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Pbro. Lic. Jesús Alfonso Baca Méndez.

Luis Armando Sáenz medina.

La institucionalización del amor.

Nueva situación sociológica.

A lo largo de todos los tiempos y culturas, la pareja formada por el hombre ha


estado orientada siempre hacia el matrimonio, con la intención, al mismo tiempo, de
formar una familia.

Lo más característico de nuestra situación actual ha sido precisamente la


disociación de estos tres elementos, que se habían mantenido estrechamente
vinculados: pareja, familia e institucionalización caminan a menudo por senderos
diversos que no llegan a encontrarse. La fórmula más frecuente es la unión libre.

En algunos países, una de cada tres parejas no llega a institucionalizar su amor. Y


son más todavía los que no encuentran ninguna utilidad en el compromiso civil o
religioso ni lo juzgan necesario para el éxito de su convivencia.

Cualquier tipo de vida conyugal al margen del matrimonio canónico es para el


católico una situación irregular e inaceptable. Aunque se haya dado cierta mitigación
en las penas, el concubinato no tiene ningún reconocimiento eclesiástico y es
rechazado desde una perspectiva moral.

En el fondo de todas las discusiones actuales hay una triple interrogación a la


doctrina tradicional de la iglesia: ¿Por qué la sexualidad debe ser expresión de un
amor conyugal? ¿Por qué este amor tiene que estar institucionalizado? ¿Por qué
con anterioridad a su institucionalización no son lícitas las relaciones sexuales?

La urgencia del cariño conyugal.

La razón no se debe, como es lógico, a un mayor ascetismo, sino a una experiencia


bastante común y que no deja de ser significativa: la necesidad de vincular el sexo
con una vivencia de cariño.

Como esta posibilidad es hoy más frecuente que en épocas anteriores, acudir a la
prostituta se hace menos urgente y necesario. La cosificación de una persona
resulta demasiado grosera si no existe un mínimo de afecto y cercanía. Buscar al
otro como simple instrumento de placer es un atentado que nadie se atreverá a
justificar.

La entrega plena en la comunión corporal no puede ser expresión de una simple


amistad o de una cercanía afectiva más o menos profunda, sino que requiere una
densidad amorosa que sólo se encuentra en el cariño conyugal: es decir, cuando
hacia el otro se desliza el afecto con un sentido totalizante y exclusivo, pues amar
conyugalmente significa que la otra persona se ha convertido en alguien único e
insustituible.

¿Por qué ha de vivirse el sexo con esta plenitud? ¿No puede ser también un
lenguaje entre personas amigas y compañeras?

El hijo no puede buscarse sin la estabilidad de la pareja, que posibilite el clima


necesario para su desarrollo y maduración psicológica.

Tampoco podemos olvidar que el hijo entre también en el horizonte de la pareja y


forma parte de su proyecto totalitario.

El sexo libre constituye un atentado contra la conyugalidad y destruiría esa


atmósfera necesaria para su acogida y aceptación.

Simbolismo de la entrega conyugal.

Lo que la entrega corporal expresa y produce es precisamente la conyugalidad. Es


decir, que, aunque no busque la procreación, cuando se vive a un nivel humano, es
una fuerza procreadora de amor. Por eso las relaciones extramatrimoniales se han
vivido siempre y siguen viviéndose como un atentado contra la comunión conyugal.

La herida y el dolor del adulterio no son producto exclusivo de prejuicios y tabúes,


porque se trata de algo que atenta contra la integridad del yo, al igual que la muerte
o el alejamiento de un ser querido.

Y es que, cuando el hombre y la mujer comulgan a través de sus cuerpos, están


utilizando un lenguaje de extraordinaria importancia.

Se celebra la fiesta del amor, que transforma la propia existencia, para entregarla
como ofrenda y recibir también la del otro como un regalo. El éxtasis del placer es el
sendero por el que dos corazones se juntan para repetirse de nuevo lo de siempre:
la alegría de haberse conocido, de sentirse privilegiados por un amor que los
fusiona. Son una sola carne, no porque se junten sus cuerpos, sino porque ellos
manifiestan que ya han donado el corazón.

No se puede dar, por tanto, la ofrenda del cuerpo a una persona con la que no se
comparte la vida definitivamente y para siempre. ¿Es necesario institucionalizar de
algún modo la formación de la pareja?

Los pastores y la comunidad eclesial se preocuparan por conocer tales situaciones y


sus causas concretas, ya que su existencia puede partir de factores muy diferentes.
El papa ha señalado algunos en particular: rebeldía y rechazo de todo lo
institucional: inmadurez religiosa, a todo tipo de promesa estable y para siempre:
búsqueda del placer; desprecio de la familia; perdida de ventajas económicas o
peligro de otros daños y discriminaciones; consecuencia de la ignorancia y pobreza
de muchas situaciones injustas; discreción y respeto, como él que quiere, y
ofrecerles una ayuda para regularizar su situación, el análisis ha de recoger también
otros aspectos más profundos, que ahora intentamos sintetizar.

