
entrañitas torturadas, pobre sangrecita abrazada por la fiebre. Niños que sufren y
mueren sin haber vivido, niños indefensos que no deberíamos decir que mueren, sino
que los hacemos morir”. (Ibid.: p. 258) En cuanto a la cuestión de la servidumbre
femenina, es el tema de la III Conferencia dictada a los obreros paraguayos, en la que
instó a su auditorio de obreros y artesanos a amar y respetar en su justa medida a las
sufridas mujeres.

Donde la mujer no es respetada ni querida no hay patria, libertad, vigor ni


movimiento. ¿Por qué es esta raza una raza de melancólicos y resignados? ¿Por qué
aquí todos los despotismos, todas las explotaciones, todas las infamias de los de
arriba se ejecutan con una especie de fatalidad tranquila sin obstáculo ni protesta?
Es que aquí se le reservan a la mujer las angustias más horrendas, las labores más
rudas, porque no se ha hecho de la mujer la compañera ni la igual del hombre, sino
la sirvienta13, porque aquí hay madres, pero no hay padres. (Barrett 1988: p.
309, t. II, la negrita es nuestra)

En donde mejor se observa la similitud de la poética “Emiliano-re”14 y la posición de


Barrett, —es decir, su consonancia con la época–, es en otro texto del tercer número de
Germinal fechado el 16 de agosto de 1908, llamado “El arreo al cuartel”:

13
“La destrucción de la mujer provenía fundamentalmente del sistema económico [colonial] al cual se le
había condicionado y sometido. Se estaba iniciando la conceptualización de la mujer como ‘ser-para-el-
trabajo’, idea que ha quedado plasmada en la terrible e inhumana expresión con la que todavía hoy
hombres paraguayos se refieren a su esposa: che serviha [la que me sirve]”. (Melià, Bartomeu, “Para una
historia de la mujer paraguaya”, en Melià 1997: p. 86)
14
“Que fue de Emiliano”, especie de “marca registrada popular” que señala y engrandece la obra de
Emiliano R. Fernández.

28
¡Al cuartel! ¿No es al cuartel donde deben ir las bestias? ¡Ah, pobres paraguayos
descalzos! No basta la enfermedad, el abandono, la explotación económica; es
preciso el insulto; es preciso que os echen la garra al cuello donde os encuentren y
os manden a patadas al cuartel […] Las bestias no tienen familia, ni oficio, ni
dignidad. No tienen más que patria, eso sí. Una patria terrible.
¿Quién debe defender a la patria? Las bestias. Vosotros […] Solamente los
descalzos han de defender a la patria. Los calzados la gozan.
Ellos gozan, vosotros sufrís. Ellos se gargarizan con la patria y la ordeñan, y
vosotros la padecéis. ¿Qué os da la patria? Ni un palmo de tierra, ni un pedazo de
pan, ni una hora de seguridad, ¡ni siquiera padres! Nada más que dolor e ignominia.
(Barrett 1988: p.215, t. IV).

Una crónica de Rodolfo Ritter, que siendo un intelectual conservador no dejaba por ello
de ser un intelectual lúcido y honesto, cuenta:

Al campesino le faltan todas las garantías... Al hablar de garantías y de su falta, se


entiende generalmente las garantías políticas y las autoridades que las pisotean [...]
Pero al hablar de falta de todas las garantías pienso en último lugar en las
autoridades. El hecho, por monstruoso y exagerado que parezca, es que en la
campaña no hay derecho –derecho ninguno– para el campesino pobre. Todos sus
derechos: los del hombre, del esposo, del padre, del propietario, son abiertamente
violados y pisoteados por quienquiera de más fuerte [...]
Si se despoja continuamente al campesino de su propiedad, ¿qué hay que
extrañarse de que le lleven continuamente o abusen de su hija, hermana y a veces
esposa?... ¿Le gusta al “caraí” una niña que rechaza al galán? El la viola solo o
ayudado por un compinche. Si la niña tiene un hermano incómodo, se le hace llevar
al cuartel. Si la madre se opone, se lleva la niña por fuerza, a veces con el revolver
en la mano... Pero si para los “caraís” todo eso es materia de risa y de diversión,
eso para el campesino es materia de sufrimiento y desesperación. (Ritter, título no
citado, en Ibíd.: p. 288 y ss., negrita en el original)

En Lo que son los yerbales, Barrett describe los mecanismos de reclutamiento y de


explotación de entre 15 y 20 mil peones en condición de esclavitud en los yerbales del
Paraguay, de la Argentina y del Brasil. Desentraña el proceso de encadenamiento del
peón a la empresa, realizado mediante el eficaz instrumento del anticipo, el enganche
que adviene luego en trabajo no remunerado, por deuda. Una vez en la selva, cárcel más
inexpugnable que ninguna, comenzaba el terrible castigo. En los latifundios yerbateros,
la única autoridad que existía era el Comisario; éstos y los agentes policiales eran
contratados, desde ya, por los empresarios. Los sueldos y jornales de los “mensuales”
eran absorbidos integralmente por el costo de la vida que imponían las empresas, que
contaban con sus propios almacenes, donde, haciendo abuso de su monopolio, ofrecían
los productos a precios mucho más elevados.
En el yerbal, el peón trabajaba “hozando en el bosque sus galerías de topo, tendidas de
picada a picada, agujeros en fondo de saco por donde busca y trae la yerba” (Barrett
1988: p. 14, t. II). El trabajo se prolongaba “incluso a las noches, cuando el peón
“alcanza al fogón, overea el ramaje, es decir, lo tuesta en la llama, abrasándose las
manos; deshoja la rama destrozándose los dedos; pisa la hoja en el raido, sujetando con
tiras de cuero la mole, que llevará a cuestas hasta el romanaje donde será pesada [...]
¿Sabes cuánta hoja exigen al minero [peón yerbatero] diariamente la Matte Larangeira y
la Industrial Paraguaya? ¡Ocho arrobas como mínimum! Ocho arrobas a hombros
traídas de una legua, de legua y media por la picada” (Íbíd.). No obstante, quizá la parte
más dura del trabajo era “el acarreo de leña al barbacuá [horno rudimentario donde se
cocía la hoja] 70 u 80 kilos de troncos gruesos, bajo los cuales, en el calvario de una
29
larga caminata a través de la selva, la espalda desnuda sangra”. (Ídem) De esta manera,
miles de trabajadores se cocían al horno de la esclavitud. La abyección y el
envilecimiento eran el tributo a la supervivencia:

Escudriñad bajo la selva: descubriréis un fardo que camina. Mirad bajo el fardo:
descubriréis una criatura agobiada en que se van borrando los rasgos de su especie.
Aquello no es ya un hombre; es todavía un peón yerbatero. (Ibid.: p. 15)

“La degeneración más espantosa se abate sobre los peones” es su elocuente denuncia.
“El yerbal extermina una generación en quince años”, convierte a aquél que, contra
todos los pronósticos, llega a los 40 años en “un muerto que anda”. “Pero el peón viejo
es una rareza. Se suele morir en la mina [el yerbal] sin hacerse viejo”. (Ibid.: p. 16) Esto
es así porque, además de explotárselo sin límite, se le torturaba y asesinaba. Su
conciencia estaba sujeta, amarrada desde siempre, al cadalso del terror.

¿A qué mencionar los grillos y el cepo? Son clásicos en el Paraguay [...] Un cepo
menos costoso es el lazo. También se usa mucho estirar a los peones, es decir
atarles de los cuatro miembros muy abiertos. O bien se les cuelga de los pies a un
árbol. El estaqueamiento es interesante: consiste en amarrar a la víctima de los
tobillos y de las muñecas a cuatro estacas, con correas de cuero crudo, al sol. El
cuero se encoge y corta el músculo, el cuerpo se descoyunta. Se ha llegado a
estaquear a los peones sobre tacurús (nido de termita blanca) a los que se ha
prendido fuego. (Ibid.: p. 18)

Muy rara vez un peón intentaba fugarse, y más raro aún era que lo lograse. Para cuando
tal cosa sucedía, las empresas armaban cuadrillas para salir a la caza del fugitivo, para
recapturarlo vivo o muerto. A consecuencia de estas prácticas, las picadas de los montes
se poblaban de cruces que, en la mitad de los casos, señalaban el lugar donde había
caído un menor de edad. El cuadro descrito en estas sus últimas crónicas es por demás
desolador, alcanzando en ellas la “projimidad” más conmovedora.

He visto la tierra, con su fertilidad incoercible y salvaje, sofocar al hombre, que


arroja una semilla y obtiene cien plantas diferentes y no sabe cuál es la suya. He
visto los viejos caminos que abrió la tiranía devorados por la vegetación, desleídos
por la inundación, borrados por el abandono. Cada paraguayo, libre dentro de una
hoja de papel constitucional, es hoy un miserable prisionero de un palmo de tierra.
No tiene por dónde sacar las cosechas, que tal vez en un esfuerzo desesperado,
arrancaría al suelo y se contenta con unos cuantos liños de mandioca, roídos de
yuyos. Más allá, bajo el naranjal escuálido que dejaron los jesuitas, se alza el
ranchito de lodo y de caña, agujero donde se agoniza en la sombra. Entrad: no
encontraréis ni un vaso ni una silla. Os sentaréis en un pedazo de madera, beberéis
agua fangosa en una calabaza, comeréis maíz cocido en una olla sucia, dormiréis en
correas atadas a cuatro palos. Y pensad que se trata de la burguesía rural.
He visto que no se trabaja, que no se puede trabajar, porque los cuerpos están
enfermos, porque las almas están muertas. He visto que los peones “robustos” no
pasan dos semanas sin algún día de diarrea o fiebre. ¡Pobre carne, herida hasta en el
sexo, pobre carne morena y marchita, desarmada de toda higiene, sin más ayuda
exterior que el veneno del curandero, el rebenque del jefe político, el sable que les
arrea al cuartel gubernista o revolucionario! ¡Pobres almas con el “chucho” del
pánico, para las cuales en la noche brilla siempre el cuchillo de los vivos, o
palidece el fantasma de los difuntos!
He visto las mujeres, las eternas viudas, las que aún guardan en sus entrañas
maternales un resto de energía, caminar con sus niños a cuestas. He visto los

