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Violencia Sexual en La Guerra y La Paz.
Violencia Sexual en La Guerra y La Paz.
Jelke.boesten@kcl.ac.uk
Traducido
con
permission
de
Palgrave.
Original:
Sexual
Violence
during
War
and
Peace/
Gender,
Power
and
Postconflict
Justice.
Palgrave
Studies
of
the
Americas
Series,
2014.
Traductor:
1
2
Agradecimientos ..................................................................................................................... 4
1:
Introducción
...............................................................................................................
7
2:
Violencia
sexual
en
el
conflicto
armado
....................................................................
34
3:
La
reproducción
de
las
desigualdades
.......................................................................
70
4:
Justicia
transicional,
verdades
y
narrativas
de
violencia
...........................................
106
5:
Impunidad
..............................................................................................................
145
6:
La
violencia
en
periodos
de
paz
...............................................................................
178
7:
Violencia
sexual
y
justicia
pos-‐conflicto
...................................................................
214
Bibliography
........................................................................................................................
237
3
Agradecimientos
Este
libro
está
inspirado
en
las
preguntas
de
Elizabeth
Stanko
referidas
a
los
significados
de
la
violencia.
La
noción
de
los
actos
que
tienen
el
mismo
grado
de
violencia
pueden
diferir
bastante
en
su
significado
social,
en
consecuencias
y
respuestas.
Esto
me
llevó
a
pensar
sobre
cómo
la
violencia
sexual
en
los
llamados
tiempos
de
guerra
y
paz
son
entendidos
de
maneras
diferentes,
y,
si
es
así,
cómo
significados
diferenciados
afectan
las
respuestas
estatales
y
de
la
sociedad
ante
esa
violencia.
Definiciones
y
entendimientos
de
que
es
la
violencia
cambia
con
el
tiempo,
y
puede
diferenciarse
según
la
geografía
y
los
contextos
sociopolíticos
y
culturales,
formando
cómo
individuos,
familias,
y
comunidades
hacen
sentido
de
sus
experiencias.
Este
libro
es
una
reflexión
sobre
estas
preguntas,
lamentablemente
no
hay
una
respuesta.
Lo
que
sí
pretendo
es
aproximarme
a
una
respuesta
a
la
pregunta
qué
significa
la
violencia
sexual
en
términos
sociopolíticos
en
tiempos
de
paz
y
de
guerra,
por
medio
de
una
investigación
de
testimonios
de
esa
violencia,
y
el
vínculo
con
los
procesos
de
justicia
posconflicto.
Durante
estos
años
de
investigación,
muchas
personas
han
sido
sumamente
pacientes
conmigo.
Han
compartido
sus
conocimientos,
sus
documentos
y
sus
ideas
en
intercambios
provechosos,
agradables
y
llenos
de
esperanza
por
la
lucha
de
un
mundo
mejor.
En
el
proceso
han
surgido
muchas
amistades.
Gloria
Cano,
cuyo
compromiso
con
la
defensa
de
los
derechos
humanos
sostiene
la
esperanza
en
la
justicia
para
muchos
peruanos,
ha
compartido
sus
conocimientos
generosamente
y
durante
muchos
años.
De
igual
manera,
Julissa
Mantilla
ha
sido
honesta,
generosa
e
inspiradora:
su
dedicación
y
pasión
por
la
justicia
de
género
es
admirable.
Narda
Henríquez
ha
sido
importante
para
mi
trabajo
desde
que
llegué
a
Perú
para
estudiar
género
y
políticas
sociales
a
comienzos
del
2000;
le
agradezco
por
ser
siempre
crítica
y
por
mantener
la
amistad.
Muchos
otros
han
compartido
su
sabiduría
y
su
trabajo,
por
lo
que
les
estoy
sumamente
agradecida:
Yuber
Alarcón,
Nélida
Baca,
Ruth
Borja,
Gustavo
Campo,
Rosalía
Chauca,
Mercedes
Crisóstomo,
Paula
Escribens,
Vladimiro
Hurtado,
Daniel
Manrique,
Nelson
Manrique,
Nelly
Mejía,
Liz
Meléndez,
Liliana
Pañizo
Muñoz,
Victoria
Oviedo,
Jairo
Rivas,
Carlos
Rivera,
Rocío
Silva
Santisteban,
David
Sulmont
y
Blanca
Zanabria.
También
quiero
extender
mi
gratitud
a
todas
las
personas
que
trabajan
en
las
instituciones
estatales
y
no
gubermentales
en
Huanta,
San
Miguel,
Huamanga
y
Lima
que
no
menciono
aquí,
pero
que
también
han
compartido
conmigo
sus
ideas
y
su
experiencia
profesional
en
relación
a
la
violencia
contra
las
mujeres.
CEPRODEP-‐Ayacucho
ayudó
a
entrevistar
hombres
acusados
de
violencia
doméstica
en
la
región
y
Betsy
Flores
Sandoval
ayudó
a
investigar
el
sistema
estatal
contra
la
violencia
familiar
en
Lima.
Además
de
ser
una
buena
investigadora,
Betsy
es
la
profesional
que
cada
zona
merece.
Su
preocupación
y
su
práctica
va
más
allá
de
su
trabajo
diario
como
psicóloga
forense
en
los
barrios
de
Lima.
Recibí
fondos
para
investigación
de
la
Academia
Británica
y
de
la
Fundación
Nuffield
y
una
beca
para
escribir
del
Instituto
de
Paz
de
Estados
Unidos
(USIP).
Al
USIP
de
Washington
debo
agradecer
a
mis
colegas
en
el
programa
de
becas
Jennings
Randolph
del
2011-‐12;
a
Kathleen
Kuehnast,
directora
del
Centro
de
Género
y
Paz
y
a
Chantal
de
Jonge
Oudraadt
de
4
SIPRI-‐América
del
Norte.
El
Centro
de
Derechos
Humanos
de
la
Universidad
de
Londres
me
otorgó
una
beca
de
investigación
en
el
verano
de
2012
y
el
Instituto
de
las
Américas
en
el
Colegio
Universitario
de
Londres
(UCL)
me
subvencionó
con
un
semestre
para
escribir
en
su
instituto.
Allí
agradezco
a
Maxine
Molyneux
por
el
apoyo
profesional
y
la
confianza
que
ha
mostrado
a
mi
trabajo
desde
hace
muchos
años.
Varias
de
las
ideas
en
este
libro
fueron
presentadas
y
discutidas
en
conferencias
como
la
de
la
Sociedad
de
Estudios
de
América
Latina,
la
de
la
Asociación
de
Estudios
de
América
Latina,
la
de
la
Asociación
Americana
de
Antropología
y
la
del
Congreso
Internacional
de
Americanistas,
además
en
talleres
en
universidades
de
punto
a
cabo.
Tengo
que
agradecer
a
todos
y
todas
que
en
estas
ocasiones
con
sus
preguntas
a
discusiones
pertinentes
me
ayudaron
a
pensar
críticamente.
En
muchos
de
estos
eventos,
Kimberly
Theidon
ha
sido
un
apoyo
e
inspiración;
te
agradezco
mucho
por
eso.
Jo-‐Marie
Burt
y
Cristina
Alcalde
comentaron
todo
el
texto
antes
de
su
publicación
en
ingles,
por
lo
cual
sin
duda
mejoró
el
manuscrito,
las
agradezco
mucho.
El
premio
Flora
Tristán
de
la
Asociación
de
Estudios
de
América
Latina-‐
Sección
Perú,
otorgado
en
Mayo
2015
en
Puerto
Rico
para
este
libro,
comprueba
el
apoyo
de
la
comunidad
de
académicos
peruanos
y
peruanistas
para
pensar
críticamente
en
lo
que
ha
pasado
durante
los
años
del
conflicto
armado,
además
de
pensar
qué
hacer
para
que
haya
una
justicia
más
transformatoria
para
las
mujeres.
Tambien
quisiera
agradecer
a
las
personas
cercanas
para
su
apoyo
mental
y
practica
durante
estos
años
que
me
tomó
terminar
este
proyecto.
Yolanda
de
Echave
siempre
ha
sido
lectora
agradecida,
además
de
ser
abuela
de
nuestro
hijo
Seba,
y
apoyo
imperdible
para
nosotros.
Mis
padres
Henny
van
Vliet
y
Arnoud
Boesten
han
sido
pacientes
con
nuestra
vida
itinerante.
Rafael
Drinot
se
ha
pasado
traduciendo
este
libro
de
ingles
a
castellano.
No
pude
desear
mejor
traductor
profesional,
que
además
supo
mejorar
el
libro
con
comentarios
editoriales
sumamente
valerosos.
Esta
versión
en
castellano
existe
gracias
a
ti.
No
hay
manera
suficiente
para
agradecerte.
En
adición,
justo
cuando
salió
el
libro
en
ingles
en
abril
de
2014,
conocí
a
Alejandra
Ballón,
quien
propuso
publicar
el
libro
en
esta
serie
de
la
Biblioteca
Nacional
del
Perú.
Gracias
a
ella
y
a
Ramón
Mujica,
director
nacional
de
la
Biblioteca
Nacional
del
Perú
y
editor
de
la
serie,
por
valorar
el
tema
y
el
libro.
Paulo
Drinot
ha
sido
mi
fortaleza
de
siempre:
te
agradezco
por
el
escepticismo
eterno
y
la
precisión
crítica
que
mantienes,
y
por
tu
paciencia
en
leer
capítulos
y
artículos
una
y
otra
5
vez.
Tus
comentarios
han
mejorado
todo
este
trabajo.
Por
suerte,
eso
solo
es
una
adición
a
la
vida
y
el
amor
de
cada
día.
Por
último,
este
libro
está
dedicado
a
todas
las
sobrevivientes
de
la
violencia
sexual,
sean
las
que
sufrieron
esa
violencia
durante
el
conflicto
armado,
antes
o
después,
perpetrado
por
un
soldado,
un
terrorista
o
su
pareja.
Que
la
justicia,
en
la
forma
que
usted
la
desea,
algún
día
sea
alcanzada.
6
1:
Introducción
A
inicios
de
mayo
de
1989,
los
militantes
de
Sendero
Luminoso
entraron
a
una
remota
comunidad
del
departamento
de
Apurímac,
en
los
Andes
surcentrales
del
Perú.
Los
terroristas
capturaron
a
varios
y
varias
jóvenes,
entre
ellos
a
Cecilia
y
su
hermana
menor.
Los
llevaron
a
un
campamento
secreto.
Varias
semanas
más
tarde,
en
una
confrontación
armada
entre
los
militares
y
Sendero
Luminoso,
Cecilia
y
varios
otros
fueron
detenidos
y
llevados
a
una
base
militar.
Cecilia
insistió
en
conocer
el
paradero
de
su
hermana,
pero
los
soldados
la
ignoraron.
Un
capitán
llevó
a
Cecilia
dentro
de
la
base,
en
donde
le
lanzó
partes
de
cuerpos,
brazos,
cabezas
y
pies
humanos,
amenazando
con
matarla
y
cortarla
en
pedazos
si
no
cesaba
de
hacer
preguntas.
Le
dijo
que
la
cortaría
si
no
se
desvestía,
lo
que
hizo
inmediatamente.
Luego
la
violó.
Más
tarde,
otro
oficial
de
la
misma
base,
le
prometió
a
Cecilia
hallar
a
su
hermana
a
cambio
de
sexo.
Cecilia
sucumbió.
Como
resultado
de
esta
violación,
concibió
un
bebé,
que
el
soldado
reconoció
como
suyo.
Pero
nunca
le
proporcionó
información
sobre
el
destino
de
su
hermana.
Cecilia
escuchó
decir
que
su
hermana
había
sido
asesinada
y
cremada
en
la
base
militar
de
Abancay.1
Cecilia
sobrevivió
el
conflicto
armado,
y
vive
con
su
esposo
e
hijos
en
la
misma
comunidad
en
Abancay
en
la
que
fue
capturada
por
los
soldados.
Severamente
traumatizada
y
deprimida,
apenas
come
o
duerme,
el
cuerpo
le
duele
constantemente,
se
mantiene
irritada
y
agresiva,
se
siente
culpable
y
le
resulta
difícil
pensar
o
actuar.
No
muestra
lazos
afectivos
hacia
su
familia.
Vive
permanentemente
asustada
y
se
siente
amenazada
incluso
por
sus
propios
hijos
y
su
esposo.
Como
no
desea
tener
relaciones
sexuales,
su
esposo
abusa
de
ella,
reproduciendo
cotidianamente
el
trauma
pasado.
Cecilia,
a
su
vez,
golpea
y
maltrata
a
sus
hijos.2
Cecilia
sobrelleva
sus
miserias
1
APRODEH
13/2002,
Resolución
varios
No
238-‐2010-‐MP-‐1raFPP-‐Abancay,
p27.
2
Informe
Psicológico
6798/6803
cited
in
APRODEH
13/2002,
Resolución
varios
No
238-‐2010-‐MP-‐
1raFPP-‐Abancay.
Investigación
llevada
a
cabo
por
Paula
Escribens
también
muestra
que
muchas
mujeres
que
habían
tenido
hijos
como
consecuencia
de
una
violación,
tuvieron
experiencias
negativas
de
maternidad,
también
en
relación
con
niños
concebidos
consensualmene
después
del
conflicto
7
completamente
sola.
No
relaciona
sus
experiencias
con
un
contexto
histórico
socio-‐
político
más
amplio.
No
tiene
noción
de
sus
derechos
en
tanto
que
persona
o
ciudadana
peruana.
Tanto
el
estado
como
su
familia
abusan
de
ella.
Alguna
forma
de
justicia
es
necesaria
para
ayudar
a
Cecilia
y
a
su
familia
a
escapar
de
este
ciclo
de
violencia,
para
que
retomen
la
ciudadanía
y
un
sentido
de
sus
derechos.3
Beatriz
sufrió
abusos
similares
y
perdió
a
muchos
de
sus
familiares
y
vecinos
en
1983
en
el
distrito
de
Cangallo,
en
el
departamento
de
Ayacucho,
cuando
dieciocho
comuneros
fueron
asesinados
y
nueve
mujeres
fueron
capturadas,
torturadas
y
violadas
por
militares
peruanos
después
que,
en
una
incursión,
Sendero
Luminoso
asesinó
a
varios
y
enlistó
forzosamente
a
otros
comuneros.
Ahora
en
el
Perú
post-‐conflicto,
Beatriz
sufre
jaquecas
y
otros
dolores
físicos,
le
duelen
los
ovarios
y
sangra
continuamente.
No
puede
estarse
de
pie
o
sentada
durante
mucho
tiempo.
Sufre
continuamente
por
la
pérdida
de
sus
hijos
en
los
eventos
de
1983
y
por
el
abuso
sufrido
a
manos
de
los
militares
cuando
la
encarcelaron.
Beatriz
dice
que
sólo
le
quedaba
vivir
en
el
cerro
‘comiendo
mis
lágrimas’.4
Este
libro
examina
los
significados
de
la
violencia
sexual
en
tiempos
de
guerra
y
paz,
y
las
respuestas
a
tal
violencia,
en
el
periodo
que
va
del
conflicto
político
en
el
Perú
(1980-‐2000)
hasta
el
presente.
En
1980,
Sendero
Luminoso
atacó
un
centro
de
votación
en
el
pueblo
andino
de
Chuschi,
Perú,
iniciando
una
guerra
interna
que
duró
unos
veinte
años.
El
objetivo,
formulado
por
Abimael
Guzmán,
el
fundador
de
Sendero
Luminoso,
era
desmantelar
el
estado
y
la
sociedad
y
reemplazarlos
con
una
utopía
comunista
usando
las
técnicas
de
la
guerrilla
inspiradas
por
las
teorías
maoístas.
Sendero
Luminoso
encontró
apoyo
entre
los
jóvenes
provincianos,
especialmente
en
la
primera
generación
de
muchachos
y
muchachas
universitarios
de
origen
rural
e,
armado.
Ver
Escribens,
Afectación
del
Proyecto
de
Vida
de
Mujeres
Víctimas
de
Violencia
Sexual
durante
el
Conflicto
Armado
Interno,
(Lima:
DEMUS,
2011).
3
Cecilia
es
un
seudónimo,
como
lo
son
los
nombres
de
otros
testimoniantes,
a
menos
que
se
adelante.
Las
Entrevistas
de
la
Comisión
de
la
Verdad,
que
grabaron
entre
2001
y
2003
los
testimonios
de
las
víctimas-‐sobrevivientes
y
testigos
de
la
violencia,
siempre
preguntaron
a
los
entrevistados
cuáles
fueron
las
consecuecias
de
sus
experiencias,
y
que
esperaban
de
la
CVR.
Se
proporciona
la
referencia
de
los
testimonios
por
su
número
y
no
por
el
lugar
en
el
que
tuvieron
lugar
las
acciones,
salvo
que
se
indique
lo
contrario.
8
inicialmente,
entre
campesinos.5
Esta
‘revolución’
peruana
destacó
entre
sus
similares
de
América
Latina
por
la
ideología
dogmática
y
la
violencia
practicada.
Sendero
Luminoso
aplicó
el
terror
en
gran
partes
del
Perú,
y
agredió
a
todos
los
grupos
sociales.
Los
métodos
extremadamente
violentos
de
Sendero
Luminoso
fueron
combatidos
con
una
política
contrainsurgente
filtrada
por
el
racismo
contra
la
población
andina,
en
la
medida
en
que
los
militares
casi
no
recibieron
orientación
política
sobre
cómo
combatir
a
Sendero
Luminoso.6
Campesinos
empobrecidos
y
marginados
se
convirtieron
tanto
en
agentes
como
en
víctimas
de
la
terriblemente
destructiva
espiral
de
violencia
y
temor.
Históricamente,
los
Andes
y
su
población
no
han
tenido
mayor
importancia
para
el
gobierno
central
y
las
élites
de
Lima.
Por
ello,
no
sorprende
que
al
estado
le
tomó
dos
años
antes
de
tomar
en
serio
las
actividades
violentas
y
responder.
Cuando
el
estado
finalmente
respondió,
las
consecuencias
fueron
dramáticas.
En
diciembre
de
1982
varios
departamentos
andinos
fueron
declarados
en
“estado
de
emergencia”,
dándoles
libertad
a
los
militares
para
actuar
en
amplias
zonas
del
país,
en
particular
en
las
regiones
más
empobrecidas
y
marginadas
del
Andes
Sur
Central:
Huancavelica,
Apurímac
y
Ayacucho.7
Las
fuerzas
contrainsurgentes
militares
y,
luego,
las
paramilitares
(compuestas
de
rondas
campesinas
o
Comités
de
Autodefensa,
CADs)
transformaron
el
conflicto
al
adoptar
estrategias
militares
que
fueron
características
de
los
conflictos
de
Argelia
y
Vietnam
o,
más
cercano,
El
Salvador.
Estas
estrategias
(que
desde
la
perspectiva
militar
predicaba
que
todo
campesino
era
un
potencial
terrorista)
tuvo
varias
consecuencias
a
nivel
local,
y
contribuyó
a
alienar
aún
más
a
la
población
y
a
destruir
las
estructuras
sociales,
económicas
y
políticas
existentes.
Casi
inmediatamente
después
que
las
5
Ver
Carlos
Iván
Degregori,
El
surgimiento
de
Sendero
Luminoso:
Ayacucho,
1969-‐1979
(Lima:
IEP
Ediciones,1990).
6
Ver
Carlos
Iván
Degregori,
Elecciones
1990:
demonios
y
redentores
en
el
nuevo
Perú,
una
tragedia
en
dos
vueltas.
(Lima:
IEP
Ediciones,
1991);
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
del
Perú,
Informe
Final
(Lima,
2003)
[en
adelante
'Informe
CVR'].
7
Sobre
los
procesos
políticos
en
los
primeros
años
de
la
incursión
militar
en
los
Andes,
ver:
Dirk
Kruijt,
“Exercises
in
State
Terrorism:
The
Counterinsurgency
Campaigns
in
Guatemala
and
Peru”,
en
Kees
Koonings
and
Dirk
Kruijt
eds.,
Societies
of
Fear.
The
Legacy
of
Civil
War,
Violence
and
Terror
in
Latin
America
(London:
Zed
Books,
1999),
33-‐62.
Sobre
políticas
y
la
estrategia
militar:
Informe
CVR,
Vol
III,
Capt
1.3;
Eduardo
Toche
Medrano,
Guerra
y
democracia.
Los
militares
Peruanos
y
la
construccion
nacional
(Lima:
DESCO,
CLACSO,
2008).
9
fuerzas
armadas
se
hicieron
cargo,
los
Andes
Sur
Centrales
se
hundieron
en
un
caos
caracterizado
por
la
violencia
y
el
temor.
Muchas
áreas
rurales
se
vieron
involucradas
en
los
diversos
conflictos,
que
parecían
entrecruzarse:
la
“guerra
popular”
como
Sendero
Luminoso
llamaba
a
sus
acciones;
la
batalla
contrainsurgente;
la
resolución
de
disputas
internas,
los
crímenes
comunes,
el
abigeato;
y
las
tensiones
y
los
enfrentamientos
resultado
del
desplazamiento
y
de
la
presencia
de
refugiados
en
localidades
existentes
en
un
ambiente
donde
la
confianza
iba
siendo
corroída
por
el
terror.8
Tanto
los
métodos
para
disciplinar
a
la
población,
y
castigar
a
los
soplones,
de
Sendero
Luminoso,
como
la
tardía
estrategia
de
las
fuerzas
armadas
de
ganarse
el
apoyo
de
los
campesinos,
dio
lugar
a
cambios
de
lealtades
entre
los
campesinos,
y
acusaciones
y
contra-‐acusaciones
entre
los
miembros
de
las
comunidades
y
los
vecinos,
lo
que
fomentó
el
miedo,
la
fragmentación
y
la
muerte.9
Esta
no
era
una
guerra
étnica,
es
decir,
la
violencia
no
tenía
objetivos
motivados
étnicamente
como
sucedió,
por
ejemplo,
en
la
ex
Yugoslavia
y
en
Rwanda.
Sendero
Luminoso,
en
su
análisis
de
los
males
de
la
sociedad
peruana,
se
centraba
en
las
clases
sociales,
lo
que
no
se
traducía
ideológicamente
en
un
conflicto
entre
grupos
étnicos
específicos.
Aún
así,
puesto
que
las
clases
están
entrelazadas
con
las
percepciones
de
raza
en
el
Perú,
la
violencia
tenia
una
dimensión
altamente
racista.10
Esto
se
reflejaba
claramente
en
el
uso
de
la
violencia
sexual
durante
la
guerra
y
en
la
respuesta
institucional
a
ello
en
el
posconflicto.
El
conflicto
armado
produjo
69,280
muertos
y
desaparecidos,
la
gran
mayoría
(el
80
por
ciento),
jóvenes
indígenas.11
Las
mujeres
también
sufrieron
terriblemente
como
testigos,
víctimas,
sobrevivientes
de
violencia,
y
familiares
de
torturados
y
8
Informe
CVR,
Vol
VIII,
Chap
2.2,
114.
Kimberly
Theidon,
Entre
prójimos:
el
conflicto
armado
interno
y
la
política
de
la
reconciliación
en
el
Perú,
en
Estudios
de
la
sociedad
rural.
(Lima:
IEP
Ediciones
2004),
Kimberly
Theidon,
Intimate
Enemies.
Violence
and
Reconciliation
in
Peru.
(Philadelphia:
University
of
Pennsylvania
Press,
2013).
9
Lurgio
Gavilán
Sánchez,
Memorias
de
un
soldado.
Autobiografía
y
antropología
de
la
violencia.
(Mexico,
Lima:
Universidad
Iberoamericana
and
Instituto
de
Estudios
Peruanos
2012).
Theidon,
Intimate
Enemies.
10
Para
un
análisis
sobre
cómo
alimentan
las
desigualdades
étnicas
históricamente
formadas
la
violencia
política,
a
pesar
de
la
etnicidad
como
una
causa
motivadora
de
ese
tipo
de
violencia,
ver:
Corinne
Caumartin
et
al.
Inequality,
Ethnicity
and
Political
Violence
in
Latin
America:
The
Cases
of
Bolivia,
Guatemala
and
Peru.
In:
Frances
Stewart,
ed.
Horizontal
Inequalities
and
Conflict:
Understanding
Group
Violence
in
Multiethnic
Societies
(London,
New
York:
Palgrave
2008),
227-‐251.
11
Informe
CVR,
Vol
IX,
Annex
2.
10
desaparecidos.12
Las
mujeres
también
actuaron
como
pacificadoras
y,
desde
luego,
como
militantes
de
Sendero
Luminoso.13
La
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
(CVR),
establecida
en
el
2001,
que
publicó
su
informe
de
varios
volúmenes
en
el
2003,
realizó
grandes
esfuerzos
para
incluir
la
perspectiva
de
género
en
sus
investigaciones.
Al
hacerlo,
puso
en
evidencia
la
masiva
violación
de
mujeres,
especialmente
jóvenes
mujeres
indígenas,
perpetrada
por
militares
y
policías.14
El
perfil
de
la
mayoría
de
las
víctimas
de
violación
coincide
con
el
perfil
de
las
víctimas
en
general,
y
muestra
en
gran
medida
cómo
raza,
clase
y
género
están
entrelazados
en
la
formación
de
jerarquías
en
el
Perú.
Raza
es,
desde
luego,
en
gran
medida
una
construcción
y
en
el
Perú
está
fuertemente
asociada
con
el
lenguaje
(castellano
versus
las
lenguas
indígenas,
especialmente
el
quechua),
geografía,
educación
y
vestido
además
de
características
físicas
tales
como
altura,
y
el
color
de
la
piel,
cabellos
y
ojos.
Las
características
asociadas
con
clase
–educación,
profesión,
patrones
de
consumo-‐
están
fuertemente
racializadas:
uno
no
puede
ser
de
clase
media
e
indígena
al
mismo
tiempo,
pues
tal
“aculturación”
cambia
la
raza.
La
indigeneidad,
a
su
vez,
se
asocia
a
la
pobreza
y
marginalización,
y
tiende
a
tener
una
connotación
negativa
en
el
Perú.
Género,
es
decir,
la
manera
en
que
los
roles
masculinos
y
femeninos
son
definidos
y
entendidos
en
una
sociedad
determinada,
y
sexualidad,
es
decir,
qué
comportamiento
sexual
es
considerado
aceptable
y
‘normal’,
ayuda
a
definir
y
naturalizar
las
jerarquías
basadas
en
raza
y
clase,
como
veremos
en
el
Capítulo
Tres.
Las
desigualdades
que
se
intersectan
de
raza,
clase
y
género,
influyen
fuertemente
el
perfil-‐víctima
del
conflicto
en
el
Perú,
y
las
fuerzas
contrainsurgentes
usaron
la
violencia
sexual
como
instrumento
para
reforzar
esas
desigualdades.
12
Informe
CVR,
Vol.
VIII,
Chapt
2.1.
13
Hay
algunos
primeros
estudios
interesantes
sobre
las
mujeres
de
Sendero
Luminoso.
Carol
Andreas
publicó
un
libro
en
1985
en
la
cual
retrató
a
las
combatientes
de
Sendero
Luminoso
como
iconos
feministas
heróicas
en
When
Women
Rebel:
The
Rise
of
Popular
Feminism
in
Peru
(Westport:
L.
Hill);
Robin
Kirk
escribió
una
pieza
mucho
más
matizada
en
1993:
Grabado
en
piedra:
Las
mujeres
del
Sendero
Luminoso
(Lima:
IEP).
Sobre
mujeres
como
activistas
de
paz,
ver:
Isabel
Coral
Cordero,
“Women
in
War:
Impact
and
Responses”,
en
John
Tutino
and
Steve
J.
Stern,
eds.,
Shining
and
Other
Paths:
War
and
Society
in
Peru,
1980-‐1995
(Durham:
Duke
University
Press,
1998)
345-‐375;
Maria
Elena
Moyano
y
Diana
Miloslavich
Túpac,
María
Elena
Moyano:
en
busca
de
una
esperanza
(Lima:
Centro
de
la
Mujer
Peruana
Flora
Tristán
1993).
14
Informe
CVR,
Vol.
VI,
Chapt
1.5.
11
La
CVR
concluye
que
el
uso
de
la
violencia
por
parte
de
Sendero
Luminoso,
incluida
la
violencia
relativa
al
género,
se
asentaba
en
una
ideología
diferente
a
la
que
informaba
la
violencia
perpetrada
por
las
fuerzas
armadas
y
la
policía.
Aún
así,
el
uso
de
la
violencia
sexual
por
parte
de
todos
los
grupos
armados
pueden
ser
visto
como
una
magnificación
de
la
ya
existente
violencia
institucionalizada
y
normativa
contra
la
mujer.
Sendero
Luminoso,
en
su
afán
por
promover
una
sociedad
con
una
nueva
moral,
impuso
reglas
estrictas
a
las
comunidades:
adúlteros
y
violadores,
homosexuales,
personas
transexuales
y
prostitutas,
fueron
violentamente
y
públicamente
castigados.
Sin
embargo,
aun
cuando
Sendero
Luminoso
prohibió
a
sus
cuadros
violar
y
abusar
sexualmente,
hay
amplia
evidencia
que
la
actividad
de
Sendero
Luminoso
condujo
a
matrimonios
forzados,
embarazos
forzados
así
como
a
infanticidio,
tortura
sexual
y
esclavitud
sexual.15
El
uso
de
la
violencia
sexual
por
parte
de
Sendero
Luminoso
y
sus
repetidamente
contradictorios
discursos
y
prácticas
(un
discurso
sumamente
moralizante
en
lo
que
se
refiere
a
fidelidad
y
familia
versus
la
prostitución
de
muchachas
y
el
asesinato
de
bebés)
merece
que
se
considere
y
se
le
analice
en
sí
mismo.
Una
importante
razón
para
centrar
mi
análisis
en
las
fuerzas
armadas
peruanas
es
que
los
militantes
de
Sendero
Luminoso
fueron
castigados
y
puestos
en
prisión
(aunque
no
por
violencia
sexual),
en
tanto
que
los
miembros
de
las
fuerzas
armadas
están,
aún
y
en
gran
medida,
exentos
de
ser
enjuiciados.
Además,
el
hecho
que
las
fuerzas
armadas
fueron
las
mayores
perpetradoras
de
violencia
sexual,
refuerza
la
idea
que
tal
violencia
se
asienta
en,
y
reproduce,
las
estructuras
institucionalizadas
de
la
violencia
y
la
desigualdad.
La
impunidad
de
estos
crímenes
normaliza
aún
más
tal
violencia
y
perpetúa
su
persistencia
en
tiempos
de
paz.
Los
distintos
resultados
de
los
regímenes
de
violación
perpetrados
por
las
fuerzas
armadas
y
Sendero
Luminoso,
sugiere
que
la
violación
en
periodos
de
guerra
generalmente
reproduce
y
refuerza
las
existentes
jerarquías
de
género,
que
reflejan
bien
anclados
racismo
y
sexismo,
a
pesar
de
las
diferentes
misiones
morales.
15
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
(CVR),
Warmikuna
Yuyariniku:
Lecciones
para
no
repetir
la
historia:
Violencia
contra
la
mujer
durante
el
conflicto
armado
interno
(Lima:
Asociación
Pro
Derechos
Humanos
2005).
12
El
‘descubrimiento’
de
la
violación
sistemática
en
tiempos
de
guerra
ha
generado
gran
revuelo
en
algunos
círculos
(esto
es,
entre
algunos
círculos
de
activistas
feministas
y
de
derechos
humanos)16,
pero
no
al
punto
de
llevar
al
poder
judicial
a
actuar.
Ninguno
de
los
538
casos
de
violación
durante
tiempo
de
guerra,
documentados
por
la
CVR,
para
los
que
se
puede
hallar
evidencias17,
ni
de
los
dieciséis
casos
en
los
cuales
se
cuentan
ya
con
las
evidencias,
ha
sido
llevado
a
juicio.
Esto
no
es
porque
el
poder
judicial
peruano
no
funciona
o
porque
todas
las
violaciones
quedan
impunes:
el
expresidente
Alberto
Fujimori
(1900-‐2000)
está
cumpliendo
una
condena
de
veinticinco
años
por
corrupción
y
violación
de
derechos
humanos,
y
muchos
otros
están
esperando
juicio
por
violaciones
a
los
derechos
humanos
en
tiempos
de
guerra.
Mientras
que
los
juicios
a
las
violaciones
de
los
derechos
humanos
cometidos
por
las
fuerzas
armadas
son
raros,
cuestionados
y
difíciles
de
llevar
a
cabo
por
una
serie
de
razones
políticas18;
los
casos
de
violencia
sexual
son
persistentemente
ignorados.
Esta
negligencia
judicial
y,
más
ampliamente,
política,
de
la
violencia
sexual
es
el
resultado
de
las
ideas
sociales
dominantes
sobre
la
violencia
contra
las
mujeres
en
general,
y
la
violencia
sexual
en
particular,
y
no
sólo
en
el
Perú.
Este
libro
investiga
cómo
la
violencia
sexual
en
tiempos
de
guerra
refleja
los
valores
de
los
tiempos
de
paz
en
cuanto
a
género
y
a
violencia
de
género.
Me
interesa
examinar
cómo
las
percepciones
sociales
sobre
la
violencia
contra
las
mujeres
se
reflejan
en
las
prácticas
legales
y
16
Debe
ponerse
énfasis
que
los
activistas
de
derechos
humanos
recogieron
informes
de
violencia
sexual
perpetrada
por
los
militares
desde
los
inicios
de
los
80'sy
90´s,
pero
que
las
organizaciones
feministas
no
lo
hicieron.
La
naturaleza
sistemática
de
tal
violencia
sólo
podía
ser
motivo
de
sospecha
hasta
que
lo
confirmó
el
Informe
de
la
CVR.
Sin
embargo,
salvo
DEMUS,
y
aún
después
de
la
publicación
del
informe
de
la
CVR,
las
organizaciones
feministas
no
han
tomado
como
prioridad
la
violencia
basada
en
conflictos
relacionados
al
género.
Ver
:
Pascha
Bueno
Hansen,
“Feminicidio:
Making
the
Most
of
an
‘Empowered’
Term”.
En
Rosa-‐Linda
Fregoso
and
Cynthia
Bejarano
eds.
Terrorizing
Women.
Feminicide
in
the
Americas
(Durham
and
London:
Duke
University
Press,
2010)
290-‐311:
300.
17
La
CVR
estima
que
estos
538
casos
son
sólo
el
7%
de
todos
los
casos
de
violación::
Mercedes
Chrisostomo
Meza,
“Las
mujeres
y
la
violencia
sexual
en
el
conflicto
armado
interno,”
in
CVR.
Warmikuna
Yuyariniku,
pp.
11-‐30.
Los
538
casos
registrados
se
refieren
a
violación
penetrativa
en
la
que
la
víctima-‐sobrevivientes
es
identifricada
con
su
nombre
y
su
apellido,
permitiendo
proseguir
investigación.
18
Ver
Jo-‐Marie
Burt,
“Impunity
and
Accountability:
Human
Rights
and
Transitional
Justice
Struggles
in
Latin
America”,
in
Katherine
Hite
and
Mark
Ungar,
eds.
Sustaining
Human
Rights
in
the
Twenty-‐First
Century:
Strategies
from
Latin
America
(Washington,
DC:
Woodrow
Wilson
Center
Press
and
Johns
Hopkins
University
Press,
2013)
pp101-‐142,
y
“Accountability
After
Atrocity
in
Peru:
The
Trial
of
Former
President
Albert
Fujimori
in
Comparative
Perspective”,
in
Phil
Clark
et
al.
eds.,
Taking
Stock
of
Transitional
Justice:
Tensions,
Trends
and
Future
Directions
(Under
review
at
Intersentia
Press).
13
políticas,
si
no
directamente
en
las
reglas
y
regulaciones,
y
cómo
éstas
trascienden
los
términos
‘guerra’
y
‘paz’.
La
idea
que
el
pasado
es
el
pasado
y,
como
sugirió
Ana
Jara,
la
ministra
de
la
Mujer
y
Desarrollo
Social,
poco
después
de
ser
nombrada
en
diciembre
del
2011,
que
no
sólo
las
mujeres
violadas
aprenden
a
vivir
con
sus
experiencias,
sino
que
también
el
"vínculo
natural"
entre
la
madre
y
el
bebé
borra
la
violencia
con
la
que
fue
concebido19,
simplemente
no
es
verdad.
