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Derechoyrealidad,+8 Influencia de La Religion en La Politica
Derechoyrealidad,+8 Influencia de La Religion en La Politica
Derecho y Realidad
Núm. 22 z II semestre de 2013
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, UPTC
ISSN: 1692-3936
Resumen
Este escrito presenta un acucioso aunque breve relato acerca de la manera
como la historia política de Latinoamérica y en especial la colombiana, ha
estado siempre marcada por acontecimientos en los que la religión o,
concretamente, los representantes de dichas organizaciones han intervenido
en asuntos sociales que posteriormente se traducen en manifestaciones
políticas. Las cuales, muchas veces, influyen en la administración del Estado,
ya que estas no solo ostentan un poder moral-político, sino que usualmente
se encuentran amparadas por el capital. Ello ocasiona que aquellas confesiones
que no gocen de las cualidades anteriormente descritas, sean gravemente
discriminadas por dichas organizaciones usando muchas veces el poder del
Estado, mediante la acción u omisión de este para cumplir con su objetivo;
esto es, desamparándolas jurídicamente, obligándolas a abandonar sus
creencias, tradiciones y costumbres; en otras palabras, despojándolas de
cualquier rasgo relacionado con su idiosincrasia e impidiendo, por
__________
* Estudiante de Derecho y Ciencias sociales, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia,
integrante del grupo de investigación Red Humana, semillero de investigación Rafael Uribe Uribe.
Correo electrónico: ivancamilo.saavedra@uptc.com
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Palabras clave
religión, política, partidos políticos, Estado y capital.
Abstract
This paper presents a meticulous but brief report about how political history
of Latin America and particularly the Colombian, has always been marked
by events in which religion or, specifically, the representatives of these
organizations have been involved in social affairs that subsequently translates
into political demonstrations. Which, often, influence in the administration
of the State, since they do not only hold a moral-political power, but usually
are covered by the capital. This causes that those confessions that do not
receive the described qualities, are seriously disadvantaged by such
organizations using many times the power of the State, by action or omission
to fulfill its objective; that is, to bequeath them legally, forcing them to abandon
their beliefs, traditions and customs; in other words, stripping them of any
trait related to their idiosyncrasies and therefore preventing the Colombian
people to get political culture and a critical judgment against social reality.
Key words
religion, politics, political parties, State and capital.
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Tanto es así que “cuando se empiezan a consolidar los Estados nacionales y los
soberanos tienden al absolutismo, la Corona [española] busca controlar más los
nombramientos eclesiásticos, para lograr que el poder de la Iglesia estuviera bajo el
servicio de la consolidación del Estado” (González, 1997b, p. 31). Posteriormente,
en el reinado de Felipe II, se creó la denominada Junta Magna que tenía como objeto:
La interrelación entre el Estado español y la Iglesia llegó hasta tal punto que esta
legitimó la conquista del Nuevo Mundo por medio del “poder divino” otorgado
por Dios al papa Alejandro VI para donar las tierras descubiertas y evangelizar
bajo la fe cristiana a los aborígenes considerados inferiores por sus condiciones
sociales, religiosas, culturales y económicas.
Llegaron a considerar que mencionada actuación era una conquista justa ya que
eran concebidos infieles al dogma cristiano. Juan Ginés de Sepúlveda, uno de los
tantos defensores de esta postura, llegó a decir que “consideraba justa la guerra
contra los indios y la encomienda, pues veía el sometimiento de los aborígenes
como una condición fundamental para un intento de evangelización” (González,
1997b, p. 44 y ss.). Empero, no todos los discípulos del catolicismo estaban de
acuerdo con ello, pues Bartolomé de Las Casas, Francisco de Vitoria, entre otros,
decían que el uso de la violencia para la interiorización de la fe en la cultura de los
indígenas no estaba legitimada, ya que ellos no debían ser considerados esclavos
porque tenían su propia organización política, económica y religiosa en un estado
primitivo; sin embargo, no desconocían la idea de que la Corona tenía un poder
superior que aquellos y por tanto debían ser convertidos a la Cristiandad universal
por medio del dialogo y la persuasión.
