Está en la página 1de 9

PODER Y ESTADO LAICO MEXICANO

Ensayo de Luis Enrique González Tobón

16 de mayo de 2011

El lugar de la religión en la vida pública y política de todo Estado forma


parte de la ideología e idiosincrasia del pueblo del mismo. Esto tiene una razón de
ser toda vez que desde las primeras civilizaciones, el culto a lo religioso fue fuente
fecunda de regímenes autoritarios y despóticos siempre orientados en un sentido
impío y equidistante a la doctrina que han representado. A través de las diferentes
épocas de la historia de la humanidad los representantes del clero han protagonizado
los más nefastos, obscuros y abominables episodios de muerte, tortura, indiferencia,
retraso y manipulación en contra del género humano.

El caso de México, no es la excepción. Indudablemente la religión y las


asociaciones religiosas han jugado un papel muy importante en el constructo del
Estado mexicano. Al referir el concepto de “importante” se hace referencia
solamente a la influencia y al activismo que el clero ha manifestado en la toma de
decisiones y por qué no decirlo, en el ejercicio legislativo y judicial antes, durante y
después de las proclamaciones de las diferentes versiones que ha tenido nuestra
Carta Magna, con la única y exclusiva finalidad de promover, ejercer y conservar el
Poder en sus diversas manifestaciones (político, económico, científico, ideológico y
en materia de educación), y no al fomento de un Estado de Derecho garante de la
legalidad y dignidad humana, respetuoso de los derechos fundamentales,
preocupado por una sociedad plural en diversos ámbitos, que de iure -no así de
facto- “poseen y ejercen” los derechos otorgados por la Constitución Federal así

1
como por tratados y convenciones a nivel internacional, sociedad que vive
diferentes realidades y preferencias.

El proceder obscuro y opaco de estas asociaciones religiosas ha venido


derogando el discurso de Estado Laico que se invoca y se ha invocado en el texto de
la Ley Fundamental a partir de la Constitución de 1857, provocando con ello
coyunturas político-sociales mismas que han devengado desde arduos debates
parlamentarios hasta enfrentamientos armados, convirtiéndose en verdaderos
obstáculos para el desarrollo del país. Desde la época colombina con la colonización
y evangelización española hasta pleno siglo XXI con el arribo nuevamente al poder
de la ultraderecha emprendido con actores políticos como Vicente Fox Quesada, el
clero no ha permanecido estático en el escenario nacional, siempre buscando injerir
en las decisiones políticas y cada vez más, alcanzando puestos estratégicos en los
tres niveles de gobierno que les ha permitido realizar reformas Constitucionales de
relevante importancia, así como la creación de cortinas de humo que han servido
para tratar de ocultar una diversidad de crímenes y delitos que agreden y violentan
principios inalienables de una sociedad que ha sido abusada y engañada en aras de
su buena fe, misma que tácita y expresamente, a través de sus representantes, otorga
una serie de privilegios invistiendo de impunidad a éstos grupos religiosos que a las
sombras de un increíble tráfico de influencias se enriquecen y transgreden el Estado
de Derecho.

De la misma manera, las agencias gubernamentales encargadas de vigilar y


regular el debido desempeño de las asociaciones religiosas han coadyuvado a la
sobreprotección y extralimitación de las actividades realizadas por éstas,
aumentando los índices de impunidad en cuanto a esta materia se refiere, toda vez
que la falta de observancia y aplicación de la normatividad aunado al encubrimiento
tácito por gran parte de la sociedad, han amparado su enriquecimiento desmedido así
como a la consumación de actos ilícitos que se escudan tras el derecho de libertad
religiosa, no siendo esto el motivo del presente escrito, ya que lo que se abordará en

2
el cuerpo del mismo, no es el derecho consagrado como garantía individual a
profesar una u otra religión, ni tampoco se pretende analizar, observar o criticar
ninguna doctrina, lo cual considero, es un derecho intocable e inalienable a todo
individuo; sino a los hechos y actos jurídicos de las personas físicas que dirigen
dichas asociaciones, precisando las causas, efectos y consecuencias que éstos tienen
en el impacto social, y en el ámbito jurídico-político. En este contexto es importante
el conceptualizar el término “política”, mismo que Iñaki Rivera refiere:

