Está en la página 1de 9

UN LUGAR PARA L’ALENGUA DEL CUERPO

Por Éric Laurent

Bruselas, 2019-07-13[1]

¿De qué manera el aparato viviente toma medida del mundo? Una ilusión se
impuso: sería a partir del sistema de percepción correlacionado a un supuesto
sujeto unificado del conocimiento dotado de consciencia de sí mismo. Lo
inconsciente sería entonces concebido como el reverso de este aparato. Sería un
sistema de huellas correlacionado a un sujeto unificado de desconocimiento y no
dotado de consciencia de sí. Los recursos del cerebro parecen inagotables a los
ojos de aquellos que sostienen la unidad de la psiquis para poder alojar al sujeto
unificado de la consciencia y su reverso inconsciente. A continuación, van en
búsqueda del punto en el cerebro donde se operaría la conjunción de diferentes
módulos de tratamiento de las informaciones que provienen del mundo sean o no
conscientes.

            Al reverso de esta concepción, el inconsciente freudiano, leído por Lacan,


es un sistema de escritura no biológica. Él va más allá del sujeto del
conocimiento, de la unidad del percipiens. Los diferentes circuitos pulsionales
están correlacionados a objetos que los causan y localizan un goce equívoco.
Cada circuito define un perceptum de goce que divide al sujeto según
modalidades particulares. La marca de goce es del orden del éxtasis, de la
ausencia, una modalidad del agujero. Será alrededor de estos agujeros que las
idas y vueltas del lenguaje delimitarán el trauma de goce según el enganche a una
escritura. Será sobre el cuerpo que se escribirán las marcas de lalengua con
consecuencias sobre el tratamiento del goce que la biología lacaniana, según la
expresión de Jacques-Alain Miller, explora.
            Entonces, veremos primeramente las particularidades del aparato psíquico
según Freud. En un segundo momento, usaremos como profesores por la
negativa a algunos de aquellos que pretenden localizar en el cerebro el aparato
psíquico y su enganche al lenguaje. Y finalmente, veremos qué modo de escritura
compete al goce y cómo la inscripción sobre el cuerpo de sus modalidades
permite ir más allá de una ficción unificadora de un supuesto sujeto del goce.

El lugar del aparato psíquico


            Entonces, primeramente, el lugar del aparato psíquico. El lugar. Es desde
el principio un problema que se planteó Freud en La interpretación de los sueños.
Es necesario un lugar para el inconsciente. Y Freud no lo establece a partir de las
investigaciones neurológicas que acababa, sin embargo, de llevar a cabo sobre las
parálisis infantiles y las afasias. Deduce, a priori, el lugar que convendría al
inconsciente que supone, cómo siendo aquel que se deduce de la existencia de los
pensamientos del sueño. Se autoriza de Fechner para desarrollar la naturaleza de
la otra escena como un aparato particular. Este aparato debe dar cuenta del
funcionamiento del inconsciente en tanto que éste no es máquina para producir
imágenes, sino una máquina para producir un cierto tipo de escritura figurada. El
sueño es así algo que fundamentalmente se lee. Freud lo dice, lo cito: “La
comparación del sueño con un sistema de escritura aparecerá todavía más
apropiado que la de un lenguaje”. Y cita los jeroglíficos egipcios o la escritura
china, sosteniendo que hay, como en esas escrituras antiguas, significaciones
múltiples y es el contexto que hace posible la traducción exacta cada vez.
La localización de este aparato debe poder permitir el complejo funcionamiento
que mezcla la dimensión espacial de la escritura y la concatenación de la lengua
hablada.

Freud hará del aparato psíquico, no localizado anatómicamente sino extendido en


un cierto espacio, el fundamento de su tópica. Al final de su obra, para separar las
ambigüedades entre el aparato psíquico y el aparato de percepción, dirá que el
espacio que percibimos viene, de hecho, del aparato psíquico.  Lo cito, en una de
sus notas del final de su vida: “Es posible que la espacialidad sea la proyección
de la extensión del aparato psíquico. En lugar de las condiciones a priori del
aparato psíquico según Kant, el sujeto trascendental, la psiquis se extiende y sin
saberlo.”
Lacan irá más lejos. No supondrá ningún aparato psíquico. Pero desarrollará una
topología del sujeto en su relación al goce. Acabará haciendo del embrollo
topológico del nudo de tres consistencias -de lo real, lo simbólico, lo imaginario-,
no solamente el fundamento del espacio, como lo había dicho Freud con su
propio aparato, sino que además Lacan añade el tiempo. Lo cito:

“Entre su simbólico, su imaginario y su real, ¿no sienten que su tiempo sucede


estando ahí tironeado? Eso sugiere que el espacio implica el tiempo, y que el
tiempo no es tal vez nada más que una secesión de instantes de tironeo.”

