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Estos cuarenta días cada año son la oportunidad de saber en qué aspectos de
nuestra vida cristiana fallamos y en caminarnos hacia la reforma de los mismos.
Es un recorrido que nos lleva a lo esencial de nuestra experiencia de vida humana
y cristiana. Es un camino de aprendizaje que debemos hacer sin hipocresías ni
engaños pues estamos puestos de frente solo a Dios que nos ve, un camino que
nos reconduce al encuentro con quienes nos interrogan y nos piden un cambio de
profundo de vida o de dirección, Dios, el prójimo y nosotros mismos. Por ello la
cuaresma es el tiempo para mirar hacia lo alto, hacia el otro y hacia nosotros
mismos encontrando tiempo para cada uno. Es el tiempo de la caridad que nos
libra de la vanidad. Es el tiempo para aprender a vivir libre de apego las cosas,
del mundo.
Todo esto apunta a la Pascua, que para poder celebrarla con el corazón renovado,
debemos eliminar todo lo superfluo que no permite nuestro caminar hacia Cristo;
debemos escuchar los anhelos de nuestro corazón que nos lleva a buscar a Dios;
debemos hacer silencio para buscar y encontrar la voz de Dios en nuestra
conciencia. Para llegar a la Pascua se hace necesario erradicar la autosuficiencia
de nuestro yo y reconocernos necesitados de la misericordia de Dios; ensanchar
las fronteras de mi yo para no vivir más encerrado en mis problemas y
necesidades, procurando construir puentes hacia los demás. Para llegar a la
Pascua necesitamos dejar a un lado el vivir acumulando para nosotros mismos,
dejar a un lado la pretensión de encontrar en lo material la fuente de nuestra
felicidad.
Colegio Biffi - La Salle
Con fe, identidad y ciencia hacia la excelencia
Las cenizas, signo de nuestra caducidad, precariedad y limitaciones, de nuestra
necesidad de la misericordia de Dios, se obtienen de la incineración de las ramas
y palmas del Domingo de Ramos del año inmediatamente anterior.