Para
las
mujeres
que
tienen
que
vivir
con
esas
memorias,
las
consecuencias
físicas,
incluidos
los
bebés
nacidos
de
una
violación,
estos
hechos
nunca
están
en
el
pasado.20
Como
indican
las
experiencias
de
Cecilia
y
Beatriz,
quienes
han
tenido
muchas
dificultades
para
mantener
una
vida
familiar
post
conflicto
pacífica,
las
secuelas
son
numerosas
y
probablemente
reverberarán
en
la
siguiente
generación;
descartar
estas
experiencias
desde
una
perspectiva
de
los
‘roles’
naturales
de
las
mujeres
como
madres
sólo
enfatiza
el
binario
de
género,
y
al
hacerlo,
perpetúa
la
desigualdad
y
la
posibilidad
de
la
violencia.
Como
tal
el
problema
es
mucho
más
amplio
que
las
difíciles
vidas
de
las
víctimas-‐sobrevivientes
del
violento
conflicto
y
de
sus
familias.
De
acuerdo
a
una
investigación
publicada
recientemente
que
amalgama
estadísticas
de
diferentes
instituciones
peruanas
que
reciben
informes
sobre
violencia
sexual
(policía,
centros
de
emergencia,
Ministerio
de
la
Mujer
y
Desarrollo
Social)
68.818
informes
de
ese
tipo
fueron
recibidos
en
los
últimos
diez
años,
un
promedio
de
6881.8
por
año,
o
18.8
por
día.
Estas
cifras
colocan
al
Perú
en
un
puesto
muy
alto
en
el
ranking
mundial
de
casos
registrados
de
violencia
sexual
(puesto
dieciséis)
y
en
primer
puesto
en
América
del
Sur.21
Sin
embargo,
sólo
en
el
2009
el
Instituto
de
Medicina
Forense
llevó
a
cabo
34.153
exámenes
de
‘integridad
sexual’
sugiriendo
un
nivel
incluso
más
alto
de
violencia
sexual,
y
un
problema
con
el
registro
y
archivo
de
casos
denunciados.
Muy
pocos
casos
denunciados
son
judicializados,
y
aún
menos
concluyen
en
condena
(un
19
“Ministra
de
la
Mujer
en
contra
de
la
píldora
del
día
siguiente”,
Peru21,
21
Dec
2011.
20
Por
ejemplo,
ver
el
estudio
de
Paula
Escribens,
Milagros
y
la
violencia
del
conflicto
armado
interno.
(PromSex,
Lima
2011).
Las
cifras
también
sugieren
que
la
mujer
peruana
es
cada
vez
más
conciente
de
sus
derechos
y
recure
a
las
instituciones
del
estado,
aún
cuando
las
expectatuvas
de
obtener
justicia
o
protección
son
nimias.
14
promedio
de
642
anualmente
calculado
para
el
periodo
2006-‐2009,
lo
que
significa
menos
del
10
por
ciento).22
Los
expertos
estiman
que
sólo
el
16
por
ciento
de
las
víctimas
de
violencia
sexual
informan
de
ésta
a
las
instituciones
apropiadas;
por
ello
el
número
probablemente
sólo
represente
la
punta
del
iceberg.
En
general,
la
impunidad
es
alta
y
es
posible
que
aliente
las
altas
tasas
de
violencia
sexual
y
de
la
violencia
contra
mujeres
y
muchachas
tanto
en
la
guerra
como
en
la
paz.
Los
hechos
relatados
tuvieron
lugar
en
el
contexto
del
conflicto
armado
entre
Sendero
Luminoso
y
las
fuerzas
armadas
peruanas
en
las
décadas
de
los
80
y
90,
pero
no
son
singulares
al
Perú.
En
un
contexto
de
creciente
atención
internacional
sobre
los
casos
de
violación
en
guerras,
tras
los
muy
difundidos
hechos
en
la
ex
Yugoslavia
y
en
Rwanda
en
la
década
de
los
90,
y
la
preocupación
por
la
continua,
amplia
y
sistemática
recurrencia
de
la
violencia
sexual
en
los
conflictos
en
la
República
Democrática
del
Congo
y
en
otros
lugares,
el
Perú
es
un
caso
importante
que
amerita
ser
estudiado.
A
pesar
de
la
atención
internacional,
legal
y
académica
sobre
la
violencia
sexual,
el
problema
persiste
no
sólo
en
los
conflictos
contemporáneos
sino
también
en
las
sociedades
post-‐conflicto
y,
desde
luego,
en
sociedades
más
estables.
La
impunidad
es
alta,
como
son
las
ideas
equívocas
en
torno
a
la
violación.23
El
Perú
es
signatario
de
todos
los
tratados
internacionales
pertinentes,
y
ha
seguido
un
ejemplar
camino
de
justicia
transicional
en
variados
aspectos,
pero
no
ha
sido
capaz
de
lograr
justicia
para
22
Un
reciente
estudio
de
31
casos
judiciales
de
violación
presentados
bajo
nuevas,
supuestamente
mejoradas,
reglas,
mostró
que
sólo
uno
de
estos
casos
terminó
con
el
perpetrador
en
prisión:
Defensoría
del
Pueblo,
Violencia
sexual
en
el
Peru:
Un
análisis
de
casos
judiciales.
Serie
Informes
de
Adjuntía,
Informe
no
004-‐2011-‐DP/ADM
(Lima,
2011).
23
En
el
Reino
UNido,
un
informe
del
2006
del
HMIC
(Her
Majesty
Inspectorate
of
Constabulary),
calculó
que
1
de
cada
20
violaciones
denunciadas
terminaban
en
¿convicción?
,
lo
que
apunta
a
una
mayor
impunidad,
antes
que
a
una
disminución.
Además,
el
informe
sostiene
que
muchas
más
violacionesno
son
denunciadas.
HMCPSI,
Without
Consent,
2007
reported
in
BBC
News
online,
31,
January
2007:
http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/magazine/6314445.stm
[accessed
28/12/2011].
La
investigación
de
Liz
Kelly
confirman
aún
más
que
las
tasas
de
convicción
en
otros
países
de
Europa
Occidental
también
son
bajas,
causadas
por
las
mismas
persistentes
anticuadas
ideas
sobre
género,
sexo
y
violencia:
en
Kelly,
“Contradictions
and
Paradoxes:
International
Patterns
of,
and
Responses
to,
Reported
Rape
Cases”,
en:
Gayle
Letherby,
Kate
Williams,
Philip
Birch,
and
Maureen
Cain,
eds.
Sex
as
Crime
(Portland:
Willan,
2008),
253-‐279.
Así
mismo
un
estudio
de
Joanna
Bourke,
Rape:
Sex,
Violence,
History
(Emeryville:
Shoemaker
&
Hoard
2007)
observa
que
sólo
el
6%
de
los
casos
de
violación
denunciados
dan
lugar
a
una
sentencia.
Para
un
estudio
comparativo
que
incluye
a
los
EEUU,
ver:
Kathleen
Daly
and
Brigitte
Bouhours,
“Rape
and
Attrition
in
the
Legal
Process:
A
Comparative
Analysis
of
Five
Countries”,
Crime
and
Justice,
Vol
39,
(2010)
565-‐643;
el
estudio
confirma
que
el
número
de
casos
denunciados
es
bajo
(86%
de
los
casos
de
violación
no
son
denunciados)
y
que
los
casos
denunciados
por
lo
general
son
abandonados
antes
que
se
inicie
la
demanda
fiscal.
15
las
víctimas-‐sobrevivientes
de
la
violencia
sexual
relacionada
con
la
guerra,
ni
ha
sido
capaz
de
reducir,
hasta
ahora,
la
violencia
sexual
en
tiempos
de
paz.
En
ese
sentido,
este
libro
intenta
desempacar
los
trabajos
sobre
violencia
sexual
e
impunidad
en
un
momento
y
en
una
época
en
la
que
la
ley
internacional
sobre
derechos
humanos,
los
tratados
y
acuerdos
de
las
NNUU,
así
como
las
políticas
y
la
legislación
nacionales,
en
principio,
se
esfuerzan
por
lograr
la
eliminación
de
la
violencia
sexual
contra
la
mujer
tanto
en
tiempo
de
guerra
como
de
paz.
El
objetivo
de
este
libro
es
mejorar
nuestra
comprensión
de
los
sentidos
de
la
violencia
de
género
en
la
guerra
como
en
la
paz,
a
fin
de
meditar
sobre
los
caminos
que
permitan
alterar
las
relaciones
sociales
y
los
prejuicios
que
apuntalan
la
violencia,
y
mejorar
el
acceso
a
la
justicia,
especialmente
en
los
acuerdos
post-‐conflicto.
A
pesar
de
una
inclusión
discursiva
de
la
violencia
contra
la
mujer
tanto
en
políticas
como
en
los
mecanismos
de
justicia
transicional
post-‐conflicto,
ha
habido
muy
poco
progreso
práctico
al
enfrentar
la
violencia
contra
la
mujer.
La
persistencia
cotidiana
de
la
violencia
contra
la
mujer
en
“tiempos
de
paz”,
así
como
la
persistencia
del
uso
de
la
violencia
sexual
como
un
arma
de
guerra
en
todo
el
mundo,
da
lugar
a
importantes
interrogantes
sobre
la
comprensión
de
dicha
violencia:
cómo
es
posible
que,
con
nuestro
pleno
conocimiento,
continúe
una
violencia
tan
generalizada?
Cómo
es
posible
que
los
tribunales
y
otras
importantes
instituciones
(policía,
hospitales)
continúen
negando
la
severidad
de
la
violencia
de
género?
Cómo
es
posible
que
las
violaciones
a
los
derechos
humanos
sean
contabilizadas
y
registradas,
y
algunas
veces
ampliamente
comentadas
en
los
principales
medios
de
comunicación,
pero
que
la
violencia
sexual
permanezca
en
los
márgenes
de
la
preocupación
política?
Cómo
incluyen
los
mecanismos
de
la
justicia
transicional
a
la
violencia
de
género,
y
con
qué
objetivo?
Es
posible
visualizar
el
“momento
post
conflicto”
como
una
ventana
de
oportunidades
para
enfrentar
la
violencia
de
género
de
una
manera
más
general,
tal
como
puede
ser
una
oportunidad
para
lidiar
con
otras
violencias
estructurales
(incluyendo
las
desigualdades
basadas
en
la
raza
y
la
clase)?
El
creciente
cuerpo
de
literatura
que
examina
la
violación
en
la
guerra,
que
será
discutida
más
ampliamente
en
el
capítulo
dos,
deja
varias
preguntas
sin
respuesta:
¿la
violación
en
las
guerras
tiene
las
mismas
“raíces”
que
en
tiempo
de
paz?
¿Es
una
16
secuela
de
la
guerra
la
violación
en
el
periodo
post
guerra
y,
si
así
fuera,
cómo
debería
ser
explicada?
¿Es
la
violación
siempre
‘extraordinaria’
y,
si
es
así,
quien
decide
su
extraordinariedad
y
de
acuerdo
a
qué
criterios?
O,
puesto
que
la
violación
en
la
guerra
es
una
manera
muy
violenta,
y
por
ello
extraordinaria,
de
dañar
el
cuerpo
individual
y
el
comunal,
¿la
violación
en
tiempos
de
paz
es
ordinaria?
Académicas
feministas
con
antecedentes
en
diferentes
disciplinas,
incluyendo
relaciones
internacionales
(Cynthia
Enloe,
Cynthia
Cockburn),
sicología
(Nancy
Chodorow,
Tina
Sideris),
política
(Donna
Pankhurst,
Meredeth
Turshen,
Inger
Skjelsbeæk)
y
antropología
y
sociología
(Liz
Kelly,
Carolyn
Nordstrom,
Dubravka
Zarkov)
han
planteado
estas
preguntas.
Algunas
de
estas
académicas
prefieren
hablar
de
continuums
de
violencia
para
subrayar
la
continuidad
de
la
violencia
de
género
en
la
guerra
y
en
la
paz.24
Considerando
un
continuum
–una
continuidad
y
afinidad
en
el
uso
de
la
violencia
antes
que
la
ruptura
y
la
excepcionalidad-‐
nos
fuerza
a
examinar
las
normas,
valores
y
estructuras
institucionales
subyacentes
que
normalizan
ciertas
violencias
y
excepcionalizan
otras.
Un
examen
de
la
violencia
sexual
contra
la
mujer
en
tiempos
de
guerra
y
de
paz
en
el
Perú
muestra
que
los
lazos
entre
estas
dos
violencias
–
normalizada
y
percibida
como
legítima
por
un
lado,
y
excepcional
y
percibida
como
recriminable
por
otro-‐
son
más
fuertes
de
lo
que
generalmente
se
asume.25
El
vasto
número
de
mujeres
que
sufren
violencia
que
no
está
claramente
relacionada
a
un
conflicto
difumina
las
fronteras
entre
guerra
y
paz,
y
hace
de
esta
distinción
un
ejercicio
heurístico
sólo
útil
para
explicar
cómo
la
violencia
contra
la
mujer
es
minimizada
e
ignorada
en
diferentes
contextos
sociopolíticos.
Mientras
que
la
idea
de
un
continuum
de
violencia
es
útil
para
subrayar
la
persistencia
de
la
violencia
contra
la
mujer
en
tiempos
de
guerra
y
paz,
también
24
En
particular:
Liz
Kelly,
Surviving
Sexual
Violence:
Feminist
Perspectives
(Cambridge,
Oxford,
Polity
Press,
1988);
Cynthia
Cockburn,
“The
Continuum
of
Violence:
A
Gender
Perspective
on
War
and
Peace”,
in:
Wenona
Giles
and
Jennifer
Hyndman,
eds.,
Sites
of
Violence:
Gender
and
Conflict
Zones
(Berkeley,
CA:
University
of
California
Press,
2004).
25
Para
un
análisis
de
los
procesos
de
normalización
de
las
violencias
percibidas
como
extremas
en
otros
contextos
ver:
Mo
Hume,
“The
Myths
of
Violence:
Gender,
Community
and
Conflict
in
El
Salvador”,in
Violence:
Power,
Force
and
Social
Transformation,
eds.
Ronaldo
Munck
and
Mo
Hume,
special
issue,
Latin
American
Perspectives
35
(5)
(2008)
59-‐76.
Para
la
normalización
activa
de
la
violencia
en
tiempo
de
guerra
y
tiempos
de
paz,
ver,
Jelke
Boesten,
“Marrying
your
Rapist:
Domesticated
War
Crimes
in
Peru”,
in
Donna
Pankhurst
ed.,
Gendered
Peace.
Women’s
Struggles
for
Postwar
Justice
and
Reconciliation
(London:
Routledge,
2007)
205-‐228.
17
debemos
distinguir
cuidadosamente
entre
las
violencias
en
diferentes
contextos
a
fin
de
desempacar
sus
diferentes
significados,
y
en
base
a
este
mejor
entender,
desafiar
estos
actos.
En
este
sentido,
es
útil
la
observación
de
Stanko
de
que
los
significados
de
la
violencia
son
fluidos
y
dependen
de
un
amplio
rango
de
factores
circunstanciales
interrelacionados.26
Mientras
que
la
acción
violenta
puede
parecer
la
misma
si
se
observa
en
un
continuum,
el
uso
de,
la
resistencia
a
y
la
aceptación
de
la
violencia,
incluyendo
la
violencia
sexual
en
diferentes
contextos
puede
acarrear
una
gama
de
significados
que
no
son
necesariamente
explícitos
y,
por
tanto,
son
casi
invisibles.
A
pesar
del
reconocimiento
de
la
especificidad
de
los
significados
de
la
violencia,
varios
estudios
recientes
han
resaltado
las
sinergias
entre
la
violencia
contra
la
mujer
en
la
guerra
y
la
violencia
en
tiempos
de
paz
en
América
Latina.
Por
ejemplo,
Cecilia
Menjívar
intenta
establecer
una
relación
entre
el
reciente
pasado
político
de
Guatemala
y
los
altos
niveles
contemporáneos
de
violencia
contra
la
mujer.27
Siguiendo
a
antropólogos
críticos
como
Kleinman,
Scheper-‐Hughes,
Farmer,
Bourgois,
Goldstein
y
otros,
Menjívar
sostiene
que
la
violencia
cotidiana
que
la
mujer
vive,
y
que
culminó
en
una
ola
de
feminicidios
desde
mediados
de
los
9028,
debe
ser
considerada
a
la
luz
de
la
violencia
estructural,
una
violencia
que
está
incrustada
en
las
relaciones
sociales
y
en
instituciones
y
que
se
expresa
en
grandes
desigualdades.
La
violencia
estructural
y
la
desigualdad
que
envuelve
a
Guatemala,
a
su
vez,
es
tanto
consecuencia
como
causa
de
la
violencia
política;
la
guerra
ha
exacerbado
y
perpetuado
las
desigualdades
existentes.
Por
ello
Menjívar
explícitamente
relaciona
el
sufrimiento
diario
de
las
mujeres
y
la
normalización
de
la
violencia
interpersonal
en
las
áreas
rurales,
a
las
altas
tasas
de
feminicidio
urbano,
y
a
un
contexto
político
de
violencia
estructural
y
la
violencia
política
pasada.
Victoria
Sanford
da
un
paso
adelante
y
relaciona
directamente
el
terrible
historial
de
feminicidios
de
Guatemala
y
26
Elizabeth
Stanko,
The
Meanings
of
Violence
(New
York
and
London:
Routledge,
2002).
27
Cecilia
Menjivar,
Enduring
Violence:
Ladina
women's
lives
in
Guatemala
(Berkeley:
University
of
18
la
impunidad
con
el
que
se
le
enfrenta,
para
sostener
que
el
estado
guatemalteco
establece
estrategias
de
limpieza
sociales
similares
a
la
genocida
violencia
de
tiempos
de
guerra.29
Mo
Hume,
a
su
vez,
retoma
el
‘terror
como
siempre’
de
Taussig
para
mostrar
cómo
la
violencia
diaria
en
ciertas
comunidades
de
El
Salvador
se
han
convertido
en
la
opción
‘normal
para
muchos
ciudadanos’.30
Mientras
que
la
violencia
en
tales
contextos
aún
puede
tener
diferentes
significados,
y
será
interpretada
de
manera
diferente
según
quién
sea
el
que
lo
interpreta,
el
contexto
y
la
circunstancia,
muchas
formas
de
violencia
son
consideradas
aceptables
y
hasta
legitimadas.31
Sin
embargo,
como
las
académicas
contra
la
violencia
en
Guatemala,
Mo
Hume
explícitamente
relaciona
la
vasta
normalización
de
diferentes
formas
de
violencia
en
El
Salvador
a
la
reciente
historia
de
violencia
política
–esto
es,
las
historias
de
violencia
política
reverberan
en
la
vida
cotidiana
de
tiempos
de
paz.
Las
secuelas
violentas
al
conflicto
no
son
únicas
de
América
Latina,
y
no
tienen
que
estar
directamente
relacionadas
a
lo
que
es
percibido
como
la
‘guerra’.
Rachel
Jewkes
et
al.,
advierte
que
los
altos
niveles
de
violación
y
de
violencia
contra
las
mujeres
y
niñas
en
Sudáfrica
son
un
legado
del
pasado
colonial
y
de
apartheid,
las
estructuras
sociales
y
las
dinámicas
creadas
en
esos
años,
y
el
resultado
de
desigualdades
persistentes.32
Chris
Coulter,
examinando
las
experiencias
de
mujeres
y
niñas
en
Sierra
Leona,
señala
que
las
experiencias
de
violación
y
secuestro
en
la
guerra
de
las
mujeres
no
sólo
están
definidas
por
las
políticas
destructivas
del
momento,
sino
también
por
el
marco
social
del
que
forman
parte;
además,
el
trabajo
de
Coulter
muestra
como
las
experiencias
durante
la
guerra
modela
las
vidas
que
las
29
Victoria
Sanford,
“From
Genocide
to
Feminicide:
Impunity
and
Human
Rights
in
Twenty-‐First
Century
Guatemala”,
Journal
of
Human
Rights
7
(2008)
104-‐122.
30
Hume,”The
Myths
of
Violence”,
82;
itálicas
en
el
original.
Ver
también:
Kees
Koonings
and
Dirk
Kruijt
Societies
of
Fear:
The
Legacy
of
Civil
War,
Violence
and
Terror
in
Latin
America
(London
and
New
York:
Zed
Books
1999).
31
Como
sugiere
Polly
Wilding,
refiriéndose
a
los
altos
niveles
de
violencia
alimentados
por
los
extremos
niveles
de
desigualdad
y
marginalización
en
las
favelas
de
Río
de
Janeiro,
hay
unas
precarias
fronteras
entre
lo
que
es
visto
como
la
violencia
de
género
legítima
y
la
que
no
lo
es,
pero
la
mayoría
de
los
habitantes
comprenden
estos
límites
muy
bien.
La
violencia
contra
la
mujer
es
vista
muchas
veces
como
parte
de
la
violencia
legítima
aún
cuando
la
violencia
también
está
sometida
a
reglas
relativas
a
lo
público/privado,
la
relación
con
el
perpetrador
y
el
comportamiento
de
la
víctima.
Wilding,
Negotiating
Boundaries:
Gender,
Violence
and
Transformation
in
Brazil
(London,
Palgrave
Gender
and
Politics
Series,
2012).
32
Rachel
Jewkes
et
al.
“Preventing
Rape
and
Violence
in
South
Africa:
Call
for
Leadership
in
a
new
agenda for action”, MRC Policy Brief (Medical Research Council: Pretoria, 2009).
19
mujeres
pueden
vivir
después
de
las
guerras,
y
que
esto
muy
raramente
puede
ser
equiparado
a
'la
paz’.33
Todas
estas
investigaciones
sobre
las
relaciones
entre
la
violencia
contra
la
mujer
en
las
épocas
de
guerra
y
de
paz,
confirman
que
las
violentas
estructuras
de
desigualdad
de
género
generalmente
son
exacerbadas
durante
los
periodos
de
guerra,
y,
lo
que
es
importante,
no
son
remediadas
después
de
la
guerra.
Estos
estudios
también
indican
que
los
altos
niveles
de
violencia
sexual
contra
las
mujeres
pueden
ser
parte
de
un
espectro
mas
amplio
de
la
violencia
cotidiana
post
guerra
que
incluye
la
violencia
familiar,
la
violencia
criminal
y
de
bandas,
la
corrupción
policial
y
la
discriminación
institucional.
Sin
embargo,
la
violencia
contra
la
mujer,
en
particular
la
violencia
sexual,
esta
enclavada
en
características
de
género
específico
del
mundo
social
que
facilita
perpetuar
su
continuación,
alienta
la
impunidad
y,
por
último,
apunta
la
persistencia
de
la
subordinación
de
la
mujer.
Así
pues,
la
violencia
contra
la
mujer
no
es
la
misma
que
la
violencia
criminal,
aún
cuando
exhiba
características
similares.
Similarmente,
en
la
violencia
contra
la
mujer
hay
múltiples
posibles
interpretaciones
y
justificaciones.
Como
sugiere
Stanko,
el
hecho
físico
de
la
violación
puede
ser
el
mismo
(por
ejemplo
penetración
bajo
coerción),
pero
las
circunstancias
(por
ejemplo,
motivación,
contexto,
edad,
estado
marital
de
la
víctima)
crean
su
diferente
significado,
interpretación
y
legitimación.34
Esto
significa
que
necesitamos
examinar
y
comparar
estas
circunstancias
y
como
configuran
el
significado.
Los
significados
atribuidos
a
la
violencia
determinan
sus
respuestas,
sean
estas
institucionales,
judiciales,
sociales
o
individuales,
y
hasta
qué
punto
estas
violencias
son
condenadas
o
toleradas,
denunciadas
o
enterradas.
Un
objetivo
principal
de
este
libro
es
exponer
los
diversos
significados
atribuidos
a
la
violencia
contra
las
mujeres
por
individuos,
comunidades
e
instituciones
a
fin
de
subrayar
y
problematizar
las
muchas
formas
oscuras,
normalizadas
e
invisibles
de
violencia
que
tienen
lugar
tanto
en
la
guerra
como
33
Chris
Coulter,
Bush
Wives
and
Girl
Soldiers:
Women's
Lives
through
War
and
Peace
in
Sierra
Leone
(Ithica:
Cornell
University
Press,
2009).
Sobre
la
naturaleza
ambigua
del
término
'paz'
para
las
mujeres,
ver:
Susie
Jacobs,
Ruth
Jacobson
and
Jennifer
Marchbank,
eds.
States
of
Conflict:
Gender,
Violence
and
Resistance
(London:
Zed
Books,
2000);
Sheila
Meintjes,
Anu
Pillay
and
Meredeth
Turshen,
eds.,
The
Aftermath:
Women
in
Postconflict
Transformation
(London:
Zed
Books,
2001);
Donna
Pankhurst,
“The
‘Sex
War’
and
Other
Wars:
Towards
a
Feminist
Approach
to
Peace
Building”,
Development
in
Practice
13
(2–3)
(2003),
154–177.
34
Stanko,
The
Meanings
of
Violence.
20
después
de
la
guerra.
La
violencia,
tal
vez
especialmente
la
violencia
sexual,
no
debería
ser
nunca
‘ordinaria’
para
las
víctimas
y
sobrevivientes
de
tales
actos,
y
deberían
ser
siempre
entendidas
como
una
lucha
por
la
dominación
y
por
la
reproducción
y
perpetuación
de
las
desigualdades,
especialmente
en
términos
de
raza,
clase,
género
y
sexualidad.
Aunque
las
mujeres
son
las
principales
víctimas
de
la
violencia
sexual,
tanto
en
la
guerra
como
en
la
paz,
los
hombres
también
son
víctimas.
Han
empezado
a
aparecer
evidencias
de
que
tal
violencia
en
las
guerras
puede
ser
más
común
de
lo
que
hasta
ahora
se
ha
reconocido.35
En
el
caso
peruano,
la
violencia
sexual
contra
los
hombres
se
mantuvo
en
gran
medida
indocumentada
hasta
que
el
Registro
de
Víctimas
amplió
su
definición
de
víctimas
en
el
2006.36
Como
sustentaré
en
el
capítulo
tres,
esta
violencia
tiene
una
función
y
una
consecuencia
similar
a
la
violencia
contra
las
mujeres.
La
persecución
y
asesinato
de
homosexuales
y
travesti
por
insurgentes
durante
el
conflicto
peruano
también
está
relacionado
a
la
reproducción
de
jerarquías
y,
más
específicamente,
a
la
afirmación
de
la
hetero-‐
normatividad.
Tal
violencia
es
oscurecida
por
el
estigma
al
que
se
le
asocia,
o
la
ausencia
de
importancia
que
se
le
atribuye,
y
no
le
beneficia
la
tesís
popular
de
‘violación
como
arma
de
guerra’.
Como
sostiene
Stemple,
la
preferente
atención
que
reciben
los
casos
de
violencia
sexual
contra
mujeres
durante
la
guerra
está
dominada
por
los
binarios
víctima/perpetrador,
mujer/hombre
y
por
lo
tanto
se
excluyen
comprensiones
más
complejas
de
tal
violencia,
y
los
más
amplios
objetivos
a
los
que
sirve.37
La
violencia
sexual
no
sólo
refuerza
la
desigualdad
de
género,
sino
que
tiende
a
naturalizar
los
estereotipos
de
género:
la
‘natural’
propensión
de
los
hombres
a
la
agresión,
dominación
y
la
proeza
sexual
versus
la
debilidad,
subordinación
y,
últimamente,
rol
sexual
y
reproductivo
de
las
mujeres.
Como
veremos
a
lo
largo
del
35
Chris
Dolan,
Social
Torture:
The
Case
of
Northern
Uganda,
1986-‐2006
(New
York:
Berghahn
Books,
2009);
Will
Storr,
“The
rape
of
men”,
16
July
2011,
The
Guardian:
The
Observer
Magazine
online:
http://www.guardian.co.uk/society/2011/jul/17/the-‐rape-‐of-‐men?INTCMP=SRCH.
36
Entrevista
con
el
Director
del
Registro
Unico
de
Victimas,
Lima,
Julio
2011.
Ver
también,
para
informes
anteriores:
Jennie
Dador,
El
otro
lado
de
la
historia.
Violencia
sexual
contra
hombres,
Perú
1980-‐2000.
(Lima:
Consejería
en
Proyectos,
2007).
Ver
también
Michele
Leiby,
“Digging
in
the
Archives:
The
Promise
and
Perils
of
Primary
Documents”,
Politics
&
Society,
37
(1)
(2009),
75-‐99.
Más
detalles
en
el
Capítulo
Dos.
37
Lara
Stemple,
“Male
Rape
and
Human
Rights”,
Hastings
College
of
Law
Journal.
60
(605)
(2009),
605-‐
647.
21
libro,
las
respuestas
nacionales
e
internacionales
contemporáneas
a
la
violencia
sexual,
a
pesar
del
aumento
del
conocimiento
académico
sobre
la
violencia
sexual,
son
muy
limitadas
en
su
intento
por
romper
este
binario,
que
claramente
las
desnaturaliza.
Investigando
la
violencia
sexual
Es
difícil
decidir
qué
incluir
en
el
amplio
concepto
"violencia
sexual":
diferentes
comunidades
políticas
y
sociales
tendrán
diferentes
ideas
sobre
lo
que
es
la
violencia
sexual;
qué
actos
incluir,
cómo
la
relación
entre
el
perpetrador
y
la
víctima
influencia
la
comprensión
de
la
coerción
y
el
consentimiento,
y
quiénes
pueden
ser
victimas
de
la
violencia
sexual.
El
entendimiento
legal
de
la
violencia
sexual
puede
diferir
desde
el
punto
de
vista
de
la
víctima
o
del
perpetrador;
asimismo
la
comprensión
feminista
puede
diferir
de
lo
que
la
víctima
o
el
perpetrador
consideran
violencia
sexual
y
violación.
Como
tal,
cómo
se
defina
la
violencia
sexual
es
crucial
para
los
procesos
de
verdad
y
justicia
post-‐conflicto.
Michele
Leiby
ha
examinado
la
información
recogida
por
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
del
Perú
para
analizar
la
definición
de
violación
usada
por
la
CVRP
(penetración
forzada
del
cuerpo)38
que
ha
influido
en
las
cifras
a
las
que
finalmente
llegaron.
Leiby
usa
una
metodología
diferente
y
más
elaborada
y
una
definición
más
amplia
para
incluir
diferentes
formas
de
violencia
sexual
a
fin
de
conseguir
cifras
más
exactas.
Una
de
sus
conclusiones
es
que
más
hombres,
de
los
que
se
consideraba,
fueron
víctimas
de
violencia
sexual.39
La
cuestión
de
la
definición
es
importante
tanto
por
razones
estadísticas
como
legales.
La
ley
no
acepta
la
interpretación
que
cualquier
individuo
dé
a
la
naturaleza
del
crimen;
más
bien
un
crimen
tiene
que
ajustarse
a
definiciones
judiciales.
Como
veremos
en
los
capítulos
cuatro
y
cinco,
las
definiciones
judiciales
pueden
no
coincidir
con
las
definiciones
de
las
víctimas
o
perpetradores,
puesto
que
las
definiciones
de
violencia
difieren
según
las
perspectivas.
Para
efectos
de
este
libro,
definiré
la
38
La
CVR
define
lo
siguente:
“la
CVR
entiende
la
violación
sexual
como
una
forma
de
violencia
sexual,
que
se
produce
cuando
el
autor
ha
invadido
el
cuerpo
de
una
persona
mediante
una
conducta
que
haya
ocasionado
la
penetración,
por
insignificante
que
fuera,
de
cualquier
parte
del
cuerpo
de
la
víctima
o
del
autor
con
un
órgano
sexual
o
del
orificio
anal
o
vaginal
de
la
víctima
con
un
objeto
u
otra
parte
del
cuerpo.
Ver:
Informe
CVR,
Vol
VI,
chap
1.5,
265.
39
Michele
Leiby,
“Digging
in
the
Archives”.
22
violencia
sexual
como
la
que
incluye
todos
los
actos
que
pueden
ser
percibidos
como
actos
y
exposiciones
sexuales
indeseados,
según
uno
o
más
de
los
siguientes:
víctimas,
perpetradores,
testigos
o
el
poder
judicial.
Esto
me
permite
señalar
cuándo
y
en
qué
se
producen
diferencias
en
el
significado;
cuándo
es
el
poder
judicial
el
que
está
en
desacuerdo
con
las
víctimas;
en
qué
una
interpretación
feminista
puede
diferir
de
las
interpretaciones
de
la
víctima,
y
cómo
los
perpetradores
y
sus
superiores
justifican
la
violencia
sexual.
Por
ejemplo,
me
permite
debatir
la
ambigüedad
sobre
la
agencia
de
la
mujer
en
cómo
pueden
haber
negociado
comportamientos
predatorios
sexuales
de
los
soldados,
o
la
dolorosa
entrevista
entre
una
mujer
y
un
incrédulo
entrevistador
de
la
CVR
sobre
las
condiciones
bajo
que
fue
concebido
su
bébé.
También
debemos
destacar
y
explicitar
que
la
manera
en
la
que
algunos
jefes
militares
hablan
de
los
"pequeños
errores"
de
sus
subordinados
desde
una
perspectiva
"los
chicos
se
portan
como
chicos"
en
relación
a
la
violación,
es
poco
probable
que
vaya
a
tener
acogida
por
parte
de
las
feministas
y
los
abogados
de
derechos
humanos,
pero
podría
encontrar
amplio
apoyo
en
grandes
sectores
de
la
población
(masculina).
Por
tanto,
no
es
mi
labor
disputar
o
discutir
qué
es
una
violación
y
qué
no
lo
es,
sino
mas
bien
exponer
las
tensiones
en
lo
que
pueda
significar
para
los
hombres,
las
mujeres
y
las
instituciones
relevantes
involucradas.
Aún
así,
es
necesaria
un
par
de
aclaraciones
sobre
la
terminología.
La
violación
es
vista
generalmente
como
más
específica
que
la
violencia
sexual,
puesto
que
se
refiere
a
la
penetración
no
deseada
del
cuerpo
con
un
objeto
u
órgano.
Uso
el
término
"violencia
basada
en
el
género"
para
referirme
a
la
violencia
perpetrada
por
razones
relacionadas
a
la
identidad
de
género:
esto
incluye
la
violencia
contra
lesbianas,
gays,
personas
trans
o
bisexuales.
La
violencia
contra
la
mujer
es
usada
como
un
término
genérico
para
referirse
a
toda
violencia
perpetrada
contra
las
mujeres
porque
son
mujeres,
esto
es,
incluye
la
violación
y
la
violencia
sexual
contra
la
mujer
en
guerra
y
paz,
así
como
la
violencia
física
y
sicológica,
violencia
íntima
de
pareja
y
femicidio.
Los
términos
violencia
doméstica
y
violencia
familiar
incluyen
la
violencia
contra
niños
y,
como
veremos
en
el
capítulo
seis,
se
usa
ampliamente
para
referirse
a
la
violencia
contra
la
mujer.
23
Es
necesario
el
análisis
cuidadoso
de
los
significados
de
la
violencia
tal
como
es
entendida
por
las
mujeres,
los
hombres
y
las
instituciones
nacionales
e
internacionales
a
fin
de
comprender
la
amplitud
de
la
relación
entre
la
violencia
sexual
contra
la
mujer
en
tiempos
de
guerra
y
paz
y
la
consecuente
impunidad.
Por
lo
tanto,
me
embarqué
en
investigar
precisamente
esta
cuestión:
¿Cómo
se
refleja
la
violencia
sexual
de
tiempos
de
guerra
en
las
prácticas
y
entendimientos
de
los
tiempos
de
paz
en
lo
que
concierne
a
la
violencia
contra
las
mujeres
y,
más
ampliamente,
las
desigualdades
de
género?
Esta
pregunta
surge
directamente
de
las
conversaciones
que
tuve
con
activistas
de
la
paz
en
Ayacucho
entre
el
2001
y
el
2003:
Teodomira,
cuya
historia
la
cuento
en
el
libro
Intersecting
Inequalities.
Women
and
Social
Policies
in
Peru
(Desigualdades
que
intersectan.
Mujeres
y
politicas
sociales
en
el
Perú)
habló
del
miedo
que
tuvo
que
vencer,
y
el
coraje
que
tuvo
que
darse,
para
desafiar
a
la
policía
y
a
las
fuerzas
armadas
en
la
ciudad
a
fin
de
exigir
información
sobre
los
familiares,
vecinos
y
amigos,
desaparecidos
y
detenidos,
al
mismo
tiempo
que
rechazaba
la
infiltración
de
militantes
de
Sendero
Luminoso
en
su
organización
de
mujeres.40
Solicitar
información
de
las
fuerzas
armadas
era
notoriamente
amenazante,
y
la
CVR
ha
documentado
muchos
casos
de
mujeres
violadas
cuando
solicitaron
información,
y/o
usaron
sus
cuerpos
sexuales
a
fin
de
obtenerla,
tal
como
fue
el
anteriormente
citado
caso
de
Cecilia.41
Pero
aún
más
sorprendente,
considerando
el
contexto
de
la
violencia
política,
es
el
caso
de
Teodomira
que
terminó
severamente
maltratada
por
su
esposo,
quien
la
golpeó
por
los
celos
que
le
despertaban
sus
actividades
públicas.
