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Caos y cosmos

V. M. Peñafiel

V MP
Caos y cosmos
El pequeño libro de las
preguntas incontestables
por
V. Miguel Peñafiel N., Ph.D.
AUTOR DE “Introducción al tratamiento de datos
experimentales”, “Para vivir más o menos...”
y “Mecánica sin aplicaciones prácticas”

LA PAZ
(Publicado en la neobarbarie)

V MP
Copyright © 2020 V. Miguel Peñafiel N.
Publicación de la Carrera de Física, FCPN (UMSA)
www.fiumsa.edu.bo
RR

Bajo licencia de la Carrera de Física, FCPN (UMSA), sobre la base de


“como está”, sin garantías o condiciones de clase alguna,
implicada o expresa. El uso de este archivo está permitido estrictamente
para fines no comerciales. Su distribución debe ser gratuita citando y
poniendo de manifiesto los respectivos créditos.
Primera edición, Marzo de 2020
Contenido

Contenido · iii

0 ¿Por qué? · 1

1 Metafísica · 5

2 Conocimiento · 21

3 Voluntad · 47

4 Sentimiento · 57

5 Comportamiento · 74

6 Sociedad · 86

7 Agur... · 96
0
¿Por qué?

“Somos una pasión inútil.”


–J. P. Sartre

Filosofía es la actividad de buscar conocimiento


racional y, también, el resultado de esa actividad.
Incluye la indagación sobre la existencia y la reali-
dad pero, igualmente, de la naturaleza fundamental
del conocimiento mismo; es la búsqueda que la per-
sona emprende, tratando de entender verdades fun-
damentales acerca de sí misma, el mundo en el que
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vive, las relaciones con el mundo y las que se dan


entre individuos.
También es una disciplina académica, por supues-
to, pero con un contenido no esencialmente diferente
de lo que las inquietudes personales esperarían y,
sólo para hacerla más sistemática, es usual dividirla
en varias áreas mayores de estudio. No obstante, la
experiencia ha demostrado que la práctica filosófíca
implica el preguntar, contestar y argumentar y es
parte inherente de la naturaleza humana. Hasta re-
chazar esa práctica es filosofar; el hombre no puede
desprenderse de la filosofía.
A diferencia de lo que ocurre con la ciencia, la
utilidad de la filosofía no es inmediata ni manifiesta.
Es, más bien, muy personal: apunta a que una buena
filosofía puede ser la base para decidir con acierto,
analizar con criterio y mejorar, así, la calidad de vida.
Pero, además, con Will Durant,
“Hay un placer en la filosofía, y un atractivo incluso en los espejis-
mos de la metafísica, que todo estudiante experimenta hasta que las pro-
saicas necesidades de la existencia material lo hacen bajar bruscamente
de las alturas del pensamiento al tráfico de la batalla y las ganancias
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económicas.”
Sin duda, muchas desventuras, equivocaciones e
incertidumbres son originadas por malas concepcio-
nes, malos razonamientos o injustificados prejuicios
ideológicos; esto es, a filosofar defectuoso.
Tampoco, contrariamente a la práctica científica,
en la tradición filosófica la construcción de teorías
únicas es compulsiva. Más bien, una gran variedad
de “sistemas filosóficos” parecen coexistir en una es-
pecie de ambiente ecológico conceptual, sostenido
principalmente por el significativo peso de su histo-
ria.
Así, todos sabemos que es imposible hablar de filo-
sofía sin mencionar a los pensadores griegos -quienes
inventaron esta palabra, para empezar-. Ellos (Anaxi-
mandro, Heráclito) introdujeron también la palabra
“caos”, un espacio, grieta o abismo vacío primordial
transformándose continuamente hasta formar toda
la realidad, el “cosmos”. El vacío tenía propiedades
físicas y el proceso su propio “ímpetu”. ¡Cuanta in-
tuición! -se diría-, la descripción más moderna parte
de una región muy pequeña con una gran energía
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potencial, liberada en un instante y denominada “la


gran explosión (big bang)”. ¿Por qué ésta última es
mejor que la primera?
Igualmente, el origen de la palabra “átomo” es grie-
go (Leucipo, Demócrito) y también la idea de la ma-
teria constituida por pequeñas entidades discretas,
para ellos, eternas e infinitas en número, conforman-
do una química de cuatro elementos. Por supuesto, en
este caso, la visión moderna es sobrecogedoramente
más sofisticada e incontrastable, como se sabe.
Interesante, ¿no es así? Todavía para 1676 un aná-
lisis como este hubiera sido sencillamente imposible.
Mas, el conocimiento es un proceso sin fin. El “amor
por la sabiduría” sería inútil si los métodos para obte-
nerla no se refinaran, las definiciones no se precisaran
y los conceptos obtenidos no se perfeccionaran en
consecuencia. ¿Cuál es pues el estado del arte res-
pecto de esas preguntas filosóficas tan difíciles de
contestar?
RR

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1
Metafísica

Y, realmente, interesa saber si se está ahora en me-


jores condiciones para tratar esos viejos problemas
como el de la “gran pregunta metafísica”. Ésta la pro-
puso Gottfried Wilhelm Leibniz y dice “¿Por qué es
que hay algo más bien que nada?”
Existe la sospecha de que Leibniz tenía la inten-
ción de que la respuesta inevitable fuera “porque dios
lo hizo” (en la “Teodicea” afirma que el mundo fue
creado por un dios perfecto). Pero la idea no era -y no
es- buena: Benito Espinoza observó acertadamente
que un dios perfecto, al no admitir defectos, debería
contener al universo; y la pregunta equivalente sería,
entonces, “¿por qué hay dios en vez de nada?” y, claro,
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no hubiera adelanto alguno.


La otra respuesta es la de que no hay respuesta;
de que el mundo sólo es. Ésta es la manera en que se
podría solucionar todas las interrogantes, con un “por
que sí”, dando por concluida la necesidad de filosofar.
Sin embargo, por otra parte, no hay evidencia
de que el universo -tal como es ahora conocido-
tenga un propósito definido (no tiene un “para qué”);
entonces, el universo es contingente. Pero, siendo no
necesario, se deduce que pudo haber sido... o no. Y
la repuesta a la (gran) pregunta metafísica debe ser
algo equivalente a “por suerte”.

—ooOoo—

1.1. Probabilidad
Es muy conocida la idea de Epicuro acerca del
“clinamen atómico”. Átomos desviándose imprede-
cíblemente de su curso esperado para permitir a los
humanos el libre albedrío en medio de un universo
absolutamente determinístico. Fuera de esa interesan-

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te referencia, los griegos nunca desarrollaron nada


parecido a la noción de “probabilidad” (cuyo signi-
ficado se relaciona con la acción de “comprobar”).
Platón y los pitagóricos tenían a la matemática en
muy alto concepto, mezclarla con prácticas relativas
al juego les hubiera parecido despreciable e indigno;
el mero concepto de probabilidad les hubiera sido
contradictorio, un intento de obtener conocimiento
a partir de la ignorancia. La realidad estaba hecha de
formas ideales, el mundo físico era sólo imperfecta
sombra de la realidad. También Aristóteles estaba
más interesado en evitar ambigüedades que en darles
alguna forma matemática. La doctrina de eterna recu-
rrencia de los estoicos los alejaba, por otra parte, de
cualquier noción referente al azar. Además, ellos eran
fundamentalmente deterministas; aun los pequeñas
incidentes humanos estaban regidas por el hado y
muchas otras eran consecuencia de escaramuzas y
caprichos divinos descendiendo del olimpo.
Al prescindir de los dioses, la vida del ser humano
queda irremediablemente librada al azar y la literatu-
ra recoge esa realidad con las muchas palabras rela-
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cionadas a la “suerte” (que originalmente significaba


reparto); unas como azar y aleatorio provienen de
dado, respectivamente en árabe y latín; otras, fortuna,
casualidad, conjetura, estocasticidad, etc, muy cerca
de las ideas asociadas a la adivinación. En fin, griegos
o no, los seres humanos siempre estuvimos conscien-
tes de nuestra fragilidad e inseguridad, de que nada
está garantizado y sólo podemos asignar un “grado de
credibilidad” aun a nuestras más caras convicciones
(firmes creencias). La intuición de su naturaleza es
tan antigua como la de lugar, que conduce a la geo-
metría, o la de tiempo, que es la base de la aritmética
(por su relación con el conteo); a pesar de ello, el
fatalismo de los griegos y de casi todas la culturas
antiguas hizo que el tratamiento matemático del azar
haya sido relativamente tardío.
La primera evidencia registrada de la teoría pro-
babilística, por supuesto, se refiere a un estudio so-
bre resultados de lanzamientos de dados hecho por
Cardano en 1550. En 1654, cierta discusión entre ju-
gadores llevó a la primera teoría matemática de pro-
babilidades asociada a una correspondencia entre los
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famosos Blaise Pascal y Pierre de Fermat. Christian


Huygens, enterado de tal correspondencia, publicó
en 1657 el primer libro sobre probabilidad titulado
-para que no quepan dudas- “De Ratiociniis in Ludo
Aleae”, problemas relativos al juego de dados. Los
aportes importantes de Jakob Bernoulli, Abraham
de Moivre, Thomas Bayes (“Por chance entiendo lo
mismo que probabilidad”) y -más tarde- Pierre de
Laplace con “Théorie Analytique des Probabilités”
consolidaron y extendieron el área de estudio al de
muchos problemas científicos, como la teoría de erro-
res, y prácticos como la matemática actuarial. Pero la
definición de probabilidad se mantuvo elusiva hasta
1933 año en el que el matemático soviético Andréi
Kolmogórov publicó la monografía “Fundamentos de
la teoría de probabilidad” estableciendo la axiomati-
zación que conforma la base de la teoría moderna;
matemáticamente, parte de la más general “teoría de
la medida”.
El disponer de una definición rigurosa y consisten-
te de probabilidad y de los principios que la gobier-
nan, es sólo una parte del problema. La otra -muy
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independiente de la anterior- es la manera en que


las probabilidades son calculadas o asignadas. Ésta
va desde la probabilidad matemática, basada sobre la
simetría “a priori” de algunos problemas (v. g., dado
ideal), hasta las complejas soluciones de la ecuación
de Shrödinger, fuente inagotable de útiles distribu-
ciones de probabilidad.
Los filósofos de la probabilidad se han centrado
sobre el “problema de la interpretación” con varias
versiones. Por ejemplo, se denomina “interpretación
clásica” a los procedimientos de cálculo asociados al
principio de indiferencia formulado por los fundado-
res de la teoría; “interpretación sujetivista” o “baye-
siana” que asigna valores probabilísticos como gra-
dos de confianza individual y pueden ser corregidos
sobre nueva evidencia usando el teorema de Bayes;
“interpretación frecuencista” y otras, mucho menos
significativas.
Resulta demasiado obvio el que no existe tal proble-
ma de interpretación; se trata sólo de las maneras o
criterios empleados para la determinación de las can-
tidades que se usarán en una determinada aplicación
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del “cálculo de probabilidades”. Cualquier conjunto


que satisfaga la definición y axiomas de Kolmogórov
es, pues, válido como distribución probabilística. Por
ejemplo, es posible demostrar que el álgebra boolea-
na y la lógica difusa tienen base común con la teoría
de probabilidades. La interpretación frecuencista se
origina, al parecer, en una antigua definición de pro-
babilidad como el límite de la frecuencia relativa (la
razón entre los casos favorables y el total de casos)
cuando el “experimento” se repite infinitas veces. Ac-
tualmente, una generalización de este procedimiento
se llama “ley de los grandes números” y es la cone-
xión matemática entre la teoría de probabilidades con
la estadística.
La palabra “estadística” apareció en la mitad del
siglo 18, usada por primera vez por Gotifried Achen-
wall en referencia a las técnicas estatales concernien-
tes a la recolección y uso de datos. Actualmente cons-
tituye, más generalmente, el tratamiento de frecuen-
cias numéricas en el marco de la teoría de probabili-
dades. Al margen de sus aplicaciones cotidianas, su
uso en la ciencia es tan vasto y compulsivo que puede
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ser considerada como la matemática de la inducción


científica.
El concepto detrás de la probabilidad y la estadís-
tica representa todavía el punto ciego de la filosofía.
La distinción que hizo Kant entre juicios apodícticos
y contingentes le permitió explicar la diferencia en-
tre las ciencias formales (lógica y matemáticas) y las
ciencias de la naturaleza, cuyos resultados admiten
el tratamiento laplaciano por errores. El énfasis de
J. P. Sartre sobre la contingencia del ser es, quizá, la
aproximación más cercana a una visión aleatoria de
la existencia.
Más bien, la experiencia científica actual -donde la
probabilidad y la estadística fueron usadas primero
en metrología, para refinar las observaciones cuanti-
tativas; luego en mecánica estadística, para dilucidar
el comportamiento microscópico de la energía y,
finalmente, en mecánica cuántica para entender la
dinámica a nivel atómico- ya no puede ser conside-
rada como el soporte del determinismo. Además, ni
la cosmología, ni la biología dan el menor indicio
de objetivo o propósito en el universo, permeado
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esencialmente por el azar. No hay otra posibilidad; el


universo que observamos es contingente, aleatorio
y ferozmente violento. O existió siempre (porque
la nada podría ser imposible) o su existencia sólo
se justifica si se la asocia a una fluctuación estocástica.

