Está en la página 1de 8

el muralismo mexicano

Diego Rivera:
Era un gran muralista que reflejaba en cada una de sus pinturas el
deseo de lucha y justicia por su país. El era comunista pero a pesar de
estar metido en política, nunca dejaba de lado su amor y pasión por el
arte y por el lugar de donde provenía, se sentía orgulloso de donde
provenía y lo plasmaba también en sus trabajos.

Rivera se basaba en el amor a la gente y a su raza, siempre buscaba


luchar por el derecho y bien de su ciudad. Diego Rivera ha sido de los
pocos pintores que le toman importancia a lo que es la lucha y amor por
sus tierras, como ya se sabe Diego Rivera fue un personaje muy
influyente para el mexicano del siglo XX, hizo parte del partido
comunista mexicano e hizo murales que lo caracterizaron como el
precursor de la cultura moderna en América latina (en el caso
mexicano), ciertamente Diego Rivera se caracteriza por ser una persona
polifacética, sus murales nunca estuvieron exentos de despertar
polémica y sus relaciones con sus colegas no tuvieron pocas riñas.
Diego Rivera llegó a ser un gran muralista de nivel internacional, el
pintar en Detroit y Nueva York es algo que hace enorgullecer a nuestro
país. El hecho de haberlo hecho y darle a entender a la gente que las
personas que luchan por sus países y los han enorgullecido también
deben tener un lugar, no importa lo que hayan hecho, si fue por su país
y sus ideales, lo vale. Esto como fue el caso del mural que pintó Diego

ALFARO SIQUEIROS
Luchó por su libertad y no dejó que hicieran de él una bestia de carga;
aunque muchos intentaron que este caballo siguiera las reglas y
obedeciera, su instinto salvaje lo llevó a desatarse y mostrar que por
más que quisieran nunca lo iban a poder mantener cautivo.
David Alfaro Siqueiros, pintó entre rejas y exilios, su vida política fue
intensa y corrió paralela a su producción pictórica orientada
básicamente al muralismo, su vida y obra reflejan el espíritu de
revolución social y cultural que sacudió al México del siglo XX, se dedicó
al activismo político, representando en sus frescos, temas de dinámica.
Siqueiros con la firme idea de que el arte estaba inextrictricablemente
unido a la política, se promulgó por una renovación espiritual para
regresar a las virtudes de la pintura clásica, además de que creía que
un espíritu constructivo es esencial para un arte con sentido, que se
alza por encima de la mera decoración o temas falsos o fantásticos, en
su obra, así como en su escritura, Siqueiros buscaba un realismo social
que aclamara a los pueblos proletarios de México y el mundo, al mismo
tiempo que evitaba los clichés del primitivismo y el indianismo a la
moda.

Por qué conformarte con lo que te dicen y no ir a experimentar


sensaciones nuevas.

José Clemente Orozco


Fue el mayor artista mexicano del siglo XX, los estudios sobre su obra
fueron durante muchos años relativamente pocos. Las obras de Orozco
son artefactos que tarde o temprano tomarán el lugar de tus propios
demonios y te pondrán de bruces contra el principio de realidad. Esta
experiencia es árida, así que la mayoría prefiere evocar al artista como
objeto de culto nacional, pero no arriesgarse al análisis de la pintura.
Durante la última década, esta insuficiencia comienza a revertirse; al
final de esta nota se enumeran algunas publicaciones importantes.
Podríamos dividir los estudios sobre Orozco, grosso modo, en dos
grandes ramas. Por una parte, están los esfuerzos para ubicar al pintor
en algún relato posible de las historias del arte nacionales o mundiales.
Es bastante difícil, porque además de rechazar las retóricas políticas,
Orozco evitaba ser ortodoxo en su pintura: experimentaba con
diferentes “estilos”, sin comprometerse por completo con ninguno.
Aunque ya no se hace la historia del arte como “historia de los estilos”,
la búsqueda de independencia del pintor ha garantizado su lugar insólito
en cualquier relato: que se acomode poco y mal en los esquemas
imaginarios de los especialistas. Existe otra tendencia, inaugurada por
sus contemporáneos, y consiste en dialogar con su obra en términos
filosóficos y éticos. Esto es lo que él hubiera querido, y es la tendencia
en la que puede inscribirse más el libro reciente de Mary K. Coffey,
profesora en el Dartmouth College de Hanover, New Hampshire:
Orozco’s American epic: myth, history, and the melancholy of race,1 que
comenzó a distribuirse al principio de este año. Es un texto
indispensable, con una enorme calidad ética, teórica e histórica. Sus
análisis de obra son exigentes y se alejan de lo convencional, sus
conclusiones son novedosas y sus reflexiones relevantes. El lector
encontrará aquí algunas discusiones, pero éstas vienen de que el
suscrito comparte el entusiasmo y el compromiso con el estudio del
pintor. Podría pensarse que el consenso acerca de la obra de Orozco lo
traicionaría a él y traicionaría el sentido de su obra, que era
deliberadamente polémica siempre.

