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UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR

DEPARTAMENTO DE PLANIFICACIÓN URBANA


PL-2117 DINÁMICA SOCIAL Y URBANA
MONOGRAFÍA

ANÁLISIS DE POLÍTICAS URBANAS DE ATENCIÓN A LA PROBLEMÁTICA DE


LOS BARRIOS. CARACAS, VENEZUELA

Profesor Estudiante
Urb. Carlos Urdaneta Eduardo Córdoba

Junio, 2021
El acelerado crecimiento de las ciudades, experimentado en las últimas décadas, se
caracteriza por una marcada diferenciación de la población en el acceso al mercado de la
tierra urbana y la vivienda, lo que se traduce en incuestionables procesos de exclusión social
y segregación espacial. Las consecuencias para las ciudades son evidentes: una acelerada
ocupación de espacios signados, desde su nacimiento, por la precariedad, se acentúan los
niveles de vulnerabilidad de un grueso sector de la población y se alimenta el círculo de la
marginalidad y la pobreza. Esta realidad constituye uno de los mayores problemas que se
vislumbran en el siglo XXI (Pérez, 2008).

Bolívar (2008) menciona que, en el caso venezolano, según datos estadísticos, el proceso
de urbanización ha sido uno de los más veloces de América Latina. Venezuela, con 94 por
ciento de población urbana, tiene uno de los más altos porcentajes de América Latina
(UNPFA, 2007), es decir, en el mundo, ya que América es la región más urbanizada del
planeta. Esa metamorfosis ha tomado forma en la urgencia, con las soluciones de los que
menos recursos tienen. Ello ha traído consecuencias inéditas en cuanto a la organización del
territorio, de la sociedad y del comportamiento individual y colectivo de las familias y
personas

Asimismo, los barrios, aunque son parte fundamental y legitimada de la sociedad


caraqueña, todavía se tratan como territorios transitorios, algunos a sustituir, cuando no son
percibidos como el lado oscuro de la tierra. Probablemente por esto, cuando se emprenden
procesos decididos y promovidos desde el gobierno muchas veces no se asegura su
continuidad: un sinnúmero de propuestas se queda en el papel o no alcanzan los objetivos
planteados al iniciarse, y con frecuencia quedan a medias e incluso entorpecen el proceso de
producción de los barrios (Bolívar, 2008).

“Por ende, se destaca la invisibilidad a la cual son sometidos los barrios por parte de los
que no quisieran que existieran, sea la sociedad civil o el propio Estado” (Bolívar, 2008, p.
57)

En este sentido, Bolívar (2008) afirma que es posible denominar a los barrios como la
forma encontrada por las personas sin hogar que decidieron vivir en las principales ciudades
y metrópolis venezolanas. A pesar de los intentos del Estado de hacer vivienda para los
sectores de población de bajos ingresos, creando en 1928 el Banco Obrero, la limitada
cantidad producida nunca ha satisfecho la demanda y menos la de los sectores de más bajos
ingresos. Sin entrar en detalles, el resultado ha sido que, según datos estadísticos de 1991, el
61,29% de la población urbana venezolana vive en barrios (OCEI, 1991, citado en Villanueva
y Baldó, 1994:342-343). En el caso del área metropolitana de Caracas, según los últimos
datos disponibles, los barrios albergan actualmente el 56,26% de la población.

Sin embargo, durante los primeros años de democracia en Venezuela, los barrios
caraqueños no alcanzaban la magnitud de hoy. Los datos mencionados y la superficie
ocupada por éstos hablan por sí mismos: en 1959, los barrios alcanzaban 1.067,28 hectáreas
(OMPU, 1974, citado en Bolívar, 2008); en 1978, ya se habían expandido a 4.000 ha
(Fundacomun, 1978). Un salto muy grande en pocos años. Este cambio cuantitativo ha
coadyuvado a su consolidación y a los procesos de legitimación. Según Pérez Perdomo
(1991), esta parte de la ciudad no es ilegal, mientras que Bolívar y Ontiveros (1998) dicen
que tal vez goza de un derecho oficial paralelo.

