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CRISTO REY
INICIO
(Lecturas de Misioneras)
(C) Señor Jesús, bendito y alabado seas en Santísimo Sacramento del Altar,
deseamos hoy adorarte como el Rey que eres de nuestras vidas, Rey Eterno y
Universal. Agradecerte por este difícil año que finaliza pero que sin embargo ha
logrado unirnos más a ti, aumentando nuestra fe y fortaleciendo nuestra
confianza. Gracias Señor, siendo Divinidad, Rey de Reyes, quisiste compartir
nuestra humanidad, herida por el pecado, cargarla sobre ti y abrir así el camino
de nuestra salvación eterna. Permite Señor hoy rendirte un humilde homenaje,
sincero y lleno de amor, agradeciéndote, los que estamos aquí y los que están
ante tu altar en adoración en todas las partes del mundo, por tu infinita bondad y
cercanía permanente con nosotros. Invoquemos hermanos al Espíritu Santo para
dar inicio a esta hora de adoración a Cristo Rey del Universo.
(R) “Salve Rey de los cielos y tierra, Cristo Jesús, cariñoso Pastor. / Oye la
voz amorosa y vibrante que hoy te eleva mi canto de amor. / Salve Rey de
los ángeles fieles, de Confesores luz y sostén. / Dame la gracia de seguirte
siempre hasta estar feliz en el Edén.”
I. ( )
Canto
(Música instrumental muy baja que no compita con la voz hasta que termina la
oración y un poquito más)
II. ( )
Nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio
(R) Lectura del Evangelio según San Juan (18, 33-37; 19,19)
Canto
III.- ( )
IV.- ( )
(R) “Oh príncipe absoluto de los siglos, oh Jesucristo, Rey de las naciones:
te confesamos árbitro supremo de las mentes y de los corazones. / En la
tierra te adoran los mortales y los santos te alaban en el cielo, / unidos a sus
voces te aclamamos proclamándote ¡Rey del Universo!.”
(Música instrumental)
(C) Sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin
que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos
personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. El Evangelio de
san Lucas presenta, como en un gran cuadro, la realeza de Jesús en el momento
de la crucifixión. Los personajes allí presentes nos ayudarán en esta meditación.
Además de Jesús, aparecen tres figuras: 1) el pueblo que mira, 2) el grupo que se
encuentra cerca de la cruz y 3) un malhechor crucificado junto a Jesús.
En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35):
ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo está lejos, observando
qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba
entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la
vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la
tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el
escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se
prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y
hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está
llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los
días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a
Jesús con mi vida?».
Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo,
los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la
misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (cf. Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor
que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo (cf. Lc 4,1-13), para
que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del
mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder
y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo»,
no a los otros, sino a ti mismo. Que prevalezca el “yo” con su fuerza, con su
gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible. Pero ante este ataque al propio
modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de
convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando,
Canto
( )
V.- (C) La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de
Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de
nuestro afán en la vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que
Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las
sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo
en el que reine el amor, la paz, la justicia y la salvación eterna de todos los
hombres. Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo
mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz
profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
Letanías a Cristo Rey del Universo (nos podemos poner de pie o de rodillas)
Veneramos, oh Jesús, vuestro reino eterno que poseéis como Hijo de Rey
Eterno, igual en todo al Padre en majestad, omnipotencia y gloria. Vuestros son
los cielos y vuestra es la tierra. Vos creasteis al universo y cuanto existe. Todas
las cosas fueron hechas por TI y sin TI nada se hizo de cuanto se ha creado. El
orbe entero es vuestro y Tú reinaras de mar en mar, hasta los últimos confines de
la tierra.
-Cristo óyenos,
Cristo óyenos,
-Cristo escúchanos
Cristo escúchanos
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Ten misericordia de
nosotros.
Ten misericordia de nosotros.
Oración.
Omnipotente y sempiterno Dios, que en vuestro amado Hijo, Rey del universo,
resolvisteis renovar todas las cosas, conceded benignamente que todos los
hombres pecadores se sujeten a su suave yugo y dominio, quien vive y reina con
Vos por los siglos de los siglos. Amén.
(C) 1 Padre Nuestro, 1 Ave María 1 Gloria
CANTO
( )
Señor, sé Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Ti, sino
también de los pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a
la casa paterna porque no perezcan de hambre y de miseria.
Sé Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia,
viven separados de Ti; devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de
la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.