Tironeo. La palabra viene, por supuesto, de Descartes como la remarcable


exposición de Anne-Laure Boch nos hizo escuchar acerca de los tironeos de la
glándula pineal.
El inconsciente y el cerebro en ese nivel de creación no tienen verdaderamente
nada en común. Lacan finiquita el proyecto freudiano. El espacio y el tiempo que
supone el sujeto del inconsciente no son ya un a priori. Tienen un fundamento en
la topología propia a la inscripción del inconsciente sin suponer ninguna unidad,
sino tironeos.
            Segundo punto. Hay autores para los que el inconsciente y el cerebro
tienen todo en común. Forman una tendencia en la investigación en
neurociencias. Serán nuestros profesores por la negativa. Un autor entre los más
reconocidos en esta orientación retendrá nuestra atención. Lionel Naccache,
egresado de la escuela normal, profesor en medicina que, desde hace más de
veinte años, expone brillantemente sus tesis sobre el nuevo inconsciente. Los
títulos de sus obras son muy expresivos. Retendré dos: El nuevo inconsciente.
Freud, Cristóbal Colón de las neurociencias en 2006 y el último ¿Habla usted
cerebro? con su esposa, Karine Naccache en 2018.
            Su estrategia consiste en partir de la evidencia de los procesos
inconscientes, dando el crédito a Freud como siendo el pionero. Según él, es lo
que permitió el desarrollo de las ciencias neurocognitivas, llamando a nuevos
paradigmas científicos, introduciendo la teoría de la información para describir
las operaciones mentales, así como nuevas tecnologías de entras las cuales en
primer lugar está la imaginería cerebral funcional.

Es así como fueron objetivadas, lo cito:

“La multiplicidad de procesos mentales inconscientes coexisten y se distinguen


los unos de los otros tanto por su correlato cerebral como por su complejidad
representacional. Estas diversas formas de procesos mentales inconscientes no
parecen compartir nada, a excepción del criterio negativo, que utilizamos para
reagruparlas. Son inconscientes, es decir que no son comunicables por el sujeto
que las aloja. Una de las razones fundamentales es el factor tiempo, pues estos
procesos duran algunas centenas de milésimas de segundos, en este espacio
tiempo no percibimos nada.”

Una vez situado el recubrimiento del cerebro y del inconsciente, rápidamente el


autor esgrime las diferencias del inconsciente según las neurociencias y según
Freud. Dos mecanismos freudianos no tienen, de entrada, ningún correlato
posible en las neurociencias: la represión y el lazo de atención con el lenguaje y
el sentido. Luego, rápidamente, más allá de las discordancias vienen las
incompatibilidades radicales.  Cito a Naccache:
“¿De qué sombrero sacó Freud esa relación exclusiva del sistema inconsciente a
la primera infancia del sujeto? ¿Por qué la dimensión sexual de las
representaciones mentales constituye repentinamente un atributo primordial?”

A las hipótesis freudianas, para él no verificables, opone la observación de


sujetos con daño cerebral y las experiencias de laboratorio correlacionadas a los
resultados de la imaginería cerebral. Constatamos que la percepción de una
palabra no tiene ningún privilegio en relación con otras percepciones, visuales,
por ejemplo. Para que devengan conscientes hace falta un cierto tiempo, es todo.
Concluye, lo cito:

“No existe ningún estatuto especifico para las representaciones de las palabras.
Por supuesto, no cuestionamos el rol mayor del lenguaje, particularmente del
lenguaje anterior, en la verbalización de nuestros contenidos conscientes. Sin
embargo, existen hoy evidencias clínicas y experimentales suficientes para
afirmar que un contenido mental consciente no es necesariamente verbal”.

Entonces, concluye muy lógicamente: “El inconsciente freudiano es


enormemente incompatible con el inconsciente cognitivo”.

