1) En la República de Platón se desarrolla una serie de cuestiones acerca de cómo el
sujeto conoce y qué capacidades necesita. Nos interesa detenernos en el campo de la Episteme –o el campo de lo inteligible– particularmente en la primera manera en que el alma conoce y actúa. En primer lugar, el alma usa imágenes e indaga a partir de hipótesis para dirigirse a una conclusión. Platón, a lo anterior, lo llama Diánoia o pensamiento discursivo. Estas observaciones las podemos encontrar en el famoso símil de la línea platónica. En ella se plantea la división entre la opinión, el conocimiento cambiante e inseguro y la ciencia. Es en ésta última donde nos detenemos a analizar la cita para dar cuenta de la Episteme como ciencia. Lo interesante, en este punto, es la crítica que le hace Platón a la Episteme. Sostiene que los que se ocupan de ella parten de figuras visibles y hacen discursos acerca de ellas sin pensarlas. Por lo tanto y en este sentido, el alma se ve forzada a servirse de imágenes en su búsqueda sin poder avanzar hacia un principio. Desde esta perspectiva, podríamos traer la hipótesis que desarrolla Descartes cuando propone la idea del “genio maligno” en su libro Meditaciones metafísicas. En ésta, el padre de la filosofía moderna, plantea que quizás hemos sido creados por un Dios que nos obliga a engañarnos sistemáticamente y que nos hace creer que estamos en la verdad. Se propone dudar de aquellas suposiciones que parecieran tener máxima evidencia, por ejemplo, la matemática. 2) En el texto “Respuestas a la pregunta: qué es la Ilustración”, Kant la define de la siguiente manera: “La Ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad, de la que él mismo es culpable. La minoría de edad es la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro.” Tenemos varias cuestiones a analizar. En primer lugar la Ilustración vista como una salida, como una emancipación, una liberación. Esa salida se da desde la noción de “minoría de edad”, un cierto estado en el que el hombre no puede pensarse por sí mismo, en la que no logra entrar en un sapere aude y en la que, además de lo anterior, se deja pensar por otros. Desde esta perspectiva, podríamos advertir que la Ilustración requiere una cierta libertad. Dicha libertad puede pensarse desde la esfera del “uso público de la razón”. No obstante, Kant advierte en el mismo texto que esas libertades muchas veces se ven frenadas: “¡Nada de razones! El oficial dice: ¡no razones, y haz la instrucción! El funcionario de Hacienda: ¡nada de razonamientos!, ¡a pagar! El reverendo: ¡no razones y cree!”. Vemos cómo se insiste en que el hombre permanezca en esa minoría de edad en donde limita la libertad en el uso la razón para fines públicos e inclusive privados. En estos términos, podríamos pensar que la sociedad no progresa por la falta de libertad en el pensamiento. No obstante, Kant afirma que “el uso público de la razón” será la alternativa de que la Ilustración, es decir, “la salida del hombre de su minoría de edad” llegue a la sociedad. Kant define al uso público de la razón como un lugar en donde se razona con cierta libertad a diferencia del uso privado en donde se tiene que obedecer. Podemos, entonces, decir que el uso público de la razón contribuye a que la humanidad progrese hacia mejor. En este sentido, Kant se pregunta si existe realmente el progreso y desarrolla tres hipótesis: concepción terrorista, eudemonista y abderitista. Lo interesante de su planteo es que afirma que la cuestión del progreso no se puede resolver por medio de la experiencia sino que se debe recurrir a la historia. Entonces, se cuestiona si hay algún signo histórico que indique o señala el progreso, un acontecimiento que sirva como prueba, por ejemplo, la revolución estadounidense en términos de participación. Desde esta perspectiva, Kant insiste en la idea de la evolución en lugar de la revolución. 3. En la Fenomenología del espíritu encontramos la dialéctica del amo y el esclavo. Podríamos pensarla, en términos generales, como una especie de narrativa en la cual dos seres autoconscientes se reconocen el uno al otro. Para Hegel, para la autoconciencia hay otra autoconciencia y es allí donde radica el movimiento del reconocimiento. El reconocimiento implica, en primer lugar, que la autoconciencia se ha perdido a sí misma y, en segundo lugar, se ve a sí misma en lo otro. En este sentido, Hegel plantea que “son como dos figuras contrapuestas de la conciencia: una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí, otra la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro; la primera es el señor, la segunda el siervo.” Para Hegel, el señor alcanza un reconocimiento unilateral y desigual cuando éste hace contra sí mismo lo que hace contra el otro, es decir, contra el siervo o el esclavo. En otras palabras, el señor no tiene conciencia del ser para sí como de la verdad, sino que su verdad es la conciencia no esencial. Desde esta perspectiva, el amo permanece atrapado en una suerte de falsa conciencia que se cree libre porque el esclavo lo reconoce como señor. Ahora bien, Hegel sostiene que es el siervo quien puede salir de esa falsa conciencia. Para que se alcance un verdadero reconocimiento entre conciencias, el amo debe reconocer su dependencia de esclavo, entonces, cuando el amo reconoce esa libertad se puede producir el reconocimiento recíproco de ambas conciencias como libres.