Guillermo González Camarena


Es quizás el inventor más prolífico del México del siglo XX. Es
principalmente conocido por haber inventado la televisión a color,
aunque en realidad ese es un tema con muchos matices de los que
hablaremos más adelante, pero su genio no se limita solamente a este
ámbito.

Este año, exactamente en febrero pasado, se cumplieron 100 años de


su natalicio y es debido a este centenario que hoy nos zambulliremos en
la historia de su vida, sus invenciones y más detalles que lo
complementan como una de las mentes mexicanas más importantes del
último siglo. Nacido en Guadalajara, Jalisco, el 17 de noviembre de
1917, González Camarena tenía dos años cuando sus padres
decidieron mudarse a la Ciudad de México, en donde transcurrió la
mayor parte de su vida. Desde muy pequeño se interesó en la creación
de sus propios juguetes impulsados por electricidad y fue a la corta
edad de 12 años que dio vida a su primer radiotransmisor.

Poco después, con apenas 13 años cumplidos, se inscribe en la


Escuela de Ingenieros Mecánicos Electricistas y comienza a trabajar en
la estación de radio de la Secretaría de Educación. Apenas dos años
después, en 1932 y con 15 años de edad, obtiene su licencia de
operador de radio y comienza a laborar en la Secretaría de Gobernación
lo que le permite experimentar en el laboratorio de la institución, además
de montar su propio laboratorio casero.Es de admirar que a tan corta
edad se haya interesado en Gracias a su tenacidad e interminables
ganas de aprender, en 1934 González Camarena dio vida a su primera
cámara de televisión con partes inservibles de radios. Fue con este
evento que se marcó la vida del inventor pues fervientemente creía que
con la invención de un sistema a color sería mejor, y así como comenzó
el desarrollo del sistema tricromático secuencial de campos (STSC),
mismo que más tarde haría posible la televisión a color. González
Camarena tenía 17 años.

A pesar de que el reto era difícil, pues conseguir las piezas no era nada
sencillo ni económico, fue gracias a que su solvencia económica
aumentó que pudo continuar con su travesía y pocos años después
rindió frutos.

Tan solo cuatro años más tarde, en 1938, fue cuando el inventor puso a
prueba por primera vez el sistema que había ideado, realizando así la
primera transmisión de televisión a color en México en su casa de la
colonia Juárez, en la capital del país. Su hermano Jorge González
Camarena fue la primera persona en ver la televisión a color.
un campo de la ciencia tan poco explorado en ese entonces. Pero, no
fue sino hasta que logró construir su primera cámara de televisión
casera que se interesó en el desarrollo del sistema necesario para
proyectar colores en pantalla.

Rufino Tamayo, uno de los pintores mexicanos más reconocidos a nivel


mundial, fue quien a lo largo del siglo XX pudo conjugar su herencia
mexicana y el arte prehispánico con las vanguardias internacionales, en
piezas marcadas por el color, la perspectiva, la armonía y la textura.

