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Director:
Profesor Bernardo Correa
Resumen
El presente trabajo es una exposición de las principales líneas argumentativas que
los filósofos franceses Michel Foucault y Gilles Deleuze presentan en torno a sus estudios
sobre el ejercicio del poder y la resistencia. El objetivo de esta indagación es establecer los
puntos de encuentro y las distancias de las dos posiciones teóricas para determinar hasta
qué punto es posible realizar una valoración más completa de los mecanismos del ejercicio
del poder en las sociedades contemporáneas y cuáles podrían ser las posibles líneas de
fuga que permitan hacer frente a sus embestidas. En este sentido, se parte de una mirada
microscópica que asume el poder en su carácter cambiante y connatural a la constitución
de lo social, es decir, no como una estructura invariable que organiza los flujos y las
fuerzas sociales, sino como la capacidad plástica que los moviliza, poniendo de relieve la
naturaleza reversible de toda relación de poder.
La exposición temática se concentrará en los puntos clave de la conceptualización
del poder que proponen Deleuze y Foucault, en la explicación de sus perspectivas
analíticas y en un conjunto de discusiones que atraviesan la recepción de sus postulados,
especialmente en la polémica con Jürgen Habermas. Con base en ello, se entenderá el
poder en las sociedades actuales como la liberación controlada del deseo por parte del
capital, a través de la lógica empresarial de la autogestión. En función de esta definición,
se abordará el problema de la resistencia, a partir de la desestructuración de la
macropolítica que proponen los autores estudiados.
Abstract
The present work is an exposition of the main argumentative lines that the French
philosophers Michel Foucault and Gilles Deleuze present around their studies on the
exercise of power and resistance. The objective of this inquiry is to establish the meeting
points and the distances of the two theoretical positions to determine if is possible to make
a more complete assessment of the mechanisms of the exercise of power in contemporary
societies and what could be the possible lines of escape, that allow them to face their
onslaughts. In this sense, I start from a microscopic view that assumes power in its
changing character and connatural to the social constitution, that is, not as an invariable
structure that organizes flows and social forces, but as the plastic capacity that mobilizes
them, highlighting the reversible nature of any power relationship.
The thematic exposition will focus on the key points of the conceptualization of
power proposed by Deleuze and Foucault, in the explanation of their analytical
perspectives and in a set of discussions that go through the reception of their postulates,
especially in the polemic with Jürgen Habermas. Based on this, power in current societies
will be understood as the controlled liberation of desire on the part of capital, through the
business logic of self-management. Based on this definition, the problem of resistance will
be addressed, based on the destructuring of the macropolitics proposed by the authors
studied.
Contenido
Pág.
Introducción ......................................................................................................................... 1
Capítulo 1. La naturaleza del poder ................................................................................... 7
Capítulo 2. Soberanía, disciplina y biopolítica de las poblaciones ................................ 25
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad ....................................... 43
Capítulo 4. Sociedades de control: el gobierno neoliberal del deseo ............................. 63
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia ........................................................................... 85
Conclusiones ..................................................................................................................... 107
Bibliografía ....................................................................................................................... 113
Introducción
Las obras de Michel Foucault y Gilles Deleuze han sido objeto de debate a lo largo
de las últimas cinco décadas, por la perspectiva microscópica que proponen para entender
el funcionamiento de lo político. Sus investigaciones, enfocadas en la singularidad de las
relaciones de fuerza que atraviesan el tejido social, han logrado descentrar la reflexión
política del eje del Estado y sus instituciones. No obstante, sus conclusiones también han
recibido fuertes críticas por parte de quienes consideran que es en el Estado y su marco
jurídico que se definen las principales luchas por el reconocimiento político de los
diferentes actores sociales.
Es así que, desde la publicación del primer tomo de Historia de la sexualidad en
1976, algunas reflexiones sobre el dominio social han estado aunadas a una discusión
fundada en la pregunta de si Foucault es un pensador del poder o un filósofo de la
resistencia. Precisamente, Deleuze es uno de los primeros estudiosos de la obra
foucaultiana y de su concepto sobre el poder, él que junto a Félix Guattari empezó pensar
el estatuto político de las luchas transversales que se dieron en mayo de 1968 y que
suscitaron, en esa generación de pensadores franceses, una serie de cuestionamientos en
torno a la centralidad del Estado en el devenir de las revoluciones y del cambio social.
La perspectiva microscópica de lo político no es un invento de Foucault, que en
Vigilar y castigar expresa su deuda con el Anti Edipo, pero su obra ha servido de
catalizador de las discusiones sobre la viabilidad teórica y práctica de dicha mirada. Desde
el marxismo, que enfilaba ya sus críticas a mediados de los años setenta, Habermas (1989,
1991) emprende una lectura de la obra foucaultiana a partir de su polémica con Lyotard y
concluye que aquel “joven conservador” intenta socavar la racionalidad ilustrada de la
modernidad desde un esteticismo romántico que le cierra las puertas a todo proyecto
político autónomo, debido a la reducción de los individuos a simples “ejemplares”
producidos en masa por el determinismo de las estructuras disciplinarias de poder. Pero
2 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
esta lectura no deja de ser objeto de crítica por parte de algunos autores, que ven en la obra
de Foucault una perspectiva dinámica de las relaciones de poder que permite captar no
solo el funcionamiento de las distribuciones sociales de fuerzas, sino, además, la
posibilidad de que los sujetos, individuales y colectivos, sean capaces de configurar sus
propias condiciones de existencia (Lacombe, 1996) y de hacerse a sí mismos en la
resistencia a los poderes dominantes (Heller, 1996).
En Colombia, la obra de Foucault también ha contado en los últimos años con
lecturas que avivan el debate en torno a su visión del poder y la resistencia. De reciente
data son los trabajos de Reinaldo Giraldo, quien aboga por la positividad del concepto de
resistencia en Foucault desde su obra temprana, especialmente en Poder, resistencia y
subjetividad en Michel Foucault de 2008 y en una investigación colectiva, Saber, poder y
nuevas formas de lucha en Foucault, publicada en 2016. En los dos tomos de Historia de
la gubernamentalidad (2015 [2010] y 2016), Santiago Castro-Gómez se concentra en el
concepto de gobierno como clave de la última fase del pensamiento foucaultiano, en la que
vislumbra la irrupción de una resistencia ética y estética; para este autor, la perspectiva
microfísica impide, sin embargo, pensar un ejercicio político de emancipación, en la lucha
por la definición de los marcos jurídicos del Estado.
Sobre la relación entre las reflexiones políticas de Foucault y Deleuze, existen
investigaciones sobre la obra del primero que se ocupan, sobre todo, de las similitudes y
diferencias conceptuales entre estos autores; tal es el caso de algunas secciones de los
trabajos señalados de Castro-Gómez (2015), de Giraldo (2016), y la tesis del chileno Iván
Torres (2014), Sociedad de control y gobierno de la vida, que utiliza el concepto
deleuziano de “diagrama” para valorar el pensamiento foucaultiano como un diagnóstico
del ejercicio del poder en la sociedad contemporánea. Pero en estos tres casos, se trata de
una valoración de la obra de Foucault a través de los ojos de Deleuze, más que una
conversación entre sus apuestas conceptuales.
El presente trabajo pretende ser un espacio de confluencia de algunas líneas que
componen el pensamiento de Deleuze y el de Foucault, en el que el esfuerzo interpretativo
de los textos pueda conjugarse con un intento de pensar, con estos autores, lo que ha sido
uno de sus grandes problemas comunes: el ejercicio del poder y la posibilidad de la
resistencia aquí y ahora, problema que, a mi juicio, sigue vigente si se quiere comprender
Introducción 3
aquello que somos y, sobre todo, cómo y por qué transformarlo. Abordo este problema
desde la perspectiva microscópica de los social, no porque piense que la óptica
democrática sea incompatible con dicha tarea o que sus instituciones sean una simple farsa
de la sociedad burguesa, sino porque esta mirada permite pensar las instancias molares,
macropolíticas o institucionales, en el centro de una serie de tensiones que no pueden ser
ignoradas, incluso cuando se está dispuesto a dialogar con el Estado.
Una parte crucial de la discusión es, en este sentido, la respuesta al problema de si
Foucault quedó o no preso del poder y si su propuesta, como la de Deleuze, permite pensar
una praxis política, pues ahí se discute la posibilidad que tiene su conceptualización para
crear alternativas a las prácticas de dominio o si, por el contrario, da por sentadas las
desigualdades sociales y termina defendiendo la inacción o, incluso, la reacción política.
En este orden de ideas, se toma como punto de partida metodológico que los dos autores
no dicen lo mismo, sino que piensan el poder y la resistencia desde abordajes distintos,
cuyo valor para la reflexión propuesta no radica tanto en determinar sus similitudes, sino
en trazar líneas que conecten sus diferencias, en posibilitar conexiones conceptuales que
permitan hacer más vívido su pensamiento para cartografiar el presente.
En El sujeto y el poder, Foucault parte de que el poder no existe como una entidad,
sino que debe comprenderse y estudiarse en la acción; con esta premisa, la libertad aparece
como una condición para su ejercicio, es decir, en la misma relación que se establece, en el
curso de 1979, con los conceptos de liberalismo y neoliberalismo, pero no con los de
soberanía y disciplina, lo que podría indicar que los primeros reflejan de una manera más
transparente las especificidades de toda relación de poder. La racionalidad neoliberal sería,
en este sentido, la tecnología más sofisticada de gobierno, aquella que daría cuenta de sus
rasgos más importantes y sus estrategias más efectivas. Hablar del ejercicio del poder hoy
implica, por lo tanto, reflexionar sobre el poder en general.
Deleuze toma como referencia la cartografía de las sociedades occidentales
propuesta por Foucault, para plantear su propia lectura del funcionamiento de las actuales
relaciones de poder, pero toma distancia de la noción de biopolítica y propone, en cambio,
la de control. No obstante, la reelaboración de los conceptos de biopolítica y biopoder es
llevada a cabo por el mismo Foucault en los cursos de 1978 y 1979, con el examen de lo
que llamó “gobierno” y “gubernamentalidad”. Este giro que la obra foucaultiana emprende
4 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
desde febrero de 1978 tiene su origen en un “impasse” teórico que emerge entre 1975 y
1976, tras la publicación de sus libros sobre el poder. En este punto, el cuestionamiento
que se plantea a la mirada microfísica es si acaso Foucault no ha caído, con ella, en un
callejón sin salida, si no ha terminado encerrado en la prisión del poder, ante la cual
cualquier intento por buscar una salida es ilusorio o, incluso, contraproducente, pues el
poder se revela como un marco ontológico imposible de franquear (Habermas, 1989).
Pero si Foucault se plantea este problema, como lo evidencia “La vida de los
hombres infames” y el análisis que Deleuze hace de ese texto, también es cierto que
diversos pasajes tanto de Vigilar y castigar como de La voluntad de saber muestran algo
distinto a un condicionamiento a ultranza del poder con respecto a la subjetividad y a una
concepción rígida del mismo. Hay pasajes que muestran que el ejercicio del poder se fisura
por todos lados, que los mismos mecanismos de represión y conducción de la conducta
procuran espacios de resistencia, que la irrupción de subjetividades está condicionada por
las relaciones de fuerza que le dan cabida, pero que su devenir es siempre impredecible.
En suma, hay textos anteriores a 1978 que demuestran que el concepto foucaultiano del
poder no es estructural, sino relacional, esto es, que concibe el poder no como fundamento
de los entes, sino como la capacidad plástica de transformación que se gesta en la relación
entre fuerzas.
Aunque Foucault no utiliza la expresión “sociedades de control”, como lo hace
Deleuze, es innegable que tanto el uno como el otro se embarcan en un diagnóstico de los
mecanismos más recientes del ejercicio del poder, de aquellos que toman distancia de la
disciplina y se abocan a una reestructuración particular de las relaciones sociales para
hacer más eficiente la conducción del deseo. Ahora bien, ¿qué relación existe entre lo que
Foucault llama neoliberalismo y lo que Deleuze designa con el nombre de control? ¿Se
trata de los mismos mecanismos para el ejercicio del poder, o son perspectivas distintas
que tratan de pensar el mismo problema del poder en las sociedades contemporáneas? Y si
se equiparan o complementan ambos conceptos, ¿qué perspectivas pueden aportar los
estudios de Foucault y Deleuze para dilucidar la naturaleza del control o, en todo caso, los
actuales andamiajes del dominio sobre los seres humanos? ¿Es posible encontrar, en la
obra de estos dos autores, mecanismos de resistencia?
Introducción 5
Para Deleuze (2014), lo más importante no es que para Foucault el poder, al igual
que el saber, sea una práctica que pueda rastrearse históricamente, sino que sus
indagaciones sean en sí mismas una práctica. Cuando Foucault plantea un problema
histórico, pregunta al mismo tiempo por el hoy, por su propia actualidad; de ahí su interés
en la reflexión kantiana en torno a la Ilustración (Aufklärung), pues ve en ella un
cuestionamiento filosófico por el hombre moderno, por la manera en que los seres
humanos actúan en su presente (Foucault, 2017, pp. 54-5). Por lo tanto, la pregunta por el
poder remite a quien la formula y al campo de fuerzas en el que se halla inmerso, pero
también al lugar desde el que los historiadores plantean sus problemas, pues convierte a la
práctica en el elemento de inteligibilidad que une al pasado con el presente.
La reflexión foucaultiana se inscribe en una “ontología del presente”, que busca
rescatar el núcleo autocrítico de la modernidad descubierto por Kant. La problematización
que sitúa a la Ilustración como objeto de indagación de sí misma desencadena una “actitud
crítica” que retoma la posición combativa de las luchas contra el pastorado cristiano y
cuestiona toda forma heterónoma de gobierno. La puesta en marcha de este ethos
filosófico implica rastrear aquella multiplicidad que, en el encuentro eventual de sus
8 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
elementos, ha llegado a constituir las subjetividades y el tejido social del presente, a partir
de la conexión “entre unos mecanismos de coerción y unos contenidos de conocimiento”
(Foucault, 2017, p. 25). Para ello, los conceptos de saber y poder funcionan como puntos
analíticos de referencia, que permiten comprender la singularidad, la arbitrariedad y la
contingencia de todo sistema normativo que demanda aceptabilidad.
La indagación por el poder se convierte, así, en un ejercicio cuyo objetivo no es
tanto “descubrir qué somos, sino rechazar lo que somos”, porque es necesario liberarse “de
esta especie de ‘doble atadura’ política que consiste en la simultánea individualización y
totalización de las estructuras modernas de poder” (Foucault, 1991, p. 69). El
reconocimiento crítico-genealógico de lo que se es en el presente tiene como finalidad la
transgresión de los límites que se imponen a la posibilidad de ser de otra manera; por esta
razón, para Foucault (2001) la filosofía tiene sentido en la medida en que busca “saber
cómo y hasta dónde sería posible pensar distinto” (p. 12). Pensar el poder implica,
entonces, ocuparse de aquello que le resiste, de aquello que franquea sus fronteras.
Gran parte de la obra de Foucault se enmarca en la búsqueda de los elementos
específicos que le dan rostro al poder en momentos determinados de la historia de
Occidente. Lo fundamental en sus estudios sobre la locura, los hospitales, la sexualidad o
las prisiones, son las rupturas, los cambios de naturaleza que van perfilando los
dispositivos que entran en funcionamiento en cada caso. En sus investigaciones, los
cuestionamientos en torno al ejercicio del poder no se plantean en abstracto, sino con
respecto a su dispersión dentro del tejido social, en la configuración de subjetividades y la
intrincada red de relaciones singulares a la luz de las cuales adquiere sentido, por ejemplo,
una institución o una práctica judicial.
La plasticidad histórica del poder no impide, sin embargo, precisar
conceptualmente algunos de sus principales rasgos. Su definición intenta captar la
multiplicidad constitutiva de su funcionamiento, más que una forma invariable; de ahí que
Foucault (1991) identifique, en principio, no tanto un “qué” sino un “cómo” del poder,
entendido como una acción que “incita, induce, seduce, vuelve más fácil o más difícil”,
que siempre se efectúa “sobre un sujeto o unos sujetos actuantes en virtud de su actuación
o de su capacidad de acción” (p. 85). Hay un margen necesario de elección que se supone
en los individuos que entran en las relaciones de poder, un campo en el que pueden
Capítulo 1. La naturaleza del poder 9
conducir sus propios comportamientos, pero susceptible de ser condicionado sin entrar en
contradicción con la libertad, pues la constricción de los cuerpos es más un límite que un
rasgo fundamental de las dinámicas del dominio.
El objeto del poder es la conducta, la posibilidad de guiar o conducir la capacidad
de acción: “el poder es menos una confrontación entre dos adversarios o el enlace del uno
con el otro, que un problema de gobierno” (Foucault, 1991, p. 86). Pero gobernar no es
limitar, es producir un campo de acciones posibles para el desarrollo de determinadas
maneras de ser y actuar. Gobierno y libertad están vinculados; no siempre, ni
necesariamente, son términos antagónicos, y su relación funciona con más eficiencia
cuando se incrementan en proporción directa. El poder juega con la libertad, la pone a su
servicio, crea para ella espacios y tiempos, la guía y la produce, pero también la pierde:
algo siempre se le escapa.
En La voluntad de saber, Foucault se pregunta por el concepto de represión a
propósito de la sexualidad, con la finalidad de poner en tela de juicio la tesis según la cual
el poder es algo enteramente negativo y limitativo; su propósito es determinar cierta
continuidad entre los discursos médicos y psiquiátricos decimonónicos sobre la sexualidad
y la crítica a la represión que adquiere vigor a mediados del siglo XX, pues, desde esta
óptica, ambos hacen parte de una misma necesidad de hablar sobre el sexo que busca las
formas de irrumpir positivamente en el discurso, desde la confesión cristiana (Foucault,
1977, p. 29). El poder no es una carencia o la simple represión del deseo, es producción de
lo real y producción de saber.
En el curso de 1986 sobre Foucault, Deleuze propone una serie de “principios” en
torno a la definición del poder que estarían dispersos en toda su obra. La propuesta
deleuziana no aspira, sin embargo, a centralizar lo múltiple o a proveer fundamento a lo
que no lo tiene, sino a mostrar aquellas tesis frente a las que se configura la concepción
foucaultiana del poder, ya que esta intenta construir una “analítica” de su campo específico
(de las condiciones concretas en las que se ejerce), más que una teoría propiamente dicha
(Deleuze, 2014, p. 18; Foucault, 1977, p. 100). El primer blanco de la crítica foucaultiana
es el postulado de “propiedad”: el poder no se posee, se ejerce y no es exclusivo de una
clase o del aparato de Estado, sino que se teje en la inestabilidad de las estrategias que
pasan tanto por dominadores como por dominados, pues opera por funcionamientos y
10 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
1
De acuerdo con Giraldo (2008), Foucault mismo se suscribe a esta concepción negativa del poder en su
obra temprana, pese a que su idea de la resistencia despuntaba como una rebelión positiva frente a la
represión, propia de la racionalidad operativa en la exclusión de la locura.
14 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
2
Foucault se pregunta, en La voluntad de saber, si acaso los dominados aceptarían el poder “si no viesen en
ello un simple límite impuesto al deseo, dejando intacta una parte –incluso reducida- de la libertad”, es decir,
si soportarían algo diferente a tal suposición, y concluye que el poder, “como puro límite trazado a la
libertad, es […] la forma general de su aceptabilidad” (p. 105). A diferencia de lo que podría pensarse, el
poder como límite negativo del deseo no lo visualiza, ni dimensiona, como un oponente, sino que oculta su
propia parte operativa y positiva, para ejercerse sin mayor resistencia.