—ooOoo—

1.2. Dios
Dios ha sido, por siglos, un socorrido y cómodo
implemento metafísico. La necesidad de un creador
proviene, curiosamente, del más conspicuo rasgo de
la naturaleza humana: su habilidad de construir e
inventar. Se trata de una clara extrapolación mental
que ahora ya está muy superada. Con todo rigor, si se
insistiese en que la respuesta de que dios creó al uni-
verso es válida, entonces la pregunta de quién creó a
dios sería igualmente válida dando lugar, inevitable-
mente, a una regresión infinita de dioses creando a
dioses.
Si un dios hubiera creado el mundo, éste, que no

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es perfecto, lo sería. Científicamente, la objeción es


igualmente insalvable: el proponente debe presentar
de inicio al creador. No es posible erigir una teoría
sobre un creador indetectable y menos comprobar
la primera y más fundamental de sus hipótesis (la
existencia); por eso el “creacionismo” en biología es
insostenible, inclusive en tribunales de justicia.
Dios queda -así- como una “variable oculta” des-
tinada a restaurar el determinismo a un universo
manifiestamente aleatorio. Para la filosofía, la ciencia
y para cualquier mente racional, este concepto histó-
rico termina así, siendo una hipótesis innecesaria e
improbable (imposible de probar). Posteriormente,
toda referencia a una divinidad ya no es una cues-
tión filosófica sino de fe, esto es, de creencia ciega
(aceptación sin prueba) donde ningún argumento
tiene valor. Como los estilos artísticos y culturales, la
religión es inculcada en la infancia y permanece, por
tanto, en el nivel más bien convencional, con muchos
enigmas (como la gratuidad del sufrimiento humano)
tolerados sin demanda de explicación convincente.

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—ooOoo—

1.3. Ser
No nos apercibimos de la realidad objetiva median-
te el intelecto sino mediante la voluntad. Este des-
cubrimiento filosófico lo debemos a Schopenhauer.
Sabemos que el mundo existe porque (o cuando) se
opone a nuestras voliciones. Y nos obliga a adoptar
acciones consecuentes.
Por eso, “la realidad” es algo que el intelecto ayuda
a comprender, en un proceso que dura la vida entera.
El resultado colectivo es la ciencia, que presupone
la existencia y cognocibilidad del universo y es la
actividad humana destinada a penetrar en los detalles
que constituyen la esencia del ser. Naturalmente,
la ciencia no es independiente de la filosofía; ésta
empezó con la observación del mundo “a escala
humana”, actualmente es posible observar el mundo
con más detalle y a escalas extendidas y, muy a pesar
de algunos filósofos, el espacio metafísico clásico se
redujo considerablemente. Más bien, ahora es posible
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una descripción razonablemente objetiva del ser, sólo


en términos de objetos materiales, transitando desde
las partículas subatómicas, los átomos, las moléculas,
la materia orgánica e inorgánica, los organismos
vivos, el sistema solar y el cosmos. La riqueza de
detalles filosóficos sobre tal “infraestructura” es, por
supuesto, inmensa; siempre que la norma científica
de observar con objetividad y razonar con rigor,
guardando las distinciones, sea aplicable también
a la metafísica; eso la dispensaría de las muchas
lamentables opiniones vertidas por filósofos pobre-
mente versados en ciencias. Así, los intentos de
rebatir el positivismo que la práctica y resultados
científicos implican, son cada vez más forzados y
poco trascendentes. ¿Qué es lo que existe, qué es el
ser? El universo en movimiento, eso es todo y nada
más.

—ooOoo—

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1.4. El cosmos y el caos


La palabra “ontología”, introducida en el siglo XVII,
se usa en referencia al estudio de los detalles del ser
-su descripción más aproximada-. Ese anhelo de los
pensadores griegos está ahora al alcance del ser hu-
mano acucioso. El conocimiento científico está com-
puesto de verdades interpersonales, es válido para
todos y es una tarea colectiva, donde ninguna con-
tribución está -en principio- excluida. Y tiene las res-
puestas a las preguntas que más nos preocupan, si
tenemos la entereza para aceptarlas. Steven Weinberg
lo expresa de esta manera:
“Cuanto más el universo parece comprensible, también tanto más
parece fútil.”
La astronomía, finalmente, permite al hombre co-
nocer su lugar en el universo, admirar la enormidad
de éste y estudiar la variedad de objetos que lo com-
ponen. Los astrónomos modernos son capaces de
calcular distancias, detectar composiciones y tama-
ños de esos “cuerpos celestes”; ellos pueden afirmar
rápidamente que, en la actualidad, es posible obser-
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var hasta una distancia de unos 4.5 × 1026 metros,


encontrando no sólo planetas y estrellas, sino mu-
chos otros inimaginables componentes: nebulosas,
galaxias, cuásares, púlsares, agujeros negros, materia
oscura, etc. Se estima que el universo conocido tiene
unos 14 miles de millones de años; la Tierra, un punto
dentro de él, quizá de menos de 5 miles de millones
de años, reúne todas las condiciones para albergar
vida, al parecer, escasa en el universo.
Respecto de los seres vivos, los resultados de la
biología, la paleontología y la arqueología se comple-
mentan confirmando la evolución de los organismos
desde estructuras “simples” hasta organismos muy
complejos, incluyendo, naturalmente, al ser humano,
el único ser -conocido hasta ahora- capaz de filosofar.
Pero sabemos que la vida, inteligente o no, también
está hecha de los mismos componentes que el resto
del universo. En física de partículas se define como
“elemental” o “fundamental” a una partícula subató-
mica que carezca de estructura. Actualmente el “mo-
delo estándar” acepta un esquema de doce elementos
o “partículas de materia”: (electrón, neutrino elec-
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trónico, quark arriba, quark abajo); (muon, neutrino


muónico, quark extrañeza, quark encanto); (tauón,
neutrino tauónico, quark fondo, quark tope). Esos
son los componentes de los núcleos atómicos y de
los átomos, éstos de las moléculas y luego el resto de
los materiales inorgánicos y orgánicos incluyendo a
los seres vivos. El cosmos es, pues, así de material.
La “gran pregunta metafísica” acepta la existencia
del mundo al oponerlo (como “algo”) a la nada por-
que, desde luego, sería absurdo hablar de un “algo”
inexistente. Análogamente, la metafísica acepta de
modo implícito la existencia de su objeto principal,
el cosmos; y en la ontología queda definido, en con-
secuencia, por el análisis de la actividad y resultados
del conjunto de las ciencias.
La palabra “caos” -que hoy tiene otros significados-
deriva del griego “χάoς” y se refiere a un estado de
vacío que precedió a la creación del cosmos. Clási-
camente, el vacío es la ausencia total de materia. En
relatividad general, el vacío es un lugar donde las
componentes del “tensor de materia y la energía” se
anulan; pero admite todavía una curvatura producida
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

por otras fuentes (v.g., ondas gravitacionales). ¿Existe


realmente el vacío? No, en el sentido de “nada”. En
mecánica cuántica se obtiene desarrollos mostrando
que el más perfecto vacío clásico no está verdadera-
mente desocupado, suele ser descrito como un conti-
nuo de pares de partículas “virtuales” que aparecen y
desaparecen dejando alteraciones detectables en los
niveles de energía de los átomos.RR

20 105
Conocimiento 2
2.1. Epistemología
¿Es la epistemología independiente del sustrato
objetivo? No. La escasa información acerca del fun-
cionamiento del cerebro llevó a Descartes a una erró-
nea interpretación de la subjetividad y a su idea de
la “dualidad mente - cuerpo”; por supuesto, fue in-
capaz de explicar el mecanismo preciso de la inter-
acción (¿cómo es que un “ente” espiritual actuaría
sobre la materia?). Los progresos en el estudio del ce-
rebro humano y sus operaciones, más bien, permiten
identificar a la conciencia con el estado de funciona-
miento del cerebro, un sistema electroquímico donde
los datos entregados por los sentidos y la memoria
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

son procesados en forma de comandos “si...entonces”,


para convertirlos en señales e información útiles al
accionar del organismo entero.
En la época de Kant, el espacio era una especie de
contenedor absoluto de la materia, y nadie hubiera
puesto en duda el que su geometría era euclidiana.
Por eso, en “Crítica de la razón pura” aparece como
una categoría a priori, embebida en el cerebro des-
de el nacimiento y con la finalidad de permitirle la
capacidad de ordenar adecuadamente los objetos. Pe-
ro el éxito de la relatividad general demostró que el
espacio es una propiedad de la materia y su geome-
tría depende de la distribución de ésta. El espacio y
su geometría no pueden ser, por tanto, intuiciones
a priori; deben ser aprendidas mediante experiencia
directa. Descartes estaba, pues, equivocado y Kant
también. La evidencia empírica debe llevarnos, así, a
conclusiones filosóficas mejor cimentadas.
La información contenida en la memoria se deno-
mina conocimiento. Conocer es, entonces, percibir
nueva información como distinta de toda la que ya
se posee. Aparte del conocimiento intuitivo (alimen-
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

tación, reacción a estímulos, empatía, uso de las ex-


tremidades, etc.) y del conocimiento consetudinario
(personas, lugares) propios también de otros seres
vivos, es de particular importancia -y objeto de la
epistemología- el conocimiento razonado o proposi-
cional.
Un aspecto epistemológico muy importante es
que lo que se sabe, está compuesto básicamente de
creencias. Creer es la actitud de considerar algo como
cierto aún sin haberlo comprobado. Contrariamente,
una pieza de información es una certeza cuando es
imposible dudar de ella. Pero, ¿cuánta comprobación
es necesaria para convertir la creencia en certeza?

—ooOoo—

2.2. Lógica
La verdad es un valor que se atribuye al juicio
cuando el contenido de éste coincide con su referen-
te. Esto es, la coincidencia entre una afirmación y
los hechos a los que la afirmación se refiere. Cuando

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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

eso no ocurre, se dice que el juicio es falso. Verdad y


falsedad están muy asociadas al lenguaje. Si alguien
exclama “¡hay fuego en la casa vecina!”, uno sale a la
calle y mira en dirección de la casa vecina para ver
si, en efecto, hay fuego; y es lo único que se puede
hacer -además, quizá, del respaldo de otros testigos-
para decidir si el juicio citado es verdadero o falso.
Pero, si es falso, hay dos posibilidades: en el lenguaje
ordinario, la palabra “falso” significa erróneo y, tam-
bién, mentira, que no está asociada con la lógica sino
con la honestidad y es muy propia de los humanos;
mentir es una posibilidad exclusivamente humana.
Los animales creen y se equivocan, pero no pueden
mentir. La mentira es la pronunciación intencional de
un juicio falso.
Por otra parte, la creencia es una posibilidad priva-
tiva de los seres vivos, es la función que les permite
la adaptación al medio ambiente porque es la base
del aprendizaje; de paso, se puede percibir claramen-
te, ahí, la dificultad en el logro de una inteligencia
artificial. Pero, aun en la perspectiva de posibles apli-
caciones, la admisión de la creencia como un espectro
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

de valores intermedios de verdad (o grados de credi-


bilidad), permite una visión más realista de la lógica
en la teoría del conocimiento.
La lógica es la teoría de la inferencia. Estudia, no
únicamente las reglas del razonamiento correcto, tam-
bién muchos otros aspectos relativos como la forma-
ción de los conceptos, la pertinencia de las definicio-
nes, la naturaleza de los enunciados, proposiciones y
argumentaciones. Cubre todos los estudios con orien-
taciones especiales como la lógica filosófica, lógica
simbólica, matemática, etc. La inferencia es el acto de
derivar conclusiones a partir de premisas mediante
proposiciones, y se dice que las premisas implican
la conclusión. La distinción más importante se da
entre la inferencia deductiva, en la cual la conclusión
particular se halla necesariamente en alguna premisa
general, y la inferencia inductiva donde la conclusión
sigue de generalizar desde premisas particulares.
Como la habilidad del lenguaje y de la aritméti-
ca, la lógica básica se desarrolla muy rápidamente
durante el proceso de formación racional, al punto
que hay personas que, sin entrenamiento especial,
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

pueden distinguir entre razonamientos correctos e


incorrectos; la práctica, desde luego, mejora sin límite
esta habilidad. En la literatura especializada, en muy
pocas ocasiones se debe analizar una inferencia con
detenimiento técnico. No obstante, el requerimien-
to científico de “razonar con rigor” se refiere a que
cualquier práctica especializada debe se expresada
en total apego a los principios lógicos.
A diferencia de los juicios que se obtienen por de-
ducción que son de la forma “Si A es B y x es A,
entonces x es B”, los juicios por inducción (por enu-
meración simple) se parecen a “Si x1 , x2 , ...xn son B,
entonces todo x es B”. La inducción es la base de to-
das las operaciones que conducen a establecer, por
ejemplo, los postulados de algunas teorías. El reque-
rimiento científico de “observar con objetividad” im-
plica que el más prolijo cuidado debe caracterizar a
descripciones o mediciones (x) que van a enriquecer
los resultados de la investigación en ciencia. Pero,
con la debida prudencia, es aplicable -o debiera serlo-
también en filosofía.
Como un argumento válido sólo requiere que la
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

conclusión sea una consecuencia lógica de las pre-


misas, no que éstas sean necesariamente verdaderas,
usualmente la obtención de premisas válidas es tan
importante como la propia construcción de los argu-
mentos; al respecto, una cantidad de formas falaces
o paradójicas son objeto de atención por parte de los
lógicos.
Finalmente, la lógica formal es extensible a valo-
res continuos de verdad (lógica difusa). Es posible
demostrar que, entonces, la lógica difusa está muy
relacionada con la teoría de probabilidades; así, si x e
y son variables aleatorias con valores entre cero (fal-
sedad) y uno (verdad), la probabilidad de “x ∪ y” está
dada por “x + y - xy”, es fácil constatar que, cuando
(x,y) quedan restringidas a sus valores extremos (0,1),
esa expresión es identificable con la “tabla de verdad”
de la proposición lógica “x o y”; lo mismo es cierto
para otras operaciones lógicas.
Una vez que las bases observacionales y otras
consideraciones garantizan la validez de las premisas,
es la lógica, al final, la que determina la validez de
un razonamiento. Cuando el sistema simbólico es el
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lenguaje, su interacción y relación con el pensamien-


to y su estructura lógica usualmente son suficientes
para la construcción y análisis de una argumentación.