30
humildes pies de las madres, pies agrietados y negros y tan heroicos, buscar el
sustento a lo largo de las sendas del cansancio y de la angustia y he visto que esos
santos pies eran lo único que en el Paraguay existía realmente. ¡Y he visto los
niños, los niños que mueren bajo el clima más sano del mundo, los niños
esqueletos, de vientre monstruoso, los niños arrugados, que no ríen ni lloran, las
larvas del silencio!
Y me han mirado los hombres, y las mujeres y los niños y sus ojos humanos, donde
había el hueco de una esperanza, porque este es el país más desdichado de la tierra.
No castiguemos, no acusemos; si no hay en nuestros hermanos solidaridad, si no
aciertan a respetar a sus compañeras ni a querer a sus hijos, si para evadirse de su
oscuro dolor llaman a las puertas de la lujuria, del alcohol o del juego, no nos
indignemos. No debemos juzgar su mal, debemos curarlo. ¡Y cuánta fraternal
paciencia, cuánta dulzura tiene que haber en nuestras manos consoladoras, para
curar, por todo el territorio, las raíces enfermas de la raza!
Y he visto en la capital la cosa más triste. No he hallado médicos del alma y del
cuerpo de la nación; he visto políticos y comerciantes. He visto manipuladores de
emisiones y de empréstitos, boticarios que se preparan a vender al moribundo las
últimas inyecciones de morfina… (Barrett 1978: pp. 54-55)

Como fondo que remonta a superficie, otra de las características de la marginación de la


población paraguaya es, desde siempre, la emigración. Actitud histórica del campesino
paraguayo que ha contribuido con millones de emigrantes, durante todo el siglo XX, a
engrosar la población rioplatense, principal zona receptora de los desheredados
paraguayos. Rafael Barrett, sensible quizás por ser un inmigrante también él, supo decir
en alguna ocasión, citando a Ganivet, que “Una nación que cría hijos que huyan de ella
por no transigir con la injusticia, es más grande por los que se van que por los que se
quedan” (Ibid.: p. 128). Comentando la migración paraguaya, que crecía
proporcionalmente a la inestabilidad, en un artículo publicado en El Nacional, el 2 de
julio de 1910, decía: “El Paraguay ofrece hoy un ejemplo único; es un país americano
que se despuebla”. La emigración, estimada por Ritter y él mismo, ascendía a más
ciento veinte mil paraguayos. “Los campesinos paraguayos huyen de su patria como
huirían del infierno”, exclamaba con furia.

Escapan, si pueden, y hacen bien. Es por el momento la sola forma posible de


rebelión: ¡emigrar!
Hacen bien, los que son bastante enérgicos para irse. Hacen bien en desesperarse y
llorar por vez postrera sobre las ruinas de su labor. Hacen bien en abandonar este
jardín desolado, en dejar que se coman el Paraguay los yuyos, las víboras, los
políticos. Hacen muy bien en irse a donde la tierra sea más dura y los hombres
menos crueles, a donde no haya que luchar sino contra los caprichos del cielo y la
aspereza de los campos, a donde tengan la esperanza de que brote y se levante al
sol lo que siembren.
¡Hacen bien...! Cuantos más emigren, mejor. El derecho supremo es vivir, y cuando
no se puede vivir en un sitio, el deber supremo es irse a vivir a otra parte. (Ibid.: p.
292)

Pero su justa indignación no sólo marcaba las miserias de empresarios, terratenientes y


politicastros, sino que arremetía con desprecio contra los intelectuales cómplices,
serviles, funcionales a la oligarquía. “En la mayor parte de los países sudamericanos,
presa de banqueros piratas y de ganaderos feroces, la clase criminal es la clase instruida:
¡los doctorcillos, los eternos escribas que maldijo Jesús!”, dice (Ibid.: p. 289). La
actuación de estos escribas, los llamados “letrados”, verdaderos parásitos del país, es
fuertemente denostada. Preferentemente en casos de estafa, cuando los derechos de los

31
campesinos eran brutalmente violados de la forma más infame por cualquiera de estos
cretinos con algo de poder: “basta que sea un poco más rico, tenga ‘vinculaciones’ y
sepa un poco de leyes, es decir sea ‘letrado’”, inquiere (Ibid.: p. 288). Reflexionando
sobre aquel sistema diabólico, trazado en anillos concéntricos, arguye que “el pueblo no
tiene nada que esperar del gobierno, de los médicos, de los abogados, de los jueces.
[Pues] son precisamente ellos sus verdugos. Es la clase ‘letrada’ la que les asesina”
(Ibid.: p. 291).
Tras lo cual, como Roa, no podemos dejar de admirarnos: “¿Qué es esto? ¿Prehistoria
de la desesperación? ¿Etno-botánica y zoología de las salvajes especies devoradoras?”,
profiere el cervantes paraguayo. “No, de ningún modo; la lectura de los textos
barrettianos —vida y obra– tienden siempre a la confrontación dialéctica; es un lenguaje
que mana de la vida y no de meros recipientes librescos. De los descensos en esta
geología de la desesperación inhumana, Barrett siempre emerge con un puñado de
verdades humanas” (Roa Bastos 1978: XX). Compartimos con el cura Bartomeu Melià
la opinión de que, por suerte, “el pueblo paraguayo no está del todo civilizado ni del
todo desarrollado y por lo tanto puede todavía ser paraguayo. Hay [en él, tal cual
percibió Barrett], recursos del pasado que son energía para el futuro. Los intentos
capitalistas para subdesarrollarlo y hacerlo del todo dependiente todavía no han
suprimido al pueblo. [Y así] la cultura que comprenda este proceso y lo potencie en el
pueblo, será cultura nacional” (Melià 1997: p. 77). He allí parte importante de la
solución al problema; la otra parte, paralela y complementaria a ésta, es sin dudas la
revolución social.