“Durante siglos, sin embargo, el término “política” fue empleada fundamentalmente para señalar
obras dedicadas al estudio de toda esfera de actividad humana que tuviese, en cualquier manera, una relación
con el Estado. Es a partir de la edad moderna cuando el vocablo adquiere nuevas expresiones: como “ciencia
del Estado”, como “doctrina del Estado” (Jellinek, 1900), como “ciencia política”, como “Filosofía política”
(Hegel 1821). Así mismo, será también en esta época cuando se retome y se considere especialmente el
elemento del “poder” (político) como conjunto de actividades que se expresan en determinados verbos:
conquistar, defender, mantener, ampliar, reforzar, abatir. La expresión de “lo Político”, entonces va ir siendo
paulatinamente asociado al control, y especialmente, al control del territorio, del espacio. En tal sentido, y
dentro del significado propio de la edad moderna del término “política”, cuando la idea de “Estado” va
asumiendo un lugar central, los verbos y las principales “actividades” del “poder político” van a ser:
organizar, burocratizar, estudiar, justificar, modificar el Estado. A partir de este momento, y a través de la
decisiva vinculación con el “poder”, los tres conceptos que rondan irán siempre vinculados: Poder-Política-
Estado.”

Y en cuanto al “poder” el mismo autor menciona:

El problema de la “legitimación del poder” se revela decisivo. De acuerdo con la concepción


hobbesiana, el poder se vincula con los medios para obtener cualquier ventaja. B. Russel, en 1938, en su obra
El Poder, entendió a este como el conjunto de medios que permiten producir los efectos deseados (1972). Max
Weber expresó que “poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación
social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad” (1984). De ellos, y
otros, se extraerá la idea de que el poder siempre supone la relación entre dos sujetos, de los cuales uno
impone al otro su propia voluntad porque tiene la posesión de los medios necesarios para ello; medios que
siempre van a referirse al dominio sobre otros o al dominio sobre la naturaleza. El “poder político” se vincula
con la primera expresión de dominio o dominación.”

En atención a lo anterior, es comprensible la relación que guarda el clero con


el poder, principalmente la iglesia católica, misma que históricamente ha dominado

3
ideológicamente casi a la totalidad de la población del territorio nacional. Por
mencionar algunas estadísticas en el año de 1895 el 99.1 % de la gente en México
profesaba esta religión y el 88 % en el año 2000, por lo que fundamentando su dicho
en el manejo de la fe y las creencias de la población no es difícil legitimar cualquier
intento o acto por detentar el poder en sus diversas formas de presentación. Sin
embargo se observa una relación inversamente proporcional si hablamos de
alfabetismo, ya que en el año de 1895 el 82.1 % de la población era analfabeta y en
el 2000 el 8.4 %, la importancia de este dato estadístico radica en que se deduce que
a mayor influencia por parte de la iglesia católica menor alfabetismo, esto sin
considerar los datos pronunciados por el Investigador, Historiador y Escritor
Francisco Martín Moreno quien señala que al término del periodo de la llamada
santa inquisición y la colonia en 1821 en México el 98% de los mexicanos no sabían
leer ni escribir.

En términos generales se puede resumir que, la relevancia del clero en cuanto


a la creación y aplicación de las políticas públicas en territorio nacional a través de
las diferentes etapas históricas, está intrínsecamente ligada al estado actual que
guarda el país.

En el mismo orden de ideas y reforzando la postura de que el clero ha


buscado y sigue buscando el dominio y el poder en México, el Escritor y Periodista
Álvaro Delgado en sus libros “El ejercito de Dios” y “El Yunque la Ultraderecha en
el Poder” expone como El Yunque, grupo dependiente de la asociación secreta
denominada “Opus Dei” organización creada en España por el prelado José María
Escrivá de Balaguer a mediados del siglo XX, se está adueñando del poder político
del país (México) y los califica de religiosamente fanáticos y políticamente
ultraderechistas, al grado de considerar la mencionada organización, que los
luchadores sociales son hijos de Satanás y que ésta, tiene como propósito impulsar
un proyecto político-ideológico que significa la implantación de un gobierno
teocrático, un gobierno en el que el poder público se ejerza conforme a los mandatos

4
de la iglesia católica, siendo ésta, el gobierno invisible a partir de la administración
de Vicente Fox, donde el Cardenal Juan Sandoval Iñiguez es el capellán y hombre
de mayor jerarquía junto con el Cardenal Primado de México, siendo el objetivo
concreto el de instaurar el reino de Dios en la tierra mediante la conquista y
retención del poder político para evangelizar las estructuras y las instituciones del
Estado mexicano.