—ooOoo—

2.3. Lenguaje
El rasgo externo más conspicuo en los humanos es
el lenguaje. Somos animales que hablan. El crear, re-
conocer y usar signos (sonoros y escritos, entre otros)
en forma compleja y versátil ha permitido que forme-
mos sociedades estables y exitosas, biológicamente
hablando.
Por supuesto, la primera aproximación al lengua-
je se puede asociar a la llamada definición ostensiva;
esto es, el aprendizaje de palabras sin el uso de otras
palabras. Se practica con los niños cuando inician
su entrenamiento básico, mostrando el objeto y pro-
nunciando el respectivo nombre. El aprendizaje del
lenguaje es, así, simultáneo con los primeros pen-
samientos y memorias. Una vez que la estructura

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comunicativa está totalmente formada, suponemos


que toda palabra puede ser definida mediante otras
palabras, usualmente de varias maneras.
La zoología actual ha logrado detectar lenguaje
rudimentario en varias especies, tanto para comuni-
car emociones cuanto información, proporcionando
indicios de desarrollo gradual en diversas manifesta-
ciones de la inteligencia. En cualquier caso, el proceso
de emisión de signos, su reconocimiento y posterior
interpretación, no es privativa de los humanos; va-
rias especies son capaces de transmitir información
(sobre comida, por ejemplo) o emociones (“¡peligro!”).
La conclusión es que nuestro lenguaje es una adapta-
ción gradual, innata y apropiada a nuestra naturaleza
social. La observación y estudios modernos apun-
tan a señalar la inevitable interacción del lenguaje
con el pensamiento; en el sentido en que ambos se
desarrollan en el cerebro en forma paralela hasta casi
confundirse en ciertas circunstancias. Pero en otras,
es clara la diferencia entre el pensamiento y su ex-
presión en palabras, son muchas las declaraciones en
sentido de la dificultad de transmitir aquél mediante
29 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

éstas.
Los signos en la memoria, por ejemplo las palabras,
conforman algo así como “bases de datos” (contenido
cognitivo) más o menos complejas. Una palabra “ha-
ce sentido” cuando puede ser reconocida y referida
a algún elemento del contenido memorístico. Desde
luego, esta operación nada tiene que ver con la asig-
nación posterior de verdad o falsedad. La complejidad
en el manejo del lenguaje está asociado, también, a
la gradación continua desde una estructura primi-
tiva animal (signos no o pre lingüísticos) hasta el
más elaborado funcionamiento del cerebro humano
(tratamiento lexicográfico).
¿Pensamos usando sólo palabras? Naturalmente
que no. El pensamiento se alimenta de palabras, pe-
ro puede procesar otros estímulos -imágenes, por
ejemplo-. Pero no es independiente del lenguaje; re-
curre a éste paralelamente o cuando es necesario;
inclusive, hay pensamientos e ideas que no podrían
existir sin el lenguaje. Precisamente las exposicio-
nes filosóficas muestran de manera más clara tal in-
teracción. Internamente se forman los conceptos (el
30 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

pensamiento concibe), éstos deben ser transmitidos


en palabras, la única expresión pública de aquéllos;
es ahí donde la imprecisión entre el pensamiento y
el lenguaje se presenta y genera los problemas más
diversos: desde las discusiones más eruditas hasta
elementales malos entendidos y pedestres equivoca-
ciones.
Desde luego, en ciertas circunstancias, la correla-
ción de conceptos y palabras es más fuerte, de modo
que la inexistencia de los unos se reflejará en la au-
sencia de las otras. Un ejemplo muy ilustrativo es el
de Benjamin Lee Whorf quien, habiendo estudiado
la lengua de la tribu nativa americana Hopi, observa:
“(Los Hopi) no tienen palabras, formas gramaticales, construcción o
expresiones que se refieran directamente a lo que llamamos ‘tiempo’.”
Pues, el tiempo no es un existente, es una conven-
ción conceptual emergente de la comparación entre
cambios o movimientos, un parámetro en el que todos
podemos -y debemos, cuando es necesario- ponernos
de acuerdo.
Finalmente, la base de esta discusión no varía por
el hecho de que otros mensajes, especialmente estéti-
31 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

cos, pueden ser comunicados mediante la pintura o


la música, usadas como formas lingüísticas.

—ooOoo—

2.4. Ciencia
Es importante notar que las funciones que se eje-
cutan para adquirir conocimiento científico son, bá-
sicamente, refinaciones de los que todos practicamos
a lo largo de la vida cotidiana. Aprendemos primero
ostensivamente, observando y tocando los objetos,
luego mediante definiciones y descripciones verba-
les; podemos comparar, verificar, prever y pronosti-
car. Podemos refinar las creencias hasta admitirlas
como verdades e inclusive, sin mayor entrenamiento,
estimar subjetivamente la probabilidad (grados de
credibilidad) de ocurrencia de ciertos eventos. Es la
necesidad de justificar las creencias (aumentar su cre-
dibilidad) la que condujo a perfeccionar los métodos
de observación y razonamiento y sistematizar los co-
nocimientos en el cuerpo que ahora llamamos ciencia

32 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

y que, lo mismo que la sabiduría de cada persona, es


un proceso inexorable. A este punto, todos los filóso-
fos que defendieron el predominio de la experiencia
en la formación del conocimiento tuvieron razón,
mientras la posición contraria es ya indefendible. El
individuo adquiere información principalmente del
“mundo externo” precisamente para adaptarse a los
estados de éste. El conocimiento, por tanto, puede no
ser exacto ni preciso; puede no ser completo, pero
siempre será suficiente para las necesidades inmedia-
tas.
Contenido cognitivo (conocimiento) es toda la in-
formación disponible en el cerebro. Las capacidades
operativas de éste admiten y complementan el flujo
de datos que provee -principalmente- la percepción.
Aún los cerebros más primitivos (moscas, cucara-
chas) exhiben ciertas capacidades operativas básicas
para procesar las señales aportadas por la percep-
ción sensible, permitiéndoles distinguir entre con-
textos biológicamente favorables y peligrosos. Los
chimpancés son capaces de organizar partidas de caza
completas, comunicándose y afinando sus estrategias.
33 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

El conocimiento humano es una obvia continuación


del conocimiento animal; más sofisticada pero man-
teniendo las características fundamentales: procesa-
miento de percepciones, recuperación de memorias,
introspección y razonamiento.
La adquisición de conocimiento es un proceso. Los
conceptos se van perfeccionando o corrigiendo con la
experiencia. Las ideas se conectan de diversas mane-
ras y, finalmente, el conjunto termina dependiendo de
la interacción entre individuos (verdades intersubje-
tivas). La definición de conocimiento como “creencia
verdadera justificada” es, por ello, francamente erró-
nea. Como ya se dijo, las creencias son susceptibles,
más bien, de diversos “grados de verdad”. Es la prácti-
ca continua la que aumenta la probabilidad de que la
creencia se consolide como conocimiento confiable.
Ahora, el conocimiento más confiable es el conoci-
miento científico, porque es un conocimiento objetivo.
Como ya se dijo, la ciencia presupone las premisas
filosóficas de que (i) el Universo existe y (ii) es cog-
noscible. Por tanto, la existencia del “mundo exterior”
no es un problema científico. El problema fundamen-
34 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

tal de la actividad científica es -precisamente- el de


adquirir conocimiento a partir de la experiencia. Se
considera solamente eventos observables, hechos. No
es posible erigir teorías científicas sobre la base de
experiencias subjetivas (sueños, imaginaciones, in-
tuiciones o hipótesis no verificables empíricamente).
Las verdades de la ciencia son siempre intersubjeti-
vas (criterio débil de objetividad) y se extrapolan co-
mo válidas aún en ausencia de observadores (criterio
fuerte de objetividad). También es un conocimien-
to racional. La ciencia es el conocimiento razonado
de las cosas. Sí, una de las principales característi-
cas del conocimiento científico es su racionalidad, el
ser accesible a la inferencia deductiva y a todos los
procesos lógicos propios de la inteligencia. Es el tipo
de conocimiento que permite inferir (derivar nueva
información), explicar (generalizar y exhibir informa-
ción implícita) y entender (aprehender información).
No todo conocimiento es racional. Por ejemplo, la
relación cotidiana con otra persona da un conoci-
miento intuitivo de su carácter; el conocimiento que
lleva al dominio del equilibrio corporal para caminar
35 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

o montar una bicicleta, es instintivo, como lo es el


conocimiento básico de algunas fuentes de dolor y
placer; etc. Es un conocimiento metódico. Los datos
(resultados observacionales) de las ciencias no se ex-
traen y verifican en forma desordenada e inconexa;
para aprender el mundo objetivo se requiere de pro-
cedimientos definidos, repetibles y confiables. Son los
procedimientos propios de la teoría de la inferencia
inductiva (probabilidades y estadística) y los muchos
métodos de observación. Tampoco son considerados
aisladamente, sino agrupados en cuerpos de conoci-
miento, o relacionados con ellos. La ciencia no es una
simple suma de conocimientos dispersos. Entendien-
do por “sistema” un conjunto de partes organizadas
de acuerdo a una función común es, más bien, un
conocimiento sistemático. En su forma más amplia,
una ciencia es un conjunto de teorías enlazadas de
modo consistente. Así, la teoría del movimiento y
sus causas (Mecánica), la teoría de las fuerzas elec-
tromagnéticas (Electromagnetismo), la de las fuerzas
nucleares (Física Nuclear), etc., etc., son construccio-
nes del tipo descrito que se complementan unas a
36 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

otras y conforman, en total, el estudio de todas las


interacciones existentes en el universo o la ciencia
conocida como física. “La Ciencia” se refiere al sis-
tema conformado por todas las ciencias particulares
las cuales, obviamente, son totalmente compatibles
unas con otras. Finalmente, el adquirir información
a cerca del mundo real es, obviamente, un proceso
aproximativo (adaptativo). Por una parte, el progreso
científico se traduce en progreso tecnológico y éste
en más y mejores medios de observación los cuales, a
su vez, implican refinamientos o correcciones impor-
tantes a la ciencia. Por otra parte, el trabajo científico
posee una componente heurística intrínseca e inevi-
table que compromete al juicio humano. El estado
actual de la ciencia o de una ciencia, es el efecto no
solamente de la calidad y poder de nuestros medios
observacionales, también lo es, al fin de cuentas, del
esfuerzo crítico común: de nuestra habilidad de juz-
gar la diferencia entre lo verdadero y lo falso, entre
lo fino y lo basto o entre lo pertinente y lo inapropia-
do. Las teorías científicas, pues, son construcciones
sometidas a revisión y corrección permanentes y la
37 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

ciencia, en resumen, es un conocimiento crítico.


Entonces, como una definición, Ciencia es un co-
nocimiento objetivo, racional, metódico, sistemático y
crítico.
Es, claro, un típico emprendimiento humano, una
tarea y -a la vez- un patrimonio social. La capaci-
dad predictiva del conocimiento científico permite
su aplicación utilitaria (y prueba final de su validez):
la tecnología. Esto es, la norma científica de observar
con método y razonar con rigor, se extiende a todas
las operaciones necesarias como: El análisis de los
datos para la formulación de hipótesis, principios,
postulados o leyes. La construcción de la teoría ade-
cuada a tales hipótesis, principios, postulados o leyes,
mediante inferencia deductiva. La confirmación empí-
rica de consecuencias deductivas que se desprenden
de la teoría constituyendo prognosis (predicciones)
propias y específicas de la misma.
Las predicciones de estos cuerpos lógicos o “teorías
científicas”, van más allá de los hechos que les sir-
vieron como punto de partida; las leyes establecidas
explican no sólo las experiencias iniciales, sino todas
38 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

las posteriores experiencias que le son pertinentes.


