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DE LA ESFERA AL CUBO

René GUÉNON

Tras haber citado algunas “ilustraciones” de cuanto hemos denominado la “solidificación”


del mundo, todavía nos resta hablar de su ilustración mediante el simbolismo geométrico
donde puede ser presentado como una transición gradual de la esfera al cubo; pues, en
efecto, en primer lugar la esfera constituye la forma primordial por excelencia, por ser la
menos “especificada” de todas y semejante a sí misma en todas las direcciones, de
manera que, en un movimiento de rotación cualquiera alrededor de su centro, todas sus
posiciones sucesivas resultan rigurosamente superponibles unas a otras(1). Podríamos
por tanto decir que es la forma más universal de todas por contener en cierto modo a
todas las demás que podrían deducirse de ella por diferenciaciones efectuadas según
direcciones particulares; esta es la razón de que, en todas las tradiciones, sea la forma
esférica la que corresponde al “Huevo del Mundo”, es decir, a lo que sirve para
representar el conjunto “global” en el estado primario y “embrionario” de todas las
posibilidades que habrán de desarrollarse en el transcurso de un ciclo de
manifestación(2). Por otra parte, conviene apuntar que tal estado primario, en cuanto
concierne a nuestro mundo, pertenece con toda legitimidad al ámbito de la manifestación
sutil, en la medida misma que ésta antecede necesariamente a la manifestación grosera y
viene a ser como su principio inmediato; así, de hecho, la forma esférica perfecta, o bien
la forma circular que le corresponde en la geometría de dos dimensiones (como sección
de la esfera por un plano de dirección cualquiera) nunca llega a verse realizada en el
mundo corpóreo(3).
Por el contrario, el cubo es la forma más “fijada” de las existentes, lo que quiere decir que
a ella corresponde el máximo de “especificación”; así, pues, esta es la forma que, entre
los elementos corpóreos, suele referirse a la tierra por constituir ésta el “elemento
determinante y final” de la manifestación en tal estado corpóreo(4); por consiguiente,
también corresponde al final del ciclo de manifestación, o a lo que hemos llamado el
“punto de detención” del movimiento cíclico. Hasta cierto punto es, pues, la del “sólido”
por excelencia(5) simbolizando la “estabilidad”, considerada como interrupción de todo
movimiento; no menos evidente es el hecho, el cuerpo cuyo equilibrio presenta el máximo
de estabilidad. Conviene observar que tal estabilidad, al cabo de un movimiento
descendente, no es ni puede ser otra cosa que la inmovilidad pudiese verse realizada por
entero, sería, en rigor, el reflejo invertido, en el punto más bajo, de lo que es en el punto
más alto tendida de esta forma y representada por el cubo, se refiere por consiguiente al
polo sustancial de la manifestación, al igual que la inmutabilidad, en la que se incluyen
todas las posibilidades del estado “global” representado por la esfera, se refiere a su polo
esencial(6); esta el la razón de que el cubo también simbolice la idea de ‘base” o de
“fundamento” que precisamente corresponde a este polo substancial(7). También hemos
de señalar desde ahora que las caras del cubo pueden considerarse como si estuviesen
orientadas por pares según las tres dimensiones del espacio, es decir, como paralelas a
los tres planos determinados por los ejes integrantes del sistema de coordenadas al que
se refiere este espacio y que nos permite “medirlo”, es decir, realizarlo efectivamente en
toda su integridad; como, según lo que hemos explicado en otra parte, los tres ejes que
forman la cruz de tres dimensiones deben considerase trazados a partir de centro de una
esfera cuya indefinida expansión termina por llenar el espacio en su totalidad (y los tres
planos determinados por estos ejes también pasan necesariamente por este centro que
se convierte así en el “origen” de todo el sistema de coordenadas), ello sirve para
establecer la relación que existe entre las dos formas extremas, la esfera y el cubo, de
manera que en ella, lo que en la esfera era interior y central se ve de alguna forma
“invertido” para constituir de esta forma la superficie o la parte exterior del cubo(8). Por