En resumen, Gómez (2007) menciona que la imperfección en el funcionamiento del


mercado de la tierra y de la construcción de viviendas, los problemas estructurales a nivel
político, social y económico, la radicación de la pobreza en países latinoamericanos aunados
a la incapacidad del Estado en desarrollar políticas de tierras y planes urbanos más adaptados
a la realidad y menos discriminatorios, y en ofertar eficientes programas para cubrir la
demanda habitacional, entre otras razones, han permitido la segregación urbana, el
alojamiento desordenado e ineficiente de la ciudad, ocasionando sin duda, el origen de los
asentamientos autoproducidos, los cuales se desarrollaron sin criterios de planificación, sin
atender a los requerimientos de un proyecto urbanístico y sin la asistencia técnica adecuada.

POLÍTICAS HABITACIONALES Y PLANIFICACIÓN URBANA: CÓMO LOS


BARRIOS OCUPARON LA CIUDAD

En este apartado se describirán algunas políticas urbanas de atención a la problemática de


los barrios, apoyados en el trabajo de Cilento y Fossi (1998) titulado “Políticas de Vivienda y
Desarrollo Urbano en Venezuela”, en documentos oficiales y legislación de la República
Bolivariana de Venezuela, así como investigación de campo en los últimos años realizadas
por Gómez (2007).
Entre los años veinte y cincuenta del siglo XX, las experiencias estuvieron marcadas por
el saneamiento y la renovación, se destaca como primera experiencia en la ciudad capital la
reurbanización de El Silencio, proyecto del Arq. Carlos Raúl Villanueva que consistió en el
saneamiento entre 1941 y 1944 de una barriada altamente degradada ubicada en el centro de
la ciudad donde existían 42 prostíbulos, 32 expendios de licores y habitaban 3.100 personas
en 49 casas de vecindad. (De Sola, Ricardo 1988: 53). Posteriormente, se plantea el Primer
Plan Nacional de Vivienda (1946-1949), se construyen los Superbloques (Banco Obrero,
1952-1957) y se ejecutan durante la dictadura de Pérez Jiménez desalojos masivos en
Caracas.

A partir de 1958, posterior a la caída del gobierno dictatorial, se inicia un proceso hasta
hoy día irreversible de invasiones, la producción de barrios urbanos pobres se constituye en la
forma de ocupación residencial del espacio urbano más importante del país por parte de los
estratos sociales menos favorecidos.

Posteriormente, Hurtado (2016) explica que desde 1999, el comienzo de un nuevo


gobierno trajo consigo cambios en la esfera política-institucional, que incluyó el inició de un
proceso constituyente que finalizó con la aprobación de una nueva constitución, marco legal
que amplió el alcance del Estado de derecho, mantuvo algunos derechos sociales establecidos
en la constitución de 1961 y reconoció nuevos derechos con el propósito de garantizar la
inclusión de todos los sectores de la sociedad.
Además, Gómez (2007) reafirma que con “1999” llegó:
 Habilitación Física de las Zonas de Barrios
 Mejoramiento y Ampliación de Casas en Barrios y Urbanizaciones Populares
 Rehabilitación de Urbanizaciones Populares y Cascos Tradicionales
 Nuevas Urbanizaciones y Viviendas de Desarrollo Progresivo.
 Viviendas Regulares (Decreto que Regula el Subsistema de Vivienda y Política
Habitacional, 1999).
Asimismo, destaca notablemente el Programa Caracas Mejoramiento de Barrios
(Cameba 1999-2004): proyecto cofinanciado por el Banco Mundial que busca incorporar a la
estructura planificada de la ciudad de Caracas a unos 200 mil habitantes de las Unidades de
Diseño Urbano5 UDU 10- La Vega y UDU 4- Petare Norte. (FUNDACOMUN:
http://www.fundacomun.gov.ve/proyectos)

El balance supone que, superada la política de desalojo y reemplazo de viviendas, a partir


de los setenta la estrategia, ha estado signada por la aplicación de programas de
“mejoramiento urbano, consolidación y equipamiento”, que han sido catalogados por
Fernández Wagne (2003) como políticas habitacionales de segunda y tercera generación,
programas de pequeña escala, con involucramiento de los pobladores y posteriormente
avanzado los años noventa, programas de mayor alcance promovidos por las agencias
internacionales que se inscriben en la Reforma del Estado, respectivamente.