Capítulo 1. La naturaleza del poder 15
“hipótesis de Nietzsche” (p. 29). Esta distinción es importante porque Foucault toma
distancia frente al concepto de represión, ligado a la violencia, y no al de enfrentamiento
de fuerzas que, por supuesto, no deja sin revisión; pero esta operación teórica y
metodológica, que aparece con claridad en Vigilar y castigar, permite suponer que ya hace
parte de su modelo explicativo, solo que el autor no piensa la represión y la lucha de
fuerzas como hipótesis incompatibles, sino que toma partido por la segunda en detrimento
de la primera.
Foucault parte de la posibilidad de desanclarse de una visión fatalista y derrotista
del poder, que asume en él una presunta omnipotencia infranqueable; por ello, hace énfasis
en su naturaleza relacional e inestable, así como en los rasgos productivos que hacen de
dicho concepto un factor dinámico y una potencia del cambio social, es decir, un factor
que genera la desarticulación de sus propias relaciones (Lacombe, 1996, p. 338). La
microfísica foucaultiana consiste, así, en el análisis capilar de las relaciones fluctuantes de
fuerza, constituyentes de la red de interacciones sociales de poder y saber que producen
identidades individuales y grupales, así como resistencias positivas a los procesos de
dominación; en este sentido, no se sitúa en la perspectiva de las grandes manifestaciones
del poder, sino en los límites del ámbito de la legalidad, allí donde la ley no puede explicar
las prácticas que la preceden ni aquellas que las desbordan.
El análisis microfísico toma como punto de partida aquellas técnicas y tácticas que,
con dinámicas propias, son anteriores a cualquier tipo de captura por parte del Estado
(Foucault, 2002, p. 36-9), y se enfoca en aquellas tensiones que se tejen entre los
micropoderes y los procesos de apropiación estatal de sus tecnologías, como en el caso de
los dispositivos punitivos que son asimilados por el derecho penal. Esta mirada asume el
poder en su carácter cambiante y connatural a la constitución de lo social: no como una
estructura invariable que organiza los flujos y las fuerzas sociales, sino como la capacidad
para movilizarlos. De estas premisas se concluye que la plasticidad del poder impide que
sus relaciones se conciban como marcos inmóviles e inmodificables, sino que la
resistencia se hace inevitable como reverso de dicha capacidad.
Para matizar el concepto de microfísica, es posible recurrir a lo que Deleuze y
Guattari (1988) llaman micropolítica y macropolítica. Según estos autores, es posible
distinguir niveles duros y flexibles de organización o segmentación, en los estratos que le
16 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
dan forma a la existencia humana. Todo individuo, así como toda sociedad, se constituye a
partir de la confluencia y la dispersión de flujos de diferente índole (de personas, de cosas,
de capital, de fluidos, etc.), que cada segmento intenta capturar, etiquetar y ajustar a un
determinado orden. Pero esta canalización es siempre inestable, pues involucra la
articulación de elementos heterogéneos en una serie de “cambios de ritmo y modo que,
más que implicar una omnipotencia, se hacen a duras penas” (Deleuze & Guattari, 1988, p.
222). De ahí que, como afirma Deleuze (2005) en uno de sus cursos de 1971, el terror de
todo tipo de organización sea “el diluvio”, el desborde de los flujos con respecto a los
diques que intentan contenerlos (pp. 20-1), pues una línea de fuga, o flujo mutante, no es
solo capaz de desestabilizar un orden dado, sino también de crear uno nuevo, quizá más
libre, quizá más perverso o más férreo.
La diferencia de naturaleza entre flujos, segmentos y sus puntos de encuentro, no
implica que se den los unos sin los otros; por el contrario, para Deleuze y Guattari (1988)
son líneas que siempre aparecen juntas, “pasan la una a la otra”, en una presuposición
recíproca, pues “toda política es a la vez macropolítica y micropolítica” (p. 218). La
segmentación dura es la instancia molar, el efecto de la conjugación de los flujos en un
sistema de codificación que les asigna una cualidad: es la macropolítica de los Estados, de
las clases, las instituciones y la burocracia, pero también es la política de la individuación
y de los dispositivos de sexualidad. La micropolítica concierne al movimiento flexible de
los flujos, a la instancia molecular de la que hacen parte las líneas de fuga que se escapan
en todo momento a las segmentaciones, pero también es la política de los flujos que pasan
por ellas y las constituyen.
Lo molar y lo molecular son dos aspectos diferentes que, sin embargo, no dejan de
entrecruzarse, de referirse el uno al otro, de complementarse, de sabotearse y
desarticularse (Deleuze & Guattari, 1988, pp. 219-20); no difieren en dimensión, en el
sentido de que lo micro constituya una parte del todo, mientras que lo macro sea el todo
mismo, pues en ambos casos se habla de elementos constitutivos de todo el campo social.
Molecular y molar son dos perspectivas de distinta naturaleza: una que se aboca al detalle
de las partículas que atraviesan el todo, en líneas de flujo y fuga que se conectan haciendo
rizoma; la otra, que se enfoca en las líneas duras de agrupamiento parcial, de conjugación
Capítulo 1. La naturaleza del poder 17
servicio o de moneda que son transmitidos de un polo a otro” (p. 38), en una operación
económica. Pero el concepto de flujo debe ser entendido desde la distinción ontológica
deleuziana entre lo virtual y lo actual, así como los conceptos de micropolítica y
macropolítica, según la propuesta de Germán Díaz (2015), ya que el uso que Deleuze hace
de él desborda el campo puramente económico: pese a que el autor lo define en dichos
términos, el flujo se refiere a una instancia constitutiva de lo real irreductible a la
codificación social de la fuerza de trabajo y del valor.
Deleuze (1995) afirma, en una entrevista a propósito de los programas de Godard,
que el concepto de fuerza de trabajo “aísla arbitrariamente un sector y separa al trabajo de
sus relaciones con el amor, con la creación e incluso con la producción” (p. 66), es decir,
segmenta la producción del valor de la producción deseante del inconsciente y la convierte
en el único tipo de actividad productiva, bloqueando las demás conexiones “maquínicas”
que configuran la experiencia humana. Para liberar el potencial (virtual-real) del trabajo
humano (abstracto), es necesario efectuar una línea de fuga de los flujos productivos del
deseo frente a la fuerza de trabajo, ya que esta es ya una codificación del capital para
extraer plusvalor: “que el intercambio sea justo o injusto es lo de menos, porque se
produce siempre una violencia selectiva mediante el pago, se da siempre una mistificación
de principio cuando hablamos de ‘fuerza de trabajo’” (Deleuze, 1995, p. 66). El flujo de
trabajo abstracto como descubrimiento del capital es una forma de bloqueo que no agota su
realidad. El flujo no es el valor, sino aquello que lo produce en el circuito del capital; al
mismo tiempo, es aquello que se le escapa.
El capital efectúa una descodificación de los flujos (de productos y de actividades
productivas), para recodificarlos como trabajo abstracto y valor, y de ello extraer, como de
una sola magnitud, el plusvalor, tasado en tiempo socialmente necesario (Marx, 2007, p.
48). Pero en el límite de este proceso se halla la esquizofrenia, que efectúa una
descodificación aún más profunda de los flujos, hasta despojarlos de todo código. El
esquizoanálisis entra en escena para reconocer la existencia de flujos puros (el deseo), más
allá de la disposición capitalista del trabajo abstracto, es decir, más allá del fetichismo de
la mercancía y del inconsciente edípico freudiano (Deleuze & Guattari, 1973). Por esta
razón, Deleuze y Guattari (1988) hablan también de segmentaridades moleculares, para
designar esa especie de polo perceptible, codificado, de los flujos puros, en aquel momento
Capítulo 1. La naturaleza del poder 19
3
La descodificación de los flujos no garantiza por sí misma ausencia de nuevos códigos, ni un devenir puro
de los flujos mutantes, sino la efectuación de un cambio, cuyo porvenir no está predeterminado: “No hay
desterritorialización de los flujos de deseo esquizofrénico que no venga acompañada de re-
territorializaciones globales o locales, que siempre forman playas de representación (…) Nunca podemos
captar la desterritorialización en sí misma, no captamos más que sus índices con respecto a las
representaciones territoriales” (Deleuze & Guattari, 1973, p. 326).
20 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
4 Cuando Foucault (1991) analiza la relación entre violencia, consentimiento y poder, establece que este
último no puede ejercerse sin los primeros, pero aclara que “si bien el consenso y la violencia son los
instrumentos o los resultados, ellos no constituyen el principio o la naturaleza básica del poder” (p. 85), pues
son aspectos diferentes que, pese a ser inseparables en la realidad concreta, no se confunden. De igual
manera pasa con el saber. Pese a que es imposible el ejercicio del poder sin condiciones de saber, y
viceversa, los dos elementos son de una naturaleza distinta.
Capítulo 1. La naturaleza del poder 21
independencia de las condiciones específicas de su aplicación singular, esto es, del modelo
carcelario diseñado por Bentham. Foucault escinde, así, el panóptico y todo dispositivo
concreto, entre diagrama y “uso específico”, entre estrategia y estrato, entre poder y saber
(Deleuze, 2014, p. 79).
Si para Foucault todo poder es esencialmente microfísico y se identifica con el
diagrama5, para Deleuze y Guattari esto sería apenas un aspecto de su ejercicio, puesto que
si bien todo poder es diagramático, no todo diagrama es de poder: los “agenciamientos” o
conexiones inestables de flujos moleculares no implican siempre relaciones de poder,
“sino de deseo, deseo que siempre está agenciado”, pues el poder es “una dimensión
estratificada del agenciamiento” (Deleuze & Guattari, 1988, p. 153). Si para Foucault el
poder es la capacidad transformativa de lo social, aquel rasgo constitutivo de las relaciones
de fuerza, para Deleuze el poder es secundario con respecto al deseo. El diagrama es, en
este orden de ideas, una matriz abstracta de distribución virtual de fuerzas, acciones y
flujos que configura las conexiones y conjugaciones moleculares que atraviesan todo un
campo social y lo definen, actúa en el detalle como posibilidad real que se actualiza en
instancias molares que pueden o no solidificarlo como una relación de poder.
Lo fundamental en el diagrama o “máquina abstracta” es, para Deleuze y Guattari
(1988), la emisión de líneas de fuga que, al ser primeras, no pueden entenderse como
“fenómenos de resistencia o de respuesta, sino máximos de creación y de
desterritorialización” (p. 153). Por consiguiente, son anteriores al poder. Todo diagrama es
inestable y se encuentra en mutación continua, en relación con otros diagramas que le
preceden y aquellos que se le superponen. Toda sociedad posee sus propios diagramas con
grados distintos de sedimentación, y esta inestabilidad le permite mutarlos o fijarlos en los
estratos molares (Deleuze, 2014, p. 86). El diagrama es un potencial creativo que permite
que los flujos formen “un tipo de ‘caos-germen’: un caos del que algo sale” (Landaeta,
Rojas & Cristi, 2017, p. 88). Cada diagrama es, en este sentido, un tipo de organización
5
Pese a que Foucault utiliza la palabra diagrama pocas veces, Deleuze (2014) propone que dicho concepto
ilustra de manera privilegiada la noción de poder, ya que logra identificar los rasgos que lo singularizan con
respecto al saber; por ello, afirma que para Foucault “el diagrama es el poder” (p. 78).
22 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
posible que siguen los flujos tanto para establecer puntos inestables de convergencia, como
para producir líneas de fuga.
¿Qué hace que un diagrama se convierta en una relación de poder? Su contacto
con elementos molares, su estratificación más o menos permanente. Sin dicho contacto, no
habría poder. Ahora bien, todo diagrama fundamenta y supone estratos, sedimentaciones,
relaciones de saber; todo flujo molecular está en una relación problemática con líneas
molares, pero no todos estos contactos son iguales, aquellos que son más estables (y toda
estabilidad es relativa) se configuran en centros de poder y, a nivel molecular, en
diagramas de poder. Esto permite comprender que, para Deleuze (1995), una cosa es el
“devenir revolucionario” y otra muy diferente la historia de una revolución, pues el
primero se entiende como el diagrama de un conjunto de líneas de fuga (potencial
creativo), y el segundo como su resultado molar y estratificado, en un tipo de relaciones
sociales singulares establecidas en nuevas instituciones6: en este segundo nivel, el
diagrama que guía su desarrollo es ya un diagrama de poder.
En la realidad concreta, habría, entonces, polos molares y polos moleculares
perceptibles que serían expresión de diagramas distintos, de diagramas de poder, más o
menos endurecidos o dispersos en los estratos, y otros diagramas que sirven de
distribución de fuerzas para la emisión de líneas de fuga, que fracturan las relaciones de
poder y que pueden o no efectuar conjugaciones de flujos y reterriolizaciones con sus
propios centros de poder. Este conjunto de líneas molares y moleculares, este entramado
de fuerzas, flujos, segmentos y diagramas que convergen, se repelen y funcionan al mismo
tiempo es lo que Deleuze (2007) llama, comentando a Foucault, un dispositivo (pp. 305-6).
El lugar del poder es el diagrama, pero también es el lugar de potencia del deseo
para conectar los flujos con líneas de fuga que permiten escapar a las relaciones de fuerza
propias de los centros de poder (Landaeta, et al, 2017, p. 90). De las formaciones sociales
concretas es posible, por lo tanto, distinguir los diagramas que definen las estrategias del
ejercicio del poder, aquellas variaciones que hacen posible la formación de estratos
6
Sobre esto, Deleuze (1995) afirma: “Lo que la historia capta del acontecimiento son sus efectuaciones en
estados de cosas, pero el acontecimiento, en su devenir, escapa a la historia. La historia no es la
experimentación sino solamente el conjunto de condiciones (prácticamente negativas) que hacen posible
experimentar algo que escapa a la historia” (p. 267).
Capítulo 1. La naturaleza del poder 23
molares, y las variables de su continua mutación. Podría decirse que el poder, desde la
perspectiva de Deleuze y Guattari, se configura en la reacción que genera, en determinado
diagrama, el contacto con lo molar, mientras que para Foucault el diagrama es siempre de
poder, entendido como la fuerza plástica de constitución de lo real, aunque no como la
estructura o límite en el que estuvieran encerrados los entes.
Para Deleuze (2007), existe un “efecto represivo” que el poder ejerce sobre el
deseo-flujo, cuyas conexiones son lo verdadero constituyente del campo social (p. 124),
mientras que para Foucault es el poder lo que reviste dicho carácter. En la definición
deleuziana del diagrama, las líneas de fuga no son efectos reactivos de las fuerzas que
entran en lucha, sino factores activos en la producción del deseo que conforman diagramas
alternativos a la diagramática del poder y surgen como potenciales creativos que se
deslizan entre los estratos. Para Foucault (1977), en cambio, los puntos de resistencia
“están presentes en todas partes dentro de la red de poder” (p. 116), se anidan como un
reverso inevitable y simultáneo, que permiten un redireccionamiento continuo de las
relaciones de poder.
La confrontación conceptual entre Deleuze y Guattari, por un lado, y Foucault, por
otro, refleja, sin embargo, la necesidad de evidenciar una diferencia de naturaleza entre el
ejercicio del poder y la resistencia, pese a que su lenguaje, sus problemas y sus puntos de
partida no sean los mismos. En ambos casos el énfasis recae en lo inevitable de la
transformación social por movimientos que se enfrentan y desbordan los marcos
estructurales (siempre relativos) de los dispositivos concretos; y se contempla el mismo
riesgo: los movimientos de resistencia pueden siempre engendrar nuevas relaciones de
poder; las mayores líneas descodificadas de flujo molecular devienen en recodificaciones
que capturan otras líneas mutantes y las conjugan en nuevos centros de poder; mas lo que
es un peligro inevitable, no implica un devenir necesario, ni una predestinación, sino un
límite que siempre puede ser franqueado, modificado o estratificado.
En este cruce de fuerzas, el marco molar es irrecusable, puesto que es el reverso de
lo molecular y porque brinda una estabilidad necesaria para que las líneas moleculares no
se deshagan en su puro fluir. La apuesta deleuziana, en este sentido, no es una fe irracional
por lo molecular, sino que advierte la relación problemática entre las dos instancias para
impedir el bloqueo del deseo. La óptica de Deleuze y Guattari contempla una praxis que
24 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
no tiene en lo molar la única esfera legítima de acción política, pero tampoco se entrega a
una pura fluidez molecular que termina deshaciendo cualquier tipo de arraigo o
compromiso político. El error estaría en eludir la pregunta práctica de qué hacer con tales
líneas de resistencia una vez que se han identificado y qué posición asumir en las redes de
poder una vez se concluye que son siempre relativas e inestables.
Capítulo 2. Soberanía, disciplina y biopolítica de
las poblaciones
A mediados de los años setenta, Foucault analiza una mutación diagramática que se
produce en las sociedades occidentales entre los siglos XVII y XVIII, un conjunto de
cambios que, en principio, se hacen transparentes en los mecanismos de castigo, pero que
definen todo un campo social por ser externos a cualquier tipo de institución (incluidas las
prisiones y los hospitales). Esta transformación marca un desplazamiento con respecto al
ejercicio del poder, ya que produce un cambio en los puntos de convergencia sobre los que
se tensionan las relaciones sociales. Foucault rastrea el proceso por el cual el dispositivo
de soberanía pierde fuerza (aunque no desaparece) con respecto a los mecanismos
disciplinarios.
Las sociedades de soberanía, cuyo arraigo en Occidente data de la Edad Media,
engendran discursos de legitimidad e ilegitimidad que permiten perpetuar el dominio de
los reyes sobre el cuerpo social. Por supuesto, dichos discursos no tienen que ver con el
convencimiento ideológico de las masas, sino con la instauración de prácticas de saber,
obediencia y castigo, cuya racionalidad le da forma al ejercicio del poder y condiciona la
subjetividad de quienes se hallan inmersos en ellas. De igual manera, se crea toda una serie
de mecanismos jurídicos que intentan mantener las relaciones verticales entre gobernantes
y gobernados, pero que termina generando efectos no previstos por la economía del poder.
En esta tensión dinámica entre las lógicas del poder y sus efectos no queridos de
resistencia, en la bisagra de los siglos XVII y XVIII, se instala la lupa investigativa de la
genealogía foucaultiana.
En la primera sección de Vigilar y castigar, Foucault se detiene en la mecánica de
los suplicios a los que eran sometidos los condenados en Francia, bajo el Antiguo
Régimen. La aplicación de las penas no respondía a una sed gratuita de crueldad, sino a
26 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
una medida muy específica que intentaba escenificar el crimen en el cuerpo del supliciado.
El proceso de investigación que desembocaba en el dictamen judicial buscaba hacer
transparente la verdad del delito, tasando la cantidad de sufrimiento que debía ser
infligido; pero esto era imposible sin una exhaustiva recolección de pruebas que
establecieran el grado de culpabilidad de los acusados. En esta pesquisa, la tortura cumplía
un papel probatorio que, sin embargo, no necesariamente se inclinaba del lado de quien
acusaba7: el procedimiento mismo no se encontraba exento de tensiones, cuya resolución
no estaba predeterminada.
Estos mecanismos de castigo son importantes, para el análisis foucaultiano, en la
medida en que hacen visible el campo de tensiones que atraviesan el ejercicio del poder
soberano. No es el enfrentamiento entre el infractor y el juez lo que se define en la
aplicación del castigo, sino las posiciones políticas estratégicas en las que se encuentran,
en cada caso, el rey y las distintas capas sociales. La equivalencia entre el delito y la pena
que se efectúa en el castigo está mediada por la necesidad de reparar no solo a la víctima
del crimen, sino, sobre todo, a la autoridad regia que ha sido lesionada en la transgresión
de la ley, que para este caso “vale por la voluntad del soberano” (Foucault, 1976, p. 53).
Esto implica que tras la reparación del crimen se halla la capacidad y la necesidad de los
reyes para mantener la diferencia de poder con respecto a la masa del pueblo: en el cuerpo
del condenado se despliega la justicia real en un ritual que tiene por objetivo hacer visible
su poder frente a todos aquellos que intenten sublevarse, pero también ante aquellos que
reclaman su injerencia.