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otra parte, el cubo representa entonces a la tierra en todas las acepciones tradicionales
de dicha palabra, es decir, no sólo como elemento corpóreo según la acepción que
anteriormente hemos dado de ella, sino también como principio de orden mucho más
universal: aquel que la tradición del Extremo Oriente designa como Tierra (Ti ) puesta en
correlación con el Cielo (Tiem ); las formas esféricas o circulares son referidas al Cielo
mientras que las formas cúbicas o cuadradas lo son a la Tierra y, como estos dos
términos complementarios son los equivalentes de Pursha y Prakriti en la doctrina hindú,
lo que quiere decir que no son más que una nueva expresión de la esencia y la
substancia con un sentido universal, se puede llegar aquí a la misma conclusión deducida
anteriormente; por lo demás, resulta evidente que, como las propias nociones de esencia
y substancia, un simbolismo idéntico siempre es susceptible de aplicarse a distintos
niveles, es decir, el compás y la escuadra, y ello se produce tanto en el simbolismo de la
tradición del Extremo Oriente como en el de las tradiciones iniciáticas occidentales(9);
naturalmente las correspondencias que pueden establecerse entre estas formas dan
lugar, según las diversas circunstancias, a múltiples aplicaciones simbólicas y rituales(10).
Otro caso en el que la relación entre estas formas geométricas se pone de relieve con
toda claridad, es el simbolismo del “Paraíso terrestre” y de la “Jerusalén celestial”, a los
que ya hemos tenido ocasión de referirnos en otra parte(11); este caso es particularmente
importante desde el punto de vista en que nos situamos en la actualidad puesto que tales
metáforas se relacionan con las dos extremidades del ciclo actual. Ahora bien, la forma
del “Paraíso terrestre” que corresponde al principio de este ciclo, es circular mientras la de
la “Jerusalén celestial”, relacionada con su final, es cuadrada(12); por otra parte, el recinto
circular que encierra al “Paraíso terrestre” no es más que la sección horizontal del “Huevo
del Mundo”, es decir, de la forma esférica universal y primordial(13). Podríamos decir que
es este mismo círculo el que, por último, se convierte en un cuadrado ya que las dos
extremidades deben reunirse o, mejor dicho (y dado que el ciclo nunca llega a estar
verdaderamente cerrado pues ello implicaría una repetición imposible), yuxtaponerse
exactamente; la presencia de idéntico “Árbol de la vida” situado en el centro en ambos
casos indica perfectamente que, efectivamente, no se trata sino de dos estados e una
misma cosa; así, el cuadrado representa en este caso la realización de las posibilidades
de este ciclo, que ya se encontraban en germen en el “recinto orgánico” circular al que
aludíamos en un principio, quedando entonces tales posibilidades perfectamente fijadas y
estabilizadas en una situación hasta cierto punto definitiva, al menos en cuanto concierne
al propio ciclo. Este resultado final también puede ser representado como una
‘cristalización”, que responde siempre a la forma cúbica (o cuadrada en su sección plana):
se obtiene entonces una “ciudad” con un simbolismo mineral, en lugar del “jardín” del
principio dotado de un simbolismo vegetal, por representar la vegetación la elaboración de
los gérmenes en la esfera de la asimilación vital(14) . Llegados a este punto recordemos
cuanto más arriba se ha dicho acerca de la movilidad del mineral como imagen del
objetivo hacia el que tiende la “solidificación” del mundo; cabe añadir no obstante que
aquí nos referimos al mineral considerado en un estado ya “transformado” o “sublimado”
pues son piedras preciosas las que figuran en la descripción de la “Jerusalén celestial”;
esta es la razón de que la fijación no sea verdaderamente definitiva más que con respecto
al ciclo actual y de que, más allá del “punto de detención”, en virtud del encadenamiento
causal que excluye toda discontinuidad efectiva, pueda convertirse en el “Paraíso terrenal”
del ciclo futuro, por no ser el comienzo de éste y el final del anterior más que un único e
idéntico momento visto desde dos puntos de vista opuestos(15). No menos cierto es que,
si nos limitamos a la consideración del ciclo actual, por último llega un momento en el que
“la rueda deja de girar” y aquí, como ocurre siempre, el simbolismo resulta perfectamente
coherente: en efecto, una rueda sigue siendo circular y, si llegase a deformarse hasta el
punto de volverse cuadrada, resulta evidente que se vería forzada a detenerse. Por esta