El llamado mejoramiento urbano de barrios acepta que la existencia de zonas de pobreza


es un problema estructural que en el fondo no puede ser resuelto. Por lo tanto, se plantea el
objetivo de ‘aliviar’ la situación a través del mejoramiento de las condiciones de vida. La
construcción de obras de infraestructura y de equipamientos comunales para lograr el
objetivo no persigue necesariamente la integración definitiva de la zona de barrios a la
ciudad. El enfoque de consolidación de barrios enfatiza el grado de dureza alcanzado por las
viviendas en el barrio, y una dotación mínima de servicios básicos, aunque no necesariamente
al mismo nivel del resto de la ciudad.

En este aspecto, un escenario que ejemplifica lo anterior es el observado en la parroquia


23 de Enero, en el municipio Libertador, donde el entonces alcalde Jorge Rodríguez (2009)
señalaba que, en el marco de la rehabilitación de los barrios, en el 23 de Enero “vamos a
trabajar la parte de la impermeabilización de todos los bloques, lo que tienen que ver con los
ductos, ascensores, carpintería, herrería, pintura de fachadas, electricidad, rehabilitación de
las canchas, plazas, biblioteca. Se construirá el espacio para el equipamiento comunal.”

Por ello, “la consolidación no contempla necesariamente las acciones para la


regularización de la tenencia de la tierra, ni incluye iniciativas para apoyar y fortalecer los
procesos de organización comunitaria” (Conavi, 2000). En definitiva y en la práctica, Gómez
(2007) enfatiza que las políticas de Estado desde el Plan de Emergencia de 1958 —creado
con la finalidad de otorgar salarios a la fuerza laboral, empleándola en la construcción de
pequeñas obras como escaleras de acceso, pavimentación de veredas y creación de
plazoletas en los barrios situados en cerros y/o bordeando quebradas (Diccionario de
Historia de Venezuela, 1997)— hasta la evolución e institucionalización de los llamados
programas de Consolidación y Equipamiento de Barrios y sus modalidades, han fracasado
puesto que sólo han dado respuestas puntuales y coyunturales, por ser intervenciones
parciales, “epidérmicas” o de “acupuntura” carentes de proyectos que solucionen los
problemas urbanos de manera integral.
Por otra parte, y teniendo en cuenta los cambios políticos a partir de 1999, Gómez (2007)
asume que existe un cambio de paradigma en relación a la vivienda y que define una nueva
etapa en la concepción, práctica y administración de este problema en Venezuela. Según
documentos oficiales del Conavi, el Estado asume la responsabilidad de saldar la deuda social
acumulada de un 50% de la población de más bajos ingresos, que ha tenido que autoproducir
su hábitat sin ningún tipo de asistencia técnica. Esto, a pesar que en la práctica, solo se dstinó
el 15% (Gómez, 2007).

Bajo esta premisa, las autoridades del Conavi dan pie a la creación de los programas:
“Habilitación Física de las Zonas de Barrios” y “Mejoramiento y Ampliación de Casas en
Barrios”, como los nuevos programas que regirán la política urbana de atención a los barrios
a partir de marzo de 1999.

En este sentido, Jiménez, et. Al (2008) señala que el programa Habilitación Física de las
Zonas de Barrios es la más importante iniciativa de intervención pública en los barrios
urbanos de Venezuela, parcialmente llevada a cabo hasta el año 2005. El mismo tuvo dos
momentos, el primero (1999-2001) bajo la denominación anterior y el segundo, muy breve
(2005), con el nombre de Programa de Transformación Endógena de Barrios (PTEB).

Así, el Programa de Habilitación Física de Barrios (1999-2005) era un pilar fundamental


en la política de viviendas desde el enfoque de la nueva Carta Magna de 1999, y estaba
conformado por una primera etapa, que de acuerdo con Gómez (2007) correspondía a la
promoción de figuras organizativas jurídicas, asociaciones civiles independientes, con
personalidad jurídica, compuesta por representantes de la comunidad, técnicos del área social
y del área urbana, de la arquitectura, ingeniería y afines, con capacidad técnica y legal para
gestionar junto a los entes gubernamentales los proyectos. Además, el desarrollo de esta
política, que comenzó teniendo éxito y una excelente receptividad en todos los actores,
especialmente en las 246 comunidades que se incorporaron