Por otra parte, guardan compatibilidad específica con
los hechos; esto es, si los hechos fueran diferentes a
los que se observaron, la teoría elaborada para expli-
carlos se invalidaría de inmediato; e inversamente,
cualquier cambio arbitrario sustancial en la teoría
la tornará incompatible con los fenómenos basales.
Es esta consistencia recíproca entre los datos y su
explicación teórica la que diferencia al conocimiento
científico de una simple especulación ideológica.
Por ejemplo, uno podría intentar una teoría según
la cual todos los hechos y fenómenos actualmente
observados son tales como resultado de la voluntad
divina; pero, claro, esta “explicación” nada explica,
pues sería compatible con cualquier otro conjunto
diferente de hechos y fenómenos, o sea, la creencia
religiosa permanece aplicable a cualquier universo,
real o imaginario, observable o no.

—ooOoo—

39 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

2.5. Fuentes
El problema de los epistemólogos sobre el cono-
cimiento a priori (independientemente de la expe-
riencia) y el que sólo puede adquirirse a posteriori
(a través de la experiencia) parece ser una cuestión
de lenguaje. No existe prueba alguna de que haya
conocimiento innato; más bien, abundante evidencia
(observacional y experimental) apunta en la direc-
ción opuesta, de que todo el contenido cognitivo es
-directa o indirectamente- a posteriori. Del conoci-
miento perceptual se deriva otros mediante razona-
miento, recuperación de memoria o por testimonios
externos, esto es, mediante el empleo de las capaci-
dades propias del cerebro (que también se pueden
mejorar mediante la experiencia y el entrenamiento).
Por ejemplo, éste es capaz de abstraer, clasificar y ge-
neralizar (que son funciones, no conocimientos); por
eso puede formar, desde conjuntos de particulares,
conceptos generales que se suelen llamar también
“universales” (la blancura, el número, la forma, la
justicia) y puede, mediante inferencias, aumentar su
40 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

contenido cognitivo y usarlo para anticipar y preve-


nir experiencias.
Immanuel Kant propuso la distinción entre pro-
posiciones “analíticas” (cuya verdad es necesaria) y
“sintéticas” (cuya verdad es contingente) y también
el problema de la existencia de juicios sintéticos a
priori; especialmente las expresiones matemáticas,
que se obtienen sólo por razonamiento (sin referen-
cia externa) pero cuyo predicado no está contenido,
necesariamente, en el sujeto. La explicación es que
las expresiones matemáticas son tautológicas, en el
sentido en que su verdad está ya contenida en las pre-
misas que las sustentan; el razonamiento, entonces,
sólo la pone de manifiesto.
No hay escapatoria. Según el conocimiento hu-
mano progresa, más es evidente que proviene -como
fuente elemental- de un ente exterior, el universo
en movimiento, al que sólo podemos aproximarnos
gradualmente (porque nuestros sentidos, lo mismo
que cualquier instrumento físico, tienen inexactitudes
e imprecisiones). Nuestras “verdades” son siempre
creencias con probabilidad gradual, mejorando con el
41 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

tiempo, con la experiencia y con la interacción huma-


na (social). Nuestro conocimiento es, así, una gradual
adaptación al mundo externo.
Entonces, si todo conocimiento tiene origen en
la experiencia, ¿los empiristas tenían razón y los
racionalistas estaban equivocados? Sí, la razón es un
mecanismo interno del cerebro que abstrae y procesa
conocimientos previamente adquiridos: “todo lo
que piensa existe, yo pienso, luego yo existo”. Si
Descartes objetara ese silogismo, en el cual las dos
premisas son obtenidas por experiencia, su propia
formulación, “pienso luego existo” sólo expresa un
hecho que él experimenta y del que induce la con-
clusión. También el idealismo queda ya, ontológica
y epistemológicamente, únicamente en la historia
de la filosofía; le sería imposible justificar riguro-
samente la aparición de ideas sin objetos externos
ahora que buena parte de los aspectos relevantes en
la estructura de la mente humana están teórica y
experimentalmente muy explorados y -excepto por
detalles- razonablemente comprendidos.

42 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

—ooOoo—

2.6. Datos
Estrictamente hablando, la ciencia y la filosofía
no son disciplinas separadas, aunque se las conside-
ra así porque el conocimiento humano es vasto y
social, demasiado para un solo individuo. Vagamen-
te, se pretende que la metafísica tendría un carácter
no empírico en su investigación acerca del “cosmos”
(y del “caos”). Pero parece más un asunto de tradi-
ción. Los griegos filosofaron sobre lo que tenían a
la mano, no contaban con microscopios ni telesco-
pios, su mundo - y, consecuentemente, su ideología-
estaba confinado a lo que podían observar. La meta-
física actual puede continuar la inquisición con los
resultados, la orientación o las implicaciones de la
ciencia. Pero, el problema fundamental de la ontolo-
gía, la esencia del ser, puede considerarse resuelto en
términos clásicos; el ser es muy material y la fuente
del conocimiento. El positivismo científico, al final,
dará cuenta de las otras inquietudes metafísicas si
43 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

se mantiene la objetividad y el rigor en el ejercicio


intelectual.
Quizá también sea tiempo de abandonar a esos
filósofos con actitud “lamarckiana”, interesados prin-
cipalmente en las clasificaciones y en las categorías
estáticas. Particulares y universales, abstractos y con-
cretos, primarios y dependientes, etcétera. Pero no
hay lugar a extravíos: lo universal proviene de los
particulares y lo abstracto de lo concreto; todo de-
pende de identificar las funciones cerebrales con la
misma objetividad con que se conoce, por ejemplo,
las funciones del sistema gástrico.
El “sistema epistemológico” contiene registros ob-
tenidos de los instrumentos primarios, los sentidos.
Esos registros son conjuntos de datos conteniendo
sabores, olores, cantidades, formas, colores, sonidos,
texturas y descripciones consistentes en combina-
ciones complejas de datos primarios. El sistema es
capaz de enriquecer permanentemente esos registros
y hacer determinadas operaciones con ellos. Así, una
piedra se conoce empíricamente y tiene un registro
inicial con una forma, un color y una textura; de ese
44 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

registro etiquetado con “piedra” podemos abstraer


una forma, o imaginar varios de esos registros y abs-
traer “el número”; hasta es posible rehacer toda la
aritmética (la palabra “cálculo” significa “piedra”) sin
más referencia empírica. Pero no podemos, del só-
lo recuerdo (“idea”) averiguar, digamos, su dureza
o composición (“sustancia”), para ello es necesario
regresar al objeto mismo. Spinoza lo entendió de ese
modo:
“... una idea verdadera debe concordar con su objeto, esto es, lo que
está contenido objetivamente en el intelecto debe necesariamente estar
en la naturaleza.”
En general, se puede decir que la matemática resul-
ta de ejercitar las funciones cerebrales sobre todas las
propiedades abstraíbles de los objetos “reales”; canti-
dad, tamaño, forma, posición relativa, etc. Entonces,
¿existen las ideas? Claro que sí, en el sentido de “estar
ahí”; existen, pero no de la misma manera que los
objetos. Las ideas desaparecen con la mente que las
sustenta, los objetos permanecen aún cuando nadie
los percibe. Por tanto, el proceso cognoscitivo en cada
individuo fluirá necesariamente desde las percepcio-
45 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

nes primarias hasta las abstracciones más elaboradas,


a lo largo de toda su existencia. De igual manera, el
conocimiento humano es un patrimonio histórico de
siglos de actividad social y se enriquecerá, tal vez,
hasta el fin de la especie.

RR

46 105
3
Voluntad

3.1. Existencia
Resulta evidente, ahora, que no es posible el análi-
sis ontológico ni epistemológico sin el análisis para-
lelo sobre algunos aspectos de la naturaleza humana.
Como ya fue dicho, la existencia del mundo no es ra-
cionalmente demostrable y debe ser aceptada como
un postulado, cuya validez debe ser continuamente
verificada, y proviene de la experiencia directa: la
presencia de lo externo, que limita y rige nuestras
“interacciones”, las dos maneras en que el sujeto se
relaciona con el objeto: la sensación y la volición. In-
dependientemente del mecanismo físico sobre los
sentidos, el transcurso de impulsos en los nervios, su
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

recepción y procesamiento por el cerebro, etcétera,


la sensación es un efecto mental primario de una cau-
sa física. La volición, en cambio, es un efecto físico
actual o potencial de una causa mental. Es posible ex-
perimentar sensaciones simuladas, pero no es posible
tener voliciones simuladas. Entonces, sabemos que
el mundo existe porque arbitra nuestra voluntad, im-
poniéndole limitaciones. Por ese motivo, el “sentido
común” tiende a no crear un abismo entre lo mental
y lo físico, trata de engranarlos, instintivamente, más
a conveniencia.
La observación biológica directa permite compro-
bar que ese “mecanismo”, el que frecuentemente
las sensaciones disparan actos de voluntad, es el
mínimo que garantiza la preservación del individuo
y, consecuentemente, el de la especie. Cuanto más
simple es el organismo, más directa e inmediata es la
respuesta a cada estímulo. El ser humano puede cali-
ficar un estímulo, relacionarlo con otros y ponderar
la urgencia, magnitud y pertinencia de una reacción
volitiva; una mosca, en cambio, dispara de inmediato
una respuesta a cada estímulo. La voluntad es, así,
48 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

también la encargada de poner a prueba al postulado


que afirma la existencia del mundo exterior el cual,
por lo que se sabe, no ha fallado aún.

—ooOoo—

3.2. Libertad
libertad es, simplemente, la ausencia de sujeción o
restricción. En física se tiene el interesante concepto
de “grados de libertad”, entendiendo que la dinámica
de los cuerpos puede ser gradualmente controlada.
Ahora, ¿es libre nuestra voluntad? o, como usualmen-
te se expresa, ¿tenemos “libre albedrío”? El sentido
común sugiere que sí; por lo menos en principio, te-
nemos la capacidad de elegir -sin presiones- el curso
de nuestras acciones. No obstante, de los animales
decimos que son libres en su estado natural, donde
actúan sin más presiones que su instinto, pero me-
nos libres en estado de domesticación y menos aún
en confinamiento. Análogamente, en los humanos
se reconoce fácilmente que los niños tienen menos

49 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

grados de libertad que sus padres, en ciertos ambien-


tes, las mujeres respecto de los varones y siempre
los subordinados respecto de los jefes. Podría decirse,
en principio, que gozamos de más grados de libertad
cuanto más cerca estamos del poder.
Zanjado el análisis del proceso adaptativo a las
limitaciones materiales (las cuales no son considera-
das coercitivas del libre albedrío), sólo queda volcar
toda la atención a las ligaduras sociales. Es irresisti-
ble pensar, por ejemplo, en el anarquista -enemigo
de todo poder- que debe ceder su “libertad de ac-
ción”, debe ejercer cierta “adaptación social” y, quizá,
asumir cierta “responsabilidad moral” sacrificando,
desde luego, su “felicidad existencial”; o simplemente
correr con todos los riesgos que implique su libre
albedrío. La libertad es también sentimiento o sen-
sación y depende de una explícita aceptación de las
limitaciones. Baruch Spinoza, como aún algunos hoy,
pensaba que tenemos impulsos rebeldes primarios
(“Tendemos siempre a lo prohibido y deseamos lo
que se nos niega”):
“Nitimur in vetitum semper, cupimusque negata.”
50 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

Estamos capacitados para balancear los impulsos


con el sentimiento y la razón; por eso, aunque la
dinámica social es altamente estocástica, los indi-
viduos pueden -habiendo evaluado sus derechos y
obligaciones- afirmar su libertad. Desde luego, la coer-
ción y la manipulación eliminan el libre albedrío y,
por tanto, la responsabilidad moral. En un ambiente
de consentimiento colectivo, la felicidad dependerá
de los grados de libertad restantes y disponibles. Ber-
trand Russell dice
“En la acción, en el deseo, debemos someternos perpetuamente a la
tiranía de las fuerzas exteriores; pero en el pensamiento, en la aspiración,
somos libres; libres de los demás hombres, libres del minúsculo plane-
ta por el que arrastramos impotentes nuestros cuerpos; libres incluso,
mientras vivimos, de la tiranía de la muerte.”
Sobrevivir en la naturaleza y sobrevivir en la
sociedad son dos lados de la misma moneda. El
mecanismo volitivo para buscar la libertad cono-
ciendo las limitaciones es similar al necesario para
preservar la existencia. El callejón hacia la solución
religiosa, desde el punto de vista filosófico, es ya
intransitable: “eres libre de hacer lo que te plazca,
51 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

pero si haces lo que te prohíbo, serás destruido”. Se


parece al esquema de libertad en medio de derechos
y obligaciones. Mas, a diferencia del poder político,
el poder divino pudo crear a los individuos siendo
todos “buenos”. Al poder político lo creamos y lo
experimentamos entre todos.

