Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Monografía 4 Final
Monografía 4 Final
Profesor Estudiante
Urb. Carlos Urdaneta Eduardo Córdoba
Junio, 2021
El acelerado crecimiento de las ciudades, experimentado en las últimas décadas, se
caracteriza por una marcada diferenciación de la población en el acceso al mercado de la
tierra urbana y la vivienda, lo que se traduce en incuestionables procesos de exclusión social
y segregación espacial. Las consecuencias para las ciudades son evidentes: una acelerada
ocupación de espacios signados, desde su nacimiento, por la precariedad, se acentúan los
niveles de vulnerabilidad de un grueso sector de la población y se alimenta el círculo de la
marginalidad y la pobreza. Esta realidad constituye uno de los mayores problemas que se
vislumbran en el siglo XXI (Pérez, 2008).
Bolívar (2008) menciona que, en el caso venezolano, según datos estadísticos, el proceso
de urbanización ha sido uno de los más veloces de América Latina. Venezuela, con 94 por
ciento de población urbana, tiene uno de los más altos porcentajes de América Latina
(UNPFA, 2007), es decir, en el mundo, ya que América es la región más urbanizada del
planeta. Esa metamorfosis ha tomado forma en la urgencia, con las soluciones de los que
menos recursos tienen. Ello ha traído consecuencias inéditas en cuanto a la organización del
territorio, de la sociedad y del comportamiento individual y colectivo de las familias y
personas
“Por ende, se destaca la invisibilidad a la cual son sometidos los barrios por parte de los
que no quisieran que existieran, sea la sociedad civil o el propio Estado” (Bolívar, 2008, p.
57)
En este sentido, Bolívar (2008) afirma que es posible denominar a los barrios como la
forma encontrada por las personas sin hogar que decidieron vivir en las principales ciudades
y metrópolis venezolanas. A pesar de los intentos del Estado de hacer vivienda para los
sectores de población de bajos ingresos, creando en 1928 el Banco Obrero, la limitada
cantidad producida nunca ha satisfecho la demanda y menos la de los sectores de más bajos
ingresos. Sin entrar en detalles, el resultado ha sido que, según datos estadísticos de 1991, el
61,29% de la población urbana venezolana vive en barrios (OCEI, 1991, citado en Villanueva
y Baldó, 1994:342-343). En el caso del área metropolitana de Caracas, según los últimos
datos disponibles, los barrios albergan actualmente el 56,26% de la población.
Sin embargo, durante los primeros años de democracia en Venezuela, los barrios
caraqueños no alcanzaban la magnitud de hoy. Los datos mencionados y la superficie
ocupada por éstos hablan por sí mismos: en 1959, los barrios alcanzaban 1.067,28 hectáreas
(OMPU, 1974, citado en Bolívar, 2008); en 1978, ya se habían expandido a 4.000 ha
(Fundacomun, 1978). Un salto muy grande en pocos años. Este cambio cuantitativo ha
coadyuvado a su consolidación y a los procesos de legitimación. Según Pérez Perdomo
(1991), esta parte de la ciudad no es ilegal, mientras que Bolívar y Ontiveros (1998) dicen
que tal vez goza de un derecho oficial paralelo.
A partir de 1958, posterior a la caída del gobierno dictatorial, se inicia un proceso hasta
hoy día irreversible de invasiones, la producción de barrios urbanos pobres se constituye en la
forma de ocupación residencial del espacio urbano más importante del país por parte de los
estratos sociales menos favorecidos.
Bajo esta premisa, las autoridades del Conavi dan pie a la creación de los programas:
“Habilitación Física de las Zonas de Barrios” y “Mejoramiento y Ampliación de Casas en
Barrios”, como los nuevos programas que regirán la política urbana de atención a los barrios
a partir de marzo de 1999.
En este sentido, Jiménez, et. Al (2008) señala que el programa Habilitación Física de las
Zonas de Barrios es la más importante iniciativa de intervención pública en los barrios
urbanos de Venezuela, parcialmente llevada a cabo hasta el año 2005. El mismo tuvo dos
momentos, el primero (1999-2001) bajo la denominación anterior y el segundo, muy breve
(2005), con el nombre de Programa de Transformación Endógena de Barrios (PTEB).