El gobierno nacional reconocía a los barrios en primer lugar, a través, del levantamiento
integrado de información demográfica y cartográfica de las zonas de barrios de Venezuela,
delimitándolas y asignándoles denominaciones técnicas propias de la metodología de
habilitación: Unidades de Planificación Física (UPFs), Unidades de Diseño Urbano (UDUs),
etc. Y, en segundo lugar, con la contratación del Plan Sectorial de Incorporación a la
Estructura Urbana de las Zonas de Barrios del Área Metropolitana de Caracas y de la Región
Capital. De esta manera, se planteó como propósito general: “saldar la deuda social con las
personas de bajos ingresos que, en su mayoría sin mayor asistencia del Estado, construyeron
una parte sustantiva de las ciudades venezolanas y padecen las deficientes condiciones de
urbanización de los barrios donde residen” (Baldó, 2004: 349).

He allí dos fortalezas del programa que destaca Jiménez et. Al (2008): su clara orientación
hacia la justicia social y la valorización del barrio como hecho socio-cultural. En palabras de
sus promotores, se trataba de “construir la trama social necesaria para apoyar, interpretar,
complementar, fortalecer y servir la corriente principal en la producción del hábitat popular:
los asentamientos urbanos no controlados” (Baldo, 2007). Concretamente, se entendió la
habilitación física de zonas de barrios como “la planificación, programación, elaboración de
proyectos y ejecución de obras de urbanización que permitan una adecuada integración de los
barrios en la estructura urbana de la ciudad y su ambiente construido, así como la superación
de las carencias internas en cuanto a los niveles de dotación de infraestructura básica y
equipamientos comunales” (CONAVI, 2000a: 10). Se dejaban atrás, de esta manera, los
programas tradicionales que le precedieron, desde la erradicación de barrios hasta los
programas de equipamiento y consolidación, pasando por las remodelaciones cosméticas
(Gómez, 2007).

Por otra parte, Gómez (2007) dice que las debilidades de esta política parecieran estar,
más que en su concepción, en la burocracia estatal y en la paralización propiciada por algunas
de las autoridades que asumieron responsabilidades en el CONAVI, representando para los
246 casos iniciados en el período entre 1999 y 2000, que comenzaban a tener éxito al menos
en la organización comunitaria y en el desarrollo de los proyectos, razón por la cual
Venezuela no tiene vitrina construida.

Asimismo, Jiménez, et. Al (2008) destaca que sería insuficiente sostener que la
vulnerabilidad de la planificación urbana o sus limitaciones de poder son consecuencia
exclusivamente de las condiciones político-económicas del contexto en que se desenvuelve,
aunque evidentemente estas influyen. Desde esta perspectiva, la primera debilidad que, para
Jiménez presenta el PHFB (en sus versiones de 1999 y 2005), viene dada por el carácter
intervencionista de su discurso que, cargado de buenas intenciones, se plantea la
“transformación de los residentes” del barrio “en sujetos activos de su propio desarrollo
social” (CONAVI 2000b: 2).

A esto Jiménez (2008) se pregunta lo siguiente: transformar a los seres humanos es un


propósito muy ambicioso y riesgoso, que lleva a preguntarse: ¿Quién los transforma?, ¿En
qué se transforman?, ¿Cómo se transforman? Tal vez habría que empezar por discutir con la
gente si quiere ser “transformada” y/o qué entiende la gente por transformación. Estas son
preguntas que no están respondidas en los lineamientos conceptuales y metodológicos del
programa en cualquiera de sus dos versiones. Posiblemente se trata de un objetivo que
desborda las posibilidades de un programa de este tipo.

Relacionado con lo anterior Jiménez (2008) menciona que está el sentido de la


participación de la población en los proyectos de habilitación física. Aquí aparece una
segunda debilidad del PHFB, ya que, dada la centralidad del proyecto urbanístico, el proceso
de participación de la gente se concibe como un medio o recurso para la implantación del
mismo. Probablemente, es por ello que en lugar de hablar de “empoderamiento” en los
lineamientos y presentaciones públicas del programa se emplea el término “apoderamiento
comunitario”, ya que justamente se busca que “la comunidad vaya fortaleciendo sus recursos
y potencialidades y progresivamente se apropie del proyecto y una vez que se produzca la
salida del Agente Externo, será la propia comunidad quien asuma su continuidad” (CONAVI,
2000).