            De manera más precisa, subraya muy bien que para el inconsciente
freudiano no es la no-percepción lo que es crucial, sino el hecho que los
pensamientos formados como los de la consciencia no son sin embargo
asignables a un sujeto. Lo cito:

“En su descripción del inconsciente, Freud no duda en atribuir al inconsciente un


juego de atributos que nos parecen ser lo propio de la consciencia. Modo de
pensar estratégico, entonces de las intenciones, duración de la vida de las
representaciones mentales del inconsciente liberadas de la evanescencia
temporal, carácter intencional y espontaneo, etc. Es un modo de pensar que
considera que la realidad profunda de la vida psíquica procede necesariamente de
la construcción de una significación para el sujeto. He aquí lo que no es común.”

Es en efecto, lo subrayó bien, la particularidad del inconsciente freudiano que no


se parece a ningún otro de los múltiples inconscientes que florecieron desde el
siglo XIX con fines explicativos múltiples. Es por ello por lo que Lacan quiso, a
lo largo de toda su enseñanza, proponer otros significantes, otras palabras, para
designar la Cosa freudiana, hasta hablar de parlêtre.
Mucho antes del desarrollo de las neurociencias contemporáneas, Lacan se
confrontó a un proyecto neurológico queriendo hacer recubrir cerebro e
inconsciente. Era aquel de Henry Ey.

Para diferenciar los dos campos, Lacan examinó las enseñanzas a sacar del
paciente con daño cerebral más famoso hasta los años ‘50 en toda la clínica
europea, el paciente Schneider, herido en 1914, quién fue tratado por los dos
celebres neurólogos, Gelb y Goldstein.

Entonces de ese paciente, Lacan dice que va a examinar las enseñanzas que hay
que sacar del caso para oponerlas a las enseñanzas que se puede sacar de la
locura como tal, tal como lo es del lado del inconsciente. Entonces, dice, el
famoso enfermo de Gelb y Goldstein presentaba una ceguera psíquica -se le
había incrustado un metal en el cráneo, en la parte posterior- de los trastornos
electivos de todo el simbolismo categorial, así como una abolición del
comportamiento del señalar, en contraste con el de la preservación de
información. Había trastornos agnósticos muy elevados que deben ser concebidos
como un símbolo de fuente perceptiva, déficit de aprehensión significativo en
tanto tal manifiesto por la imposibilidad de entender la analogía en un
movimiento directo de inteligencia. También había una ceguera singular a la
intuición del número como tal, lo que no le impidió operar mecánicamente con
los números uno tras otro. Estaba privado de cualquier razonamiento abstracto
y a fortiori especulativo.
Así, Lacan constata la reacción de la personalidad general de este paciente a este
trastorno neurológico y él interroga qué diferencia hay entre la reacción global de
la personalidad del paciente con daño cerebral con lo que entra dentro del
dominio de la locura. Y subraya que no basta con decir que, para el paciente, el
trastorno está aislado. ¡No! Toda su personalidad está tomada allí en respuesta a
este trastorno. Y Lacan también señala que éste se aferra invenciones lenguajeras
tan neológicas como aquellas que figuran en las psicosis. Lacan concluye acerca
de lo que contribuye a la condición humana el examen de esta agnosia visual para
separarla del conocimiento del inconsciente a través de la psicosis. El caso, dice,
de Claire de Goldstein revela, no sólo para los neurólogos, sino para los filósofos
y sin duda más más los filósofos que a los neurólogos, una estructura constitutiva
del conocimiento humano, a saber, ese soporte que el simbolismo del
pensamiento encuentra en la percepción visual y que voy a llamar con ustedes
‘una relación de fundación’.

El filósofo del que Lacan habla es precisamente Merleau-Ponty, quien se dedicó


a este caso en su fenomenología de la percepción, publicado en el ‘45, con más
de 50 páginas muy densas. Coloca la agnosia de Schneider más allá de la pérdida
de percepción, de la pérdida de la Gestalt general, como una pérdida de
intencionalidad motriz ligada en relación con lo visible.
Así, desde sus comentarios sobre la causalidad psíquica, Lacan se distancia del
proyecto filosófico de Merleau-Ponty, pero le serán necesarios cerca de 20 años
para dar un fundamento del ser de la mirada, el objeto mirada con su
dimensión perceptum fuera-del-cuerpo. Es una ruptura con la fenomenología
para quien el sujeto de la percepción sigue siendo fundamentalmente unitario, un
ser en el mundo a través de un cuerpo. Para Lacan, la alteración neurológica del
paciente nos enseña algo, ¡por supuesto! Y más aún algo fundamental, pero debe
ser seriamente distinguido de los trastornos relacionados con el sujeto del
inconsciente que apunta la psicosis.
Más próximo de nosotros que Merleau-Ponty, el eminente neurólogo Olivier
Sachs ha sabido hacer de los pacientes neurológicos una auténtica individualidad,
un ser singular en relación con las normas comunes, distinto sin embargo de la
posición de la locura y dando un lugar a la nueva disciplina de la neurología de la
identidad sin por lo tanto aproximarla a lo que se puede deducir del sujeto
freudiano.