Para inicios del siglo XVIII, la clase mestiza había aumentado tanto, que ya la
Iglesia no podía sostener más el régimen de castas, pero sigue siendo un ente que
defiende la discriminación racial y étnica, manteniendo el monopolio de la educación
junto con los jesuitas, para las clases privilegiadas, negándole el acceso a aquellas
personas que no fueran de sangre pura, no solo a lo estrictamente educativo sino
también a cargos civiles y eclesiásticos; dando como consecuencia el ahondamiento
de la segregación social presentada en ese entonces tanto a la clase mestiza, indígena
y esclava.
Esta situación traerá como consecuencia el hecho de que las regiones pobladas
a partir del siglo XVIII van a ser muy reacias al control de la jerarquía
eclesiástica, profundizando la diferenciación regional de la presencia de la
iglesia católica, que está esencialmente ligada al proceso histórico y geográfico
de la Conquista y la Colonización. Como hemos visto, desde los primeros
días de la Conquista y la Colonia, la evangelización se concentró en las regiones
más plenamente integradas al dominio español, donde la mayor densidad
demográfica y más compleja organización social permitió el establecimiento
de encomiendas, mitas, resguardos y haciendas. O sea, el altiplano
cundiboyacense (“El Reino”) y los altiplanos del suroccidente (Cauca y Nariño
centrales). También hubo fuerte presencia de la iglesia de la sociedad criolla
de las principales ciudades. La presencia de la Iglesia en las zonas no plenamente
integradas a la Corona (Darién, Guajira, Llanos, Orinoquia y Amazonia) fue
precaria, a pesar de algunos esfuerzos misioneros por parte de las comunidades
religiosas. (1997b, p. 118).
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El patronato es una figura política-jurídica usada por los reyes de España acordado con la Santa
Sede, en donde el primero tenía la potestad de nombrar arzobispos, obispos y demás privilegios
relacionados por la jerarquía eclesiástica (conventos, educación etc.).
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Lo que permite inferir que los partidos políticos tradicionales (liberal y conservador)
fueron fruto de la situación fáctica presentada en la primera mitad del siglo XIX
respecto al papel de la Iglesia en la política, la cual se aleja de los postulados
promulgados por Ezequiel Rojas fundador del partido liberal, con base en la
candidatura de José Hilario López, quien arguye “quiere el partido liberal que no
se adopte la religión como medio para gobernar” (González, 1997b, p. 150). Por
su parte, el partido conservador en su primer programa, elaborado por Mariano
Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro, expresa como punto central: “el partido
conservador es el que reconoce y sostiene… la moral del cristianismo y sus doctrinas
civilizadoras contra la inmoralidad y las doctrinas corruptoras del materialismo y
del ateísmo… la tolerancia real y efectiva contra el exclusivismo y la persecución,
sea del católico contra el protestante y el deísta, o del ateísta contra el jesuita y el
fraile” (González, 1997b, p. 150).
Por otra parte, se presentaba la facción de los liberales radicales, los cuales
propugnaban por una separación real y efectiva entre estas dos entidades, teniendo
como consigna: “una iglesia libre dentro de un Estado libre”. Esta época de la
historia política colombiana coincidió con la pérdida del poder de la Santa Sede en
Italia concentrándose principalmente en Roma y, obviamente, este fenómeno se ve
reflejado en la política internacional del Vaticano.
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Con el regreso al país del arzobispo Arbeláez, tras el derrocamiento del Presidente
Mosquera en 1867, se iniciaron conciliaciones con los gobiernos de Salgar (1870),
Murillo (1872) y Parra (1876). Lo anterior ocasionó el descontento de la mayoría
de eclesiásticos y de los militantes conservadores Miguel Antonio Caro y José
Manuel Groot que, para dicho periodo, eran los directores del periódico El
Tradicionista, a través del cual censuraban las actuaciones del gobierno,
especialmente en el tema de la educación oficial de tipo laical.
La confrontación sucedida en el interior del clero terminó con la muerte natural del
arzobispo Arbeláez en 1884, quien hasta en su último momento defendió la idea de
la no injerencia política de la Iglesia en el Estado. Por tanto, la inestabilidad política
y económica del Estado federal con la descentralización de la guerra en todo el
territorio nacional, “se tradujo en la inestabilidad y anarquía de los gobiernos
locales, cuya transición se hizo siempre con base en los golpes de Estado” (González,
1997a, p. 129).