Así, aunque inspirado por un aplaudible propósito de promoción de la participación, tanto


Jiménez (2008) como Gómez (2007) concuerdan que el programa propone un modo de
participación ciudadana predefinido por los expertos en cuanto a objetivos, forma, y
contenido, según el cual “la comunidad organizada propone el proyecto, asume su ejecución,
planifica, contrata, supervisa desembolsa los recursos, informa y rinde cuenta al organismo
ejecutor público” (MVH, 2005: 4), a esto se le denominó “administración delegada”. Dicho
concepto encierra el riesgo de la estatización de la sociedad, en tanto el Estado delega
funciones en la sociedad civil convirtiéndola en “brazo ejecutor”, operador y/o administrador
de recursos.

Por ello, queda la impresión de que la participación que se intenta promover se


circunscribe a la administración del proyecto. Desde el enfoque de desarrollo humano aquí se
observa una posible restricción de las capacidades de agencia de la población. La rigurosidad
técnica del programa, claramente reflejada en los términos de referencia tanto del
denominado “componente técnico urbano” como del “componente técnico social” de los
proyectos de habilitación, se torna en debilidad desde el enfoque de capacidades ya que
tiende a minimizar el espacio para la evaluación/deliberación de lo que la gente valora o
prioriza más allá del proyecto urbanístico
Por otra parte, Wagner (2003) expone las siguientes críticas al programa:

1. La movilización de una política de corte nacional, cuya presión gubernamental se traduce


en cuántos proyectos se ejecutan, cuánto dinero se compromete, generó la masificación sin
permitir en muchos casos reinterpretar las necesidades locales.

2. La capacitación, formación y sensibilización de los profesionales participantes no se


cumplió a plenitud, salvando el trabajo realizado por un buen número de profesionales,
muchos por desconocimiento y otros con intenciones perversas, obviaron el principio que se
intentaba fomentar en primer orden, un trabajo dialógico, donde comunidad y equipo
profesional están al mismo nivel construyendo un proyecto colectivo.

3. Cualquier política pública que no contemple la fase de seguimiento y evaluación, está


condenada al fracaso; es el caso que para la primera fase de implementación del Programa II,
aún previsto y propuesto un sistema de Evaluación Participativo, éste como ya indicamos en
enero 2001 fue interrumpido.

Pareciera que los cambios de política que experimentan continuamente los gobiernos de
turno, y en el caso del actual gobierno que, aun manteniéndose en el poder desde 1999, ha
presentado en la entidad rectora del área de vivienda un director por año, cada uno de ellos
con ideas, planes y proyectos nuevos y heterogéneos moviendo los cuadros técnicos y las
políticas constantemente (Wagner, 2003).

Se puede acotar que durante el año 2005 y hasta el momento que funcionó, Gómez (2007)
recoge que los proyectos y trabajos del programa no tienen desde el punto de vista
metodológico la visión integral y estructural de la relación espacio-sociedad y de la
intervención a la estructura y morfología del barrio para solventar el déficit de urbanización
de la zona. El trabajo realizado ha consistido en la sustitución de ranchos por viviendas,
mejoras de viviendas y en construcción de obras puntuales de mitigación de riesgos. Una
tarea loable, pero desvinculada a la real posibilidad de ordenamiento del conjunto urbano. Un
balance positivo podría plantearse en relación con la participación de la población desde sus
bases, aunque también habría que analizar la mediación político-partidista, recalca Gómez
(2007).

Finalmente, se puede decir que para la gestión emprendida desde 1999, la intervención
urbanística del barrio es ubicada como pivote de la acción estatal y comunitaria, con lo cual
se corre el riesgo de ignorar otras dimensiones/situaciones que vive la gente y en torno a las
cuales realiza juicios de valor y desea o debe actuar. Así, la visión unitaria de muchos
proyectos se impone sobre aspiraciones sociales de otro tipo, lo cual, es reforzado por la
fragmentación y especialización sectorial de la propia administración pública, en este caso
representada por los organismos del sector vivienda (Gómez, 2007).

EL RECONOCIMIENTO DEL BARRIO

Reconocer los barrios urbanos significa la valorización de la inversión de esa familia. En


la integración del territorio de la ciudad ya no estarían más los barrios por un lado y por el
otro el resto de ésta (digamos, la ciudad que supuestamente se ha construido con permiso, o la
ciudad “formal”). Como dice Bolívar (2008), el reconocimiento tiene que mirar tanto la parte
de los barrios, como de los “no barrios”. En ambas tiene que haber modificaciones.
Conscientes entonces de la complejidad del reconocimiento de los barrios.