La fuerza vinculante de la ley que se hace visible en el castigo no radica en su
autoridad inmanente y autorreferente, sino en su capacidad para mediar las tensiones
sociales, es decir, en la medida en que permite que el poder se deslice en el contacto entre
gobernantes y gobernados y zurza entre ellos ciertas relaciones horizontales. En la
ejecución de la pena, por ejemplo, el pueblo no solo es testigo temeroso de lo que ocurre,
7
“El juez no impone la tortura sin aceptar, por su parte, riesgos (…) porque la regla impone que, si el
acusado ‘resiste’ y no confiesa, se ve el magistrado obligado a abandonar los cargos. El supliciado ha
ganado. De donde la costumbre, que se había introducido para los casos más graves, de imponer la tortura
con ‘reserva de pruebas’ (…) no se declaraba inocente al sospechoso por su resistencia, pero al menos debía
a su victoria el no poder ser condenado a muerte” (Foucault, 1976, pp. 46-47).
Capítulo 2. Soberanía, disciplina y biopolítica de las poblaciones 27
8
“En los días de ejecución se interrumpía el trabajo, se llenaban las tabernas, se insultaba al gobierno, se
lanzaban injurias y hasta piedras al verdugo, a los exentos y a las soldados; se intentaba apoderarse del
condenado, ya fuese para salvarlo o para matarlo mejor (…), jamás tanto como en estos rituales que hubiesen
debido mostrar el crimen abominable y el poder invencible, se sentía el pueblo tan cerca de aquellos que
sufrían la pena; jamás se sentía más amenazado, como ellos, por una violencia legal que carecía de equilibrio
y mesura” (Foucault, 1976, p. 68).
28 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
de resistencia, dado que emana directamente de la figura del soberano, ocupada hasta el
Antiguo Régimen por el rey, pero que en las sociedades modernas es asumida por el pacto
social. Para Foucault, estos esfuerzos legalistas son heredados por las democracias
contractuales e inciden directamente en la manera de ejercer y pensar el poder.
El imperio de la ley que opera en el modelo jurídico contrasta con un trasfondo
microfísico que desborda sus límites y pone en cuestión, en cada momento, el derecho de
gobernar, ya que dicha red de relaciones evidencia el marco estratégico que sostiene a la
potestad soberana. En efecto, la aplicación de la jurisprudencia activa el juego de la
dominación y la resistencia, sirviendo de doble filo al ejercicio del poder, ya que, por un
lado, asegura la continuidad del rey, pero, por otro, limita su influencia al establecer
condiciones a partir de las cuales es aceptable y más allá de las cuales pierde legitimidad.
El hecho de que la teoría de la soberanía esté en el centro de las luchas políticas, desde el
siglo XVI, ha permitido que tal forma de pensar el poder se mantenga vigente en los
aparatos jurídicos de las sociedades occidentales, junto a otras mecánicas como la
disciplina que cumplen la misma dinamización de las tensiones sociales y permite
“ocultar” su funcionamiento (Foucault, 2002, pp. 43-5).
El problema de pensar el ejercicio del poder a partir del modelo de la soberanía es
que se circunscribe a un tipo particular de mecanismos, a una tecnología concreta, que no
hace transparente la pluralidad y el dinamismo de las tensiones que producen y revocan las
diferencias de poder que entran en juego en todo orden social. Para las sociedades de corte
feudal, afirma Foucault (2002), “la forma en que se ejercía el poder podía transcribirse
claramente –en sus aspectos esenciales, en todo caso– en términos de la relación
soberano/súbdito” (p. 43), pero esta “transcripción” se queda corta para otro tipo de
mecanismos emergentes desde el siglo XVII. Incluso, se podría observar, este modelo es
insuficiente también para estudiar la mecánica del poder en las sociedades de soberanía, ya
que los análisis de Vigilar y Castigar en torno a sus dispositivos punitivos evidencian todo
un conjunto de prácticas que cuestionan de hecho la omnipotencia de la ley y ponen en
evidencia una serie de ilegalismos populares que refuerzan el dominio soberano; en ambos
casos, la eficacia explicativa del modelo queda en entredicho.
De la soberanía a la disciplina no hay una sucesión lineal, ni un relevo
generacional, sino la configuración de diagramas que imponen y redistribuyen los
30 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
diferenciales de poder. Así, el paso de una sociedad soberana a una disciplinaria implica
no la aparición brusca de una y la desaparición de otra, sino el predominio de un conjunto
de técnicas sobre otras, en el marco de las interacciones sociales9. El diagrama de la
extracción de fuerzas cede el paso al de su composición, aunque no lo desplaza
completamente10, sino que se amalgama con él, en un proceso de dominio de uno sobre
otro. De hecho, las reformas penales que empiezan a gestarse en el siglo XVIII apelan a
otro tipo de soberanía que no es la del rey, sino la del pacto social y constituyen: “un
formidable derecho de castigar, ya que el infractor se convierte en el enemigo común. Peor
que un enemigo, incluso, puesto que sus golpes los asesta desde el interior de la sociedad y
contra esta misma: un traidor” (Foucault, 1976, p. 94). Por otro lado, también se habla de
un diagrama “napoleónico” que serviría de bisagra entre los dos tipos de prácticas
(Deleuze, 2014, p. 87; Foucault, 1976, p. 219).
Esta mutación en el seno de la soberanía implica ya un direccionamiento distinto de
los mecanismos de castigo, pero también una redefinición de las relaciones de poder que
los atraviesan: no un impulso humanitario, sino la necesidad de regular aquello que se le
escapa a las antiguas prácticas penales y prever su mayor número de consecuencias
(Foucault, 1976, pp. 96-7). En el diagrama disciplinario entran en escena conceptos como
el cálculo de costos y beneficios, la planificación de efectos o la potenciación de las
fuerzas, que intentan establecer las condiciones propicias para controlar de manera más
9
Aunque en el curso de 1976 Foucault (2002) afirma que la disciplina surge en el siglo XVIII como algo
“completamente novedoso” frente al poder soberano (p. 43), la clase del 11 de enero de 1978 plantea un
análisis diferente, según el cual tanto la perspectiva de la ley (soberanía), como la vigilancia (disciplina) y la
previsión (seguridad) son simultáneas, aunque cambia su correlación (Foucault, 2006, pp. 22-24).
10
Para Deleuze (2016) todo ejercicio del poder parte de la configuración de diagramas que determinan la
distribución de fuerzas dentro de un campo social, de tal suerte que el poder soberano también responde a
uno, pese a que Foucault no haya sido del todo explícito en dicho punto: “cuando se consideran las antiguas
sociedades de soberanía, se ve que no carecen de diagrama (…): también en ellas una fuerza se ejerce sobre
otras fuerzas, pero más bien para extraer que para combinar o componer: más bien para fraccionar masas que
para fragmentar el detalle; más bien para exiliar que para controlar” (p. 61). No obstante, hay un pasaje de
Vigilar y castigar que es muy claro al respecto: “Las disciplinas sustituyen el viejo principio ‘extracción-
violencia’ que regía la economía del poder, por el principio ‘suavidad-producción-provecho’” (Foucault,
1976, p. 222). De igual manera, en el curso de 1976, Foucault (2002) es explícito al referirse al tipo de
configuración de fuerzas que se efectúa en la disciplina, aunque, como resalta Deleuze en varios momentos,
no hable propiamente de diagramas: “Es un tipo de poder que se ejerce continuamente mediante la vigilancia
y no de manera discontinua a través de sistemas de cánones (…) que supone una apretada cuadrícula de
coerciones materiales más que la existencia física de un soberano” (p. 43).
Capítulo 2. Soberanía, disciplina y biopolítica de las poblaciones 31
eficiente los elementos que componen el cuerpo social y permitir una mayor cohesión,
propicia a las nuevas condiciones de acumulación del capital.
Esta nueva economía del poder de castigar implica un uso eficiente de las penas, la
puesta en marcha de prácticas de canalización y corrección de las conductas anómalas que
hace más útil el castigo en términos ya no (o no solo) de la reparación del crimen, sino en
la previsión de crímenes futuros tanto del mismo individuo como de otros que,
eventualmente, quisieran seguir su ejemplo. Junto a la corrección, la preocupación central
de la disciplina penal es la prevención: anticipación de nuevos crímenes y de la irrupción
de nuevos criminales: “No se castiga, pues, para borrar un crimen, sino para transformar a
un culpable (actual o virtual); el castigo debe llevar consigo cierta técnica correctiva”
(Foucault, 1976, p. 132).
Esta mecánica produce, a propósito de la figura del criminal, un conocimiento que
ya no es solo judicial, no se refiere solo al crimen cometido, sino al sujeto que lo comete, a
las condiciones concomitantes que lo conducen a la perpetración del delito y a las
posibilidades de convertirlo en un elemento útil para el orden social. Con la disposición
del condenado, ya no como objeto de suplicio sino de corrección, se descubre un nuevo
uso político del cuerpo que apela a su “docilidad”, a su capacidad para ser moldeado y
formado a partir de la puesta en marcha de determinados procedimientos de “control
minucioso”: se crean las “disciplinas” (Foucault, 1976, p. 141). Se produce, por lo tanto,
un nuevo tipo de conocimiento encaminado al encauzamiento de los comportamientos y
los hábitos, que desborda las prácticas de castigo y empieza a alojarse en otros ámbitos
como la milicia, la educación, la producción y la medicina11, al tiempo que extiende la
función de juzgar a otros campos, centrados en los elementos concomitantes al crimen. El
psiquiatra y el pedagogo se convierten también en jueces12.
11
“La minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, la sujeción a control de las
menores partículas de la vida y del cuerpo darán pronto, dentro del marco de la escuela, del cuartel, del
hospital y del taller, un contenido laicizado, una racionalidad económica o técnica a este cálculo místico de
lo ínfimo y de lo infinito” (Foucault, 1976, p. 144).
12
“The interpenetration of legal and non-legal knowledge has generated an incredibly complex, incoherent,
and confusing array of concepts. As the non- legal elements of criminal law have expanded, the role of judge
has expanded from a focused concern with the criminal law and its application to judgments about the
character, the underlying nature of the perpetrator, and the complexity of the circumstances of the act”
(Turkel, 1990, p. 180).
32 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
13
Para Deleuze (2016), lo importante del análisis de Foucault no es la forma de los encierros, sino el
diagrama que determina su concreción en dispositivos singulares como la prisión o el hospital: “exiliar,
controlar, son fundamentalmente funciones de exterioridad que sólo son efectuadas, formalizadas,
organizadas por los dispositivos de encierro. La prisión como segmentaridad dura (celular) remite a una
función flexible y móvil, a una circulación controlada, a toda una red que atraviesa también medios libres y
que puede aprender a prescindir de la prisión” (p. 69). Sobre esto, Foucault (1976) dice: “se trata también de
demostrar cómo se puede ‘desencerrar’ las disciplinas y hacerlas funcionar de manera difusa, múltiple,
polivalente en el cuerpo social entero” (p. 212).
Capítulo 2. Soberanía, disciplina y biopolítica de las poblaciones 33
de otro orden que, no obstante, están conectados con las dinámicas del castigo. El primero
de ellos es la acumulación de capitales y la consolidación de la burguesía como clase
emergente, que guio la mutación de la distribución de las fuerzas sociales a lo largo de los
siglos XVIII y XIX. Esto no quiere decir que el poder en general y la disciplina en
particular se conciban como efectos de la infraestructura económica; por el contrario, se
los piensa como ese conjunto de procedimientos y saberes que se ciñen a los procesos
económicos para hacer posible su funcionamiento, pues la potenciación de la producción
social es inseparable de la capacidad para disponer de multiplicidades humanas. De hecho,
afirma Foucault (1976), “no habría sido posible resolver el problema de la acumulación de
los hombres sin el crecimiento de un aparato de producción capaz a la vez de mantenerlos
y de utilizarlos”; pues, “las técnicas que hacen útil la multiplicidad acumulativa de los
hombres aceleran el movimiento de acumulación de capital” (p. 223). Se trata, por tanto,
de magnitudes que se incrementan en proporción directa y se determinan recíprocamente.
Con respecto a las estructuras jurídicas, el segundo proceso que Foucault toma en
cuenta, las disciplinas son la contrapartida del poder soberano, sobre todo en aquellos
elementos que en este último sirven para limitar el dominio de los reyes y que pasa a
manos del pueblo como recurso de resistencia en el derecho:
Si el juridismo universal de la sociedad moderna parece fijar los límites al ejercicio
de los poderes, su panoptismo difundido por doquier hace funcionar, a contrapelo
del derecho, una maquinaria inmensa y minúscula a la vez que sostiene, refuerza,
multiplica la disimetría de los poderes y vuelve vanos los límites que le han
trazado. (Foucault, 1976, p. 226).
La vigilancia continua y jerárquica, la evaluación y el examen que remiten de una
instancia disciplinaria a otra, son mecanismos imperceptibles, horizontales en su ejercicio,
que, no obstante, refuerzan las condiciones desiguales en las que se enmarca el ejercicio
del poder en su eje vertical.
Otro aspecto importante que Foucault analiza es la relación particular saber-poder
en la que se enmarca el surgimiento de las disciplinas; para él, la puesta en marcha de
mecanismos de vigilancia constante y minuciosa ha hacho mutar el funcionamiento de
instituciones como el hospital, la escuela y el taller, y las ha convertido en espacios de
producción de conocimiento útil acerca de aquellos en quienes se ejerce el poder, haciendo
34 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
que las prácticas coactivas y los saberes de registro se refuercen mutuamente y crezcan en
proporción directa (Foucault, 1976, p. 227). Desde esta óptica, el individuo no solo es un
producto de las presiones sobre los cuerpos, sino el objeto de estudio que surge de un
conocimiento cuyo instrumento es el examen (registro atento, escrupuloso, estructurado) y
cuyo campo de conocimiento son las ciencias humanas.
Ahora bien, estos procesos económicos, jurídicos y epistemológicos, con su
historia singular y su relación específica con las prácticas disciplinarias, se articulan en
distintas composiciones espaciotemporales para dar cabida a la irrupción de fenómenos
como la criminalidad, la sexualidad o la individualidad, que no tienen una existencia por sí
mismos, sino por la acción del campo de fuerzas que los constituyen. Tal es la suerte de la
locura en el siglo XVIII que, de acuerdo con Gerald Turkel (1990), se desprende de una
categoría más amplia como es la de “ociosidad” y “se construye a través de instituciones
sociales y discursos moralizadores que valoran el trabajo como una fuente de riqueza y, de
manera aún más importante, como una redención moral y una penitencia” (p. 173)14. Así
pues, el loco como idea y, sobre todo, como realidad que se excluye y se repele emerge de
imperativos de productividad, de prácticas de gestión de las multiplicidades humanas, de
juicios valorativos sobre lo normal, de principios y procedimientos de saber, a partir de los
cuales se configura como sujeto y objeto de poder15.
En este caso particular, se hace visible el funcionamiento de un conjunto de
técnicas de poder que no actúan aisladas, sino articuladas y dispersas en un campo social
que se estructura y desestructura. La locura se constituye como lo otro no productivo de la
razón, como una enfermedad que debe ser excluida y recluida en los hospitales, a partir de
un dictamen médico-científico. Cuál sea el devenir de aquello que ha sido así constituido y
de su posición en las relaciones de poder, de su mayor o menor sujeción a las condiciones
que le dieron origen, es algo que no está predeterminado por su nacimiento, sino por su
dinamismo en el conjunto de las tensiones de fuerza en las que transita. La locura no deja
encerrarse en los espacios que le han sido dispuestos, sin rebelarse contra ellos: ya ha sido
14
Traducción nuestra.
15
“In Madness and Civilization, Foucault demonstrated how forms of human expression, social relations,
and activities deemed unproductive, beyond reason and shameful were encapsulated morally, spatially, and
cognitively in juridico-psychological practices and languages” (Turkel, 1990, p. 175).
Capítulo 2. Soberanía, disciplina y biopolítica de las poblaciones 35
objetivada como locura, y como tal irrumpe en la creación artística, en obras como la de
Van Gogh o Artaud “a partir de las cuales hoy entra en crisis el pensar de la modernidad”
y se hace patente la necesidad “de pensar de manera distinta y de ser decididamente otros”
(Giraldo, 2008, p. 51).
Foucault establece una clara distinción entre la soberanía y la disciplina en páginas
centrales de Vigilar y castigar, pero toma en La voluntad de saber un giro importante, ya
que emerge un concepto que incluye a la disciplina y configura otros matices que definen
las tecnologías operantes en las sociedades actuales: el biopoder. El primer tomo de
Historia de la sexualidad efectúa un primer desplazamiento con respecto al juicio de que
las sociedades contemporáneas sean esencialmente disciplinarias, pues agrega otra variable
tecnológica, la biopolítica, que funciona de manera diferente a la vigilancia panóptica y ya
no tiene en el individuo ni en los cuerpos su objeto directo de intervención. A estas alturas
de su investigación, Foucault (1977) empieza a hablar de la “era de un ‘bio-poder’” (p.
169).
Con base en esta nueva categorización, el análisis se centra en el derecho sobre la
vida y la muerte, como concepto que hace inteligible la diferencia entre el poder soberano
y el biopoder. La soberanía se fundamenta en el derecho de muerte, en la potestad de
quitar la vida o perdonarla, derecho a partir del cual articula todos los mecanismos para su
ejercicio (como el suplicio) y por el cual se edifica como un poder de captación de
riquezas, de cuerpos, acciones, etc. (Foucault, 1977, p. 164). El biopoder, en cambio,
funciona a partir de la composición de las fuerzas, de un imperativo de productividad que
dispone de los cuerpos, ya no desde la amenaza de muerte, sino de la administración de la
vida. La defensa de la vida y la sociedad empieza a poner en funcionamiento toda la
parafernalia del poder, se convierte incluso en la bandera y el motor de la aplicación de la
muerte16, sea en la forma de la ejecución legal (cada vez menos frecuente), en la de la
16
Para examinar esta relación entre la función de hacer vivir y de aplicar la muerte, Roberto Esposito (2009)
propone el concepto de immunitas como el conjunto de mecanismos que protegen a la identidad individual y
comunitaria “en una forma defensiva y ofensiva contra todo elemento externo que venga a amenazarla” (p.
17), y que, llevados al extremo del aislamiento, pueden producir un encierro artificial que se vuelca sobre sí
mismo, conduciendo a una potenciación de la violencia hacia todo lo que pueda parecer extraño y hacia sí
mismo. Este concepto le permite mostrar que “la negación no es la forma de sujeción violenta que el poder
36 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
ejercita en el exterior sobre la vida, sino el modo contradictorio en el que la vida intenta defenderse,
cerrándose a aquello que la circunda –a la otra vida” (Esposito, 2009, p. 21).
17
La función de aplicar la muerte no desaparece con el biopoder, sino que opera según la lógica del control
sobre la vida. Por esta razón, la función de ejecutar a un condenado a través de la pena capital aparece, a los
ojos de Foucault (1977), como algo paradójico, pero no duda en situarla en la nueva lógica del poder: “De
ahí el hecho de que no se pudo mantenerla sino invocando menos la enormidad del crimen que la
monstruosidad del criminal, su incorregibilidad, y la salvaguarda de la sociedad” (p. 167).
Capítulo 2. Soberanía, disciplina y biopolítica de las poblaciones 37
febrero toman un rumbo distinto), algunos elementos de los dispositivos de seguridad que
los distancia no solo de la soberanía (como en La voluntad de saber y en Defender la
sociedad), sino también de la disciplina, apuntando con ello hacia la pregunta de hasta qué
punto la sociedad contemporánea está signada por el dominio de mecanismos de
seguridad, más que por los de la disciplina18.