—ooOoo—

3.3. Praxis
Independientemente de los mecanismos físico quí-
micos de los pulsos nerviosos “aferentes” y “eferentes”
(bastante bien estudiados), está la conexión mente
materia que Descartes no pudo explicar. Con mejor
información científica, sabemos que la conciencia
o “mente” no puede ser sino un centro de procesa-
miento donde los impulsos nerviosos son convertidos
en sensaciones de imágenes, sonidos, olores, sabores
y texturas; son comparadas, evaluadas y, eventual-
mente, desencadenan una serie de eventos desde el
interior del cerebro hasta los músculos del cuerpo

52 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

que expresan, finalmente, la volición. Este mecanis-


mo de sensaciones y voliciones, que -desde luego-
no es exclusivamente humano, es el responsable de
la interacción de los sujetos con su entorno; en el
caso de los humanos, de gran importancia tanto pa-
ra la mera adaptación como para el paso posterior:
la apropiación, empleo y transformación del medio
externo.
Praxis significa práctica e implica acción. La pa-
labra y sus repercusiones no merecieron demasiada
atención clásica; la idea griega dominante era que
“las artes” constituían una mera imitación de la na-
turaleza. Más bien, parece ser de gran significación
entre algunos filósofos marxistas para enfatizar el en-
lace entre la “teoría” y la “práctica”, tan importantes
para la política. Pero éste es sólo un aspecto dentro
de varios otros; “praxis” implica también las aplica-
ciones de la ciencia (y la filosofía) a las necesidades
humanas: la tecnología. Aun el idealismo platónico
reconoce el peso epistemológico de la “téchne” consi-
derando al cosmos como resultado del acto creador de
un artesano divino (demiurgo), una versión celestial
53 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

del técnico mortal que materializa diseños dibujados


en planos. El desarrollo histórico desde las técnicas
artesanales hasta la tecnología moderna ha reforzado
el punto de vista evolutivo. Se entiende mejor la evo-
lución cultural aceptando que, en el caso humano, la
adaptación no es sólo a la naturaleza, lo es también
a la sociedad. Este enorme proceso de adaptación
(del individuo al grupo y viceversa) debe contener
cambios graduales, una evolución continua y, tal vez
con menor frecuencia, cambios violentos y profundos
(llamados revolucionarios) como se observa, análo-
gamente, en la naturaleza y en la historia política.
La influencia de la voluntad en el proceso de ad-
quirir conocimiento se ve en la indisoluble relación
ciencia - tecnología; la tecnología es, muy especial-
mente, la manera en que el conocimiento científico
se confirma y se desarrolla. Por una parte, muchos
descubrimientos y avances dependen de mejor tecno-
logía: mejores herramientas, mejores instrumentos
de medición, mejores equipos de computación, etc.
Desde la perspectiva gnoseológica, los instrumentos
son prolongaciones de los sentidos humanos; las he-
54 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

rramientas, extensiones de las capacidades físicas de


manos y brazos; los telescopios y microscopios las de
los ojos o los computadores, proyecciones del cere-
bro. Por otra parte, la necesidad (carencia de cosas,
servicios o resultados) es el estímulo para el progreso
tecnológico; la comprobación y verdadera utilidad de
la capacidad predictiva de la ciencia (cómo los buenos
cálculos evitan la caída de puentes, predisponen la
trayectoria de cohetes, etcétera).
Mucho del conocimiento es buscado, precisamente,
por su eventual utilidad práctica. La huella volitiva
está, igualmente, en el énfasis teleológico puesto en
los objetos tecnológicos, en cuanto éstos están des-
tinados a alcanzar el objetivo previsto en su diseño
(los teléfonos son para comunicar, los automóviles
para trasladar, etcétera). Y, adicional y finalmente,
está el rasgo instintivo y compulsivo, materializado
en la anatomía y operatividad de la mano humana: la
creación y uso de pertrechos, cuya versión primitiva
es detectable en algunas especies de animales, espe-
cialmente de primates. La invención común del arco
y la flecha en culturas inconexas indica, en parte, que
55 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

el ser humano es proclive a dar soluciones similares


a problemas similares pero, también, soluciones equi-
valentes pero distintas; está ahí el conjunto de arados
primitivos y su perfeccionamiento posterior.

RR

56 105
4
Sentimiento

4.1. Homo sapiens


Así, pues, “conocimiento”, con todas sus impre-
cisiones y limitaciones, queda mejor definido si se
reconoce desde el principio que no está restringido
por conceptos posteriores como “verdad” o “false-
dad”; eso es fácil de advertir dada su relación con lo
observado en el comportamiento animal, profunda-
mente originado en datos “crudos”, no verbalizables
pero de utilidad directa, como la básica relación entre
olores y sustancias potencialmente comestibles. La
necesidad de la inferencia científica es, más bien, de
origen social; las complejidades de la vida individual
dentro de la comunidad aumentan paulatinamente
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

en el tiempo y la urgencia de respuestas se hace cada


vez más intensa frente a las perplejidades filosóficas.
Muy bien, pero es indudable que, al final, los
argumentos filosóficos apuntan a fines más egoistas.
En el fondo de las preocupaciones ontológicas o
epistemológicas están esas quemantes cuestiones
las cuales, como las del protagonista de “El cuervo”
(E. A. Poe), a veces se hacen conociendo la amarga
respuesta. ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Tene-
mos un alma? ¿Tenemos libre albedrío? ¿Hay vida
después de la muerte? ¿Qué es el amor?

—ooOoo—

4.2. Homo sensitivus


Si la biología no tuviera lastres históricos, como
también los tiene la filosofía, estudiaría la biósfera
incluyendo a todas las plantas y a todos los animales,
tal vez con un especial capítulo dedicado a las parti-
cularidades y comportamiento humano. Pero estos
detalles son lo suficientemente complicados para jus-

58 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

tificar de sobra el conjunto de las otras disciplinas


y estudios a que dan lugar. No se haría referencia a
“los animales y el hombre”, pues los humanos somos
animales también compartiendo con los ancestros,
no únicamente elementos de ADN sino, igualmente,
instintos básicos, urgencias e -inevitablemente- el
común destino final.
Los griegos jamás lo hubieran aceptado. Dirían
algo como:
“Doy gracias a los dioses por haber nacido humano y no animal,
varón y no mujer, griego y no bárbaro.”
Por supuesto, para ellos y para pueblos anteriores y
posteriores, había vida después de la muerte; el viaje
al inframundo (el hades) empezaba con la interven-
ción del dios de la muerte (Tánatos) luego la guía de
Hermes hasta el río Estigia, el transporte a través por
el barquero Caronte y el encuentro con Cerbero, el
perro de tres cabezas que cuidaba la entrada al infra-
mundo impidiendo el retorno al mundo de los vivos.
La idea del juicio final está ilustrada, sólo como un
cuento ilustrativo, en “La República” (Platón), pero,
muy obviamente, ese juicio y los conceptos de cielo
59 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

e infierno fueron tomados de esa mitología. El jui-


cio tenía lugar en los Prados Asfódelos de donde las
almas “limpias” eran enviadas a los Campos Elíseos
y las que molestaron a los dioses terminaban en el
Tártaro, un lugar oscuro con terribles castigos. Como
aquél impuesto a Sísifo, obligado a empujar una gran
piedra colina arriba sólo para verla rodar hacia abajo
una y otra vez por siempre. O el del hambriento y
sediento Tántalo, muy cerca de agua y comida que
jamás podría alcanzar.
En fin, la realidad es ciertamente más terrible. La
Tierra es un planeta privilegiado (por albergar vida)
pero irremediablemente aislado. Un sistema plane-
tario similar al del Sol está absolutamente fuera del
alcance terrestre. Hay peligros que amenazan la biós-
fera, pero aun si éstos fueran soslayables, el Sol tiene
todavía un estimado de 5000 millones de años de
duración estable; se calienta gradualmente, crece en
radio y en luminosidad, por lo que quizá en unos 4000
millones de años la vida en la Tierra será ya insos-
tenible. El sueño de los escritores de ciencia ficción,
de un grupo humano escapando en una nave hacia
60 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

otro planeta habitable en algún lugar del cosmos, es


ciertamente improbable. Lo más probable es el fin
de la sociedad, sin importar el grado de desarrollo
que hubiera alcanzado (donde tampoco hay certe-
zas). Después de un trillón de años, la única huella
-importante para nadie- será, tal vez, la enana negra
en la que se habrá convertido el modesto Sol. Todo
acabará. La Tierra desaparecerá -absorbida por el Sol
en expansión- en unos 7000 millones de años; el Sol
desaparecerá, finalmente, en unos 14000 millones de
años; la Via Láctea (nuestra galaxia) terminará en
25000 millones de años; hasta los leptones y quarks
se extinguirán en 150000 millones de años. Pero es
posible que el destino de la especie humana esté ya
marcado: se estima que la duración promedio de una
especie de animales superiores es sólo de unos 500
mil años. El homo sapiens se extinguirá, pues, en algo
así como 450 mil años.
La gratuidad de toda la existencia que Sartre
enfatizó, y el vértigo que describió, el que acompaña
al descubrimiento de nuestra propia contingencia,
están ahí sin duda. Así que, después de todo, ¿es-
61 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

tamos hechos para nada? Y, lo que es aún peor, no


podemos elegir; la existencia humana tal como es, se
nos impone sin justificación. No importa si muchos
individuos mueren, siempre habrá otros que reconoz-
can su ser (su yo) independientemente de los detalles
específicos. Ahora emergen los rescoldos de nuestro
pasado animal; la territorialidad, la competitividad
alimentaria, el miedo, la ira y excitación. La menos
especializada observación muestra que la naturaleza
privilegia la reproducción. Los humanos también
somos seres “diseñados” para ella, por eso se da
tanta importancia a la descendencia, al amor, a los
entuertos de pareja, a la familia y a los legados.

—ooOoo—

4.3. Amor y muerte


Schopenhauer advirtió la naturaleza fuertemente
instintiva del amor. Su estrecha e innegable relación
con la reproducción y las interesantes repercusio-
nes sociales a las que esa relación lleva. En parti-

62 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

cular, su interpretación del amor como eugenésico


no carece de plausibilidad. Muy posteriormente, la
biología muestra, con fundamento científico, el peso
de las urgencias reproductivas (aún por encima de
las alimenticias) en los entramados ecológicos. Eso
permite entender y trazar la manera en que los impul-
sos animales son sublimados para ensamblar en los
elaborados convencionalismos del comportamiento
colectivo humano. El instinto de conservación es tam-
bién objeto de adecuaciones convencionales, como es
sabido. Pero, filosóficamente, la conciencia de ser pe-
recedero y vulnerable a las muchas formas de peligro,
hacen del humano un ser singularmente propenso a
la hiperactividad emocional. Benjamin Constant da
cuenta de esas complejidades:
“De todos los sentimientos el amor es el más egoísta y, en consecuen-
cia, una vez herido, es el menos generoso.”
Análogamente, a diferencia de los animales, el estar
consciente de su finitud desencadena en el hombre in-
tensas reacciones emocionales, culturales, artísticas y
-claro- filosóficas. La resistencia a la resignación llevó
a inventar muertes no definitivas, resurrecciones y
63 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

vidas después de la muerte; infiernos, paraísos y re-


tribuciones por las infelicidades terrenales. Pero, esa
conciencia de finitud no resuelve los intrincados y
muy aleatorios recovecos de la existencia individual,
desde el nacimiento hasta la muerte. Sólo nos hace tes-
tigos impotentes del holocausto de vidas animales y
humanas en el curso inexorable de la naturaleza. Mas,
es cierto que también hubo miradas frías aun entre
los autores de las escrituras judeocristianas cuando
en “polvo eres y en polvo te convertirás” parecieran
describir los innegablemente materiales origen y final
del hombre. Y, cuando generación tras generación se
ha agotado las fantasías de almas inmortales y ansias
de perpetuidad, el mejor conocimiento de la anato-
mía y fisiología, especialmente cerebral, demuestra
más allá de toda duda que la muerte es el fin absoluto
de la conciencia, y que los residuos corporales sólo
sirven para reciclar los materiales primarios en la
naturaleza.
No obstante, en la naturaleza, miles de hormigas
nacerán para reemplazar las miles que murieron, y
así para el resto de seres vivientes. Es obvio que los
64 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

individuos no importan tanto como ellos creen de sí


mismos, ¿qué es, entonces, lo que la muerte destruye?
Sólo un conjunto de accidentes. Un hombre sólo
difiere de otro por detalles que, de todos modos, no
son ni permanentes ni decisivos. Lo que nos hace
verdaderamente iguales es la conciencia de existir,
del “yo” separado de las otras conciencias. Por eso,
la muerte de un hombre sólo es la desaparición de
sus accidentes; otra conciencia albergada en otros
accidentes puede reemplazarlo y el curso de la natu-
raleza humana seguirá sin haber sufrido detrimento
alguno.

