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Evangelio según Juan

Juan es sin duda el último de los evangelios canónicos, de fecha bastante


más tardía que los sinópticos. En él, los milagros no son presentados como tales
sino como «signos», es decir, gestos que tienen una significación más profunda:
revelar la gloria de Jesús (ver Rivas, L. H., El Evangelio de Juan). La hipótesis
elaborada por Rudolf Bultmann (Das Evangelium des Johannes, 1941) postula que
el autor de este evangelio tuvo a su disposición una fuente, oral o escrita, sobre los
«signos» de Cristo, independiente de los evangelios sinópticos, que ha sido
denominada Evangelio de los Signos, cuya existencia es meramente hipotética.

Autoría de los evangelios canónicos


Tradicionalmente se atribuye la autoría de los evangelios a Mateo, apóstol
de Jesús, a Marcos discípulo de Pedro, a Lucas, médico de origen sirio discípulo de
Pablo de Tarso y a Juan, apóstol de Jesús. Sin embargo, hasta hoy no ha sido
determinada aún la autoría real de cada evangelio.
En el seno de la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano II en su Constitución
Dei Verbum señaló que «la Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro
evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por
mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones
apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el
evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan».

Fechas de los evangelios canónicos


No hay información acerca de las fechas exactas en que fueron redactados.
La mayoría de los expertos considera que los evangelios canónicos fueron
redactados en la segunda mitad del siglo I d. C., alrededor de medio siglo después
de la desaparición de Jesús de Nazaret, aunque muchos expertos consideran que
fueron redactados antes de la destrucción del Templo de Jerusalén (p. ej. J.A.T.
Robinson en su libro Redating the New Testament, J. Carrón García y J. M. García
Pérez en su obra ¿Cuándo fueron escritos los evangelios?, entre otros).
También existe una minoría que propone que los evangelios fueron
redactados tras la destrucción definitiva de Jerusalén durante el reinado de Adriano.
Raymond E. Brown, en su libro An Introduction to the New Testament, considera
que las fechas más aceptadas son:

• Marcos: c. 68-73.
• Mateo: c. 70-100 (aunque algunos autores, que no aceptan la prioridad de
Marcos, sitúan su redacción en una fecha anterior al año 70).
• Lucas: c. 80-100 (una mayoría de estudiosos lo data en torno al años 85).
• Juan: c. 90-110 (fecha propuesta por C. K. Barrett; R. E. Brown no ofrece una
fecha consensuada para el evangelio de Juan).
Estas fechas están basadas en el análisis de los textos y su relación con otras
fuentes.
En cuanto a la información que nos proporciona la arqueología, dejando
aparte el papiro 7Q5 del que no se conoce el contexto, el manuscrito más antiguo
de los evangelios canónicos es el llamado papiro P52, el cual contiene una breve
sección del evangelio de Juan (Juan 18: 31-33,37-38). Según los papirólogos, y
sobre la base del estilo adriánico de escritura, dataría de la primera mitad del siglo
II, aunque no existe consenso total acerca de la fecha exacta. De todos modos, el
lapso que separa la fecha de redacción tentativa del manuscrito original de Juan
respecto de la del papiro P52, considerado la copia sobreviviente más antigua, es
extraordinariamente breve, si se compara con la de otros manuscritos de la
antigüedad preservados. Y esto se constata —en menor grado— en todos los
evangelios cuyas copias más antiguas guardan menos de un siglo de diferencia
respecto de la fecha estimada de redacción de sus originales.
María de Jesús de Ágreda (1602-1665), abadesa del convento de las Madres
Concepcionistas de Ágreda, Soria, venerable de la Iglesia Católica, por revelación
privada dio a conocer que Mateo el Evangelista habría escrito estando en Judea en
lengua hebrea, el año cuarenta y dos del nacimiento de Jesucristo, a nueve años
de su resurrección. Marcos el Evangelista lo habría hecho cuatro años más tarde,
es decir, en el año cuarenta y seis, también en lengua hebrea, en Palestina. Lucas
el Evangelista habría escrito en lengua griega en Acaya, Grecia; lo habría hecho
dos años más tarde, es decir, a quince años de la muerte y resurrección de Jesús
de Nazaret, y Juan el Evangelista a veinticinco años, en el año cincuenta y ocho
estando en Asia Menor, Anatolia, Turquía. En cualquier caso, no se conserva ningún
escrito neotestamentario redactado en arameo, sino que todos los que se conservan
están en griego koiné.

Armonización y concordismo

La «armonización» fue un recurso utilizado cuando se buscaba la forma de


«forzar» textos de los evangelios que parecen contradecirse o que no están
totalmente de acuerdo entre sí, para que parezca que expresan lo mismo. De allí el
nombre de «problema armónico», con el que se refería la dificultad para reunir los
cuatro relatos evangélicos en uno solo.21
Uno de los ejemplos más famosos fue el «Diatéssaron», nombre griego que
se podría traducir como «formado por cuatro». Se trata de una obra griega escrita
entre los años 165 y 170 por el autor sirio Taciano, que consiste en un solo evangelio
compuesto con elementos tomados de los cuatro evangelios canónicos, y
posiblemente también de alguna fuente apócrifa. Taciano eliminó las repeticiones y
armonizó los textos para ocultar las posibles discrepancias que se encuentran en
los evangelios.
Esa obra tuvo mucha popularidad en la Iglesia de lengua aramea, hasta llegar
a convertirse en el evangelio de las Iglesias de Siria. Efrén de Siria (306-373)
escribió un comentario al Diatéssaron que se conserva en la actualidad. Pero por
las armonizaciones y omisiones, la obra de Taciano no refleja fielmente el texto de
los evangelios. Por otra parte, al mostrar un evangelio «único», no permite ver el
mensaje propio que ofrece cada uno de los evangelistas. Por esa razón, se ordenó
en el siglo V que se volvieran a leer los evangelios por separado.
El «concordismo» fue otro recurso que se utilizó cuando ciertos textos
bíblicos en general, que reflejan conceptos científicos de épocas en las que las
ciencias estaban mucho menos desarrolladas, son presentados de manera forzada
para que expresen lo mismo que dice la ciencia en la actualidad.
Estos recursos, utilizados en otros tiempos con cierta frecuencia hasta llegar
a ser populares, han sido dejados totalmente de lado en la actualidad. Los
evangelios recogen las predicaciones apostólicas que se desarrollaron a partir de la
persona de Jesús de Nazaret, y su finalidad se vincula al anuncio de la salvación,
no a la proclamación de verdades científicas en general. Esto no impide que los
evangelios puedan ser analizados además como cualquier material antiguo (crítica
histórico-literaria, crítica textual, etc.), pero el objetivo de su redacción se sitúa en
otro plano.

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