El reconocimiento tiene que abarcar la totalidad de los barrios. En consecuencia, su


integración debe pasar por la resolución de los obstáculos que actualmente impiden gozar las
ventajas de la vida urbana. En estas consideraciones no se puede olvidar la transformación
que sufrirán los mejor ubicados: hay que tener en cuenta que los promotores inmobiliarios
podrían buscar apropiarse de los terrenos ocupados por esos barrios, aprovechándose de la
renta de situación. En ese caso, las familias que vendan su propiedad inmobiliaria o que
reciban el pago de sus bienhechurías seguirán el mismo camino que aquellas que son
desalojadas: mudarse a los barrios periféricos o ciudades cercanas a Caracas, las llamadas
ciudades dormitorio, perdiendo así los beneficios de la “centralidad” conquistada en el curso
de los años vividos en el barrio que ellos mismos hicieron (Bolívar, 2008).

Mientras se siga con la política de no querer reconocer el crecimiento de los barrios en las
colinas que rodean la ciudad de Caracas, cada día se tendrá más dificultad para habilitarlos y,
en particular, debido a las fuertes pendientes, dotarlos de la vialidad vehicular mínima que
haría menos penosas las subidas y bajadas de la gente. La situación había sido tan deficiente
que sólo a partir de 1987, con la promulgación de la Ley Orgánica de Ordenación
Urbanística, puede decirse que a los barrios urbanos se les abrió la posibilidad legal de ser
parte de la ciudad planificada (Bolívar 2008).

Definitivamente los mandatarios han aceptado los barrios, pero no parece que sea para
integrarlos o considerarlos como algo definitivo en el medio ambiente construido urbano; se
les considera como una enfermedad que aparece y se quiere desterrar (Ontiveros, 2002. Ésta
ha sido y es una lucha constante, no sólo en Venezuela sino en todo el mundo urbanizado
para que a los barrios surgidos de ocupaciones de terrenos ajenos se les reconozca y se les
regularice su situación. En nuestro país, especialmente en Caracas, se ha apostado tanto a
garantizarle el lugar conquistado y llevarlos a nivel de urbanización aceptable, como a
sacarlos o sustituirles por otro tipo de desarrollo urbano, la mayoría de las veces sin
posibilidad de acceso para los que vivían ahí. Esta situación no es sólo del pasado, sino
actual, como lo menciona Bolíva (2008) ha sido denunciado en diversas comunidades que
intervinieron en el Foro en Defensa de los Habitantes de Barrios Caraqueños en Situación de
Urgencia (2007).

Se precisa (para hacer frente a la habilitación de los barrios) también de un proceso de


desmantelamiento de la ideología y práctica de la sobrepolitización social, cuya focalización
más fuerte pasa por la relación Estado-barrio. Si los cambios en la estructura socioeconómica
resultan esenciales, mientras éstos llegan, hay que deslindar y gerenciar bien las
contradicciones inscritas en la interrelación de los sistemas de redistribución y de la
reciprocidad. Por lo tanto, el cambio cultural con respecto a la relación burocracia-cliente
(Estado-pueblo) no es menos esencial para comenzar a motorizar, en su sentido genuino, la
rehabilitación de los barrios l sociólogo Samuel Hurtado (1996:124), actuales a pesar de
haber sido escritas hace más de quince años:

Las ciudades no se hacen en mesas de dibujo o de diseñadores de estudios u oficinas. Ellas


se hacen sobre la tierra de las colinas, con el sudor de los que cargan los ladrillos. Hoy en día,
el contexto político es ese: los que acarrean los ladrillos por escalinatas y caminos estrechos y
mal construidos no tienen el “derecho a la ciudad” que, a pesar de todo, ellos construyen un
día tras otro. El “urbanismo del siglo XXI” en Venezuela no les ofrece otro lugar sino lejos
de esta ciudad que ellos mismos han creado, en las ciudades nuevas, cuyo fracaso en términos
de urbanidad está ya programado.