32
Capítulo tercero
Ética y estética en la crónica barrettiana
El arte futuro será una función colectiva; será a un tiempo
representación y acción. Se desvanecerán los acentos particulares en la
armonía total; pasaremos de los instrumentos aislados, llámense
Virgilio o Víctor Hugo, a la enorme sinfonía. La prensa, en su
rudimentaria y grosera forma de hoy, nos anticipa edades venideras. El
arte será algo innumerable, anónimo, y sin embargo más expresivo de
una época que ningún talento considerado separadamente. Se fundará en
la energía intuitiva, que es altruista, y no en el estilo, que es egoísta. Los
creadores no se preocuparán de ser originales, sino de ser sinceros; no
de firmar sus obras y encaramarlas en pedestales inaccesibles, sino de
fundirlas en la obra común. Imitarán las heroicas células que en el fondo
de un cerebro forjan lo sublime, sin reclamar después un átomo de
gloria. La humanidad se parecerá al hombre.
RAFAEL BARRETT, “El estilo” en Al margen.

Efectivamente, la mayor parte de la obra de Barrett, fue pergeñada como “artículos,


notas, comentarios y alguno que otro ensayo, alguna que otra conferencia para la prensa
periódica o para auditorios no siempre dispuestos a recibir con entusiasmo fértil estos
mensajes” (Roa Bastos 1978: X). Quienes lo leemos con fruición confirmamos,
también, que en sus escritos se conjugan el vigor de la idea, la precisión del concepto, la
belleza del estilo y la penetrante agudeza de una ironía demoledora. Pero, ¿qué sabemos
de sus distintas etapas de conformación? ¿Cómo llega Barrett a la confluencia de El
Dolor Paraguayo? ¿En qué contextos transitó su pensamiento, paseó su ingenio, forjó
su espíritu? Las respuestas están en su biblioteca mental y en los distintos contextos
desde donde problematizó sus gustos e inquietudes estéticas. Nos valemos del uso de
sus reflexiones micheletianas, con las que no discrepamos en lo general, para trazar
algunas pautas operativas de este texto crítico: “El pasado no es una estatua cerrada; es
un muerto del que apenas queda el polvo de los huesos, un muerto irresucitable cuya
podredumbre, para volver con apariencias de vida a la luz del sol, requiere la acción
deformadora y mágica de otra vida en triunfo, así como el estiércol, vanamente reunido
por el recopilador escarabajo, requiere el alma de las plantas para transformarse en
flores” (Barrett 1988: p. 29, t. III).

En su libro De nuestras lenguas y otros discursos, Rubén Bareiro Saguier traza algunas
pautas sobre nuestra identidad cultural latinoamericana, tomando al Paraguay con sus
particularidades como un caso curioso aunque no excepcional. En el capítulo
“Encuentro de culturas / Problemas estéticos y sociales” dice:

El modernismo hispanoamericano, que tanta importancia acordó al nivel expresivo,


nada aportó a la cuestión temática; su afán cosmopolita lo condujo a eludir
sistemáticamente el medio circundante. Esta posición se explica dentro de la
ideología de la época; es el momento en que surgen los grandes centros urbanos, y
en que la economía latinoamericana entra en el circuito de los mercados
internacionales. El comercio se universaliza y las oligarquías se vuelven
cosmopolitas, como la literatura que produce el período. Sin embargo, en un
momento dado, los modernistas vuelven sus ojos hacia América (Ariel de Rodó,
1900; Cantos de vida y esperanza de Darío, 1905; Odas seculares de Lugones,
1910) (Bareiro Saguier 1990: p. 26).

33
Esa característica general del modernismo latinoamericano tomó una magnitud
superlativa en el Paraguay con la generación del 900, cenáculo que en verdad
representaba un post-romanticismo anacrónico, cuyo quehacer fundamental fue “afirmar
los valores espirituales de la nación renaciente de la catástrofe” (Rodríguez-Alcalá
1968: p. 20). El fervor reivindicacionista pasó pronto, desde su plano original de
gestación —el histórico–, al político y “trascendió al poético en el verbo entusiasta del
mismo Juan E. O' Leary (1879-1970). Esta reacción, que buscaba restablecer el
espiritual equilibrio de un pueblo traumatizado, se constituye, en los epígonos del poeta
nombrado, en un nuevo y largo cauce retórico” (Plá 1992: p. 226, t. I). La actitud
romántica continuaría, sólo cambiando el signo psicológico, que del derrotismo
melancólico, giraría ciento ochenta grados, hacia la exaltación caudalosa de hechos y
hombres de la epopeya. Así pues, el discurso de los componentes de ésta generación
excluye la cuestión social —temática predilecta de Barrett–, por el motivo señalado
ahora, pero aún más por la vinculación orgánica con las clases dominantes, como vimos
en el capítulo anterior.
Ocupados en difundir una cultura de alto nivel, en una utópica puesta al día con la de
Europa, los novecentistas persiguieron, acallaron y deformaron la obra de Rafael
Barrett, una de las más “de avanzada” de América Latina a principios del siglo XX (que
recién pudo ser recopilada en su totalidad con la publicación en Buenos Aires de sus
(incompletas) Obras Completas en 1943, a más de 30 años de su muerte),
combatiéndola tanto abierta como solapadamente, y hostigando con ello, las ideas
progresistas que decían buscar.
El anatema utilizado con predilección fue su “anti-patriotismo” anarquista, como infiere
Viñas. Sin embargo, aún siendo “anarquista inmigrante” como Radowitzky o Di
Giovani —y como ellos revolucionario internacionalista– la concepción del significado
de patria era, en Barrett, más cercana a la de los socialistas reformistas de la II
Internacional. Decía Jaurès, por ejemplo: “¿Por qué el Socialismo estaría tentado a
separarse de la patria? Solo las hojas muertas se desprenden del árbol” (Jaurès 1961: p.
40). Para los socialistas de la II Internacional anteriores a la bancarrota que los convirtió
en social-chovinistas, la patria no era el fin supremo sino un medio de libertad y de
justicia, nunca una máquina opresiva del derecho, la libertad y la dignidad humanas. En
el párrafo final de su opúsculo más famoso, Barrett, del mismo modo, declama:
“Paraguay mío, donde ha nacido mi hijo, donde nacieron mis sueños fraternales de ideas
nuevas, de libertad, de arte y de ciencia que yo creía posibles —y creo aún ¡sí!– en este
pequeño jardín desolado, ¡no mueras! ¡no sucumbas! Haz en tus entrañas, de un golpe,
por una hora, por un minuto, la justicia plena radiante, y resucitarás como Lázaro”15
(Barrett 1978: p. 119; Viñas 2004: p. 184; citado también en Gaona 1967: pp. 249-250).
Barrett era hijo de esa Europa cautivadora por el perfeccionamiento de su civilización
(entre sus lecturas más apasionadas destacan las de Tolstoi, Gorki, Flaubert, Ibsen, Zola,
France, los últimos destellos del realismo decimonónico), por el desarrollo
ininterrumpido de la técnica, la ciencia (se sabe que fue gran matemático, agrimensor,
casi ingeniero), por el sistema democrático-burgués y el gran desarrollo de las
organizaciones obreras, y controvertida al mismo tiempo por el conservadurismo
reaccionario de su vida política, el acendrado patriotismo de corte xenófobo y los
métodos reformistas de su lucha de clases. Era la Europa que ostentaba, de resultas, el
camino del progreso ilimitado de la sociedad humana bajo el control hegemónico de la
burguesía. De manera tal que, mientras el capital se desarrollaba poderosamente,