De esta manera, después de un breve análisis de la problemática que han


representado las ríspidas relaciones entre el Estado y el clero, verificando el
incesante deseo de preservar el poder político y control social por el segundo, se
justifica el retomar y darle la debida importancia al tema motivo del presente
ensayo, con el único interés de salvaguardar el Estado laico y la voluntad del pueblo
mexicano consagrado en el artículo 40 de nuestra Carta Magna, a fin de verificar y
en su caso evidenciar la parcial aplicación o falta de ésta del marco legal que debe
regular las actividades de las asociaciones religiosas, mismo que precisa garantizar
el desarrollo integral y la paz social del Estado Mexicano, conformado por una
sociedad plural, a la que se le debe asegurar el ejercicio pleno de todos y cada uno
de sus derechos – de persona y de ciudadano, según lo estudiado y criticado por el
neo constitucionalista Luigi Ferrajoli- dentro de los principios fundamentales de
legalidad e igualdad ante la ley, proporcionando con ello certeza y seguridad
jurídicas garantes del tan evocado Estado de Derecho.

De ahí que sea apasionante la tarea de buscar los principios racionales aptos
para regular las relaciones entre el poder político y el fenómeno religioso, sin
incurrir ni en el extremo de los que defienden la primacía de la política ni la
ingenuidad de quienes pretenden una religión absolutamente autónoma, como si no
estuviese demostrado ya por la historia que algunos de los más nefastos crímenes
contra el bien común y el pacto social se han cometido bajo el pretexto de la
religión, de la autonomía de la conciencia o de la verdad divina; sin restar
importancia al fenómeno ideológico - como lo menciona Michel Foucault – que

5
utilizando un discurso en muchas ocasiones demagógico en voz de la “soberanía” se
pretende legitimar el “poder” y al mismo tiempo- como lo cita Raúl Zafaroni – el
uso y abuso de la violencia “legítima”; que al igual que el doble discurso manejado
por las asociaciones religiosas ha mermado y retrasado el progreso científico,
tecnológico, educativo y democrático de México.

En el caso del Derecho Mexicano, la laicidad no está inscrita en la


Constitución del país, lo cual no impide que tanto el Estado laico como la educación
laica sean percibidos con claridad y sostenidos firmemente por la población. Según
algunas encuestas recientes, más del 90 % de los mexicanos apoyan el Estado laico
y la separación entre éste y las Iglesias. Existe sin embargo la paradoja de que en la
Carta Magna esta laicidad no se define formalmente y sólo hay un pasaje, en el
artículo 3° relativo a la educación, donde se afirma que, garantizada por el artículo
24 la libertad de creencias, dicha educación será laica y, por lo tanto, se mantendrá
por completo ajena a cualquier doctrina religiosa. Por otra parte, en el artículo 130,
relativo a los derechos políticos de las agrupaciones religiosas y sus ministros de
culto, se señala que “el principio histórico de la separación del Estado y las Iglesias”
orienta las normas contenidas en el mismo. Curiosamente, la laicidad del Estado
mexicano está estipulada en una ley secundaria (respecto de la Constitución), que es
la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público. En ella se ofrece una especie de
definición en cuanto a sus contenidos, cuando se afirma: “El Estado mexicano es
laico. Él mismo ejercerá su autoridad sobre toda manifestación religiosa, individual
o colectiva, sólo en lo relativo a la observancia de las leyes, conservación del orden
y la moral públicos y la tutela de derechos de terceros”. Se agrega que el Estado, “no
podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio a favor de religión alguna, ni
tampoco a favor o en contra de ninguna Iglesia ni agrupación religiosa”.

Uno de los fenómenos que a lo largo de la historia se ha presentado en el


escenario político, es el hecho de buscar la legitimación del Poder en base al
reconocimiento o acercamiento con la religión o asociación religiosa dominante de

6
un Estado, evidenciando con ello la falta de claridad y la crisis de legitimidad que
sufren los gobernantes, probablemente por la ausencia de transparencia y honestidad
al desempeñar un cargo público o bien, al momento de emprender la
correspondiente campaña política para buscarlo; esta situación se puede apreciar con
el impulso que han recibido servidores públicos con la visita en territorio nacional o
fuera de él, de los jerarcas de las diferentes iglesias, principalmente por las visitas
del Papa, reforzando la idea de que no es claro, por un lado a los gobernantes y por
otro a los gobernados, que el origen de ese Poder emana del pueblo, de los
ciudadanos que en uso de sus derechos políticos acude a las casillas a sufragar a
favor de un representante popular. En reciprocidad debería preocupar a los
funcionarios encontrar y promover la legalidad y la legitimación de éstos, realizando
las acciones de fondo necesarias para garantizar el desarrollo integral armónico de la
Nación, con la única consigna de velar por la ampliación de derechos hacia sus
gobernados, pues un Estado con más libertades, más derechos, más plural, más
respetuoso del Estado de Derecho, es en consecuencia más laico.

