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Este sistema operativo de la sociedad se llama Sybil y es el verdadero gobernante de la sociedad
si tu color y cifra son peligrosas, el sistema te internará en una especie de panóptico, y si
son muy peligrosas el sistema te eliminará sin derecho a juzgamiento. Así, en las calles
reina la paz, pues todos los individuos son “supuestamente” buenos e inofensivos y el
imaginario colectivo de miedo se ha intercambiado por uno de confianza absoluta,
pasividad y letargo que se tornan dañinos en un cierto punto. Las armas mencionadas
anteriormente son los dominator, unos terminales del sistema tecnológico central que
solo les son asignadas a los poquísimos miembros del orden civil, “la Agencia de
Investigación”. Al pertenecer al género policíaco, la historia gira en torno a esta agencia
y sus principales miembros que tienen una división binaria. El escalafón de arriba lo
ocupan los investigadores, que son individuos con grandes aptitudes según sus cifras y
que, evidentemente no deben matar ya que podrían dañar su coeficiente de criminalidad.
Para apretar el gatillo entonces, utilizan a los miembros defectuosos de la sociedad, el
escalafón bajo de los ejecutores, a quienes se les ofrece la oportunidad de vivir afuera
del panóptico reformatorio si se rigen totalmente a sus guardias investigadores.
El dominator antes mencionado solo se activa si el sistema central determina que
la cifra de cierta persona es peligrosa y si no permanece bloqueado. De modo que un
ejecutor nunca podría utilizar esta arma frente a nadie y, si se decidiese rebelar, el
investigador podría apretar el gatillo instantáneamente ya que las cifras de los ejecutores
siempre son peligrosas. La Agencia de Investigación lucha contra crímenes cotidianos
hasta que descubre que están conectados hacia un villano central. Dicho personaje posee
la peculiar característica de no poder ser sometido a una lectura de coeficiente, lo que le
da inmunidad absoluta frente a cualquier delito, cámara o hecho. Si él decide matar a
alguien en plena luz del día, todos pensarán que seguramente es un espectáculo de
hologramas, ya que los individuos “peligrosos” no están en la ciudad concepto. Cuando
la protagonista descubre las habilidades del villano de la historia y lo comparte con el
sistema tecnológico central, descubre un hecho revelador: ese sistema no es tecnológico,
sino un conglomerado de los cerebros más brillantes de Japón quienes, gracias a ciertos
artefactos, puede administrar toda la sociedad.
Desde este punto podemos encontrar este ojo divino, el gran hermano o la torre
del panóptico. El debate subsiguiente de la protagonista consiste en la decisión de
difundir o no la verdad sobre el sistema gobernante; y esto cobra sentido ya que, en su
defensa, el sistema argumenta que de todas formas logra mantener un orden perfecto en
la sociedad, basado en la creencia de la infalibilidad tecnológica, y que, divulgar los
hechos provocaría el caos. La dialéctica enfrenta al hecho de la libertad de pensamiento
frente a una cárcel de oro panóptica que ha traído una cierta idea de progreso. El sistema
central lo ve todo a través de las cámaras, a través de cada terminal de la red, y sobre
todo a través del uso personalizado de cada persona; lo que los convierte incluso a cada
uno en un terminal de la gran red panóptica. Y es claro que el sistema ha llegado a la
eficiencia total. Nadie se puede revelar, todos se saben vigilados y todos procuran
mantener un coeficiente bajo de criminalidad para no ser apartados de la utopía. Y el
sistema central no era una invención tecnológica como todos creían, sino que eran otros
seres humanos que asumieron el poder. Como mencionaba Foucault, no importa quien
esté en la torre de mando, el sistema funciona sólo e inequívocamente gracias a su
estructura.
En una película posterior sobre Psycho Pass, la protagonista descubre que el
mundo fuera de Japón había caído en el caos absoluto. Hambrunas, guerras y rebeliones
configuraban el escenario mundial, contrastando fuertemente con la tecnologizada y
próspera sociedad japonesa. Su misión es implantar el sistema central en un país del
sudeste asiático, en donde descubre cómo son los humanos libres; guerreros, rebeldes,
irreverentes y sufrientes. La decisión de la protagonista desde las primeras temporadas
fue callar la verdad sobre el sistema central para no irrumpir en el orden social, pero una
vez fuera de su nación, su debate se intensifica al preguntarse, qué sería lo más justo
para una colectividad. En dicho país existe una fuerte resistencia que se enfrenta a un
poder militar consolidado, (que no llega a configurarse como panóptico) y le impresiona
cómo las personas dan la vida por la libertad aunque eso implique mantenerse en el caos.
Cuando en la escena final ella se enfrenta cara a cara con el conglomerado de cerebros y
tiene la oportunidad de acabarlos, decide poner la decisión en manos de la gente y exige
que se hagan elecciones democráticas para el establecimiento del sistema tecnológico
central en aquel otro país. Sorpresivamente gana el sistema tecnológico, aun cuando en
este otro país las personas si conocían que era un conglomerado mental y no un invento
de la tecnología.
El debate magistral que presenta Psycho Pass nos lleva a cuestionarnos sobre
nuestra situación frente a nuestro propio panóptico. Nosotros cada vez preferimos crear
estados fuertes y paternalistas que, gracias a los nuevos gadgets electrónicos fungen
como torres de vigilancia auspiciadas por nosotros mismos. Si bien sería delicado
sugerir buscar una liberación de corte anarquista, cabe preguntarnos ¿estamos realmente
bien en las manos del gran sistema que nos brinda orden y paz a costa de nuestra
individualidad y libertad?
Escrito por Sebastián Acosta Irigoyen.
Fuente reseñada