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razón, el momento aludido aparece como un “fin del tiempo”, siendo entonces cuando,
según la tradición hindú, los “doce Soles” habrán de brillar simultáneamente ya que el
tiempo es medido efectivamente por el paso del Sol a través de los doce signos del
Zodíaco, constituyendo el ciclo anual, de manera que al haberse detenido la rotación, los
doce aspectos correspondientes se fundirían como quien dice en uno solo, volviendo así a
la unidad esencial y primordial de su naturaleza común puesto que no difieren más que
respecto a la manifestación cíclica que por entonces habrá acabado(16). Por otra parte, la
transformación del círculo en un cuadrado equivalente(17) es lo que se denomina la
“cuadratura del círculo”; los que declaran que ésta constituye un problema insoluble, a
pesar de su total ignorancia del significado simbólico que encierra, tienen razón en
definitiva puesto que tal “cuadratura”, entendida en su verdadero sentido, sólo podrá verse
realizada al final del ciclo(18). De todo esto se deduce igualmente que la “solidificación”
del mundo adopta hasta cierto punto un doble sentido: considerada en sí misma, a lo
largo del ciclo, como la consecuencia de un movimiento descendente hacia la cantidad y
la “materialidad”, evidentemente implica un significado “desfavorable” e incluso “siniestro”,
opuesto a la espiritualidad; mas, por otra parte, no por ello resulta menos necesaria a la
hora de preparar la determinación última, en una forma que podríamos calificar como
“negativa”, de los resultados del ciclo en forma de “Jerusalén celestial”, pues en ella tales
resultados habrán de convertirse inmediatamente en los gérmenes de posibilidades del
ciclo futuro. No obstante, parece evidente que en esta propia determinación definitiva, y
para que ésta pueda ser verdaderamente una restauración del “estado primordial”, se
hace necesaria la intervención inmediata de un principio transcendente en cuya ausencia
nada podría ser salvado, desvaneciéndose el “cosmos” en el “caos” sin más; esta es la
intervención que produce la “inversión” final que ya había sido representada por la
“transmutación” del mineral en la “Jerusalén celestial”, provocando posteriormente la
reaparición del “Paraíso terrestre” en el mundo visible, donde, en lo sucesivo, habrá
“nuevos cielos y una nueva tierra” por construirse el principio de otro Manvantara y de la
existencia de otra humanidad.

NOTAS
(*)René Guénon, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, Capítulo XX, Ayuso Ed., Madrid, 1976.
(1) Véase Le Symbolisme de la Croix , caps. VI Y XX. (Traducción española: El Simbolismo de la cruz, trad.
de Joan Mateu i Rotger, Obelisco Ed, Col. Testigos de la Tradición, 1ª ed.: Nov. 1987, Barcelona. N. de
REA)
(2) Esta misma forma se encuentra igualmente en los inicios de la existencia embrionaria de cada individuo
incluido en este desarrollo cíclico, ya que el embrión individual (pinda ) es la analogía microcósmica de lo
que supone el “Huevo del Mundo” (Brahmânda ) en el orden macrocósmico.
(3) Podemos dar como ejemplo de ello el movimiento de los cuerpos celestes que, en rigor, no es circular,
sino elíptico; la elipse constituye una especie de primera “especificación” del círculo por desdoblamiento
del centro en dos polos o “focos” y según cierto diámetro que desde entonces desempeña una función
“axial” particular al mismo tiempo que los restamos de pasada que al describir los planetas elipses, uno
de cuyos focos es el sol, sería legítimo preguntarse a qué corresponde el foco restante; como
efectivamente nada corporal hay en él, debe haber algo que no puede referirse sino al ámbito sutil, mas
éste no es lugar para examinar más a fondo esta cuestión que caería por completo fuera de nuestro
tema.
(4) Véase FABRE D’OLIVET, La Langue hébraïque restituée.
(5) Ello no significa que la tierra, como elemento, se asimile sencillamente al estado sólido, como algunos
creen erróneamente, sino que constituye el propio principio de la “solidez”.
(6) Esta es la razón de que, según la tradición islámica, la forma esférica se refiera al “Espíritu” (Er-Rûh ) o a
la Luz primordial.
(7) En la Cábala hebraica, la forma cúbica corresponde, entre los elementos Sephiroth , a Iesod , que es
efectivamente el “fundamento” (y, si a este respecto se nos objetase que Iesod , sin embargo, no es la
última Sephirah , tendríamos que contestar que tras ella sólo está Malkuth , que es precisamente la
“sintetización” final en la que todas las cosas son devueltas a un estado que, a diferente nivel,
corresponde a la unidad principal de Kether ); según la tradición hindú, en la constitución sutil de la
individualidad humana, esta forma se refiere al chakra “básico” o mûlâdhâra ; también se relaciona con

