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Análisis del episodio 1 (segunda parte): Agón entre Edipo y Tiresias

Extractado de studylib.es/doc/296395/resumen-edipo-rey---preuniversitario--ciudad-de-san-felipe y adaptado a la traducción de Alamillo

Al llegar Tiresias, Edipo rogará por su ayuda de la misma manera que el Sacerdote le
rogó a él en el Prólogo, realizando un captatio benevolentiae (“a ti te reconocemos como
único defensor y salvador”) y apelando tanto al plano individual (“sálvate a ti mismo”) como al
colectivo (“Que un hombre preste servicio con los medios de que dispone y es capaz, es la más
bella de las tareas”). Nuevamente se ve la importancia que tiene dentro de la obra el lugar que
se ocupa en la sociedad.

Tiresias se lamenta de su don, en tanto puede ver el destino, mas no cambiarlo. En la


concepción griega, el destino es externo al hombre y más poderoso que éste; es, incluso, más
poderoso que los mismos dioses. Cada paso que Edipo ha dado para escapar a su destino sólo
lo ha acercado más a él. Tiresias sabe esto y conoce cómo ha de caer Edipo; por lo tanto, no
tiene sentido que hable, pues sólo traerá más dolor al rey y a sí mismo. Ante la negativa, Edipo
nuevamente hace énfasis en el deber de Tiresias como parte de un grupo (“No hablas con
justicia ni benevolencia para la ciudad que te alimentó”); cuando el silencio de Tiresias se
mantiene, Edipo redobla la súplica (“te lo pedimos todos los que estamos aquí como
suplicantes”).

La respuesta de Tiresias contiene el primer indicador directo de que Edipo es la causa de


la tragedia (“Yo nunca revelaré mis desgracias, por no decir las tuyas”. En este punto Edipo cae
en el até, en la ceguera trágica, pues no logra ver esta sutil pista. En cambio, apela a su
razonamiento: si Tiresias no habla, la ciudad caerá; por lo tanto, el silencio de adivino indica el
deseo de que la ciudad caiga: aquel que actúa en contra de su ciudad es un traidor. Esta línea
lógica es, desde el punto de vista de Edipo, impecable: no falla su razón, pero su ignorancia de
los hechos lo hacen llegar a conclusiones falsas que él, en su soberbia, toma como verdaderas,
por lo que acusa directamente a Tiresias de traidor: “¿Sabiéndolo no hablarás, sino que
piensas traicionarnos y destruir la ciudad”?

Nuevamente Tiresias señala sutilmente que la causa es Edipo (“Yo no quiero afligirme a
mí mismo ni a ti”). Y, nuevamente, la ceguera trágica de Edipo le impide percibir la sugerencia.
Es aquí donde se empieza a percibir una falla secundaria en Edipo, que hasta ahora no había
aparecido en el texto (mas sí en la historia que lo precede): sus tendencias violentas, su
facilidad para la ira, que causó la muerte de Layo y cuatro de sus acompañantes; Tiresias nota
esto y se lo hace notar (“Me has reprochado mi obstinación y no ves la que igualmente hay en
ti”). El adivino se mantiene en silencio, negándose a hablar, y Edipo arroja una nueva
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acusación, también producto de su racionalidad: “Has de saber que parece que tú has ayudado
a maquinar el crimen y lo has llevado a cabo en lo que no ha sido darle muerte con tus
manos”. El silencio de Tiresias le resulta sospechoso, y concluye que, si tiene algo que ocultar,
debe ser porque el mismo adivino estuvo involucrado en el asesinato de Layo. Nuevamente, el
razonamiento no es incorrecto, pero la falta de información es lo que lo lleva a una conclusión
equivocada.

Ante esta acusación, Tiresias dice directamente la verdad: “tú eres el azote impuro de
esta tierra”. La ceguera de Edipo es aquí evidente, en tanto descarta la acusación como un
producto de la “desvergüenza”. En ningún momento considera que pueda haber verdad, y que
sus razonamientos pueden ser erróneos. Luego de intercambio alterado en el que Edipo exige
que Tiresias repita lo que ha dicho, el adivino revela la verdad de forma inequívoca: “Afirmo
que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando”. Edipo descarta
nuevamente la verdad, tachándola de “insultos”. Incluso cuando Tiresias denuncia otra
verdad, agregando información crucial (“Afirmo que tú has estado conviviendo muy
vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos”), Edipo descarta el dato sin
siquiera considerarlo: “¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciéndome alegremente esto?”;
de hecho, lo ha descartado antes de escucharlo: “Di cuanto gustes, que en vano será dicho”.