Esto llevó a acentuar la tendencia de “la iglesia a alienarse más decididamente con
el partido Conservador, que a su vez condujo a algunos conservadores a considerarse
como defensores y casi dueños de la institución eclesial, a la que usaban como
mecanismo electoral y movilización partidista” (González, 1997b, p. 260). Un
ejemplo de ello, lo puede brindar el obispo de Pasto, Ezequiel Moreno, beatificado
por el papa Pablo VI y canonizado más tarde por el papa Juan Pablo II, quien, en
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sus pastorales durante la Guerra de Los Mil Días calificaba a nuestras guerras
civiles como guerras de religión.
La Iglesia católica no solo tenía confrontaciones con el partido liberal, sino también
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Cuando ocurrió la “dictadura” del general Rojas Pinilla, quien dio golpe de Estado
al presidente interino Roberto Urdaneta Arbeláez (que sustituía a Laureano Gómez
desde 1951) en el año de 1953, Rojas Pinilla fue ayudado en principio por la Iglesia
católica, que vio este suceso como posible solución a la violencia que se estaba
propagando por todo el país, lo que provocó el enojo de Gómez frente al clero, ya
que él se había considerado como máximo defensor del mismo.
En una entrevista realizada a Rojas Pinilla, que sólo fue publicada después de su
muerte, confesó que el cardenal Luque -quien era gran fanático de las políticas
de Ospina Pérez- trató de “imponerle que su gabinete fuera homogéneamente
ospinista” (González, 1997b, p. 298). Sin embargo, la Iglesia apoyó abiertamente
el movimiento bipartidista contra Rojas, y el cardenal Luque calificó de “ilegal”
la reelección del general para el periodo 1958-1962. Como consecuencia de estos
ataques, “el dictador” tuvo que renunciar y dejar una junta militar para convocar
plebiscito en 1957. La confrontación entre el gobierno de facto y la Iglesia trajo
como consecuencia inmediata el acercamiento de la jerarquía con el partido liberal
en el Frente Nacional.
Esta experiencia de “la violencia” permite comprender el acuerdo entre los dos
partidos para ponerle fin mediante el reparto del poder entre ellos. (…). Este arreglo
[Frente Nacional] constituyó la solución de los conflictos políticos que habían
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Cabe mencionar también la ley 133 de 1994, ley estatutaria de libertad de cultos y
conciencia, que en su artículo 3° establece la igualdad de las religiones ante la ley,
pero en el artículo 12 le da competencia al Ministerio del Interior para otorgar
personería jurídica a aquellas religiones que cumplan con ciertos requisitos, para
que puedan ser sujetos de derechos y tener la potestad de celebrar matrimonios y
de decretar nulidad o divorcio con plenos efectos civiles. El decreto 354 de 1998
dio dicha posibilidad solamente a iglesias cristianas no católicas, sin aludir siquiera
a otra religión distinta del cristianismo, lo que, a nuestro juicio, vulnera el derecho
a la igualdad dando lugar a una ostensible discriminación hacia aquellas personas
creyentes de religiones diferentes del cristianismo, al no brindar los mismos
privilegios.
Tal avance fue consecuencia mediata del Frente Nacional, en donde (como se ha
dicho reiteradas veces) la Iglesia católica perdió terreno en materia política, porque
al darse el acuerdo bipartidista, la Iglesia quedó dentro del arreglo, lo que le
ocasionó la pérdida del monopolio religioso que siempre la identificaba con el
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Iglesias como Centro Misionero Bethesda, Oración Fuerte al Espíritu Santo, Casa
sobre la Roca, Avivamiento Centro para las Naciones, Jesucristo Internacional,
Misión Carismática (G 12) etc., comparten frases comunes, como “Hay que
ofrendar, y especialmente aportar diezmos, (…) cuando invertimos en los proyectos
de Dios, Dios va a invertir en los proyectos de nosotros” (Pabón, 2011, p. 14 y
ss), entre otras oraciones. Siempre convergen en el mismo fin: obtener capital por
medio de la manipulación de las conciencias de las gentes y simultáneamente servir
de base para la configuración política de la iglesia, la cual se verá representada en
los más altos escaños de la política nacional.