Cuatro aspectos son importantes para el análisis de la mecánica de la seguridad: el
espacio, su relación con elementos aleatorios, la normalización y la población. A
diferencia del territorio obediente al soberano o de la cuadrícula vacía del espacio
disciplinario, la seguridad se ocupa de la disposición de una serie de rasgos poblacionales
en el lugar concreto que les sirve de soporte vital: el “medio”, entendido como ese
“conjunto de datos naturales, ríos, pantanos, colinas, y un conjunto de datos artificiales,
aglomeración de individuos, aglomeración de casas, etc. (…) que afectan a quienes residen
en él” (Foucault, 2006, p. 41). La espacialidad propia de la seguridad es aquella que sirve
de condición para la existencia de la población, esto es, a la “multiplicidad de individuos
que están y sólo existe profunda, esencial, biológicamente ligados a la materialidad dentro
de la cual existen” (Foucault, 2006, p. 42).
Con respecto a la relación entre la seguridad y lo aleatorio, Foucault toma como
ejemplo el “acontecimiento” de la escasez, propio de las preocupaciones del mercantilismo
y la fisiocracia. A partir de los principios de esta última, empieza a comprenderse el
desabastecimiento como un “fenómeno natural” que se ve afectado por las condiciones en
las que se producen los granos y todos sus fenómenos concomitantes, en sí mismos ni
buenos ni malos, pero no por el mercado, cuyas leyes tienden a la autorregulación del
abastecimiento interno y externo (Foucault, 2006, p. 56). La respuesta de la fisiocracia al
problema de la escasez es, pues, dejar que la producción y comercialización de granos se
18
Al comienzo del curso Seguridad, territorio y población, Foucault se muestra interesado en examinar la
posibilidad de realizar un juicio global que categorice las relaciones de poder de toda una época, pero no
duda en poner algunas reservas a dicha empresa, por ser mucho más “vaga” la historia que así intente
reconstruirse; pero no es menos cierto que al menos una pretensión del examen del dispositivo seguridad es
ensayar una explicación global: “Querría hacer aquí una suerte de historia de las tecnologías de seguridad y
tratar de ver si se puede hablar realmente de una sociedad de seguridad” (Foucault, 2006, p. 26). Que tal
empresa haya llegado a un fin satisfactorio es algo que puede dudarse, dado que Foucault abandona esta
pretensión en seguida, para concentrarse en el problema del gobierno (Castro-Gómez, 2015, pp. 55-7).
40 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
la norma para inferir de allí un estado de normalidad de los fenómenos, sino que se
produce “un señalamiento de las diferentes curvas de normalidad”, en el que la “operación
de normalización” consiste en “hacer interactuar esas diferentes atribuciones de
normalidad y procurar que las más desfavorables se asimilen a las más favorables”
(Foucault, 2006, p. 83).
El cuarto factor que interviene en la mecánica de la seguridad es la población, en
cuanto objeto directo de su saber normalizador y de sus intervenciones reguladoras sobre
el medio. La noción de población surge ligada al problema del dominio soberano sobre los
súbditos, pero muta hacia el siglo XVIII para ser considerada como la integración de un
conjunto de fenómenos naturales, cuya regularidad puede ser caracterizada y sujeta a la
previsión. Foucault examina tres sentidos en los que puede entenderse la “naturalidad” de
la población. El primero de ellos es el que la considera como la confluencia de variables
climáticas, biológicas, políticas y culturales, cuya resistencia a la voluntad soberana de la
ley no puede compararse ni equipararse con la desobediencia individual, sino entenderse,
precisamente, como una fuerza natural que no puede plegarse a voluntad, pero que es
susceptible a un análisis económico de sus leyes internas y a la intervención política de sus
efectos (Foucault, 2006, pp. 94-5).
Gracias al establecimiento de índices de normalidad sobre las variables que afectan
a la población es posible adaptar sus condiciones de posibilidad de manera eficiente: “no
obtener la obediencia de los súbditos a la voluntad del soberano, sino influir sobre cosas
aparentemente alejadas de la población, pero que, según hacen saber el cálculo, el análisis
y la reflexión, pueden actuar en concreto sobre ella” (Foucault, 2006, p. 95). El dispositivo
de seguridad reduce el enfrentamiento entre el Estado y el individuo con el encausamiento
controlado de la población y la intervención directa sobre el medio que habita, ya que
instaura unos índices estadísticos de sus rasgos biológicos que le permiten influir en ella,
en función de los juicios de normalidad (ya no desde la norma) que se extraen de la
ponderación de sus fluctuaciones.
El segundo sentido de la naturalidad de la población hace referencia al hecho de
estar compuesta por individuos que actúan según intereses diversos, pero que concuerdan
en el móvil de sus acciones: el deseo. El problema de gobierno que abordan los
mecanismos de seguridad es, a este respecto, el de cómo gestionar el deseo de los
42 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
19
En las últimas líneas de La voluntad de saber, Foucault cuestiona el reproche que, a partir del
“restablecimiento” que Freud efectúa de la dimensión sexual en la vida humana, se le hace al cristianismo de
haber despreciado el cuerpo y el sexo desde la antigüedad, pues resalta que la visualización psicoanalítica de
la libido no hace otra cosa que recorrer el camino que los bloques de saber-poder, gestados desde el siglo
XVIII, ya habían trazado: “pensemos un poco en todas esas astucias con las cuales, desde hace varios siglos,
se nos ha hecho amar el sexo, con las cuales se nos tornó deseable conocerlo y valioso todo lo que de él se
dice; con las cuales, también, se nos incitó a desplegar todas nuestras habilidades para sorprenderlo, y se nos
impuso el deber de extraer la verdad; con las cuales se nos culpabilizó por haberlo ignorado tanto tiempo”.
La paradoja planteada desde el comienzo del libro en torno a los dispositivos de sexualidad sella su casi
irresolución con las palabras que lo cierran: “Ironía del dispositivo: nos hace creer que en ello [el sexo]
reside nuestra ‘liberación’” (Foucault, 1977, p. 193-4).
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 45
Sus genealogías del poder, sus investigaciones dispersas y fragmentarias serían, así, un
arma frente al poder, no la conciencia convencida y resignada de su omnipresencia.
Desde luego, la retórica foucaultiana está permeada, en su curso de 1976, por la
idea de un enfrentamiento violento que queda oculto, aunque no desaparece por completo,
en la relativa paz que se instaura con el dominio de la ley20, pero su planteamiento se
desarrolla como una genealogía de los discursos que toman la guerra como motor de la
política y la historia (Giraldo, 2008, p. 95), es decir, de aquella concepción que sirve como
arma política contra la legitimidad de la monarquía absoluta y que se invierte en
Clausewits cuando afirma que la guerra es la continuidad de la política por otros medios.
Esta genealogía, no obstante, es apenas el desarrollo de una serie de preguntas en torno a la
viabilidad de dicha idea a las que no se da una respuesta definitiva, pero que sirve para
visualizar la capacidad de lucha de aquellos que intervienen en los procesos de dominación
y que no se puede reducir a la sujeción absoluta a una estructura de poder (como sugiere,
por ejemplo, la interpretación habermasiana), dado que hace parte de la irreductibilidad de
ciertos saberes a la verdad oficial.
Para Habermas (1989), este balance genealógico de la propia “historiografía
genealógica” tiene el objetivo de “mostrar la diferencia que pueda fundar su ventaja sobre
las demás ciencias humanas” (p. 335); reviste el carácter de una demostración de la
superioridad de la genealogía frente a las ciencias humanas que denuncia. Pero se podría
discutir si en realidad tal es el objetivo de Foucault al situar sus investigaciones en un
plano de lucha, pues insiste en que lo cuestionable de los saberes hegemónicos no es su
metodología ni sus procedimientos científicos, sino sus efectos de poder y la
autorreferencialidad de su verdad, que le hace descartar otros saberes, ajustados a criterios
distintos de legitimidad. En efecto, como afirma Habermas, la perspectiva foucaultiana no
puede reclamar para sí una mayor legitimidad científica frente a las ciencias humanas, pero
esta no es su pretensión, sino situarse en la perspectiva de lucha que permite relativizar la
presunta autoridad que reclaman para sí los saberes a partir de su estatuto de verdad.
20
“Se trata de recuperar la sangre que se secó en los códigos y, por consiguiente, no el absoluto del derecho
bajo la fugacidad de la historia: no referir la relatividad de la historia al absoluto de la ley o la verdad, sino
reencontrar, bajo la estabilidad del derecho, el infinito de la historia, bajo la fórmula de la ley, los gritos de
guerra, bajo el equilibrio de la justicia, la disimetría de las fuerzas” (Foucault, 2002, pp. 60-1).
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 47
21
Estos seres, dibujados y desdibujados de manera simultánea, deben su existencia no a la “fama”, a la cual
deben su infamia habitual personajes como Sade o Gilles de Rais, sino a su realidad oscura y baja, al hecho
de que su vida haya transitado siempre en los límites de lo permitido, en las zonas de indiferenciación en las
que surgen aquellos personajes despreciados y despreciables que, por su naturaleza, se convierten en
proscritos: “el apóstata recoleto, las pobres almas perdidas por caminos ignotos, todos ellos son infames de
pleno derecho, ya que no existen más que gracias exclusivamente a la concisas y terribles palabras que
estaban destinadas a convertirlos para siempre en seres indignos de la memoria de los hombres. El azar quiso
que fuesen esas palabras, únicamente esas lacónicas palabras, las que permaneciesen. Su retorno ahora a lo
real se hace a partir de la misma forma utilizada para expulsarlos del mundo” (Foucault, 1999, p. 396).
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 49
una masa sino determinar sus acciones futuras, pues con la ejecución del criminal se pierde
todo poder sobre él o se reduce al conjunto de cuerpos vejados, mientras que, como acción
que actúa sobre acciones y no sobre cuerpos, el castigo logra controlar, así sea de manera
discontinua, a aquellos cuyo enfrentamiento físico no llega a ser directo22. En este orden de
ideas, se entiende el ejercicio del poder, incluso en la soberanía, como una lucha de fuerzas
cuya relación esencial no es el sometimiento físico, sino el condicionamiento de acciones
posibles, en el que la violencia puede servir de medio o emerger como su consecuencia.
Desde la clase del 1 de febrero de 1978, del curso Seguridad, territorio y
población, el concepto de seguridad comienza a demandar un marco más amplio para ser
explicado, porque empieza a ser perceptible para el autor que la reiteración de la palabra
“gobierno” en sus análisis de los dispositivos de poder abre un nuevo camino de
indagación que debe ser recorrido para clarificar su funcionamiento. Foucault (2006)
centra su mirada en el surgimiento de procesos como la formación de los Estados
modernos, la Reforma y la Contrarreforma, que coinciden en una serie de preguntas en
torno a cómo gobernar y cómo ser gobernado, cada uno desde su propia perspectiva. Estas
preocupaciones se ven en parte reflejadas, bajo la modalidad del “gobierno en su forma
política”, en la publicación de El príncipe de Maquiavelo y en la literatura “anti-
maquiavélica” que surgió como respuesta a sus planteamientos.
Si la pregunta maquiavélica se enfocaba en la inquietud soberana por la conquista y
el mantenimiento de los principados, el problema que abordaban sus comentaristas, y en
función del cual elaboraban sus críticas, es el arte de gobernar, que desplaza la atención
sobre lo que es importante saber cuando se está al mando de un territorio. Foucault recurre
a un texto de Guillaume de La Perrière de 1555 para ilustrar cómo se efectúa este viraje
hacia la preocupación política por el gobierno y descubre la polisemia de dicho término, en
22
Incluso la reducción hobbesiana de las guerras a los marcos de la legitimidad soberana del Estado muestra
que el ejercicio del poder se potencia en el momento en que los vencidos son conducidos, por la amenaza de
muerte, a la aceptación del dominio de los vencedores: “esto va a fundar (…) una soberanía que es tan
jurídica y legítima como la constituida según el modelo de la institución y el acuerdo” (Foucault, 2002, p.
92). Por supuesto, para Foucault la operación conceptual que Hobbes lleva a cabo implica un ocultamiento
del discurso de la guerra, que desde el siglo XVII empieza a enfrentarse al poder soberano; pero si se pone el
énfasis, como lo hace el filósofo francés, en la dominación y no en la legitimidad que este proceder entraña,
el poder soberano se muestra como un tipo de dominio de una fuerza sobre otras, que en esencia no es
violenta, sino que persuade o incita, con la violencia como medio, a legitimar el orden del Estado en orden a
evitar, de la manera más eficiente posible, el enfrentamiento físico y la rebelión.
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 51
la que el gobierno del Estado es apenas una de sus aplicaciones, pero que comparte con las
demás (el gobierno de los niños, de la casa, del convento, etc.) una relación de
“inmanencia” con respecto a lo que se gobierna, es decir, no una relación de propietario-
propiedad, sino como “una manera recta de disponer las cosas para conducirlas, no a la
forma de un ‘bien común’ (…) sino a un ‘fin oportuno’” (Foucault, 2006, p. 125).
Conducción de cosas conforme a múltiples fines posibles y no obediencia
irrestricta a la ley es el primer contraste diagramático que encuentra Foucault entre una
tecnología de gobierno23 y la de soberanía. Más que dos formas de concebir la función del
Estado, son dos conjuntos de prácticas que se encuentran diseminadas en el cuerpo social;
para el caso del arte de gobernar, el autor halla su irrupción entre los siglos XVI y XVIII
en al menos tres elementos como son “el aparato administrativo de las monarquías
territoriales”, los saberes estadísticos y los procesos económicos impulsados y analizados
por el mercantilismo (Foucault, 2006, p. 127), pero incluso mucho antes, con la pastoral
cristiana. En todo caso, el interés de Foucault se centra en cómo llega a
“gubernamentalizarse” el Estado moderno, en cómo llega a centralizar ese conjunto de
racionalidades y prácticas de vieja data “en un solo aparato” (Castro-Gómez, 2015, p. 48).
Al ser anteriores a la formación moderna del Estado, las artes de gobierno se
anclaban en otros ámbitos (como el de la familia) de los cuales debía ser diferenciado un
tipo singular, propio del soberano. El texto de La Perrière es un ejemplo del “desbloqueo”
que tuvo que efectuar el concepto de gobierno para instalarse en la esfera estatal, pero es
con la emergencia de la población que dicha idea, como la práctica de la economía,
encuentran su campo de aplicación “fuera del marco jurídico de la soberanía” (Foucault,
2006, p. 131). El análisis de fenómenos poblacionales como la natalidad, la mortalidad o
las epidemias permite encontrar un conjunto de problemas que no pueden ser explicados ni
controlados a partir del funcionamiento de la familia ni de su modelo de autoridad, sino
que demandan un tipo de intervención distinta y de una ciencia de las regularidades que no
existía antes del siglo XVIII.
23
Por supuesto, hay que distinguir entre “gobierno” en su sentido amplio, a partir del cual Foucault define el
poder, y “gubernamentalidad”, que se refiere a un tipo de poder particular que se consolida como política del
Estado moderno (Botticelli, 2016), aunque, en ocasiones, se utilicen los dos términos como sinónimos, para
hacer referencia al segundo sentido.
52 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
La economía política nace, en este contexto, como un saber que tiene por objetivo
la aprehensión de “esa red continua y múltiple de relaciones entre la población, el territorio
y la riqueza”, a partir de instrumentos como la estadística (Foucault, 2006, p. 133). Para
Foucault, este campo de conocimiento efectúa el surgimiento de un nuevo arte de gobierno
que no tiene como principio el ejercicio de la soberanía, sino el control poblacional, a
partir del cual se replantea la pregunta por el tipo de legitimidad jurídica del Estado. Por lo
tanto, el gobierno de las poblaciones no excluye ni a la soberanía ni a la disciplina, sino
que las reorienta a partir de sus propias tecnologías de saber y poder.
La gubernamentalidad aparece, en una primera aproximación, como sinónimo de
los mecanismos de seguridad, pero con el desarrollo del curso Seguridad, territorio y
población, Foucault (2006) empieza a entenderlo de tres maneras: primero, como las
prácticas, tácticas e instituciones que configuran el andamiaje del ejercicio del poder a
través de la economía política y la seguridad; segundo, como el proceso por el cual tales
mecanismos se vuelven dominantes en Occidente, por encima de la soberanía y la
disciplina; y tercero, el proceso por el cual el Estado se gubernamentaliza (p. 136). Desde
luego, tales sentidos no son contradictorios ni mutuamente excluyentes, pero sí apelan a
tres dimensiones distintas de las prácticas de gobierno. Desde la clase del 8 de febrero de
1978, Foucault orienta su investigación a partir del tercer punto, es decir, la
gubernamentalización estatal, a través del examen del diagrama de gobierno (primer
sentido)24.
En una consideración metodológica, Foucault (2006) explica cómo sus
investigaciones sobre la disciplina abordaban las relaciones de poder desde una
perspectiva de “exterioridad” con respecto a tres aspectos: primero, con respecto a las
instituciones, para encontrar la “tecnología de poder” que está detrás de ellas, es decir, el
“orden” que rige su organización (p. 141); el segundo, con respecto a sus funciones, que
brinda una perspectiva global del puesto de cada institución en la red de poder en la que se
halla inmersa; y tercero, con relación al objeto, al adoptar una posición que lo concibe
como un correlato de las relaciones de poder, como algo que no preexiste a su ejercicio,
24
Podría decirse que el segundo sentido del término gubernamentalidad ha sido desarrollado por Foucault en
sus investigaciones precedentes, al establecer el conjunto de relaciones entre la soberanía, la disciplina y la
seguridad entre los siglos XVII y XIX.
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 53
sino que se constituye en él. Tanto la policía como la prisión, por ejemplo, poseen una
existencia singular que impide que sus mecanismos puedan derivarse del funcionamiento
del Estado. La disciplina como diagrama, como rasgo dominante en un tipo de sociedad,
no depende de ninguna institución ni del conjunto de las mismas, sino de las prácticas que
la atraviesan y que solo posteriormente convergen en los aparatos estatales (Deleuze, 2016,
pp. 51-2). Desde esta mirada, se analiza el surgimiento del Estado moderno a partir de
prácticas de gobierno que lo constituyen desde el exterior.
Tomando como base los sentidos de la palabra “gobierno” anteriores al siglo XVI,
Foucault (2006) concluye que hay un núcleo común a todos ellos, según el cual “nunca se
gobierna un Estado, nunca se gobierna un territorio, nunca se gobierna una estructura
política. Los gobernados, con todo, son gente, hombres, individuos, colectividades” (p.
149). De acuerdo con ello, el gobierno en su sentido político, como se entiende en la
actualidad, es una herencia moderna que no se adopta de la tradición filosófica occidental,
sino del cristianismo, cuyos orígenes semíticos lo enraízan con las religiones orientales. La
idea del gobierno de los hombres no la encuentra Foucault en las reflexiones políticas
decisivas que llegan hasta Maquiavelo, sino en la pastoral cristiana y en las corrientes de
resistencia religiosa contra la autoridad de la iglesia católica, que emergen desde la Edad
Media hasta la Reforma.
La metáfora del pastor no es en su origen una idea política, no está asociada al
control de un territorio, sino a la conducción de un rebaño y a la preocupación por su
bienestar. Entre los griegos, por ejemplo, dicha idea no fue dominante, sino discutida y
refutada, como en la obra de Platón25. El pastor tiene la tarea del gobierno de los hombres,
no el soberano: a este le es indispensable la obligación de mantener el territorio, a aquel le
es encomendada la tarea de asumir la responsabilidad de velar por la salvación del rebaño,
tanto en lo que respecta al conjunto como a la singularidad. Tal es la división que Foucault
(2006) rastrea entre el poder religioso y el poder político que estuvo vigente en el
25
En un par de conferencias de 1979, conocidas con el título de “Omnes et singulatim”, Foucault (2008)
examina la presencia de la idea del pastor en las reflexiones políticas de la antigua Grecia y encuentra que
fue dominante entre los pitagóricos, por su influencia oriental, pero que distaba mucho de ser compartida por
otros pensadores, lo que explica que Platón la haya discutido y abandonado en el Político, y que no aparezca
en Demóstenes, Isócrates o Aristóteles (pp. 105-7).