He aquí la gran paradoja de este episodio: el ciego es el que puede ver la verdad; el que
puede ver está ciego a ella. Edipo resalta la ceguera del anciano, y lo acusa de ser “ciego de los
oídos, de la mente y de la vista”. Tiresias, que al igual que el público conoce el desenlace de la
historia, destaca la ironía trágica del dicho: “Eres digno de lástima por echarme en cara cosas
que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto”. Edipo lleva la ironía a un nivel simbólico al
afirmar que él puede ver la luz; la luz es un símbolo de la verdad, la razón y el conocimiento. Es
Edipo quien, en realidad está en la oscuridad de la ignorancia.

Esta ignorancia llevará a Edipo a realizar un nuevo razonamiento: Tiresias es un traidor,


y ha sido Creón quien ha sugerido su ayuda; por lo tanto, es lógico que Creón sea, también un
traidor. Inmediatamente convencido de la verdad de su intelecto, Edipo se lamenta ante la
traición de su cuñado y amigo, y agrega una nueva acusación: Tiresias es un farsante, y no
tiene el don de la adivinación, puesto que no pudo salvar a la ciudad de las adivinanzas
terribles de la Esfinge. Su soberbia intelectual sale a relucir más que nunca: “Y yo, Edipo, el que
nada sabía, llegué y la hice callar (a la esfinge) consiguiéndolo por mi habilidad”, así como sus
tendencias violentas: “Y si no te hubieses hecho valer por ser un anciano, hubieras conocido
con sufrimientos qué tipo de sabiduría tienes” El rey sabio y justo comienza a comportarse

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como un tirano ignorante, y el Coro se sorprende, interviniendo y descartando todo lo dicho
como el producto de la ira.

Tiresias, en cambio, reclama su derecho a réplica (isagoría), ya que él obedece a Loxias


(Apolo) y no está sometido a Edipo. Destaca la ironía presente en todo el episodio: “me has
echado en cara que soy ciego, y aunque tú tienes vista, no ves en qué grado de desgracia te
encuentras ni dónde habitas ni con quiénes transcurre tu vida”. En este parlamento, Tiresias
revela toda la verdad, y su tono adquiere un matiz de lástima, el matrimonio de Edipo y
Yocasta es en realidad un paso más hacia el destino terrible. Una vez más, Edipo no escucha
las palabras del adivino, y el encadenamiento de preguntas delata su alteración.

Ante la reacción de Edipo, Tiresias intenta obtener finalmente su atención mencionando


su parentesco; tema de especial importancia para Edipo (“...para los padres que te
engendraron era juicioso”). Ante la pregunta de Edipo, Tiresias responde “Este día te
engendrará y te destruirá”: he aquí otra paradoja. Edipo finalmente descubrirá su verdadero
parentesco, pero en ese descubrimiento está la verdad que lo llevará a su perdición y su
autocastigo. Edipo, en su ceguera, no comprende la verdad en estas palabras y las clasificas
como enigmáticas y oscuras. Tiresias, entonces, destacará una segunda paradoja: la
inteligencia de Edipo, su principal orgullo, es parcialmente el origen del castigo divino, del
incesto y de la caída: “Esa fortuna, en cambio, te hizo perecer”.

Tiresias se retira, y Edipo da una nueva muestra de su ceguera al expresar su alivio:


culpa a Tiresias de su angustia, y afirma: “una vez que tú Tiresias estés fuera, puede ser que no
me atormentes más”. No considera lo que Tiresias ha dicho: que él mismo es la causa de su
sufrimiento.

En el parlamento final, Tiresias realiza una última apelación: reitera lo dicho de forma
directa (“será manifiesto que él mismo es, a la vez, hermano y padre de sus propios hijos, hijo
y esposo de la mujer que nació… así como asesino de su padre”) y vaticina lo que vendrá:
“Ciego, cuando antes tenía vista, y pobre, en lugar de rico, se trasladará a tierra extraña
tanteando el camino con un bastón.”. Tiresias, como el público, es el que puede ver la caída
trágica, pero, igual que el público, no puede hacer nada para evitarla y siente compasión y
terror, lo cual lo lleva a apelar a la inteligencia de Edipo: “Entra y reflexiona sobre esto, y si me
coges en mentira, di que yo ya no tengo razón en el arte adivinatorio”. Tiresias sabe que Edipo
efectivamente no puede demostrar que haya falsedad en sus palabras, y espera que esto lo
mueva hacia la luz; pero todo es en vano y el destino es inevitable. Cuando Edipo finalmente
se reconozca y sepa quién es verdaderamente (anagnórisis), ya será demasiado tarde.
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