15
No tenemos dudas de la influencia literaria que este artículo memorable ejerció en la composición de
versos tan bellos y dolidos como los de Ha che retã, Paraguay / Oh, mi país, Paraguay, de Teodoro S.
Mongelós.

34
desbordando el marco de los estados nacionales, expandiéndose a todos los países y
dominando las colonias, pactando una siniestra paz armada que ya despedía olor a
claveles y osamentas, la clase obrera construía sus sindicatos y sus partidos socialistas y
anarquistas.
La euforia capitalista no constituía, sin embargo, el ambiente más propicio para el
desenvolvimiento de individualidades sensibles. Muchas, agobiadas por esa ilusión de
paz y prosperidad y por el espíritu utilitario de la época, en desanclado viaje de libertad
partieron hacia otras latitudes del globo, buscando los tesoros fugitivos que la vieja
Europa negaba. Rafael Barrett fue, sin dudas, uno de esos aventureros. Aunque español,
y por lo tanto, ciudadano de uno de los estados más atrasados del continente, su
formación intelectual era innegablemente europea. Y si bien ya hemos hecho referencia
al escándalo que lo aleja de Europa, preferimos creer que esa ruptura significó también,
aunque no todavía de manera programática, una apuesta intelectual, pasional, política,
mágica, científica y onírica, cuyo fin estratégico no fue otro más que “cambiar la vida”.
Su literatura, por temperamento de arribeño16, se construirá en América —y más
precisamente, en Paraguay— como confluencia con este otro cartílago de la vida: la
contra-vida o moriencia de aquellos que ven siempre germinar el hambre.
En “Rafael Barrett: ironía y duelo en la ciudad latinoamericana del 900”, artículo
publicado por la revista electrónica El Interpretador, el joven crítico argentino Diego
Manzano, define los clichés de la literatura anarquista. “Dentro de esa intensa labor (se
refiere a la militancia anarquista, por supuesto) es posible distinguir ciertos rasgos
distintivos. En cuanto a la literatura libertaria el distingo está dado por ser una literatura
de urgencia, que no busca más que la eficacia del instante en su intención de denuncia
de la miseria de los sectores dominados y, a un tiempo, la educación de éstos”, afirma
(Manzano 2003). Aunque aceptemos esta caracterización de la propaganda libertaria
como cierta, no podemos definir que los aspectos denunciativos como pedagógicos,
sean de uso exclusivo de la “literatura anarquista” ni mucho menos que sean lo principal
de la obra barrettiana.
Para nosotros, la indignación fue lo que hizo de él un escritor diferente; de allí parten el
recurso de la ironía —látigo que esgrimió con nervio y estilo–, la retórica
grandilocuente, el manejo de datos estadísticos y el trabajo de investigación, de los que
obtiene en preciada urdimbre esa dimensión poética y polémica de tintes martianos. En
ancas, sobre el lomo fatigado y corcoveante de esa yegua erinia, sus textos avanzaron
hasta el presente derrotando, parcial pero significativamente, las censuras impuestas
desde el poder.
Con cuanto acabamos de decir, podría pensarse que la prosa barrettiana no rebasa los
límites estrechos de sus imperativos morales. Sin embargo su lucha a brazo partido
contra la injusticia, fue a su vez un esfuerzo denodado por hallar la propia expresión
íntima. Al aceptar la realidad como único parámetro válido, Barrett encaró la
problemática del lenguaje en términos también realistas. Pero su realismo revelador,
será transparente e instrumental, exhortativo. Porque la decisión de ser fiel a la realidad
—y cuanto más oscura, más necesaria la llave del compromiso–, se norma por una
ideología y sus criterios de verdad.