En
vez
de
apoyar
su
resistencia
contra
la
violencia
política,
sospechaba
que
cometía
adulterio.
La
historia
de
Teodomira
-‐y
otras-‐
me
hacen
preguntarme
sobre
la
naturaleza
de
la
violencia,
cómo
el
significado
de
la
violencia
cambia
de
acuerdo
al
contexto
social
y
político,
y
cómo
algunas
formas
de
violencia
son
percibidas
como
relativamente
legítimas.
40
Para
una
versión
completa,
ver:
Jelke
Boesten,
Intersecting
Inequalities:
Women
and
Social
Policy
in
Peru,
1990-‐2000
(University
Park:
Pennsylvania
State
University
Press,
2010),
124-‐126.
Para
una
discusión
de
las
las
mujeres
de
Ayacucho
y
sus
actividades
como
abogadas
por
la
paz,
ver:
Coral
Cordero,
“Women
in
War”,
345.
41
Informe
CVR,
Vol
VI,
Chapt
1.5.
24
La
distinción
de
la
violencia
contra
la
mujer
en
tiempos
de
guerra
(violencia
política
o
pública)
de
la
violencia
en
tiempos
de
paz
(por
lo
general
entendida
como
violencia
'doméstica'
o
'privada'),
se
torna
aún
más
opaca
cuando
se
leen
los
testimonios
de
la
CVR
sobre
cómo
hablan
de
sus
experiencias
los
sobrevivientes
de
las
violaciones
durante
el
conflicto
armado.
En
muchas
ocasiones,
los
sobrevivientes
se
refieren
a
la
violación
al
referirse
a
las
'tareas'
domésticas
y
sexuales
que
se
les
exigían
cuando
estaban
en
custodia,
usando
expresiones
tales
como
'me
hacía
cocinar
y
limpiar
y
me
tenía
como
a
su
mujer'.42
Una
mujer
incluso
dijo
que
los
soldados
'empezaron
a
pegarnos
como
si
fuéramos
sus
mujeres’.43
Estas
referencias
a
cómo
puede
ser
percibida
la
violencia
sexual
y
física
como
parte
normal
de
la
vida
marital
es
reveladora
del
rol
que
la
violencia
cotidiana
cumple
en
las
vidas
de
las
mujeres
de
los
Andes.44
Además,
si
se
percibe
que
las
mujeres
actúan
como
la
esposa
de
alguien
cuando
son
violadas
y
golpeadas,
entonces
la
línea
interpretativa
entre
coerción
y
consentimiento
también
puede
quedar
difuminada.45
En
dicho
caso,
la
coerción
y
la
violencia
pueden
no
excluir
la
complicidad.
Esto
es
confirmado
por
lo
que
les
sucede
a
algunas
sobrevivientes
de
violación,
que
discutimos
más
adelante
en
los
capitulos
Dos
y
Cuatro:
las
mujeres
que
se
atreven
a
protestar
son,
muchas
veces,
objeto
de
abuso
y
violencia
por
parte
de
sus
esposos;
las
entrevistas
realizadas
en
la
ciudad
de
Huamanga
y
el
pueblo
de
San
Miguel,
ambos
en
el
departamento
de
Ayacucho
que
fue
el
centro
de
la
violencia
política,
indica
que
muchas
sobrevivientes
que
protestaron
viven
en
constante
conflicto
con
sus
esposos,
quienes
sugieren
que
sus
torturadas
mujeres
fueron
cómplices
de
su
propio
abuso.
42
Ver
Testimonios,
Arch-‐TRC,
Manta
y
Vilca.
43
Citado
en,
Milagros
Salazar,
“DDHH-‐PERÚ:
Las
últimas
de
la
fila
en
la
justicia,
Inter
Press
Service”,
Jan
4
(2011)
http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=97187
44
Para
un
análisis
más
elaborado,
ver:
Boesten,
Intersecting
Inequalities.
Un
informe
comparativo
dela
MSO
estima
que
el
69
por
ciento
de
las
mujeres
rurales
en
el
Perú
experimentan
violencia
física
y/osexual
durante
sus
vidas,
comparado
con
el
51
por
ciento
de
mujeres
urbanas.
Ana
Güezmes,
Nancy
Palomino,
Miguel
Ángel
Padilla
Ramos,
y
la
Organización
Mundial
de
la
Salud,
Violencia
sexual
y
físicacontra
las
mujeres
en
el
Perú:
estudio
multicéntrico
de
la
OMS
sobre
la
violencia
de
pareja
y
la
salud
de
las
mujeres
(Lima:
Centro
de
la
Mujer
Peruana
Flora
Tristán
and
Universidad
Peruana
Cayetano
Heredia,
2002).
45
Esto,
desde
luego,
también
está
relacionado
a
las
ideas
de
género
sobre
la
potencial
'polución'
de
los
25
La
violencia
política
que
azoló
Ayacucho
y
los
departamentos
vecinos
durante
los
80s
fue
abrumadoda
y
devastadora.
Pero
escuchar
las
experiencias
de
las
mujeres
sobre
sus
continua
lucha
contra
las
diversas
formas
de
violencia
cotidiana
perpetradas
contra
sus
propios
cuerpos
y
contra
sus
familias
permite
hacerse
una
idea
de
los
elementos
más
estructurales
que
habrían
permitido
que
este
tipo
de
violencia
política
tenga
lugar.
Las
experiencias
cotidianas
de
las
mujeres
también
dan
luz
sobre
su
capacidad
de
resistencia.
La
violencia
política
no
las
silenció,
mas
bien,
parece
que
las
impulsó
a
resistir.
Como
ha
documentado
Isabel
Coral,
las
redes
de
organizaciones
de
mujeres
a
lo
largo
y
ancho
del
departamento
de
Ayacucho
proporcionaron
información
y
apoyo,
y
organizaron
marchas
públicas
contra
la
violencia
en
un
medio
ambiente
político
que
era
tóxico
y
peligroso,
y
en
el
que
ningún
hombre
saldría
las
calles
a
protestar.46
Se
puede
argüir
que
como
las
mujeres
poseían
un
conocido
repertorio
de
resistencia
y
organización
basado
en
el
género
(por
ejemplo,
una
apelación
a
la
maternidad
y
a
la
inocencia,
y
una
habilidad
para
desafiar
a
las
autoridades
masculinas
basadas
en
estas
premisas.47),
sabían
cómo
organizar
su
movilización.
Si
bien
es
probablemente
cierto
que
este
argumento
tiene
fundamento
para
las
dirigentas,
la
visión
de
conjunto
es
más
compleja.
Lo
más
destacado
es
que
la
mujeres
protestaban
públicamente
contra
la
violencia
perpetrada
contra
sus
familias
y
sus
comunidades,
pero
no
la
violencia
perpetrada
contra
sus
propios
cuerpos.
Muy
pocas
mujeres
hablaron
sobre
sus
experiencias
de
violencia
sexual,
y
ninguna
organización
feminista
se
refirió
al
tema
sino
hasta
después
de
la
CVR.
Por
ello,
la
violencia
sexual
nunca
se
convirtió
en
un
asunto
de
género,
en
función
del
cual
organizar
la
acción
pública,
pero
tampoco
impidió
que
las
mujeres
llevaran
a
cabo
acciones
públicas
y
resistieran
contra
la
violencia
general
perpetrada
contra
sus
familias
y
comunidades.
A
fin
de
lograr
una
mejor
comprensión
de
tal
violencia
en
tiempo
de
guerra,
así
como
de
la
violencia
en
tiempos
de
paz,
contra
las
mujeres,
especialmente
en
periodos
de
post
conflicto,
presento
un
estudio
detallado
de
las
relaciones
entre
tales
violencias
en
el
Perú.
Lo
hago
mayormente
por
medio
de
una
combinación
de
lo
que
podemos
46
Coral
Cordero,
“Women
in
War”.
47
Ver
Boesten,
Intersecting
Inequalities,
124-‐126.
26
llamar
un
análisis
crítico
del
discurso
y
la
teoría
crítica,
a
grandes
rasgos
de
acuerdo
con
la
tradición
de
la
Escuela
de
Frankfurt.
Uso
el
análisis
crítico
del
discurso
a
fin
de
'leer'
los
múltiples
significados
de
la
violencia
sexual.
Percibo
a
la
violencia
sexual
produciendo
y
reproduciendo
ciertas
jerarquías
que
están
ancladas
en
jerarquías
ya
existentes
de
clase,
género
y
raza,
y
que
se
expresan
no
sólo
por
medio
del
acto
de
la
violación,
sino
del
significado
atribuido
a
dichos
actos
por
los
perpetradores,
las
víctimas,
los
testigos,
los
observadores
y
las
instituciones.
Estos
significados
pueden
ser
expresados
en
palabras
(testimonios,
entrevistas,
documentos
de
política)
o
hechos
(cómo,
por
y
ante
quien,
y
contra
quien
la
violencia
es
ejercida),
o
en
silencio.
Considero
que
es
necesario
"desempacar"
los
entendimientos
entrecruzados
de
la
violencia
sexual
a
fin
de
extrapolar
la
complejidad
del
problema,
pero
también
para
poder
identificar
posibilidades
de
cambios.
Por
ello,
mi
punto
de
partida
no
es,
de
manera
alguna,
neutral:
tengo
por
objetivo
la
posibilidad
del
cambio.
De
acuerdo
a
Horkheimer,
la
teoría
crítica
debe
ser
explicatoria,
práctica
y
normativa,
y
tener
fines
emancipatorios.48
Siguiendo
la
idea
de
que
el
análisis
del
discurso
crítico
debe
tener
por
objetivo
"entender,
exponer,
y
finalmente
resistir
la
desigualdad
social"49,
aplico
lo
que
hemos
aprendido
del
caso
peruano
para,
en
el
último
capítulo
pensar
críticamente
sobre
el
discurso
global
contemporáneo
y
la
práctica
en
relación
al
género
y
la
justicia
en
sociedades
post-‐conflicto.
El
estudio
de
caso
gana
importancia
y
relevancia
gracias
al
diálogo
con
las
literaturas
de
género
y
la
violencia
estatal
en
América
Latina,
en
general
sobre
la
violación
en
tiempos
de
guerra,
así
como
con
la
justicia
transicional
y
la
ley
internacional
sobre
derechos
humanos.
Este
diálogo
es
continuo
a
lo
largo
del
estudio
y
un
punto
de
vista
comparativo
dará
marco
a
las
hallazgos
referidos
al
Perú.
El
uso
que
hago
de
fuentes
múltiples
sostiene
mi
objetivo
de
lograr
un
análisis
cualitativo,
que
no
siempre
está
respaldado
por
evidencia
estadística
(no
disponible).
Mi
estrategia
de
triangulación
se
apoya
en
fuentes
vastamente
diversas,
desde
el
48
Ver:
James
Bohman,
“Critical
Theory”,
The
Stanford
Encyclopedia
of
Philosophy
(Spring
2013
Edition),
Edward
N.
Zalta
(ed.),
URL
=
<http://plato.stanford.edu/archives/spr2013/entries/critical-‐
theory/>.
49
Teun
A
van
Dijk,
“Critical
Discourse
Analysis”,
en:
D.
Tannen,
D.
Schiffrin
and
H.
Hamilton,
eds.,
27
testimonio
hasta
la
narrativa
literaria,
desde
las
entrevistas
en
primera
persona
a
documentos
de
política
y
recortes
periodísticos.
Me
apoyo
sustantivamente
en
escritos
conocidos
sobre
género
y
justicia
transicional
en
el
Perú,
así
como
en
el
creciente
cuerpo
de
literatura
comparativa
sobre
la
violencia
sexual
durante
conflictos.
Aspiro
a
entender
y
explicar
la
complejidad
del
sentido
común
construido
discursivamente,
que
hace
posible
la
violencia
sexual
y
poco
probable
la
rendición
de
cuentas;
y
exponer
cómo
las
estructuras
institucionales
son
sostenidas
por
dicho
sentido
común.
Empecé
esta
investigación
leyendo
testimonios
dados
a
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
por
mujeres
víctimas
de
la
violencia
sexual.50
También
revisé
los
testimonios
de
testigos
masculinos
de
la
violencia
sexual,
y
escuché
ocho
testimonios
de
soldados
que
se
refieren
a
la
violencia
sexual,
aunque
nunca
en
primera
persona.
Numerosos
casos
de
violencia
sexual
descubiertos
por
la
CVR
fueron
retomados
por
organizaciones
de
derechos
humanos
(APRODEH,
IDL,
COMISEDH)
y
una
ONG
cristiana
(Paz
y
Esperanza)
para
continuar
la
investigación,
con
la
finalidad
de
lograr
justicia.
Una
organización
feminista
(DEMUS)
concentró
su
trabajo
con
las
mujeres
de
dos
distritos,
Manta
y
Vilca,
situados
en
la
provincia
andina
de
Huancavelica,
en
donde
la
poca
evidencia
disponible
sugería
la
violación
generalizada
de
mujeres
locales
por
soldados
de
las
bases
militares
establecidas
en
dicha
provincia
en
1984.
Entre
otras,
estas
organizaciones
proporcionaron
apoyo
social
y
sicológico
a
las
mujeres
sobrevivientes
de
la
violencia
sexual,
revelando
lo
que
había
tenido
lugar
durante
los
años
en
guerra,
y
trabajaron
con
las
víctimas-‐sobrevivientes
para
llevar
los
casos
ante
los
tribunales.51
Algunas
de
las
investigaciones
han
tomado
seis
años,
otras
aún
continúan,
pero
ninguna
ha
llegado
a
los
tribunales.
Estos
procesos
frustrados
de
judicialización
son
el
tema
del
Capítulo
Cinco.
Tras
las
conversaciones
que
sostuve
con
los
abogados
y
asistentes
sociales
involucrados
en
este
trabajo
con
las
sobrevivientes
de
la
violación
en
tiempo
de
guerra,
decidí
no
continuar
buscando
nuevos
testimonios
de,
o
entrevistas
con,
50
Algunos
testimonios
pueden
ser
hallados
en
el
sitio
web
de
la
CVR:
www.cverdad.org.pe.
Otros
en
los
archivos
de
la
CVR,
depositados
en
la
Defensoría
del
Pueblo,
citados
como
'CVR
Arch'.
Una
lista
completo
de
los
testimonios
estudios
se
encuentra
en
apendix
1.
51
La
más
importante
colaboradora
en
cuanto
a
apoyo
sicológico
ha
sido
RedInfa,
Red
para
la
Infancia
y
la Familia.
28
víctimas-‐sobrevivientes
pues
la
situación
de
ellas
era
demasiada
precaria
como
para
que
continuara
realizando
entrevistas.
Además,
mientras
más
conocía
del
tema,
más
me
convencía
que
el
nudo
de
la
investigación
crítica
no
debía
recaer
en
el
sufrimiento
de
las
mujeres
individualmente,
sino
en
los
procesos
y
estructuras
que
hacían
dicho
sufrimiento
posible.
Aún
cuando
no
busqué
"nuevos"
testimonios
de
víctimas-‐
sobrevivientes,
los
testimonios
de
víctimas
y
testigos
de
la
violencia
sexual
presentados
a
la
CVR,
son
centrales
al
análisis.
Incluyo
varios
pasajes
relevantes
de
tales
testimonios
en
este
libro,
como
los
de
las
mencionadas
Cecilia
y
Beatriz.
Las
narrativas
de
la
violencia
que
discutimos
aquí
son
esenciales
al
análisis
de
la
violencia
sexual
durante
la
guerra
y
la
paz,
puesto
que
no
podemos
confiar
en
las
definiciones
y
cifras
para
comprender
los
significados
atribuidos
a
esta
violencia.
Todas
las
narraciones
discutidas
han
sido
cuidadosamente
seleccionadas
por
su
función
ejemplificadora
y
no
constituyen
excepciones;
proveen
una
ventana
para
observar
un
aspecto
particular
en
la
comprensión
y
reflexión
sobre
la
violencia
sexual
porque
son
parte
de
patrones
que
pueden
encontrarse
en
los
testimonios
sobre
dicha
violencia,
tal
como
fue
observada
por
la
CVR.
Mientras
las
fuentes
de
estas
narrativas
están
correctamente
identificadas,
los
nombres
y
los
lugares
han
sido
cambiados
a
fin
de
tornar
anónimas
las
identidades
al
público
en
general,
así
como
para
evitar
afectar
cualquier
proceso
judicial
futuro.
En
los
años
que
trabajé
en
este
proyecto,
estudié
en
detalle
33
testimonios
presentados
a
la
CVR,
algunos
transcritos
por
el
equipo
de
la
CVR,
otros
por
traductores
que
contraté,
y
ocho
testimonios
de
soldados.
Los
hallazgos
del
informe
final
de
la
CVRP,
los
estudios
de
casos
que
investigaron,
y
los
informes
especiales
sobre
la
violencia
sexual
escritos
por
Julissa
Mantilla
y
Narda
Henríquez
(2003),
Mercedes
Chrisóstomo
(2005)
y
Narda
Henríquez
(2006),
también
son
esenciales
para
mi
análisis.52
Para
entender
la
impunidad,
estudié
las
investigaciones
sobre
casos
de
violencia
sexual
durante
el
conflicto
armado
realizadas
por
las
instituciones
antes
mencionadas.
Entrevisté
abogados
y
fiscales
en
Lima
y
Ayacucho,
muchas
veces
más
52
Ver:
Crisóstomo,
“Las
mujeres
y
la
violencia
sexual”;
Narda
Henriquez,
Cuestiones
de
género
y
poder
en
el
conflicto
armado
en
el
Peru
(Lima:
Consejo
Nacional
de
Ciencia
y
Tecnología,
CONCYTEC,
2006);
Narda
Henriquez
y
Julissa
Mantilla,
“Contra
viento
y
marea:
cuestiones
de
genero
y
poder
en
la
memoria
colectiva”,
(Lima:
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
del
Perú,
2003).
29
de
una
vez,
y
hallé
un
decidido
apoyo
en
los
abogados
que
trabajaban
en
APRODEH,
IDL,
Paz
y
Esperanza,
y
COMISEDH,
y
otros
abogados
de
derechos
humanos.
A
fin
de
examinar
las
relaciones
entre
la
violencia
en
tiempos
de
paz
y
en
tiempos
de
guerra
entrevisté
a
policías,
fiscales,
abogados,
sicólogos
y
trabajadores
sociales
que
trabajaban
con
mujeres
agredidas.
Esto
constituye
la
fuente
principal
del
Capítulo
Seis.
Las
entrevistas
con
nueve
mujeres
agredidas
que
vivían
en
refugios
temporales
en
el
norte
de
Lima,
con
seis
mujeres
y
dos
esposos
en
el
pueblo
de
San
Miguel,
en
el
departamento
de
Ayacucho,
y
con
dieciséis
agresores
de
mujeres
en
Ayacucho
fueron
llevadas
a
cabo
para
entender
mejor
la
violencia
contemporánea
contra
la
mujer
en
tiempos
de
paz.
Confié
en
la
ayuda
de
asistentes
de
investigación
para
algunas
de
estas
entrevistas,
pues
tenían
mayor
acceso
a
las
entrevistadas.53
Además
de
este
material
primario,
estudié
material
escrito
y
publicado
en
las
áreas
de
política
y
diseño
de
políticas,
los
informes
policiales,
y
dediqué
mucho
tiempo
en
Lima,
Ayacucho
y
San
Miguel
a
estudiar
la
opinión
pública
sobre
la
violencia
contra
la
mujer.
Estructura
del
libro
En
el
Capítulo
Dos,
primero
discuto
la
evolución
de
la
comprensión
académica
y
política
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra.
Recurriendo
a
los
datos
disponibles
sobre
la
predominio
de
la
violencia
sexual
en
el
conflicto
peruano,
identifico
los
diferentes
repertorios,
o
regímenes,
de
la
violencia
sexual.
La
violación
sistemática
y
dirigida,
especialmente
la
violación
pública
en
grupo
[gang
rape
ed.],
fue
muy
común
y
coincide
con
la
tesis
de
que
es
un
"arma
de
guerra";
sin
embargo,
muchos
otros
regímenes
de
violación
pueden
ser
percibidos
como
que
no
calzan
en
esta
definición,
y
revelan
indicios
de
oportunismo
y
entretenimiento.
La
información
muestra
que
aún
cuando
la
violación
fue
usada
sistemáticamente
por
los
militares,
también
fue
realizada
como
consumo
de
sexo
violento,
algunas
veces
sugiriendo
un
elemento
pornográfico.
Además,
tenemos
que
reconocer
las
violaciones
invisibles
que
fueron
perpetradas
por
53
Algunas
de
las
entrevistas
para
el
Capítulo
Seis
fueron
realizadas
en
Lima,
en
el
2011,
por
Betsy
Flores
Sandoval;
las
entrevistas
con
hombres
durante
el
2011,
en
las
ciudades
de
Huanta,
Huamanga
y
San
Miguel,
Departmento
de
Ayacucho,
fueron
realizadas
por
CEPRODEP,
Ayacucho.
Las
entrevistas
en
San
Miguel,
La
Mar,
en
2006,
fueron
realizadas
por
la
autora
junto
con
Nelly
Mejia.
30
miembros
de
la
comunidad,
vecinos
o
aún
miembros
de
la
familia,
y
esto
difumina
la
línea
divisoria
de
lo
público/privado.
El
Capítulo
Tres
se
aparta
de
la
tesis
del
"arma
de
guerra"
para
examinar
qué
efectos
tiene
la
violencia
sexual
a
nivel
socio-‐político.
Me
adhiero
a
Judith
Butler
en
la
suposición
que
los
contextos
normativos
condicionados
culturalmente
informan
comprensiones
de
género,
sexo
y
sexualidad.
Estos
contextos
evolucionan
por
la
vía
de
la
actuación
repetitiva
de
normas,
esto
es,
todos
contribuimos
a
moldear
las
ideas
culturales
sobre
otros
y
nosotros
mismos
al
practicar
la
norma.
Desde
esa
perspectiva,
la
violencia
sexual
es
una
actuación
repetitiva
que
produce
roles
de
género,
dominación
masculina
y
sumisión
femenina,
y
naturaliza
esta
jerarquía
con
el
acto
de
la
violación.
Pero
la
violencia
sexual,
especialmente
la
violación,
conlleva
una
variedad
de
mensajes
sobre
las
relaciones
de
poder
y
normas
relativas
al
género,
sexo
y
sexualidad,
que
pueden
ser,
y
generalmente
lo
son,
desplegadas
para
afirmar
otras
divisiones
sociales.
El
capítulo
usa
literatura
feminista
comparativa
y
postcolonial
para
revelar
como
funciona
la
sexualidad
racializada
en
la
vida
cotidiana
de
los
peruanos
y
la
reproducción
de
tal
sexualidad
racializada
por
medio
de
la
violencia
sexual
contra
las
mujeres
indígenas/mestizas.
La
violación
también
desempeña
un
rol
importante
en
la
naturalización
de
las
jerarquías
entre
los
hombres
y
entre
los
grupos
poblacionales.
Los
ejemplos
empíricos
de
la
datos
discutidos
en
el
capítulo
dos,
así
como
las
fuentes
históricas
y
ficcionales,
apuntalan
los
argumentos.
C
onsiderando
que
a
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
peruana
se
le
reconoce
ser
la
primera
CVR
que
incluye
una
extensa
perspectiva
de
género,
el
Capítulo
Cuarto
empieza
analizando
críticamente
lo
que
el
género
significa
en
la
justicia
transicional.
En
particular,
estoy
interesada
en
lo
que
la
perspectiva
de
género
ha
significado
en
la
práctica
de
la
CVR
y
como
la
conceptualización
ha
informado
la
'verdad'
sobre
la
violencia
sexual.
Considerando
en
más
detalle
dos
testimonios,
uno
dado
en
público
y
el
otro
en
privado,
a
un
entrevistador
de
la
CVR,
muestro
cómo
los
"guiones
de
la
violación"
normativamente
formalizados
sin
querer
limitan
las
posibilidades
de
ser
oída.
En
una
sección
final
pregunto
qué
significa
la
separación
de
verdad
versus
justicia
para
la
relación
entre
silencio,
narración
y
ser
escuchada.
Como
se
espera
de
las
mujeres
que
narren
sus
experiencias
de
gran
sufrimiento
sin
mucha
31
esperanza
de
reparación,
se
permite
a
los
perpetradores
continuar
sus
vidas
sin
que
se
expongan
sus
actos
criminales.
La
exposición
de
las
víctimas
y
sus
traumas
a
la
que
las
comisiones
de
la
verdad
apuntan
pueden
finamente
tener
efectos
adversos.
El
Capítulo
Cinco
da
una
mirada
a
la
justicia
para
las
víctimas
de
la
violencia
sexual,
o
más
bien,
a
la
impunidad.
En
primer
lugar
pregunto
qué
puede
significar
justicia,
especialmente
a
la
luz
de
la
discusión
sobre
verdad
y
justicia
en
el
capítulo
cuarto,
y
la
inconciente
construcción
de
guiones
de
la
violación,
que
son
base
del
contexto
normativo
judicial
(en
oposición
a
su
contexto
legal).
Analizando
los
casos
judiciales
existentes
preparados
contra
los
perpetradores
de
violación
durante
el
conflicto
armado,
revelo
los
argumentos
legales
usados
por
los
jueces
para
rechazar
casos
de
violación.
Me
interesa
seguir
el
rastro
de
la
lógica
de
la
impunidad
en
un
contexto
en
el
que
la
ley
nacional
e
internacional
deben
proveer
la
normatividad
y
el
contexto
legal
para
poder
judicializar
casos.
En
cambio,
las
suposiciones
sobre
la
dificultad
de
los
casos
de
violación
están
relacionadas
a
las
suposiciones
sobre
género,
sexo
y
sexualidad.
Estas
suposiciones,
antes
que
las
pruebas
legales,
informan
las
decisiones
sobre
casos,
haciendo
más
evidente
el
sexismo
institucional
y
el
racismo
que
subyace
a
la
impunidad
en
lo
relativo
a
la
violación
durante
conflictos.
Este
racismo
institucional
y
sexismo
es
aún
más
evidente
en
los
casos
de
violencia
contra
la
mujer,
incluyendo
la
violencia
sexual,
en
tiempos
de
paz.
En
el
Capítulo
Seis
reviso
cómo
podemos
entender
las
múltiples
relaciones
entre
la
violencia
de
género
en
tiempos
de
guerra
y
de
paz.
Los
lazos
directos
pueden
ser
considerados
como
un
continuum
histórico
o
la
violencia
como
secuelas
de
la
guerra.
Mientras
que
estos
argumentos
parecen
tener
cierta
validez,
el
rol
del
estado
al
fomentar
la
tolerancia
institucional
a
la
violencia
contra
las
mujeres,
basado
en
ideas
sobre
género,
sexo
y
familia,
también
cumple
un
rol.
Por
ello,
reviso
las
políticas
públicas
sobre
la
llamada
'violencia
familiar'
para
afirmar
que
un
estado
patriarcal
impide
un
corte
radical
con
la
nociva
desigualdad
de
género.
La
resistencia
por
parte
del
estado
a
tomar
seriamente
los
derechos
de
la
mujer,
y
superar
su
prejuicio
racial
y
clasista,
es
tangible
en
la
política
diseñada
para
reducir
la
violencia
contra
la
mujer,
y
en
su
implementación.
Este
capítulo
se
beneficia
de
las
entrevistas
con
perpetradores
32
y
víctimas
en
Ayacucho
y
el
norte
de
Lima,
y
con
personal
de
primera
línea
como
policías,
doctores,
abogados,
jueces
y
trabajadores
sociales.
En
un
capítulo
final,
los
hallazgos
de
los
capítulos
precedentes
son
sometidos
a
discusión
desde
las
recientes
críticas
feministas
a
la
justicia
global
de
género.
Al
hacerlo,
la
distancia
entre
el
discurso
legal
internacional
en
relación
a
la
violencia
sexual
y
a
las
prácticas
nacionales
serán
debatidas.54
La
violencia
sexual
ocupa
un
lugar
privilegiado
en
la
agenda
internacional
por
una
justicia
global,
pero
la
interrogante
continúa
siendo
qué
significa
esto
en
la
práctica.
Situando
el
caso
peruano
en
estos
esfuerzos
internacionales
identifico
las
brechas
entre
las
intenciones
internacionales
y
las
prácticas.
En
particular,
¿qué
implicaciones
tiene
el
análisis
de
la
violencia
sexual
en
el
Perú
para
nuestra
comprensión
de
la
violencia
sexual
en
guerra
en
forma
más
general?
¿Cómo,
posiblemente,
afectará
esto
la
política
nacional
e
internacional
en
relación
a
la
violencia
sexual
en
la
guerra?
54
Julie
Mertus,
“Shouting
from
the
Bottom
of
the
Well:
the
Impact
of
International
Trials
for
Wartime
Rape
on
Women's
Agency”,
International
Feminist
Journal
of
Politics
6
(1)
(2004),
pp110-‐128;
Sally
Engle
Merry,
Human
Rights
and
Gender
Violence:
Translating
International
Law
into
Local
Justice
(Chicago:
University
of
Chicago
Press,
2006);
Vasuki
Nesiah,
“Discussion
Lines
on
Gender
and
Transitional
Justice:
An
Introductory
Essay
Reflecting
on
the
ICTJ
Bellagio
Workshop
on
Gender
and
Transitional
Justice”,
Columbia
Journal
of
Gender
and
Law
15
(2006),
799-‐812;
Christine
Bell
and
Catherine
O’Rourke,
“Does
Feminism
Need
a
Theory
of
Transitional
Justice?
An
Introductory
Essay”,
International
Journal
for
Transitional
Justice
1
(1)
(2007),
23-‐44;
Dianne
Otto,
“The
Exile
of
Inclusion:
Reflections
on
Gender
Issues
in
International
Law
Over
the
Last
Decade”,
Melbourne
Journal
of
International
Law.
10
(1)
(2009),
1-‐15;
UN-‐Women,
Progress
of
the
World’s
Women
2011-‐2012
(New
York:
United
Nations,
2011).
33
1
Carolyn
Nordstrom,
Rape:
Politics
and
Theory
in
War
and
Peace
(Canberra:
Peace
Research
Centre,
1994);
Euan
Hague,
“Rape,
Power
and
Masculinity:
The
Construction
of
Gender
and
National
Identities
in
the
War
in
Bosnia-‐Herzegovina”,
in
Gender
and
Catastrophe
,
ed.
Ronit
Lentin
(London:
Zed
Books,
1997);
Nira
Yuval-‐Davis,
Gender
and
Nation
(Thousand
Oaks,
CA:
Sage,
1997);
Diane
M.
Nelson,
A
Finger
in
the
Wound:
Body
Politics
in
Quincentennial
Guatemala
(Berkeley,
CA:
University
of
California
Press,
1999);
Narda
Henríquez
and
Julissa
Mantilla,
Contra
viento
y
marea:
Cuestiones
de
género
y
poder
en
la
memoria
colectiva
(Lima:
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
del
Perú,
2003);
Narda
Henríquez,
Cuestiones
de
género
y
poder
en
el
conflicto
armado
en
el
Perú
(Lima:
Consejo
Nacional
de
Ciencia,
34
la
dicotomía
entre
una
víctima
y
un
perpetrador
no
es
siempre
aparente,
que
la
violación
no
siempre
es
usada
estratégicamente,
y
que
la
violación
en
la
guerra
está
ligada
a
ideologías
de
género
existentes.2
Mientras
que
la
tesis
de
la
violación
como
un
arma
de
guerra
no
debe
ser
completamente
descartada,
la
investigación
nueva
muestra
simplemente
que
ésta
no
es
suficiente
para
explicar
la
violencia
sexual
en
la
guerra,
y
por
lo
tanto
dificulta
la
capacidad
de
intervenir
adecuadamente.
En
mi
discusión
sobre
la
violencia
sexual
en
el
conflicto
peruano
voy
a
subrayar
estas
complejidades:
la
variedad
en
la
perpetración
de
la
violación,
los
diferentes
propósitos
no
bélicos
a
los
que
sirve,
la
diversidad
de
víctimas
que
son
objetivo
más
allá
de
la
“mujer
del
enemigo”,
y
la
ambigüedad
alrededor
de
la
dicotomía
de
la
víctima
versus
perpetrador.
En
el
próximo
capítulo,
examinaré
cómo
los
regímenes
de
la
violación
durante
el
conflicto
armado
en
el
Perú
comparten
una
serie
de
características
con
las
lecturas
de
esa
violencia
en
los
periodos
de
paz,
de
desigualdades
que
se
intersectan
basadas
en
género,
raza,
clase
y
sexualidad
y,
por
ello,
deben
ser
vistas
como
productoras
de
bastante
más
que
objetivos
relacionados
a
la
guerra.
Pero
primero
necesitamos
examinar
qué
regímenes
de
violencia
sexual
pueden
ser
identificados
en
el
conflicto
interno
peruano,
considerando
la
información
empírica
de
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación.
Teniendo
en
cuenta
las
teorías
sobre
la
violación
como
un
arma
de
guerra
y
la
crítica
a
esas
teorías,
indico
que
la
violación
en
la
guerra
no
debe
ser
reducida
“sólo”
a
estrategia
militar,
y
que
deben
ser
tomados
en
cuenta
los
lazos
con
la
incidencia
e
interpretaciones
de
la
violencia
contra
la
mujer
en
los
tiempos
de
paz
cuando
se
analiza
la
violación
en
la
guerra.
Analizando
la
violencia
sexual
en
la
guerra
y
la
paz
Mi
mayor
interés
concierne
las
borrosas
líneas
entre
la
guerra
y
la
paz
en
las
experiencias
de
violencia
masculina
de
muchas
mujeres.
La
idea
que
las
violaciones
en
Tecnología
e
Innovación
Tecnológíca,
2006);
Dubravka
Zarkov,
Body
of
War:
Media,
Ethnicity,
and
Gender
in
the
Break-‐Up
of
Yugoslavia
(Durham,
NC:
Duke
University
Press,
2007);
Jean
Franco,
“Rape:
A
Weapon
of
War,”
Social
Text
25,
no.
2
(2007):
23–37.
2
Ver:
Erin
Baines,
“Gender,
Justice
and
the
Grey
Zone,”
Journal
of
Human
Rights
10
(2011):
477–93;
Chris
Coulter,
Bush
Wives
and
Girl
Soldiers:
Women’s
Lives
through
War
and
Peace
in
Sierra
Leone
(Ithaca,
NY:
Cornell
University
Press,
2009);
Maria
Eriksson
Baaz
and
Maria
Stern,
“Why
do
Soldiers
Rape?
Masculinity,
Violence
and
Sexuality
in
the
Armed
Forces
in
the
Congo,”
International
Studies
Quarterly
53
(2009):
495–518.
35
tiempos
de
guerra
y
tiempos
de
paz
están
relacionadas
no
es
nueva
en
sí
misma.
En
1975
Susan
Brownmiller
publicó
su
provocador
y
ahora
clásico
libro
Against
our
Will:
Men,
Women
and
Rape.
Brownmiller
consideró
la
violación,
en
todas
circunstancias,
como
enraizadas
en
el
mismo
problema
social:
los
hombres
dominan
a
las
mujeres,
y
usan
la
violencia
sexual
para
afirmar
esta
dominación
y,
crucialmente,
lo
hacen
porque
pueden.3
La
discusión
de
Brownmiller
sobre
la
violencia
a
lo
largo
de
la
historia,
y
su
análisis
de
las
actitudes
frente
a
la
violación
tal
como
ha
sido
reproducido
en
la
historia,
el
discurso
militar,
los
medios
de
comunicación
populares
y
la
cultura,
los
informes
policiales
y
los
tribunales,
aún
es
relevante,
y
en
gran
parte
refleja
las
actitudes
actuales.
Como
demuestra
Brownmiller,
muchas
veces
informes
sobre
la
violación
eran
justificados
con
la
idea
de
que
“son
cosas
de
chicos”,
basada
en
la
noción
que
los
hombres
tienen
necesidades
sexuales
y
que,
debido
a
que
los
soldados
están
lejos
de
sus
esposas
y
novias,
es
muy
probable
que
ellos,
inevitablemente,
violen
y
exploten
a
mujeres.
