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0. Sabor a Pueblo.

Con San Benito: 3:37

Operador máster: Víctor Dávila Evert Calderón, María Consuelo


Pérez

Grabación, edición y montaje: Francisco Osuna y Liz Hernández

Coordinación de Prensa y Producción: Jhon Guerrero

Locutor de Guardia: Simón Andrade

Telecomunicaciones y Asistencia Técnica: Edmy Venegas

Gerencia Regional: Carlos Suárez

Presidencia del Sistema YVKE Mundial a nivel nacional: Alejandro


Silva

Zapegato en la Historia. El grupo étnico africano, su influencia en


la cultura andina actual. Hasta las 3:16:10

1. Carlos Talez - San Benito de Palermo y Gaitas de Tambora.


3:03

Al estudiar los rituales típicos andinos, fui descubriendo poco a poco


que había en ellos vestigios de lo que pensé había debido ser un
culto de origen africano.

Esto me sorprendió al principio, pues aparentemente no se veía en la


región andina ningún rasgo físico aparente que pudiera revelar la
antigua presencia de una población negra. La población de origen
africano más cercana se encontraba a orillas del Lago de Maracaibo,
en su zona sur-este, y estaba concentrada dentro de una banda de
tierra que va desde Santa María hasta Puerto Dificultad y La
Mochila.

Esta población negra mucho más próxima, en sus costumbres y su


modo de ser, a los antillanos que a los andinos, presentaba con estos
últimos, sin embargo, por lo menos un rasgo en común, un ritual: el
de San Benito, santo negro, con la diferencia de que dicho santo es
el único en tener verdadera importancia en esa zona del Lago,
mientras que, en los Andes, forma parte de un sistema religioso
mucho más complejo.

Más todavía que en la fiesta de San Benito, encontré importantes


rasgos africanos en el ritual anual de la Virgen de la Candelaria, que
se celebra los días 2 y 3 de febrero en La Parroquia, o La Punta del
municipio Libertador.

En la tercera fase del desarrollo de dicho ritual (la primera fase es


netamente católica, la segunda es claramente indígena autóctona), la
del sacrificio de los gallos, he mostrado que están presentes muchos
elementos y prácticas ritualísticas que también se encuentran en el
vodú y en el candomblé.

Los documentos históricos me iban a aportar la confirmación de


que, en efecto, hubo cierta población de origen africano en los
Andes: la primera referencia al respecto la encontré en un
documento del siglo xvi en el Archivo General de Indias, Sevilla:
Concierne la petición de fundación de un convento de monjas de una
orden mendicante, con “doncellas nobles, beneméritas hijas y nietas
de los Conquistadores...”, en la época del gobernador Juan Pacheco
Maldonado, siendo Procurador General de Mérida, don Diego
Pulido Pacheco.

Hicieron muchas donaciones a dicho convento, entre las cuales se


encontraban nueve esclavos negros, que mandaron de Gibraltar entre
otras “grandes limosnas”.

La petición para fundar tal convento era de doña Juana de Bedoya,


viuda de Francisco de Altuve de Gavidia, la cual aportó para el
mismo todas sus pertenencias, a saber: nueve estancias en el valle de
las Acequias, una en Mucuchíes, una en Gibraltar (a la orilla del
Lago de Maracaibo), con 6.000 árboles de cacao y ocho esclavos
negros, además de 3.500 pesos de a ocho reales.

Se acostumbraba hacer recolectas, o dar contribuciones o “limosnas”


para ciertas obras, para fundar, por ejemplo, ciertas instituciones
(como es el caso de dicho convento), las cuales se consideraban de
interés común. En aquella ocasión, los “vecinos” de Mérida
contribuyeron con dinero, tapias, tejas, tabaco y algunos esclavos
negros, ofreciendo además dinero para comprar otros, si fuese
necesario. Esos esclavos venían de la zona de cacao del Sur del
Lago de Maracaibo, donde los encomenderos eran “vecinos” de
Mérida.
Según la historiadora Edda Samudio, el primer testimonio de la
presencia de ese grupo étnico… se remonta a un 8 de diciembre de
1578 cuando uno de los vecinos encomenderos de Mérida, Antón o
Antonio Áñez, natural del Reino de Portugal vendía a su yerno
Pedro Zapata, vecino de la ciudad de Espíritu Santo de La Grita, una
esclava negra llamada “Francisca” la cual era de nación Zape y “fue
vendida en 800 pesos de buen oro de veinte quilates”.