¡Vivir! Eso es fácil para los que venden cosas útiles, fideos, mujeres, votos. ¿Qué
presentas en el mostrador social? ¿Belleza? ¿Belleza absoluta, tuya, el elixir de tu
alma vibrante, belleza desnuda, belleza a secas? Es un artículo sin salida. La

16
Arribeño, por extraño al status quo pueblerino, por venido con pautas de “más arriba” y, como dice
Ramiro Domínguez, por inestable y desarraigado como un corazón a la intemperie.

35
belleza se soporta mas no se paga. Agradece, ¡oh, poeta!, que te dejen morir en un
rincón y no te lapiden los transeúntes.
Los miserables (nueve décimos del conjunto) te dirán: no te entendemos. ¿Quieres
hacernos soñar? Hablanos de venganza. No; eres demasiado misterioso y
demasiado apacible. Preferimos el alcohol (Barrett 1988: p. 124, t. II).

En “Vitalismo y Anarquismo en Rafael Barrett”, Ángel J. Cappelletti, filósofo y


pensador libertario, reconstruye en parte el mapa de lecturas guías de nuestro escritor,
desde una perspectiva idealista, despegada de la lucha de clases, y aporta datos útiles,
no desdeñables, pero limitados, pues como intentamos demostrar, Barrett superó en la
praxis muchos de sus preceptos filosóficos.

Barrett vincula así su concepción vitalista y, si se quiere, espiritualista del mundo,


arraigada en la filosofía de Bergson y, en cierta medida, en el pragmatismo de
James, con una moral del altruismo puro, y relaciona el materialismo y el
mecanicismo con una moral egoísta y utilitarista. Al sentirse indispensable a un
plan desconocido, se siente instrumento y parte de la divinidad. Pero su misma
concepción de la divinidad está determinada por esta idea moral de la entrega y de
la labor creadora. «Un Dios separado de su creación, ocioso y satisfecho, como el
Vaticano lo exige, es algo repulsivo. Un Dios obrero no». Su Dios es, pues, el Dios
finito de James; el Dios que se hace de Bergson: en cierta medida, el Dios de Rilke
y del último Scheler. Citando al primero de estos autores, dice: «Dios... es lo que
hay de más humilde, de más despojado de vida consciente o personal, es el servidor
de la humanidad». Y, con el mismo, agrega: «Confieso libremente que no tengo el
menor respeto hacia un Dios que se bastara a sí mismo: cualquier madre que da el
pecho a su niño, cualquier perra que da de mamar a la cría, presenta a mi
imaginación un encanto más próximo y más dulce.». En realidad, todos somos
dioses, pero la divinidad (si se prefiere, el genio) en unos duerme, en otros sueña.
«Nuestro deber consiste en cavar nuestra sustancia hasta hallarlo, para devolverlo
después en la obra universal.». Tan alejado así del Dios de las religiones
tradicionales como del puro ateísmo materialista o cientificista, Barrett puede
asumir y completar la idea de una moral sin obligación ni sanción, de una moral de
la creación pura y de la pura entrega. El materialismo y el determinismo no podrían
haberla fundado; el teísmo tradicional de las religiones semíticas tampoco. Pero
este despego del materialismo y del cientificismo, esta adhesión a una filosofía
vitalista y a una concepción de Dios como fuerza espiritual que colabora con el
hombre en la realización del bien, no eximen a Barrett de defender las ideas de
Marx acerca de la sociedad y de la historia, en todo lo que tienen de
fundamentalmente acertadas (Cappelletti 1980: p. 198).

Interpelar su anarquismo, para nosotros, es adentrarse en una tarea de filiaciones,


analogías y similitudes extraordinariamente provechoso para el tan postergado debate
actual sobre arte y política. Usando las palabras conque Trotsky refiere a Jaurès —
temperamento tan parecido al suyo como el de Martí o de Mariátegui–, podemos decir
que Barrett sentía una repulsión física por todo dogmatismo, que “tras algunas
vacilaciones descubría el punto que le parecía decisivo en cada momento. (Y) entre este
punto de partida práctico y sus construcciones idealistas, él mismo utilizaba fácilmente
las opiniones que completaban o matizaban su punto de vista personal, conciliaba los
matices opuestos y fundía los argumentos contradictorios en una unidad que estaba lejos
de ser irreprochable” (Trotsky 2001).
En sus escritos, el objeto y el sujeto de la narración se unimisman de manera recurrente;
lo problematizado en ellos, brota y se manifiesta desde su interioridad. Barrett no
percibía la realidad desde un mirador externo, sus textos incluyen al observador dentro