—ooOoo—

4.4. Estética
Como parte de la estrategia de supervivencia, las
sensaciones están acompañadas de emociones, esto
es, de estados anímicos cuyo correlato químico es un
juego, ya muy estudiado, de neurotransmisores en el
cerebro. El verbo “sentir” alude tanto a experimen-

65 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

tar sensaciones cuanto a experimentar emociones. El


elemento conocido, entonces, llega siempre acompa-
ñado de alguna señal calificativa como “inofensivo”
o “peligroso”, “agradable” o “desagradable”, “útil” o
“inútil”, “bueno” o “malo”, “bello” o “feo”, etcétera.
Pero también los procesos mentales, como el de recu-
perar memorias o disponer acciones, tienen el efecto
de disparar emociones, ello implica que las voliciones
llevan, análogamente, cierta carga emocional.
La palabra griega “αίσ θητικóς” (aisthetikos) sig-
nifica sólo “sensible”; la relación de su versión deriva-
da “estética” con el sesgo hacia “bello” o “agradable”
es muy posterior. Si se mantuviere el significado de
“pertenceciente a la emoción sensible” entonces es
fácil evaluar “la capacidad estética de las acciones y
creaciones humanas” y llamarlas “arte”.
Esta definición de arte, que es equivalente a
“actividad o producto realizado con finalidad prin-
cipalmente estética”, permite dilucidar todos esos
puntos oscuros, como el de si esas pinturas que
representan escenas desagradables son arte; cómo
ciertos objetos útiles (muebles de ebanistería) son
66 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

también artísticos; cómo ciertos bailes son artísticos


y otros no; etc. Además, por supuesto, el considerar
que algo es arte -o no- es muy personal. Como otros
aspectos de la vida social, por tanto, el valor artístico
es colectivamente convencional, con tendencias vi-
gentes pero temporales (modas). Por ejemplo, Platón
decía que el arte era (o debía ser) una imitación de la
naturaleza, opinión que a la larga coincidiría con las
tendencias denominadas “realistas”; en cambio, para
Hipócrates, el arte “es una revuelta, una protesta
contra la extinción”. En fin, el arte, como actividad
creadora, o como producto de esa actividad, puede
o no ser bello, expresivo, intelectual, edificante,
armónico o aun original. Depende del contenido
emocional puesto tanto por el autor cuanto por el
observador.

—ooOoo—

67 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

4.5. Emociones
Entonces, el arte resulta sólo un efecto colateral
de un fenómeno más general. Muchas especies están
adaptadas a la vida en sociedad; desde insectos como
las abejas u hormigas hasta mamíferos como los lobos,
mandriles o chimpancés y, desde luego, el hombre. El
cerebro en los individuos de tales especies tiene más
funciones que los solitarios, pero el propósito es el
mismo: la adaptación para la preservación individual
y, finalmente, la preservación de la especie. Por eso
las sensaciones no proporcionan datos crudos (como
en los aparatos de medición) sino datos calificados; así
es como una mosca “sabe” si la figura que se aproxima
es una oportunidad o una amenaza.
Las formas complicadas en que ese conjunto de
fenómenos se superponen, combinan y entreveran
en el cerebro humano conformará no únicamente el
ensamble del conocimiento individual sino, simul-
táneamente, el modo específico en que se expresa
y que los sicólogos llaman “personalidad”. Parte de
ella es instintiva, compartida con otras especies (y
68 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

prefijada físicamente); otra parte se formará por la


experiencia diaria (educación), la restante, mediante
el estímulo de un agente externo, proceso que puede
ser identificado como entrenamiento.
Desde luego, lo mismo ocurre con datos que ca-
da individuo puede obtener sólo observándose a sí
mismo. La introspección, en general, cuando no es
practicada intencionalmente, busca sobre todo la in-
formación colateral de los datos obtenidos por ob-
servación directa, por razonamiento, o por simple
analogía con datos de experiencias pasadas. Esa in-
formación colateral es la “calificación” de los datos
que siempre es asignada por la conciencia. Es de ese
modo que se forman nociones como “alegría”, “triste-
za”, etc. Y, también, permite concebir el dolor ajeno y
otras experiencias privadas que no pueden ser expe-
rimentadas directamente.
El problema de aislar ciertos datos que sólo pue-
den ser experimentados en forma privada (como los
sueños, sin duda las experiencias más subjetivas) y
construir, con ellos, patrones explicativos sobre el
comportamiento humano, parece ser -en principio-
69 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

algo posible y practicable. La sicología está precisa-


mente, basada sobre una larga experiencia de que
ciertos eventos subjetivos pueden ser inferidos desde
otros eventos subjetivos, inclusive pertenecientes a
distintos sujetos. Pero no son los sicólogos los únicos
que aprovechan el aspecto objetivo de los datos
subjetivos. Un chef es capaz de satisfacer los gustos
de muchas personas, un publicista, análogamente
al político, puede manipular cierta información de
manera que su mensaje estimule las creencias y
expectativas privadas del público. Mucho de lo que
pensamos se origina en hábitos, personales y sociales,
formados durante experiencias pasadas; en creencias
forjadas por tales hábitos, en repeticiones, prejuicios,
intereses, etc.

—ooOoo—

4.6. Cuerpo y alma


En la naturaleza, como se dijo, los animales, presas
o depredadores, tienen la misión reproductora, alre-

70 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

dedor de la cual se organizan las funciones vitales


que consisten en la gestión del alimento, la elección
de la pareja y el eventual cuidado de las crías; éstas,
en ciertas especies, tienen un lapso de entrenamiento
que depende de la complejidad del entorno. Hay ocio,
en ciertos casos, pero su voluntad no es creadora, en
general las expresiones emotivas son muy limitadas.
Pero no ausentes; la transición gradual hacia la hu-
manidad es justo la que explica todas esas funciones
que se atribuyen al espíritu humano. Una vez que la
inteligencia alcanza su nivel actual, el éxito en la su-
pervivencia tiene algún costo. El hombre ya no tiene
depredadores, muchas enfermedades potencialmente
peligrosas han sido controladas y, de no ser por las
desigualdades, la humanidad estaría suficientemente
alimentada. Precisamente en las desigualdades -que
son culturales- es donde, en el pasado y en la actuali-
dad, se hallan las miserias y los sufrimientos.
La gente emprende tareas y actividades que requie-
ren mucho esfuerzo o gran pericia y terminan metas
intensa pero fugazmente placenteras, semejantes a
las conquistas del alpinismo, pero no rehuye las labo-
71 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

res rutinarias o monótonas cuando le son necesarias.


Según Voltaire,
“No estar ocupado y no existir, equivale a lo mismo.”
La mente y el cuerpo humanos están adaptados
para la creación y el trabajo; para el uso y transfor-
mación del ambiente. Por eso, cubiertas sus necesida-
des de supervivencia, sus habilidades se vuelcan al
dominio “secundario” de los insumos sensuales me-
diante muchas actividades: las artes, los deportes, las
aficiones, etc. Todas destinadas a llenar la urgencia
ocupacional; porque, como lo advirtió Schopenhauer,
el tedio es una clase de sufrimiento anímico que las
personas evitan tanto como lo hacen con el dolor
corporal.
Persona es una institución social (cap. 6) defini-
da por su identidad, domicilio, actividad laboral, etc.
El objeto físico sobre el que descansa esa definición
es un cuerpo, con las características de humano, cu-
yo funcionamiento genera la conciencia (mente) la
cual contiene toda información almacenada durante
su existencia. Tal información es registrada crono-
lógicamente, eso hace que la persona se reconozca
72 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

y sea reconocida como la misma a lo largo del tiem-


po. Cuando el cuerpo muere, la mente se apaga y
el contenido cognitivo desaparece. Ningún estudio
objetivo mostrará un fenómeno diferente. La mente,
que puede también denominarse “alma”, no es una
sustancia, es sólo el resultado del funcionamiento
cerebral, es un proceso. Una de las características
más importantes de este funcionamiento es la capa-
cidad de razonar, la inteligencia. Esta palabra, que
proviene de “intelligere” (leer entre líneas), no debie-
ra ser sinónima de “talento” y no lo es de “astucia”;
denota más bien el grado de entendimiento, de luci-
dez necesario para el desempeño material y social
de la persona, incluyendo la habilidad en el uso de
sus talentos. Desenvolverse con éxito entre esas li-
mitaciones materiales y sociales es lo que se podría
llamar “libre albedrío” y, quizá, la base para lo que
usualmente se entiende por “felicidad”.
RR

73 105
Comportamiento 5
5.1. Moralidad
Sociedades como las de las hormigas o abejas no
necesitan de la moralidad. Cada individuo ocupa un
lugar específico y su comportamiento seguirá en con-
secuencia. Los pocos casos de desviaciones -por fallas
genéticas, tal vez- son eliminados y “limpiados” de
la comunidad. Los mamíferos que viven en grupos
establecidos, ya muestran más “grados de libertad”;
los patrones de comportamiento son inculcados a las
crías por sus progenitores y otros adultos. Como esos
grupos son territoriales, usualmente se organizan en
jerarquías sostenidas por la fuerza y las desviaciones
merecen violentos correctivos, incluyendo, a veces,
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

la expulsión o la muerte. Los humanos heredamos al-


gunos rasgos instintivos (grupalidad, territorialidad),
pero nuestras relaciones sociales son bastante más
elaboradas, como lo son todas las demás caracterís-
ticas orgánicas. Las capacidades de acumulación de
conocimiento, independencia volitiva y la de comuni-
cación mediante el lenguaje hacen de la convivencia
un proceso con enorme potencialidad donde, a ni-
vel individual, se regula mediante esos conjuntos de
rústicos, implícitos o explícitos “preceptos” que se
denominan “reglas morales”.
Se ha intentado dar un fundamento filosófico a la
moralidad de varias maneras, en gran medida porque
su concepción tiene una incómoda arbitrariedad, in-
justificable dentro de un “sistema” ideológico. Kant
lo pone de manifiesto diciendo
“Pues en lo que se refiere a la naturaleza, la experiencia nos da la re-
gla y es la fuente de la verdad; pero respecto de las leyes morales, la ex-
periencia (desgraciadamente) es madre del engaño y es muy reprensible
tomar las leyes acerca de lo que se debe hacer (o limitarlas) atendiendo
a lo que se hace.”
Ningún análisis objetivo hallará fundamentos in-
75 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

contrastables para la manera en que los individuos


deben comportarse. Entonces, simplemente, la mo-
ral es el conjunto de prejuicios sobre lo que en la
comunidad se considera “correcto” y “erróneo” para
el comportamiento humano.
¿Está la moralidad asociada al nivel de conocimien-
to? No, si así fuera todos los sabios sería morales y
los ignorantes inmorales, tal no es el caso, en general.
¿Es una cuestión de “autocontrol”? Claro que no;
la introspección, el contentamiento, la serenidad
y la paz mental presuponen una moralidad. ¿Está
relacionada con la intuición, hay un “sentido moral”?
No; si así fuera, luego de siglos de estudio sobre
la naturaleza humana, sin duda ya hubiera sido
descubierto y verificado que debiera ser el mismo en
todos los seres humanos. Lo contrario es cierto, no
hay valores morales objetivos.

—ooOoo—

76 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

5.2. Ética
La ética es la teoría de la moralidad. Comprende
una serie de preguntas difíciles de contestar, como
¿qué debemos hacer?, ¿qué son el bien y el mal?, ¿qué
son lo correcto y lo erróneo?, ¿hay una moralidad
objetiva?, ¿cómo tratar a los “otros”?, ¿por qué debo
ser moral?
En filosofía, la ética “estudia, sistematiza y explica
los conceptos del comportamiento correcto e inco-
rrecto”. Como la estética, involucra asuntos de valo-
res. Entonces, ¿hay una manera de saber con seguri-
dad lo que es correcto? No, ya desde Aristóteles se vio
que el hábito y la aculturación son más determinantes
en la esfera de los valores (cuyo tratamiento se cono-
ce como axiología). Nadie puede mostrar los valores
del mismo modo que es posible con los fenómenos
naturales o los objetos matemáticos; la diferencia en-
tre hechos y valores es completamente esencial. Así,
los valores de “verdad” y “falsedad” no son aplica-
bles a otros valores. Los valores no son cosas, no hay
algo identificable como “moralidad verdadera”. Sin
77 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

embargo, ya se vio (sec. 4.3) que el conocimiento de


las cosas va siempre acompañado de “señales califi-
cativas” éstas constituyen valores estéticos y, ahora
también, éticos en el sentido en constituyen o dan
lugar a preceptos morales. El origen de estos califi-
cativos es trazable también hasta los cerebros más
simples; las sensaciones, en el caso de los insectos,
son asociadas con “avisos” inmediatos de aprovecha-
miento o peligro. En el caso de especies más evolu-
cionadas, tales avisos son también mediatizados para
almacenarse como conocimiento calificado. Para el
cerebro humano, desde luego, los procesos contie-
nen más detalles y éstos son más complejos; pero,
en último análisis, el propósito de los valores está
aún asociado a reacciones instintivas. Así, como los
valores estéticos, los valores éticos son subjetivos y
relativos, pero pueden ser socialmente compartidos.
Los animales no acumulan conocimiento por pla-
cer; el acto cognoscitivo está siempre asociado a la
supervivencia individual e, indirectamente, de la es-
pecie. En los humanos la referencia instintiva se ra-
mifica y mediatiza y puede resumirse en la palabra
78 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