Así mismo, y siguiendo la línea anterior de las políticas públicas, Bolívar (2008) revisando
someramente algunas de las intervenciones del Estado venezolano, aún existen muchos
profesionales, sobre todo arquitectos e ingenieros, urbanistas y planificadores, que han hecho
diagnósticos y propuestas sobre estos sectores de la ciudad, y hasta hoy se les continúa
encomendando planes y proyectos que en general no se realizan o se hace parcial

Después del gobierno de Pérez Jiménez, durante las ya cuatro décadas de democracia
venezolana, se han hecho diversas intervenciones en los barrios desde el gobierno central y
local. Sería extenso y ambicioso querer abordar todas y cada una de ellas, sin embargo, unas
han contribuido a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes y otras a reducir las
diferencias visuales entre los barrios y la parte moderna que caracteriza a la ciudad petrolera
de los años cuarenta en adelante (Bolívar, 2008). Se les ha llamado a estas acciones formales
“operaciones maquillaje”, las cuales adoptan muchas variantes, desde pintura blanca para las
fachadas, en algunos barrios o sectores de éstos, hasta los casos de sustitución de los techos y
construcción de muros de fachadas, buscando esconder el fondo del problema —una política
habitacional basada en una visión desigual del mundo urbano— detrás de una forma “bonita”
o “auténtica” de hábitat popular.

Para los gobiernos de turno, se trató siempre de intervenir formalmente al final del proceso
de producción de este hábitat, cuando las bases de las desigualdades ya son tan
profundamente grabadas en la tierra urbana. Demás está decir que estas soluciones están lejos
de resolver las deficiencias esenciales de servicios y equipamientos. No obstante, este tipo de
intervención logra que el fragmento constituido por los barrios se haga menos duro a los ojos;
para algunos, los colores convierten a los barrios en pintorescos (Ontiveros, 2000).

El tipo de intervenciones que sólo mejoran superficialmente los barrios son en general
rechazados por sus habitantes y por muchos de los que tratan de mejorar la calidad de vida,
servicios y equipamientos, respetando el mundo de relaciones y valores que allí existen, y
atendiendo los problemas fundamentales de vialidad, servicios y acondicionamiento o
reacondicionamiento de los terrenos donde se asientan. Es decir, evitar un tratamiento
superficial (Bolívar, 2008).

CONCLUSIONES
El desarrollo y crecimiento los barrios son temas que se han abordado por diversos autores
y seriamente expuestos por investigadores y otros interesados en el tema, evidenciando que es
un fenómeno urbano común en América Latina y la mayoría de los países en desarrollo y que
requiere urgente atención por quienes tienen a su cargo la planificación y gestión urbana de
las ciudades. Gómez (2007) apunta que parece que hacen falta líderes con voluntad política
que conduzcan estos procesos.

Asimismo, apartando algunos casos, los programas de mejoramiento urbano barrial


desarrollados por el Estado (entre los que destacan el expuesto principalmente en este
trabajo), han estado enmarcados desde la perspectiva de esquemas populistas, a corto plazo e
inmediatistas, invirtiendo grandes sumas de dinero en la consolidación de una infraestructura
caótica, contribuyendo así al afianzamiento de la “infraurbanización” (Jimenez, 2008).
En lo político, se han dado respuestas de acuerdo con los intereses de los funcionarios de
turno; en lo gerencial y técnico, desde los entes competentes, no se ha logrado crear y diseñar
propuestas y proyectos integrales para intervenir y habilitar los barrios, tanto por la
incompetencia (menciona Bolívar, 2008) como por la apatía y el aparataje burocrático; en lo
social, en lo humano es donde se ha hecho sentir con mayor gravedad el problema: se
considera a los habitantes de los barrios como ciudadanos de tercera o de plano como no
ciudadanos. Esto es un hecho que evidencia Bolívar (2008), Gómez (2007) y numerosos
autores que afirman si no se logra la voluntad política que permita continuar con los cambios
esperados, se seguirá iniciando, cada vez, un nuevo proyecto, que no logrará en definitiva
arrojar resultados que beneficien a las colectividades.

Las políticas deben ser de carácter estatal y no gubernamental. Y en el caso del período
gubernamental actual, las políticas no pueden seguir estando ajustadas al pensamiento y
método del director o ministro de turno. Las políticas deben tener seguimiento y contar con
evaluaciones técnicas y financieras (Martín, 2002), deben ser perfectibles y legitimadas por
las comunidades para darles sostenibilidad, que garantice su continuidad y una cobertura
importante, ofreciendo así, una mejor calidad de vida.
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