Pero
la
propia
explicación
de
Brownmiller
no
es
muy
diferente
del
análisis
“son-‐cosas-‐de-‐chicos”:
si
bien
ubica
la
violación
en
el
contexto
del
refuerzo
estructural
de
la
subordinación
de
la
mujer,
y
por
ello
sugiere
que
el
uso
de
la
violencia
sexual
tanto
en
la
guerra
como
en
la
paz
tiene
un
propósito
estratégico,
su
análisis
aún
se
centra
en
hombres
que
violan
“porque
pueden”.
La
idea
que
los
hombres
violan
a
las
mujeres
porque
pueden
no
es
suficientemente
útil
para
comprender
la
naturaleza
de
la
violencia
sexual.
No
toma
en
cuenta
todos
aquellos
hombres
que
no
violan.
Tampoco
ayuda
a
explicar
las
otras
modalidades
de
violación,
tales
como
la
violación
de
hombres
y
de
minorías
sexuales,
o
la
dimensión
racial
o
la
étnica,
que
por
lo
general
cumplen
un
rol
en
la
violación,
especialmente
en
la
guerra,
ni
la
diferenciación
de
los
regímenes
de
violación
a
lo
largo
y
ancho
del
mundo.4
Se
han
escrito
muchos
análisis
de
violación
en
diferentes
escenarios
en
conflicto
desde
que
se
publicó
el
libro
de
Brownmiller,
y
muchas
diversas
explicaciones
(biológica/evolutiva,
social-‐psicológica,
sociológica,
3
Susan
Brownmiller,
Against
Our
Will:
Men,
Women
and
Rape
(New
York:
Ballantine
Books,
1975),
4.
4
Sobre
las
variaciones
en
el
uso
de
la
violación
en
la
guerra,
ver:
Elizabeth
J.Wood,
“Variation
in
Sexual
Violence
during
War,”
Politics
&
Society
34
(2006):
307–341;
Elizabeth
J.
Wood,
“Sexual
Violence
during
War:
Variation
and
Accountability,”
in
Women
and
War
,
ed.
C
de
Jonge
Oudraat,
Kathleen
Kuehnast,
and
Helga
Hernes
(Washington,
DC:
USIP,
2011).
36
medioambiental,
feministas)
han
sido
debatidas,
como
explica
Joanna
Bourke.5
La
emergencia
de
la
tesis
de
la
violación-‐como-‐un-‐arma-‐de-‐guerra
se
relacionó
estrechamente
a
los
eventos
en
la
ex
Yugoslavia
y
en
Ruanda,
donde
la
violación
se
usó
sistemáticamente
y
con
objetivos
de
limpieza
étnica
y
genocidio.
El
trabajo
teórico
de
Nira
Yuval-‐Davies
sobre
la
relación
entre
género
y
nación
ayudó
a
explicar
cómo
la
invasión
de
los
cuerpos
de
las
mujeres
pudo
tener
un
efecto
político
tan
profundo.
Basándose
en
estudios
de
género
postcoloniales
Yuval-‐Davies
mostró
cómo
las
ideas
sobre
género
en
la
reproducción
tanto
biológica
como
sociocultural,
alimentan
proyectos
de
construcción
de
la
nación
y,
por
ello,
a
la
violencia
que
las
identidades
nacionales
pueden
provocar.
Las
mujeres,
consideradas
reproductoras
tanto
culturales
como
biológicas
de
la
nación
en
las
sociedades
patriarcales,
resultan
ser
muy
protegidas,
siendo
sus
movimientos
y
comportamientos
cuidadosamente
observados
y
controlados
en
nombre
de
la
“nación”.
Los
códigos
de
honor
y
sus
dañinos
efectos
en
la
libertad
y
autonomía
de
las
mujeres
también
se
asientan
en
ideas
de
la
mujer
como
reproductoras
de
identidad.
El
análisis
de
Yuval-‐Davis
sobre
la
relación
entre
género
y
nación
ayudó
a
explicar
cómo
en
momentos
históricos
de
cuestionamientos
y
tensiones
étnicos,
las
mujeres
no
sólo
suelen
resultar
sobreprotegidas
y
controladas,
sino
también
objetivos
para
los
enemigos.6
La
violación,
como
hemos
visto
en
varios
conflictos
del
siglo
veinte,
puede
tornarse
instrumento
en
un
conflicto
étnico,
y
las
mujeres
convertirse
en
el
“campo
de
batalla.”7
Pero
ahora
que
ha
echado
raíces
la
idea
que
la
violación
puede
servir,
y
generalmente
sirve,
como
un
arma
de
guerra,
especialmente
en
conflictos
étnicos,
se
deben
hacer
preguntas
críticas:
¿Qué
significa
realmente
la
violación
como
arma
de
guerra?
Surgen
varios
problemas
de
definición:
¿Qué
es
un
arma?
¿Cómo
han
5
En
su
historia
de
la
violación
y
el
desarrollo
de
marcos
y
estructuras
para
entender
la
violación,
Bourke
concluye
que
las
definiciones
societales
(incluyendo
las
sociales,
legales
e
individuales)
y
los
significados
de
la
violación
varían
en
el
tiempo,
el
contexto
y
la
geografía:
Joanna
Bourke,
Rape:
Sex,
Violence,
History.
(Emeryville:
Shoemaker
&
Hoard,
2007).
6
Yuval
Davis,
Gender
and
Nation.
7
Google
confirma
la
popularidad
de
la
expresión
los
cuerpos
de
las
mujeres
son
un
campo
de
batalla
como
metáfora
de
la
violación
en
la
guerra:
cuando
trataba
de
hallar
el
origen
de
esta
expresión,
Google
ofreció
16,100,
000
resultados
en
32
segundos
para
la
frase
“cuerpos
de
mujeres
como
campos
de
batalla
en
la
guerra”.
37
cambiado
las
guerras?
¿Han
cambiado?
y,
si
es
así,
¿desde
cuándo
y
cómo?
¿Qué
es
la
violación,
qué
tipos
de
violencia
sexual
incluye?8
Múltiples
posibles
intenciones
políticas,
económicas
y
sociales
hacen
que
la
proposición
de
la
violación
como
un
arma
de
guerra
no
sea
particularmente
concreta.
En
respuesta
a
dichas
preguntas
Inger
Skjelsbæk
concluye
que
la
violencia
sexual
puede
ser
considerada
como
un
arma
de
guerra
cuando
apunta
contra
la
identidad
de
la
víctima
–y
por
ello
contra
la
identidad
del
enemigo
en
tanto
que
grupo-‐
y
es
“parte
de
una
sistemática
campaña
política
con
objetivos
militares”9
Sin
embargo,
ella
reconoce
también
que
pueden
tener
lugar,
simultáneamente,
muchas
otras
formas
de
violencia
sexual
relacionadas
con
conflictos.
Finalmente,
los
ensayos
en
el
libro
de
Heineman,
Sexual
Violence
in
Conflict
Zones,
muestran
que
la
violencia
sexual
es
común
en
un
amplio
abanico
de
conflictos
históricos,
pero
que,
desde
luego,
no
siempre
cumple
con
la
definición
anterior.
Por
ello,
si
queremos
entender
la
persistencia
de
tal
violencia
en
las
guerras,
necesitamos
ampliar
nuestra
perspectiva.10
Estudios
de
casos
históricos
confirman
la
afirmación
de
Bourke
que
el
significado
de
la
violación
cambia
de
acuerdo
a
la
historia,
el
contexto
y
la
geografía
(cultural),
y
como
Skjelsbæk
concluye
en
su
estudio,
sólo
podemos
generalizar
acerca
de
la
violación
en
la
guerra
al
comparar
múltiples
estudios
de
casos
locales.
Mientras
que
la
tesis
de
la
violación
como
arma
de
guerra
no
debe
ser
descartada
completamente,
es
evidente
que
esta
teoría
no
es
suficientemente
adecuada
a
fin
de
explicar
toda
la
violencia
sexual
en
todas
las
guerras,
y
por
lo
tanto
limita
la
capacidad
de
entender,
o
incluso
de
intervenir
efectivamente
en
conflictos
en
los
que
es
empleada
sistemáticamente.
La
perpetración
de
la
violencia
en
la
guerra
puede
ser
sistemática,
porque
no
sólo
muestra
patrones
que
sugieren
planeamiento
e
intencionalidad
política,
como
en
los
casos
de
la
ex
Yugoslavia
y
Ruanda,
sino
que
puede
haber
otros
sistemas
activos
que
se
apoyan
en
ya
existentes
ideologías
de
género,
racismo
o
violencia
institucionalizada.
La
violación
puede
ser
masiva
y
seguir
8
Inger
Skjelsbæk
,
The
Elephant
in
the
Room.
An
Overview
of
How
Sexual
Violence
came
to
be
Seen
as
a
Weapon
of
War
(Oslo:
Peace
Research
Institute
Oslo
(PRIO),
2010)
9
Skjelsbæk
,
The
Elephant
in
the
Room,
27,
y
ver
también:
Inger
Skjelsbæk,
The
Political
Psychology
of
38
patrones
que
no
son
estratégicamente
intencionales
por
naturaleza.
Al
examinar
la
violencia
sexual
en
el
conflicto
peruano
subrayo
tales
complejidades:
la
variedad
en
la
perpetración
de
la
violación
(o
regímenes
de
violación,
o
repertorios
de
violación),
los
diferentes
propósitos
no
relacionados
con
la
guerra
a
los
que
sirve,
la
diversidad
de
víctimas
seleccionadas
más
allá
de
la
“mujer
del
enemigo”
y
la
ambigüedad
que
emerge
alrededor
de
la
dicotomía
de
la
víctima
contra
el
perpetrador.
Analizando
los
Regímenes
de
Violación
en
el
Perú,
1980–2000
Los
testimonios
presentados
a
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
entre
el
2001
y
el
2003
pueden
no
darnos
una
idea
muy
precisa
de
la
escala
de
la
violencia
sexual,11
pero
son
una
ventana
a
la
naturaleza
de
dicha
violencia
y
confirma
su
perpetración
sistemática
durante
los
80s
y
90s
en
un
contexto
de
guerra.
Usando
esa
información,
podremos
evaluar
si,
y
cómo,
podemos
diferenciar
entre
contextos
motivacionales
de
violación
(p.
ej.
Discutir
los
objetivos
de
los
perpetradores
como
parte
de
estructuras
socioculturales
más
amplias
o
los
motivos
políticos),
y
cómo
diferentes
contextos
motivacionales
resultan
en
diferentes
interpretaciones
de
la
relación
entre
perpetrador
y
víctima.
Al
hacerlo,
subrayo
que
muchas
violaciones
son
oscurecidas
y
normalizadas
por
las
comprensiones
social
e
institucional
adscritas
a
la
gran
violencia
perpetrada
contra
cuerpos
de
mujeres
y
hombres.
Y
uso
el
concepto
de
“régimen
de
violación”
para
subrayar
que
a
pesar
de
dicha
normalización,
los
actos
de
violencia
sexual
no
son
patologías
individuales
sino
mas
bien
son
parte
de
un
marco
normativo
que
permite
y
alienta
a
los
hombres
a
violar.
Como
tales,
los
regímenes
de
violación
debatidos
son
en
gran
medida
alentados
por,
pero
no
únicos
a,
la
guerra.
Los
patrones
de
la
perpetración
de
la
violación
en
el
Perú
sugieren
que
la
guerra
no
sólo
intensifica
la
“brutalidad,
reiteración,
el
espectáculo
público
y
la
probabilidad”
de
la
violación”,
como
afirma
Rhonda
Copelon,
sino
también
se
cimenta
en
contextos,
consecuencias
y
desigualdades
institucionalizadas,
existentes
en
tiempos
de
paz.12
Así,
11
Michele
Leiby,
“Digging
in
the
Archives:
The
Promise
and
Perils
of
Primary
Documents,”
Politics
&
39
al
desmontar
los
regímenes
de
violación
en
los
periodos
de
guerra
en
el
Perú,
también
explícitamente
me
refiero
a
cómo
la
violencia
sexual
en
tiempos
de
guerra
es
reflejada
en
las
comprensiones
social
e
institucional
de
tal
violencia
en
los
tiempos
de
paz.
En
el
siguiente
texto,
examino
la
violación
como
un
arma
de
guerra,
como
consumo,
como
espectáculo
público,
y
como
lo
“ordinario”.
La
violación
como
arma
de
guerra
La
información
que
disponemos
del
Perú
confirma
que
la
violación,
y
la
violencia
sexual
en
general,
fue
ciertamente
usada
como
“parte
de
una
campaña
política
sistemática
con
propósitos
militares”
–esto
es,
como
un
arma
de
guerra.13
Esto
significa
que
la
violación
fue
aprobada
desde
arriba,
aún
cuando
no
escrita
en
órdenes,
y
que
la
violación
fue
utilizada
junto
con
otras
formas
de
violencia
e
intimidación.
Los
testigos,
incluyendo
soldados,
se
refirieron
a
las
violaciones
masivas
como
parte
de
las
incursiones
a
poblados
y
a
la
imposición
del
poder
en
esas
comunidades,
y
como
parte
de
las
masacres.
Sobrevivientes
de
masacres
e
incursiones,
especialmente
los
de
Putis,
Chungui
y
Accomarca,
así
como
en
otras
diez
masacres,
dieron
testimonio
de
la
violación
como
parte
de
estos
asaltos.14
Mujeres
y
niñas
fueron
violadas
antes
de
ser
ejecutadas
y
enterradas.
Testimonios
visuales,
tal
como
la
imagen
en
la
cubierta
de
este
libro,
también
muestran
poderosamente
cómo
la
violación
de
las
mujeres
era
parte
de
un
conjunto
de
tácticas
de
terror,
junto
con
otras
formas
de
violencia
y
tortura.15
Las
mujeres
que
sobrevivieron
la
prisión
en
bases
militares
dieron
testimonio
de
la
tortura
de
órganos
sexuales,
violación
grupal
y
desnudez
forzada.16
Otras
formas
de
violencia
sexual
también
fueron
practicadas,
incluyendo
la
tortura
sexual
de
niños
y
bebés
presos
con
sus
madres,
de
acuerdo
a
los
testimonios
de
las
víctimas.
Los
testimonios
se
refieren
a
una
violencia
y
tortura
increíble
e
inimaginable,
extendiéndose
días
y
días,
y
en
muchos
casos
en
frente
de
niños.
En
audiencias
públicas
convocadas
por
la
Comisión
de
la
Verdad
y
13
Skjelsbeak,
The
Elephant
in
the
Room,
27.
14
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación,
Informe
Final
(2003).
www.cverdad.org.pe
de
aquí
en
adelante:
TRC
Report,
Vol.
VI,
Cap.
1.5,
352.
15
Asociación
Servicios
Educativos
Rurales,
SER/proyecto
Yuyarisun,
Peru.
http://yuyarisun.rcp.net.pe
16
CVR
Informe,
Vol.
VI,
Cap.
1.5;
Henriquez,
Cuestiones
de
género
y
poder
;
y,
Henríquez
y
Mantilla,
40
Reconciliación
(CVR)
específicamente
para
escuchar
sobre
la
violencia
de
género,
varias
víctimas-‐sobrevivientes
dieron
testimonio
del
repertorio
de
violencia
que
incluía
la
violación,
pero
en
el
que
la
violación
era
un
elemento
de
un
amplio
abanico
de
torturas
progresivamente
peores
durante
días
y
semanas.17
En
tales
casos,
la
violación
era
parte
de
un
repertorio
más
amplio
de
violencia,
tortura
e
intimidación.
Considerando
estos
testimonios,
la
CVR
observa
que
la
violencia
sexual
tuvo
lugar
en
un
contexto
de
más
vastas
violaciones
a
los
derechos
humanos
y
expresan
la
probabilidad
de
la
violación
sistemática
pero
no
difundida
de
mujeres
que
fueron
desaparecidas,
asesinadas,
torturadas
y
encarceladas.
La
CVR
declaró
explícitamente
que
sólo
podía
incluir
incidentes
de
violación
(y
no
a
la
violencia
sexual
más
amplia)
de
víctimas
identificadas
en
sus
estadísticas
(p.
ej.
los
antes
mencionados
583
casos),
pero
que
la
mayor
parte
de
los
testimonios
que
recibieron
incluían
referencias
a
violencia
sexual.18
La
CVR,
basada
en
los
testimonios
de
los
sobrevivientes,
también
sugirió
que
es
probable
que
una
mayoría
de
las
7426
mujeres
que
fueron
registradas
como
víctimas
de
desaparición,
detención,
tortura,
y/o
ejecución
extrajudicial,
sufrieran
violencia
sexual.
Los
testimonios
recogidos
por
la
CVR
entre
presas
en
una
prisión
de
Lima
muestran
que
mientras
el
25
por
ciento
de
las
detenidas
habían
sido
violadas,
el
80
por
ciento
había
sufrido
alguna
forma
de
asalto
sexual
mientras
se
encontraba
en
la
prisión-‐
esto
es,
perpetrado
por
el
personal
de
seguridad
al
interior
de
las
instituciones
peruanas.19
La
tortura
sexual
de
los
hombres,
una
estrategia
que
explícitamente
intenta
feminizar
a
los
hombres
aparte
de
infligir
humillación
y
dolor,
también
era
ampliamente
practicada,
como
es
cada
vez
más
evidente.20
En
suma,
las
fuerzas
armadas
usaron
la
violencia
sexual,
incluyendo
la
violación,
como
una
estrategia
para
intimidar
y
someter
no
sólo
a
aquellos
sospechosos
de
ser
militantes
de
Sendero
Luminoso,
sino
también
a
la
población
andina
como
un
todo
en
las
áreas
donde
operaba.
Como
han
observado
varios
autores,
17
Ver:
Audiencia
Pública,
Violencia
Política
y
Crímenes
Contra
la
Mujer,
Septiembre
10,
2002.
18
CVR
Informe,
Vol.
VI,
Cap.
1.5,
274.
19
CVR
Informe,
275.
20
Leiby,
Digging
in
the
Archives
,
82;
y,
Maria
Jennie
Dador
Tozzini,
El
otro
Lado
de
la
Historia:
Violencia
sexual
contra
Hombres:
Perú
1980–2000,
(Lima:
Consejería
en
Proyectos
(PCS),
Ediciones
Nova
Print
S.A.C.,
2007).
41
las
fuerzas
armadas
no
estaban
dispuestas
a,
o
podían,
distinguir
entre
aquellos
a
los
que
supuestamente
estaban
combatiendo
–insurgentes-‐
y
la
población
local
en
medio
de
la
cual
vivían
los
insurgentes.
Un
campesino
andino
local
era
visto
como
un
Indio,
y
un
indio
es
violento
y
salvaje,
y,
por
ello,
como
terruco,
o
terrorista.21
Este
“sentido
común”
racista
dominante
en
las
fuerzas
amadas
influyó
en
la
escala
de
la
violencia
perpetrada
contra
la
población
local,
y
también
facilitó
la
presteza
con
la
que
se
atacaba
a
mujeres
y
niñas,
se
abusaba
de
ellas
y
se
las
torturaba
sexualmente.
Mientras
que
la
violencia
sexual
no
fue
usada
como
parte
de
una
campaña
militar
contra
un
grupo
étnico
identificado
como
Indio,
y
no
calza
exactamente
en
la
definición
de
violación
como
arma
de
guerra,
entendiéndola
como
un
ataque
a
la
identidad,
un
sentido
común
racial
dio
sustento
a
la
violencia.
Esto
significa
que
no
sólo
se
acosaba
sistemáticamente
a
las
mujeres
encarceladas
en
Lima
y
en
las
bases
militares
provinciales
o
rurales,
sino
que
las
jóvenes
campesinas
que
vivían
en
Ayacucho,
Apurímac
y
Huancavelica,
los
departamentos
bajo
estado
de
emergencia
(es
decir,
bajo
control
militar)
también
fueron
particularmente
vulnerables
a
la
violación.22
Analizando
los
regímenes
de
violación
en
el
Perú,
1980–2000
Si
la
manera
en
que
las
fuerzas
militares
y
policiales
desplegaron
la
violencia
sexual
como
un
arma
no
había
sido
formal
y
previamente
acordada,
la
evidencia
sugiere
la
existencia
de
una
violencia
institucionalizada
y
sistemática
como
parte
de
un
repertorio
de
tortura
e
intimidación
de
la
población
local
y
de
los
sospechosos
de
insurgencia.
Tenemos
que
llegar
a
una
conclusión
sustancialmente
diferente
sobre
cómo
usaron
la
violencia
sexual
los
insurgentes
de
Sendero
Luminoso.
La
evidencia
de
21
Kimberly
Theidon,
“‘How
We
Learned
to
Kill
Our
Brother.’
Memory,
Morality
and
Reconciliation
in
Peru,”
Bulletin
de
l’Institut
Français
des
Études
Andines
29,
no.
3
(2000):
539–554;
Jean
Franco,
“‘Alien
to
Modernity’:
The
Rationalization
of
Discrimination,”
Journal
of
Latin
American
Cultural
Studies
15,
no.
2
(2006):
71–181;
Orin
Starn,
“Missing
the
Revolution.
Anthropologists
and
the
War
in
Peru”,
Cultural
Anthropology
6,
no.
1
(1991):
63–91;
Nelson
Manrique,“Violencia
política
y
racismo
en
el
tiempo
de
Guerra
en
el
Peru,”
in
El
tiempo
del
miedo.
La
violencia
política
en
Perú
,
ed.
N.
Manrique
(Lima:
Fondo
Editorial
del
Congreso
del
Perú,
2002),
321–348.
22
La
distinción
entre
violación
y
acoso
de
la
mujer
en
detención
y
violación
arbitraria
en
las
zonas
de
emergencia
también
fue
observada
por
Robin
Kirk
en
su
investigación
inicial
sobre
la
violencia
contra
la
mujer
en
el
conflicto
peruano:
Robin
Kirk,
Untold
Terror:
Violence
against
Women
in
Peru’s
Armed
Conflict
(Human
Rights
Watch,
1992).
42
la
CVR
muestra
que
Sendero
Luminoso
usó
una
violencia
extrema
en
las
ejecuciones
públicas
y
los
castigos,
siendo
los
órganos
sexuales
y
reproductivos
sus
objetivos
en
la
violencia
basada
en
el
género
contra
gays
y
travestis
para
enviar
mensajes
morales
(ver
el
capítulo
3),
y
forzaron
a
prostituirse
a
jóvenes
en
los
campamentos.
Mujeres
jóvenes
y
muchachas
fueron
obligadas
a
casarse,
y
hijos
nacidos
de
esa
unión
fueron
asesinados.23
Todos
estos
son
crímenes
contra
la
humanidad,
especialmente
considerando
la
probable
escala
de
estos
crímenes,
pero
la
manera
como
Sendero
Luminoso
empleó
la
violencia
sexual
no
fue
de
un
uso
sistemático
de
la
violación
teniendo
por
objetivo
la
identidad
de
las
poblaciones.
Esto
no
hace
que
estos
hechos
sean
menos
criminales
o
menos
traumáticos,
pero
si
difieren
de
la
manera
como
el
estado
empleó
explícitamente
la
violencia
sexual.
Tomando
en
cuenta
que
con
la
violación
como
arma
de
guerra
nos
referimos
al
uso
sistemático
de
la
violación
como
parte
de
una
campaña
política
con
objetivos
militares,
podemos
concluir
que
ni
Sendero
Luminoso
(ni
el
MRTA24)
usaron
la
violación
de
esta
manera.
El
uso
estratégico
de
la
violencia
sexual
por
parte
de
las
fuerzas
armadas
incluyó
una
política
de
divide
y
vencerás
a
nivel
comunal.
Algunas
veces
las
mujeres
eran
usadas
como
botín
de
guerra,
entregadas
no
sólo
a
los
soldados
de
a
pie
sino
también
a
los
miembros
de
los
grupos
de
autodefensa
campesina,
conocidos
como
Comités
de
Autodefensa
(CADs),
como
ha
dado
testimonio
el
artista
gráfico
ayacuchano
Edilberto
Jiménez.
Jiménez
es
un
artista
visual
que
estudió
antropología
en
Huamanga
y
trabajó
con
la
CVR,
investigando
el
desarrollo
del
conflicto
en
el
departamento
de
Ayacucho.
Como
parte
de
sus
reflexiones
sobre
los
testimonios
que
escuchó,
Jiménez
dibujó
las
historias
en
pinturas
desgarradoras.
Describe
las
atrocidades
cometidas
en
la
Comunidad
de
Chungui,
en
la
provincia
de
La
Mar,
en
el
departamento
de
Ayacucho.
En
una
serie
de
dibujos
publicados
en
Chungui:
Violencia
y
trazos
de
memoria25
uno
de
los
dibujos
describe
la
huída
de
una
joven
del
lugar
de
refugio
cuando
éste
es
atacado
por
un
CAD;
cómo
perdió
a
su
madre,
esposo
e
hijo
23
Henríquez,
Cuestiones
de
género
y
poder,
27
24
El
Movimiento
Revolucionario
Túpac
Amaru,
otro
grupo
insurgente
de
izquierda,
operaba
durante
los
mismos
años.
Sin
embargo,
su
impacto
fue
marginal
comparado
con
la
violencia
perpetrada
por
Sendero
Luminoso
y
las
fuerzas
armadas
peruanas.
La
CVR
informó
sobre
la
violencia
de
género
contra
gays
y
travestidos
de
parte
del
MRTA,
que
se
discute
en
el
capítulo
3.
25
http://www.museoarteporlasmemorias.pe/content/chungui-‐violencia-‐y-‐trazos-‐de-‐memoria-‐0
43
durante
su
huída,
y
cómo
pasó
semanas
en
una
base
militar,
en
la
que
los
soldados
abusaron
de
ella.
Después
de
varias
semanas
de
prisión,
ella
y
otras
mujeres
fueron
entregadas
al
CAD.
Estos
hombres,
civiles
aliados
del
ejército,
podían
seleccionar
a
una
esposa
entre
las
prisioneras.
La
testimoniante,
cuando
fue
entrevistada
por
Jiménez,
aún
estaba
casada
con
el
hombre
al
que
fue
entregada
en
1985.26
Tal
estrategia
de
“botín
de
guerra”
es
una
manera
efectiva
de
dividir
a
las
comunidades,
en
tanto
las
mujeres
muchas
veces
eran
miembros
de
comunidades
vecinas
de
aquellas
de
los
CADs.
Al
participar
en
la
violencia
sexual
contra
las
mujeres
perpetrada
por
los
soldados,
los
miembros
de
los
CAD
se
convertían,
como
se
mencionó
antes,
en
cómplices
explícitos
en
la
subordinación
de
la
población
civil,
y
reforzaba
la
idea
de
una
violencia
perpetrada
en
medio
de
y
entre
miembros
de
la
misma
comunidad.
Esta
complicidad,
a
su
vez,
reforzaba
la
lealtad
a
los
militares
y
fomentaba
la
destrucción
del
tejido
social
de
la
población.
Toda
confusión
sobre
el
cambio
de
los
roles
de
género
en
la
población
campesina
como
consecuencia
de
los
combates
–por
ejemplo,
por
medio
de
la
inclusión
de
un
numeroso
grupo
de
mujeres
jóvenes
entre
los
cuadros
de
Sendero
Luminoso-‐
también
es,
desde
luego,
minada
por
la
subordinación
sexual
tan
violenta
de
las
mujeres.
A
las
mujeres
se
les
asignó
roles
femeninos
particulares
como
reproductoras
de
la
comunidad
y
proveedoras
de
alimentos
y
sexo.
Como
tal,
esta
estrategia
de
dividir
y
gobernar
no
sólo
debilitaba
a
las
comunidades
sino
que
también
reforzaba
explícitamente
las
jerarquías
de
género
dentro
de
ellas.
El
compartir
mujeres
como
parte
del
botín
de
guerra
sugiere
que
el
infame
comportamiento
abusivo
de
las
CADs,
mencionado
en
varios
testimonios,27
era
explícitamente
alentado
por
los
militares.
Estos
regímenes
de
violación
–violación
pública
masiva,
tortura
sexual
y
violación
como
botín
de
guerra-‐,
tienen
todas
las
características
distintivas
de
ser
usadas
como
un
arma
de
guerra,
esto
es,
sistemáticamente
y
con
un
objetivo
político.
Algunos
perpetradores
primerizos
deben
haber
sido
forzados
a
ejercer
esta
violencia,
pero
la
información
sugiere
que
los
soldados
se
acostumbraron
a
la
violación
y
otras
26
Edilberto
Jiménez,
Chungui:
Violencia
y
trazos
de
memoria,
(Lima:
Comision
de
Derechos
Humanos
(COMISEDH),
2005).
27
TRC
Report,
Vol.
VI,
Chap.
1.5;
Henríquez,
Cuestiones
de
género
y
poder.
44
crueldades.
Narda
Henríquez
cita
a
un
soldado,
quien
dijo
que
no
necesitaban
órdenes
de
arriba,
ya
no,
para
“detener,
golpear
y
matar
gente.”28
Tales
testimonios
sugieren
que
los
soldados
no
necesitaban
que
les
den
una
orden
para
violar
a
una
mujer.
Tal
como
han
observado
autores
como
Cynthia
Enloe,
los
lazos
masculinos
son
importantes
en
los
actos
colectivos
de
violencia29
—un
rasgo
reconocible
en
los
recuentos
de
los
soldados
peruanos
sobre
la
violación.30
Los
recuentos
de
violación
en
el
conflicto
peruano
muestran
que
la
dinámica
de
grupo
en
estos
actos
era
muy
importante
pues
podía
asegurar
la
lealtad
y
la
discreción
por
la
complicidad
y
servir
para
establecer
o
reforzar
las
jerarquías
entre
el
personal
militar.31
Como
Theidon
sostiene,
los
aspectos
rituales
de
la
violación
grupal
sugiere
el
fomento
de
una
fraternidad
letal
enraizada
en
los
“sangrientos
matrices
de
cuerpos
violados.”32
La
dinámica
del
grupo
apunta
a
una
función
adicional,
que
también
puede
ser
observada
en
el
contexto
peruano
y
en
otros
contextos:
el
uso
de
los
cuerpos
de
las
mujeres
para
satisfacer
el
deseo
sexual
empoderado
por
la
dinámica
de
la
dominación
física
masculina,
claramente
definida
por
la
presión
del
grupo.
La
violación
en
la
guerra
no
sólo
trata
de
la
estrategia
o,
aún,
a
la
violencia,
sino
que
también
puede
referirse
a
consumo
sexual
y
afirmación
de
poder
y
dominación,
independientes
de
los
objetivos
de
la
guerra.
La
violación
como
consumo
Los
relatos
de
violación
tanto
por
las
víctimas
como
por
los
perpetradores
sugieren
que
la
violación
es
actuada
muchas
veces
como
un
evento
sexual
buscado,
28
Henríquez,
Cuestiones
de
género
y
poder.
29
Cynthia
Enloe,
Does
Khaki
Become
You?
The
Militarisation
of
Women’s
Lives
(Boston,
MA:
South
End
Press,
1983),
Enloe,
C.
H.,
Bananas,
Beaches
and
Bases:
Making
Feminist
Sense
of
International
Politics
(Berkeley:
University
of
California
Press,
1990),
Cynthia
Cockburn,
The
Space
between
Us:
Negotiating
Gender
and
National
Identities
in
Conflict
(London:
Zed
Books,
1998),
MeredethTurshen,
“The
Political
Economy
of
Rape:
An
Analysis
of
Systematic
Rape
and
Sexual
Abuse
of
Women
During
Armed
Conflict
in
Africa,”
in
Victims,
Perpetrators
or
Actors?:
Gender,
Armed
Conflict
and
Political
Violence
,
ed.
Caroline
O.
N.
Moser
and
Fiona
C.
Clark
(London:
Zed
Books,
2001).
30
Henríquez
y
Mantilla,
Contra
viento
y
marea
;
Kimberly
Theidon,Entre
prójimos:
el
conflicto
armado
interno
y
la
política
de
la
reconciliación
en
el
Perú
(Lima:
Instituto
de
Estudios
Peruanos,
2004).
31
Jelke
Boesten,
“Wartime
Rape
and
Peacetime
Inequalities
in
Peru,”
en
Feminism
and
the
Body:
Interdisciplinary
Perspectives
,
ed.
Catherine
Kevin
(Newcastle
upon
Tyne,
UK:
Cambridge
Scholars,
2009).
32
Kimberley
Theidon,
“Gender
in
Transition:
Common
Sense,
Women
and
War,”
Journal
of
Human
45
aún
cuando
sea
uno
inmerso
en
violencia
y
dominación
física.
Los
soldados
entrevistados
por
Erikson
Baaz
y
Stern
en
la
Republica
Democrática
del
Congo,
hacían
la
distinción
entre
las
“violaciones
lascivas”
y
las
“violaciones
diabólicas”.
Lo
que
estos
soldados
entendían
como
violación
“diabólica”
es
lo
que
los
académicos
entienden
como
violación
como
arma
de
guerra,
que
sirve
a
los
objetivos
de
terror,
subordinación
y
complicidad.
El
objetivo
final
es
ganar
la
guerra,
incluso
si
la
guerra
es
contra
gente
inocente
o
un
enemigo
mal
identificado.
Sin
embargo,
muchos
regímenes
de
violación
durante
la
guerra
no
sirven
a
ese
objetivo
final.
El
consumo
de
los
cuerpos
de
las
mujeres
muchas
veces
es
justificado
con
un
discurso
que
pretende
que
los
hombres
(¡soldados
muy
trabajadores!)
necesitan
sexo
y
que
las
mujeres
son
mercancías
que
pueden
(y
deben)
ser
usadas,
o,
como
dice
Enloe,
es
recreacional.33
Así,
el
adagio
de
las
feministas
de
los
70s
“los
hombres
violan
porque
pueden”
es
justificado
militarmente
por
la
idea
que
“los
hombres
violan
porque
necesitan
sexo”.
Ambos
argumentos
reducen
a
los
hombres
a
estar
biológicamente
determinados
a
ser
violentos
con
las
mujeres
y
que
necesitan
tener
sexo
regularmente.
Los
soldados
entrevistados
por
Eriksson
Baaz
y
Stern
dijeron
que
las
violaciones
lascivas
fueron
motivadas
por
la
larga
ausencia
del
soldado
de
“su
mujer”
y
el
hecho
de
que
“tiene
necesidades,
pero
no
tiene
dinero.”34
La
idea
que
el
hombre
no
sólo
necesita
sexo
sino
también
que
se
lo
merece,
es
apuntalada
por
una
lógica
fuertemente
incrustada
en
una
ideología
de
género
visto
como
“normal”
en
tiempos
de
paz.
La
actuación
de
esas
necesidades
percibidas
naturaliza
aún
más
el
género
binario.
Cómo
este
binario
está
fuertemente
atado
con
raza,
clase
y
sexualidad
y
produce
desigualdades,
será
discutido
en
el
próximo
capítulo.
Esta
línea
de
argumentación
en
la
que
los
hombres
naturalmente
necesitan
y
merecen
sexo
mientras
se
encuentran
lejos
de
casa
ha
sido
aceptada
por
las
organizaciones
militares
en
todo
el
mundo.
Desde
luego,
no
todas
las
fuerzas
armadas
permiten
la
violación
y
no
todos
los
soldados
violan,
pero
la
manera
en
que
las
masculinidades
militares
están
centradas
alrededor
de
la
dominación
heterosexual
sí
33
Cynthia
Enloe,
Maneuvers.
The
International
Politics
of
Militarizing
Women’s
Lives
(Berkeley:
University
of
California
Press,
2000),
108–152.
34
Maria
Eriksson
Baaz
and
Maria
Stern,
“Why
do
Soldiers
Rape?
Masculinity,
Violence,
and
Sexuality
in
the Armed Forces in the Congo (DRC),” International Studies Quarterly 53, no. 2 (2009): 495–518: 495.
46
alimenta
entre
los
soldados
la
sensación
de
tener
derecho.35
Los
militares
desde
luego
aprueban
y
muchas
veces
facilitan
la
disponibilidad
de
prostitutas
locales,
como
es
común
en
los
alrededores
de
las
bases
militares
en
todo
el
mundo.36
La
disponibilidad
de
mujeres
para
la
venta
de
sexo
es
muchas
veces
facilitada
por
la
desigualdad
política
y,
en
particular,
económica
entre
los
militares
y
las
comunidades
adonde
están
situadas
las
bases.37
El
trabajo
de
Paul
Higate’s
entre
las
fuerzas
de
paz
de
las
UN
en
varios
escenarios
muestra
como
los
soldados
bien
pagados
dan
por
descontada
la
disponibilidad
de
las
mujeres
locales.
El
poder
económico
y
militar
de
las
fuerzas
de
paz
cambian
las
estructuras
económicas
de
la
sociedad
local,
y
las
mujeres
pueden
aprovechar
la
oportunidad
para
hacer
dinero
debido
a
que
los
hombres
quieren
ver
confirmado
su
poder.