Un ejemplo de ello, lo puede ofrecer la iglesia del G 12, en la cual, la misión para
sus adeptos era imponerse la formación de células de doce. En tres años (1991 a
1994), la Iglesia subió de setenta a mil doscientos feligreses, y en los cinco años
siguientes se multiplicaron las adhesiones, de tal manera que se alcanzó pronto la
cifra de cuarenta y cinco mil asistentes semanales al templo. Pero,
Hay que mencionar que la religión está compuesta de dos factores: “La cosmovisión
implica un orden del mundo, es un concepto relacional con lo extrínseco al ser humano,
mientras que la confesión, en tanto expresión de la conciencia, es una relación del alma
consigo misma, una relación intrínseca del ser, un estado interior que permite juzgar a
sí mismo” (Vladimir, 2002b, p. 209); por lo tanto, la segunda adquiere un acento más
político que religioso con características fundamentalistas con tendencias de universalidad,
mientras que la primera es aceptada como un fenómeno cultural e histórico, la cual,
está sujeta al establecimiento de una sociedad en particular. Esta perspectiva es la que
permite la tolerancia y respeto hacia otros cultos.
Conclusiones
causas sin importar que esto conlleve a romper con sus postulados axiológicos
con tal de conseguir sus objetivos, legitimando no solo el régimen político
establecido desde la colonización española, sino también durante la constante
guerra bipartidista común del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
3. La iglesia católica, hasta el Frente Nacional, fue una gran protagonista en la
arena política del país, no solo debido a su poder religioso con el que mantenía
sumiso a gran parte de la sociedad colombiana, sino también a su gran poder
económico y monopolio educativo que ostentaba desde la colonia, siendo el
primer ente que tuvo como objeto el establecimiento de la educación en la época
de la colonización y la institución que tenía el pleno control de la educación en
los gobiernos conservadores, impidiendo el ingreso al territorio de obras e ideas
que fueran contrarias a sus propósitos, obstaculizando la implementación de
esas nuevas ideas, impidiendo la formación de una cultura política en la población
y la consolidación de nuevos partidos distintos del conservador y liberal.
4. Después del Frente Nacional, la Iglesia fue perdiendo poder político debido al
acuerdo bipartidista, el clero entró a gobernar indistintamente con el partido
liberal y conservador, y esto trajo como consecuencia la pérdida de la identidad
tradicional que tenía respecto del partido conservador, lo cual llevó a un proceso
de pluralidad religiosa y a la disminución de la legitimidad que ostentaba antes
de este suceso.
5. Desde nuestro punto de vista, tanto la Iglesia católica como las iglesias cristianas
no católicas, han tenido gran participación política en el Estado debido a la
capacidad económica que cada una de ellas detenta para financiar campañas
políticas (caso G 12-Uribe Vélez) o la financiación de guerras por parte de
algunos cleros, al partido conservador (Guerra de los Supremos), lo cual lleva
a inferir que para que no se presenten estas situaciones, será menester establecer
una serie de limitaciones a estas instituciones para que no puedan tener patrimonio,
como condición previa para establecer la no injerencia de religión en política.
6. Como medida para establecer la separación religión y política, es necesario la
consolidación de una democracia participativa donde cada una de las personas
goce de una culturización política, que cada uno de nosotros pueda tener un
pensamiento crítico frente a lo establecido, para que dejemos de ser instrumentos
o medios de aquellas personas que valiéndose de dogmas religiosos o políticos,
pretendan llegar al poder para seguir manteniendo el régimen político existente.
Lo anterior sólo se puede lograr mediante la instauración de un sistema educativo
que permita el aprendizaje de la religión desde una perspectiva histórica, mas
no fundamentalista, como actualmente está establecido.
7. Para que se pueda hablar de pluralismo religioso es imprescindible que se entienda
que cada religión es una manifestación cultural, que depende de la sociedad
donde se es aplicable, es decir, que se piense en la religión en una cosmovisión
y no una confesión como fórmula para abolir los fundamentalismos y dar pie al
reconocimiento de la diversidad cultural, étnica, política etc.
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Lista de Referencias
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