El gobierno nacional reconocía a los barrios en primer lugar, a través, del levantamiento
integrado de información demográfica y cartográfica de las zonas de barrios de Venezuela,
delimitándolas y asignándoles denominaciones técnicas propias de la metodología de
habilitación: Unidades de Planificación Física (UPFs), Unidades de Diseño Urbano (UDUs),
etc. Y, en segundo lugar, con la contratación del Plan Sectorial de Incorporación a la
Estructura Urbana de las Zonas de Barrios del Área Metropolitana de Caracas y de la Región
Capital. De esta manera, se planteó como propósito general: “saldar la deuda social con las
personas de bajos ingresos que, en su mayoría sin mayor asistencia del Estado, construyeron
una parte sustantiva de las ciudades venezolanas y padecen las deficientes condiciones de
urbanización de los barrios donde residen” (Baldó, 2004: 349).
He allí dos fortalezas del programa que destaca Jiménez et. Al (2008): su clara orientación
hacia la justicia social y la valorización del barrio como hecho socio-cultural. En palabras de
sus promotores, se trataba de “construir la trama social necesaria para apoyar, interpretar,
complementar, fortalecer y servir la corriente principal en la producción del hábitat popular:
los asentamientos urbanos no controlados” (Baldo, 2007). Concretamente, se entendió la
habilitación física de zonas de barrios como “la planificación, programación, elaboración de
proyectos y ejecución de obras de urbanización que permitan una adecuada integración de los
barrios en la estructura urbana de la ciudad y su ambiente construido, así como la superación
de las carencias internas en cuanto a los niveles de dotación de infraestructura básica y
equipamientos comunales” (CONAVI, 2000a: 10). Se dejaban atrás, de esta manera, los
programas tradicionales que le precedieron, desde la erradicación de barrios hasta los
programas de equipamiento y consolidación, pasando por las remodelaciones cosméticas
(Gómez, 2007).
Por otra parte, Gómez (2007) dice que las debilidades de esta política parecieran estar,
más que en su concepción, en la burocracia estatal y en la paralización propiciada por algunas
de las autoridades que asumieron responsabilidades en el CONAVI, representando para los
246 casos iniciados en el período entre 1999 y 2000, que comenzaban a tener éxito al menos
en la organización comunitaria y en el desarrollo de los proyectos, razón por la cual
Venezuela no tiene vitrina construida.
Asimismo, Jiménez, et. Al (2008) destaca que sería insuficiente sostener que la
vulnerabilidad de la planificación urbana o sus limitaciones de poder son consecuencia
exclusivamente de las condiciones político-económicas del contexto en que se desenvuelve,
aunque evidentemente estas influyen. Desde esta perspectiva, la primera debilidad que, para
Jiménez presenta el PHFB (en sus versiones de 1999 y 2005), viene dada por el carácter
intervencionista de su discurso que, cargado de buenas intenciones, se plantea la
“transformación de los residentes” del barrio “en sujetos activos de su propio desarrollo
social” (CONAVI 2000b: 2).
Pareciera que los cambios de política que experimentan continuamente los gobiernos de
turno, y en el caso del actual gobierno que, aun manteniéndose en el poder desde 1999, ha
presentado en la entidad rectora del área de vivienda un director por año, cada uno de ellos
con ideas, planes y proyectos nuevos y heterogéneos moviendo los cuadros técnicos y las
políticas constantemente (Wagner, 2003).
Se puede acotar que durante el año 2005 y hasta el momento que funcionó, Gómez (2007)
recoge que los proyectos y trabajos del programa no tienen desde el punto de vista
metodológico la visión integral y estructural de la relación espacio-sociedad y de la
intervención a la estructura y morfología del barrio para solventar el déficit de urbanización
de la zona. El trabajo realizado ha consistido en la sustitución de ranchos por viviendas,
mejoras de viviendas y en construcción de obras puntuales de mitigación de riesgos. Una
tarea loable, pero desvinculada a la real posibilidad de ordenamiento del conjunto urbano. Un
balance positivo podría plantearse en relación con la participación de la población desde sus
bases, aunque también habría que analizar la mediación político-partidista, recalca Gómez
(2007).
Finalmente, se puede decir que para la gestión emprendida desde 1999, la intervención
urbanística del barrio es ubicada como pivote de la acción estatal y comunitaria, con lo cual
se corre el riesgo de ignorar otras dimensiones/situaciones que vive la gente y en torno a las
cuales realiza juicios de valor y desea o debe actuar. Así, la visión unitaria de muchos
proyectos se impone sobre aspiraciones sociales de otro tipo, lo cual, es reforzado por la
fragmentación y especialización sectorial de la propia administración pública, en este caso
representada por los organismos del sector vivienda (Gómez, 2007).