Aún
cuando
pagar
por
los
servicios
ofrecidos
voluntariamente
por
las
mujeres
locales
no
es
considerado
un
crimen
(siempre
y
cuando
las
mujeres
sean
mayores
de
18
años)
sí
enroca
y
naturaliza
aún
más
las
desigualdades.
Marsha
Henry
presenta
un
buen
argumento
para
separar
la
prostitución
forzada
y
la
consentida
en
las
misiones
de
fuerzas
de
paz,
en
tanto
requerirían
respuestas
diferentes.38
Henry
tiene
un
buen
argumento
cuando
se
refiere
a
las
políticas
y
los
procedimientos
de
justicia
criminal
de
las
NNUU
en
relación
a
las
fuerzas
de
paz
y
el
comportamiento
sexual.
Sin
embargo,
a
fin
de
comprender,
explicar
y,
en
última
instancia,
erradicar
el
abuso
sexual,
necesitamos
tomar
en
consideración
las
presiones
de
las
desigualdades
socioeconómicas
y
de
la
impunidad
militar
al
debatir
los
diferentes
niveles
de
“consentimiento”.
El
efecto
naturalizador
que
tiene
la
prostitución
en
áreas
militarizadas
sobre
los
roles
de
género
y
las
desigualdades
raciales
y
socioeconómicas
también
facilita
el
abuso
sexual
y
la
violación
como
es
el
caso
de
Haití.
Recientemente,
fuerzas
de
paz
pakistaníes
y
uruguayas
se
han
visto
involucradas
en
escándalos
relacionados
con
el
abuso
sexual
de
niños,
facilitado
por
el
35
Heineman,
Sexual
Violence
in
Conflict
Zones
,
4.
36
Enloe,
Does
Khaki
Become
You?
;
Enloe,
Bananas,
Beaches
and
Bases
;Enloe,
Maneuvres
;
Paul
Higate,
“Revealing
the
Soldier:
Peacekeeping
and
Prostitution,”
in
21st
Century
Sexualities:
Contemporary
Issues
in
Health,
Education
and
Rights
,
ed.
G.
Herdt,
C.
Howe
(New
York
and
London:
Routledge,
2007),
198
–
202.
37
Paul
Higate,
“Peacekeepers,
Masculinities
and
Sexual
Exploitation,”
Men
and
Masculinities
10,
no.
1
(2007):
99–119.
38
Marsha
Henry,
“Gender,
Security
and
Development”,
Conflict,Security
and
Development
7,
no.
1
(2007): 61–84.
47
poder
económico
y
militar
sobre
niños
empobrecidos
y
muchas
veces
sin
hogar.39
Es
relevante
considerar
estas
prácticas
de
prostitución
militar
en
relación
a
las
prácticas
de
violencia
sexual.
Mientras
que
la
prostitución
puede
no
ser
igual
a
la
violación
y
la
tortura,
y
el
abuso
infantil
es
aún
un
asunto
diferente,
estas
prácticas
están
conectadas
en
la
ejecución
de
la
dominación
sobre
poblaciones.
Usar
la
violencia
sexual
y
la
explotación
para
enquistar
el
poder
sobre
otros
naturaliza
aún
más
las
múltiples
desigualdades
que
se
cruzan
y
que
hacen
posible
el
abuso.
En
el
Perú,
los
soldados
desplegaron
la
misma
lógica
de
“soldados
muy
trabajadores
que
necesitan
y
se
merecen
sexo”
usado
por
los
militares
en
todo
el
mundo
para
justificar
el
uso
de
prostitutas
locales
para
obtener
servicios
sexuales
de
la
población
local.
Aún
cuando
no
hay
pruebas
de
una
prostitución
organizada
para
los
soldados
durante
la
guerra,
sí
había
prostitución
voluntaria
y
pagada,
en
y
alrededor
de
las
bases.40
Además,
muchas
mujeres
fueron
forzadas
a
prostituirse.41
La
prostitución
forzada
muchas
veces
incluía
la
provisión
de
una
variedad
de
servicios
asociados
con
los
roles
de
las
mujeres,
tales
como
la
provisión
de
alimentos.
De
acuerdo
a
los
testimonios
de
las
mujeres
a
la
CVR,
las
mujeres
fueron
mantenidas
prisioneras
durante
semanas,
algunas
veces
con
sus
hijos,
y
fueron
forzadas
a
ser
“la
esposa”
del
militar.
Tal
como
Coulter
observa
también
en
el
conflicto
de
Sierra
Leona,42
las
mujeres
fueron
forzadas
a
cumplir
roles
maritales
percibidos
como
específicos
de
su
género:
cocinar,
limpiar,
proveer
sexo.
En
las
bases
militares
en
los
39
La
misión
de
la
fuerza
de
paz
de
las
NNUU
en
Haití
ha
sido
nombrada
en
escándalos
desde
que
fue
emplazada,
y
tan
reciente
como
en
marzo
del
2012,
cuando
dos
soldados
pakistanís
fueron
declarados
convictos
de
abuso
sexual.
40
El
ex
senderista
y
soldado
Lurgio
Gavilán
Sánchez
recuerda
en
su
autobiografía
las
prostitutas
que
regularmente
visitaban
las
bases
miliares
a
las
que
llamaban
“charlis”.
Gavilán
Sánchez,
Memorias
de
un
soldado
desconocido.
Autobiografía
y
antropología
de
la
violencia
(Lima:
Instituto
de
Estudios
Peruanos,
2012).
Ver
también
Ricardo
Uceda,
Muerte
en
el
pentagonito:
Cementerios
secretos
del
Ejército
Peruano
(Bogota,
Colombia:
Planeta,
2004),
146.
41
Henríquez
and
Mantilla,
Contra
viento
y
marea;
Henríquez,
Cuestiones
de
género
;
Uceda,
Muerte
en
el
pentagonito.
Ver
también
los
varios
testimonios
de
Manta
y
Vilca,
Huancavelica
en
Archivo
CVR
Manta
y
Vilca,
(2003),
“Individual
Investigations
:
Violación
sexual
en
Huancavelica:
Las
bases
de
Manta
y
Vilca.”
en
Annex
52,
discutido
en
mayor
detalle
en:
Jelke
Boesten,
“Marrying
your
Rapist:
Domesticating
War
Crimes
in
Ayacucho,
Peru,”
en
Gendered
Peace:
Women’s
Struggles
for
Post-‐War
Justice
and
Reconciliation
,
ed.
Donna
Pankhurst
(New
York:
Routledge,
2007).
La
prostitution
es
entendida
aquí
como
proveer
sexo
a
cambio
de
dinero,
bienes
o
incluso
seguridad
física.
La
línea
entre
coerción
y
consentimiento
es
más
que
problematica
desde
luego.
42
Chris
Coulter,
Bush
Wives
and
Girl
Soldiers:
Women’s
Lives
through
War
and
Peace
in
Sierra
Leone
48
Andes
rurales,
las
mujeres
muchas
veces
tenían
que
cocinar
para
sus
violadores,
como
dio
testimonio
una
mujer:
Testimoniante:
‘yo
servido
de
su
mujer
[…]
al
teniente
Duro
yo
he
servido
de
su
mujer
[por
una
semana]
nunca
me
voy
a
olvidar
[…]
en
el
patio
de
Vilca,
preso,
sin
salida,
preso
estoy
teniendo.
Entrevistadora:
¿Cómo
ha
servido
de
su
mujer?
Testimoniante:
Me
ha,
estábamos
casi
conviviendo
señorita.
Sí
Entrevistadora:
¿Te
ha
violado?
¿Has
tenido
relaciones
con
él?
Testimoniante:
Sí
he
tenido.
Por
eso
yo
me
lloro
bastante
porque
he
perdido
mi
dignidad
en
esa
base
señorita
[…]
No
me
ha
golpeado
pero
sí
me
ha
violado.
Como
mi
marido
he
tenido
Entrevistadora:
¿Qué
más
le
hacías?
¿Le
cocinabas?
¿Le
lavabas
su
ropa?
Testimoniante:
Sí,
he
cocinado.
Todo
he
hecho.43
Sus
cinco
hijos
estuvieron
con
ella
durante
todo
su
cautiverio.
Otros
testimonios
se
refieren
a
las
fiestas
en
las
que
las
mujeres
fueron
forzadas
a
participar,
en
las
que
la
bebida
alcohólica
y
la
comida
se
intercambiaban
por
sexo.
La
información
disponible
sobre
tales
eventos
sugiere
que
las
relaciones
sexuales
entre
las
muchachas
locales
y
los
soldados
era
muy
ambigua
y
en
muchos
casos
hacían
responsables
a
las
jóvenes.
Algunas
veces,
los
miembros
de
las
comunidades
afirmaban
que
las
jóvenes
provocaban
a
los
soldados,
o
que
el
consumo
de
bebidas
y
comida
las
hacía
cómplices
de
su
experiencia.
Por
ejemplo,
un
padre
y
responsable
del
registro
de
nacimientos
y
fallecimientos
de
una
comunidad
de
Huancavelica
le
contó
a
un
entrevistador
de
la
CVR
de
los
muchos
niños
sin
padre
que
había
registrado,
todos
hijos
de
personal
militar,
de
la
violación
de
su
propia
hija
y
su
propia
hermana
y
de
la
violación
de
miembros
de
la
familia
durante
el
velorio
de
los
fallecidos.
Este
hombre,
Aurelio,
sabía
de
la
violencia
que
se
empleaba
en
tales
actos.
43
Arch.
CVR
Manta
y
Vilca,
“Investigaciones
individuales,”
at
Annex
33,
Testimonio
300556.
49
Sin
embargo,
también
sugiere
que
“las
chicas
se
acostumbraron
a
eso”
y
eso
significaba,
desde
su
punto
de
vista,
que
eran
corruptas:
Aurelio:
Yo
mismo
he
escuchado
que
las
chicas
mismas
no
se
daban
lugar
iban
a
buscar,
prácticamente
han
convertido
a
las
chicas
como
una
(ininteligible)
tenían
que
obligarlos
a
llevarle
a
la
base
a
ver
videos
y
videos
qué
cosa
daban,
pornografía
,
daban
y
ahí
le
invitaban
rancho
y
por
eso
digo,
a
las
chicas
a
ellas
le
gustaba
Entrevistador:
¿Por
qué
querían
o
de
miedo?
Aurelio:
De
miedo
[
.
.
.
]
Casi
cada
tres
meses
porque
cada
tres
meses
había
relevo
de
tropa,
entonces
qué
clase
de
gente...lo
primero
que
tenían
que
buscar
es
a
las
chicas,
a
pesar
de
que
han
tenido
relaciones
con
los
que
se
han
ido
y
nuevamente
con
otros
tenían
que
hacer
lo
mismo,
por
eso
decía
que
han
corrompido
a
las
chicas
acá.
Entrevistador:
¿La
mayoría
de
ellas
no
denunciaban
eso?
Aurelio:
No
denunciaban
porque
ya
se
había
habituado
de
vivir
con
la
tropa.44
Los
testimonies
de
mujeres
jóvenes
que
fueron
fizadas
a
asistir
a
estas
fiestas
sugieren
una
situación
más
violenta
y
espantosa.
Por
ejemplo,
en
1984,
a
la
edad
de
15
años,
Sonia
volvió
a
su
pueblo
después
de
pasar
un
tiempo
en
la
capital,
Lima.
Durante
su
testimonio
a
la
CVR,
ella
recordó
que,
como
todas
las
recién
llegadas,
se
tuvo
que
registrar
en
la
base
y
fue
intimidada
cuando
lo
hizo.45
Posteriormente,
la
hicieron
ir
a
la
base
una
o
dos
veces
al
mes,
para
servir
a
los
dirigentes
militares:
Las
chicas
fueron
encerradas
en
una
habitación,
en
donde
había
música
y
alcohol.
Muchas
veces,
sus
madres
esperaban
afuera.
Cuando
los
soldados
habían
tomado
suficiente,
empezaban
a
manosear
a
las
chicas.
Según
el
recuente
de
los
eventos
de
Sonia,
algunas
de
las
44
Testimonio
314025;
Arch.
TRC
Manta
y
Vilca,
“Individual
Investigations,”
en
Anex
7.
45
Arch.
CVR
Manta
y
Vilca,
“Individual
Investigations,”
en
Anex
52.
50
jóvenes
se
escapaban
cuando
los
soldados
empezaban
a
manosearlas,
pero
otras,
según
sus
palabras,
“aquellas
[que
venían
del
pueblo]
eran
más
humildes…
más
sumisas”,
se
quedaban
y
eran
acosadas.
Como
resultado
del
consumo
de
alcohol
y
la
continua
demanda
por
ese
tipo
de
servicios,
los
miembros
de
la
comunidad,
incluyendo
los
padres,
afirmaron
que
las
chicas
“se
acostumbraron
a
las
tropas”,
aún
cuando
todo
sugiere
que
muchachas
como
Sonia
quedaron
profundamente
traumatizadas
por
la
experiencia.46
En
caso
que
la
muchacha
quedara
embarazada,
jóvenes
mujeres
o
sus
familiares
a
veces
informarían
de
esa
situación
al
comando
militar,
lo
que
podría
concluir
en
una
oferta
de
matrimonio.
Hasta
1977,
la
ley
estipulaba
que
el
violador
quedaría
exento
de
juicio
si
se
casaba
con
su
víctima,
y
la
familia
mantendría
su
“honor”
intacto.
Aunque
en
la
práctica
pocos
de
estos
matrimonios
tuvieron
lugar,
los
testimonios
de
la
CVR
sugieren
que
se
hicieron
muchas
promesas
de
este
tipo,
creando
una
situación
en
la
que
las
mujeres
violadas
tenían
que
tener
relaciones
sexuales
con
su
futuro
esposo
hasta
que
éste
dejaba
la
base.
Como
explicaba
un
coronel:
“Algunos,
quién
sabe
por
el
licor
o
por
la
tentación
que
presentaban
las
mujeres,
o
la
tentación
de
tantas
cosas
[...]
a
veces
habían
errores
menores
y
yo
les
daría
[a
los
soldados]
castigos
simples.”47
Según
este
coronel,
la
violación
y
el
abuso
eran
“errores
menores”
que
realmente
no
merecían
castigo.
Amparándose
en
la
“tentación
de
las
mujeres”,
desplazaba
la
culpa
por
cualquier
maleficencia
en
las
supuestas
capacidades
seductoras
de
la
mujer.
Aurelio,
responsable
del
registro
de
una
comunidad
en
Huancavelica
quien
informó
a
la
CVR
sobre
la
manera
como
las
tropas
abusaban
y
seducían
a
las
muchachas,
fue
preguntado
si
sabía
de
otras
violaciones
en
la
comunidad.
El
continuó
contándole
a
los
entrevistadores
de
la
CVR
sobre
las
violaciones
de
su
hija
y
hermana,
ambas
de
14
años,
y
posteriormente,
de
una
de
sus
sobrinas.
Las
dos
chicas
de
14
años
habían
sido
violadas
por
dos
soldados
en
su
propia
casa;
nadie
más
estaba
presente.
Aurelio
cree
que
los
soldados
habían
ido
a
buscar
a
los
padres,
para
acusarlos
de
46
Ibid.
Para
más
detalles,
ver
Boesten,
“Marrying
your
Rapist.”
47
Entrevista
con
el
Coronel
Raúl
Pinto
Ramos,
quien
estaba
estacionado
en
Manta
en
1985
Arch.
CVR
51
terrorismo,
para
llevárselos,
pero
como
no
estaban
en
la
casa,
decidieron
violar
a
las
muchachas.
A
Aurelio
no
le
informaron
de
lo
sucedido
sino
hasta
dos
semanas
después,
cuando
se
lo
dijo
su
esposa.
Reaccionó
yendo
a
la
base
militar
para
denunciar
a
los
perpetradores
al
coronel
responsable.
Aurelio
recuerda
que
el
teniente
de
servicio
los
acusó
a
él
y
a
las
muchachas,
negando
toda
culpabilidad.
Sin
embargo,
al
final,
el
teniente
les
dijo
a
las
muchachas
que
se
casaran
con
los
soldados
acusados.
Aurelio
propuso
esperar
para
descubrir
si
las
muchachas
habían
quedado
embarazadas
o
no,
que
es
precisamente
lo
que
sucedió.
Sin
embargo,
para
entonces
habían
pasado
varios
meses
y
uno
de
los
soldados
responsables
había
sido
transferido
a
otra
base.
Molesto
por
la
situación,
Aurelio
le
dijo
al
teniente
que
debería
haber
permitido
que
el
soldado
dejara
la
base,
porque
“esta
es
la
razón
para
qué
haya
muchos
niños
sin
apellidos”,
esto
es,
no
debido
a
la
violación,
sino
porque
los
violadores
“no
asumen
su
responsabilidad”
posteriormente.
La
complicidad
de
los
padres,
la
ley
y
los
jefes
militares
al
legitimar
y
regular
la
violación
de
las
muchachas
confirma
la
creencia
que
los
hombres
tienen
“necesidades”
y
las
mujeres
están
ahí
para
satisfacer
esas
necesidades,
aun,
o
especialmente,
en
tiempos
de
guerra
y
bajo
la
amenaza
de
la
fuerza.
Este
tipo
de
consumo
del
sexo
como
resultado
de
“estos
impulsos
sexuales
naturales”
de
los
hombres
militarizados
nos
dice
mucho
sobre
la
relación
entre
los
regímenes
de
violación
en
la
guerra
y
la
violencia
sexual
en
tiempos
de
paz.
La
idea
que
los
hombres
no
pueden
controlar
su
impulso
sexual
natural
y
“se
merecen”
satisfacer
sus
deseos
no
es,
desde
luego,
exclusiva
de
los
tiempos
de
guerra.
Aún
así,
las
oportunidades
en
los
tiempos
de
guerra
en
combinación
con
unas
masculinidades
exacerban
el
consumo
natural
de
los
soldados
de
sexo
forzado.
Como
indica
el
adjetivo
forzado,
este
tipo
de
régimen
de
violación
no
es
sólo
sobre
sexo,
ni
sólo
sobre
masculinidad.
La
política,
la
violencia,
y
el
deseo
de
la
dominación
claramente
juegan
un
rol.
Espectáculos
Pornograficos
La
idea
de
hombres-‐que-‐necesitan-‐sexo
al
que
se
recurre
en
el
uso
y
abuso
de
mujeres
locales
por
parte
de
soldados
es
fuertemente
alentado
por
medio
de
la
presión
de
los
colegas
que
la
militarización
fomenta.
La
violación
grupal
cumple
una
52
función
entre
los
soldados
que
les
permite
mostrar
proezas
sexuales
y
agresión
a
sus
iguales.
Como
se
discute
en
el
capítulo
3,
la
presión
entre
pares
relacionada
a
la
violación
también
informa
jerarquías
militares
y
refleja
las
desigualdades
de
raza,
clase
y
género.
La
performance
pública
de
la
violencia
sexual
puede
conllevar
un
mensaje
a
la
comunidad
a
la
que
las
mujeres
pertenecen,
pero
también
conlleva
un
mensaje
para
los
perpetradores.
Por
cierto,
muchos
actos
de
violación
colectiva
no
fueron
realizados
bajo
la
mirada
de
la
comunidad,
y
no
tenían
por
propósito
la
tortura
e
intimidación.
Mas
bien,
las
mujeres
también
fueron
violadas
cuando
la
audiencia
que
miraba
estaba
totalmente
compuesta
por
colegas.
Esto
suscita
una
serie
de
preguntas
en
relación
a
la
motivación
de
los
soldados
y
el
propósito
de
estos
actos.
Cómo
debemos
entender
la
continua
violación
de
una
mujer
que
ya
ha
sido
torturada
hasta
morir?48
O
la
violación
de
mujeres
casi
muertas,
literalmente
al
borde
de
sus
tumbas?49
Como
tal
brutalidad
es
una
amenaza
para
la
población
si
no
hay
sobrevivientes
para
contar
lo
que
sucedió?
Qué
sucede
a
los
grupos
de
hombres
que
torturan
y
matan
juntos,
y
que,
cuando
el
objeto
de
intimidación
ha
muerto,
continúan
violando?
Los
testimonios
de
soldados
sugieren
que
hubo
muchos
casos
en
los
que
grupos
de
soldados
se
miraron
entusiastas
cuando
otro
violaba
a
una
mujer
muerta
o
una
que
era
seguro
que
iba
a
morir.
Un
soldado,
quien
concedió
una
entrevista
de
siete
horas
a
la
CVR
detallando
sus
experiencias
como
miembros
de
las
fuerzas
armadas
en
los
80s,
recuenta
como
sus
colegas
violaban
cadáveres:
Te
cuento.
Yo
dije,
la
descuartizamos
y
la
tiramos
en
el
rio.
Cuando
llegabamos
[…]
la
tropa,
la
tropa
estaba
la
estaba
levando,
muerta.
Muerta.
[…]
Sabes
por
que.
Por
que
era
alta,
gringa,
simpatica.
Pero
mas
o
menos
para
satisfacer,
pero
la
tropa
la
estaba….la
tenian
hacia
atras
en
la
mesa,
tapado
el
pecho.
[…]
Eran
doce,
cuatorze.
Yo
con
un
palo
los
bote:
“salvajes,
esta
muerta.”
“Pero
esta
calentito
mi
tecnico”.50
48
Arch-‐CVR,
Testimonio
100168/4;
Henríquez
y
Mantilla,
2003,
p.
91.
49
Uceda,
Muerte
en
el
pentagonito
50
Arch-‐CVR,
Testimonio
100168/4.
53
Jesus
Sosa
Saavedra,
el
soldado-‐mercenario
actualmente
preso
y
en
juicio
por
una
serie
de
violaciones
a
los
derechos
humanos,
le
ofreció
al
periodista
Ricardo
Uceda
una
explicación
sobre
por
qué
tenían
lugar
esas
violaciones:
la
violación
de
mujeres
que
estaban
muertas
o
a
punto
de
morir
“eliminaba
todo
riesgo
administrativo”
y
era
inevitable
porque
éstos
eran
hombres
aguantados,
hombres
con
necesidades
sexuales.51
No
había
una
estrategia
política
en
estas
violaciones,
mas
bien
fueron
permitidas
debido
a
las
necesidades
de
los
soldados,
como
explicó
Sosa
Saavedra.
Contó
de
una
situación
en
la
que
una
mujer
estaba
atada
y
cubierta
con
una
capucha
frente
a
su
tumba.
Uno
de
los
soldados
miró
a
Sosa
Saavedra,
y
le
dijo
“jefe,
ya
pues…
.
.
.
,”
“Ya,
carajo,[…]
pero
rapido.”
De
esta
manera,
informó
Uceda,
el
ejército
pensó
que
facilitaba
la
liberación
de
la
energía
sexual
de
sus
soldados
sin
mayores
consecuencias;
“las
condenadas
a
muerte
eran
material
disponible”.52
Pero
es
difícil
considerarlos
sólo
como
actos
sexuales
para
liberar
la
energía
sexual
de
hombres
aguantados.
Éstas
deben
haber
sido
violaciones
realizadas
como
entretenimiento
o
espectáculo,
y
ciertamente
promovían
los
vínculos
masculinos.
Los
hombres
se
miraban
unos
a
otros,
creando
imágenes
de
tortura
sexual
y
repitiendo
estas
acciones
frente
a
los
otros,
y,
al
hacerlo,
colectivamente
creaban
y
consumían
pornografía
extremadamente
violenta.
Ha
habido
algún
debate
sobre
el
rol
de
la
pornografía
en
la
perpetración
de
la
violencia
sexual
por
parte
de
soldados.
Las
masculinidades
militares
–y
la
asociación
entre
violencia
y
sexo
como
masculina-‐
son
construidas
y
reforzadas
por
medio
de
una
interacción
que
es
impuesta
por
una
sociedad
militarizada
que
institucionaliza
estereotípos
de
género
y
que
se
autorefuerza
por
medio
de
la
presión
de
los
colegas.53
Enloe
sugiere
que
la
prostitución
y
la
pornografía
ayuda
a
consolidar
y
reafirmar
la
51
Uceda,
Muerte
en
el
pentagonito
,122.
52
idem.
53
Sobre
el
carácter
y
la
construcción
de
las
masculinidades
militares,
ver
Joshua
S.
Goldstein,
War
and
Gender
(Cambridge:
Cambridge
University
Press,
2001);
Carol
Cohn,
“Missions,
Men
and
Masculinities,”
International
Feminist
Journal
of
Politics
2,
no.
3
(1999);
y
Paul
Higate
ed.,
Military
Masculinities:
Identity
and
the
State
(Westport,
CT:
Praeger,
2003).
Sobre
las
sociedades
militarizadas,
ver
Madelaine
Adelman,
“The
Military,
Militarism
and
the
Militarization
of
Domestic
Violence,”
Violence
against
Women:
An
Interdisciplinary
and
International
Journal
9,
no.
9
(2003):
1118–1152.
54
dominación
usando
estereotípos
de
género
y
la
sexualidad
de
la
mujer.
Esto
es
confirmado
por
el
consumo
colectivo
de
sexo
entre
hombres
militarizados.
La
observación
colectiva
de
pornografía,
el
compartir
la
conversación
sexual
y
misógina,
y
la
consistente
dibujar
los
límites
de
género
para
enfatizar
la
hetero-‐normatividad
son
todos
parte
de
la
sexualización
de
la
vida
militar
masculina.
La
revelaciones
de
altos
niveles
de
violencia
sexual
contra
colegas
femeninas
dentro
del
ejército
de
EEUU
sugiere
que
hay
un
eslabón
entre
el
cultivo
de
las
masculinidades
miliares
y
a
probabilidad
de
un
un
asalto
sexual.54
Catherine
MacKinnon
concluyó
a
partir
de
su
trabajo
en
la
ex
Yugoslavia
a
comienzos
de
los
90s
que
la
pornografía
contribuyó
notablemente
al,
o
que
incluso
era
responsable
del,
uso
generalizado
de
la
violación
por
parte
de
las
fuerzas
armadas
serbias,
reforzando
su
continua
lucha
contra
la
pornografía.55
Mientras
que
las
académicas
feministas
de
la
región
correctamente
hacían
notar
los
vacíos
y
errores
en
lo
que
algunas
vieron
como
una
tesis
reduccionista
y
unilateral
basada
en
evidencias
limitadas,56
MacKinnon
apuntó
a
un
importante
factor
predominante
en
los
regímenes
de
violación
en
tiempos
de
guerra:
la
violación
muchas
veces
fue
convertida
en
pornografía
por
medio
de
la
participación
colectiva
en
dichos
actos.
Tal
como
en
el
caso
peruano,
la
evidencia
de
otros
conflictos
muestra
que
la
violación
no
siempre
fue
usada
para
debilitar
a
los
enemigos,
al
violar
públícamente
a
las
mujeres
de
una
comunidad
enemiga,
sino
que
fue
entre
perpetradores
que
se
realizó
públicamente.
La
violación
se
convierte
en
consumo
colectivo
de
la
violación
sexual
y
acentúa
los
vínculos
masculinos,
de
la
misma
manera
que
lo
hace
el
consumo
colectivo
de
pornografía
grabada
o
la
vocalización
del
sexo
misógino
(y
que
no
está,
muy
importante,
confinado
a
la
cohesión
masculina
de
tiempos
de
guerra).
Las
imágenes
que
emergieron
de
la
prisión
iraquí
de
Abu
Ghraib
en
2004
confirma
este
análisis.
La
composición
visual
de
la
tortura
sexual
aplicada
a
los
prisioneros,
la
grabación
en
54
http://www.guardian.co.uk/society/2011/dec/09/rape-‐us-‐military
;
http://abcnews.go.com/Politics/rape-‐military-‐invisible-‐war-‐documentary-‐exposes-‐
assaults/story?id=16632490
55
Catherine
A.
MacKinnon,
“Turning
Rape
into
Pornography:
Postmodern
Genocide.”
Ms.
4,
no.
1
(1993):
24–30.
56
Vesna
Kesic,
“A
Response
to
Catherine
MacKinnon’s
Article:‘Turning
Rape
into
Pornography:
55
directo
de
dichas
acciones,
y
la
obvia
exposición
de
una
actuación
por
parte
de
los
perpetradores
sugiere
que
estas
acciones
(a)
tenía
valor
como
entretenimiento
y
(b)
se
basaba
firmemente
en
la
presión
presencial
de
la
colectividad
para
que
se
actúe
de
cierta
manera.
Lindsey
Feitz
y
Joane
Nagel
escribieron
que
las
imágenes
de
Abu
Ghraib
sugieren
un
factor
de
entretenimiento
notable
en
la
tortura
sexual
los
prisioneros
iraquíes
que
siguieron
a
conocidos
guiones
de
supremacía
racial,
jerarquía
militar
y
misoginia.57
En
tiempos
de
guerra,
cuando
la
afirmación
de
las
relaciones
de
poder
parecen
cruciales
para
la
empresa
de
la
Guerra,
los
espectáculos
pornográficos
consumidos
por
tropas
se
convierte
en
mini-‐obras
en
las
que
las
jerarquías
entre
soldados,
entre
soldados
y
el
enemigo,
y
entre
hombres
y
mujeres
son
representadas.
Bourke,
como
Jean
Baudrillard
y
Nicolás
Mirzoeff,
interpretan
esas
imágenes
como
glorificaciones
de
la
violencia,
arnavalescas,
y
como
un
poder
altamente
pornógrafico
fuera
de
control,
y
sobre
todo,
como
una
performance
social.58
Mientras
que
los
excesos
peruanos
discutidos
no
fueron
grabados
en
manera
alguna
para
la
posteridad,
los
testimonios
recordando
estos
eventos
sugieren
una
dinámica
similar
en
la
que
la
presión
de
los
colegas,
la
violencia
y
el
poder
total
sobre
otros
la
convierte
en
una
experiencia
colectiva
de
excitación
sexual,
y
se
torna
en
entretenimiento
y
espectáculo.59
Cómo
la
relación
entre
violencia
y
sexo
se
torna
en
un
consumo
colectivo
de
tortura
porno
es
una
cuestión
que
requiere
una
investigación
socio-‐
sicológica;
hasta
qué
punto
dicho
consumo
está
relacionado
a
los
deseos
racistas
de
57
Lindsey
Feitz
and
Joane
Nagel,
“The
Militarization
of
Gender
and
Sexuality
in
the
Iraq
War”
in
Women
in
the
Military
and
in
Armed
Conflict
,
ed.
Helena
Carreiras
and
Gerhards
Kummel
(Weisbaden:
VS
Verlag,
2008).
58
Joanna
Bourke,
“Torture
as
Pornography,”
The
Guardian
,
May
7,
2004;
Jean
Baudrillard,
“Pornography
of
War,”
Cultural
Politics
1,
no.
1
(2005):
23–26;
Nicholas
Mirzoeff,
“Invisible
Empire:
Visual
Culture,
Embodied
Spectacle,
and
Abu
Ghraib,”
Radical
History
Review
95
(2006):
21–44.
59
En
una
explicación
más
instrumental
de
la
grabación
de
la
violencia
sexual,
Amnistía
Internacional,
en
un
reportaje
sobre
la
violencia
sexual
contra
mujeres
en
custodia
en
Turquía,
en
el
2002,
sugiere
que
tomar
fotografías
de
mujeres
desnudas
y/o
abusadas
en
custodia
pueden
ser
usadas
de
manera
de
silenciar
a
las
mujeres
si
son
liberadas.
La
implicación
social
del
abuso
sexual
puede
ser
tan
severa
que
las
grabaciones
de
tales
abusos
pueden
proveer
a
las
autoridades
con
una
garantía
contra
la
protesta
pública
contra
esos
métodos.
Ver:
Amnesty
International,
“Turkey:
End
Sexual
Violence
against
Women
in
Custody,”
AI
Index
EUR
44/006/2003
(gracias
a
Signa
Dalsgaard
por
hacérmelo
notar).
Georgina
Gamboa,
en
su
testimonio
a
la
CVR,
que
discuto
en
el
capítulo
4,
afirma
haber
sido
fotografiada
después
de
haber
sido
abusada.
Esta
práctica
no
ha
sido
más
explorada
en
su
testimonio,
y
no
he
encontrado
otras
referencias
similares
en
otras
fuentes.
Tal
vez
emerja
más
evidencia
si
los
casos
son
llevados
a
los
tribunales.
56
dominación
sexual
es
una
pregunta
relevante
tanto
a
los
periodos
de
guerra
como
los
de
paz,
y
será
discutido
en
el
capítulo
3.
.
Violencia
Sexual
“Ordinaria”
La
mayoría
de
las
historias
antes
mencionadas
sugieren
que
hay
una
dicotomía
perpetrador-‐víctima
fácilmente
definida:
las
fuerzas
armadas
son
las
responsables
por
usar
excesiva
violencia
contra
los
civiles,
así
como
con
los
sospechosos
de
insurgencia,
mientras
que
las
víctimas
son
forzadas,
físicamente
o
bajo
amenaza
de
violencia,
a
realizar
actos
sexuales.
Sin
embargo,
el
conflicto
en
el
Perú
muestra
que
la
relación
víctima-‐perpetrador
es
muchas
veces
más
borrosa
que
lo
que
el
binario
implica.60
La
CVR
descubrió
cómo
miembros
de
la
misma
comunidad
podían
terminar
comprometidos
con
Sendero
Luminoso
o
las
fuerzas
armadas;
cómo
aquellos
que
alguna
vez
perpetraron
violencia
podrían
convertirse
en
víctimas
y
cómo
las
víctimas
pasaban
a
ser
perpetradores;
y
cómo
las
disputas
locales
y
los
conflictos
sobre
tierras,
ganado,
y
familiares
estaban
supeditadas
al
poder
de
las
armas
y
de
las
alianzas
políticas.
no
siempre
es
fácil
distinguir
entre
víctima
y
perpetrador,
o,
como
observa
Theidon,
desenmarañar
la
“intimidad”
de
los
enemigos
en
el
conflicto
peruano.61
En
la
mayoría
de
guerras,
la
relación
entre
enemigos
no
está
perfectamente
definida,
y
la
ruptura
del
orden
socialmente
existente
abre
el
camino
para
una
variedad
de
actividades
borrosas.62
La
violencia
sexual
perpetrada
por
las
CAD
pueden
ajustarse
a
esta
categoría,
pues
estas
fuerzas
eran
parte
de
las
comunidades.
Henríquez
se
refiere
al
testimonio
de
un
jefe
de
las
CAD
en
Quinua,
Ayacucho,
quien
dijo
que
trató
de
impdir
el
abuso
de
mujeres
por
parte
de
soldados
bajo
su
comando,
indicando
que
60
Theidon,
“Gender
in
Transition”;
Theidon,
“How
We
Learned
to
Kill
Our
Brother”;
Theidon,
Kimberly
First
Century
(Berkeley,
CA:
University
of
California
Press,
2004);
Turshen,
“The
Political
Economy
of
Rape”;
TRC
Report.
57
esta
era
una
práctica
bastante
normal.63
Henríquez
y
Mantilla
muestran
que
la
violencia
basada
en
el
género
en
el
hogar,
así
como
en
las
comunidades
muchas
veces
escalaba
en
las
zonas
con
altos
niveles
de
conflicto
político.64
Las
mujeres
hablaban
de
golpizas
domésticas
“ordinarias”,
por
ejemplo,
cuando
no
cumplían
con
el
comportamiento
femenino
esperado.65
La
violación
es
aún
menos
visible
a
nivel
de
la
comunidad
o
del
hogar
que
cuando
es
perpetrada
por
combatientes,
si
no
por
otra
razón,
porque
es
percibida
como
ordinaria
y
privada.
Muchas
instancias
de
la
violencia
sexual
que
no
calzan
con
la
tesis
de
la
violación-‐como-‐un-‐arma-‐de-‐guerra
son
en
gran
medida
invisibles
porque
no
son
consideradas
violencia
ni
por
el
perpetrador
ni
por
las
víctimas.
La
distinción
clara
entre
coerción
y
consenso
en
la
violencia
sexual
es
difícil
de
determinar
en
cualquier
tiempo,
pero
tal
vez
es
aún
más
difícil
en
periodos
de
guerra
a
menos
que
concierna
eventos
muy
definidos
que
implican
violencia
física
probada
y
perpetradores
identificables
que
son
ajenos
a
las
víctimas
inocentes.
El
entendimiento
popular
de
la
guerra
se
basa
en
percepciones
en
blanco-‐y-‐negro
de
perpetradores
y
víctimas,
de
gente
buena
y
gente
mala,
y
tiende
a
ignorar
las
muchas
áreas
grises
que
colorean
la
inocencia
y
la
culpabilidad.