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del objeto observado, describiendo y revelando en la realidad externa, su propia realidad
introspectiva. Y así comprobamos que su apuesta por la crónica, “género menor” para
muchos críticos, no fue casual ni utilitaria.
Para Barrett, que no llegó a vivir sino en los umbrales del capitalismo-imperialista, pues
falleció pocos años antes de la primera gran guerra, el anarquismo representaba la
extrema izquierda del alud emancipador. O sea que en el campo de la izquierda radical,
el anarquismo se adaptaba mejor a su actitud de rebeldía extrema. “No se asuste tanto
del anarquismo; consuélese con la certidumbre de que los anarquistas parecerán algún
día anticuados y demasiado tímidos. ¡Solo la vida es joven!” enfatizaba sin pena
(Barrett 1988: p. 87, t. II). Y es que, como demuestra en La cuestión social, conocía
profundamente la obra de Marx, pero ese conocimiento estaba mediado y filtrado por
los escritores demócratas reformistas de la II Internacional: Jaurès, Sassulich, Axelrod,
Pléjanov, etc.
Roa Bastos recuerda que Viriato Díaz-Pérez confirma: “Barrett últimamente militaba
con vehemencia y entusiasmo, muy en armonía con su temperamento, en las más
caldeadas regiones del socialismo y la protesta; (…) dentro del acratismo hábilmente
sostenido” (Roa Bastos 1978: XXVI), que aludía por entonces a la supresión del poder y
del estado reaccionarios como fuentes de perversión pestilentes. “¿Qué hacer?
Educarnos y educar. Todo se resume en el libre examen. ¡Que nuestros niños examinen
la ley y la desprecien!”, dice en “Mi Anarquismo” (Barrett 1988: p. 134, t. II; también
en Viñas 2004: p. 187). “La dicotomía y la polarización, la explicitación directa, no
mediada del enemigo”, son algunos de los recursos utilizados, y más allá de que sus
objetivos fueran “denunciar, concientizar y movilizar” (Manzano 2003), jamás lo ético
se alzó sobre lo estético, jamás el fondo entró a saco sobre la forma.
Eso no significa, como pretende Roa, que su ideario político —y literario– estuviera
signado por el anarquismo tolstoiano. Nada que ver, el redentorismo místico del anciano
de Yasnaia-Poliana era quietista, ejercicio de pietismo cristiano; el misticismo de
Barrett se asemeja más al propuesto por José Martí, a ese teorema del “hombre nuevo”
que aplicó el Comandante Che Guevara, marcando el camino a las futuras generaciones.
Barrett se entrega por entero, por la vía intelectiva como por la praxis, en esta lucha
dinámica. Su energía creadora se agita en todas direcciones, las exalta y organiza, las
empuja al combate. Y es imposible obviar en ciertos fragmentos de Lo que son los
yerbales, El Terror Argentino o cualquier otro texto de los más “panfletarios”, el
magnífico parecido con artículos de Rodolfo Walsh, como su Carta a la Junta Militar o
los escritos para el semanario de la CGT de los Argentinos.
Barrett, como dijimos, no fue anarquista en Europa, sino que se radicaliza en su estadía
americana, producto de un desclasamiento que lo llevó de la indignación a la asunción
del dolor y al compromiso militante, compromiso que será epicentro del debate en
América Latina recién a inicios de los '6017. De todos modos, evitando una vez más la
tentación de historizar de modo contra-fáctico, decimos con Bareiro Saguier que “la
actitud de los regímenes dictatoriales latinoamericanos convierte a los escritores en
actores directos de la historia de sus países, los “compromete” de manera inmediata con
la suerte de sus pueblos, superando así la modalidad de mediadores “literarios” que
tenían antes, cuando no la de meros observadores desde la altura de sus torres de marfil.
Esto no quiere decir que el nivel de la escritura descienda, se vuelva panfletaria”
(Bareiro Saguier 1990: pp. 103-104). Pensemos sino en el Facundo, de Sarmiento, en la

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Jean Paul Sartre puso de moda el concepto de “compromiso del intelectual” hacia mediados del siglo
XX; mucha tinta se ha vertido desde entonces para discutir la noción que alinea al escritor en una
posición ideológica que lo enfrenta a doctrinas y a gobiernos dictatoriales.

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prosa de José Martí o las diatribas de Juan Montalvo; vale decir, pensemos en la mejor
tradición literaria latinoamericana.

Todo lo contrario —asevera Bareiro Saguier. Al empujarles a la arena de la


experiencia candente, les obliga a encarnar en su práctica textual la intensidad de lo
vivido, el fuego de una lucha que ya no es sólo producto de la mediación
imaginaria. Palabra y experiencia vital contribuyen a dar a la obra una dimensión
renovada, para lo cual es preciso apelar a elaboraciones técnicas, a recursos
expresivos inéditos. El compromiso del escritor se vuelve así compromiso con su
«arte», tanto más intenso porque pasa por la fragua de la vida cotidiana, en
situaciones extremas, desgarradas y dolorosas (Op. cit: pp. 103-104).

Si hacemos caso, entonces, a las funciones con que delimita Manzano la literatura
anarquista, es un imperativo categórico en ella el uso de exhortaciones, exclamaciones,
superlativos y la más exasperada gama de efectos tendientes “a producir finales
acumulativos: condenas, desquites, cierres de inmediatez ejecutiva, indignación o,
eventualmente, llanto” (Viñas 2004: p. 19). Empero, de ningún modo, sucede tal cosa
en la obra de Barrett; pues aunque apele constantemente a algunos de estos recursos
estilísticos, sus fines distan demasiado de ser moralizantes.
No podía ser de otro modo, la moraleja —esa impostación del mandato revolucionario
que centrea al moralismo cristiano–, es distante como la cursilería al amor, y él apuesta,
en cambio, a obtener algo más que catarsis, algo muy distinto a las lágrimas que deshoja
una tragedia griega o un aria de ópera en el teatro. Rodó, dando rubrica de filigrana a las
crónicas que componen su libro Moralidades Actuales, en carta remitida a Barrett en
1910, lo resume claramente:

