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Unidad 1:
Observaciones preliminares
En la clase Nº 2 nos ocupamos del análisis del signo lingüístico y nos detuvimos en el
valor lingüístico, un concepto esencial de la teoría saussureana pues en él se cifra tanto
el carácter “sistémico” de la lengua, como uno de los principios esenciales del signo, el
de la arbitrariedad.
En esta clase Nº 3, revisaremos las consideraciones de Saussure que lo llevan a negar la
posibilidad de estudiar, simultáneamente, las relaciones en el tiempo y las relaciones en
el sistema, y establecer una distinción entre dos lingüísticas cada una con sus propios
métodos y principios.
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Las dicotomías saussureanas: su organización
Ya hemos señalado más de una vez que todo el Curso de Lingüística General se
estructura sobre la base de dualidades, de dicotomías, en tanto y en cuanto desde la
perspectiva saussureana, recordemos, el lenguaje es siempre un objeto doble formado
por dos partes cada una de las cuales no vale sin la presencia de la otra. Es así como en
el Curso todo lleva la impronta de la dualidad opositiva, y cada una de estas dualidades
o dicotomías tiene un lugar en el diseño de la teoría saussureana, es decir, no surgen ni
se construyen azarosamente, por el contrario obedecen en algunos casos a cuestiones
metodológicas y, en otros, a cuestiones teóricas.
a) Mutabilidad / inmutabilidad
No es exagerado afirmar que no puede entenderse la teoría de Saussure sin una clara
comprensión del principio de arbitrariedad del signo.
Como vimos también en la clase pasada, el principio de la arbitrariedad del signo
"domina toda la lingüística de la lengua; sus consecuencias son innumerables". Una de
las primeras consecuencias es la mutabilidad e inmutabilidad del signo, quizá el
mejor ejemplo de la dualidad opositiva que venimos señalando.
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Inmutabilidad del signo
El signo lingüístico es inmutable porque los hablantes de la comunidad no lo eligen ni
pueden cambiarlo o reemplazarlo por otro. En efecto, la masa hablante está atada a la
lengua tal cual es y por ello el signo está fuera del alcance de la voluntad de los
hablantes: nadie puede intervenir en la lengua, toda sociedad conoce su lengua como un
producto heredado de generaciones anteriores. En resumen, la lengua es una institución
social debido a que los hablantes heredan su lengua y luego contribuyen a que la
hereden las generaciones siguientes.
Esta inmutabilidad del signo es consecuencia de cuatro factores, entre los que se destaca
el principio de lo arbitrario.
1. El carácter arbitrario del signo determina que el signo sea también inmutable. Las
sociedades cambian las formas de vestir, las leyes y los regímenes de producción, y en
ocasiones tienen que hacer valer las razones de eso cambios. Por el contrario, las
sociedades no pueden (ni necesitan) imponer cambios en un sistema de signos
arbitrarios.
2. Los signos lingüísticos de una lengua representan un número sin dudas muy alto y
cualquier cambio general supondría una tarea innecesaria y muy costosa porque exigiría
demasiado esfuerzo.
3. La lengua constituye un sistema muy complejo que todos los hablantes manejan, sean
o no conscientes de ella.
4. Todos los individuos de la comunidad se sirven de la lengua y esto ocasiona una
previsible resistencia colectiva a toda innovación lingüística. Si los signos se cambiaran
continuamente no habría forma de que la comunidad se sirviese de ella.
La lengua es de todas las instituciones sociales la menos propensa a las iniciativas. La
lengua forma cuerpo con la vida de la masa social, y la masa, siendo naturalmente
inerte, aparece ante todo como factor de conservación.