Un año después se menciona nuevamente la venta de un esclavo


negro, esta vez de 9 años, “en 84 pesos de buen oro”.

En 1580, el rey de España da 100 licencias de esclavos para las


ciudades de Tunja, Mérida y Pamplona y en 1581, un encomendero
de Acequias le vende a un vecino de Pamplona “un esclavo Bari de
30 años en 120 pesos y Andrés de Vergara, otro de los
encomenderos merideños, compra una esclava negra con una hija de
un año por 200 pesos de buen oro de veintidos quilates y medio el
peso”.

Si solo veinte años después de la fundación de Mérida ya existe en


esta región un comercio de compra y venta de esclavos negros,
aunque sea todavía en pequeña cantidad, esto seguramente se
intensificó después, en los siglos xvii y xviii, que fueron de mayor
actividad en la trata. Y, en efecto, los documentos de compra y venta
se siguen luego sin cesar... como es fácil percatarse en el Archivo de
Mérida en la categoría clasificada bajo el título de “Esclavos y
manumisos”.

En 1657 se decidió separar a los negros del grupo indio del


repartimiento de “Curay” (probablemente Los Curos), y hacer para
ellos dos misas distintas, a fin de que los negros no molestasen a los
indios. Por la misma razón, se decidió llevar a los indios de dicho
repartimiento a Ejido. Si se hacían dos misas, podemos presumir que
la cantidad de esclavos negros no debía ser tan pequeña ya que, en
este caso, no se hubiesen molestado los españoles en hacer una misa
solamente para ellos.

En 1655 se empadronaron en el “valle del Chama”, en el sitio de San


Vicente, jurisdicción de la ciudad de Mérida, 52 negros (entre los
cuales había uno casado con una india), que servían en 12 estancias.
Tres de dichas estancias producían cacao

El año siguiente, en 1656, se empadrona también a los esclavos


negros del sitio de Tucani, donde se había traído a esos negros a fin
de que los indios Tucaníes fuesen amparados “por el evidente
peligro que se tiene de que se mueran y acaban, como lo ha
mostrado la experiencia en todos los demás que fueron removidos al
tiempo de las agregaciones...”.

Entre las 31 estancias de “arboledas de cacao” de esa zona, había


seis que tenían esclavos negros: 15 en total. Allí quedaban 25 indios
tributarios y quedaban 30 en Torondoy como consta en el
documento escrito por

Juan Fernández de Rojas en 1656. Según él, esto había sucedido


porque esos indios habían sido removidos y traídos a esa zona desde
otras partes de la provincia:

... por ser esta causa principal y más precisa de dicha visita,
atendiendo en ella misma a la conversación de los pocos indios que
han quedado dejándolos en sus mismos pueblos y naturales, pues si
se removiesen de ellos a otras partes, sucederían los mismos
inconvenientes que se han experimentado en el consumo de todos
aquellos que fueron sacados de su natural y agregados el dicho
Tucani y Torondoy de que formaron aquellos pueblos y doctrinas y
así corre particular cuidado, ha visto y conocido el medio más
proporcionado que este negocio puede tener y el que allá es que el
dicho Tucani se doctrina con los negros que benefician las
arboledasde cacao de estos llanos en los valles de Chimomo y
Mojaján comprendiendo las estancias de los herederos del capitán
don Fernando de Arriete y todas las de los Bobures

Esta disminución de la población india en esta zona, de Tucani a


Bobures, ha debido intensificarse con el tiempo, y hoy en día
podemos observar que la población de esta zona tiene evidentemente
antecedentes étnicos diferentes de las poblaciones comprendidas
entre Lagunillas y Santo Domingo, por ejemplo. Es decir que la
gente de arriba como la llamaba fray Pedro de Aguado y como hoy
todavía la llaman los actuales campesinos, sobrevivió a la Conquista
y a la Colonia, y se adaptó en cierta medida al sistema de la
encomienda, introduciendo sin embargo ciertas innovaciones no
perceptibles en la perspectiva de los españoles, y tiene en el siglo xx
representación en buen número de campesinos, descendientes de
ella, mientras que “la gente de abajo” esta población indígena se
extinguió y fue sustituida por una población de origen africano,
fenómeno que es perceptible hoy todavía y se va intensificando a
medida que uno va bajando de los Andes, hasta llegar a Bobures.