Vayamos a la tercera parte.

El cerebro y la red del lenguaje


Hay una antinomia entre la inscripción de huellas en el cerebro por el modelo de
desencadenamiento simultáneo de las sinapsis -el fire together– y el modelo de
escritura. Los conjuntos neuronales formados por el fire together se inscriben
como una cartografía por las conexiones excitatorias -el wiring– entre los
miembros de este conjunto. En esta brecha entre cartografía y huella, se enfrentan
diferentes corrientes para pensar en la relación del cerebro y el lenguaje. Algunas
lo hacen por imbricaciones sucesivas de las cartografías, por superposición de
redes a partir de instrumentos de percepción de los mundos exterior e interior que
las conjuntos neuronales dibujan.
Otros eminentes biólogos, como Gerald Edelman -premio Nobel de medicina en
el ‘72 por su investigación de anticuerpos, que luego pasó de los anticuerpos a la
búsqueda de la identidad de los cuerpos y, por lo tanto, a la biología de la
conciencia- deja claro que no hay continuidad posible en términos de percepción
y nominación porque los equívocos de la nominación en el lenguaje vuelven
imposibles todo aprendizaje por adecuación. Como él dice -cito-: “La metáfora y
la metonimia son modos de pensamiento importantes, ambos son incompatibles
con la concepción objetivista”. Y para él hay una discontinuidad por la que no se
puede pensar por superposición cartográfica el pasaje al lenguaje.
Otros, como Antonio Damasio, no renuncian a pensar el lenguaje como resultado
de integraciones sucesivas en el yo de las representaciones neuronales. El yo
sería un estado neurológico perpetuamente recreado de las representaciones
neuronales topográficamente organizadas en mando de otras de nivel superior, el
proceso resulta en representaciones finales que son las palabras. Cito: “A menudo
se olvida que las palabras y los símbolos arbitrarios se basan en representaciones
topográficamente organizadas y pueden convertirse en imágenes”. Esas palabras
basadas en cartografías, nos hace pensar en la metáfora propuesta por Lacan en
su conferencia de 1967, que fue citada varias veces esta mañana: “El lenguaje
descansa como una araña en el cerebro”. La araña en el cerebro, ¡cuidado! Ésta
no es la expresión argótica introducida en el siglo XIX “tener una araña en el
techo.” Es una metáfora que ha estado corriendo a través de la cultura occidental
desde la antigüedad. Para Heráclito, la araña representa el alma y la telaraña el
cuerpo. Erasmo, en sus prodigiosos adagios, como siempre, sostiene la
comparación y recuerda ambas versiones que oponen Plutarco y Aristóteles.
Plutarco hace de la araña la metáfora de la invención poética. “El poeta como la
araña que teje su telaraña de su cuerpo y un hombre que teje de sí mismo la
materia de sus mentiras.” Aristóteles, al contrario, en La naturaleza de los
animales, en el libro # 9, añade: “Las arañas producen su fibra desde que nacen
haciéndola salir no del interior de su cuerpo, como el excremento -así como lo
pensaba Demócrito- sino de la superficie de ésta, como una corteza o a la manera
en que el puercoespín que hace brotar sus espinas de su piel ». Lucrecio, unos
siglos más tarde, utiliza la delgadez de la tela de araña para dar una idea de la
sutileza de las imágenes invisibles presentes en el aire a nuestro alrededor. Cito:
“Sutiles imágenes de todas las especies que erran en masa y en todas partes
chocan en los aires y fácilmente se tejen como telas de araña».
Este ejemplo de la araña de la invención no está reservado sólo para los poetas,
sino que también permitirá en la época moderna denunciar la posición filosófica
que hace del individuo y sus sensaciones el fundamento de nuestra relación con
el mundo. Nietzsche lo dice así: “Los hábitos de nuestros sentidos nos han hecho
caer en las engañosas redes de la sensación. Estamos en nuestra tela como arañas
y sea lo que sea que tomemos, sólo podemos tomar lo que está destinado a estar
atrapado en nuestra red”.