La
tesis
violación-‐como-‐arma-‐de-‐guerra
se
construye
en
esta
lectura
en
blanco
y
negro
de
la
guerra
y
por
lo
tanto
pasa
por
alto
el
entendimiento
en
periodos
de
paz
de
la
coerción
y
el
consenso,
la
violencia
legítima
y
la
extraordinaria,
y
de
agencia
y
victimización,
que
son
activamente
reproducidos
en
los
periodos
de
guerra.
Por
ejemplo,
la
violación
en
el
matrimonio
simplemente
no
existía
pues
se
esperaba
que
la
mujer
estuviera
disponible
para
su
pareja.
Como
tal,
el
abuso
sexual
continuo
tras
una
promesa
de
matrimonio
sería
judicialmente,
en
el
Perú,
sexo
consentido.
Esto
es
un
típico
“código
de
honor”,
y
no
único
al
Perú,
en
el
que
el
honor
de
las
familias,
por
medio
del
cuerpo
sexual
de
la
hija,
es
recuperado
al
pactarse
un
matrimonio
tras
la
violación.
La
idea
es
que
el
violador
esta
“reparando”
63
Henríquez,
Cuestiones
de
género
y
poder,
90.
64
Henríquez
y
Mantilla,
Contra
viento
y
marea
;
Henríquez,
Cuestiones
de
género
;
Mercedes
Crisóstomo,
“Tan
buena
era
mi
mama
.
.
.
,”
en
Para
no
olvidar:
Testimonios
sobre
la
violencia
en
el
Perú.
ed.
Jorge
Bracamonte,
Beatriz
Duda,
y
Gonzalo
Portocarrero
(Lima:
Red
para
el
Desarrollo
de
las
Ciencias
Sociales
en
Perú
,
2003).
65
Boesten,
J.
“Democracia
en
el
hogar?”
In:
Luis
Avila,
(ed.),
Dinámicas
de
control
y
resistencia
en
las
58
por
medio
del
matrimonio,
el
daño
que
ha
hecho
a
una
muchacha
y
a
su
familia.
Durante
la
guerra,
algunas
familias,
y
algunas
jóvenes,
usaron
esta
ley
–tal
vez
más
con
la
esperanza
de
que
se
salvarían
de
nuevas
violaciones
antes
que
pensando
en
el
honor
de
la
familia.
Para
los
soldados,
tal
acuerdo
les
daría
acceso
“legal”
y
fácil
al
sexo,
tras
lo
cual
se
irían
del
pueblo
y
no
volverían
a
ver
jamás
a
las
muchachas.
Estos
acuerdos
convirtieron
la
violación
en
sexo
consentido,
tal
vez
no
para
las
víctimas-‐sobrevivientes,
pero
de
seguro
que
para
los
perpetradores,
la
ley,
las
instituciones
e
incluso
los
padres.
Por
ejemplo,
Aurelio,
el
ya
mencionado
responsable
del
registro
de
una
comunidad
de
Huancavelica,
estaba
convencido
que
los
soldados
que
violaron
y
embarazaron
a
su
hija
y
a
su
hermana
deberían
asumir
las
responsabilidades
y
casarse
con
las
víctimas.
Uno
de
los
soldados
se
escapó
y
nunca
más
fue
visto,
el
otro
prometió
a
la
hermana
de
Aurelio
y
a
la
familia,
que
él
se
casaría
con
ella.
Esto
condujo
a
una
situación
en
la
que
el
soldado
y
la
hermana
de
Aurelio
tuvieron
sexo
consentido
durante
un
largo
período.
No
sabemos
cómo
percibió
esta
situación
la
joven,
pero
las
declaraciones
de
Aurelio
sugieren
una
fuerte
ambigüedad
entre
coerción
y
consenso.
La
transcripción
de
los
testimonios
muestra
que
el
entrevistador
de
la
CVR
creyó
importante
hacer
la
distinción:
Interviewer:
Disculpe
la
pregunta
¿esa
fecha
corresponde
con
la
que
habría
sido
la
violación?
Aurelio:
¿De
mi
hija?
Interviewer:
Sí
Aurelio:
De
mi
hija
sí,
pero
de
mi
hermana
no
coincide
Interviewer:
¿Eso
quiere
decir
que
puede
ser
otra
persona?
Aurelio:
No,
como
se
dice
“ya
lo
ha
conquistado”,
como
le
han
dicho
que
tiene
que
casarse
no
más
Interviewer:
Quiere
decir
que
en
el
caso
de
su
hermana
sí
aceptó
al
padre
Aurelio:
Estuvieron
como
enamorados
Interviewer:
¿Posteriormenete?
Aurelio:
Claro
Interviewer:
¿O
antes
de
la
violación?
59
Aurelio:
No,
no,
posteriormente
Interviewer:
En
la
violación
de
ellas
¿se
resistieron?,
fue
violación
cuando
es
a
la
fuerza,
pero
cuando
bonito
la
conquistan
a
lo
mejor
ella
quizá
ha
podido
aceptar,
ha
pasado
algunas
veces
Aurelio:
Se
supone
en
el
momento
de
la
violación
no
ha
conseguido,
posteriormente
ya
Interviewer:
Ah,
no
ha
sido
violada
su
hermana
Aurelio:
Ha
sido
violada.
La
primera
vez,
después
ya
tuvieron
relaciones
consentidas
y
producto
de
eso
salió
embarazada.
Sí,
por
eso
no
coincide,
yo
mismo
me
estoy
dando
cuenta.66
En
esta
narrativa
no
hay
una
clara
distinción
entre
coerción
y
consenso,
o,
mas
bien,
sí
la
hubo,
si
pudo
haberla,
si
la
ley
no
hubiera
estipulado
que
uno
puede
casarse
con
una
muchacha
de
14
años
después
de
haberla
violado
y
mantener
relaciones
sexuales
con
ella
sólo
con
el
compromiso
de
casarse
con
ella
en
el
futuro.
Aquellos
que
llevan
a
cabo
la
interpretación
de
este
caso,
incluyendo
por
cierto
el
entrevistador
de
la
CVR,
han
efectivamente
oscurecido,
invisibilizado
y
normalizado
la
violación
de
la
hermana
de
Aurelio.
Algunas
veces,
las
mujeres
activamente
consienten
tener
sexo
en
circunstancias
coercitivas
oscureciendo
aún
más
la
naturaleza
forzada
de
tales
eventos.
Las
mujeres
que
usan
su
sexualidad
como
un
activo
de
transacción
a
cambio
de
protección
y/o
información,
o
consienten
a
múltiples
violaciones
porque
no
tienen
otras
estrategias
de
supervivencia,
o
para
limitar
el
daño
que
le
infligen
a
ella
o
a
su
comunidad
no
serán
fácilmente
vistas
como
violadas
por
la
comunidad
en
general.67
Sosa
Saavedra,
el
soldado
mercenario
que
contó
esta
historia
a
un
periodista,
y
que
está
en
juicio
por
abusos
a
los
derechos
humanos,
y
quien
explicó
el
“riesgo
administrativo”
de
algunos
tipos
de
violaciones,
recuerda
que
mujeres
presas
consentirían
relaciones
sexuales
si
se
les
prometía
que,
a
cambio,
se
les
daría
su
66
Arch.
TRC
Manta
y
Vilca,
“Individual
Investigations,”
en
Anex
7.
67
Varios
ejemplos
de
este
uso
estratégico
del
sexo
son
recogidos
en
Henríquez
y
Mantilla,
Contra
viento
y marea.
60
libertad.
Esto
no
creaba
ningún
“riesgo
administrativo”
porque
de
todas
maneras
serían
asesinadas,
pero
también
tendría
la
ventaja
que,
en
sus
palabras,
“no
habría
violación
en
el
sentido
violento
de
la
palabra”.
Theidon
cuenta
varias
historias
de
cómo
mujeres
negociaban
sus
cuerpos
a
cambio
de
sus
vidas,
las
vidas
de
sus
queridos,
o
por
información
y
protección.
Esto
debe
ser
reconocido
como
el
uso
de
la
agencia
por
parte
de
las
mujeres,
aún
cuando
en
circunstancias
extremadamente
limitadas
con
pocas
opciones,
Theidon
insiste.68
Sin
embargo,
¿el
consentimiento
dado
en
tales
circunstancias
hace
la
violación
menos
coercitiva,
o
menos
violenta?
¿Es
posible
distinguir
si
una
mujer
entregó
voluntariamente
su
cuerpo
a
un
combatiente
a
cambio
de
información,
esperanza
o
protección,
o
si
lo
hizo
involuntariamente?
¿Debemos
desenredar
tales
instancias?
¿Estas
preguntas
son
acerca
de
la
violación
invisible
o,
como
sugiere
Theidon,
sobre
la
invisible
agencia
de
la
mujer?69
Hasta
que
las
víctimas-‐sobrevivientes
no
se
levanten
a
reclamar
tal
agencia,
no
estoy
segura
si
es
necesario
mapear
hasta
qué
punto
las
mujeres
“usaron”
su
sexualidad,
en
los
casos
en
que
se
les
entregó
algo
a
cambio,
después
de
haber
sido
violadas,
o
cuando
dieron
su
consentimiento,
aunque
en
circunstancias
extremadamente
violentas.
Sí
creo
que
es
importante
anotar,
sin
embargo,
que
aparte
de
ser
víctimas,
las
mujeres
pudieron
usar,
e
hicieron
uso,
de
una
vasta
gama
de
estrategias,
incluyendo
el
uso
de
sus
cuerpos
sexuales,
si
esto
fue
necesario
para
su
supervivencia
y
la
de
sus
familias.
La
investigación
de
Theidon
también
muestra
cómo
las
mujeres
opusieron
resistencia
a
la
violación,
lo
mejor
que
pudieron,
respondiendo
físicamente
a
la
agresión.70
Aun
cuando
existió
agencia
en
la
negociación
de
las
circunstancias
de
violación
en
extremadamente
limitadas
y
opresivas
circunstancias,
y
no
podía
y
no
pudo
impedir
la
violación
masiva
de
mujeres
y
muchachas,
si
permitió
hacer
que
los
límites
entre
coerción
y
consenso
se
difuminaran
y
comprometió
seriamente
la
idea
de
la
victimización
de
la
mujer.
Después
de
todo,
dentro
del
marco
de
la
normativa
sociocultural
existente
en
relación
al
género
y
la
sexualidad
en
el
68
Theidon,
“Gender
in
Transition.”
69
La
discusión
en
torno
al
consentimiento
también
es
relevante
a
la
ley,
lo
que
discutiré
en
los
capítulos
cinco
y
siete.
70
Kimberley
Theidon,
Intimate
Enemies.
Violence
and
Reconciliation
in
Peru
(Philadelphia,
PA:
University
of
Pennsylvania
Press,
2013),
124.
61
Perú,
la
trivial
participación
de
una
mujer
en
decidir
las
circunstancias
en
la
que
fue
violada
puede
confirmar
su
complicidad
con
los
perpetradores,
posiblemente
con
la
comunidad
y
probablemente
con
la
misma
víctima.
Por
lo
tanto,
como
es
muchas
veces
el
caso
con
agencia
en
situaciones
límites,71
su
significado
y
consecuencias
son
a
menudo
ambiguos.72
Algunas
mujeres
se
comprometieron
con
un
soldado,
con
la
esperanza
que
esto
impediría
que
continuara
la
violación
grupal,
una
estrategia
famosamente
descrita
en
su
diario
por
un
escritor
alemán
anónimo,
después
que
los
rusos
entraron
en
Berlín
en
1945.73
Los
testimonios
que
se
refieren
a
las
promesas
de
matrimonio
después
de
la
violación
también
sugieren
que
alguna
forma
de
agencia
como
tal
puede
evitar
mayor
abuso
por
parte
de
los
soldados
y
el
posible
abuso
por
parte
de
la
comunidad
como
consecuencia
de
haber
sido
violada,
pero
tambien
puede
ser
interpretado
como
haberse
prostituido
o
haber
traicionado
a
la
comunidad.74
Cualquier
feminista
puede
argüir
que
todos
estos
casos
corresponden
a
la
definición
de
violación,
y
la
ley
se
está
adaptando
rápidamente
para
ponerse
al
día
con
el
cambio
en
la
comprensión
de
la
violación.
Sin
embargo,
en
el
Perú
y
en
otras
partes,
incluyendo
en
Gran
Bretaña
y
Estados
Unidos,
las
víctimas
de
violación
frecuentemente
son
sometidas
a
un
interrogatorio
en
el
que
la
fina
línea
entre
coerción
y
consenso,
y
entre
inocencia
y
complicidad
es
cuestionada.75
Esta
ambigüedad
de
qué
es
la
violación
alimenta
el
silencio
y
el
estigma
que
rodea
la
violación
sexual
tanto
en
la
guerra
como
en
la
paz.
Los
Militares
Peruanos
y
la
Violencia
Sexual
Para
entender
cómo
y
por
qué
fuerzas
armadas
se
comportan
de
la
manera
que
lo
hacen,
necesitamos
no
sólo
comprender
los
procesos
políticos
e
institucionales
en
71
John
Lonsdale,
“Agency
in
Tight
Corners:
Narrative
and
Initiative
in
African
History,”
Journal
of
African
Cultural
Studies
13,
no.
1
(2000):
5–16.
72
Carisa
Showden
muestra
como
las
opciones
que
toman
las
mujeres
desde
las
severas
limitaciones
estructurales
pueden
tener
efectos
adversos.
También
demuestra
que
estas
selecciones
deben
ser
respetadas
como
agencia,
y
que
se
debe
prestar
más
atención
a
cómo
las
mujeres
llegan
a
esas
opciones:
Carisa
R.
Showden,
Choices
Women
Make.
Agency
in
Domestic
Violence,
Assisted
Reproduction
and
Sex
Work
(Minneapolis,
MN:
University
of
Minnesota
Press,
2011).
73
Anonymous,
A
Woman
in
Berlin:
Eight
Weeks
in
a
Conquered
City
(London:
Virago,
2005).
74
Boesten,
“Marrying
your
Rapist.”
75
Irina
Anderson
and
Kathy
Doherty,
Accounting
for
Rape:
Psychology,
Feminism
and
Discourse
Analysis
62
torno
al
uso
de
violencia
estatal,
pero
tambien
tenemos
que
entender
la
composición
socio-‐política
de
los
militares.
En
el
Perú,
las
tropas
del
ejército
estaban
conformadas
por
conscriptos
y
oficiales
no-‐comisiados
emergentes
de
las
tropas
reclutadas.
La
mayoría
de
los
conscriptos
tradicionalmente
provienen
de
las
calses
marginalizadas:
indígenas
o
descendentes
de
gente
indígena,
los
pobres
y
las
clases
trabajadoras.
La
idea
de
los
militares
como
una
institución
de
igualitarismo
republicano
en
una
nación
en
construcción,
difundida
en
los
siglos
dieciocho
y
diecinueve
en
Europa
así
como
en
partes
de
la
América
Latina
del
siglo
veinte,
tuvo
menos
influencia
en
el
Perú.
Eduardo
Toche
Medrano
nos
dice
que
en
el
Perú
el
racismo
que
sentían
tanto
los
dirigentes
militares
como
los
políticos
en
relación
a
la
población
indígena
creó
una
rígida
división
en
las
filas
de
los
militares
desde
el
inicio
de
la
conscripción
militar
a
inicios
del
siglo
diecinueve.76
Por
ello,
la
conscripción
militar
sólo
afectó
a
los
pobres
y
marginados,
mientras
que
los
afortunados
escapaban
al
reclutamiento
gracias
al
dinero
o
a
los
contactos,
y
por
ser
ubicados
racialmente
por
los
oficiales
reclutadores.
Jóvenes
de
clase
media
o
alta
podían
entrar
a
la
élite
de
la
marina
o
la
fuerza
aérea,
y/o
convertirse
en
oficiales
militares
profesionales
de
alta
graduación.
Durante
los
80s
y
90s,
las
fuerzas
especiales
de
la
policía,
un
pequeño
grupo
de
marinos
y
un
gran
contingente
de
tropas
del
ejército
combatió
contra
los
insurgentes
en
los
Andes.
Estos
fueron
los
tres
grupos
dentro
de
las
fuerzas
arnadas
que
cometieron
la
mayoría
de
las
violaciones
a
los
derechos
humanos.
La
composición
y
estructura
jerárquica
de
las
fuerzas
armadas
peruanas
fueron,
hasta
cierto
punto,
el
reflejo
de
la
sociedad
peruana,
especialmente
en
lo
que
se
refiere
a
la
política
de
conscripción.
Jóvenes
pobres
fueron
reclutados
legalmente
cuando
cumplían
los
18
años,
o
ilegalmente
forzados
a
ingresar
en
los
cuarteles
más
jóvenes
aún.
Esta
práctica,
comúnmente
conocida
como
leva,
fue
aceptada
durante
mucho
tiempo
como
la
manera
de
incrementar
el
personal
cuando
era
necesario.
A
los
jóvenes
que
vivían
en
los
barrios
pobres
de
las
ciudades
o
en
zonas
rurales
les
exigían
que
muestren
sus
papeles
de
identidad,
especialmente
la
libreta
militar
que
se
entregaba
a
los
16
años,
y
cuando
no
podían
mostrarla,
simplemente
se
lo
llevaba
a
los
76
Eduardo
Toche
Medrano,
Guerra
y
Democracia,
Los
militares
Peruanos
y
la
construcción
nacional
(Lima:
DESCA,
CLACSO,
2008)
63
cuarteles
y
eran
entrenados
y
emplazados.
Mientras
que
la
leva
estaba
prohibida
en
las
zonas
de
emergencia
porque
era
muy
grande
el
temor
a
la
infiltración
de
Sendero
Luminoso,
la
evidencia
anecdotica
sugiere
que
algún
tipo
de
reclutamiento
forzado
continuó.
Esta
es
la
razón
de
que
el
ejército
peruano
haya
incluido,
desde
hace
mucho
tiempo,
a
soldados
menores
a
18
años
o
incluso
16,
e
indica
cómo
la
desigualdad
está
institucionalizada
entre
los
militares
peruanos.77
Si
aceptamos
una
tesis
Butleriana
que
los
hombres
no
son
biológicamente
investidos
con
una
heterosexualidad
activa
y
agresiva,
así
como
las
mujeres
no
son
inherentemente
pasivas
o
formadas
con
una
actitud
reticente,
entonces
necesitamos
preguntarnos
cómo
aprenden
los
hombres
a
usar
sus
cuerpos
(sexuales)
de
una
cierta
manera.78
El
cultivar
una
masculinidad
militar
violenta
es
una
manera
de
“hacer”
soldados
violentos,
y
la
violencia
sexual
juega
un
importante
papel
en
el
cultivo
de
dichas
masculinidades
militares,
como
discutimos
en
el
capítulo
3.
La
investigación
sobre
las
masculinidades
militares
muestran
que
los
militares
alimentan
e
institucionalizan
masculinidades
exageradas,79
puesto
que
la
agresión
hacia
los
otros
es
necesaria
a
fin
de
ser
capaz
de
matar
–
y
por
lo
tanto
ser
capaz
de
ser
un
buen
soldado.80
Los
testimonios
de
ex
soldados
a
la
CVR
indica
que
la
violencia
era
parte
del
entrenamiento
de
los
nuevos
reclutas:
los
soldados
fueron
formados
con
golpizas,
confinamientos
solitarios,
condiciones
de
vida
miserables,
y,
por
último,
forzándolos
a
convertirse
en
perpetradores
de
violencia
al
forzarlos
a
a
cometer
actos
de
extrema
violencia
con
perros
y
prisioneros.81
Los
violentos
ritos
de
iniciación
han
sido
efectivos
para
crear
espirales
de
comportamientos
violentos
y
garantizar
la
lealtad
a,
y
la
complicidad
en,
la
empresa
militar;
una
estrategia
de
entrenamiento
militar
muy
similar
al
proceso
de
convertir
a
77
Eduardo
Gonzalez
Cueva,
“Conscription
and
Violence
in
Peru,”
Latin
American
Perspectives
3
(2000):
88–102.
78
Ver
también:
Joanna
Bourke,
Rape:
Sex
Violence
History
(Emeryville:
Shoemaker
&
Hoard,
2007).
79
Ver
R.
W.
Connell,
The
Men
and
The
Boys
(Berkeley,
CA:
University
of
California
Press,
2000)
para
una
and
the
Men
Who
Wage
War,”
Signs
28,
no.
4
(2003):
1187–1207;
Cynthia
Enloe,
The
Morning
After:
Sexual
Politics
at
the
End
of
the
Cold
War
(Berkeley,
CA:
University
of
California
Press,
1993);
Goldstein,
War
and
Gender.
81
Henríquez
and
Mantilla,
Contra
viento
y
marea,
90.
Ver
también
el
testimonio
411311,
Arch-‐CVR.
64
niños
en
soldados
en
algunas
de
las
recientes
guerras
africanas
–y,
desde
luego,
en
el
Perú.82
Este
condicionamiento
no
absuelve
a
los
perpetradores
de
asesinato,
tortura
y
violación,
pero
ayuda
a
explicar
por
qué
cometerían
actos
de
tal
violencia.
La
violación
es
sin
duda
el
acto
extremo
de
complicidad
en
la
subordinación
y
violación
de
una
persona.
En
casos
de
mutilación,
tortura
o
muerte,
un
perpetrador
puede
argüir
que
sus
superiores
le
ordenaron
hacerlo
y
lo
amenazaron
de
muerte
si
desobedecía
las
órdenes
(aún
cuando
la
evidencia
sugiere
que
muchos
soldados
disfrutaban
tal
violencia,
y
competían
entre
ellos
en
niveles
de
crueldad83).
De
cualquier
manera,
en
el
caso
de
violación,
¿cómo
se
sustituye
el
temor
por
la
propia
vida
por
la
excitación
sexual?
Si
es
posible
remplazar
el
temor
por
la
excitación
sexual,
incluso
si
las
circunstancias
amenazadoras
no
han
desaparecido,
entonces
la
complicidad
del
perpetrador
es
completa.
No
parece
posible
una
mayor
complicidad
en
las
campañas
del
terror.
A
pesar
de
la
idea
que
la
violación
confirma
la
complicidad
individual
en
las
campañas
de
terror,
y
por
lo
tanto
señala
sin
ambigüedad
a
los
perpetradores
como
culpables,
investigaciones
recientes
en
Sierra
Leona,
Uganda
y
la
República
Democrática
del
Congo
complican
la
dicotomía
perpetrador
y
víctima.
El
trabajo
de
Enloe,
y
estudios
de
casos
como
los
de
Weaver
en
Vietnam,
claramente
muestran
cómo
la
violencia
sexual
relacionada
con
el
conflicto
está
incrustada
en
construcciones
de
masculinidad
y
femineidad,
cómo
el
cultivo
de
dicotomías
de
género
en
escenarios
militares
alimenta
la
violencia
sexual,
el
abuso
y
la
explotación.
Weaver
argulle
que
el
82
Hay
un
aumento
significativo
de
literatura
sobre
niños
soldados
en
Sierra
Leona,
Liberia,
Uganda,
y
la
RD
del
Congo.
Para
continuar
con
la
obras
citadas
aquí,
el
trabajo
de
Baaz
y
Stern
sobre
la
RDC
es
muy
relevante:
“Why
do
Soldiers
Rape?”
498;
La
socio-‐psicología
de
este
proceso
de
“volverse
violento”
es
analizado
en
Ervin
Staub,
The
Roots
of
Evil:
The
Origins
of
Genocide
and
Other
Group
Violence
(Cambridge:
Cambridge
University
Press,
1992).
También
Paul
G.
Zimbardo,
“A
Situationist
Perspective
on
the
Psychology
of
Evil:
Understanding
How
Good
People
are
Transformed
into
Perpetrators,”
21–50;
Ervin
Staub,
“Basic
Human
Needs,
Altruism,
and
Aggression,”
51–84;
Roy
F.
Baumeister
and
Kathleen
D.
Vohs,
“Four
Roots
of
Evil,”
85–102;
and
Joshua
D.
Duntley
and
David
M.
Buss,
“The
Evolution
of
Evil,”
102–126,
todo
en
Arthur
G.
Miller
ed.,
The
Social
Psychology
of
Good
and
Evil
(New
York:
The
Guilford
Press,
2004).
Zimbardo:
“Anything
that
makes
a
person
feel
anonymous,
as
if
no-‐one
knows
who
he
or
she
is,
creates
the
potential
for
that
person
to
act
in
evil
ways—if
the
situation
gives
permission
for
violence,”
29.
83
El
libro
de
Ricardo
Uceda,
que
se
basa
en
entrevistas
con
uno
de
los
principales
protagonistas
de
las
torturas
y
asesinatos
en
la
década
de
los
80s
y
90s,
Jesús
Sosa
Saavedra,
sugiere
que
la
crueldad
era
parte
de
la
masculinidad
deseada
entre
los
soldados
estacionados
en
la
base
militar
Los
Cabitos,
a
mediados
de
los
80s.
Ver,
por
ejemplo,
Uceda,
Muerte
en
el
pentagonito,
106–107.
65
silencio
alrededor
de,
o
incluso
el
borrar,
la
violencia
sexual
perpetrada
por
soldados
estadounidenses
en
Vietnam
perpetúa
las
violentas
masculinidades
contemporáneas
en
Estados
Unidos
y
no
logra
reconocer
que
mucho
del
desorden
de
stress
post
traumático
(PTSD)
entre
los
veteranos
proviene
de
la
agresión
antes
que
de
la
victimización.84
Weaver
observa
entonces
una
incompatibilidad
entre
una
masculinidad
civil
pacífica
con
un
pasado
de
masculinidad
militar
violenta.
La
investigación
de
Eriksson
Baaz
y
Stern
entre
perpetradores
de
violación
congoleños
muestra
como
los
ideales
de
masculinidad
–ideales
de
fuerza,
virilidad
y
poder-‐
son
difíciles
de
alcanzar
en
un
contexto
de
limitación
extrema
de
oportunidades
y
pobreza
abyecta.
Sin
absolver
a
los
perpetradores
de
tal
violencia,
la
investigación
de
Eriksson
Baaz
y
Stern
contribuye
enormemente
a
nuestra
comprensión
de
“por
qué
los
hombres
violan.”85
También
da
lugar
a
la
pregunta
de
quién
encarna
–y
quién
o
qué
promueve-‐
hipermasculinidades
y,
como
adecuadamente
pregunta
Carol
Cohn,
cuál
es
el
rol
de
los
actores
internacionales
como
consultores
mineros,
mercenarios
y
traficantes
de
armas,
y
los
bien
alimentados
fuerzas
de
paz
en
la
representación
de
tan
específicamente
definidas
hipermasculinidades
hegemónicas.86
La
investigación
realizada
por
Chris
Coulter
en
Sierra
Leona,
y
por
Erin
Baines
en
Uganda,
complica
aún
más
la
dicotomía
víctima-‐perpetrador;
niños,
en
ambos
conflictos,
fueron
obligados
por
los
rebeldes
a
ejercer
de
soldados
con
extremadamente
violentas
estrategias
de
guerra.
Niños
y
niñas
fueron
obligados
a
asesinar,
torturar
y
abusar
de
otros
así
como
de
los
suyos
siguiendo
patrones
de
género.
La
investigación
de
Coulter
y
Baines
muestra
que
tanto
niños
como
niñas
pueden
ser
víctimas
y
perpetradores
de
violencia,
aún
si
son
las
niñas
las
que
generalmente
son
movilizadas
para
servir
sexualmente
a
los
soldados
y
los
niños
los
que
se
convierten
en
los
principales
asesinos.
Erin
Baine
denomina
a
la
ambigüedad
de
las
narrativas
de
ex
niños
soldados
como
“una
zona
gris
de
culpabilidad”;
Coulter
frasea
esta
ambigüedad
en
el
título
de
su
libro:
Bush
Wives
and
Girl
Soldiers.
Mientras
84
Gina
Marie
Weaver,
Ideologies
of
Forgetting:
Rape
in
the
Vietnam
War
(Albany:
State
of
New
York
66
que
los
conflictos
en
estos
países
africanos
eran
diferentes
a
la
guerra
en
el
Perú,
también
hay
importantes
paralelos
que
notar.
Fundamente,
la
socialización
y
entrenamiento
de
soldados
muy
jóvenes
para
el
uso
de
una
violencia
extrema
y
la
normalización
de
tal
violencia
emerge
como
importantes
factores
en
el
caso
peruano.
La
cuestión
es
si
la
edad
y
los
extremos
del
cruel
entrenamiento
militar
como
son
ejemplificadas
por
algunas
de
las
historias
de
guerra
que
provienen
de
Sierra
Leona
y
Uganda
son
extremas
y
únicas,
o
si
necesitamos
considerar
como
similar
el
abusivo
entrenamiento
militar
de
impresionables
adolescentes
de
18
años
en
ejércitos
profesionales,
como
Weaver
parece
sugerir.
La
“zona
gris
de
culpabilidad”
de
Baines
apunta
a
la
agencia
circunscrita
de
que
ambos
víctimas
y
perpetradores
de
violencia
a
menudo
tiene
en
convertirse
en
víctima
y/o
perpetrador,
lo
que
tal
vez
es
un
factor
en
todas
las
discusiones
sobre
“el
bien
y
el
mal”.
Conclusión
Nuestra
comprensión
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra
se
ha
beneficiado
notablemente
del
análisis
de
la
violación
como
un
arma
de
guerra.
Esta
conceptualización
ha
subrayado
el
uso
estratégico
de
la
violencia
sexual,
la
complicidad
desde
arriba,
y
la
importancia
del
cuerpo
de
las
mujeres
y
la
jerarquía
de
género
en
la
imaginación
del
yo
y
el
enemigo,
y
por
lo
tanto
del
hacer
la
guerra.
Sin
embargo,
la
tesis
de
arma-‐de-‐la-‐guerra
también
sugiere
una
distinción
muy
nítida
entre
perpetrador
y
víctima,
una
finalidad
instrumental
dirigida
a
ganar
la
guerra
y,
en
consecuencia,
una
estrategia
para
combatir
dichas
prácticas.
Al
revelar
los
diferentes
regímenes
de
violación
en
el
Perú
del
periodo
en
guerra,
y
explícitamente
relacionar
estas
prácticas
a
la
desigualdad
de
género
en
tiempos
de
paz
y
la
violencia
contra
la
mujer,
este
análisis
sugiere
que
necesitamos
ampliar
nuestra
comprensión
del
uso
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra.
La
violencia
sexual
no
“sólo”
sirvió
propósitos
estratégicos
impuestos
y
cultivados
desde
arriba,
sino
que
también
fue
escenificada
como
entretenimiento
y
consumida
para
el
placer
de
individuos
y
grupos,
usada
como
una
herramienta
para
mantener
o
producir
jerarquías
entre
combatientes
y
enemigos,
y
para
salda
disputas
domésticas
o
comunales.
Como
oportunidades
de
tiempos
de
67
guerra,
el
cultivo
intencional
de
masculinidades
violentas,
y
la
impunidad
facilitaron
estas
prácticas.
Por
ejmplo,
los
regímenes
de
violación
en
tiempos
de
guerra
en
el
Perú
a
menudo
aludían
a
tareas
domésticas,
y
a
la
responsabilidad
de
la
maternidad.87
Además
de
ser
violadas,
generalmente
se
esperaba
de
las
mujeres
que
realicen
tareas
domésticas
mientras
eran
mantenidas
activas,
reforzando
los
roles
de
la
mujer
de
estar
al
servicio
de
los
hombres
en
términos
de
sexualidad
y
domesticidad.88
La
selección
de
palabras
por
parte
de
algunas
mujeres
para
explicar
lo
que
les
sucedió
durante
su
cautividad,
“sirviendo
como
la
mujer
de
un
soldado”,
asocia
dolorosamente
la
violenta
subordinación
por
hombres
armados
a
la
sumisión
en
el
hogar.
Asimismo,
la
idea
que
las
mujeres
fueron
en
gran
medida
responsables
por
los
“excesos”
de
los
hombres,
basado
en
la
creencia
que
los
hombres
no
pueden
controlar
su
impulso
sexual
y
las
mujeres
son
seductoras
que
provocan
el
deseo
sexual,
era
una
idea
común
tanto
en
la
guerra
como
en
la
paz.
Tales
ideas
legitimaron
que
los
hombres
usaran
a
las
mujeres
como
mejor
les
pareciera
y,
cuando
la
guerra
lo
facilitó,
convirtió
a
las
mujeres
no
sólo
en
prostitutas
sino
también
en
bienes
desechables
en
cuyos
cuerpos
cualquier
tipo
de
mutilación
estaba
permitida.
La
violencia
sexual
ayuda
a
naturalizar
la
idea
de
la
dominación
masculina
y
de
la
subordinación
femenina.
Por
supuesto,
las
percepciones
de
diferencia
racial,
que
exploramos
más
en
el
siguiente
capítulo,
facilitó
la
deshumanización
de
la
mujer
en
general,
tanto
como
ellas
ayudaron
a
la
deshumanización
del
hombre
enemigo,
promoviendo
la
posibilidad
de
la
violencia.
Con
esta
discusión
de
los
regímenes
de
la
violación,
no
trato
de
imponer
una
nueva
categorización
de
la
violación
en
la
guerra,
sino
mas
bien
destacar
la
complejidad
de
la
violencia
sexual
tanto
en
la
guerra
como
en
la
paz.
Esta
complejidad
puede
conducir
a
dos
conclusiones.
Primero,
la
violencia
sexual
durante
la
guerra
no
es
una
aberración
ni
una
excepción,
sino
una
exacerbación
de
las
violencias
y
desigualdades
existentes.
La
base
de
la
invisibilidad
de
la
violencia
sexual
está
fundada
en
las
comprensiones
de
los
tiempos
de
paz
de
las
relaciones
sociales
de
género:
de
la
imposición
social
de
la
87
Henríquez,
Cuestiones
de
género.
88
Esto
no
es
único
al
Perú,
lo
mismo
sucedió
durante
las
violaciones
sistemáticas
en
Foca,
la
ex
Yugoslavia.
Ver:
Nicola
Henry,
“Witness
to
Rape:
The
Limits
and
Potential
of
International
War
Crimes
Trials
for
Victims
of
Wartime
Sexual
Violence,”
International
Journal
of
Transitional
Justice
3
(2009):
114–134.
68
vergüenza
y
nociones
de
culpa
y
de
las
comprensiones
de
complicidad
tanto
del
perpetrador
como
de
su
víctima
y
la
naturaleza
del
deseo
masculino
y
de
la
seducción
femenina.
La
ubicuidad
de
la
violencia
sexual
mas
allá
del
claro
binario
soldado-‐
enemigo,
perpetrador-‐víctima,
no
es
el
único
factor
que
demuestra
esta
afirmación.
El
consumo
de
sexo
violento
en
tiempos
de
guerra,
bien
por
la
forzada
prostitución
o
por
la
vía
de
la
tortura
porno
para
el
entretenimiento
de
los
colegas,
también
apuntala
tal
conclusión.
Segundo,
las
guerras
son
fundamentalmente
‘gendered’,
o
sea,
conformado
por
entendimientos
y
actuaciones
de
género,
y
la
violencia
sexual
muchas
veces
es
usada
como
una
herramienta
en
múltiples
y
superpuestas
disputas
de
poder.
La
violencia
sexual
es
usada
para
imponer
dominación
y
afirmar
jerarquías.
La
respuesta
a
la
necesaria
pregunta
de
cómo
los
soldados
individualmente
llegaron
a
ser
capaces
de
de
(y
hallar
placer
en)
prácticas
de
violencia
sexual
debe
ser
buscada
en
el
cultivo
de
masculinidades
militarizadas
que
están
ancladas
en
ideas
binarias
y
heteronormativas
de
roles
de
género
que
están
inherentemente
basadas
en
nociones
de
dominación
de
género,
pero
que
asimismo
están
investidas
con
percepciones
específicamente
discriminatorias
de
raza
y
clase.
Cómo
la
violencia
sexual
contribuye
a
la
afirmación,
reproducción
y
naturalización
de
las
jerarquías
existentes
basadas
en
género,
raza
y
clase
es
el
foco
del
próximo
capítulo.
69
3:
La
reproducción
de
las
desigualdades
En
algún
momento
de
fines
de
los
80s,
en
algún
lugar
de
las
altas
cordilleras
peruanas,
un
grupo
de
soldados
detuvo
a
dos
jóvenes
mujeres;
una
era
vendedora
de
jugos
y
la
otra
una
odontóloga.
Las
mujeres
fueron
“entregadas”
a
las
tropas
como
trofeo
de
guerra,
y
se
les
aplicó
la
pichana,
una
referencia
metafórica
de
la
violación
grupal.1
La
vendedora
de
jugos
fue
violada
por
todos
los
soldados
del
grupo.
“Éramos
cuarenta,
te
lo
aseguro”,
recuerda
un
soldado,
apodado
Gitano.
