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Al llegar Tiresias, Edipo rogará por su ayuda de la misma manera que el Sacerdote le
rogó a él en el Prólogo, realizando un captatio benevolentiae (“a ti te reconocemos como
único defensor y salvador”) y apelando tanto al plano individual (“sálvate a ti mismo”) como al
colectivo (“Que un hombre preste servicio con los medios de que dispone y es capaz, es la más
bella de las tareas”). Nuevamente se ve la importancia que tiene dentro de la obra el lugar que
se ocupa en la sociedad.
Nuevamente Tiresias señala sutilmente que la causa es Edipo (“Yo no quiero afligirme a
mí mismo ni a ti”). Y, nuevamente, la ceguera trágica de Edipo le impide percibir la sugerencia.
Es aquí donde se empieza a percibir una falla secundaria en Edipo, que hasta ahora no había
aparecido en el texto (mas sí en la historia que lo precede): sus tendencias violentas, su
facilidad para la ira, que causó la muerte de Layo y cuatro de sus acompañantes; Tiresias nota
esto y se lo hace notar (“Me has reprochado mi obstinación y no ves la que igualmente hay en
ti”). El adivino se mantiene en silencio, negándose a hablar, y Edipo arroja una nueva
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acusación, también producto de su racionalidad: “Has de saber que parece que tú has ayudado
a maquinar el crimen y lo has llevado a cabo en lo que no ha sido darle muerte con tus
manos”. El silencio de Tiresias le resulta sospechoso, y concluye que, si tiene algo que ocultar,
debe ser porque el mismo adivino estuvo involucrado en el asesinato de Layo. Nuevamente, el
razonamiento no es incorrecto, pero la falta de información es lo que lo lleva a una conclusión
equivocada.
Ante esta acusación, Tiresias dice directamente la verdad: “tú eres el azote impuro de
esta tierra”. La ceguera de Edipo es aquí evidente, en tanto descarta la acusación como un
producto de la “desvergüenza”. En ningún momento considera que pueda haber verdad, y que
sus razonamientos pueden ser erróneos. Luego de intercambio alterado en el que Edipo exige
que Tiresias repita lo que ha dicho, el adivino revela la verdad de forma inequívoca: “Afirmo
que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando”. Edipo descarta
nuevamente la verdad, tachándola de “insultos”. Incluso cuando Tiresias denuncia otra
verdad, agregando información crucial (“Afirmo que tú has estado conviviendo muy
vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos”), Edipo descarta el dato sin
siquiera considerarlo: “¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciéndome alegremente esto?”;
de hecho, lo ha descartado antes de escucharlo: “Di cuanto gustes, que en vano será dicho”.
He aquí la gran paradoja de este episodio: el ciego es el que puede ver la verdad; el que
puede ver está ciego a ella. Edipo resalta la ceguera del anciano, y lo acusa de ser “ciego de los
oídos, de la mente y de la vista”. Tiresias, que al igual que el público conoce el desenlace de la
historia, destaca la ironía trágica del dicho: “Eres digno de lástima por echarme en cara cosas
que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto”. Edipo lleva la ironía a un nivel simbólico al
afirmar que él puede ver la luz; la luz es un símbolo de la verdad, la razón y el conocimiento. Es
Edipo quien, en realidad está en la oscuridad de la ignorancia.
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como un tirano ignorante, y el Coro se sorprende, interviniendo y descartando todo lo dicho
como el producto de la ira.
En el parlamento final, Tiresias realiza una última apelación: reitera lo dicho de forma
directa (“será manifiesto que él mismo es, a la vez, hermano y padre de sus propios hijos, hijo
y esposo de la mujer que nació… así como asesino de su padre”) y vaticina lo que vendrá:
“Ciego, cuando antes tenía vista, y pobre, en lugar de rico, se trasladará a tierra extraña
tanteando el camino con un bastón.”. Tiresias, como el público, es el que puede ver la caída
trágica, pero, igual que el público, no puede hacer nada para evitarla y siente compasión y
terror, lo cual lo lleva a apelar a la inteligencia de Edipo: “Entra y reflexiona sobre esto, y si me
coges en mentira, di que yo ya no tengo razón en el arte adivinatorio”. Tiresias sabe que Edipo
efectivamente no puede demostrar que haya falsedad en sus palabras, y espera que esto lo
mueva hacia la luz; pero todo es en vano y el destino es inevitable. Cuando Edipo finalmente
se reconozca y sepa quién es verdaderamente (anagnórisis), ya será demasiado tarde.
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