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Este era un viejo leñador que vivía en una pequeña cabaña en un pequeño pueblo junto a
un gran bosque por donde corría un enorme río. Cada mañana el viejo leñador tomaba su
vieja y oxidada hacha, se despedía de su mujer con un beso y se iba al bosque a cortar leña.
Todos los días hacía lo mismo. Era un buen leñador y un buen hombre.
Quiso el infortunio que cierto día que el leñador cortaba leña a la orilla del río, diera un
golpe falso y perdiera su hacha en lo profundo del río. Era una tragedia pues aquella
hacha era su única herramienta de trabajo. Además, el leñador no sabía nadar así que no
podría lanzarse al río para intentar recuperarla
Abatido por la situación, el leñador se sentó a la orilla del río a llorar su mala suerte En
ese momento, surgió del río una mujer clara, tan clara que se podría mirar a través de ella.
Era el espíritu de las aguas, quien le preguntó
El espíritu de las aguas se sumergió en lo profundo del río y en pocos segundos volvió a salir.
Traía en sus manos una hermosa hacha de plata reluciente y valiosa.
El espíritu de las aguas se volvió a sumergir en lo profundo del río y esta vez salió con un
hacha de oro, brillante, de un valor incalculable.
El espíritu de las aguas, maravillado con la honradez de este viejo leñador, lo premió
devolviéndole su hacha y regalándole el hacha de plata y la de oro.