La
odontóloga,
entretanto,
primero
fue
entregada
al
capitán.
Después
que
el
capitán
terminó
con
ella,
según
Gitano,
“me
dijo
si
queria
pasar
por
la
chica.
Le
dije
que
no
…
más
que
todo
porque
era
persona
que
me
merecía
bastante
respeto”.2
Posteriormente,
de
acuerdo
a
Gitano,
la
odontóloga
acusó
públicamente
a
los
soldados
de
violación,
pero
los
soldados
y
el
capitán
lo
negaron.
La
odontóloga
perdió
el
caso.
La
vendedora
de
jugos,
violada
por
al
menos
40
soldados,
no
denunció
lo
que
le
había
pasado.
Gitano
no
recuerda
si
ella
sobrevivió,
enfatizando
la
aparente
futilidad
de
su
existencia.
La
posición
socioeconómica,
el
origen
geográfico,
la
educación,
los
patrones
de
consumo,
la
vestimenta,
y
el
lenguaje
informan
la
posición
de
una
persona
en
la
escalera
étnica
en
una
sociedad
racialmente
jerárquica,
y
por
lo
tanto
el
nivel
de
“respeto”
que
uno
se
merece.
El
relato
del
soldado
sugiere
que
desde
su
perspectiva,
la
odontóloga
valía
más
que
la
vendedora
de
jugos,
quien,
como
implica
su
relato,
no
merecía
ningún
respeto.
Mientras
que
en
el
relato
del
Gitano
del
asalto
no
se
usaron
sobrenombres
étnicos,
éstos
son
fáciles
de
descubrir
por
la
diferenciación
que
realiza
el
soldado:
la
vendedora
de
jugos
es
chola
(ni
propiamente
indígena
ni
mestiza),
mientras
que
la
odontóloga
es
mestiza.
En
el
recuento
de
Gitano,
la
vendedora
de
jugos
está
disponible
para
sufrir
abuso.
El
hecho
que
la
chola-‐vendedora
de
jugos
es
percibida
como
adecuada
para
ser
violada
grupalmente,
mientras
que
la
mestiza-‐
odontóloga
no
lo
es,
muestra
las
rutas
que
los
marcadores
de
identidad
informan
de
las
relaciones
de
poder
en
el
Perú.
Tras
discutir,
en
el
capítulo
anterior,
los
diferentes
regímenes
de
violación
1
Picha
es
una
palabra
vulgar
para
penis,
y
pichana
significa
barrer.
CVR
Informe
Final
VI,
no.
1.5:
342.
2
Arch-‐CVR,
Testimonio
100168/5.
existentes
en
el
Perú,
este
capítulo
examinará
qué
hace
una
violación
a
nivel
socio-‐político;
cómo
la
violación
informa
una
sexualidad
racializada
y
la
reproducción
de
las
jerarquías
existentes.
Sigo
la
línea
de
cuestionamiento
de
Elizabeth
Heineman
cuando
se
pregunta:
“¿Qué
sucede
a
nuestros
análisis
de
la
violencia
sexual
basada-‐en-‐conflicto
si
recordamos
que
la
violencia
sexual
es
muchas
veces
un
medio
para
construir
el
género
per
se?”
Además,
el
caso
del
Perú
muestra
que
la
violencia
sexual
no
sólo
es
constitutiva
de
género,
sino
también
de
raza,
sexualidad
y
clase.
El
tratamiento
diferenciado
que
los
supuestos
marcadores
de
identidad
de
las
dos
mujeres
permiten
debe
ser
considerado
como
efectivo
por
todos
los
involucrados:
los
soldados
actúan
de
acuerdo
a
guiones
de
jerarquización
conocidos,
sustentados
en
raza,
clase,
género
y
comportamiento
sexual.
La
violación
grupal
de
la
vendedora
de
jugos
fue
un
espectáculo
porno,
una
performance
social
en
la
que
el
sexo
y
la
violencia
sirvieron
para
confirmar
la
dominación
a
niveles
individual
y
colectivo.
Usando
el
análisis
de
los
regímenes
de
violación
del
capítulo
anterior,
discutiré
aún
más
la
violencia
sexual
como
reproductora
de
jerarquías
existentes
–que
son
conocidas
y
ampliamente
entendidas-‐
basadas
en
raza,
clase,
género
y
sexualidad.
Considero
a
la
violencia
sexual
como
coadyuvante
en
la
producción
y
naturalización
de
identidades
interrelacionadas
basadas
en
género,
sexualidad
y
raza
otorgándole
significado
a
la
violencia
en
tiempo
de
guerra,
y
alimentándose
de,
y
en,
las
jerarquías
de
tiempos
de
paz,
que
incluye
la
diferenciación
por
posición
socioeconómica
-‐y
por
eso
alimenta
la
persistente
pobreza
y
marginación
de
grandes
grupos
de
población.
Desde
luego,
así
como
los
regímenes
de
violación
discutidos
en
el
capítulo
anterior,
en
la
vida
real
no
están
netamente
diferenciados
en
categorías
sino
que
mas
bien
son
fluidos,
variables
en
interpretación
y
significado,
y
se
superponen
ampliamente,
así
también
es
el
esbozo
siguiente
de
las
funciones
que
la
violencia
sexual
tiene
en
la
reproducción
de
las
identidades
jerárquicas,
no
concebidas
para
delinear
actos
específicos
o
identidades,
sino
para
subrayar
lo
que
la
violencia
sexual
hace
a
un
nivel
sociopolítico.
Por
ello,
luego
de
una
breve
discusión,
mostraré
cómo
la
violencia
sexual
en
el
Perú
produce
(a)
masculinidades
violentas,
(b)
sexualidad
racializada
y
jerarquías
de
género,
(c)
hetero-‐
normatividad,
y
(d)
más
amplias
desigualdades
sociales.
Muestro
cómo
la
violencia
sexual
naturaliza
las
mencionadas
jerarquías
y
normaliza
la
violencia
con
la
que
viven
a
diario
muchos
peruanos,
al
contrastar
las
palabras
del
testimonio
oral
de
las
víctimas-‐sobrevivientes
con
el
testimonio
literario
de
deseos
racializados.
La
ficción
no
es
un
reflejo
directo
de
la
experiencia
y
no
pretendo
ofrecer
una
vasta
crítica
de
la
literatura
peruana.
Sin
embargo,
el
establecer
paralelismos
entre
la
literatura
y
los
testimonios
sugiere
que
la
violencia
sexual
cumple
un
rol
central
en
la
reproducción
cotidiana
de
la
sexualidad
racializada,
las
jerarquías
de
género,
y
la
hetero-‐normatividad.
Una
crítica
cultural
de
la
literatura
peruana
muestra
el
reflejo
de
un
continuum
de
violencia
de
género
que
ayuda
a
mantener
y
reproducir
las
relaciones
hegemónicas
de
poder.
Sugiero
que
lo
mismo
sucede
con
la
violencia
sexual
de
tiempos
de
guerra.
Violencia
normativa
,
género
y
raza
Para
comprender
cómo
la
violencia
sexual
reproduce
las
jerarquías
basadas
en
estratificaciones
e
identidades
percibidas
en
la
sociedad,
necesitamos
examinar
cómo
las
desigualdades
son
mantenidas
por
medio
de
estructuras
violentas
y
cómo
el
funcionamiento
del
binario
sexo/género
refuerza
otras
desigualdades.
La
violencia
contra
las
mujeres
tiende
a
ser
percibida
como
normativa,
lo
que
sugiere
que
tal
violencia
proviene
de
la
persistencia
de
la
dominación
de
la
mujer
por
el
hombre,
y
el
continuo
deseo
de
los
hombres
de
dominar
la
vida
de
las
mujeres.3
Me
parece
particularmente
útil
la
comprensión
de
Judith
Butler
de
la
violencia
normativa
para
destacar
cómo
las
divisiones
sociales
basadas
en
identidades
percibidas
–incluyendo
género-‐
son
reproducidas
y
mantenidas
por
medio
de
la
violencia
cotidiana.4
Entiendo
la
“violencia
normativa”
como
referida
al
poder
de
las
normas
para
permitir
y
restringir
la
vida,
es
decir,
la
violencia
normativa
no
es
violencia
física
per
se.
Butler
se
refiere
a
normas
que
producen
violencia
al
no
permitir
que
la
gente
sea
lo
que
quiere
ser
en
los
aspectos
más
íntimos
de
la
vida:
amor,
deseo
y
3
Margaret
Urban
Walker,
“Gender
and
Violence
in
Focus:
A
Background
for
Gender
Justice
in
Reparations,”
in
The
Gender
of
Reparations:
Unsettling
Sexual
Hierarchies
while
Redressing
Human
Rights
Violations
,
ed.
Ruth
Rubio-‐Marin
(New
York:
Cambridge
university
Press,
2009).
4
Judith
Butler,
Undoing
Gender
(New
York:
Routledge,
2004).
sexualidad.
Por
ello,
la
violencia
normativa
es
violencia
por
restricción.
Sin
embargo,
la
resistencia
a
las
restricciones
normativas
a
lo
que
uno
puede
ser,
puede
dar
lugar
a
la
violencia
física
(las
golpizas
a
los
gays
es
un
ejemplo
obvio),
a
la
violencia
contra
la
mujer,
y
las
razones
que
los
hombres
generalmente
dan
para
justificar
tal
violencia.
Butler,
entonces,
afirma
que
es
la
violencia
normativa
la
que
hace
posible
la
violencia
física,
y,
simultáneamente,
legítima;
es
tolerada
y
normalizada
porque
es
perpetrada
en
respuesta
a
transgresiones
sociales.
Pero
la
violencia
física
que
está
sustentada
en
el
prejuicio
y
los
marcos
normativos
de
lo
que
uno
puede
ser,
o
es
percibido
que
es,
no
es
sólo
una
respuesta
a
las
transgresiones
de
esas
normas.
Las
desigualdades
institucionalizadas
basadas
en
las
divisiones
sociales
tales
como
raza,
clase
y
género,
esto
es,
violencia
estructural,
claramente
también
alimentan
la
violencia
física
directa.
Con
autores
como
Johan
Galtung,
Paul
Farmer,
Arthur
Kleinman,
Nancy
Scheper-‐Hughes,
y
otros,
considero
la
violencia
estructural
como
indirecta
pero
sistémica
que
oprime
y
marginaliza
a
grupos
sociales,
limita
su
agencia,
y
restringe
el
acceso
a
los
beneficios
de
la
sociedad
moderna
–buena
salud
y
educación,
dignidad,
y
la
oportunidad
de
seleccionar
empleo
y
la
vida
social-‐.
La
reproducción
de
tales
estructuras
y
el
racismo
y
sexismo
asociado
institucionalizado
está
presente
en
la
violencia
simbólica
cotidiana,
entendida
como
un
“medio
de
naturalizar
las
estructuras
de
poder
desiguales
al
punto
de
rendirlas
inevitables
e
incuestionables.”5
De
manera
similar,
el
concepto
violencia
normativa
ayuda
a
entender
como
ciertas
jerarquías
y
desigualdades
se
convierten
en
parte
de
un
sentido
común
ampliamente
compartido.
Con
Foucault,
Butler
sostiene
que
lo
que
es
visto
como
la
verdad
general,
como
conocimiento
común,
es
mas
bien
naturalizado
vía
las
practicas
y
rutinas
del
poder.
Mientras
que
Foucault
aplica
tal
razonamiento
a
las
nociones
de
locura,
crimen
y
sexo,
Butler
lo
lleva
un
paso
adelante:
cuestiona
los
fundamentos
de
las
relaciones
sociales
al
cuestionar
el
efecto
naturalizador
del
discurso
y
la
práctica
que
rodea
nuestros
cuerpos
e
intimidades.
Nos
fuerza
a
cuestionar
lo
“natural,
lo
5
Mo
Hume,
“The
Myths
of
Violence:
Gender,
Conflict,
and
Community
in
El
Salvador,”
Latin
American
Perspectives
35,
no.
5
(2008):
59–76:
62,
following
Pierre
Bourdieu,
“Symbolic
Power.”
Critique
of
Anthropology
13,
no.
14
(1979):
77–85;
and
Pierre
Bourdieu,
Masculine
Domination
(Cambridge:
Polity
Press,
2001).
original
y
lo
inevitable.”6
En
efecto,
Butler
arguye
que
la
“verdad”
sobre
el
género,
y
nuestros
cuerpos
sexuados,
es
el
resultado
de
las
rutinas
del
poder
y
el
reclamo
del
conocimiento.
Los
procesos
históricos
y
culturales
expresados
en
instituciones,
discursos
y
práctica
tienen
un
efecto
naturalizador
en
nuestro
entendimiento
del
orden
de
las
cosas,
incluyendo
nuestra
comprensión
de
lo
masculino
y
lo
femenino,
y
de
la
hetero-‐normatividad.
Esto
significa
que,
desde
el
punto
de
vista
de
Butler,
la
hetero-‐normatividad,
la
diferencia
de
género,
y,
esto
es
importante,
la
diferencia
sexual
no
son
naturales
o
auténticos,
sino,
mas
bien,
constructos
que
son
producidos
y
mantenidos
por
la
vía
de
la
práctica
del
poder
en
las
sociedades.
Las
instituciones,
los
discursos
y
las
prácticas,
juntos,
forman,
reproducen
y
expresan
las
normas
que
guían
nuestras
sociedades.
En
términos
Foucaltianos,
el
poder
no
está
investido
en
un
pequeño
grupo
de
dirigentes,
sino
que
es
un
proceso
productivo
en
el
que
tomamos
parte;
así,
en
vez
de
que
el
género
nos
sea
dado
por
la
naturaleza
como
resultado
de
diferencias
sexuales,
las
identidades
de
género
son
actuadas,
o
representadas
de
acuerdo
a
los
confines
normativos
de
la
sociedad.
Así,
como
Joan
Scott,
Butler
argumenta
que
el
género
es
una
categoría
histórica,
un
constructo
que
está
en
constante
flujo.7
El
género
está
siendo
hecho
y
rehecho.
Las
diferencias
culturales
y
los
cambios
históricos
en
las
normas
de
género
dan
testimonio
de
tales
dinámicas.
Observando
de
cerca
a
las
prácticas
de
género
en
una
sociedad
muestra
que
las
normas
de
género
difieren
de
acuerdo
a
los
grupos
culturales
y
étnicos.
Esto
no
(sólo)
significa
que
las
prácticas
de
género
en
el
contexto
peruano
pueden
ser
diferentes
entre,
por
ejemplo,
los
indígenas
amazónicos
y
los
mestizos
costeños,
sino
que
la
sociedad
les
atribuye
interpretaciones
naturalizadas
de
cuerpos
sexuados,
a
cuerpos
con
género
y
raza
determinada.
En
otras
palabras,
la
sociedad
puede
atribuir
comportamientos
sexuales
diferenciados,
deseos
y
restricciones
a
ciertas
poblaciones
sustentada
en
suposiciones
sobre
género
y
raza.
Estas
interpretaciones
están
encuadradas
por
normas
y
convenciones
que
son
fácilmente
consideradas
como
verdaderas
y,
en
ciertas
instancias
o
en
ciertos
momentos,
convertidas
en
ley.
En
general,
tales
6
Samuel
Allen
Chambers
and
Terrell
Carver,
Judith
Butler
and
Political
Theory
(London:
Routledge,
2008),
22.
7
Joan
Scott,
“Gender:
A
Useful
Category
of
Historical
Analysis.”
The
American
Historical
Review
8
Gonzalo
Portocarrero,
Racismo
y
mestizaje
y
otros
ensayos
(Lima:
Fondo
Editorial
del
Congreso
(Berkeley:
University
of
California
Press,
2010));
Ann
McClintock,
Imperial
Leather:
Race,
Gender,
and
Sexuality
in
the
Colonial
Contest
(New
York:
Routledge,
1995);
Eileen
J.
Suarez
Findlay,
Imposing
Decency:
The
Politics
of
Sexuality
and
Race
in
Puerto
Rico,
1870–1920
(Durham:
Duke
University
Press,
1999);
Robert
J.
C.
Young,
Colonial
Desire:
Hybridity
in
Theory,
Culture
and
Race
.
(London:
Routledge,
1995).
12
Irene
Silverblatt,
Luna,
sol
y
brujas:
géneros
y
clases
en
los
Andes
prehispánicos
y
coloniales
(Cuzco:
Centro
de
Estudios
Regionales
Andinos
“Bartolomé
de
Las
Casas”,
1990),
102–109;
Susan
M.
Socolow,
The
Women
of
Colonial
Latin
America
(Cambridge
UK,
New
York,
NY,:
Cambridge
University
Press,
2000);
Ward
Stavig,
Amor
y
violenciasexual:
valores
indígenas
en
la
sociedad
colonial
(Lima:
Institutode
Estudios
Peruanos,
1995);
Tanja
K.
Christiansen,
Disobedience,Slander,
Seduction,
and
Assault:
Women
and
Men
in
Cajamarca,Peru,
1862–1900
(Austin,
TX:
University
of
Texas
Press,
2004).
el
periodo
colonial,
Guaman
Poma
de
Ayala
acusó
a
los
invasores
españoles
de
abusar
sistemáticamente
de
las
mujeres
indígenas.
Su
análisis
de
los
efectos
desintegradores
de
la
violación
de
mujeres
y
de
su
conversión
en
“prostitutas
y
concubinas”
resuena
en
las
teorías
sociales
actuales
sobre
violación
y
guerra.13
En
los
siglos
diecinueve
y
veinte,
autores
indigenistas
(aquellos
que
abogaban
por
la
revaluación
de
la
idea
de
indianidad)
lo
retomaron,
y
desarrollaron
el
tema.
Una
de
las
primeras
denuncias
literarias
del
abuso
generalizado
y
legitimado
de
mujeres
subalternas
en
la
era
republicana
fue
escrita
quien
se
contó
entre
las
primeras
indigenistas,
Clorinda
Matto
de
Turner,
en
1889.
Matto,
una
liberal
acomodada,
cuya
familia
era
propietaria
de
tierras
en
la
región
del
Cusco,
escribió
en
Aves
sin
Nido,
su
más
famosa
novela,
sobre
el
abuso
de
una
joven
indígena
por
gobernadores
locales
y
curas.14
El
“descubrimiento”
de
Matto
de
Turner
de
la
práctica
generalizada,
tolerada
y
silenciada,
del
abuso
de
mujeres
y
jóvenes
por
parte
de
curas
–y
otras
autoridades-‐
en
las
áreas
rurales,
dio
lugar
a
un
pedido
de
matrimonio
compulsivo
para
los
sacerdotes.
Las
denuncias
de
Matto
no
fueron
bien
recibidas
y
tuvo
que
huir
del
país
después
que
su
empresa
editora
fue
saqueada.15
A
pesar
de
las
denuncias
de
Matto,
el
abuso
sexual
no
fue
un
tema
central
en
la
literatura
indigenista
que
emergió
a
inicios
de
1900.
Varias
décadas
después,
José
María
Arguedas
observó
que
las
mujeres
indígenas
eran
un
blanco
fácil
para
los
hacendados
rurales
y
autoridades.
Como
había
observado
Clorinda
Matto
antes
que
él,
tal
abuso
era,
por
un
lado,
parte
de
la
violenta
subordinación
de
la
población
indígena,
y,
por
otro,
parte
de
la
malevolencia
de
las
clases
gobernantes
rurales.
Por
ejemplo,
en
el
cuento
Diamantes
y
pedernales,
de
1954,
una
historia
sobre
un
joven
hacendado
y
su
práctica
“mujeriega”,
Arguedas
sugiere
que
las
mujeres
de
bajo
estatus
contaban
con
pocos
medios
para
resistir
o
rechazar
a
un
hombre
de
más
alto
estatus.
En
esta
historia,
Arguedas
ni
siquiera
usa
el
concepto
de
“violación”
para
referirse
a
la
sumisión
sexual
forzada
de
mujeres
indígenas
a
los
deseos
del
hacendado.
Sin
embargo,
sus
escritos
revelan
cómo
la
jerarquía
étnica,
socioeconómica
y
de
género,
13
Silverblatt,
Luna,
sol
y
brujas,
102–109
14
Clorinda
Matto
de
Turner,
Aves
sin
nido
(Buenos
Aires:
Solar,
1968
[1889]).
15
Nelson
Manrique,
“Clorinda
Matto
y
el
nacimiento
del
indigenismo
literario,”
in
La
piel
y
la
pluma.
Escritos
sobre
literatura,
etnicidad
y
racismo
,
ed.
Nelson
Manrique
(Lima:
Sur,
1999),
30.
hegemónica
en
las
zonas
altas
del
Perú,
podía
ser
mantenida
gracias
tanto
a
la
violencia
simbólica
como
a
la
física.
En
el
cuento,
el
joven
hacendado
golpea
a
sus
concubinas
para
mantenerlas
sumisas,
tal
como
agrede
a
sus
sirvientes.16
En
el
cuento
Warma
Kuyay,
escrito
en
1935,
Arguedas
llama
violación
al
abuso
sexual
de
Justina,
una
sirvienta
indígena,
pero
lo
hace
sólo
por
medio
del
habla
de
un
niño
sirviente
en
la
casa
del
hacendado
culpable.
Kutu,
la
pareja
de
la
mujer
violada,
está
devastado
por
lo
ocurrido
pues
ha
perdido
a
su
amor
y
tiene
que
dejar
la
hacienda.
Deja
a
Justina
con
el
joven
narrador,
un
niño
aún,
pero
un
niño
privilegiado
quien,
cuando
crezca,
será
capaz
de
vengarse
de
lo
que
Kutu
no
puede.
En
esta
narrativa,
la
violación
de
la
sirvienta
indígena
afecta
sobre
todo
a
los
hombres.
Kutu
no
puede
vengar
a
su
mujer,
pues
“sólo
es
un
indio”,
pero
el
niño
puede,
pues
está
en
una
posición
para
ser
abogado
cuando
crezca.
Esta
es
una
razón
para
que
Kutu
deje
a
Justina
con
el
niño,
incluso
sugiriéndole
explícitamente
que
ella
aprenderá
a
amarlo
de
manera
que
el
niño
podrá
consumar
su
enamoramiento
infantil.
En
efecto,
con
la
complicidad
de
su
(ex)
pareja
Kutu,
Justina
ejerce
de
prostituta
como
resultado
de
la
violación.
Entretanto
Kutu
se
convierte
en
un
indio
triste,
silencioso
y
cruel.17
Los
cuentos
de
Arguedas
tuvieron
por
referente
la
propia
crianza
del
autor
en
la
provincia
andina
de
Andahuaylas
y
combina
un
tono
de
denuncia
con
un
intento
por
capturar
algo
de
la
“realidad
andina”,
una
perspectiva
que
algunos
autores
han
calificado
de
utópica
y
considerado
no
bienvenida.18
Aún
así,
los
cuentos
de
Arguedas
proveen
una
significativa
representación
del
Perú
rural
de
entre
los
30s
y
60s.
Tal
vez
el
derrotado
Kutu
del
cuento
Warma
kuyay
,
un
buen
hombre
al
inicio
de
la
historia,
es
retratado
como
un
estereotipo
de
un
subalterno
humillado
quien
se
convierte
en
un
indio
cruel,
violento,
frustrado
y
silencioso.
Al
retratar
de
esta
manera
a
Kutu,
Arguedas
probablemente
contribuye
al
estereotipo
del
Indio
como
inherentemente
violento,
aún
cuando
hace
responsable
a
la
opresión
de
los
terratenientes
criollos.
En
los
cuentos
de
Arguedas,
el
abuso
de
las
mujeres
es
parte
de
esta
misma
opresión
y
contribuye
16
José
María
Arguedas,
Diamantes
y
pedernales:
Agua
(Lima:
J.
Mejia
Baca
&
P.
L.
Villanueva,
1954).
17
José
María
Arguedas,
Agua;
Los
escoleros;
Warma
Kuyay
(Lima:
Casade
Literatura
Peruana,
CIP,
1935);
18
Mario
Vargas
Llosa,
La
utopía
arcaica:
José
Maria
Arguedas
y
las
ficciones
del
indigenismo
(M
otro
gran
escritor
peruano,
Miguel
Gutiérrez,
la
violencia
y
el
sexo
son
constitutivos
de
raza
y
clase,
ver:James
Higgins,
“Replanteando
las
relaciones
de
raza
y
genero
en
el
Perú.
La
violencia
del
tiempo
de
Miguel
Gutiérrez,”
in
Del
viento,
el
poder
y
la
memoria,
ed.
Cecilia
Montaguda
and
Victor
Vich
(Lima:
Pontificia
Universidad
Católica
del
Perú
,
Fondo
Editorial
2002).
21
Carlos
Contreras
and
Marcos
Cueto,
Historia
del
Perú
contemporáneo
(Lima:
Instituto
de
autoritaria.
Violencia
y
democracia
en
el
Per
ú
(Lima:
SUR
Casa
de
Estudios
del
Socialismo,
1999),
43.
sí
el
abuso
pues
asume
que
perderá
su
empleo
si
lo
denuncia.
Sin
embargo,
en
cierto
momento,
otros
sirvientes
de
la
casa
no
aceptan
más
que
Vilma
luche
sola
e
intervienen
a
fin
de
ayudarla.
Santiago,
cuando
es
descubierto,
es
subyugado
y
golpeado.
El
hecho
es
ahora
conocido
y
los
patrones,
Susan,
Santiago,
la
madre
de
Julius
y
Juan
Lucas,
su
padrastro
cosmopolita,
se
ven
obligados
a
dar
solución
a
la
situación.
Antes
de
despedir
a
Vilma,
Susan
y
Juan
Lucas
tienen
el
siguiente
diálogo:
Juan
Lucas:
El
chico
esta
saliendo
con
muchachas;
es
natural
quiera
desahogarse…En
Lima,
a
su
edad,
no
es
facil,
sabes?
…La
chola
es
guapa
y
ahí
tienes…..así
es….
Susan:
Sí,
darling,
pero
ella
no
tiene
laculpa.
Juan
Lucas:
De
donde
sacas
esas
ideas,
Susan?
Susan:
Darling,
pero…se…ha…defendido….
Juan
Lucas:
Bien
arrepentida
debe
estar,
o
tú
la
crees
santa?25
Según
Juan
Lucas,
puesto
que
Vilma
es
una
chola
atractiva
debe
ser
inherentemente
promiscua;
esto
legitima
los
asedios
sexuales
a
los
sirvientes
por
parte
de
los
patrones.
Juan
Lucas
considera
que
Vilma
es
la
culpable
en
esta
situación,
y
asume
que
ella
probablemente
incluso
disfruta
del
encuentro
sexual
(“o
tú
la
crees
santa?”).
Es
más
sorprendente
aún,
el
hijo
que
violó
a
Vilma
hacía
bien,
de
acuerdo
a
Juan
Lucas,
en
usar
a
la
“chola
guapa”
como
una
salida
para
satisfacer
su
curiosidad
sexual,
puesto
que
esto
es
un
proceso
normal
en
el
desarrollo
de
la
sexualidad
de
un
muchacho
(blanco).
Aunque
Susan
intenta
formular
algo
que
suene
como
una
defensa
de
Vilma,
cede
a
las
interpretaciones
de
los
acontecimientos
de
Juan
Lucas
porque,
para
ella,
al
final
no
importa
realmente
lo
que
le
suceda
a
Vilma.
A
pesar
de
que
ambas
son
mujeres,
sus
posiciones
están
más
allá
de
la
mutua
identificación.
Bryce
Echenique
creó
una
imagen
imperecedera
de
la
vida
de
los
limeños
ricos
antes
de
1968,
cuando
un
gobierno
militar
izquierdista
introdujo
la
reforma
agraria
y
activamente
intentó
romper
el
sistema
de
clases
basado
en
la
propiedad.
Si
bien
la
reforma
agraria
cambió
la
agricultura
y
el
régimen
de
25
Alfredo
Bryce,
Echenique,
Un
mundo
para
Julius
(Lima:
Seix
Barral,
Preisa,
1970),
84.
propiedad
hegemónico,
no
deshizo
el
racismo
y
el
sexismo.
Como
tal,
el
deseo
racializado
incrustado
en
la
desigualdad
y
ejemplificado
por
la
disponibilidad
de
la
chola/sirviente,
no
se
ha
extinguido.
Una
novela
de
Santiago
Roncagliolo,
un
escritor
peruano
contemporáneo,
confirma
este
último
punto.
Basado
en
sus
experiencias
en
tanto
que
joven,
limeño
blanco
a
inicios
de
los
90s,
Roncagliolo
describe
abusos
sexuales
de
una
sirvienta
similares
a
los
descritos
por
Bryce
Echenique.26
Estos
pasajes
de
violación
perpetrados
en
las
mujeres
de
las
clases
bajas
y
de
piel
oscura
en
las
obras
principales
de
la
literatura
peruana
muestran
como
tal
violencia
es
normalizada
e
incluso
institucionalizada,
y
como
sirve
a
las
relaciones
de
poder
hegemónicas.
Estos
pasajes
colocan
un
espejo
frente
a
la
sociedad:
un
entendimiento
hegemónico
de
raza,
clase
y
género
y
sus
jerarquías
asociadas,
en
el
que
la
violencia
sexual
sirve
para
reforzar
estas
mismas
jerarquías.
Reproducción
de
las
jerarquías
por
medio
de
la
violencia
sexual
en
tiempos
de
guerra
La
fuerte
relación
entre
raza,
clase
y
género
en
la
práctica
y
los
significados
atribuidos
a
la
violación
en
estas
narrativas
literarias
de
violencia
sexual
muestra
como
tal
violencia
ayuda
a
naturalizar
las
diferencias:
la
intimidad
y
humillación
de
la
violación,
las
consecuencias
sociales
y
potencialmente
reproductivas,
no
sólo
reflejan
un
“sentido
común”
de
diferencia,
sino
también
la
idea
de
la
diferencia
biológica.
Las
mujeres
cholas
o
indígenas
abusadas
devienen
en
seductoras
naturales
quienes
son
culpables
por
el
abuso
que
reciben
de
su
“promiscuidad”
natural.
Esto
se
refleja
en
todo
el
grupo,
desde
luego,
mientras
la
disponibilidad
sexual
de
las
mujeres
cholas/indígenas
disminuye
el
poder
y
control
de
los
cholos/indígenas,
crean
tensión
y
fragmentación
entre
la
gente
cholo/indígenas
,
como
vimos
en
los
cuentos
de
Arguedas.
Por
ello,
la
violencia
sexual
en
el
Perú
sirve
para
reproducir,
mantener
e
incluso
naturalizar
las
diferencias
jerárquicas
en
la
sociedad
tal
como
lo
refleja
la
literatura
del
país.
26
Santiago
Roncagliolo,
Crecer
es
un
oficio
triste
(Barcelona:
El
Cobre
Ediciones,
2003);
ver
también:
Miguel
Gutiérrez,
La
violencia
del
tiempo
(Lima:
Santillana,
2010
[1991]),
896.
Los
académicos
que
reflexionan
sobre
el
uso
y
la
función
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra
observan
procesos
similares
en
el
emplazamiento
de
la
violencia
en
conflicto
tal
como
observamos
en
los
regímenes
de
violación
en
tiempo
de
paz,
lo
que
sugiere
una
relación
directa
entre
las
funciones
de
la
violencia
sexual
en
tiempos
de
guerra
y
en
tiempos
de
paz.
En
conflicto,
la
violación
a
menudo
sirve
para
destruir
la
cultura
y
cohesión
del
grupo
“enemigo”.
Ruth
Seifert
concluye
que
“la
violencia
colectiva
anti-‐femenina
debe
ser
interpretada
dentro
de
los
contextos
de
tanto
la
formación
de
las
identidades
nacionales
y
del
orden
de
género.”27
En
un
escrito
previo,
Seifert
identifica
cinco
funciones
de
la
violación
en
la
guerra:
integral
al
repertorio
de
la
violencia
en
la
guerra
y
similar
a
la
tortura,
humillación
simbólica
del
enemigo
masculino,
reafirma
las
masculinidades
militares,
destruye
la
cultura
enemiga,
y
es
un
resultado
de
la
misoginia.28
La
inclusión
de
la
misoginia
en
la
categorización
de
Seinfert
apunta
a
un
entendimiento
de
la
violación
que
va
más
allá
del
tiempo
de
guerra
y
los
objetivos
estratégicos.
Mientras
que
la
teoría
de
la
violación
como
un
arma
de
guerra
sugiere
que
la
violencia
sexual
sirve
propósitos
estratégicos
militares
que
alimentan
las
masculinidades
militares
y
otras
fuerzas
sociales
belicosas
que
alientan
a
los
hombres
a
violar,
la
ambigüedad
que
es
subrayada
por
Seifert,
y
es
también
aparente
en
el
caso
peruano
en
estudio,
sugiere
que
la
violencia
sexual
en
la
guerra
sirve
mucho
más
que
a
objetivos
militares.
En
su
estudio
sobre
Bosnia
Herzegovina,
Inger
Skjelsbæk
llega
a
una
conclusión
similar:
ella
arguye
que
“porque
la
violación
en
la
guerra
sexualiza
otras
identidades
de
género
así
como
las
que
no
son
de
género,
con
fines
políticos
(la
violación)
por
tanto
altera
la
manera
en
que
la
masculinización
y
la
feminización
son
percibidas”.29
Pero
en
el
caso
de
Bosnia,
de
acuerdo
a
Skjelsbæk,
la
violación
en
la
guerra
cambió
la
interseccionalidad
de
las
identidades
y
desigualdades,
mientras
que
en
el
caso
del
Perú,
reforzó
las
divisiones
existentes
en
la
sociedad.
Como
sustentaré
más
adelante,
en
el
Perú,
las
jerarquías
e
identidades
que
forjan
la
violencia
sexual
27
Ruth
Seifert,
“The
Second
Front.
The
Logic
of
Sexual
Violence
in
Wars,”
Women’s
Studies
International
Forum
19,
nos.
1–2
(1996):
35–43,
42.
28
Ruth
Seifert,
“War
and
Rape.
A
Preliminary
Analysis,”
in
Mass
Rape:
The
War
against
Women
in
Bosnia-‐Herzegovina
,
ed.
A.
Stiglmayer
(Lincoln:
University
of
Nebraska
Press,
1994),
54–72.
29
Inger
Skjelsbæk,
The
Political
Psychology
of
War
Rape:
Studies
from
Bosnia-‐Herzegovina
30
Cited
in
Seifert,
“The
Second
Front,”
42
31
Para
un
debate
sobre
el
cambio
del
cuerpo
como
dado
biológicamente
a
el
cuerpo
como
socialmente
construido,
ver:
Thomas
Csordas,
Embodiment
and
Experience
(Cambridge:
Cambridge
University
Press,1994).
se
siente
deshecho,
físicamente
reducido,
y
debilitado,
feminizado).
Una
tal
comprensión
de
lo
que
la
violación
hace
es
cercana
a
lo
que
hace
la
tortura;
convirtiendo
a
los
torturados
en
mudos,
sin
poder,
tanto
física
como
mentalmente
rotos.32
Una
de
las
mayores
diferencias
yace
en
su
explícito
significado
de
género
que
refleja
y
reverbera
mucho
más
allá
del
tiempo
de
guerra
puesto
que
los
significados
y
consecuencias
reproductivas
y
sexuales
de
la
violación
naturaliza
la
jerarquía
racial
y
de
género.
Explícitamente
me
muevo
más
allá
de
la
víctima
o
perpetrador
individual,
no
para
disminuir
las
experiencias
o
reducir
la
responsabilidad,
sino
para
mirar
los
patrones
que
pueden
incrementar
nuestra
comprensión
de
la
persistencia
de
tal
violencia.
Mientras
que
la
violación
invoca
el
silencio
individual
construido
alrededor
de
tal
dolor,
culpabilidad
y
vergüenza
(p.ej.
separa
a
las
víctimas-‐
sobrevivientes
del
colectivo-‐
familia,
comunidad,
nación,
otras
víctimas-‐
sobrevivientes),
los
significados
de
dichos
actos
son
profundamente
sociales
y
políticos.
Como
nos
recuerda
Elizabeth
Stanko,
si
la
violencia
tiene
significado,
entonces
aquellos
significados
pueden
ser
desafiados.33
Subrayo
cuatro
áreas
en
los
que
la
violencia
sexual
explícitamente
refuerza
y
naturaliza
las
divisiones
sociales
en
la
sociedad
peruana.
Estas
“categorías”
no
sólo
desarrollan
el
conocimiento
existente
relacionado
a
la
violación
en
la
guerra,
sino
que
son
específicos
al
contexto
peruano,
y
por
tanto
complementan
estudios
anteriores.
Masculinidades
Violentas
Primero,
la
violencia
sexual
y
basada
en
el
género
es
formativa
de
masculinidades
violentas.