Una de las principales razones para traer esclavos negros a los


Andes habría sido entonces la sustitución de la mano de obra
indígena, que se estaba extinguiendo en ciertas zonas, cosa que
también recalca Edda Samudio, que escribe:

Las ordenanzas de Mérida en 1620 determinaron que los indígenas


de la región no fueran ocupados en las obrajes de paños, ni en los
trapiches e ingenios de miel y azúcar. Para esas labores se determinó
la utilización de la mano de obra esclava, o “cualquier otro género
de servicio.

Tenemos, por consiguiente, la prueba de que sí hubo cierta


población de origen africano en los Andes, aunque más concentrada
en la zona de Pie de monte, hacia el Lago de Maracaibo. Existió
también en el resto de la Cordillera, sin embargo, donde era utilizada
aparentemente sobre todo en el servicio doméstico y en la artesanía,
aunque también como mano de obra en las estancias de cacao, así
como en trapiches. Dichos trapiches se consiguen todavía en los
valles del Chama hasta la altura de la ciudad de Mérida, de modo
que estoy persuadida de que en ellos también hubo cierta cantidad
bastante representativa de mano de obra esclava, especialmente en la
zona de Zumba-La Parroquia-Los Curos (municipio La Punta o
Rodríguez Suárez) donde hubo haciendas de caña de azúcar hasta
muy recientemente. Las razones para afirmar esto son las siguientes:

Es en dicha zona de caña donde se sitúa la capillita de la Virgen de


la Candelaria, en cuya fiesta hemos encontrado rasgos culturales
africanos. Además, tenemos que el nombre mismo de los
“Danzantes de la Virgen” es “los Negritos de Zumba”, o “Negritos
de la Virgen”, y que los mismos afirman que el origen de este ritual
se remonta a unos negros esclavos.

Los datos demográficos encontrados hasta el momento parecerían


indicar más bien una concentración de los esclavos en la hacienda de
Los Estanques, y no en La Parroquia-Zumba, a pesar de que es en
esta última zona donde permaneció hasta hoy un ritual de probable
origen africano.

2. Un Solo Pueblo- Gaita de Tambores. 3:50

Zapegato en la Tradición Popular. San Benito Hasta la 3:36:56


3. Tradición y Canto: Gaita de Tambora: 3:27

Este santo es sin duda el más popular de los Andes. Es el santo cuyo
ritual tiene un calendario bastante anárquico si se considera el
conjunto de las comunidades: hemos visto que lo celebran en La
Pedregosa, a finales de noviembre, pero también lo bailan en forma
menos colectiva en cada casa después de las paraduras de enero. En
otras partes se “baila el San Benito” a fines de diciembre, o a
principios de enero; podemos decir que prácticamente cada caserío o
aldea tiene un día distinto para celebrarlo, aunque esto sucede
siempre en una época que va de octubre a enero. Sin embargo, se
puede “bailar al santo” también en cualquier época del año, por
“promesa” particular. Esto es observable no sólo en el estado
Mérida, sino también en Trujillo y al sur del lago de Maracaibo.

San Benito no es un santo de la Iglesia: los sacerdotes no lo aceptan


y le han hecho a menudo la guerra, excepto en las comunidades afro
del sur del lago, donde constituye el objeto del único ritual de gran
importancia en el año. Los obispos andinos han procurado a menudo
prohibir los paseos del santo, en vano. Es que en dichos rituales no
se necesita la presencia de un sacerdote, muy al contrario.

Se trata de un santo negro, cuyas estatuas, muy numerosas (en


principio cada hogar tiene una) son muy pequeñas en la cordillera de
Mérida: miden generalmente de 5 a 25 centímetros de alto, y se
conservan a menudo en una casita de madera pintada. Los
campesinos acostumbran al labrar y pintar ellos mismos dichas
estatuillas.

Cada mayordomo del santo está en la obligación de tener su propia


estatua, se recomienda que también los vasallos tengan la suya, y se
sienten endeudados con el santo mientras no la tengan. Cada quien
guarda al santo en el altar de su casa hasta que lo lleve a pasear, en
cuyo caso se lo lleva a la capilla. La capilla de San Benito se
encuentra en La Pedregosa arriba en la mitad de arriba (arriba de
arriba, ya que la capilla de San Rafael está abajo de arriba). En esta
capilla solo queda un momento, el tiempo para bailarlo adentro. La
costumbre andina es en este sentido diferente de la del sur del lago
donde la estatua del santo es colectiva y tiene buen tamaño: de un
metro a 1,20 aproximadamente, según las comunidades, teniendo
cada una de estas su santo, el cual es guardado todo el año en la
iglesia o capilla de dicha comunidad, en el puesto de honor.