La privatización del matrimonio.

En una sociedad solitaria y burocrática, donde sólo se busca la eficacia de la


producción y donde las relaciones humanas se superficializan de forma tan utilitaria,
el hogar aparece como uno de los pocos espacios en los que se descubre la
dimensión personal, el contacto cercano, la aceptación amorosa.

El hogar sigue siendo uno de los centros más cálidos de nuestro mundo. Esta
búsqueda de calor amoroso ha reducido aún más la función social de la familia, que
ha dejado de ser un vínculo de integración, abierto a la sociedad. Para convertirse
en un nido caliente que proteja de las amenazas exteriores.

Hay demasiada burocracia y anonimato en la vida social para que lo jurídico penetre
también en el único reducto íntimo que le queda al ser humano.

Primacía de lo afectivo sobre lo institucional.

El amor, en la convivencia común, es el drenaje para las múltiples tensiones; pero,


como se trata de un sentimiento tan personal y privado, nunca podrá apoyarse en
ninguna obligación legal, sino en la vivencia de nuestras propias emociones.

Lo importante es la intensidad de la relación afectiva. Cuando ésta se apaga o


desaparece, el compromiso jurídico es algo irrelevante y que no sirve más que para
mantener unas apariencias hipócritas.

El compromiso es mientras dure el cariño, mientras los dos estén de acuerdo y la


pasen bien. El reconocimiento y la aceptación del placer sexual alcanzan también
un enorme relieve como elementos que cohesionan a la pareja, como un motivo
extraordinario de compensación y como fuente de enriquecimiento y gratificación
personal, pero sin que suponga ningún compromiso ni sea fuente de obligación
posterior alguna.

La entrega del cuerpo no simboliza ninguna donación más estable ni un deseo de


continuidad.

Cuando el fracaso se hace presente, la única alternativa sensata es la búsqueda de


otra oportunidad, que haga posible una nueva experiencia gozosa y gratificante. Si
no cumple con este destino, la pareja pierde toda su razón de ser, y la exigencia
jurídica.

La vida en común ha de basarse exclusivamente en la voluntad libre de cada


miembro.
Dos aspectos complementarios.

Cuando un chico le dice a una chica, después de un período de conocimiento


mutuo, que la quiere como a su esposa, el significado de esa expresión está lleno
de contenido y tiene una consistencia mucho mayor que un gesto ordinario de
amistad o compañerismo.

Lo que desea manifestarle, en el fondo, es que ya se ha convertido para él en un


valor único e insustituible, del que no puede prescindir. Su vida adquiere una nueva
orientación, cuyo centro de gravedad comienza a ser “tú” de la persona amada.

Para amar conyugalmente no basta con decir: “yo te amo”; en este cariño está
incluido también “el para siempre”, pues un amor que no incluya el tiempo es porque
no se considera digno de conservarlo. Cuando los dos miembros de una pareja
dejan de ser simples amigos, es porque han descubierto que vale la pena caminar
juntos hacia el futuro.

Pensemos, como un síntoma revelador, en el sufrimiento de un amor imposible


cuando, por los motivos que sea, no puede vivirse en un clima abierto, de cara a los
demás. La clandestinidad roba al cariño una parte de su naturalidad y alegría, como
el que mantiene y oculta algo que no le pertenece.

Si lo que ellos buscan es hacer partícipes a los otros de su nacimiento y


consistencia, el compromiso jurídico manifiesta y garantiza esta misma orientación.

La dimensión social y comunitaria de la conyugalidad.

A nadie se le puede imponer un compromiso como éste, pues sería monstruoso e


imposible crear una obligación jurídica allí donde el corazón no se siente
involucrado; pero una vez que brota y es libremente aceptado, la sociedad no puede
permanecer indiferente ni en silencio ante esa situación.

Lo que dos personas realicen en la intimidad de sus vidas no tiene ninguna


trascendencia pública; pero, desde el momento en que se exigen derechos o nacen
obligaciones y responsabilidades frente a los demás, la dimensión jurídica se hace
ineludible.

El bien común se apoya en la estructura de la familia y esta comunidad primera no


puede desligarse, entonces, de sus obligaciones sociales, como si se tratara de una
realidad solitaria e independiente.
Si además desde una perspectiva religiosa, admitimos que el amor adquiere una
resonancia sacramental, ello significa que el cariño de los cónyuges participa de la
gracia que Dios ha ligado a su iglesia.