Nacido el 26 de agosto de 1899 en Oaxaca, Tamayo pintó más de mil


300 óleos, entre los que se encuentran los 20 retratos de su esposa
Olga, con quien estuvo casado durante 57 años; realizó 465 obras
gráficas, como litografías y mixografías, 350 dibujos, 20 murales, así
como un vitral.

Sus murales se encuentran lo mismo en el Palacio de Bellas Artes, el


Museo Nacional de Antropología y el Conservatorio Nacional de Música
en México, que en el Dallas Museum of Cine Arts, la Biblioteca de la
Universidad de Puerto Rico y en la sede de la UNESCO, en París,
mientras que su obra es expuesta en recintos tan emblemáticos como
los museos de Arte Moderno de México y Nueva York, el Guggenheim y
la Philips Collection, en Washington.

Esto se debe a que, según Juan Carlos Pereda, subdirector de


Curaduría del Museo Tamayo Arte Contemporáneo, se trata de “un
pintor lleno de talento, imaginación, con un espíritu de invención que
había convertido lo suyo, lo propio, lo natural, lo que le perteneció,
siempre en una virtud para mostrársela a los demás”.

Por ello, dijo, “es un pintor de profundidades mexicanas, es un pintor


que no necesariamente pinta escenas de folclor o costumbristas o
indigenistas, sino más bien lo hace desde ahí, desde ser él mismo, una
gente que asume su herencia y luego la enriquece, la pone a dialogar
con cosas tremendamente sofisticadas, como Matisse, Picasso, Miró,
con toda la vanguardia internacional”.

Mexicano internacional El mismo Tamayo explicó, en una entrevista


realizada en 1956, que “Mi sentimiento es mexicano, mi color es
mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla
(…) Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo
tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo
de mexicano internacional”.

Hijo de Ignacio Arellanes, de oficio zapatero, y Florentina Tamayo,


costurera, Rufino del Carmen Arellanes Tamayo comenzó en 1915 sus
estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de la Ciudad de
México, los cuales abandonó, pero su empeño y disciplina lo llevaron a
consagrarse en la pintura.

“En sus entrañas, él tenía el gusto por el dibujo y por crear pintura”,
cuenta su sobrina María Elena Bermúdez. “Él decía y daba consejo a
los jóvenes: si te gusta pintar, pinta todos los días y si puedes ocho
horas diarias. Fue el joven que se va haciendo a través de un arduo
trabajo, sacrificio y esfuerzos incontables, un día y otro y otro, desde
luego él se adelantó a su época, porque cuando uno piensa en Tamayo,
como pintor, siempre piensa uno en un Tamayo actual y además
moderno”.

Según Luis Ignacio Sáinz, en el artículo Los rasgos plásticos de Rufino


Tamayo, el color y la textura son rasgos de una pintura siempre
moderna y siempre arcaica. Tamayo usa la densidad del color y la
calidez de la textura, en diferentes medios y técnicas: óleo, temple,
grabado, dibujo, mural, mixografía, acuarela, litografía.

Tamayo, agrega el especialista, “recupera el sentido primigenio de la


creación plástica: la geografía acotada del cuadro. Cala en los orígenes
de la pintura a fin de descubrir, una vez más, la autonomía de la figura,
la independencia de la composición, la libertad del color, por encima de
los significados políticos inmediatos”.

Un estilo inclasificable Por ello, su estilo, destacó Juan Carlos Pereda,


es indefinible, inclasificable, “es un artista que pertenece a su tiempo,
muy complejo y al mismo tiempo muy simple, si usted quiere describir
un cuadro de Tamayo va a detallar un personaje y se acabó, pero más
allá de eso hay un oficio como pintor extraordinario”.

El curador del Museo Tamayo y especialista en el pintor oaxaqueño,


comentó que la calidad de su pintura es de primerísimo nivel, pero
además sus obras tienen un mensaje cifrado, un tiempo y un espacio
indefinido y atemporal, que son valores que convierten su obra en
contemporánea.

En un primer nivel, continuó Pereda, “usted puede decir es un monito


que está en un ámbito azul o rojo, pero cuando usted empieza a
desenrollar, a decodificar el mensaje cifrado que hay en cada cuadro, es
un universo de una riqueza, lo mismo conceptual que técnica y esto es
una cuestión que no todos los artistas tienen”.