Ha enaltecido usted la crónica, sin quitarle amenidad y sencillez. La ha dignificado


usted por el pensamiento, por la sensibilidad y el estilo. Hay cronistas de fama
europea que, escribiendo fuera del bulevar, no tendrían nada interesante que decir a
nadie, y que, aún escribiendo del bulevar, son incapaces de comunicar a una página
más que el interés de la novedad que cuentan y comentan. Usted escribe desde una
aldea de los trópicos, y para el público de Montevideo, y, devolviendo en
impresión personal los ecos tardíos de lo que pasa en el mundo, produce cosas
capaces de interesar en todas partes y siempre porque tienen una soberbia fuerza de
personalidad.
Su crítica es implacable y certera; su escepticismo es eficaz, llega a lo hondo; y sin
embargo, la lectura de esas páginas de negación y de ironías hace bien, conforta,
ennoblece. Y es que hay en el espíritu de su ironía un fondo afirmativo, una
lontananza de idealidad nostálgica, un anhelante sueño de amor, de justicia y de
piedad, que resultan más comunicativos y penetrantes así, en el tono de una
melancolía sencilla e irónica, que si se envolviesen en acentos de entusiasmo y de
fe, o de protesta declamatoria y trágica. Su actitud de espectador desengañado, en
el teatro del mundo, tiene toda la nobleza del estoicismo, pero con más una vena de
profunda caridad Una de las impresiones en que yo podría concretar los ecos de
simpatía que la lectura de sus crónicas despierta a cada paso en mí espíritu, es la de
que, en nuestro tiempo, aún aquellos que no somos socialistas, ni anarquistas, ni
nada de eso, en la esfera de la acción ni en la de la doctrina, llevamos dentro del
alma un fondo, más o menos consciente, de protesta, de descontento, de
inadaptación contra tanta injusticia brutal, contra tanta hipócrita mentira, contra
tanta vulgaridad entronizada y odiosa, como tiene entretejidas en su urdimbre este
orden social transmitido al siglo que comienza por el siglo del advenimiento
burgués y de la democracia utilitaria. (Rodó, 1910, en Barrett 1988: p. 344, t. IV).

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Aunque muchos de sus cuentos, por su parte, responden a la línea realista-naturalista de
un Flaubert, como señalan Josefina Plá y Francisco Pérez-Maricevich, hay un vitalismo
de sesgo notoriamente peninsular, para no decir español, en que confirmamos su
adhesión a los postulados de la generación del 98. Una especie de sentimiento trágico de
la vida pero de particularísima elaboración, pues, sin dudas, la presencia de lo
americano, tiene una incidencia fundamental.
En la confluencia entre lo europeo y lo americano, encrucijada a su vez entre
modernismo y tradición, Barrett instala el efecto de messagem, encendido como tensión,
y construirá con él su prosa. A pesar de la consideración con que ejercía su labor
periodística, el periodismo como profesión, no lo subyugaba. “¡Oh, pluma modestísima
(…) me pareces mucho más bella que la orgullosa pluma de águila que recogieron para
Víctor Hugo en una cima de los Alpes! Yo quiero morir sin haberte obligado a manchar
el papel con una mentira, y sin que te haga en mi mano retroceder el miedo”, declara en
Mirando vivir (Barrett 1988, t. I). Roa lo filia, y no como juego borgeano, a Mariátegui;
nosotros preferimos aunarlo a Martí. Más que nada, debido a ese compromiso de su
arte, que ambos viven como anti-destino —ejercicio de vida reforzado por la presencia
de la muerte–, como liberación respecto de las cerrazones del determinismo, libertad
interior que, a pesar de todo, doblega el sino trágico y lo vence. “¡Pluma mía, clávate
hasta el mango! Pero los miserables que ejecuto no tienen sangre en las venas, sino pus,
y el cirujano se llena de inmundicia!” (Ibíd.).
Muchos remarcaron su pesimismo, pero nadie que haya leído más de dos páginas
negará que ese pesimismo no revela sino una profunda fe, oscura quizás para él mismo.
Y entonces, cabe preguntarse: ¿Vale algo esta red invisible de correspondencias y de
plagueos que parecen venidos de ultratumba? Vale indudablemente, creemos, para
confirmar que Barrett no vivió en una pesadilla sino en un mundo mucho más real, el
único que garantiza una realidad. “Todo lo demás”, como dice Eugenio Montale, “(…)
no tiene nada de verdadero, simplemente existe” (Montale 1975: p. 216).

El autor, de quien nos despedimos, agradeciéndole todo este tiempo de deleite estético
que compartimos, tiene, entre otras cualidades que lo distinguen, la de ser el precursor,
en más de un sentido, de la literatura de izquierda de nuestra región. “Castelnuovo,
Stoll, Yunque, Barletta, los hermanos González Tuñón, Gustavo Riccio (que estuvo y
escribió en el Paraguay), Roberto Mariani, entre varios otros integrantes del grupo de
Boedo, registran este encuentro de "contemporáneos a destiempo" con Barrett” (Roa
Bastos 1978: XXIX). Tampoco podemos soslayar la cercanía que tanto los cuentos
como los artículos de Horacio Quiroga, los aguafuertes de Roberto Arlt, varios micro-
ensayos del Borges pre-clásico y hasta ciertos textos de Eduardo Galeano, establecen
con su obra. Menos aún la de la mejor narrativa paraguaya del siglo XX, de Casaccia y
Roa Bastos en adelante. Sin que la intención fuera servirnos de la palabra meliflua de
aquellas mentes colonizadas de hoy, para quienes el oro espiritual acuñado en tiempos
de hegemonía del estado liberal todavía tiene valor cotizado, hemos destacado los
rasgos más particulares, inaprensibles y proteicos de este mestizo cultural que llegó a
ser el escritor hispano-paraguayo Rafael Barrett, verdadero hijo de la cruz de la palabra.

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