54 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
Occidente cristiano, al menos hasta el siglo XVI. César y Cristo, el soberano y el pastor
del Imperio Romano, coexistieron en una tensión continua por la autoridad del uno sobre
el otro, pero sin confundir la función de cada quien.
El cristianismo pone en práctica un tipo de gobierno que no está relacionado
directamente con el Estado, ni con el dominio de los territorios, sino con la conducción de
los seres humanos, pues crea “un arte cuya función es tomarlos a cargo colectiva e
individualmente a lo largo de toda su vida y en cada momento de su existencia” (Foucault,
2006, p. 192). El poder pastoral individualiza y totaliza, se aplica con celo al cuidado de
todo el rebaño tanto como al de cada una de las ovejas. Para Foucault (2008), esta doble
faz del pastorado contiene el germen de la racionalidad estatal occidental moderna que
apunta al control de los individuos (disciplina) y a la regulación de la población
(biopolítica); por ello, se hace necesario precisar algunas de sus características para
comprender su funcionamiento.
Un primer rasgo notable del pastorado es la responsabilidad dual que adquiere el
pastor con el rebaño, ya que no solo debe interesarse por el bienestar del todo, sino por el
de cada uno de los individuos que lo componen. Es la “paradoja” según la cual el pastor
debe sacrificarse a sí mismo por el rebaño, pero también debe estar dispuesto a sacrificar al
rebaño completo “por cada una de las ovejas” (Foucault, 2006, p. 158). El segundo
elemento es la obediencia irrestricta que el cristianismo demanda de sus fieles, para
establecer en un “lazo de sumisión personal” hacia la voluntad del pastor (Foucault, 2008,
p. 113). La obediencia es concebida como una “virtud” correlativa a la obligación de
servicio que el pastor establece con su rebaño.
El tercer aspecto que Foucault resalta del poder pastoral es el tipo de conocimiento
que produce: un saber individual que resulta de la aplicación del examen y la dirección de
conciencia. Aunque estas prácticas eran conocidas en la Antigüedad, el cristianismo las
adopta con diferencias significativas. En primer lugar, toda oveja demanda un
direccionamiento constante, no circunstancial, de su vida por parte del pastor, que sirve de
guía perenne de su existencia. En lo que respecta al examen, el cristianismo busca iluminar
los recovecos más oscuros del alma para hacerla transparente no a sí misma, sino al
director de conciencia (Foucault, 2008, p. 115). Es la sumisión al saber que permite la
adecuada conducción del individuo y refuerza su lazo de dependencia al pastor. El cuarto
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 55
aspecto es la “mortificación”, una especie de “muerte diaria” que efectúa cada quien como
renuncia del mundo y que demanda un nuevo tipo de relación de los individuos consigo
mismos, una relación de búsqueda de la interioridad en el rechazo a la propia voluntad
(Foucault, 2008, p. 116). El reverso de esta renuncia es la “correspondencia alterada” en la
que el pastor mismo se “humilla” por las propias faltas y hace públicas sus debilidades,
como signo de rebajamiento y humildad ante sus fieles (Foucault, 2006, p. 203).
De estos cuatro elementos fundamentales del pastorado, Foucault infiere un
proceso de individuación determinante para la formación de la subjetividad en Occidente,
en el que no es la triada salvación-ley-verdad lo que diferencia al pastorado cristiano de
sus orígenes hebreos o de las relaciones de poder de la antigüedad grecolatina, sino la
interrelación entre una economía de los méritos, la búsqueda de una verdad individual
oculta y la obediencia sin restricciones (Foucault, 2006, p. 218). La subjetividad moderna
es, así, el producto de una serie de procesos de conducción pastoral que se dieron a la vera
del ejercicio político del poder a lo largo de la Edad Media europea, cuyas preocupaciones
centrales fueron la obediencia como “forma de vida” y la renuncia a la voluntad propia, es
decir, la manera adecuada de conducir las almas y de dejarse conducir por otros (Castro-
Gómez, 2015, p. 102).
Si el pastorado no logró instalarse como racionalidad política en las estructuras
feudales medievales, sí estuvo, en cambio, presente en los procesos de consolidación del
dominio de la Iglesia Católica sobre los fieles, pues era el diagrama que configuraba la red
de relaciones al interior de las comunidades cristianas. No obstante, al ser la conducción de
las almas el problema central de las preocupaciones del pastorado, no estuvo exento de
cuestionamientos y reacciones, de movimientos de resistencia que se distanciaban de las
directrices hegemónicas de la Iglesia y que crearon “contraconductas”, es decir, formas de
conducción de la conducta alternativas a las de la pastoral eclesiástica.
Foucault (2006) habla de cinco formas de contraconducta medieval como son el
ascetismo, las comunidades, la mística, la primacía de las Escrituras y la creencia
escatológica del pastorado divino. En todos estos casos, la preocupación pastoral por la
conducción de las almas estuvo presente como factor de lucha que enfrentó a algunos
sectores religiosos con la autoridad de la iglesia romana y su pretensión de extender su
función pastoral a todo el orbe cristiano. En el siglo XVI, irrumpen los mayores
56 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
26
“Los que critican a la Iglesia por incumplir sus obligaciones, rechazan su estructura jerárquica y buscan
formas más o menos espontáneas de comunidad, en la que el rebaño pueda encontrar al pastor que necesita”
(Foucault, 2008, p. 119).
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 57
la multiplicación de ámbitos en los cuales se empezó a plantear la pregunta por las formas
específicas de gobernar la conducta, sumada a las prácticas medievales de contraconducta,
permitió que, de manera simultánea, irrumpiera la cuestión de “cómo no ser gobernado de
esa forma, por ese, en nombre de esos principios, en vista de tales objetivos y por medio
de tales procedimientos” (Foucault, 2017, pp. 7-8). Este proceso se visualiza no como la
contraposición entre una fuerza que gobierna y una que no quiere ser gobernada “en
absoluto”, sino como el dinamismo inherente a las artes de gobierno, en la búsqueda de un
tipo de direccionamiento de la conducta y en el rechazo de otros.
A esta lucha que se gesta en el interior de las artes de gobierno Foucault la
denomina “actitud crítica”, en cuanto germen temprano de lo que Kant llamó, a finales del
siglo XVIII, la Ilustración (Aufklärung). La función de esta crítica no es, pues, enfrentarse
al gobierno como una especie de no-gobierno, sino modularlo, situarse “como compañero
y adversario a la vez de las artes de gobernar, como manera de desconfiar de ellas, de
recusarlas, de limitarlas, de encontrarles una justa medida, de transformarlas” (Foucault,
2017, p. 8), pero como una parte constitutiva de su ejercicio. El diagrama moderno de
gobierno contiene en sí mismo la posibilidad del dominio de los otros –con la obediencia
como complemento–, así como la posibilidad a partir de la cual “el sujeto se atribuye el
derecho de interrogar a la verdad acerca de sus efectos de poder y al poder acerca de sus
efectos de verdad”, en la que la crítica se entiende como “el arte de la inservidumbre
voluntaria, de la indocilidad reflexiva” (Foucault, 2017, pp. 10-1).
En el contexto de dispersión de las artes de conducción de la conducta, emergen la
razón de Estado y la “teoría de la policía”, como intentos de delimitar la especificidad del
gobierno estatal frente el pastorado religioso o el gobierno de la familia. Tomando como
base textos de Botero, Palazzo y Chemnitz, Foucault bosqueja los principios que empiezan
a caracterizar las prácticas gubernamentales modernas, en la edificación de una ciencia de
la política que tiene por objeto la administración de los fenómenos poblacionales, es decir,
un campo singular e inmanente de intervención que no se subordina a otro tipo de
finalidades exteriores a las propiamente estatales.
En primer lugar, la razón de Estado es un “arte”, un conocimiento particular regido
por reglas, prácticas y principios que obedecen a una racionalidad y no a la guía ciega del
hábito o la arbitrariedad; su singularidad le viene dada de la especificidad de su objeto, el
58 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
27
Sobre este punto, Castro-Gómez (2015) enfatiza: “En el marco de esta nueva razón política, el Estado
podrá sacrificar todas las ovejas que estime conveniente, con el fin de alcanzar los objetivos fijados por el
Estado mismo” (p. 119). Sin embargo, Foucault (2008) advierte que este tipo de razonamiento responde a
unos principios claros, a una reflexión gubernamental y no a una presunta “irracionalidad” estatal intrínseca.
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 59
como punto de referencia las relaciones que establecen los individuos entre sí, con la
propiedad, con su territorio y con los aparatos de producción (Foucault, 2008, p. 130).
A partir del análisis de un texto de Turquet de Mayerne de 1611, Foucault rastrea
los elementos fundamentales de lo que para el siglo XVII se entendía por policía. Allí,
el término “policía” se utiliza como sinónimo de ciudad o de Estado y designa el arte
mismo de gobernar (Foucault, 2006, p. 366). En la utopía política planteada por
Turquet de Mayerne, el filósofo de Poitiers encuentra la preocupación por controlar
ciertos aspectos de la vida, centradas en la relación entre los hombres y el Estado: la
cantidad de individuos que habitan el territorio, las actividades productivas que
realizan, sus necesidades vitales básicas (vivienda, salud, alimentación, etc.) y
circulación (de mercancía, de individuos, etc.). La policía, tal como se entendía entre
los siglos XVII y XVIII, designa, por tanto, una necesidad por controlar el bienestar de
los seres humanos, por proporcionarles un mejor vivir en el Estado: gestión de la vida
en el afianzamiento de las fuerzas estatales.
El arte de gobierno de la razón de Estado, que se pone en funcionamiento con el
dispositivo de policía, pone en el centro de las preocupaciones políticas la vida y el
bienestar de los individuos, pero en función de la reglamentación, del control omnipresente
del Estado, en cuanto garante y responsable de los procesos que se dan en su interior. La
policía, así entendida, se da en conexión con la proliferación de las disciplinas y su lógica
reticular28; en ella, la población entra a jugar un papel importante, pero todavía difuso, que
bloquea la atención a la individualidad y, por tanto, la doble función totalizante e
individualizante que la razón de Estado hereda del pastorado (Botticelli, 2016, p. 96;
Castro-Gómez, 2015, p. 134).
Si la policía concebida por el lado francés, en la representativa figura de Turquet
de Mayerne, no logra desbloquear la población, sino que permanece anclada al interés
28
“Esa gran proliferación de las disciplinas locales y regionales que se presenció desde finales del siglo XVI
hasta el siglo XVIII en los talleres, las escuelas y el ejército se destaca contra el fondo de disciplinarización
general, de reglamentación general de los individuos y el territorio del reino, en la forma de una policía
ajustada a un modelo esencialmente urbano. Hacer de la ciudad una especie de cuasi convento y del reino
una especie de cuasi ciudad, tal es el sueño disciplinario que encontramos como trasfondo de la policía”
(Foucault, 2006, p. 390).
Capítulo 3. El giro foucaultiano hacia la gubernamentalidad 61
saber gobernar como es debido” (Foucault, 2006, p. 404). Nacimiento, pues, de una nueva
racionalidad gubernamental que se gesta contra el Estado para instaurar nuevos
mecanismos para la conducción de la conducta, amparados en la sacra defensa de la
libertad. Nuevo poder que tiene por objeto la espontaneidad de las poblaciones como
elemento de control social.
Capítulo 4. Sociedades de control: el gobierno
neoliberal del deseo
En unos apuntes de 1977, escritos a propósito de la publicación de La voluntad de
saber y conocidos años más tarde con el título “Deseo y placer”, Deleuze identifica
algunos aspectos en los que su pensamiento se distancia de la mirada foucaultiana sobre el
poder. El más importante es el hecho de que, para Foucault, el poder constituye lo real a
nivel molecular o microfísico, mientras que para Deleuze y Guattari son los dispositivos
del deseo los que definen esa dimensión. Los dispositivos o agenciamientos de poder, a los
cuales se remite siempre el deseo, son apenas “componentes de los dispositivos” a los que
no se pueden reducir las líneas de desterritorialización, que también le son inherentes: “el
poder –afirma Deleuze (2007) – es una afección del deseo” (p. 124), y, por tanto, es
secundario con respecto a las conexiones de los flujos moleculares.
Si para Foucault el poder es una relación de fuerzas que produce efectos de
dominio y resistencia, para Deleuze el deseo produce lo real a través de líneas de fuga que
liberan las conexiones rizomáticas que el poder intenta bloquear. En el Anti Edipo,
Deleuze y Guattari establecieron una relación directa entre deseo y producción social,
incluso en la reproducción de los aparatos más represivos; de allí concluyeron que las
preguntas más importantes de la filosofía política seguían siendo las planteadas por
Spinoza y Reich:
«¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su
salvación?» (…) ¿Por qué soportan los hombres desde siglos la explotación, la
humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas no sólo para los demás, sino
también para sí mismos? (Deleuze & Guattari, 1973. p. 36).
Su problema es el éxito del fascismo, a propósito de lo cual defienden que “las
masas no fueron engañadas” sino que lo desearon “en determinado momento, en
64 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo
gregario” (Deleuze & Guattari, 1973, p. 36). Para ellos es importante preguntarse cómo el
deseo es territorializado, desterritorializado y reterritorializado por los centros de poder y
cómo ha sido conducido a desear su propia represión: no la obediencia a una autoridad
externa, sino el direccionamiento del poder desde el deseo mismo29. Para Foucault (1991),
el análisis debe ir en una dirección un poco distinta: “el problema crucial del poder no es la
servidumbre voluntaria”, sino aquellos mecanismos a partir de los cuales la libertad se
convierte en un elemento central del ejercicio del poder y no necesariamente en el baluarte
de su enfrentamiento (p. 87). El problema se plantea en términos de una libertad que
fluctúa dentro de las relaciones de poder, es decir, en el seno de una lucha que se
caracteriza por el dinamismo y la reversibilidad de sus procedimientos.
Desde Vigilar y castigar, Foucault insiste en que el poder no es en esencia
represión ni ideología, sino que es productor de realidad, de saberes y subjetividades.
Deleuze (2007), en cambio, insiste en un efecto represivo del poder “en la frontera entre lo
macro y lo micro” (p. 124). Sin embargo, ambas posturas apuestan por un “microanálisis”
que busca la constitución del campo social en sus relaciones inmanentes y no en el Estado
ni en las instituciones. De acuerdo con la lectura deleuziana, la primera obra de Foucault
sobre el poder proponía una doble perspectiva para el análisis microfísico: la de los micro-
dispositivos, heterogéneos, parciales y dispersos en las relaciones sociales; y la del
diagrama, que funciona como matriz abstracta de distribución de las fuerzas de todo el
conjunto social (Deleuze, 2007, pp. 121-2). Pero lejos de ser contradictorias, la perspectiva
diagramática sirve de punto de convergencia de los micro-dispositivos en la configuración
de las relaciones de poder dominantes en una sociedad. El diagrama disciplinario, por
ejemplo, es la síntesis de aquellos procesos aislados y parciales por los cuales las
disciplinas van estructurando el cuerpo social en diferentes ámbitos e instituciones
independientes como la prisión, el cuartel, el hospital o la escuela.
Pero con su primera obra sobre la sexualidad, Foucault parece orientarse en otra
dirección y ver en los “procesos políticos” (biopolítica) aquello que permite la integración
29
“Este es, pues, el objetivo del esquizoanálisis: analizar la naturaleza específica de las catexis libidinales de
lo económico y lo político; y con ello mostrar que el deseo puede verse determinado a desear su propia
represión en el sujeto que dese” (Deleuze & Guattari, 1973, p. 110).
Capítulo 4. Sociedades de control: el gobierno neoliberal del deseo 65
las políticas de direccionamiento económico, puestas en marcha desde comienzos del siglo
XX hasta la segunda posguerra. En el caso de Alemania, las críticas al intervencionismo
estatal tenían como principal referente al Estado nazi, que tras su derrota en 1945 había
demostrado los estragos de una regulación excesiva. Pese a ello, el periodo de posguerra
apuntaba en la dirección de una política planificadora que permitiera construir una
economía de paz, sobre las ruinas de la economía de guerra. Ante las medidas de dichas
políticas, que hacían eco del plan Marshall para la reconstrucción europea, se alzaron las
voces de economistas como Ludwing Erhard, para exigir la desregulación del mercado y
asegurar la autonomía del pueblo alemán. Para Foucault (2007), el problema de Alemania
tras la Segunda Guerra era el inverso del liberalismo dieciochesco, que partía de la
existencia del Estado para establecer la libertad de mercado, pues su pregunta era, más
bien, la de cómo crear el Estado “a partir del espacio no estatal que es el de la libertad
económica” (p. 109). Problema, pues, de la legitimidad del Estado fundado en una libertad
que, a su vez, lo limita.
El ordoliberalismo de la Escuela de Friburgo veía en el Estado nazi un ejemplo
paradigmático de la regulación estatal, pues no difería en esencia de otro tipo de regímenes
de intervención como el comunismo soviético o el New Deal norteamericano, que
compartían una especie de “invariante económico” de regulación keynesiana, protegida,
asistencial y planificada (Foucault, 2007, pp. 139-41). Para los neoliberales alemanes, la
historia de este tipo de regulaciones desembocaba en los excesos de injerencia estatal del
nacionalsocialismo, por lo que su divisa, para 1948, era proponer una nueva perspectiva
con respecto a los procesos económicos de la posguerra, pero también de la relación entre
el mercado y el Estado de la que partía el liberalismo clásico: “la libertad de mercado
como principio organizador y regulador del Estado” (Foucault, 2007, p. 149).
Este liberalismo de nuevo cuño no buscaba entablar una relación política de
exterioridad, en la que el Estado se viera limitado por las dinámicas del mercado, sino una
incidencia directa, en la que fueran dichas dinámicas las que guiaran el arte de gobernar; lo
que no implica tanto pensar en el mercado, y en la competencia en particular, como el
límite del gobierno, sino como el motor mismo de las prácticas gubernamentales. La
función del gobierno, en este sentido, es la de actuar en las condiciones de posibilidad del
mercado, en regular las reglas de juego de la competencia para evitar fenómenos como el
70 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
incesante” (Foucault, 2007, p. 195). Hacia allí apunta la introducción del Estado de
derecho como garante de las condiciones formales, aunque no concretas, del
funcionamiento de la competencia en el mercado: es un garante de sus reglas de juego30.
De acuerdo con Foucault (2007), el modelo neoliberal alemán encuentra
repercusiones importantes tanto en Francia como en los Estados Unidos, aunque ni su
desarrollo ni sus resultados hayan sido idénticos. Para el caso francés, sin embargo, recalca
cómo la política de Seguridad Social de la segunda posguerra contenía en su aplicación y
justificación los principios del ordoliberalismo, en lo que concierne a la neutralidad
económica de la política social y a la idea de la responsabilidad individual de asumir una
ética empresarial de autogestión para tomar parte activa en las dinámicas competitivas del
mercado. La única asistencia estatal que conciben los franceses, en el marco de tal política,
es la del “impuesto negativo”, que buscaba mermar los efectos de la pobreza “absoluta” y
acercar a los individuos que han caído en ella a cierto umbral de estabilidad económica,
para asumir su puesto en el mercado.
El neoliberalismo norteamericano se distancia un poco de la escuela de Friburgo.
En primer lugar, su crítica apunta a las políticas sociales de Roosevelt y al
intervencionismo económico keynesiano que fueron puestas en marcha desde comienzo de
los años treinta. En segundo lugar, la presencia del liberalismo en los Estados Unidos no es
algo marginal o foráneo, sino que hace parte de los fundamentos mismos del Estado desde
la guerra de independencia: allí el liberalismo “es toda una manera de ser y de pensar”
(Foucault, 2007, p. 253). Para hallar sus especificidades con respecto al neoliberalismo
europeo, Foucault se concentra en dos elementos que considera importantes en el análisis y
en el proyecto neoliberal norteamericano: la teoría del capital humano y el problema de la
criminalidad.