“interés”; entonces, el “bien” es lo que conviene a los


intereses individuales o colectivos y “mal” lo que los
perjudica o limita; lo “correcto” es lo que va de acuer-
do al interés común y “erróneo” lo que lo vulnera;
“virtud” es la tendencia a lo correcto y “vicio” la com-
pulsión a lo erróneo; “justicia”, la satisfacción de un
interés y “crimen” el atentado al interés ajeno; etc.
El placer y la felicidad no son los únicos intereses
individuales, por eso el hedonismo parece la forma
más primitiva de ética, aunque cualquier arreglo de
éste es igualmente arbitrario. En los hechos, desde las
sociedades más primitivas, los humanos tuvieron que
adaptar sus intereses individuales con los intereses
colectivos de un modo estocástico, esto es, forzado
por urgencias externas conocidas pero circunstan-
cialmente aleatorias. Así, uno de los vínculos más
fuertes y primarios ha sido el marcial; la lealtad al
grupo resulta, entonces, la actitud moral por excelen-
cia en tanto que su contraria la más reprochable; aún
actualmente, la “traición a la patria”, en algunos paí-
ses, se castiga con la pena de muerte. Se ha pensado
que la moralidad debiera ser evaluada según que sus
79 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

principios contribuyeran o no al bienestar común o


individual. El punto de vista deontológico presupone
bondades inherentes sobre cuya base la gente tendría
el deber de actuar. Según Kant, actuar según la “ley
moral” consiste en actuar por el deber de hacerlo, por
el deber de buena voluntad; su “imperativo categó-
rico” una de cuyas formulaciones es “Actúa sólo de
modo que tus motivos puedan devenir en leyes univer-
sales”, equivale a “no hagas a otros lo que no quieras
que te lo hagan” o, la llamada “regla de oro”: “trata a
los otros como deseas ser tratado”. En fin, seguramen-
te algunas de tales propuestas se dan en el curso de
la formación axiológica individual. También, las le-
gislaciones civil y penal tienen evidentes influencias
desde principios morales estructurados, dependiendo
del desarrollo histórico y cultural de cada sociedad.
La religiosidad no es igual al teísmo. Éste introduce
el concepto divino sobre todo para explicar el origen
del universo. La religión está asociada, más bien, con
la manera de relacionarse en una comunidad, esto es,
con la moralidad. Por eso la religión, como la vesti-
menta, la música y otras costumbres, es diferente en
80 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

sociedades diferentes. Por supuesto, el concepto de


dios -o dioses- varía también. Pero el objetivo es ob-
viamente el mismo: salvar la arbitrariedad de la moral
invocando “mandamientos divinos”. Ahora, bastaría
contestar a la pregunta ¿cuál religión es la verdadera?
para encontrar la “verdadera” moral. Lamentablemen-
te, la respuesta, en el mejor de los casos, será: “nadie
lo sabe”; la arbitrariedad de los preceptos morales es,
pues, irreducible. En los hechos, la sociedad parece
haber tomado más la vía kantiana, dejando que sea la
propia humanidad la que establezca, instintivamente,
una ley moral.
Evidentemente, la moralidad es convencional,
como lo es el “comportamiento correcto”; por eso,
ética y moral aparecen, a veces, como sinónimos.
Una vez que esas convenciones se han estableci-
do, “de facto” o “de jure” el proceder posterior, los
premios y los castigos estarán más o menos definidos.

—ooOoo—

81 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

5.3. Convenios
La sociedad se involucra convencionalmente en
muchos asuntos; el lenguaje, los símbolos patrios o el
calendario. La moralidad también es un convenciona-
lismo más o menos impersonal, en el sentido en que
a veces es posible identificar las fuentes principales
y otras no. La moral preponderante “media” es una
mezcla de resultados de pleitos por intereses, luchas
por el poder, acción de grupos de presión, imposi-
ciones o influencias externas o, al final, consensos
implícitos o explícitos.
La evolución social implica la evolución de la mo-
ralidad mediante coerción, manipulación o acuerdo
entre partes y, claro, mediante una adaptación lenta
o rápida a necesidades instintivas o racionales. En
la práctica, toda reforma social implica una serie de
reformas morales. Los discursos éticos giran prin-
cipalmente alrededor de conceptos como libertad,
bienestar, solidaridad, igualdad y justicia. Entonces,
¿por qué todavía no hay un acuerdo moral universal?
Porque los principios éticos son sólo consecuencias
82 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

de los conflictos de intereses y no al revés. La moral y


la ley son, por supuesto, diferentes; pero están inevi-
tablemente relacionadas. Así, el aborto y la eutanasia
pueden llegar a ser legales, pero seguirán siendo mo-
ralmente controversiales porque, a diferencia de los
preceptos legales que son siempre coercitivos, los pre-
ceptos morales no provienen de un ente regulador y
no siempre son obligatorios.
Las decisiones éticas no son ni correctas ni erró-
neas y menos reducibles a respuestas binarias (“sí”
o “no”). El carácter convencional de los preceptos
morales se ven más claramente en situaciones prác-
ticas particulares como la ética de la medicina, de
la biología, de la ciencia, de la política, del servicio
público o de la guerra, donde se debe pulsar muchos
botones para encontrar el acuerdo entre facciones o
el “bien común”.

—ooOoo—

83 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

5.4. Educación
A diferencia de la transmisión de conocimientos (a
lo que podría llamarse “instrucción”), la transmisión
de valores -estéticos y éticos- se da fundamentalmen-
te por el ejemplo y son adquiridos por imitación. Des-
de luego, pueden ser descritos en forma de mandatos,
pero el lenguaje solo no será eficaz; el “haz lo que
digo, no lo que hago”, se sabe, es la peor educación.
La información acumulada sobre los valores que
la gente ostenta puede ser descrita en forma verbal
y pasa a convertirse en “conocimiento sobre la gen-
te”, no un patrón axiológico. Los preceptos morales
pueden ser comprendidos, pero la práctica efectiva
presupone su necesaria aceptación. Desde luego, se
los puede imponer, pero eso mismo, en ciertas cir-
cunstancias, es éticamente condenable; el principio
de “objeción de conciencia”, por ejemplo, apunta a
esa última dirección. La tendencia histórica es incluir
los derechos y obligaciones de los agentes morales
en los códigos éticos de la sociedad.
Una obligación es una imposición cuyo cumpli-
84 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

miento es (legalmente) conminable. Un derecho es


una facultad (o beneficio) exigible, que la autoridad
(legal) establece a favor de una persona. Los animales
y las cosas no pueden ser demandados por la auto-
ridad ni pueden demandar facultades o beneficios
de la autoridad; por tanto, no pueden tener derechos.
Más bien, son las personas las que deben tener ciertas
obligaciones con los animales o las cosas, cuando co-
rresponda. Un código ético sobre tal base es siempre
transmitido por la educación (aún si ésta es deficien-
te), esto es, por el hogar, las relaciones y las escuelas.
Consecuentemente, las huellas de todo fenómeno
social enfermizo (como el exceso de criminalidad)
tendrán su origen, seguramente, en el sistema educa-
tivo; por supuesto, una vez ahí, siempre es más fácil
especular que corregir.
RR

85 105
6
Sociedad

6.1. La realidad social


Hay un universo muy aproximadamente descri-
to por la física, la química y las otras ciencias. El
límite de la realidad consiste de entidades que gené-
ricamente llamamos “partículas”. Ciertos sistemas de
partículas se llaman orgánicos y rematan en seres
conscientes que la evolución, como a otras especies,
ha orientado a ser irremediablemente grupales. Sin
esa característica, el ser humano no existiría pues
esa es inherente a él. En cualquier etapa de la his-
toria, el individuo está definido por el estado de su
colectividad. Ha evolucionado no únicamente para
adaptarse a la naturaleza, sino, igualmente, para adap-
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

tarse a la sociedad; la vestimenta, la comida cocinada


y el lenguaje son ejemplos muy conspicuos de ese
proceso.
La sociedad existe porque los individuos que la
componen existen físicamente. Pero ellos ven a su
colectividad “desde adentro” y, casi sin estar demasia-
do conscientes de ello, se ven confrontados con los
“objetos sociales”. Éstos como todos los objetos crea-
dos artificialmente son dependientes del observador;
a diferencia de los objetos físicos, si los seres huma-
nos desaparecieran, por supuesto que cosas como
sillas, mesas, el tiempo, la propiedad y la economía
desaparecerían también. Una gran cantidad de enti-
dades, convencionalmente creadas, forman parte de
la estructura institucional. Hay una “realidad social”
principalmente porque la gente es capaz de consen-
suar, de llegar a acuerdos, de formar partidos y de
establecer convenciones. Es de ese modo cómo apare-
cen “instituciones” como la propiedad, el dinero o el
gobierno, cuya existencia es, en gran medida, verbal.
El pegamento institucional, el agente constitutivo,
es el lenguaje. Muchas de las instituciones sociales
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

sólo existen porque hay una frase que así lo expresa


en cierto documento. Los objetos sociales también
tienen intencionalidad, siempre son creados con un
fin (son “teleológicos”) y tienen funciones artificial y
convencionalmente asignadas, como a los instrumen-
tos y a las herramientas. Mas, a diferencia de éstas,
el propósito y las funciones de las instituciones son
relativas y dependen enteramente de los actores y
testigos; en los hechos, de cierta intencionalidad co-
lectiva o cierto comportamiento cooperativo, no obs-
tante las creencias, deseos e intenciones individuales,
que pueden ser marcadamente aleatorias. Finalmente,
en la realidad social, los objetos institucionales po-
seen reglas constitutivas que definen su naturaleza,
propósito y operaciones. Así, la demarcación de una
frontera puede separar a dos comunidades tan efec-
tivamente como si hubiera un muro físico en virtud
sólo de reconocimiento y aceptación (estatus deón-
tico, una forma de poder). Los individuos no están,
en la mayoría de los casos, conscientes, o incluso in-
formados, del estado y desarrollo de tales estructuras
las cuales parecen funcionar mejor, a veces, cuando
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

la gente tiene falsas creencias al respecto. Herbert


Spencer pudo concebir la esencia del colectivo:
“El organismo social es como un organismo individual en estos ras-
gos esenciales: se desarrolla, y mientras lo hace, se vuelve más complejo,
mientras se hace más complejo, sus partes adquieren una dependencia
mutua creciente; su vida es inmensa en longevidad, comparada con la
vida de sus unidades componentes ...pero en ambos casos hay una inte-
gración creciente, acompañada de heterogeneidad cada vez mayor.”
En la vida cotidiana, para el individuo es una
cuestión de aceptar o rechazar, o de luchar contra
una realidad institucional. Frecuentemente, una
manera de crear una institución es actuar como si ya
existiera, lo cual es posible cuando se es capaz de usar
favorablemente las circuntancias. Éstas dependen de
la manera en que una institución respalda a otra pero,
en general y en última instancia, la institucionalidad
descansa siempre sobre la fuerza bruta. En efecto,
como ya se dijo, el lazo más fuerte entre los hombres
es el militar; basta notar la persistente presencia lin-
güística de términos relacionados como “militante”,
“estrategia de la empresa”, “nuestro cuartel general”,
“victoria pírrica”, “comandar el proyecto”, “disciplina
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

marcial”, etc. La mayor parte de las naciones fueron


creadas con el apoyo directo de una fuerza armada
en guerras de conquista, de secesión o de liberación.
Es muy evidente, además, que la monarquía -que
parece ser la forma más “natural” de organización
primaria- se formó como consecuencia del poder
adquirido por los primeros jefes o comandantes de
las batallas, convertidos luego en reyes.

—ooOoo—

6.2. Los colectivos numéricos


La sociología clásica es todavía esencialmente des-
criptiva. La historia da cuenta de la manera en que la
sociedad evolucionó hasta llegar a su estado actual,
pero las explicaciones no son únicas ni definitivas
y, sobre todo, no admiten soluciones claras en las
muchas cuestiones cruciales. ¿Quién debe ostentar
el poder? ¿Siempre habrá ricos y pobres? ¿Cuál es
el mejor sistema político? ¿Cuál es el mejor sistema
económico?

