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El panóptico de Psycho Pass

La presente reseña tomará como manifestación cultural la serie japonesa Psycho


Pass como ejemplificación de la categoría del panoptismo planteada por Michel
Foucault. En una primera instancia se evidenciarán los principales lineamientos
expuestos por Foucault sobre el panoptismo como ordenamiento social. En una segunda
parte se hará una breve reseña sinóptica de Psycho Pass para finalmente concluir
haciendo un entrecruce entre la narrativa y la conceptualización a modo de conclusión.
Foucault inicia haciendo una pequeña genealogía descriptiva de algunos
movimientos gubernamentales de ordenamiento civil como los edictos para las
comunidades que atravesaban alguna epidemia o para los ciudadanos que sufrían de
lepra en la antigüedad. Desde estos acontecimientos se aprecia como el control y el
poder se manifiestan de una manera totalmente ordenada, eficiente e impávida ante los
derechos humanos. Estos controles pisoteaban las libertades individuales en pos de
conseguir una supuesta paz y bienestar colectivo, (en el hecho de evitar la expansión de
las enfermedades) pero que vulneraba a la sociedad en ámbitos básicos como la
privacidad. Dentro de todas estas estructuras se evidenciaba claramente una división
binaria que marcaba a los ciudadanos y ejercía una asignación coercitiva de funciones o
normativas. A través de este tipo de ordenamiento se lograba prescribir cada ciudadano
a un lugar, fungiendo un papel ordenador que podría confundirse con una figura
teológica de poder. El autor evoluciona todos estos relatos hasta poder describir la
figura del panóptico como un clímax de esta eficiencia en el control.
La figura del panóptico es tomada desde la utilitaria invención de las cárceles de
Jeremy Bentham y consiste en una construcción arquitectónica en la que predomina la
idea de una vigilancia omnisciente que trasciende las ideas de temporalidad y
espacialidad. A través de una cierta distribución compositiva de espejos, junto con el
manejo de la luz y una arquitectura en forma circular en torno a una torre central, se
optimiza la vigilancia hasta llegar a un porcentaje de eficacia cercano a la perfección.
Desde la torre central se puede ver cualquier movimiento de las celdas, pero
desde estas últimas jamás se percibiría la primera. Esto lleva la eficiencia a otro nivel ya
que incluso se podría prescindir de la figura del guardia en la torre y aun así los reclusos
se sentirían vigilados. Este ojo está presente siempre y en todo lugar aunque no lo esté;
esto nos remite a un ojo de dios o un gran hermano que vigila cada paso.
Después de su análisis de los panópticos carcelarios físicos, Foucault traslada
esta estructura a otras instituciones de ordenamiento social como las escuelas o los
hospitales. El autor cree que los beneficios de este traslado podrían asegurar la
eliminación de revueltas o de la individualidad; o en otros casos incluso podrían
permitir un juego de factores en la experimentación social. Por ejemplo, al hablar de la
educación, se podría incomunicar a dos grupos de estudiantes, adoctrinando con
conceptos erróneos a un grupo y educando correctamente al otro; después de un tiempo
se podría unir a los grupos y analizar la contrastación y choque de paradigmas y
epistemes. Lo interesante es que, aunque ciertamente no estamos del todo en una
estructura panóptica completa, (debido a que de alguna manera tenemos ciertos
intersticios de acción) esta idea de ordenamiento omnipotente y poderoso
efectivamente domina nuestras vidas.
En base a la última premisa, he encontrado un ejemplo más literal en la serie
japonesa Psycho Pass, engendrada por el estudio Production I.G. en el año 2012. La
trama gira en torno a un Japón futurista y distópico en donde la tecnología ha avanzado
a un grado tal que es capaz de leer las características constitutivas de las personas, en lo
que la serie denomina coeficiente de criminalidad. Dicha cifra indica las aptitudes en la
vida de un individuo pero sobre todo el grado de peligrosidad que posee. Todos los
sistemas sociales comienzan a girar alrededor de la cifra y color de cada individuo;
desde la política, en donde los gobernantes son simples marionetas del sistema
tecnológico1 ; hasta la coerción policíaca, en donde muy pocos individuos ejercen el
control de las únicas armas existentes. La sociedad es una utopía lograda, cada quien
tiene un bienestar común aceptable, en donde tiene que trabajar en lo asignado por su
coeficiente, pero no debe preocuparse por salarios o necesidades básicas. Todas estas
necesidades son solventadas por el sistema tecnológico, quien posee una estructura
agrícola autosustentable y automatizada que provee alimentos infinitamente y quien,
gracias al uso de hologramas y gadgets electrónicos ha creado una fachada hermosa,
una ciudad concepto real.
No importa que debajo de los hologramas los departamentos sean simples
construcciones enlucidas, ni que la gente vaya con ropa sencilla, pues el maquillaje de
esta invención tecnológica y su supuesta idea de progreso crean la felicidad y una
deliciosa ornamentación futurista. Detrás de esa supuesta armonía yace el hecho de que,