El “capital humano” es un concepto que nace de la problematización que el
neoliberalismo realiza con respecto al estudio de los elementos de la producción realizado
por el liberalismo clásico. Si la tierra y el capital fueron examinados por Adam Smith y
30
“El ordoliberalismo, entonces, proyecta una economía de mercado competitiva, acompañada de un
intervencionismo social que, en sí mismo, implica una renovación institucional en torno de la revalorización
de la unidad ‘empresa’ como agente económico fundamental” (Foucault, 2007, p. 213).
72 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
David Ricardo, el trabajo, en cambio, parece caer por fuera de su análisis económico.
Foucault (2007) muestra que los neoliberales polemizan implícitamente con el marxismo,
en la medida en que intentan hallar la abstracción mercantil del trabajo no en la lógica del
capital (como Marx), sino en la teoría económica que la redujo a puro gasto temporal de
fuerza que se representa en el pago de los salarios.
El análisis económico del trabajo se piensa como el examen de una actividad que
genera “ingresos”, en la que el salario de los trabajadores deja de verse como el “precio de
venta de su fuerza del trabajo” (Foucault, 2007, p. 262). Este giro implica cualificar el
trabajo como aquello que produce valor para quien lo posee y no solo para quien se lo
apropia en el mercado laboral, es decir, se lo piensa como capital y no como mercancía. En
esta perspectiva, el trabajador se muestra como administrador de su propio capital (su
fuerza de trabajo) y como el responsable de las rentas que de él se extraigan (el salario-
ingreso). El neoliberalismo norteamericano difunde, así, la ética empresarial que ya había
sido propuesta por la escuela de Friburgo, pues hace de cada individuo un “empresario de
sí mismo” (Foucault, 2007, p. 264).
El capital humano se compone de dos elementos: uno genético, que hace referencia
al conjunto de rasgos y capacidades heredadas; y otro adquirido, que se constituye por
aquellas habilidades que voluntariamente el individuo va forjando para sí, a partir de la
experiencia y la educación. En ambos casos, son recursos que cada individuo tiene que
potenciar, con el fin de cualificar su actividad productiva y convertirse en una “máquina”
idónea y eficiente de percepción de capitales, ya que de ello depende la productividad de
su capital. El análisis neoliberal, en este último sentido, se concentra en aquel conjunto de
elementos que constituyen una “inversión” para el crecimiento del capital humano, tales
como la educación, el ambiente, el cuidado de los padres, entre otros, que “pueden ser
vistos como variables económicas que, como tales, pueden ser cuantificadas y
cualificadas” (Castro-Gómez, 2015, p. 208).
La racionalidad económica que empieza a mediar la relación entre el individuo y
sus actividades cotidianas, sus roles sociales y familiares, sus capacidades y, en general, su
vida privada, es la variante norteamericana de la Vitalpolitik que organiza el campo social
de acuerdo con la lógica empresarial, en el marco de la competencia. Para Foucault (2007)
esta racionalidad de mercado sirve al neoliberalismo como “principio de inteligibilidad”
Capítulo 4. Sociedades de control: el gobierno neoliberal del deseo 73
31
“Se trata, desde luego, de multiplicar el modelo económico, el modelo de la oferta y la demanda, el
modelo de la inversión, el costo y el beneficio, para hacer de él un modelo de las relaciones sociales, un
modelo de la existencia misma, una forma de relación del individuo consigo mismo, con el tiempo, con su
entorno, el futuro, el grupo, la familia” (Foucault, 2007, p. 278).
32
Desde esta lógica, el sistema penal adquiere para Foucault (2007) una dimensión económica clara, al igual
que las estrategias de castigo: “la acción penal debe ser una acción sobre el juego de las ganancias y las
pérdidas posibles, una acción ambiental. Hay que actuar sobre el medio del mercado en que el individuo hace
su oferta de crimen y encuentra una demanda positiva o negativa” (p. 302).
74 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
33
El diagrama biopolítico que emerge en el análisis de La voluntad de saber tiene como principal rasgo, para
Deleuze (2016), el “gestionar y controlar la vida en una multiplicidad cualquiera, a condición de que la
multiplicidad sea numerosa (población) y el espacio extenso o abierto” (p. 101).
76 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
sociales en las que se halla inmerso y hace recaer por completo en él el éxito o el fracaso
de su posición en ellas.
La lógica empresarial que condiciona la cohesión de los individuos al control
atraviesa para Deleuze (1995) todos los ámbitos de la existencia. La “formación
permanente”, por ejemplo, no solo se muestra como la captura de la educación por las
empresas, sino también como el mecanismo por el cual los individuos quedan sujetos a un
proceso interminable en el que los espacios y los tiempos de formación (como los de
producción o descanso) se superponen unos a otros. Nueva forma de disposición
espaciotemporal que no funciona por codificación sino por la axiomatización operada por
el capitalismo, conforme a las mutaciones de su funcionamiento. El poder a la vez
individualizante y totalizante, que marca los cuerpos y mide las poblaciones, se ve
desplazado por un sistema de “contraseñas” y “cifras” que “marcan o prohíben el acceso a
la información” (Deleuze, 1995, p. 281). Deleuze opera en este punto una distancia con
respecto al análisis foucaultiano del biopoder en La voluntad de saber, pero termina
coincidiendo, en la búsqueda del diagrama de control, con el diagnóstico sobre el
neoliberalismo, ya que Foucault rastrea el movimiento diagramático que permite hacer
inteligibles las estrategias biopolíticas, sin confundirlo con ellas.
El capitalismo decimonónico tiene como eje central la concentración de la
producción y la propiedad; en él, la fábrica funciona como una forma de encierro
privilegiada que se aúna a otras como el cuartel, la escuela o la prisión, en la potenciación
de las fuerzas productivas (incluida el trabajo). El cambio que comprueba Deleuze en la
orientación del capitalismo, a finales del siglo XX, está relacionado con el énfasis que se
pone ya no en la producción (pues se concibe como un capitalismo de “superproducción”),
sino en el mercado, en cuanto gira alrededor del “departamento de ventas”: en el estado
actual del capitalismo, “el instrumento de control social es el marketing, y en él se forma la
raza descarada de nuestros dueños” (Deleuze, 1995, pp. 283-4).
La peculiaridad de esta “fase” del capitalismo tendría que ver con un nuevo límite
que franquea, con una nueva descodificación que efectúa con respecto a los códigos de los
cuales se habría apropiado en el siglo XIX (diferentes también a los códigos que asumió en
siglos anteriores), mas no en lo que respecta a su funcionamiento general, puesto que
Deleuze concibe el capitalismo como una axiomática que reduce los flujos a su pura forma
78 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
34
“El capitalismo nace, en efecto, del encuentro entre dos clases de flujos, flujos descodificados de
producción bajo la forma de capital-dinero, flujos descodificados del trabajo bajo la forma del «trabajador
libre»” (Deleuze & Guattari, 1973, p. 39).
Capítulo 4. Sociedades de control: el gobierno neoliberal del deseo 79
La liberación capitalista del deseo desencadena sus flujos con respecto a los
códigos establecidos, pero organiza sus conexiones conforme a condiciones sociales que
establecen sus límites. En efecto, el capital se apropia de la producción social para volcarla
sobre sí mismo (capital industrial) y traducirla a los términos de una operación de
intercambios entre magnitudes equivalentes (capital mercantil)35. Si toda actividad humana
se reduce a una cantidad abstracta de trabajo medible en términos de tiempo socialmente
necesario, el problema del capitalismo no es otro que la conectividad de dichas cantidades
al sistema con independencia de cualquier código que las defina, aunque disponiendo de
determinados códigos para propiciar su propia reproducción. Por lo tanto, el capitalismo se
convierte en el límite de todo tipo de sociedad, en el umbral que deshace todos los códigos,
según los desplazamientos de los límites que se impone a sí mismo.
No obstante, para Deleuze y Guattari (1973) el capitalismo constituye un límite
“relativo” para toda clase de sociedad, ya que, si bien fractura los códigos, en cambio los
reemplaza por “una axiomática extremadamente rigurosa que mantiene la energía de los
flujos en un estado de ligazón al cuerpo del capital como socius desterritorializado, pero
también e incluso más implacable que cualquier otro” (p. 253). El capital opera una
conjugación de los flujos descodificados para acoplarlos a su sistema, libera el deseo para
capturarlo y redireccionarlo, según su mecánica de expansión mercantil y de extracción de
plusvalor, que puede siempre agregar nuevos axiomas a los anteriores.
El campo social deviene circuito económico que traduce sus relaciones a los
términos de la producción de cantidades abstractas. Los individuos mismos se conciben
como “funciones derivadas”, como “personificaciones” de dichas cantidades en sujetos
privados: el capitalista y el trabajador como derivaciones de los flujos de capital y de
fuerza de trabajo (Deleuze & Guattari, 1973, p. 272). Todo pasa por la mediación del
dinero. Incluso la reproducción humana queda subordinada a la axiomática capitalista, que
efectúa una fractura con el campo social al crear a la familia burguesa como algo
“privado” que se teje al margen de la reproducción social (Deleuze, 2005, p. 145); de ahí
35
“Aunque es cierto que en su esencia es capital filiativo industrial, no funciona más que por su alianza con
el capital comercial o financiero. En cierta manera, de la banca depende todo el sistema y la catexis o
inversión del deseo” (Deleuze & Guattari, 1973, p. 237).
80 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
36
“Las grandes máquinas molares suponen vínculos preestablecidos que su funcionamiento no explica,
puesto que se desprenden de él. Sólo las máquinas deseantes producen los vínculos según los cuales
funcionan, y funcionan improvisándolos, inventándolos, formándolos” (Deleuze & Guattari, 1973, p. 187).
82 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
Pero quizá lo importante no sea forzar las similitudes conceptuales entre los autores
y afirmar que Deleuze y Foucault se centran en las mismas dinámicas sociales, sino hallar
sus diferencias y ver de qué manera es posible complementar sus análisis. En el caso de
Foucault, sus estudios dejan de lado las dinámicas del capitalismo que solo toca
tangencialmente y, en cambio, rastrea la mecánica singular de las tecnologías de gobierno
que operan en las sociedades occidentales, es decir, la “racionalidad política moderna” que
“se desarrolla paralelamente a la forma mercado” (Bidet, 2006, p. 25). Por otro lado,
Deleuze retoma los análisis de Marx sobre el capitalismo y se concentra en su
funcionamiento general para establecer sus relaciones con el Estado y con la emisión de
líneas de fuga, como polos opuestos en los que transita la axiomática del capital. Se podría
decir que en las conjugaciones capitalistas de flujo (de dinero y trabajo libre en el
mercado) y su distribución en una tecnología política (el arte de gobernar), se encontraría
el diagrama de las sociedades de control, entendido como la puesta en marcha, a partir de
la praxis empresarial del neoliberalismo, de los desplazamientos de los límites del
capitalismo bajo la lógica de la descodificación controlada de los flujos de deseo.
Además del análisis diagramático de las sociedades de control, la relación
Foucault-Deleuze permite establecer otro tipo de redes conceptuales con respecto a su
emergencia y dispersión. Al final de Defender la sociedad y de La voluntad de saber, se
rastrea en el Estado nazi un control biopolítico racista que vuelca la violencia sobre el
exterior, mientras reacciona coactivamente hacia el interior bajo la consigna de la
seguridad biológica. Pero ese modelo inmunitario, según el vocabulario de Roberto
Esposito (2009), dista de ser exclusivo del nacionalsocialismo o, incluso, de la economía
de guerra, sino que configura las dinámicas de la economía de la “paz total” que se
instaura con las políticas de bienestar social de la segunda posguerra, a expensas de los
Estados vencedores (Virilio, 1999, p. 21).
Para Deleuze (2014), el fascismo de los años treinta y cuarenta es una “bisagra”
entre la disciplina y el control (p. 377), dado que impone un estado de guerra ilimitada
como finalidad estatal y como eje central de su economía; pero esta “máquina de guerra”
capturada por el Estado deja de tener por objeto directo la guerra y termina subordinando a
sus objetivos “la paz, la política [y] el orden mundial”, con lo cual se materializa una vez
más, y de manera paradigmática, la inversión de la fórmula de Clausewits por la que la
84 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
política se convierte en una continuación de la guerra por otros medios: “la paz libera
técnicamente el proceso material ilimitado de la guerra total” (Deleuze & Guattari, 1988,
p. 471). La guerra deviene consustancial de la paz, la inseguridad bélica, continuada por la
Guerra Fría, configura el estado de normalidad de la política interior de los Estados, pero
también se convierte en un principio de definición estatal de los mínimos vitales de
supervivencia de los individuos en la sociedad37.
El proceso por el cual la economía de guerra se instaura en la economía de paz tras
la Segunda Guerra Mundial no es tenido en cuenta por Foucault, porque su noción clave
para explicar el funcionamiento biopolítico del Estado nazi es el de racismo, pero este
concepto es abandonado desde Seguridad, territorio y población, en la indagación de un
marco más amplio que pudiera explicar las intervenciones sobre la población, más allá de
lo exclusivamente biológico y más centrado en el campo ético38. Sin embargo, la
continuidad entre el fascismo y el neoliberalismo sí es abordada en su análisis sobre la
“fobia al Estado”, donde muestra, contra el ordoliberalismo alemán, que el
nacionalsocialismo no se adscribió a un proceso de fortalecimiento del Estado sino al de su
debilitamiento, en función de una hegemonía de partido que es una variante del proceso
gubernamental del que también participa el neoliberalismo (Foucault, 2007, p. 225).
Pero si Deleuze y Guattari, partiendo de las reflexiones de Paul Virilio, explican la
supervivencia de la economía de guerra en la de paz, así como la lógica del capital en la
que se suscribe, no explican, en cambio, de qué manera y a partir de qué mecanismos la
forma empresa se convierte en el diagrama dominante de las relaciones sociales en la era
del control, lo que sí hace Foucault al mostrar cómo el neoliberalismo utiliza dicho
concepto para explicar el funcionamiento de los distintos ámbitos de la existencia humana
y cómo, a partir de ellos, se pueden regular las decisiones y los intereses individuales
sometidos a las leyes del mercado.
37
“Lo que se obtiene, después de la destrucción y la ruina del hábitat, es la inserción obligada de los sujetos
en el nuevo medio ambiente que se les ha impuesto por la fuerza” (Virilio, 1999, p. 23).
38
Para Castro-Gómez (2015) la biopolítica del neoliberalismo es distinto a la que Foucault encontraba ligada
al racismo de Estado del siglo XIX y XX, puesto que “la ‘vida’ que moviliza la tecnología neoliberal de
gobierno no tiene carácter biológico sino ético”, pues su objetivo es la “autorregulación de los sujetos”, por
el contrario, “el comportamiento que se busca dirigir ya no se ve como anclado en invariantes biológicas de
la especie sino como obedeciendo a razones puramente pragmáticas” (pp. 226-7).
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia
Si se piensa en un poder que controla hasta los resquicios más finos de la vida
humana, que llega incluso a ejercerse en la medida misma en que los sujetos se reconocen
como libres, ¿qué margen queda para la libertad “genuina”? ¿En qué radicaría lo genuino
en dicha libertad? ¿Qué haría preferible la libertad a un estado cómodo de sumisión? Y,
sobre todo, si el poder es aquello que moldea la subjetividad, ¿qué sentido tiene que se
rebele contra aquello que determina sus rasgos esenciales? ¿Esto significa que el sujeto
está encerrado en el marco de sus condiciones de posibilidad? ¿No existe escapatoria
posible al imperio del poder sobre la vida? Todas estas cuestiones atraviesan la discusión
que, desde 1976, ha suscitado el problema de la resistencia que Foucault hizo explícito en
La voluntad de saber. En este aspecto, Deleuze encuentra otro punto de distanciamiento
con respecto al pensamiento foucaultiano.
Para Foucault, la resistencia es el reverso del poder, el efecto de contra-poder con
respecto a una fuerza constituyente de lo real con su mismo estatuto; pero esta opción, dice
Deleuze (2005), “más que ofrecer una salida, creo que nos cierra todas las puertas” (p.
126), puesto que para él este tipo de oposición no proporciona una alternativa
cualitativamente distinta, como sí lo hacen las líneas de fuga del deseo, al ser anteriores al
ejercicio del poder. Desde la óptica deleuziana, el poder no es constitutivo del campo
social, sino una modulación que contiene y bloquea las líneas de deseo que, en
determinados momentos, comienzan a asumir una variedad de códigos transgresores, en
movimientos reales de desterritorialización; por ello, la enfática aclaración de Deleuze
(2005):
El romanticismo de la locura, de la delincuencia, de la perversión, de la droga, cada
vez lo soporto peor. Pero las líneas de fuga, es decir, los dispositivos
[agencements] de deseo (…) no son creación de los marginados. Al contrario, son
86 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
líneas objetivas que atraviesan la sociedad y en las cuales se instalan aquí o allá los
marginales para hacer con ellas un bucle, un remolino, una recodificación. (p. 26).
Para describir los movimientos de contrapeso a las codificaciones del poder,
Deleuze (2005) compara su concepto de deseo y la noción foucaultiana de placer,
insistiendo en que las diferencias en este aspecto no son solo terminológicas. Sin embargo,
en ambos casos se apela a una instancia molecular constitutiva de los individuos que no
puede reducirse al sexo como elemento “objetivo” de la sexualidad.
En el caso de Foucault, el sexo es una instancia organizada a partir del dispositivo
de sexualidad que ya está subordinada a sus imperativos. Apelar al sexo como si fuera un
reducto de la resistencia implica caer en las dinámicas del biopoder que exigen hablar de la
sexualidad humana: “Contra el dispositivo de sexualidad, el punto de apoyo del
contrataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y los placeres” (Foucault, 1977, p.
191). En el caso de Deleuze y Guattari (1973), se piensa en la sexualidad edípica como una
especie de “señuelo” que traduce y desplaza el deseo con el fin de ejercer una represión
más profunda: “lo reprimido no es en primer lugar la represión edípica. Lo reprimido es la
producción deseante. Es lo que, de esta producción, no pasa en la producción o la
reproducción sociales”, es decir, “los flujos no codificados del deseo” (p. 179). La lucha
contra la represión social no puede venir exclusivamente de una liberación de la
sexualidad, que ha sido ya traducida por el psicoanálisis a los términos familiares que
bloquean las conexiones sociales del deseo, sino del desbloqueo de este último.
En la propuesta foucaultiana de resistir al poder a través de la búsqueda de los
placeres y los cuerpos se cierne ya un ejercicio de autoconocimiento y autogobierno, que
parecen no tener en cuenta los críticos que, como Habermas, apelan a la completa
subsunción de los individuos a las relaciones de poder dominantes. Aquí, aparece un
ejercicio de dominio del sujeto consigo mismo, en una búsqueda que dista de ser evidente
y que exige un tratamiento de sí comparado a lo que, en el segundo tomo de Historia de la
sexualidad, se propone como propio de la ética griega: el uso medido de los placeres
(Foucault, 2001). La resistencia, desde esta perspectiva, está anclada no solo al reverso de
las relaciones de poder, como si fuera un elemento pasivo, sino que está a la base de las
conquistas que los sujetos logran hacer frente a las tecnologías políticas imperantes, es
decir, en la capacidad de asumir la plasticidad del poder para lograr hacer de sí mismos
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia 87
una obra de arte que logre revertir las condiciones del dominio social. Resistir es crear
nuevos diagramas que problematicen el diagrama dominante de poder.