90 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

Mientras tanto, siendo que la sociedad es un objeto


físico real, su visión como un conjunto de “elemen-
tos” en interacción ha generado una serie de modelos
matemáticos que ahora pueden ser calculados compu-
tacionalmente. Por ejemplo, tomando a los individuos
como nodos y sus interacciones como aristas, el mo-
delo resultante, llamado “red social”, permite explicar
ciertas características de la dinámica colectiva como
la velocidad y estructura de la propagación de noticias
o enfermedades. Es una herramienta teórica adapta-
ble también a la simulación de grupos especializados
en sociología, economía, biología, antropología, co-
municaciones, etc., dependiendo de la definición de
las interacciones más bien que de los elementos, uni-
dades o nodos. En un análisis de red, por supuesto,
hay muchos tipos de configuración de la estructura,
con relaciones binarias o múltiples, débiles o inten-
sas, permanentes o intermitentes y, así, es útil para
la investigación en un amplio rango de problemas.
Para la filosofía, el individuo y sus instituciones están
inmersos en la dura realidad del grupo; la estructu-
ra iterada de los respaldos convencionales remata
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

siempre en algo físico. Una orden empieza en una


frase verbal o la firma en un papel y luego desencade-
na una serie causal de consecuencias institucionales;
cuando se agotan las posibilidades, se encuentra siem-
pre un hecho concreto o potencial, como la amenaza
armada. Es ahí donde, respecto del “libre albedrío”,
las personas perciben, finalmente, los límites insti-
tucionales de derechos y obligaciones construidos
sobre la base, mediata o inmediata, de cierta realidad
física. ¿Cuánto depende este esquema de proyectos
individuales de la evolución colectiva que puede ser
simulada matemáticamente? La sociedad, como un
“sistema complejo”, bien podría, por ejemplo, transi-
tar asintóticamente hacia un estado de equilibrio, de
máxima probabilidad o máximo “desorden”, donde las
tensiones entre sus elementos se hubieran relajado,
minimizando, finalmente, los conflictos internos.
El efecto de la inercia social, el hecho de que -para
los propósitos individuales- el colectivo numérico
sea tan resistente como una roca, implica que los
individuos deben acomodar no únicamente sus pro-
yectos, sino toda su vida, al estado de la sociedad
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

a un tiempo dado. El colectivo numérico sobrevive


siempre sacrificando a sus elementos; lo hace con los
insectos y con los mamíferos, incluidos los humanos.
¿Cómo es que el sistema, con sus instituciones, es tan
poderoso? ¿Cómo es que tales estructuras tengan tan
enorme efecto en nuestras vidas a pesar de parecer
tan frágiles? Al parecer, porque están siempre entre-
lazadas e interconectadas; este contrato que establece
un empleo está sujeto al sistema legal, a prestaciones
de salud, al sistema de impuestos, al sistema educati-
vo, etc. La sociedad misma es un sistema de hechos
institucionales interconectados los cuales, al final
de la cadena, eventualmente, harán que los hechos
materiales brutos ocurran. Es una estructura cuyo
propósito no es sólo empoderar a otras instituciones,
sino, eventualmente, el de controlar la base material.
Sin embargo, tal andamiaje es muy susceptible a las
circunstancias; si éstas le son adversas, puede devenir
lo suficientemente frágil como para colapsar con
rapidez. Hay muchos ejemplos de esos hechos que,
consensuadamente también, pueden ser llamados
“revoluciones”.
93 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

—ooOoo—

6.3. El poder
Ahora, claro, en el fondo, ese sistema de institucio-
nes interconectadas para organizar y regular nues-
tras vidas, tiene que ver con el poder. Es la manera
en que la sociedad organiza sus relaciones. Lo hace
a través de la institución y funciones del “estado”.
Alguien es el jefe y alguien es el mandado, esclavo
o empleado. El diseño garantiza la intersección con
otros elementos sociales. Para cada función indivi-
dual habrá un sistema de derechos y obligaciones.
¿Quieres dinero? debes tener la habilidad de trabajar,
de comprar y vender, de almacenar valores, de recibir
remuneraciones por servicios prestados, etc. El moti-
vo de la complejidad interconectada es la de regular
el comportamiento de la gente en grupos complejos,
en relaciones de poder. Hay, además, un papel cons-
titutivo del lenguaje. Para los hechos institucionales,
tiene que haber alguna clase de simbolismo, palabras

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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

-o algo equivalente-, para asignar funciones indivi-


duales o colectivas. Una vez asentadas las relaciones
de poder, frases como “X será el presidente” o “X
se ocupará de la seguridad” serán suficientes para
establecer el estatus de X.
Como todos somos individuos en medio de un con-
glomerado complejo, todos deseamos -o debiéramos-
ser partícipes del poder. La idea de una democracia
directa, que parecía posible en sociedades todavía
pequeñas como la ateniense, pudiera resurgir con
el advenimiento de tecnologías más confiables de
comunicación social. Cuando la gente pueda votar
para decidir políticamente en vez de para elegir re-
presentantes (políticos), tal vez las respuestas a otras
interrogantes relacionadas con el bienestar, la subsis-
tencia y la economía sean más aceptables.
RR

95 105
7 Agur...

7.1. Idealismos
El inventar hipótesis es, a veces, un excelente arti-
ficio para resolver problemas. Unas veces son eviden-
tes y otras es posible probarlas; el criterio general es
que la validez de una hipótesis se confirme con los
desarrollos posteriores. Otro propósito para usarlas
ha sido, especialmente en filosofía, el de introducir
doctrinas subjetivas, paradojas o temas controversia-
les. Desde luego su empleo requiere cuidado y buen
juicio. Por ejemplo, uno podría argüir que los caba-
llos tienen alas, pero que sólo pueden verlas quienes
creen en ellas. Por supuesto, es imposible probar su
falsedad una vez que se acepta el enunciado. Por eso,
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

se sobrentiende que la prueba recae siempre en el


proponente.
Como ya se vio, la existencia del mundo no es una
cuestión racional sino volitiva; la hipótesis de su reali-
dad externa no es gratuita, se justifica por los datos
que los sentidos recogen y almacenan en la memo-
ria. Esos datos constituyen -digamos- una simulación
del universo conocido. Entonces, las palabras “idea”
y “objeto” son diferentes porque denotan conceptos
diferentes. Las ideas de los objetos no agotan las pro-
piedades de los objetos; si uno ve un árbol, tendrá
imagen mental de ese árbol que puede ser bastante
buena; pero si necesita verificar el color exacto de las
hojas, tendrá que regresar al objeto externo, es una
información que la idea del árbol no puede proporcio-
nar. Además, es bastante conocido también que los
animales perciben los objetos de modos muy diferen-
tes. Basta el ejemplo del crótalo que, en la oscuridad,
puede tener una muy clara imagen del ratón usando
sus sensores para radiación infrarroja.
El hecho de que nuestro conocimiento no es de
“la cosa en sí” propiamente, sino que consiste de una
97 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

reconstrucción mental sobre la base de sensaciones,


condujo a la introducción de varias hipótesis cuya
característica común es la de negar la existencia del
universo material exterior y que genéricamente pue-
den ser denominadas “idealismo”.
El idealismo siempre ha merecido algún comenta-
rio filosófico. Y es comprensible, por cuanto permite
ilustrar con claridad la importancia de postular hipó-
tesis que se mantengan permanentemente coherentes
con todo el desarrollo de las teorías. Si uno emprende
la formulación de una “doctrina” basada sobre la hi-
pótesis de que el mundo material no existe, entonces:
(i) Si se acepta el origen empírico del conocimiento
y se pretende que las ideas provienen de dios (Berke-
ley) o de una colonia de mónadas (Leibniz), lo único
que se hace, estrictamente, es un superfluo juego lin-
güístico, cambiando la denominación “cosa en sí” o
“mundo material” por las palabras “dios” o “mónadas”
(la mónada infinita y perfecta es dios, según Leibniz).
(ii) Si se insiste en asignar una “realidad ideal” a
esas entidades, la hipótesis ya no es sostenible; los
sentidos, que interactúan con la realidad y se en-
98 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

cargan de enviar sus señales al cerebro, dejarían de


ser necesarios pues las ideas podrían ser transmi-
tidas directamente, agotando su contenido, esto es
-contrariamente a lo que se sabe-, el conocimiento
de la realidad sería completo, exacto y preciso. ¡Que
no lo es! Porque los sentidos tienen imprecisiones y
errores producidos por las interacciones entre objetos
(¡los sentidos son también objetos!).
(iii) Además, cualquier idealismo, al implicar que
todo es sólo mental, desembocará necesariamente en
un “solipsismo”, esto es, la creencia de que sólo el “yo”
existe. Los detalles de su cuerpo, del cuerpo de los
otros y del universo restante, al no tener garantía
de existencia, quedarían reducidos a la condición de
ideas y a residir en la mente que los evoca. Además,
aquí sería necesaria una fuente externa (el dios de
Berkeley o la colonia de mónadas de Leibniz) para
garantizar la permanencia, esto es, que los “objetos-
ideas” no desaparezcan cuando no se los perciba o
se los piense. El resultado es un esquema ilógico y
absolutamente improbable, esto es, inmune a toda
prueba.
99 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

Una versión “moderna” de solipsismo, la hipó-


tesis de simulación, consiste en afirmar que todo
el universo es una simulación computacional, sin
respaldo objetivo. Pero el sistema que ejecuta la
simulación debe ser distinta de lo simulado y es
objeto de la misma hipótesis; esto es, el simulador
podría ser simulado también, en una superposición
infinita como en el caso del dios creador. Finalmente,
una simulación tan exacta tendría que partir de un
conocimiento absolutamente exacto del universo
(¿dios el programador?).

—ooOoo—

7.2. ¿Entonces?
Sobran los indicios de que el hombre siempre supo
su destino. Pero inventó muchas formas de autoen-
gaño. Más de veinte siglos de filosofía llevan -al fin-
a encarar ese destino sin adornos. ¿Existe el mundo
y podemos conocerlo? Suponemos que sí. Lo conoce-
mos mediante la ciencia, no con absoluta certeza pero

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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

con muy buena aproximación, observando cuidado-


samente e intentando razonar con rigor. Al presente
no podría decirse que se ha hecho mal trabajo. Sabe-
mos mucho del “macrocosmos” y del “microcosmos”
y, así, del cosmos. Pero la travesía tuvo sus costos.
La concepción antigua del hombre como el rey de
la creación, el centro del universo, el llamado a ser
eterno, se fue quedando sin sustento. En el borde de
una de muchas galaxias, la Tierra, un “punto azul”; el
único con vida en una enorme extensión, la suficiente
para considerarnos aislados para siempre. El hombre,
supuestamente tan especial, se encontró a sí mismo
compartiendo, con los otros animales, las marcas de
la naturaleza. Arrastra los instintos más primarios,
territorialidad, agresividad y grupalidad los cuales,
con el entendimiento y el lenguaje, terminaron con-
formando las particularidades de la sociedad actual.
Ahora, el estudio de un número de casos de per-
sonas que crecieron en aislamiento o con animales,
con resultados similares respecto de discapacidades
insalvables y permanentes, demuestra -por sí falta-
ran pruebas- que el ser humano no puede prosperar
101 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

sin la comunidad. Es un ser social por naturaleza e


instinto y, desde el nacimiento hasta la muerte, su
“personalidad” está enteramente configurada por la
comunidad; el idioma, las costumbres, la ideología
y hasta sus diversiones y pasatiempos provienen di-
rectamente del grupo (como en la infancia) o de la
interacción con él. Por otra parte, la sociedad humana
es ciertamente un ente físico y su evolución y destino
definen, ciertamente, el destino de los individuos. ¿Y
el libre albedrío? A su vez, cada uno emprende su
lucha por la supervivencia dentro de esos límites co-
lectivos. Las instituciones sociales parecen a veces
sólidas como muros y, a veces, simples castillos de
papel. Una gran parte de la gente es crédula e in-
fluenciable o particularmente irreflexiva. Millones de
personas creyeron y millones creen en dios porque
hay una corriente ideológica muy difundida según
la cual se puede conocer ciertas verdades sin eviden-
cia. También, políticamente, se ven manipulados por
arteros políticos, los que -curiosamente- son profun-
damente despreciados. Como ciencia, la sociología
está aún en desarrollo; no tiene soluciones para un
102 105
V. M. Peñafiel Caos y cosmos

sistema en notorio desequilibrio.


La gente discrepa acerca de lo que es bien y mal
porque se ha difundido una falsa versión de esos
valores que llega a considerarlos casi si fueran en-
tes reales. Estrictamente, en cambio, “bien” significa
“conveniente” y “mal” se aproxima a “perjudicial”; por
eso son términos relativos y lo que es conveniente
(bueno) para unos llega a ser inconveniente (malo)
para otros. No es difícil retrotraer esos conceptos a
su origen más lejano, la lucha por la supervivencia,
común a todos los seres vivos. Es importante verificar
que el cerebro siempre califica los datos que ingresan
como conocimiento; son buenos, malos, bellos, feos,
peligrosos, inofensivos, etc. Finalmente, las formas
más sofisticadas del procesamiento de tales datos ca-
lificados rematan en esos esquemas morales que la
ética estudia.
Entonces, ¿cuál es el destino final de la humanidad?
Los datos actuales indican claramente que la Tierra
y el sistema solar entero desaparecerán a la larga y
sin remedio. Igual que los proyectos individuales, los
proyectos colectivos simplemente se esfumarán. ¿La
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V. M. Peñafiel Caos y cosmos

humanidad? Nadie habrá para recordarla. Al respecto,


Norbert Wiener dice:
“Tengamos el coraje de encarar el final definitivo de nuestra civili-
zación, como tenemos el valor de considerar la certidumbre de nuestra
propia muerte.”
Pero hay muchos millones de años todavía. Si la
humanidad no tiene futuro definitivo, aun si a muy
largo plazo, el sufrimiento es absolutamente inexpli-
cable. La gente inteligente no se engaña ni engañará
a otros y espera que los prejuicios y puntos ciegos
desaparezcan y se logre una sociedad donde todos
nazcan con iguales oportunidades y mueran con la
sensación filosófica de que su vida -después de todo-
valió la pena.
RR

104 105
Caos y cosmos

“Filosofía” también significa -por


supuesto- “adicción al saber”. Nada de lo
que se sabe, y aún lo que no se sabe, está
lejos de su alcance. La realidad, ¿cómo
la vemos? ¿Cuán asequible es a nuestra
curiosidad?

—oo (χάoς και κóσ µoς) oo—


Victor Miguel Peñafiel Nava es físico teó-
rico. Actualmente investigador asociado
en el Instituto de Investigaciones Físicas,
C. F., FCPN (UMSA). Premio de Ciencias
TWAS-ANCB (1995).

Correo electrónico:
• vmiguel@fiumsa.edu.bo
Carrera de Física, FCPN (UMSA):
• http://www.fiumsa.edu.bo

Libro digital por V. M. Peñafiel

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