Lacan, lector de Nietzsche, utilizó por primera vez la araña para denunciar la
posición idealista en el psicoanálisis. Un sueño idealista de que cada sujeto es
como una araña que debe sacar de sí mismo al hilo de la tela, contra lo que
afirma la primacía del Otro en la cuestión del deseo frente a cualquier concepción
solipsista que restauraría al nivel de deseo. Cito: “El mito que se desarrolló a
nivel del conocimiento para hacer del mundo una especie de vasta tela
enteramente tejida del vientre de la araña sujeto”.
En su seminario sobre psicosis, señala que para Schreber las palabras del profesor
Flechsig le penetran como telas de araña. Pero, es principalmente en el seminario
XX, en 1973, que va a desarrollar la metáfora reticular avanzada en la
conferencia de 1967 precisando que esta tela se trata de lo escrito. Lo cito:

“[…] la formalización de la lógica matemática tan bien hecha por solo sostenerse
en lo escrito, ¿no nos serviría en el proceso analítico […]? Si se me permite
ilustrarlo con una imagen, lo tomaría fácilmente de lo que en la naturaleza más
parece aproximarse a esa reducción a las dimensiones de la superficie que exige
lo escrito, y que maravillaba ya a Spinoza: el trabajo del texto que sale del vientre
de la araña, su tela.»[2]
El examen de la escritura y su combinación le da a Lacan una base para el
significante que viene a envolverse alrededor de esta primera inscripción de un
real distinto de lo simbólico. Es así como repudia cualquier desconexión entre el
cerebro y la estructura lógica del inconsciente como lo había hecho, al contrario,
Claude Lévi-Strauss.

Entonces, concluyamos

Escrituras y el cuerpo
Si el trabajo del texto de la araña sale de un punto opaco de su cuerpo, el trabajo
del texto que se produce en el sueño está inscrito en varios puntos del cuerpo
alrededor de los agujeros pulsionales, lugares del traumatismo del goce. [Me
quedan cinco minutos]. Este recurso permite a Lacan prescindir de toda unidad
del sujeto de la percepción para escribir en el cuerpo las huellas del goce, la
huella de los pensamientos como un agujero alrededor del cual vendrán a
envolverlas las vueltas del dicho, los subconjuntos del goce reenvían a lo
heterogéneo del fantasma y a sus diversos montajes. Como el recurso a la
metáfora de la sepultura en Radiofonía, se puede poner comparar el Uno del
cuerpo con la multiplicidad de objetos que articula el cuerpo y los fuera-del-
cuerpo. Los elementos que permanecen fuera del cuerpo, los instrumentos del
goce son de una profusión que se esfuerza por querer figurar lo innombrable.
Pero no hay necesidad de la unidad del sujeto de la percepción y su supuesta
encarnación en el cerebro para escribir los traumatismos del goce. En la
experiencia analítica, podemos seguir el trabajo del texto que reduce los límites
de significado, a la inscripción de una letra y el anclaje a un significante que se
produce. Tomemos como ejemplo el último testimonio del pase de Clotilde
Leguil para mostrarlo. También pueden leerlo. “El cifrado es una cuestión de
escritura en el sentido más fundamental de la escritura topológica, que se
convierte por excelencia en la letra matemática para Lacan. Las diferentes capas
de cebolla que envuelven el núcleo del sujeto se deshacen hasta que actualizar un
nuevo amor por el inconsciente, partener contingente producido por la
experiencia analítica, tela lógica colocado en el cerebro que lo determina, pero
sin suponer que sea un piloto unificado”. Nuestras glándulas pineales múltiples
acogen el encuentro con síntomas, los afectos, todo lo que cada uno -cito a
Lacan: “[…] marca la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de
su exilio de las relación sexual.»[3]
Gracias.

[1] Conferencia pronunciada el 13 de julio del 2019, durante el 5to Congreso


Europeo de Psicoanálisis “El inconsciente y el cerebro – nada en común” de
PIPOL 9.
Traducción al español por Micaela Frattura y Patricio Moreno Parra.

Versión en francés: https://psicoanalisislacaniano.com/elaurent-
lieupourlalangueducorps-20190713/
[2] J. Lacan. El Seminario, libro XX, Aún. Buenos Aires: Paidós, 2016, pp. 112-
113.
[3] Ibid., p. 175.

También podría gustarte