El interés foucaultiano en las tecnologías del yo permite pensar que la subjetividad
“debe ser producida en cada momento” (Deleuze, 1995. p. 182), que es resultado de una
lucha de fuerzas, pero no un producto pasivo de presiones externas, sino un ejercicio
constante del sujeto consigo mismo, dado que el poder es una potencia creativa poblada de
puntos de resistencia, no menos creativos. La subjetividad como proceso implica un
condicionamiento por las relaciones de poder, pero también la posibilidad de ser objeto de
pliegue y de transformación por parte del sujeto sobre sí. Sin embargo, aunque esta idea no
haya sido desarrollada en la obra temprana de Foucault, ya es operante en sus estudios
sobre la época clásica (Giraldo, 2008). En Vigilar y castigar, por ejemplo, se muestra
cómo la subjetivación del criminal, a partir de la producción de verdad sobre el crimen,
permitía la irrupción de otro tipo de sujetos, difícilmente controlables por la institución
judicial: la figura denostada y execrable del criminal terminaba ligada muchas veces, en su
aspecto físico o en su pura representación, a una impronta heroica de resistencia que se
enfrentaba a las arbitrariedades del poder soberano (Foucault, 1976, pp. 71-3).
Para Foucault, la subjetividad emerge de un choque de fuerzas, pero el carácter
fluido de esta relación impide que los sujetos sean productos masificados y uniformes: una
vez constituidos, entran en los juegos del poder como elementos activos cuyo devenir no
está predeterminado39; como pliegues de los diagramas de poder, su naturaleza es
heterogénea con respecto a la red de relaciones que le dieron origen, por lo que su posición
en ellas es virtualmente variable. En este sentido, toda subjetividad es en potencia una
línea de fuga a los poderes que le dan origen, pero no como fuerzas reactivas, sino como
fuerzas activas en la búsqueda de la autodeterminación. La tesis de Reinaldo Giraldo, a
este respecto, es que, desde sus primeros trabajos sobre la locura hasta sus estudios sobre
la sexualidad, Foucault opera con un concepto positivo de resistencia; pese a que la
concepción operativa de poder en su obra temprana es negativa, ligada a la represión y al
39 “Foucault does not negate that power produces control. The effects of this control, however, are neither
unifying nor unitary. Inherent in power relations is a 'strategic reversibility': power-knowledge strategies
function both as instruments to control and as points of resistance” (Lacombe, 1996, p. 342).
88 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
ejercicio jurídico del dominio que el mismo filósofo critica a mediados de los setenta,
Giraldo (2008) asevera que la resistencia, en cambio, es desde el comienzo “una fuerza
que emerge de las profundidades de la vida”, que Foucault piensa como algo vivo “que
permite al hombre desplegar su libertad, encontrar el grado cero en el que el hombre es
fuerza vital transgresiva, instintiva y deseante” (p. 61).
Habermas (1989) asegura que los estudios de Foucault sobre la locura, los
encierros disciplinarios y las ciencias humanas son un intento de emprender una crítica
“radical” de la razón occidental, a partir de un “positivismo inocente” que se enfrenta a los
saberes hegemónicos tomando como base la “única hipótesis” de que “lo único que
perdura es el poder, el cual en el cambio de procesos de avasallamiento anónimos aparece
bajo máscaras siempre nuevas” (p. 303). Según el filósofo alemán, la perspectiva
genealógica de Foucault socaba la validez de la razón a partir de los mecanismos de poder
que subyacen a su operatividad instrumental, situándose a sí mismo en una posición de
“neutralidad valorativa” y de una “teoría de la constitución de la experiencia”. Pero esta
presunta posición neutral, observa Habermas (1989), no es tal, sino que se fundamenta en
un “criptonormativismo” que hace gala de una “guerra al pensamiento moderno y al poder
disciplinario disfrazado de humanismo” (p. 337), a partir de un rescate esteticista del
cuerpo: su batalla es, así, un ataque posmoderno a la modernidad, la venganza de lo
reprimido por la razón40.
Desde la perspectiva habermasiana, la genealogía foucaultiana es menos una crítica
que una táctica, que sirve para “hacer la guerra a una formación de poder inexpugnable”,
pero que es insuficiente para proponer una lucha real, de movilizar las fuerzas de
contrapoder, puesto que, en ausencia de un contenido normativo explícito, es imposible
determinar los propósitos de dicho enfrentamiento y por qué es preferible resistir al poder
y no más bien someterse a él (Habermas, 1989, p. 339). La visión microfísica del poder
40
Habermas (1989) ve en el pensamiento foucaultiano un “residuo de contenido estético”, tomado de sus
lecturas de Nietzsche y Bataille, que permea su concepción del cuerpo como objeto directo de las embestidas
del poder y como eje de una nueva “economía de los cuerpos” que “no sería ya una economía del poder sino
una teoría postmoderna capaz de dar también razón explícita de los estándares de que la crítica venía
haciendo ya implícitamente uso. Hasta entonces el único lugar de donde la resistencia puede extraer, si no su
justificación, sí al menos su motivo, es de las señales del lenguaje del cuerpo, de ese lenguaje no verbalizado
del cuerpo atormentado, que se niega a que se lo borre en el discurso” (p. 341).
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia 89
claro para la consciencia individual. Así como las relaciones de poder no son una
determinación de la decisión soberana de uno o varios individuos privilegiados, las
acciones individuales tampoco están condicionadas por una estructura fija que sirva de
molde único para el comportamiento, sino que se teje en el marco de las interacciones
mismas. En este sentido, afirma Heller (1996), no es posible comprender las
transformaciones sociales del siglo XVIII, “sin tomar en serio la idea de que las relaciones
de poder cambian, para Foucault, como resultado de un ejercicio intencional del poder por
individuos y grupos específicos, situados históricamente” (p. 83)41.
El tipo de crítica que Habermas (1989) atribuye a Foucault no se enfoca en el
“contradiscurso que desde sus comienzos la modernidad ha mantenido consigo misma”,
con el fin de combatir sus patologías, sino en aquellos elementos que intentan “socavar la
modernidad” (p. 338). El intento foucaultiano por rastrear las relaciones de poder que
están a la base de la racionalidad de la época clásica y sus instituciones disciplinarias es
vista por Habermas (1991) como una manifestación del pensamiento conservador que
toma para sí la experiencia estética moderna, disociada de lo cognitivo y la moral, para
justificar “una antimodernidad irreconciliable” (p. 29). Desde la óptica del pensador
alemán, el proyecto de la modernidad, abanderado por los filósofos del siglo de las luces,
buscaba el enriquecimiento de la cotidianidad a partir del desarrollo autónomo de la triple
especialidad de la razón, pero el efecto contrario, el empobrecimiento del mundo de la
vida, fue desencadenado por ese mismo proceso de especialización e hizo de este proyecto
algo inacabado (Habermas, 1991, p. 24). Habermas intenta rescatar, en este sentido, aquel
impulso progresista de la modernidad amenazado por el neoconservadurismo que la
clausura sin haber agotado sus posibilidades.
Pero la perspectiva foucaultiana no parece ceñirse al diagnóstico habermasiano. En
primer lugar, porque para Foucault (2007) el objetivo del análisis de las racionalidades a
partir de las cuales opera el poder no es hallar lo irracional o lo opresivo que hay en ellas,
sino indagar por las condiciones que la hacen posible (p. 55). En sus conferencias sobre la
Ilustración y en “Omnes et singulatim”, el autor deja en claro que su objetivo no es realizar
una crítica de “la Razón”, como ha intentado hacerse desde el siglo XIX hasta la Escuela
41
Traducción nuestra.
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia 91
(Castro-Gómez, 2016, p. 64). Esto parecería dar la razón a Habermas, en tanto que
Foucault asumiría la racionalidad estética de la modernidad para contraponerla a su
racionalidad política, en pro de un individualismo que termina difuminando todo lazo de
sociabilidad intersubjetiva y, por tanto, toda posibilidad de plantear una política
emancipadora.
No obstante, es necesario tener en cuenta que esta concepción “estética” de
Foucault, tal como se desarrolla en sus conferencias sobre la Ilustración, está subordinada
a un concepto ético y político, la autonomía, que se enfrenta a la heteronomía de una
determinada forma de ser gobernado, mas no de todo tipo de gobierno. No es, pues, una
posición antimoderna o posmoderna, sino la modernidad misma que se pliega desde uno
de sus valores cardinales: la actitud crítica. Esto no quiere decir, por supuesto, que
Foucault (2017) se abandere de una posición política revolucionaria, ni que apueste por un
cambio estructural de las sociedades democráticas desde un proyecto progresista de
emancipación, pues en ello es bastante claro al afirmar que “la pretensión de escapar del
sistema de la actualidad para ofrecer programas de conjunto de otra sociedad (…) no han
llevado de hecho sino a reconstruir las más peligrosas tradiciones” (p. 92).
Pero ello tampoco implica que su concepción de la autonomía sea individual o
menos política, sino que atañe a otro tipo de transformaciones “parciales” del tejido social
“que conciernen a nuestros modos de ser y de pensar, a las relaciones de autoridad, las
relaciones entre sexos, la manera en que percibimos la locura o la enfermedad” y que, en
opinión de Foucault (2017), son preferibles “a las promesas del hombre nuevo que los
peores sistemas políticos han repetido a lo largo del siglo XX” (pp. 92-3). De hecho, esta
idea no está del todo ausente en Kant (1986), para quien la ilustración del público se da a
partir de procesos lentos, dado que siempre se corre el peligro de sufrir la venganza de los
prejuicios “inoculados” durante mucho tiempo:
Quizás sea posible producir por una revolución la caída del despotismo personal o
de alguna opresión interesada y ambiciosa; pero jamás se logrará una verdadera
reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los
antiguos, servirán de andaderas para el montón que carece de pensamiento. (p. 33).
Foucault no asume la actitud crítica solo como un ejercicio estético del sujeto
consigo mismo, aunque esta idea sea importante en su propuesta, sino que plantea un giro
94 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
acepta que sus ideas políticas de libertad e igualdad están ligadas con necesidad a las
dinámicas de dominio, exclusión y explotación (que también es racista, misógina y
clasista), y entonces se rechaza toda la experiencia posible de la modernidad; o se intenta
rescatar aquello que hace de la modernidad un proyecto de emancipación frente a los
efectos sociales y económicos desastrosos que siempre la han acompañado.
La segunda opción de la disyuntiva es la apuesta que tanto Habermas como Castro-
Gómez defienden frente a los ataques a la modernidad como un todo indiferenciado; de
hecho, el segundo autor afirma que “no conviene confundir el proyecto colonial y
epistemológico de la modernidad, con el núcleo duro de su proyecto político” (Castro-
Gómez, 2016, p. 414). Pero ¿qué hace que el “núcleo duro” de la modernidad sea su
promesa de emancipación y no las relaciones de domino que establece? La posición de
Foucault con respecto a esta problemática no es la de reducir la modernidad a sus
relaciones de poder, sino de cartografiar sus tensiones y concluir que en la red misma que
constituye su tejido ético y político se encuentran los puntos de su reversibilidad, pero esta
no es macropolítica, sino microfísica.
Foucault se sitúa en el marco normativo de la modernidad, de su ethos filosófico
crítico, pero no logra anclarse a un proyecto político de transformación estatal, por razones
que expresa en la primera clase de Seguridad, territorio y población, a saber: aunque todo
discurso suponga un imperativo político más o menos implícito, “es un discurso muy
liviano cuando se emite desde una institución cualquiera de enseñanza o, simplemente,
desde una hoja de papel”, porque “la dimensión de lo que es preciso hacer sólo puede
manifestarse, creo, dentro de un campo de fuerzas reales”, que a su vez es un campo “que
no se puede controlar de manera alguna ni hacer valer dentro de ese discurso” (Foucault,
2006, p. 17). Los análisis arqueológicos y genealógicos que constituyen la obra
foucaultiana no son, en este sentido, teorías políticas a las cuales se les deba exigir un
modelo de organización social deseable a partir de las instituciones, sino perspectivas o
“indicadores tácticos” que pueden o no ser utilizados; de ahí que proponga dos imperativos
discursivos; uno condicional: “si quiere luchar, aquí tiene algunos puntos clave, algunas
líneas de fuerza, algunos cerrojos y algunos obstáculos”, y otro categórico: “no hacer
nunca política” (Foucault, 2006, p. 18).
96 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
(Foucault, 1999, p. 107). La apuesta de la teoría no es, entonces, la de traducir las prácticas
micropolíticas en una explicación global, sino ser ella misma una práctica de resistencia al
poder. Por tanto, las luchas devienen regionales, parciales, y el intelectual mismo, que
asumía el papel de representante, debe tomar parte en la lucha, pero desde su propia
singularidad, desde su propia manera de poblar el espacio-tiempo42.
La resistencia al poder comienza con la experiencia subjetiva de las líneas que la
atraviesan, solo a partir de las cuales puede librar sus propias luchas para no adjudicarse la
representación de otros, ni delegar en otros la suya. Si Foucault toma la posición, un tanto
paradójica, de no hacer política es porque rechaza la posibilidad de la representación,
porque su forma de hacer política no es la del Estado, ni la de una verdad oficial a partir de
la cual ejercer el poder, sino la de la perspectiva de las luchas sociales concretas; es la
perspectiva de lo que Esposito (2009) llama lo “impolítico”, que se aleja de la filosofía
política para rastrear el “núcleo aporético, antinómico, contradictorio” de los grandes
conceptos políticos como libertad, igualdad o democracia, y exponer aquellas batallas a las
que están sometidos “por la conquista y transformación de su sentido” (p. 11).
La dificultad de definir positivamente lo impolítico, como lo observa también
Esposito (2009), es que termina asociándose con su contrario, es decir, a una forma de
hacer política, enfocada en la órbita dinámica, fluida y contradictoria de las relaciones de
poder. Ante esta dificultad, se hace más claro el concepto deleuziano de micropolítica, ya
que se diferencia sustancialmente de la macropolítica, al tiempo que abarca la perspectiva
teórica de lo impolítico como el imperativo práctico de ejercer la resistencia desde lo
singular. En este sentido, la aparente contradicción foucaultiana entre, por un lado,
proponer algunas perspectivas teóricas para la lucha y, por otro, no hacer política, se
resuelve en la micropolítica deleuziana en términos de no hacer macropolítica, no hacer
política de Estado, sino política de masas en la que la teoría sea una práctica para quien
42
Para Deleuze (2014), Foucault propone una nueva forma de entender la labor del intelectual, asumiendo
también ese papel; frente a una figura como la de Sartre, que comprendía su papel de intelectual como una
defensa de valores universales, se erige una personalidad distinta, la del intelectual que habla en nombre “de
su propia singularidad de intelectual. De cierta manera, ya no sería nunca más en nombre de los derechos, ni
siquiera de los derechos del hombre, sería en nombre de la vida, y de una vida singular” (pp. 28-9).
98 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
pueda utilizarla, para quien pueda conectar con ella su propia lucha (Foucault, 1999, p.
107).
La micropolítica identifica e instaura “todo un sistema de redes, de base popular”
que se escapa, para Deleuze, de “la política en sentido tradicional de competición y de
distribución de poder” (Foucault, 1999, p. 111), así como de las instancias representativas
de los partidos. Por esta razón, la lucha comienza en la subjetividad, puesto que busca, en
primera instancia, aquello que es constitutivo de los individuos, aquellas “potencias
impersonales, físicas y mentales con las que uno se confronta y contra las que se combate
desde el momento en que se pretende alcanzar un objetivo del que no se toma conciencia
más que en la lucha” (Deleuze, 1995, p. 143). La resistencia al poder no puede darse si, al
mismo tiempo, no se libra en el sujeto, si se mantienen intactas las determinaciones que
hacen a cada quien lo que es y si no se experimenta con uno mismo para crear nuevas
formas de existencia que redefinan las relaciones de fuerza.
El acto reflexivo y creativo del pensamiento no es un alejamiento del sujeto con
respecto al campo constitutivo de lo social, sino una forma de situarse críticamente frente a
él y modificarlo, es menos una apuesta por un cambio individual que por uno parcial para
redefinir las multiplicidades en pugna, dado que lo histórico, lo económico y lo político
están dados en las conexiones que el deseo establece con las máquinas sociales: “cuando
hay que inventar conceptos nuevos, para tierras desconocidas, los métodos y las morales se
derrumban y pensar se convierte (…) en un ‘acto peligroso’, una violencia que se ejerce,
para empezar, sobre sí mismo” (Deleuze, 1995, p. 167). Para Foucault la resistencia
atraviesa las relaciones de poder, no es exterior a ellas, sino que se sitúa en puntos en los
que pasa y se bloquea, es el otro polo de dicha relación; para Deleuze, en cambio, la
resistencia es el afuera del poder, preexiste a sus relaciones, para él la posibilidad de una
modificación efectiva de los diagramas de poder esté dada de antemano en la capacidad de
los flujos de deseo para convertirse en líneas de fuga.
Si Foucault enfatiza en la subjetividad, no quiere esto decir que proscriba la
resistencia a dicho ámbito, o que busque salidas psicológicas a problemas políticos, sino
que visualiza el cruce necesario entre lo ético y lo político. En este sentido, la óptica
deleuziana permite matizar el estatuto político de la resistencia, al mostrar cómo los
movimientos de lo singular desencadenan ondas expansivas que devienen líneas de fuga,
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia 99
43
Según el comentario de José Luis Pardo (2014), la hipótesis de Deleuze y Guattari es que “el psicoanálisis
en cuanto representación del deseo es necesariamente un procedimiento de falsificación del deseo”, pues “la
imagen psicoanalítica del deseo como pulsión que tiende a la transgresión de una ley (…) solo puede ofrecer
una imagen desplazada (refoulé) del deseo, porque el deseo no tiene imagen, es lo reprimido (reprimé) por
toda imagen o toda representación” (p. 122).
100 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
conexiones, sin desvirtuar su naturaleza política. Las líneas de fuga del deseo no son
apuestas individuales y subjetivas, son devenires revolucionarios que hacen temblar a todo
orden que intente contenerlo. Toda conexión de deseo descubierta y experimentada es a su
vez una fisura abierta en el tejido social que puede dispersarse, seguirse o rechazarse.
Estos movimientos de flujo de deseo configuran el ámbito de lo molecular, un
orden que no es menos político por el hecho de rechazar en cada momento las
segmentaridades duras; es la micropolítica de las masas que no siempre se ajustan a las
organizaciones de clase, sino que se deslizan por ellas, en cuanto potencia de los cambios
sociales. Para Deleuze y Guattari (1989), el poder se entiende como el desfase continuo
entre lo molar y lo molecular que no cesa de encontrarse y repelerse, es decir, se define
más por aquello que se fuga que por la potencia de sus puntos de encuentro, pues estos
ajustes entre los códigos y los flujos son siempre relativos. El deseo fluye, como línea
mutante de fuga, a la vez que los códigos siempre intentan recodificarlo y redireccionarlo a
determinados puntos de convergencia.
Tanto en el Anti Edipo como en Mil mesetas, Deleuze y Guattari plantean las
posibilidades de una política que tome como punto de partida las “máquinas de guerra” y
las líneas de fuga como elementos fundamentales para la desterritorialización del deseo de
los centros de poder que los capturan. Se plantea el problema del deseo que no solo desea
la servidumbre y el sometimiento, sino aquel que es irreductible a los segmentos molares
que intentan segmentarlo. La máquina de guerra se entiende como una potencia de
creación, como una apertura frente al control en las formas de habitar el espacio-tiempo, es
la posibilidad de movilizar el deseo sin tener “verdaderamente la guerra por objeto, sino
(…) el paso de flujos mutantes”, lo cual implica que “toda creación pasa por una máquina
de guerra” (Deleuze & Guattari, 1989, p. 233).