En este sentido, Xavier Villaurrutia señalaba que Tamayo “no compone


por acumulación, sino por selección y porque no le arredran los
espacios desnudos que, en su caso, nunca son espacios vacíos, puesto
que, en virtud de una pincelada siempre significativa, el color sigue
viviendo en ellos con una vibración que es un goce para la vista y que
instala al mismo tiempo a las figuras del cuadro dentro de una atmósfera
y en una compleja y poética duración”.

Sobre su uso del color, María Elena Bermúdez, autora del libro Los
Tamayo, un cuadro de familia, recordó que el pintor estuvo muy cerca
del colorido de la fruta, pues cuando llegó a la Ciudad de México, a la
edad de 11 o 12 años, tras la muerte de su madre, sus tíos tenían
bodegas de fruta, “entonces a Tamayo le llamaba la atención ese
colorido tan especial que tiene nuestra fruta y él fue plasmando en su
obra todos esos colores”.

Después, agregó la sobrina del pintor oaxaqueño, cuando estuvo


trabajando en el Museo Nacional de Antropología “se empapó del arte
prehispánico y se enamoró de él, en su obra están clavadas nuestras
raíces indígenas”.

A Rufino Tamayo el éxito le llegó temprano, pues en 1926 realizó su


primera exposición, que tuvo tal reconocimiento que lo llevó a exhibir
sus obras en el Art Center de Nueva York. Fue un pintor siempre
reconocido, que se incorporó de inmediato a las grandes galerías, a las
colecciones importantes y a los acervos de los museos.

Y es que, de acuerdo a su sobrina, “Tamayo es Tamayo en el mundo


entero”, su inconfundible estilo y calidad pictórica hicieron que el Museo
de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) le comprara el cuadro Los
perros, y después algunos más, cuando otros artistas donaban sus
obras para estar presentes en este recinto referencial del arte
contemporáneo.

Juan Carlos Pereda explicó que Los perros “es un cuadro comprado,
pagado, al artista o a su galería, pero elegido, buscado por la gente del
MoMA, mientras que otros artistas habían donado para que hubiese
obra de ellos en el MoMA. A Tamayo le compran no uno, sino dos
cuadros y más adelante adquirirán otros”.

La vocación artística llevó a Tamayo a ejercer también la academia


como profesor en San Carlos y en la Dalton School of Art de Nueva
York, lo que le permitió además de desarrollar una pintura de calidad
extraordinaria, experimentar y crecer.

Por ello, “Tamayo no pinta como nadie en México, aunque aborda una
naturaleza muerta o un retrato o un paisaje, lo hace de una manera
totalmente distinta del resto de los pintores que hay en México, que son
gloriosos”, acotó el especialista.

Sin embargo, Tamayo tomó las vanguardias y las aplicó al contexto


mexicano, pues agregó Pereda, este pintor “opera como la traducción
de este mundo mexicano, tan complejo, tan bello, tan único, en otros
lugares, lleva esa herencia, ese contexto, para convertirlo en algo que
ya deja de ser meramente mexicano, para que sin dejar de serlo se
convierta en otra cosa, que pueda apreciar alguien educado dentro de la
vanguardia internacional”.

Muestra de ello es el mural Dualidad, realizado para el Museo Nacional


de Antropología, donde, señaló el también curador, se cifra toda la
experiencia de la pintura mexicana y de Tamayo. “Es un mural que no
narra, significa muy profundamente y que lo puede entender cualquier
gente”.

Dentro del contexto de ese museo, añadió, “opera como una suerte de
síntesis de todo lo que uno va a ver o ya vio en la visita. Ahí está puesta
toda la poesía, la cosmología, toda la tradición oral, está puesto todo el
color, toda la forma. Creo que esa es una de las grandes pinturas del
siglo XX, no le diría de México, sino del mundo entero, es un cuadro que
al igual que el Guernica, tiene una significación muy profunda, muy
importante y que es posiblemente decodificable por todo el mundo”.

También podría gustarte