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- ¡Tampoco es la mía!
Volvió a sumergirse el Hada de las Aguas y
esta vez le mostró su hacha de acero. El guiso de piedra ^~
-¡Ésa es la mía! —exclamó al instante el le-
ñador, con la alegría del que encuentra a un ser
querido.
Para premiar su honradez, el Hada de las Aguas
le entregó las tres hachas.
De vuelta a casa, los vecinos lo rodearon asom-
brados de su preciosa carga. El leñador les contó
su aventura.
Un envidioso que lo oía, se alejó disimulada- Una dama respetable pero empobrecida,
mente del grupo y corrió hasta el río. Tiró su ha- se acercaba a una lejana ciudad, sin un centavo
cha al agua y rompió a llorar. para pagar hospedaje. Como anochecía, pensó
El Hada de las Aguas emergió desde el fondo disimular su verdadera situación llamando a la
con un hacha de oro. puerta de la primera casa que encontró, que era
—¿Es ésta tu hacha? —preguntó. la última del poblado.
— ¡Sí, sí, ésa es mi hacha...! -exclamó el Le abrió la dueña, una anciana como hay mu-
hombre, e inclinándose codiciosamente para al- chas, que teniendo medios económicos viven
canzarla, se fue de bruces al torrente. miserablemente.
Y porque había mentido, el Hada de las Aguas no -Buena señora —saludó la viajera—, vengo
le dio el hacha de oro ni le devolvió la suya de acero. de lejos, estoy muy cansada y no quisiera entrar
Chorreando maldiciones, el envidioso volvió de noche a una ciudad desconocida. ¿No podría
a casa. darme albergue sólo por esta noche?