No obstante, existe un riesgo importante en la consideración de lo micropolítico
que los autores no tardan en advertir y es lo que llaman el “error axiológico”, que consiste
en pensar que lo molecular es “mejor” que lo molar por el hecho de ser flexible. De hecho,
su análisis del fascismo intenta demostrar que los procesos que llevaron a la configuración
del Estado nacionalsocialista fueron procesos moleculares, ligados a la movilización de
masas, sin distinción de clases, y no a la acción de una figura molar totalitaria. La
micropolítica, en este sentido, tiene entre sus posibilidades la movilización de flujos
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia 101
44
“El fascismo es inseparable de núcleos moleculares, que pululan y saltan de un punto a otro, en
interacción, antes de resonar todos juntos en el Estado nacionalsocialista. Fascismo rural y fascismo de
ciudad o de barrio, joven fascismo y fascismo de ex-combatiente, fascismo de izquierda y de derecha, de
pareja, de familia, de escuela o de despacho: cada fascismo se define por un microagujero negro, que vale
por sí mismo y comunica con los otros antes de resonar en un gran agujero negro central generalizado”
(Deleuze & Guattari, 1989, p. 219).
102 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
psicoanálisis es, para Deleuze y Guattari, pensar y percibir el horizonte micropolítico que
produce a los sujetos, y concebir la acción de sus fuerzas como un acto creador que se
enfrenta a las relaciones de poder, en la misma medida que las crea. Sin embargo, esta
línea de fuga se enfrenta a un peligro: que al franquear las líneas del poder “salga de los
agujeros negros, pero que, en lugar de conectarse con otras líneas y de aumentar sus
valencias en cada caso, se convierta en destrucción, abolición pura y simple, pasión de
abolición” (Deleuze & Guattari, 1989, p. 232). No hay aquí un desencadenamiento de
potencias naturales o velados instintos de muerte, sino operaciones del deseo, sociales e
históricas, que pueden también conducir a la sin salida de franquear todo límite, de buscar
la desorganización absoluta y, por tanto, devenir en pulsión de muerte.
Pero el polo subjetivo de la emisión de líneas de fuga, por así decirlo, es apenas
una perspectiva del problema, por lo cual Deleuze y Guattari adoptan la perspectiva más
amplia de los flujos mutantes a nivel general de la axiomática del capital. De la misma
manera que la sobrecodificación de los Estados imperiales (como el romano o el asirio)
desencadenaba una serie de flujos mutantes que se escapaban a su control (bárbaros,
cristianos, arameos, etc.), el circuito del capital se ve obligado a desplazar sus axiomas
hacia la “periferia” y a chocar con problemas que le son irresolubles. Estos autores hablan
de cuatro factores que preocupan a los “representantes de la economía-mundo” a saber: “el
flujo de materia-energía, el flujo de población, el flujo alimentario y el flujo urbano”
(Deleuze & Guattari, 1989, p. 472). La saturación de axiomas concernientes a la conexión
de estos flujos lleva a la producción de “terceros mundos” no solo en la periferia del
mundo capitalista, sino al interior de sus metrópolis centrales. Ello significa que pese a su
capacidad para reducir lo cualitativo a cantidades abstractas y a su operatividad para
conectar nuevos axiomas, siempre hay flujos que se le escapan.
Un ejemplo de estos últimos son las “minorías”, que Deleuze y Guattari (1989)
definen no por su cantidad, ni por su codificación, sino por ser conjuntos “no numerables”
cuya axiomatización es complicada de efectuar, por lo que constituyen auténticas líneas de
fuga del sistema, pues “la axiomática sólo maneja conjuntos numerables incluso infinitos,
mientras que las minorías constituyen esos conjuntos ‘difusos’ no numerables (…) esas
‘masas’, esas multiplicidades de fuga o de flujo” (p. 473). Estos flujos difusos, codificados
con vaguedad como comunidades étnicas, separatistas, campesinas, etc., cuentan con la
104 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
posibilidad de estar siempre en los intersticios de la regulación estatal y las capturas del
capital, en un tránsito confuso entre el abandono y la autonomía. Las minorías se hallan,
pues, en una situación problemática, puesto que imponen un límite que la axiomática del
capital siempre intenta franquear: el de traducir su naturaleza a cantidades que puedan
integrarse al sistema. No obstante, las minorías irrumpen siempre en el cuerpo social para
recordar que ninguna codificación y ninguna axiomática es invulnerable.
La apuesta de Foucault y Deleuze por una práctica micropolítica o microfísica
choca con la intervención del Estado, en la medida en que cristaliza determinadas
relaciones de poder que, en su dinamismo propio, son reversibles. Ello les ha valido la
crítica, sobre todo al primero, de no ser capaces de articular una propuesta política sólida
en la lucha por la definición de un orden social más justo. Se ha tomado la propuesta por la
visualización de los flujos de resistencia como una mirada “alegal” incompatible con todo
marco jurídico estatal (Pardo, 2014), y como un repliegue hacia la subjetividad, incapaz de
poner a prueba sus principios en el debate político público (Castro-Gómez, 2016).
Pese a que estos autores parten del principio de que lo molecular modifica lo molar,
parece, dice Pardo (2014), como si Foucault “para evitar que las vindicaciones
microfísicas ‘caigan en la trampa’ de los partidos políticos o las organizaciones
reformistas, estuviese exigiendo que la potentia se mantuviese ‘pura’” (p. 340), esto es,
que los flujos microfísicos quedaran al margen de toda codificación institucional, para los
cuales Deleuze y Guattari no solo establecieron un estatuto político, sino que aunaron lo
político a la retórica revolucionaria de las líneas de fuga. Sin embargo, concluye Pardo
(2014), los peligros que se anuncian en Mil mesetas a propósito de una excesiva carga
valorativa sobre lo molecular45, que puede resultar hasta en la captura fascista del Estado
por una máquina de guerra, llevaron a Deleuze y Guattari a considerar “como el más
llevadero de todos los riesgos” un modelo estatal que “no sólo es un Estado laico y
socialdemocrático, sino además, manifiestamente, un Estado de Derecho” (p. 357).
45
“Hace falta conservar una buena parte del organismo para que cada mañana pueda volver a formarse;
también hay que conservar pequeñas provisiones de significancia y de interpretación, incluso para oponerlas
a su propio sistema cuándo las circunstancias lo exigen, cuando las cosas, las personas, e incluso las
situaciones, os fuerzan a ello; y también hay que conservar pequeñas dosis de subjetividad, justo las
suficientes para poder responder a la realidad dominante” (Deleuze & Guattari, 1989, p. 165).
Capítulo 5. Líneas de fuga y resistencia 105
búsqueda teórica y práctica de estos autores se sitúa en el contacto entre las instancias
molares y moleculares, allí donde emerge y se modifica el poder, allí donde la capacidad
plástica de lo molecular no logra hacer estallar la vida en una línea de muerte. No obstante,
lo que no parece muy claro es el aspecto concreto que asumiría aquella zona de
inestabilidad molar-molecular y el papel del Estado en ella. Aquí la respuesta es apenas
una insinuación que debe ser desarrollada, un problema que queda abierto para una
indagación más detallada. Se puede partir de la idea de minoría que Deleuze y Guattari
exponen en Mil mesetas, como el conjunto de líneas de masa que no logra identificarse con
las segmentaciones de clase, aquellos movimientos moleculares que no logran ser
traducidos por la axiomática del capitalismo sin perder en ello su naturaleza.
La respuesta a este problema es, entonces, pensar en los movimientos sociales
como aquellas líneas de fuga que transitan en los intersticios del Estado, que logran
interpelarlo, negociar con él e incluso modificarlo, no sin ser capturadas o recodificadas,
pero cuya irrupción se da siempre al margen de su influencia, pues cuando se las captura,
desaparecen, para volver a aparecer en brotes siempre nuevos, desligados de las líneas
anteriores y haciendo rizoma con otras líneas problemáticas que atraviesan el campo social
(el hambre, el abuso de la fuerza, la amenaza de muerte, la falta de servicios, etc.). Para el
caso de Deleuze y Guattari, la visualización de las minorías puede entenderse,
precisamente, como esas líneas de presión que son capaces de modificar lo molar, en la
forma del Estado de Derecho, sin perder su naturaleza molecular, que se escapan a
cualquier captura definitiva y resisten a las axiomatizaciones del capital.
Conclusiones
A través de una mirada de conjunto de los análisis de Foucault y Deleuze se han
podido establecer ciertas discusiones que perfilan los puntos de encuentro y desencuentro
que, en torno al poder y la resistencia, han legado estos autores. Más allá de un intento
sincrético por encontrar similitudes o de ligar acríticamente conceptos elaborados desde
perspectivas distintas, el balance anterior buscó establecer una serie de diálogos entre los
autores, para examinar hasta qué punto la mirada foucaultiana sobre el poder, podría
encontrar en la obra de Deleuze algunas precisiones o críticas que clarificaran o
problematizaran su “ontología del presente”. De idéntica manera, se quiso explorar la
posibilidad de leer la perspectiva deleuziana a partir de la obra de Foucault.
Si bien es cierto que lo político en Deleuze, Guattari y Foucault asume una
dinámica microfísica o molecular que recusa en todo momento al Estado como instancia
represiva, no lo es menos que establecen siempre un diálogo problemático con él, no como
un aparato externo a las dinámicas sociales, sino como su resultado (Foucault) y como su
reverso necesario (Deleuze y Guattari). La transgresión micropolítica de lo social implica,
desde estas perspectivas, provocar cambios en los modos de subjetivación, asumir la
posibilidad de modificar la propia vida y desencadenar ondas fragmentarias que perturben
el campo social, en el marco de procesos siempre dinámicos, cambiantes e imprevisibles,
pero que, por esta misma naturaleza, pueden ser objeto de nuevas experimentaciones. Sin
duda, es la presión social la que modifica al Estado y no necesariamente a la inversa, en
una lucha constante entre elementos heterogéneos y no en un diálogo entre iguales.
Un punto de encuentro entre Foucault y Deleuze está en la capacidad del ejercicio
moderno del poder para establecer una relación directa con la libertad, en el marco de las
mutaciones del capitalismo. Esto no implica, desde luego, equiparar las dos propuestas
teóricas, dado que, como afirma Castro-Gómez (2015), no existe una equivalencia entre
108 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
los estudios que realizan los dos autores, y su diferencia va más allá de lo terminológico
(Deleuze, 2007); pero ello no impide intentar emprender un diagnóstico de las sociedades
contemporáneas, con base en el diálogo entre estos filósofos franceses. Así, se podría
entender la problematización neoliberal del intervencionismo económico como un
desbloqueo del arte de gobernar conforme a las dinámicas del mercado, a partir de las
cuales se reestructura el aparato productivo. Este devenir del arte de gobernar se entendería
como la mecánica por la cual opera la sistematicidad flexible de la axiomática del capital
en las sociedades de control, como la liberación controlada del deseo que lo conecta con
flujos de capital (en la producción y en el consumo), a través de la lógica empresarial de la
autogestión.
Una crítica importante que tanto Habermas como Castro-Gómez hacen de este tipo
de posturas, especialmente de Foucault, es que no parecen ofrecer salidas políticas a los
problemas que visualizan en los procesos de subjetivación y las relaciones de poder. El
“efecto Foucault” que el filósofo colombiano atribuye a los movimientos que han
rechazado todo diálogo con el Estado conduce a su “despolitización”, en un intento
obstinado de mantener una posición de proscritos del sistema, que les impide poner a
prueba sus principios en el juego democrático de la discusión pública; en cambio, terminan
reforzando las dinámicas del neoliberalismo (Castro-Gómez, 2016, pp. 407-8). No
obstante, es necesario resaltar, con Jacques Bidet (2006), que Foucault no es un apologista
del neoliberalismo, sino que su intento teórico de 1978 y 1979 es, por el contrario,
identificar el funcionamiento de dicha tecnología de gobierno, tomando una distancia
crítica. El esfuerzo que demanda la obra foucaultiana a los lectores actuales es, en ese
sentido, pensar más allá de ella y precisar esa distancia cuyo lugar no siempre es tan claro.
Por esta razón, el diálogo con Deleuze (y con Marx, como propone Bidet) puede ofrecer
una perspectiva más amplia no solo para interpretar las ideas del filósofo de Poitiers, sino
para repensar sus problemas.
Una vez que se establecen las líneas que componen el ejercicio del poder, sus
fuerzas, movimientos y distribuciones, se hace posible examinar sus fracturas,
desviaciones y devenires, es decir, sus líneas de fuga y resistencia. En discusión con
Habermas y Castro-Gómez, se evidencia en la obra de Foucault, y no solo en sus análisis
de la gubernamentalidad, un intento por mostrar la reversibilidad de las relaciones de
Conclusiones 109
cierto que en el cenit del poder disciplinario emerge la “actitud crítica” (la Aufklärung
kantiana) como arma de resistencia al poder, solo que esta idea es expuesta por Foucault
en 1978, algunos años después de establecida la confusión según la cual se pensó que, para
este autor, la disciplina era infranqueable y la Ilustración un puro efecto ideológico de la
Modernidad.
También es necesario enfatizar que la apuesta de acción política de Foucault y
Deleuze no se reduce a una transformación subjetiva, como si el individuo estuviera
aislado de procesos sociales, históricos y económicos; por el contrario, su esfuerzo
analítico se ha centrado en denunciar los bloqueos teóricos y prácticos que han conducido
al solipsismo y al familiarismo, desde una perspectiva que busca establecer las conexiones
polivalentes y múltiples de los sujetos con las relaciones sociales de poder y,
especialmente para el caso de Deleuze y Guattari, con la historia.
La preocupación de autores como Deleuze y Foucault, herederos, para mal o para
bien, de mayo del 68, es dar a los movimientos de masas y minorías, de estudiantes,
mujeres o presidiarios, por ejemplo, un estatuto político para legitimar su lucha
insurreccional frente al Estado (Pardo, 2014, p. 323). Que los resultados de dicho esfuerzo
se hayan logrado, que los Estados tomen en serio las agendas de estos movimientos, hace
parte de una discusión diferente que requeriría de análisis históricos más precisos. Valga
preguntar aquí si, a contrapelo de lo sugerido por Castro-Gómez, no sería posible pensar
que estos movimientos heterogéneos, rebeldes a pactar con los Estados, no han logrado
extender la democracia a un nivel más participativo, a despecho, incluso, del rechazo
categórico que pudiera tener Foucault a cualquier tipo de trato con el Estado de derecho46.
En otro sentido, se critica a estos autores el proponer salidas éticas y estéticas a
problemas políticos, lo cual acaso fuera justo si se pensara que la apuesta teórica de
Deleuze y Foucault estuviera interesada en encerrar a los sujetos en el marco reducido de
su identidad, ya sea individual o grupal; y en tal caso, para ellos serían aplicables las
críticas de José Luis Pardo (2014) a lo “políticamente correcto” y las “políticas de la
46
“Parecería pues que, a pesar de la insistente negativa de los filósofos del 68 a reconocerlo (…) habría una
utopía política –o post-política– latente en sus proyectos teóricos: la reivindicación de esa ‘vida desnuda’ que
ni el Estado ni el derecho (…) parecen poder soportar, y que por ello exige, para poder manifestarse
libremente, la eliminación del Estado y del Derecho” (Pardo, 2014, p. 329).
Conclusiones 111
identidad”, cuando resalta que desde ahí se efectúa en los sujetos un “repliegue hacia lo
que de más incivil hay en ellos (…) que es justo su identidad” (p. 319). Pero la posición de
estos autores es distinta, ya que no parten de un sujeto que defiende lo que es, sino de uno
que se reconoce en las múltiples líneas que lo atraviesan para rechazar su presente y
construir su futuro, como producto de una crítica de las relaciones de poder y saber que lo
han constituido.
La filosofía misma aparece a la mirada de Deleuze, como lo muestra con claridad
el epígrafe de Conversaciones, no como una salida subjetiva, sino como un ejercicio
crítico de las relaciones de poder que atraviesan al sujeto y que se cristalizan en su forma
de pensar y actuar, es decir, como una línea de fuga que cuestiona no al sujeto frente a sí
mismo, sino a las líneas que lo atraviesan, no los efectos de las relaciones de poder en el
sujeto que filosofa, sino las relaciones mismas.
Esto último constituye un aspecto importante, con respecto a la resistencia al poder,
que este trabajo quiere poner de relieve sobre los análisis de Foucault y Deleuze: en ambos
casos se presenta una crítica radical de la subjetividad, tomada en principio como producto
de las relaciones de poder y saber, que en un punto de pliegue sobre sí misma y en un acto
crítico positivo, es capaz de convertirse en agente creativo que pone en cuestión el espacio
social que habita y la identidad que le ha sido legada por el campo de fuerzas del que
surge. La crítica y la autocrítica, la lucha que establece el sujeto consigo mismo, constituye
así una apuesta estética de la ética, en la búsqueda de una redefinición de la identidad.
Aquí hay una primera línea de fuga del sujeto que emprende la resistencia al poder
individualizante y lisonjero de las sociedades de control.
Pero la perspectiva ética no excluye la apuesta política de estos autores: por el
contrario, Deleuze y Foucault intentan establecer los entrecruzamientos necesarios entre
ambas esferas. De tal suerte, la problematización ética del sujeto con respecto a sí mismo
se convierte en una crítica de las condiciones sociales, micropolíticas y macropolíticas, de
las cuales no es ajeno en ninguno de los aspectos de su existencia. Para los dos autores, la
movilización del deseo implica conectar a los individuos con las relaciones de poder en un
dinamismo bidireccional, en el que las relaciones de fuerza constituyen tanto como son
constituidas por los sujetos atravesados por ellas. Aunque en Foucault parece menos clara
esta dimensión, no es posible soslayar que a lo largo de su obra se visibilizan esos actos
112 Poder, control y líneas de fuga en Foucault y Deleuze
microfísicos de resistencia por los cuales los oprimidos se han servido de las mismas
armas de los opresores (el derecho, el Estado, la soberanía, las instituciones, los discursos)
para librar sus batallas contra el poder, ya no desde su individualidad, como oponiéndose a
una exterioridad del dominio, sino desde su singularidad, desde su manera particular de
interactuar en el tejido social.
En Deleuze, la concepción de la filosofía como mecanismo de lucha contra el poder
también se escapa del orden de lo subjetivo y adquiere una dimensión política en la que
está en juego la reconfiguración de las conexiones y las conjugaciones del deseo, a través
del campo social. De ahí, la importancia del concepto de micropolítica como elemento que
permite entender cómo las luchas de las minorías tienen una legitimidad política, aunque
establezcan relaciones problemáticas con el Estado y con el sistema capitalista. En este
sentido, Deleuze y Guattari aportan elementos conceptuales para comprender la dinámica
de los que han sido llamados, desde otras ópticas, los movimientos sociales.
En ambos casos, se trata de asumir la teoría como máquina de guerra para hacerla
funcionar en las propias luchas contra el poder, puesto que estos autores no ofrecen
modelos para la acción, sino aperturas rizomáticas posibles del deseo para que cada quien,
desde su singularidad, pueda redefinir el estado de las luchas de fuerza en las que se halla
inmerso, pues la política de la representación descansa en el silencio de los representados.
Cada uno de ellos permite pensar un aspecto distinto de la práctica política y de las
relaciones de poder, cada uno visualiza una serie de mecanismos distintos que, al
conectarse, brindan una panorámica del funcionamiento del poder en las sociedades
contemporáneas y de las posibles líneas de fuga que pueden trazarse para resistir a su
funcionamiento.
Queda aún por pensar la especificidad de los movimientos sociales, para darle un
rostro político explícito a las líneas de resistencia. Queda, por supuesto, pensar los
conceptos aquí señalados en el contexto específico de nuestro tiempo y nuestro espacio,
desde nuestra específica forma de poblarlos, más allá de la repetición de la retórica
foucaultiana y deleuziana. Queda aún la tarea de hacer funcionar los conceptos,
conectarlos con una praxis específica y, en esa conexión posible, crear nuevas formas de
pensar, sentir y actuar.
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