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Estos dos principios de inmutabilidad y mutabilidad de la lengua, lejos de ser
contradictorios, se hallan en una correlación tan estrecha y tan evidente que, en
cuanto descuidamos uno, lesionamos el otro, al mismo tiempo e inevitablemente,
sin darnos cuenta. Quien llegue a dejarse llevar por la primera ilusión y se
represente el francés como algo inmóvil, en el momento actual o en cualquier otro
momento, se ve llevado forzosamente a no comprender nada de lo que pasó en el
período comprendido entre los años 500 y 900; supone entonces un salto: un salto
de párrafo, un toque de varita mágica o un inaudito alumbramiento por el que un
idioma da súbitamente vida a otro idioma. Del mismo modo, si comienza por
suprimir la idea de continuidad, imaginando que el francés salió un día armado de
pies a cabeza de los flancos de la lengua latina, como Minerva del cerebro de
Júpiter, cae irremediablemente en el sofisma de la inmovilidad; supone
naturalmente que entre dos de sus saltos imaginarios la lengua se halla en un
estado de equilibrio y reposo, o al menos de un equilibrio que se opone a esos
saltos, mientras que en realidad no hay jamás un equilibrio, un punto permanente,
estable, en ningún lenguaje. Por lo tanto, consideramos absoluto el principio de la
transformación incesante de las lenguas.
(Saussure Segunda conferencia en la Universidad de Ginebra (noviembre de 1891)
2004: 141)
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La lengua es intangible pero no inalterable
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Ahora bien, uno podría razonar del siguiente modo: si la diacronía puede definirse
como el estudio relacionado con los cambios lingüísticos y el habla es el lugar en que
estas variaciones se producen, la fuente del cambio lingüístico, ¿en qué difieren la
lingüística del habla y la lingüística diacrónica? ¿no se trata del mismo territorio pero
con nombres diferentes? No. La lingüística diacrónica no se preocupa por el habla:
mediante la comparación de estados anteriores y posteriores estudia los cambios en el
paso de unos a otros; pero aunque estos cambios hayan surgido en el habla, la diacronía
se interesa por los cambios y no por su fuente.
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*Lingüística histórica: Benveniste expone con claridad la preocupación de la
lingüística histórica y la manera en la que dentro de ese marco comparatista,
evolutivo, asistemático se ubica Saussure en relación a la oposición
sincronía/diacronía: "A menudo ha sido subrayado el carácter exclusivamente
histórico que daba su carácter a la lingüística durante todo el siglo XIX y
principios del XX. La historia como perspectiva necesaria y la sucesividad como
principio de explicación, la fragmentación de la lengua en elementos aislados y la
búsqueda de leyes de evolución propias de cada uno: tales eran los caracteres
dominantes de la doctrina lingüística. Se reconocían, sí, principios de muy otra
naturaleza, como el factor analógico, que puede trastornar la regularidad de la
evolución, pero en la práctica ordinaria la gramática de una lengua consistía en
una tabla del origen de cada sonido y de cada forma. Era consecuencia, a la vez,
de la inspiración evolucionista que penetraba en aquel entonces todas las
disciplinas, y de las condiciones en que la lingüística nació. La novedad del punto
de vista saussureano, uno de los que más hondamente han actuado, fue adquirir
conciencia de que el lenguaje en sí mismo no incluye ninguna dimensión histórica,
que es sincronía y estructura, y que no funciona sino en virtud de su naturaleza
simbólica. No es tanto la consideración histórica la que es por ello condenada, sino
cierta manera de "atomizar" la lengua y mecanizar la historia. El tiempo no es el
factor de la evolución; es nada más el marco. La razón del cambio que afecta a tal
o cual elemento de la lengua está por una parte en la naturaleza de los elementos
que la componen en un momento dado, por otro en las relaciones de estructura que
hay entre dichos elementos. La verificación bruta del cambio y la fórmula de
correspondencia que la resumen ceden el lugar a un análisis comparado de dos
estados sucesivos y de los arreglos diferentes que los caracterizan. La diacronía
queda entonces restablecida en su legitimidad, en tanto que sucesión de sincronías.
Esto pone ya de relieve la importancia primordial de la noción de sistemas y de la
solidaridad restaurada entre todos los elementos de una lengua." (Benveniste:
2001, 6-7).