El ritual merideño comprende principalmente el baile con libaciones


casi continuas. Se hace bailar también al mismo santo, lo hacen
beber también con sus vasallos. El baile es muy variado y
comprende distintos momentos, y hasta se vuelve frenético a veces.
Cada bailarín agita una maraca, y el baile se realiza a menudo en
forma de círculo, o en fila “que culebrea”.

Aunque sea la maraca el instrumento principal, también hay unos


músicos que tocan cuatro, violín y tambor. Son los bailarines los
personajes más importantes del ritual. Toda la comunidad que
participa en el baile, adultos y niños, mujeres y hombres.

Se cuenta que era “un cochinero negro que ayudaba a sus hermanos
del mismo color. Cultivaba sus campos y le gustaba la medicina, que
practicaba con éxito”.

San Benito favorece por consiguiente la agricultura, y le hacen


ofrendas de maíz, de gallinas, cochinos, le ofrecen miche en los
Andes y ron en la zona sur del lago. También cura a los enfermos.

Su ritual se llama, lo mismo que en el caso de los demás santos,


“paseo de San Benito”. El recorrido es distinto al de San Rafael, ya
que lo llevan de la casa del mayordomo. Se lleva la estatuilla en su
casita a la salida del alba, y se la “baja” a la capilla, de donde luego
se la llevan los socios hacia abajo bailando y bebiendo. Se entra con
ella en toda casa que se consigue en el recorrido o cuyos dueños
manifiestan el deseo de hospedarlo: ahí el dueño ofrece las
libaciones a bailarines y músicos, mientras los demás esperan afuera
para seguir el “paseo”. Bailan al santo en un patio o en algún cuarto
de la casa antes de dejar esta.

Se llega hasta el límite entre las dos mitades de la comunidad, en el


caso de La Pedregosa: es decir que San Benito, lo mismo que San
Rafael, pertenece a arriba. La parada es obligatoria en todas las
bodegas, cuyos propietarios deben las libaciones a todos. Esta fiesta
dura dos días y dos noches. Todos terminan por consiguiente
totalmente ebrios. Cada vez que se termina una libación se grita:
“¡Viva San Benito! ¡Viva la música!”

Las mujeres le ofrecen frutas, flores de su jardín y se le acercan para


tocarle y decirle algo. Le agradecen en voz alta por los favores
obtenidos, o le piden otros (curación de algún pariente enfermo,
trabajo asalariado para el marido o un hijo, una buena cosecha, etc.).

El ritual es muy parecido en todas las comunidades andinas.

Cuando se baila al santo en enero después de una Paradura, se hace


en cada casa separadamente, en el patio de atrás, con algunos
“cantores de Paraduras”, pues entre estos siempre hay también
socios de San Benito. Los mismos individuos tienen en efecto a
menudo varios papeles o cargos en la comunidad. El ritual de San
Benito de paraduras es corto: no dura más de una hora, a veces
menos, pues los socios están cansados por su trabajo de cantante (del
cual hablaremos al describir las paraduras). Se hace bailar a una
estatuilla del mismo dueño de la casa, o a la que trajo consigo un
mayordomo del santo, o un vasallo.

Los rituales de importancia aún mayor que se realizan en su honor


en la zona sur del lago de Maracaibo y que llevan el nombre de
“chimbanguele” nos pueden ayudar, en el sentido de que apuntan
hacia un origen africano de tales ritos y creencias. En la región del
lago en cuestión no hay en efecto sino aldeas de descendientes
africanos, traídos a esta zona del siglo xvi al xix para trabajar en las
plantaciones, al principio en las de cacao y de algodón, más tarde en
las de caña de azúcar. La población autóctona desapareció temprano:
fue exterminada en las rebeliones de ciertos grupos, o transportada a
encomiendas andinas en otros casos.

El hecho es que a fines del siglo xvi ya había negros en la zona, y


también los había en la cordillera. La población actual del sur del
lago, que cuenta en total unos 6.000 individuos, tiene una cultura
netamente afroamericana, que ha sido renovada en muchas
oportunidades por aportes antillanos

Ya no se puede dudar hoy de que hubo esclavos de origen africano


en la misma cordillera de Mérida. Fueron utilizados en las
plantaciones de cacao, en el servicio doméstico y en la artesanía al
principio. Más tarde fueron probablemente transferidos al trabajo en
las haciendas de caña de azúcar así como en los trapiches, de los
cuales había un cierto número que funcionaba en las inmediaciones
de la ciudad de Mérida hace todavía pocos años. El hecho es que
hoy ya no quedan rasgos físicos en la población para delatar esta
antigua presencia africana. ¿Se fueron ellos de la cordillera cuando
los liberaron? ¿O los absorbió la población indígena, más numerosa?