En este punto, en la búsqueda de conseguir y retener el poder, Iñaki Rivera


comenta que: “en el combate político no se lucha por el desarrollo de la justicia, la
supresión del dominio de clase o el engrandecimiento de la naturaleza humana;
siempre que se lucha, se lucha por el poder”.

Al respecto y por la disimulada forma de proceder por parte de los jerarcas


religiosos en territorio nacional, se puede confirmar la intención de implantar un
“panóptico-religioso”, donde el alcance en la injerencia de la manipulación de las
conciencias populares, ha representado un gran éxito para alcanzar los objetivos
encaminados a recuperar terreno que históricamente habían perdido. Lo anterior,
-como lo refiere Foucault en su Omnes et singulatim- fundamentado en lo que
quizás ha sido la transformación más importante en cuanto a las técnicas y discursos
de dominación; esto es, la aplicación de técnicas como los son el examen, la
confesión, la dirección de conciencia y la obediencia con la única finalidad de

7
conducir a los individuos a que contribuyan a su propia “mortificación” en este
mundo. La mortificación entendida no como la muerte, sin duda, sino como la
renuncia a este mundo y a uno mismo: una especie de muerte cotidiana. Una muerte
que se supone proporciona la vida en el otro mundo.

Esta idea no permite que el individuo, sea sólo o en grupo, pueda siquiera
poner en duda el proceder de sus pastores, ya que por un lado, su pastor, por medio
de la confesión, lo conoce en lo más profundo de su ser, conoce sus deseos, sus
necesidades, sus intenciones, sus faltas y pecados y por consiguiente ejerce su poder
sobre él. Una de las tantas maneras de dominar o esclavizar a alguien es conocer sus
secretos. A este fenómeno se le agrega la mortificación que proporciona el pretender
señalar actividades impropias de su pastor, ya que como en la mayoría de las
doctrinas, el contravenir las indicaciones de su Dios, mismas que se supone son
transmitidas por el pastor, puede representar toda una eternidad en los diferentes
tipos de infiernos de los que se disponen.

En concordancia Roberto Blancarte, señala que tres son en consecuencia los


principales riesgos que aquejan a la democracia moderna y en efecto al Estado laico
en el mundo. El primero consiste en buscar la legitimidad del poder político en una
fuente que no es de donde formalmente proviene la autoridad del Estado, ya que la
única fuente de ese poder son los ciudadanos, es decir, la voluntad del pueblo. El
segundo riesgo es acudir a una instancia religiosa para buscar una legitimidad allí
donde no existe, minando así la propia autoridad política, puesto que al pretender
una legitimidad religiosa se socava el poder de los ciudadanos. El tercer riesgo es
que la sociedad civil, en el contexto de una lucha histórica contra la influencia
política de lo religioso, concentre sus principales esfuerzos en luchar contra las
Iglesias o agrupaciones religiosas, en lugar de centrarse en la vigilancia sobre los
representantes populares y funcionarios políticos.

Es aquí donde radica la importancia del respeto al laicismo y por ende, al


Estado laico en México, ya que lejos de representar una persecución a los intereses

8
del clero, como maliciosa y equivocadamente lo conceptualizan algunos
gobernantes, intelectuales, el alto clero y una parte de la población, representa el
marco idóneo en el cual se encuentran garantizados los derechos fundamentales de
la población en general, donde el respeto va más allá de la tolerancia, donde los
principios del Estado de Derecho son efectivos para todos sin distinción, sin
prerrogativas, donde la libertad de pensamiento y de creencia son plenamente
respetadas por las instituciones educativas, de gobierno y del ámbito social, donde
no se realiza discriminación en contra o a favor de nadie por lo que piensa o cree,
donde las obligaciones consagradas en el artículo 31 de la Carta Magna deben ser de
observancia obligatoria, sin exclusiones ni distinciones, con la firme convicción de
apoyar al crecimiento y progreso de México y garantizar el acceso a las
oportunidades y servicios para todos, en especial a los más desprotegidos, ya que un
pueblo educado, con acceso a los servicios de salud y vivienda eleva
exponencialmente sus expectativas de bienestar en comparación del que no, una
población con esas características ejerce y exige sus derechos, pero al mismo tiempo
retribuye en productividad y respeto a las normas pues sabe que es en beneficio de
todos los que se encuentren en territorio nacional.

Es por todo esto y mucho más que el laicismo rebasa las fronteras religiosas y
cae sobre las tierras pantanosas de la ignorancia y fanatismo proporcionando
cimientos firmes para la construcción de un verdadero Estado Democrático
Moderno.

También podría gustarte