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Este sistema operativo de la sociedad se llama Sybil y es el verdadero gobernante de la sociedad
si tu color y cifra son peligrosas, el sistema te internará en una especie de panóptico, y si
son muy peligrosas el sistema te eliminará sin derecho a juzgamiento. Así, en las calles
reina la paz, pues todos los individuos son “supuestamente” buenos e inofensivos y el
imaginario colectivo de miedo se ha intercambiado por uno de confianza absoluta,
pasividad y letargo que se tornan dañinos en un cierto punto. Las armas mencionadas
anteriormente son los dominator, unos terminales del sistema tecnológico central que
solo les son asignadas a los poquísimos miembros del orden civil, “la Agencia de
Investigación”. Al pertenecer al género policíaco, la historia gira en torno a esta agencia
y sus principales miembros que tienen una división binaria. El escalafón de arriba lo
ocupan los investigadores, que son individuos con grandes aptitudes según sus cifras y
que, evidentemente no deben matar ya que podrían dañar su coeficiente de criminalidad.
Para apretar el gatillo entonces, utilizan a los miembros defectuosos de la sociedad, el
escalafón bajo de los ejecutores, a quienes se les ofrece la oportunidad de vivir afuera
del panóptico reformatorio si se rigen totalmente a sus guardias investigadores.
El dominator antes mencionado solo se activa si el sistema central determina que
la cifra de cierta persona es peligrosa y si no permanece bloqueado. De modo que un
ejecutor nunca podría utilizar esta arma frente a nadie y, si se decidiese rebelar, el
investigador podría apretar el gatillo instantáneamente ya que las cifras de los ejecutores
siempre son peligrosas. La Agencia de Investigación lucha contra crímenes cotidianos
hasta que descubre que están conectados hacia un villano central. Dicho personaje posee
la peculiar característica de no poder ser sometido a una lectura de coeficiente, lo que le
da inmunidad absoluta frente a cualquier delito, cámara o hecho. Si él decide matar a
alguien en plena luz del día, todos pensarán que seguramente es un espectáculo de
hologramas, ya que los individuos “peligrosos” no están en la ciudad concepto. Cuando
la protagonista descubre las habilidades del villano de la historia y lo comparte con el
sistema tecnológico central, descubre un hecho revelador: ese sistema no es tecnológico,
sino un conglomerado de los cerebros más brillantes de Japón quienes, gracias a ciertos
artefactos, puede administrar toda la sociedad.
Desde este punto podemos encontrar este ojo divino, el gran hermano o la torre
del panóptico. El debate subsiguiente de la protagonista consiste en la decisión de
difundir o no la verdad sobre el sistema gobernante; y esto cobra sentido ya que, en su
defensa, el sistema argumenta que de todas formas logra mantener un orden perfecto en
la sociedad, basado en la creencia de la infalibilidad tecnológica, y que, divulgar los
hechos provocaría el caos. La dialéctica enfrenta al hecho de la libertad de pensamiento
frente a una cárcel de oro panóptica que ha traído una cierta idea de progreso. El sistema
central lo ve todo a través de las cámaras, a través de cada terminal de la red, y sobre
todo a través del uso personalizado de cada persona; lo que los convierte incluso a cada
uno en un terminal de la gran red panóptica. Y es claro que el sistema ha llegado a la
eficiencia total. Nadie se puede revelar, todos se saben vigilados y todos procuran
mantener un coeficiente bajo de criminalidad para no ser apartados de la utopía. Y el
sistema central no era una invención tecnológica como todos creían, sino que eran otros
seres humanos que asumieron el poder. Como mencionaba Foucault, no importa quien
esté en la torre de mando, el sistema funciona sólo e inequívocamente gracias a su
estructura.
En una película posterior sobre Psycho Pass, la protagonista descubre que el
mundo fuera de Japón había caído en el caos absoluto. Hambrunas, guerras y rebeliones
configuraban el escenario mundial, contrastando fuertemente con la tecnologizada y
próspera sociedad japonesa. Su misión es implantar el sistema central en un país del
sudeste asiático, en donde descubre cómo son los humanos libres; guerreros, rebeldes,
irreverentes y sufrientes. La decisión de la protagonista desde las primeras temporadas
fue callar la verdad sobre el sistema central para no irrumpir en el orden social, pero una
vez fuera de su nación, su debate se intensifica al preguntarse, qué sería lo más justo
para una colectividad. En dicho país existe una fuerte resistencia que se enfrenta a un
poder militar consolidado, (que no llega a configurarse como panóptico) y le impresiona
cómo las personas dan la vida por la libertad aunque eso implique mantenerse en el caos.
Cuando en la escena final ella se enfrenta cara a cara con el conglomerado de cerebros y
tiene la oportunidad de acabarlos, decide poner la decisión en manos de la gente y exige
que se hagan elecciones democráticas para el establecimiento del sistema tecnológico
central en aquel otro país. Sorpresivamente gana el sistema tecnológico, aun cuando en
este otro país las personas si conocían que era un conglomerado mental y no un invento
de la tecnología.
El debate magistral que presenta Psycho Pass nos lleva a cuestionarnos sobre
nuestra situación frente a nuestro propio panóptico. Nosotros cada vez preferimos crear
estados fuertes y paternalistas que, gracias a los nuevos gadgets electrónicos fungen
como torres de vigilancia auspiciadas por nosotros mismos. Si bien sería delicado
sugerir buscar una liberación de corte anarquista, cabe preguntarnos ¿estamos realmente
bien en las manos del gran sistema que nos brinda orden y paz a costa de nuestra
individualidad y libertad?
Escrito por Sebastián Acosta Irigoyen.

Fuente reseñada

Foucault, Michel. 2005. Vigilar y castigar; nacimiento de la prisión. Buenos Aires:


Siglo Veintiuno.

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