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los misterios de la Kaabah en la tradición islámica. Asimismo, en el simbolismo arquitectónico, el cubo es
en rigor la forma de la “primera piedra” de un edificio, es decir, de la “piedra fundamental” que suele
colocarse en el nivel más bajo y sobre la cual habrá de apoyarse toda la estructura, garantizando así su
estabilidad.
(8) En la geometría plana se produce manifiestamente una relación análoga si se consideran los lados del
cuadrado como paralelos a dos diámetros rectangulares del círculo; el simbolismo de esta relación
corresponde directamente con lo que la tradición hermética designa como la “cuadratura del círculo”
sobre la que nos extenderemos posteriormente.
(9) En algunas ilustraciones simbólicas, el compás y la escuadra son colocados en las manos de Fo-hi y de
su hermana Niu-kua, respectivamente, al igual que, en las figuras alquimísticas de Basile Valentin, se
encuentran dichos instrumentos en las manos de las dos mitades, la masculina y la femenina, del Rebis o
andrógino hermético; así puede notarse cómo Fo-hi y Niu-kua quedan hasta cierto punto asimilados,
analógicamente y en sus respectivos papeles, al principio esencial o masculino y al substancial o
femenino de la manifestación.
(10) Así, por ejemplo, las vestiduras rituales de los antiguos soberanos de la China debían tener forma
redonda por arriba y cuadrada por debajo; el soberano pasaba entonces a representar el tipo mismo del
Hombre (Jen ) en su función cósmica, , es decir, el de tercer término de la “Gran Tríada” que debe
desempeñar el papel de intermediario entre el Cielo y la Tierra, aunando en sí las potencias de una y otra.
(11) Véase Le Roi du Monde , pp. 128-130, así como Le Symbolisme de la Croix, cap. IX. (Trad. española: El
Rey del Mundo, trad. Pedro García García, Luis Cárcamo, edit., 1987, Madrid. N. de REA)
(12) Si se relaciona esto con las correspondencias que hemos indicado anteriormente, tal vez pueda parecer
que se produce una inversión en la utilización de las dos palabras “celestial” y “terrestre”, que de hecho
no son las más idóneas en este caso salvo al siguiente respecto: en el comienzo del ciclo este mundo no
era como en la actualidad, y el “Paraíso terrestre” constituía en él la proyección directa, que entonces
estaba manifestada visiblemente, de la forma estrictamente celeste y principal (por otra parte, estaba
situado como quien dice en los confines del cielo y de la tierra, el “primer cielo”); al final de tal descenso
aparece en forma cuadrada, por el hecho de haberse detenido el movimiento cíclico.
(13) Conviene señalar que dicho círculo está dividido por la cruz formada por los cuatro ríos que salen de su
centro, describiendo, por tanto, con toda exactitud la figura de la que hemos hablado a propósito de la
relación entre círculo y cuadrado.
(14) Véase L’esotérisme de Dante , pp. 91-92. (Traducción espaloña: El esoterismo de Dante, trad. Margarita
Pontieri, Dédalo Ed., 1989, Buenos Aires. N. de REA)
(15) Este momento también es representado como el de “inversión de los polos” o bien como el día en el que
“los astros se levantarán por Occidente y se pondrán por Oriente”, ya que un movimiento de rotación,
según se vea de un lado o de otro, parece efectuarse en dos sentidos contrarios, a pesar de no ser en
realidad más que el mismo movimiento que continúa desde otro punto de vista, correspondiendo así a la
trayectoria de un nuevo ciclo.
(16) Véase Le Roi du Monde , p.48. En lugar de estar dispuestos circularmente, los doce signos del Zodíaco
se convierten en las doce puertas de la “Jerusalén celestial”, tres de las cuales se sitúan en cada uno de
los lados del cuadrado, apareciendo los “doce Soles” en el centro de la “ciudad” como los doce frutos del
“Árbol de la Vida”.
(17) Es decir, de misma superficie si se adopta el punto de vista cuantitativo, si bien éste no e sino una
expresión muy exterior del núcleo real.
(18) La fórmula numérica correspondiente es la Tetraktys pitagórica: 1+2+3+4=10; si se toman los números en
sentido inverso: 4+3+2+1, se obtienen las proporciones de los cuatro Yugas , cuya suma forma el
denario, es decir, el ciclo completo y terminado.

Aportación del Q:.H:.Mario Gomel

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