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De pronto, dirigiéndose a su invitado, el rey Olaf dice: - ¿es ese el puerto que
me dijiste? -. Aethelfrith, un monje tomado como rehén por los nórdicos,
taciturno la mayoría del viaje, repuso: -Sí, y allí cerca se encuentra la abadía
donde crecí-.
Ellos aseguraban que Thor los guió durante todo el viaje, y cuando no podían
ver la luz del Sol, el vegvísir los ayudó. Este objeto era una especie de brújula
que los hombres del norte utilizaban para viajar en los mares, junto a otros
objetos, como la piedra de sol que les era muy útil cuando el astro se ocultaba
tras las nubes, entonces este mineral captaba sus rayos y servía de orientación
en días oscuros.
-Quisiera llevarla hasta Noruega, allí servirá como trofeo de esta gran batalla
que acabamos de ganar- replicó el rey enérgicamente sin saber que este viaje
de vuelta sería el último, tras ser enjuiciado y condenado al bloðorn (águila de
sangre).
Olaf era un buen rey, justo con los guerreros de su estirpe. Repartía en partes
iguales el oro que conseguía de sus “expediciones”. Lo llamaban “beahgifa”, el
“dador de anillos”. Se decía de este rey que era tan ágil que podía saltar de
remo en remo mientras sus guerreros remaban en las largas embarcaciones en
forma de dragón.
Así, a través de los siglos creció un temor entre las gentes de los monasterios y
las ciudades aledañas. Nacieron muchas historias que involucraban demonios
paganos, brujas y supersticiones que cada vez iban a ser más recurrentes en
esta etapa de la Edad Media. Estos dos mundos, uno pagano y otro cristiano,
que parecían tan diferentes, van a ser el origen de la poesía épica y cristiana
tan difundida en este periodo.
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