La vocación de esas personas a vivir su amor queda consagrada a través del


sacramento, que no puede ser un simple rito o un acto legal mandado por la iglesia,
sino un gesto de Jesús, que se hace presente en ese mismo amor y lo transforma
para convertirlo en símbolo de realidades trascendentes, cuyo contenido
sobrenatural supondrá también una vinculación profunda con toda la familia eclesial.

El encuentro de dos personas que mutuamente se aman y se entregan no es ya un


simple gesto humano de extraordinaria importancia para los amantes.

Desde la fe se descubre aquí una dimensión trascendente: dentro de ese cariño,


Dios se ha hecho presente y ha querido valerse de él como fuente de gracia y
amistad. El amor nunca será, pues, algo aislado y solitario dentro de la pareja
humana y cristiana.

El derecho: defensa de la conyugalidad y garantía de permanencia.

La historia del derecho matrimonial civil y eclesiástico aporta enseñanzas valiosas


para demostrarnos cómo cualquier reglamentación ha ido surgiendo con este
carácter de defensa.

Si bastara la pura manifestación del cariño realizada en la más estricta intimidad, a


fin de evitar las consecuencias que pudieran derivarse para la comunidad civil y
eclesiástica, no habría que pensar en ninguna otra reglamentación. Pero la
experiencia ha enseñado que para ello es necesario saber al menos cuándo el
compromiso matrimonial se realiza y el mínimo de condiciones indispensables para
que se convierta en una realidad pública.

Nadie es capaz de valerse por sí mismo si no encuentra un entorno que


complemente sus posibilidades.

La vida también demuestra que lo individual tiende a desaparecer, pierde eficacia y


se inclina hacia la desintegración cuando no encuentra una base que le dé
consistencia y estabilidad.

La prueba es que todo grupo, ya sea de índole política, cultural, religiosa o


deportiva, lo primero que busca, cuando nace, es su reconocimiento social y
jurídico.

Lo más importante de la conyugalidad no es ciertamente el compromiso público,


sino la vinculación amorosa que se ha ido gestando en silencio, de una manera
latente y progresiva.

El amor no es un juego o un sentimiento veleidoso, que ofrece una fidelidad para


romperla de nuevo al menor inconveniente. Antes de otorgar un sí tan
comprometido, hay que pensarlo mucho, y su dimensión jurídica es una invitación a
ello.

Una invitación a superarse.

Ese nosotros, que se abre al futuro con la ilusión de una permanencia indefinida,
está sometido a las presiones del tiempo, cambios psicológicos, crisis y dificultades
por las que hay que atravesar sin remedio.

La relación humana se hace en ocasiones una historia vacilante, y nadie está


seguro de no sentirse afectado algún día por esas inquietudes.

Los conflictos, en proporción diferente según las situaciones y las personas, forman
parte del ser matrimonial, y su existencia tiene un significado análogo a la crisis de
maduración y crecimiento de cualquier persona.

La ley está al servicio del amor, como su confirmación, signo y garantía, y lo


acompaña como un recuerdo y estímulo para que progrese y madure. Si, a pesar de
todo, el amor muere, la ley no podrá ser su asesino, pues sólo estaba para su
defensa y protección.

Si hay algún peligro en la institucionalización, es el de sentirse asegurado en exceso


y dormirse amparado por ella, olvidando que el amor es una recreación y un
nacimiento constante, que sólo puede efectuarse desde el corazón y no en virtud de
fuerza legal alguna.

El miedo a un compromiso definitivo.

El rechazo y la crítica que hoy despierta en muchos, sin negar su objetividad en


algunos aspectos, podrían tener otras raíces más ocultas y generalizadas: el miedo
al compromiso.

Vivimos en una sociedad en que la ruptura de un compromiso no constituye ya un


abandono o una traición: al contrario, aparece más bien como un gesto de valentía y
coraje para romper con todo lo anterior, que ahora se vive como una carga pesada e
impuesta.

La persona libre no se deja encadenar por el pasado, como tampoco debe cerrarse
a un futuro inédito y desconocido, excluyendo otras posibilidades que ignora en el
momento actual de su compromiso.
Lo único importante es la fidelidad al tiempo presente que ahora tiene entre manos y
del que puede disfrutar.

Si este ambiente se respira en nuestro mundo actual, la institucionalización del amor


aparece como un absurdo, ya que no se valora el compromiso jurídico. Tal vez el
cariño pueda durar toda la vida y, a lo mejor, se piensa con nostalgia e ilusión en
semejante posibilidad; pero, si algún día se quiebra, por su naturaleza tan frágil, no
debe nacer la rabia, ni su fracaso debe provocar una herida al psiquismo.

El compromiso es lo que da sentido a la vida y evita el absurdo turismo del que


simplemente se echa a andar, sin ningún itinerario por delante. Y hoy se habla
mucho de la importancia del amor, pero se trabaja mucho menos para mantenerlo a
lo largo del camino.

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