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La lingüística sincrónica entonces, se ocupa de las relaciones lógicas y psicológicas que
unen términos coexistentes y que forman sistema. Esta última es una característica que
la diferencia de la lingüística diacrónica. El hecho sincrónico es siempre significativo
puesto que siempre pone en relación dos términos simultáneos. La lingüística diacrónica
se ocupará de las relaciones que unen términos sucesivos y que se reemplazan unos a
otros sin formar sistema entre sí, esto es, los cambios lingüísticos son asistemáticos
porque no dependen unos de otros, no tienen valor, son simples hechos. En el hecho
diacrónico no interesa más que un término y para que aparezca una forma nueva es
necesario que la anterior le ceda su lugar. De esto se deduce que, si bien un hecho
diacrónico puede influir en un sistema, las consecuencias sincrónicas particulares que se
deriven de ese hecho le son completamente ajenas. Es por esto que Saussure afirma:
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Del mismo modo si estudiamos un hecho de lengua, como por ejemplo las
preposiciones del español, en el eje de la diacronía, lo que nos interesará y lo que
veremos serán los cambios desde una lengua flexiva como el latín a una lengua
preposicional como el español, específicamente, nos interesará ver la evolución y el
cambio de una preposición a lo largo del tiempo. Si estudiamos el mismo fenómeno
desde una perspectiva sincrónica, podremos ver en un momento específico del tiempo
cómo se relacionan, oponen y diferencian las distintas preposiciones del español, lo que
implicará, además, ver cómo esas diferencias surgen también a partir de las relaciones
con las otras clases de palabras, por ejemplo, con los verbos.
Agreguemos además en la caracterización de ambas perspectivas, que la lingüística
diacrónica se estudia mediante dos técnicas diferentes, según el carácter de los datos con
que opere. El método prospectivo requiere registros de dos o más estados de la misma
lengua (cada uno antepasado o descendiente del otro); el método retrospectivo (más
conocido como comparativo) se apoya sobre todo en la deducción y requiere estados de
lenguas emparentadas. De estos datos se deduce el estado del último antepasado común
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a todos los estados conocidos. Esta caracterización de la lingüística diacrónica
demuestra que ésta se apoya en descripciones sincrónicas; sin embargo, ambas
lingüísticas están separadas.
Como vemos entonces cada una de las dicotomías propuestas es consecuencia razonable
de un desarrollo previo lo que hace que la argumentación de Saussure sea internamente
muy sólida. En primera instancia, señala que a lo largo de la historia de los distintos
estudios sobre el lenguaje no se ha conseguido encontrar un enfoque que permita
recortar un objeto de estudio para la Lingüística considerada como ciencia. Para
resolver este problema postula entonces la dicotomía Lengua/Habla y opta por la lengua
dada la enorme e imprevisible variabilidad del habla. Luego de afirmar que la lengua es
un sistema y un principio de clasificación en sí misma tiene que dar cuenta de las
unidades que integran ese sistema; para esto caracteriza al signo a través del par
dicotómico significante y significado y enuncia sus dos principios. De la noción de
arbitrariedad se desprende también otra dicotomía, mutabilidad e inmutabilidad, lo que
trae a la discusión la cuestión del cambio lingüístico, y le permite a Saussure darse
cuenta de que en el estudio de la lengua se impone otra dicotomía básica: sincronía y
diacronía.
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cómo funcionan esas relaciones. Las relaciones y las diferencias entre términos del
sistema se despliegan en dos esferas distintas, cada una generadora de un orden de
valores. En base a esto plantea entonces, la última dicotomía del curso: relaciones
sintagmáticas y relaciones asociativas. Es así como en el desarrollo de todo el capítulo
dedicado a ambas relaciones lo que retoma Saussure es la capacidad de la lengua de
articular la sustancia fónica y significacional. Esta facultad de asociación y combinación
se manifiesta en la constitución de grupos de palabras.
Referencias bibliográficas
Saussure, F. de (1983). Curso de Lingüística General, [1916], trad. esp. de Amado Alonso,
Madrid, Alianza Editorial.
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