Mientras se siga con la política de no querer reconocer el crecimiento de los barrios en las
colinas que rodean la ciudad de Caracas, cada día se tendrá más dificultad para habilitarlos y,
en particular, debido a las fuertes pendientes, dotarlos de la vialidad vehicular mínima que
haría menos penosas las subidas y bajadas de la gente. La situación había sido tan deficiente
que sólo a partir de 1987, con la promulgación de la Ley Orgánica de Ordenación
Urbanística, puede decirse que a los barrios urbanos se les abrió la posibilidad legal de ser
parte de la ciudad planificada (Bolívar 2008).
Definitivamente los mandatarios han aceptado los barrios, pero no parece que sea para
integrarlos o considerarlos como algo definitivo en el medio ambiente construido urbano; se
les considera como una enfermedad que aparece y se quiere desterrar (Ontiveros, 2002. Ésta
ha sido y es una lucha constante, no sólo en Venezuela sino en todo el mundo urbanizado
para que a los barrios surgidos de ocupaciones de terrenos ajenos se les reconozca y se les
regularice su situación. En nuestro país, especialmente en Caracas, se ha apostado tanto a
garantizarle el lugar conquistado y llevarlos a nivel de urbanización aceptable, como a
sacarlos o sustituirles por otro tipo de desarrollo urbano, la mayoría de las veces sin
posibilidad de acceso para los que vivían ahí. Esta situación no es sólo del pasado, sino
actual, como lo menciona Bolíva (2008) ha sido denunciado en diversas comunidades que
intervinieron en el Foro en Defensa de los Habitantes de Barrios Caraqueños en Situación de
Urgencia (2007).
Así mismo, y siguiendo la línea anterior de las políticas públicas, Bolívar (2008) revisando
someramente algunas de las intervenciones del Estado venezolano, aún existen muchos
profesionales, sobre todo arquitectos e ingenieros, urbanistas y planificadores, que han hecho
diagnósticos y propuestas sobre estos sectores de la ciudad, y hasta hoy se les continúa
encomendando planes y proyectos que en general no se realizan o se hace parcial
Después del gobierno de Pérez Jiménez, durante las ya cuatro décadas de democracia
venezolana, se han hecho diversas intervenciones en los barrios desde el gobierno central y
local. Sería extenso y ambicioso querer abordar todas y cada una de ellas, sin embargo, unas
han contribuido a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes y otras a reducir las
diferencias visuales entre los barrios y la parte moderna que caracteriza a la ciudad petrolera
de los años cuarenta en adelante (Bolívar, 2008). Se les ha llamado a estas acciones formales
“operaciones maquillaje”, las cuales adoptan muchas variantes, desde pintura blanca para las
fachadas, en algunos barrios o sectores de éstos, hasta los casos de sustitución de los techos y
construcción de muros de fachadas, buscando esconder el fondo del problema —una política
habitacional basada en una visión desigual del mundo urbano— detrás de una forma “bonita”
o “auténtica” de hábitat popular.
Para los gobiernos de turno, se trató siempre de intervenir formalmente al final del proceso
de producción de este hábitat, cuando las bases de las desigualdades ya son tan
profundamente grabadas en la tierra urbana. Demás está decir que estas soluciones están lejos
de resolver las deficiencias esenciales de servicios y equipamientos. No obstante, este tipo de
intervención logra que el fragmento constituido por los barrios se haga menos duro a los ojos;
para algunos, los colores convierten a los barrios en pintorescos (Ontiveros, 2000).
El tipo de intervenciones que sólo mejoran superficialmente los barrios son en general
rechazados por sus habitantes y por muchos de los que tratan de mejorar la calidad de vida,
servicios y equipamientos, respetando el mundo de relaciones y valores que allí existen, y
atendiendo los problemas fundamentales de vialidad, servicios y acondicionamiento o
reacondicionamiento de los terrenos donde se asientan. Es decir, evitar un tratamiento
superficial (Bolívar, 2008).
CONCLUSIONES
El desarrollo y crecimiento los barrios son temas que se han abordado por diversos autores
y seriamente expuestos por investigadores y otros interesados en el tema, evidenciando que es
un fenómeno urbano común en América Latina y la mayoría de los países en desarrollo y que
requiere urgente atención por quienes tienen a su cargo la planificación y gestión urbana de
las ciudades. Gómez (2007) apunta que parece que hacen falta líderes con voluntad política
que conduzcan estos procesos.
Las políticas deben ser de carácter estatal y no gubernamental. Y en el caso del período
gubernamental actual, las políticas no pueden seguir estando ajustadas al pensamiento y
método del director o ministro de turno. Las políticas deben tener seguimiento y contar con
evaluaciones técnicas y financieras (Martín, 2002), deben ser perfectibles y legitimadas por
las comunidades para darles sostenibilidad, que garantice su continuidad y una cobertura
importante, ofreciendo así, una mejor calidad de vida.
REFERENCIAS