Algunos vestigios de su estadía han permanecido, sin embargo, en


ciertos rituales tales como el de San Benito y el de la Virgen de La
Candelaria, que describiré luego. Es más probable que estos ritos
tengan su origen en un culto africano aportado a la zona por los
esclavos, que pensar que esta influencia en la cultura merideña haya
podido llegarle desde la zona sur del lago de Maracaibo. La
población de esta última zona no tiene ninguna relación con la
población andina, a pesar de que algunas de sus aldeas se encuentran
en un territorio que pertenece también al estado Mérida, como hay
otras que pertenecen al estado Trujillo.

A pesar de la desaparición en la cordillera de la música africana (de


la cual se conservan tal vez solo algunos “golpes”), mientras que
esta se ha conservado al sur del lago, la fiesta del santo conserva, sin
embargo, esta característica de baile, música y bebida, se observa
también la misma familiaridad en el trato del santo con sus fieles, lo
que es común a los rituales afroamericanos.

Es importante también apuntar la relación del santo con el agua, ya


que se le pide a menudo durante su ritual andino el favor de hacer
llover. Este ritual coincide con el principio de la sequía. Se cantará a
menudo a San Benito en el curso de su ritual andino: “San Benito
quita el sol pone el agua”, mientras que se dirá a la inversa a San
Isidro en mayo: “San Isidro quita el agua pone el sol”. La relación
con el agua está entonces explícita en el caso de San Benito, como lo
está también en el caso de San Rafael, aunque por otras razones.

4. Un Solo Pueblo- REBOLEAITO GAITA de Tambora: 3:04

Zapegato con el Santo de La semana. San Benito. Hasta la 3:51:22


5. Vasallos del Sol. Linda Mañana. 2:16

Con especial devoción

Debo a Benito implorar

Cuando me pueda librar

De toda tribulación

Donde Benito nació

Fue el Fuerte de San Fratello

Así lo proveyó el cielo

Aunque el negro se inclinó

A religioso se entró

En la menor religión

Y fue toda admiración

De cuantos llegó a tratar

Fue San Filadelfio el Fuerte

Por haber allí un castillo

Donde consiguió martirio

Quien tuvo tal nombre suerte

Dispuso el cielo ampliamente

Nazca en esa población


Sea la menor religión

Que tanto había de ilustrar

Al yermó se retiró

Aunque al mundo atraído

Para no ser aplaudido

Que de sí se avergonzó

Y luego determinó

Irse a otro despoblado

Donde no fuese buscado

Del concurso popular

Palermo, la gran ciudad

Fue de milagros taller

Y supo el concurso hacer

De cierta su austeridad

Y cuando la claridad

Le buscaba en su rincón

Ocasión de admiración

Los milagros que iba a obrar

Su muerte en Pascua Florida


Que fuse dispuso el cielo

Porque del Santo el anhelo

Fue padecer de por vida

Haga del mundo salida

Si su vida fue pasión

Este día es la ocasión

De irse con Cristo a reinar

Presumiendo su prelado

Que el día de su discurso

Sería tan grande el concurso

Viéndole tan aclamado

Padre dijo no hay cuidado

Porque se irán a función

De otra gran celebración

Sin ruido me han de enterrar

Su cadáver venerado

Se conserva tan entero

Como en el día primero

En que el Santo fue enterrado


De todos es invocado

Con tan grande devoción

Que sólo su invocación

Sabe a todos consolar

De Palermo es el patrono

De los enfermos salud

Socorre con prontitud

No esperando algún retorno

Sed santo mío en mi abono

Consuelo de mi aflicción

Líbrame en esta ocasión

De no volver a pecar

Con especial devoción

Debo a Benito implorar

Cuando me pueda librar

De toda tribulación.

6. Aurita Uribarri- Esta amaneciendo es Navidad: 3:38

Operador máster: Víctor Dávila Evert Calderón, María Consuelo


Pérez
Grabación, edición y montaje: Francisco Osuna y Liz Hernández

Coordinación de Prensa y Producción: Jhon Guerrero

Locutor de Guardia: Simón Andrade

Telecomunicaciones y Asistencia Técnica: Edmy Venegas

Gerencia Regional: Carlos Suárez

Presidencia del Sistema YVKE Mundial a nivel nacional: Alejando


Silva

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