Académicos
como
Cynthia
Enloe
y
Joshua
Goldstein
han
demostrado,
y
como
yo
lo
discutí
brevemente
en
el
capítulo
anterior,
que
las
masculinidades
militares
son
cultivadas
intencionalmente
por
los
ejércitos
pues
se
considera
que
para
ganar
una
guerra
se
requieren
hombres
fuertes
y
audaces.34
El
verdadero
hombre
sólo
existe
si
hay
un
binario
claro,
un
verdadero
32
Elaine
Scarry,
The
Body
in
Pain
(New
York:
Oxford
University
Press,
1985).
33
Elizabeth
Stanko,
The
Meanings
of
Violence
(London:
Routledge,
2003),
12.
34
Cynthia
Enloe,
Does
Khaki
become
You?
The
Militarisation
of
Women’s
Lives
(Boston,
MA:
South
End
Press,
1983);
Cynthia
Enloe,
Bananas,
Beaches
&
Bases:
Making
Feminist
Sense
of
International
Politics
(Berkeley:
University
of
California
Press,
1990);
Joshua
S.
Goldstein,
War
and
Gender:
How
Gender
Shapes
the
War
System
and
Vice
Versa
(Cambridge:
Cambridge
University
Press,
2001),
esp
Capitulos
4
y
5.
Mi
comprensión
de
masculinidades
ha
sido
influida
hombre
y
una
verdadera
mujer,
por
lo
que
todas
las
posibilidades
que
surgen
entre
este
binario,
en
los
ejércitos
se
convierten
en
indeseables
como
identidad
o
comportamiento,
y
un
“verdadero”
hombre
es
asociado
con
actuar
el,
y
hacer
gala
del,
género
binario:
la
fortaleza
física
y
ser
voraz
sexualmente
(es
decir,
heterosexual),
son
rasgos
importantes.35
Mientras
Brownmiller
juzgaba
que
la
mujer
era
el
enemigo,
el
psiquiatra
Theodore
Nadelson
argumenta
que
la
batalla
de
los
soldados
(EEUU)
no
sólo
es
contra
un
enemigo,
sino
también
“una
batalla
de
hombres
contra
valores
normalmente
asumidos
como
femeninos
y,
en
última
instancia,
contra
la
mujer
en
si
mismo”.36
De
acuerdo
a
Nadelson,
entonces,
perpetrar
la
violencia
sexual
contra
las
mujeres
es
una
batalla
contra
uno
mismo
a
fin
de
establecer
un
sentido
de
poder
masculino.
Las
masculinidades
militarizadas
son
muchas
veces
exageraciones
de
ideales
y
fantasías
existentes
sobre
lo
que
es
ser
un
hombre,
o
entendimientos
competitivos
de
“masculinidades
hegemónicas”.37
Pero
la
idea
de
que
un
hombre
“verdadero”
es
intrépido
y
fuerte,
en
oposición
a
una
mujer
débil
y
sexualmente
disponible,
no
está
restringida
a
los
tiempos
de
guerra;
mas
bien,
esto
es
representado
en
las
películas
de
Hollywood
y
en
las
bromas
entre
hombres
también.38
Como
observa
Norma
Fuller
en
relación
a
las
masculinidades,
la
posición
racial
y
de
clase
influye
en
el
acceso
de
los
hombres
a
las
estrategias
alternativas
para
ejercer
el
poder
y
el
control
y
sentirse
respetado
por
la
comunidad.
Mientras
que
los
hombres
blancos
pueden
tener
una
voz
política,
poder
de
decisión,
poder
económico,
e
incluso
considerarse
poseedores
de
la
belleza
ideal,
los
hombres
no-‐blancos
tienen
que
confiar
en
el
poder
físico
para
en
gran
medida
por
el
pensamiento
de
R.
W.
Connell
en
torno
a
las
masculinidades
hegemónicas,
como
son
los
estudios
de
masculinidades.
Masculinities
(Berkeley:
University
of
California
Press,
1995).
35
Paul
Higate,
“Revealing
the
Soldier:
Peacekeeping
and
Prostitution,”in
21st
Century
Sexualities:
Contemporary
Issues
in
Health,
Education
and
Rights
,
ed.
G.
Herdt
and
C.
Howe
(Routledge,
2007),
198–202.
36
Theodore
Nadelson,
Trained
to
Kill,
Soldiers
at
War
(Baltimore:
Johns
Hopkins
University
Press,
2005),
147.
37
R.
W.
Connell
and
James
Messerschmidt,
“Hegemonic
Masculinities.
Rethinking
the
Concept,”
Gender
and
Society
19,
no.
6
(2005):
829–859,
832.
Luisa
Maria
Dietrich
Ortega
shows
that
the
gender
binary
is
more
complex
and
blurred
in
insurgent
groups:
Dietrich
Ortega,
“Looking
beyond
Violent
Militarized
Masculinities,”
International
Journal
of
Feminist
Politics
14,
no.
4
(2012):
489–507
38
Para
un
análisis
contemporáneo
de
las
expresiones
culturales
de
sexismo
ver:
Cordelia
Fine,
Delusions
of
Gender.
The
Real
Science
behind
Gender
(London:
Icon
Publishers,
2010).
Theodor
Nadelson
traza
un
paralelo
entre
el
disfrute
de
la
guerra
y
la
guerra
como
entretenimiento.
Nadelson,
Trained
to
Kill
.
establecer
un
sentido
de
dominación
masculina.39
El
control
físico
sobre
la
sexualidad
femenina
es
cada
vez
más
importante
para
reclamar
la
masculinidad
hegemónica.
Por
ello,
la
violencia
contra
la
mujer,
incluida
la
violencia
sexual,
y
su
relación
con
la
performance
de
ciertas
masculinidades
no
está
limitada
a
los
tiempos
de
guerra.
Sin
embargo,
la
guerra
ofrece
a
los
hombres
y
a
los
militares,
la
oportunidad
de
actuar
masculinidades
que
son
crecientemente
rechazadas
y
controladas
en
tiempos
de
paz
por
medio
de
modificaciones
legales
y
normas
sociales.
Como
tal,
varios
autores
subrayan
cómo
la
actuación
de
masculinidades
militares
violentas
es
una
respuesta
a
“masculinidades
en
crisis”.40
Nadelson
sostiene
que
el
comportamiento
agresivamente
sexista
de
los
soldados
está
relacionado
a
la
necesidad
de
reprimir
el
temor
ante
la
posibilidad
de
la
propia
muerte,
pero
también
que
el
guerrear
implica
la
subyugación
en
su
esencia,
y
que
la
subyugación
de
otros
“ha
dado
forma
a
las
vidas
entrelazadas
de
mujeres
y
hombres
en
(tiempos
de)
paz”.41
Por
lo
tanto,
en
el
análisis
de
Nadelson,
las
condiciones
para
el
sexismo,
la
subyugación
y
la
violación
existen
en
la
ideología
de
género
existentes
en
los
tiempos
de
paz,
pero
se
alienta
que
se
las
represente
en
tiempos
de
guerra.
La
violencia
real
de
la
guerra
obliga
a
los
hombres
a
creer
que
su
agresión
y
sexismo
debe
ser
natural,
y
si
no
viene
naturalmente,
aún
así
se
debe
actuar
frente
a
la
muerte.
El
observar
cómo
los
miembros
de
grupos
armados
particularmente
violentos
explican
su
comportamiento
sugiere
que
la
actuación
de
masculinidades
violentas
es
una
respuesta
a
la
ausencia
de
poder
en
tiempos
de
paz,
en
muchas
ocasiones
relacionada
a
la
posición
socioeconómica.
Baaz
y
Stern,
en
su
investigación
sobre
soldados
combatientes
en
la
República
Democrática
del
Congo,
muestran
cómo
los
soldados
encuadran
su
crueldad
militar
hacia
otros,
especialmente
la
violación
de
mujeres,
en
una
comprensión
de
la
pobreza,
hambre
y
abandono.42
Kimberley
Theidon
muestra
como
los
paramilitares
39
Norma
Fuller
(2003),
citada
en
Cristina
Alcalde,
The
Woman
in
the
Violence.
Gender,
Poverty
and
Resistance
in
Peru
(Nashville:
Vanderbilt
University
Press,
2010),
28–29.
40
Chris
Dolan,
“Collapsing
Masculinities
and
Weak
States.
A
Case
Study
of
Northern
Uganda,”
in
Masculinities
Matter!
Men,
Gender
and
Development,
ed.
Frances
Cleaver
(London:
Zed
Books,
2003);
Jeannette
Marie
Mageo,
“Male
Gender
Instability
and
War,”
Peace
Review
17,
no.
1
(2005).
41
Nadelson,
Trained
to
Kill
,
147.
42
Maria
Eriksson
Baaz
and
Maria
Stern,
“Why
do
Soldiers
Rape?
Masculinity,
Violence,
and
Sexuality
in
the
Armed
Forces
in
the
Congo
(DRC
)
,”
International
Studies
Quarterly
53,
no.
2
(2009):
495–518:
513.
colombianos,
cuya
mayoría
se
crió
en
comunidades
pobres
y
marginales,
explicaban
su
motivación
para
unirse
a
los
violentos
paramilitares
desde
la
perspectiva
de
no
unírseles,
lo
que
asociaban
con
pobreza,
desempleo
y
ausencia
de
poder.
También
muestra
como
el
trabajo
cotidiano
de
los
paramilitares
alimenta
los
estereotipos
de
hombres
violentos
que
llevan
la
violencia
al
hogar.43
Considerando
que
las
masculinidades
militares
se
sustentan
en
un
género
binario
en
el
que
los
hombres
son
fuertes
y
poderosos
y
las
mujeres
son
débiles
y
no
tienen
poder,
las
mujeres
se
convierten
en
el
objeto
de
la
confirmación
del
status
obtenido
como
exitosos
hombres
militares.
En
el
caso
del
Perú,
los
jóvenes
no
siempre
contaban
con
la
alternativa
entre
“desempleo
y
pobreza”
versus
enrollarse
con
los
militares.
La
conscripción
militar
era
obligatoria
para
la
mayoría.
Estos
jóvenes,
procedentes
de
zonas
urbanas
o
rurales
pobres
y
descendientes
de
indígenas
no
tuvieron
la
oportunidad
de
escoger
entre
la
marina,
la
fuerza
aérea
y
el
ejército,
ni
pudieron
decidir
a
dónde
serían
destinados.
Como
se
mencionó
anteriormente,
la
jerarquía
militar
era
racista
y
no
esperaba
mucho
de
sus
tropas;
adicionalmente,
los
nuevos
reclutas
eran
iniciados,
o
“bautizados”,
de
forma
sumamente
violenta.
De
acuerdo
a
Eduardo
González
Cueva,
los
abusos
que
sufrían
los
reclutas
por
parte
de
los
jefes
militares
también
confirmaban
y
reforzaban
el
racismo
interiorizado:
“Los
soldados
que
sufrían
abuso
debido
a
su
raza
o
clase
y
a
quienes
se
les
enseñaba
a
asociar
masculinidad
y
violencia,
indianidad
y
brutalidad,
pobreza
y
victimización,
aprende
a
abusar
de
otros
de
la
misma
manera.
Aprenderán
a
ejercer
la
violencia
sexista
sobre
las
mujeres,
la
violencia
racista
contra
los
grupos
indígenas
y
la
violencia
de
clase
contra
los
pobres”.44
La
violencia
sexual
tal
vez
no
sea
solo
una
señal
de
la
batalla
de
los
hombres
contra
su
lado
femenino,
sino
también
contra
el
propio
sentido
de
marginalidad
y
ausencia
de
poder
de
los
soldados.
Violar
mujeres,
algo
considerado
alto
en
la
escalera
social
por
medio
de
la
raza
y
la
clase,
puede
dar
al
perpetrador
un
sentimiento
de
dominación
hacia
las
clases
gobernantes,
mientras
que
violar
a
43
Kimberly
Theidon,
“Reconstructing
Masculinities:
The
Disarmament,Demobilization,
and
Reintegration
of
Former
Combatants
in
Colombia,”
Human
Rights
Quarterly
13,
no.
1
(2003):
1–
34.
44
Eduardo
Gonzalez
Cueva,
“Conscription
and
Violence
in
Peru,”
Latin
American
Perspectives
3
por
terroristas.
Ver
el
Informe
de
la
CVR,
Vol
VIII,
Cap.
2.2,
p121.
Esto
significa
que
muchos
soldados
pueden
haber
sido
indígenas
y
pobres,
pero
no
necesariamente
de
la
misma
región
de
la
población
en
donde
estaban
estacionados.
Sin
embargo,
los
jóvenes
eran
reclutados
por
medios
no
formales,
como
dio
testimonio
uno
de
nuestros
entrevistados
en
San
Miguel
y
por
Lurgio
Gavilán,
ex
senderista
reclutado
por
las
fuerzas
armadas:
Gavilán
Sánchez,
Memorias
de
un
soldado
desconocido.
Autobiografía
y
antropología
de
la
violencia
(Lima,
Instituto
de
Estudios
Peruanos,
2012).
46
Carlos
Iván
Degregori,
José
López-‐Ricci,
y
Marfil
Francke,
et
al.
Tiempos
de
ira
y
amor:
Nuevos
militares
trabajaban
juntos,
esto
es,
le
pagaron
dinero
a
los
militares
a
cambio
de
la
libre
circulación.
Gitano
también
afirma
que
la
patrulla,
las
tropas,
nunca
recibieron
dinero,
sólo
mujeres.
Testimonio
100168–02/03
ser
un
buen
soldado
y
defender
a
su
propio
país,
uno
tenía
que
ser
un
verdadero
hombre,
y,
por
tanto,
emplear
un
comportamiento
sexual
violento
específico
que
es
propio
de
un
tipo
ideal
de
masculinidad
militar.
El
acto
de
violencia
sexual
confirma
el
comportamiento
masculino
apropiado
y
natural,
y
es
recompensado
como
tal
por
la
explícita
impunidad
garantizada
por
los
superiores.
Sexualidad
racializada
y
jerarquías
de
género
Segundo,
la
violencia
sexual
refuerza
las
jerarquías
de
género
incrustadas
en
la
autoridad
revestida
de
raza
y
clase.
Como
indica
el
proceso
de
reclutamiento
e
iniciación
militar,
la
reafirmación
de
las
identidades
de
género
que
simultáneamente
se
fundan
en
la
diferenciación
basada
en
la
raza
y
la
clase
y
en
las
jerarquías
de
ciudadanía
está
institucionalizada
y
es
ampliamente
conocida.
La
violencia
sexual
reafirma
y
naturaliza
estas
jerarquías,
y
hace
cómplices
a
los
perpetradores
y
las
víctimas
en
la
confirmación
de
las
desigualdades.
La
violación
de
las
mujeres
durante
el
conflicto
peruano
se
asentaba
en
la
sexualidad
racializada,
expresada
en
un
sinnúmero
de
maneras.
Como
concluye
el
Informe
Final
de
la
CVR,
muchas
veces
los
perpetradores
invocaban
las
diferencias
raciales
y
étnicas
percibidas
para
justificar
y
explicar
sus
acciones,
mientras
que
las
víctimas
generalmente
se
referían
a
las
fuerzas
armadas
como
“extranjeras”.49
Podemos
leer
la
sexualidad
racializada
en
los
testimonios
tanto
de
los
perpetradores
como
de
las
víctimas.
Las
referencias
a
la
sexualidad
de
las
mujeres
y
el
desearlas
eran
por
lo
general
revestidas
en
etiquetas
raciales.
Estas
podían
no
tener
referencias
explícitas
a
la
etnicidad,
pero
era
común
que
se
refirieran
a
la
altura,
ocupación
o
proveniencia
geográfica,
o
podían
ser
expresadas
en
injurias
explícitamente
raciales,
como
exploraré
en
el
siguiente
texto.
Adhiriéndose
a
una
comprensión
de
“raza”
en
la
que
clase
(ocupación,
educación,
status
socioeconómico)
se
entrelaza
con
etnicidad
(lenguaje,
origen
geográfico,
características
físicas
asociadas
con
raza
tales
como
color
de
la
piel,
pelo
y
ojos,
altura),
las
mujeres
indígenas
resultaban
más
“disponibles”
a
ser
49
Informe
CVR,
Vol.
VIII,
Chap.
2.2.
violadas
que
las
mujeres
mejor
educadas.50
Podemos
llegar
a
esta
conclusión
gracias
a
las
estadísticas:
el
75
por
ciento
de
las
víctimas
de
violencia
sexual
registradas
por
la
CVR
eran
quechuahablantes,
el
83
por
ciento
eran
de
origen
rural,
y
alrededor
del
75
por
ciento
no
tenían
educación
secundaria.51
Sin
embargo,
estos
perfiles
de
las
víctimas
son
muy
similares
al
perfil
de
las
víctimas
en
general,
y
eran
por
tanto
lo
esperado.
Sin
embargo
al
recodificar
las
entrevistas
de
la
CVR,
Michele
Leiby
halló
que
una
proporción
significativa
de
las
víctimas
de
violencia
sexual
no
coincidía
con
este
esperado
perfil
particular
de
mujer
pobre
y
no
educada
y,
en
cambio,
se
encontró
con
que
el
65
por
ciento
de
las
víctimas
que
fueron
identificadas
por
la
CVR
como
nativas
quechuahablantes
eran
bilingües.
Esto
significa
que
una
mayoría
de
víctimas
aprendieron
castellano
cuando
eran
mayores.
Leiby
sugiere
que
esto
puede
implicar
un
posicionamiento
socioeconómico
o
político
diferente
en
la
sociedad
peruana
que
la
de
ser
pobre
y
sin
franquicia.
Este
perfil
de
víctima
de
las
mujeres
indígenas,
quienes
estudiaron
castellano
y
muy
probablemente
ganaron
cierta
experiencia
de
trabajo
y
política
más
allá
de
la
agricultura
de
subsistencia,
coinciden
con
muchos
de
los
insultos
raciales
que
pueden
encontrarse
en
los
testimonios
de
las
víctimas
y
de
los
perpetradores,
que
es
el
uso
del
término
derogatorio
de
chola.
El
término
chola
mayoritariamente
se
entiende
que
se
refiere
a
las
mujeres
de
descendencia
indígena
que
simultáneamente
son
percibidas
como
externas
a
las
comunidades
indígenas.
Históricamente,
de
acuerdo
a
Marisol
de
la
Cadena,
la
chola
representa
la
imagen
sexualizada
de
las
mujeres
que
traspasan
los
límites
de
los
grupos
étnicos.52
En
el
Perú
de
inicios
del
siglo
veinte,
la
chola
fue
caracterizada
como
promiscua,
ociosa
y
sucia.
Al
salir
del
dominio
relativamente
cerrado
de
la
comunidad
indígena
y
al
transgredir
al
espacio
público
comercializado
de
la
ciudad,
ella
se
convertía
en
una
mujer
“disponible”.
Como
se
discutió
anteriormente
en
relación
a
la
literatura
peruana,
en
el
Perú
urbano
contemporáneo,
las
mujeres
que
trabajan
en
el
servicio
50
Ver
también:
Jelke
Boesten,
“Wartime
Rape
and
Peacetime
Inequalities
in
Peru,”
in
Feminism
and
the
Body
,
ed.
Catherine
Kevin
(Cambridge:
Cambridge
Scholars
Publishing,
2009);
and
Jelke
Boesten,
“Narrativas
de
sexo,
violencia
y
disponibilidad:
Raza,
género
y
jerarquías
de
la
violación
en
Perú
,”
en
Raza,
etnicidad
y
sexualidades:
ciudadanía
y
multiculturalismo
en
Am
rica
Latina
,
ed.
Peter
Wade,
Fernando
Urrea
Giraldo,
y
Mara
Viveros
Vigoya
(Bogota:
Universidad
Nacional
de
Colombia,
2008).
51
Informe
CVR,
Vol.
VI,
Chap.
1.5,
276
52
De
la
Cadena,
Indigenous
Mestizos;
Weismantel,
Cholas
and
Pishtacos.
doméstico
y
aquellas
que
viven
en
las
barriadas
son
por
lo
general
percibidas
como
cholas.
Los
testimonios
de
la
CVR
indican
que
el
término
chola
fue
usado
en
una
estrategia
deliberada
para
humillar
a
las
mujeres;
un
soldado
aclaró
que
los
insultos
racializados
se
usaban
para
“romper”
una
mujer.
El
soldado
en
cuestión
dijo
a
la
CVR
que
una
táctica
común
en
particular
era
decirle
a
una
prisionera
que
era
una
“chola
fea,
chola
apestosa,
chola
inútil”,
para,
posteriormente
tratarla
amablemente.53
La
referencia
a
la
imagen
y
al
olor
de
la
mujer,
con
la
añadido
de
la
apelación
peyorativa
“chola
inútil”
es,
en
sí
misma,
por
supuesto,
deliberadamente
sexualizadora
y
amenazadora.
El
insulto
sugiere
que
una
mujer
no
es
“suficientemente
buena
para
ser
amada”,
después
de
lo
cual
será
violada,
contribuyendo
a
fomentar
un
sentido
de
complicidad
y
culpa
en
la
víctima.
Una
mujer
dio
testimonio
de
haber
sido
volada
por
cinco
soldados,
quienes
le
dijeron
“tú,
chola,
tu
puedes
aguantar
a
más”.54
En
estas
instancias,
la
idea
que
una
cierta
mujer
no
tiene
valor
como
persona,
pero
que
su
cuerpo
está
disponible
para
el
abuso
sexual
según
el
deseo
de
los
hombres,
es
reforzada
por
la
designación
de
chola.
La
manera
en
que
los
cuerpos
de
las
mujeres
fueron
racializados
usando
términos
violentos
y
explícitos
para
destacar
una
posición
racial
en
el
orden
piramidal
indica
que
la
violación
sirvió
para
perpetuar
tales
jerarquías,
y
que
estos
mensajes
fueron
claramente
entendidos
por
todos
los
involucrados.
Esto
sugiere,
desde
luego,
que
estas
jerarquías
–y
el
discurso
con
que
ellas
son
expresadas-‐
eran
reconocibles
por
el
violador
y
por
la
víctima;
estas
son
jerarquías
existentes
en
tiempos
de
paz.
Pero
las
mujeres
también
fueron
tratadas
diferenciadamente
de
acuerdo
a
percepciones
de
raza
y
clase.
En
el
recuento
de
las
violaciones
de
una
vendedora
de
jugos
y
de
una
odontóloga
en
Tingo
María,
brevemente
mencionadas
al
inicio
de
este
capítulo,
Gitano
nunca
usa
insultos
étnicos
explícitos.
Además,
el
“evento”
sólo
ocupa
tres
minutos
de
las
siete
horas
de
la
entrevista
(aunque
cuenta
múltiples
eventos
que
son
similares).
La
narración
ejemplifica
otras
historias
sobre
violencia
sexual
contra
la
población
local,
y
en
estos
tres
minutos,
nos
dice
algo
sobre
las
percepciones
de
clase,
raza
y
“disponibilidad”
sexual.
Primero,
la
53
Citado
en
Narda
Henríquez
and
Julissa
Mantilla,
Contra
viento
y
marea:
Cuestiones
de
género
y
poder
en
la
memoria
colectiva
(Lima:
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación,
2003),
92.
54
Arch-‐CVR.
“Investigaciones
Individuales:
Violación
sexual
en
Huancavelica:
Las
bases
de
Manta
nacimiento
,
contenidos
en
el
registro
local
del
pueblo
(muchos
de
los
cuales
fueron
destruidos
por
Sendero
Luminoso),
facilitó
el
abuso
y
la
desaparición
de
personas
andinas
(ver
Caroline
Yezer,
“Anxious
Citizenship:
Insecurity,
Apocalypse
and
War
Memories
in
Peru’s
Andes”
(Tesis
PhD,
Duke
University,
2007).
La
información
muestra
que
la
ausencia
de
documentos
afecta
más
a
las
mujeres
que
a
los
hombres
y
la
CVR
también
hace
notar
que
en
muchos
casos
los
militares
y
policías
destruían
los
documentos
de
identidad
de
campesinos
que
sólo
contaban
con
su
certificado
de
nacimiento
como
prueba
de
ciudadanía.
Informe
CVR,
Vol.
VIII,
Chap.
2.2.,
123–124
muchachas
en
sus
habitaciones
durante
semanas.
El
“privilegio”
era
muchas
veces
relacionado
a
las
características
de
la
mujer
en
cuestión;
esto
es,
su
disponibilidad
jerarquizada
para
ser
violada.
Cada
vez
que
Gitano
habla
sobre
la
captura
de
una
mujer
atractiva
(por
lo
general
definida
explícitamente
por
su
color
y
su
altura,
así
como
la
profesión
y
los
documentos
de
identidad),
o
de
una
mujer
importante
(definida
por
su
profesión
y
jerarquía
en
Sendero
Luminoso),
sugiere
que
el
capitán
es
el
primero
que
viola,
seguido
por
el
teniente
y
luego
las
tropas.
En
una
ocasión,
recuerda
Gitano,
una
mujer
miembro
de
Sendero
Luminoso
fue
capturada;
“era
bonita,
alta,
más
o
menos
1.75”,
pero
el
capitán
estaba
“muy
pasivo,
no
quería
imponer
sus
privilegios”,
así
que
la
mujer
en
cuestión
fue
entregada
a
Gitano.56
En
la
narración
de
Gitano,
los
capitanes
nunca
participan
en
la
violación
grupal,
ellos
tiene
el
“privilegio”
de
la
privacidad
relativa.
También
es
digno
de
notar
que
una
altura
de
1.75
es
muy
alta
en
las
serranías
peruanas
y,
como
Gitano
se
refiere
muchas
veces
a
las
mujeres
altas
capturadas
como
“bonitas”,
esto
sugiere
que
se
trata
de
una
medida
de
status
social
antes
que
de
la
altura
en
sí.
Tercero,
la
narrativa
nos
dice
algo
acerca
del
rol
de
la
violencia
sexual
como
una
estrategia
de
guerra.
De
acuerdo
a
Gitano,
las
violaciones
tuvieron
lugar
después
que
los
soldados
torturaron
públicamente
a
los
hombres
del
mismo
pueblo
y
asesinaron
a
su
dirigente.
Por
tanto,
la
violación
de
las
mujeres
puede
ser
interpretada
como
el
acto
final
de
la
victoria
sobre
la
comunidad.
Gitano,
sin
embargo,
sugiere
que
en
la
captura
de
la
odontóloga
hubo
más.
Cuando
el
entrevistador
vuelve
a
preguntar
por
qué
las
mujeres
fueron
detenidas
en
primer
lugar,
Gitano
replica
que
la
vendedora
de
jugos
fue
detenida
porque
los
soldados
la
querían
como
botín,57
mientras
que
la
odontóloga
fue
detenida
porque
era
una
mujer
profesional,
y
por
tanto
una
potencial
terrorista.
Gitano,
cuando
se
le
preguntó,
no
recordó
ninguna
escena
de
tortura
de
la
odontóloga,
y
cree
que
fue
liberada
después
de
la
violación
pues
recuerda
que
ella
denunció
la
violación
a
las
autoridades
de
un
pueblo
cercano.
Sin
embargo,
la
idea
de
que
las
dos
mujeres
fueron
detenidas
por
razones
diferentes
–
la
una,
sospechosa
de
terrorista,
la
otra,
como
botín
de
guerra-‐
coloca
a
la
56
Arch-‐CVR.
Testimonio
100168–03.
57
“la
tropa
reclamaba,”
Gitano,
Arch-‐CVR
Testimonio
100168–04,
100168–05,
vendedora
de
jugos
en
una
categoría
de
civil
(aunque
con
pocos
derechos
ciudadanos)
de
muchachas
aptas-‐para-‐violación,
claramente
aparte
de
las
mujeres
que
pueden
proveer
información
sobre
terroristas
y
que
pertenecen
a
una
categoría
diferente
de
“violabilidad”.
La
distinción
hecha
entre
las
dos
mujeres
difumina
las
líneas
de
la
violación
como
estrategia
de
guerra
que
sirve
para
intimidar
y
humillar
a
un
enemigo
individual
o
colectivo
(la
potencial
terrorista
femenina,
o
fuerzas
enemigas),
y
la
violación
como
resultado
de
una
economía
política
de
la
guerra
en
la
que
ciertas
mujeres
civiles
devienen
en
mercancías
a
las
que
tienen
derecho,
dentro
del
sistema
de
masculinidades
de
tiempos
de
guerra,
los
muy
esforzados
soldados.
Cuarto,
esta
narrativa
de
dos
violaciones
sugiere
implícitamente
que
la
disponibilidad
sexual
estaba
ligada
a
la
clase
racializada.
En
su
descripción
diferenciada
de
las
dos
mujeres,
Gitano
pone
énfasis
en
que
la
vendedora
de
jugos
era
de
un
pueblito
y
que
estaba
indocumentada,
no
tenía
documentos
de
identidad.
Gitano
describió
a
la
odontóloga,
en
un
tono
de
voz
casi
de
sorpresa,
como
proveniente
de
la
misma
región
(“de
la
zona”
en
vez
de
“del
pueblo”)
y
que
ella
era
“bajita”.
En
general,
las
narrativas
de
los
soldados,
de
las
víctimas
y
de
los
testigos
relacionan
el
ser
alto
con
ser
blanco
y
ser
bajo
con
ser
indio.
La
odontóloga
es
más
mestiza
que
la
vendedora
de
jugos
debido
a
su
profesión,
aún
si
ella
“es
de
la
zona”
y
es
físicamente
“baja”.
Aún
cuando
la
odontóloga
es
mujer,
y
posiblemente
una
terrorista,
se
le
otorgó
el
privilegio
de
ser
violada
por
solo
uno,
quizás
dos
(el
capitán
se
la
ofreció
a
Gitano
después
de
terminar
con
ella),
en
vez
de
ser
violada
grupalmente
por
las
tropas.
Hay
otras
mujeres
que
se
ubican
por
“debajo”
del
status
del
soldado
común,
tal
como
la
vendedora
de
jugos,
la
que
puede
ser
violada
a
voluntad.
Gitano
no
cree
necesario
describir
físicamente
a
la
vendedora
de
jugos
y
se
asume
que
su
apariencia
es
obvia.
Como
explicó
Gitano
“Nosotros
controlamos
carreteras,
rios
…..
allí
paraban
las
cholitas
indocumentadas
…
ellas
sabían,
las
indocumentadas
sabían
y
preguntaron
por
el
capitán,
sabían
que
así
no
tenían
que
estar
con
todo
la
tropa.”58
En
la
narrativa
de
Gitano,
entonces,
las
cholitas
tales
como
la
vendedora
de
jugos
estaban
a
disposición
para
ser
violadas.
58
Arch-‐CVR
Testimonio
100168–04.
La
vendedora
de
jugos
no
sólo
está
asociada
con
ser
chola
debido
a
la
referencia
de
Gitano
sobre
muchachas
indocumentadas,
disponibles;
ser
una
vendedora
de
jugos
indocumentada
en
los
Andes
peruanos
sugiere
un
pasado
rural
quechuahablante.
Estar
en
el
espacio
público
realizando
actividades
comerciales
–un
mercado,
una
plaza,
no
lo
sabemos-‐
puede
hacer
a
la
vendedora
de
jugos
una
chola,
en
vez
de
“india”.
Al
mismo
tiempo,
sea
que
tengan
antecedentes
indígenas
o
no,
los
soldados
la
percibirán
como
chola
por
su
disponibilidad
sexual
–y
está
sexualmente
disponible
porque
ella
es
percibida
como
chola.
Esta
sexualidad
racializada
de
género
fue
usada
para
confirmar
la
superioridad
racial
del
soldado,
aún
cuando
es
posible
que
sus
antecedentes
sean
similares
a
los
de
la
mujer
que
viola.
Violar
mujeres
que
tienen
las
mismas
características
físicas
que
las
de
los
soldados
en
cuestión
y
usar
insultos
raciales
para
distanciarse
del
cuerpo
violado
impone
una
dominancia
que
sugiere
un
distanciamiento
deliberado
del
grupo
social
al
que
pertenece
la
mujer.
En
un
testimonio
previo,
publicado
en
1990,
un
soldado
cuenta
como
vio
su
participación
en
el
abuso
sexual.
El
soldado
dijo
que
“vieja
o
joven,
le
metia
los
dedos
igual”
en
busca
de
armas
escondidas,
y,
añadió,
“habían
algunas
que
te
pedían
pinga.”
Además,
dijo,
“te
metes
con
una
chola
y
se
queda
contigo.
Es
que
quizás
por
que
uno
es
criollo
ellas
lo
verán
distinto.
Para
ser
sincero,
para
mí
el
cholo
es
como
un
animal…lo
hace
y
luego
se
duerme.”
A
pesar
de
la
situación
obviamente
violenta
y
abusiva,
el
soldado
narra
la
situación
en
términos
de
deseo
racializado,
en
el
que
la
mujeres
abusadas
solicitan
tener
sexo
con
soldados
criollos
porque
sus
propios
hombres
(cholos)
son
animales.
Para
dar
énfasis
a
su
punto
de
vista,
el
soldado
añade
que
al
principio
no
quería
hacer
esto
porque
“no
me
gustaban.
Fuera
de
acá
chola
de
mierda,
pasaban
quince
días
y…pase
Ud.
señorita,”
as
his
sexual
urges
would
be
pressing
on
him.59
El
soldado
en
cuestión,
de
acuerdo
a
Degregori
y
López-‐Ricci,
era
de
clase
media
baja
urbana
y
se
percibía
a
sí
mismo
como
criollo,
aún
cuando
es
probablemente
percibido
como
cholo
por
los
miembros
de
las
clases
medias
altas
urbanas.
Las
políticas
de
designación
racial
en
el
Perú
hacen
posible
que
el
soldado
considere
a
la
mujer
violada
como
chola/India,
mientras
que
él,
como
soldado
urbano,
sería
59
Degregori,
Lopez-‐Ricci,
y
Francke,
Tiempos
de
ira
y
amor
¸204–205.
cholo/mestizo,
haciendo
ambas
identidades
altamente
dependientes
de
la
posición
del
interlocutor.
Como
observó
González
Cueva,
los
hombres
jóvenes
que
habían
sufrido
abuso
debido
a
la
raza
y
la
clase
y
aprendieron
como
asociar
masculinidad,
sexualidad
y
violencia,
reproducirán
la
violencia
siguiendo
las
mismas
premisas
discrimintarorias.60
Theidon,
refiriéndose
a
la
frecuencia
generalizada
de
la
violación
grupal
de
mujeres
y
muchachas
locales
por
soldados
de
a
pie
observa
que
la
“La
pichana
conistía
de
cholos
violando
a
cholas,
y
de
cholos
bombardeando
a
las
cholas
con
los
mismos
insultos
etnicos
que
ellos
soportaron
todos
sus
vidas.”61
Desplegando
la
violencia
en
un
marco
de
sexualidad
racializada
puede
ayudar
a
producir
una
percepción
de
movilidad
social
para
el
perpetrador:
coloca
al
soldado
en
cuestión
en
posición
de
dominio
sobre
el
grupo
que
desprecia,
y
por
tanto,
lo
remueve
a
él
de
dicho
grupo.
La
raza
es
usada
para
justificar
la
violencia,
mientras
que
la
violencia
sexual
también
produce
activamente
raza.62
En
Ayacucho
uno
de
nuestros
entrevistados
de
una
familia
rural
quechuahablante63
se
refirió
al
racismo
de
que
fue
objeto
durante
su
permanencia
en
el
ejército.
Recordó
que
el
tiempo
que
pasó
como
militar
fue
una
experiencia
muy
traumática,
especialmente
por
el
abuso
que
él
mismo
sufrió:
Era
también
otra
trauma
ahí,
y
otro,
otro…
sabes
pues
si
el
ejercito
también
yo
pensé,
pues
era
no,
gente
peruanos,
gente
con
poblanos,
gente
paisanos,
no
nos
querían.
Llegaremos
a
querernos,
decía
yo,
no
era
así.
El
ejército
es
discriminación.
Discriminatorio—los
criollos,
los
serranos,
y
los
selváticos…
y
eso
es
desde
un
soldado
hasta
un
general.
Hay
una
discriminación
por
donde
quieran.
Entonces,
no
comes
bien,
no
vistes
bien,
eres…
el
perro
que
tienes
en
la
casa
mejor
trato
tiene.
Pero
cuanto—
no
tienes
ningún
derecho.
Era
pues
con
Fujimori,
no
sé
cómo
será
ahora,
pero
dicen
que
ya
es
muy
distinto,
pero
no
creo
que
sea
muy
diferente.
60
Gonzalez
Cueva,
“Conscription
and
Violence
in
Peru.”
61
Theidon,
Intimate
Enemies
,
135.
62
Ibid.
63
Las
entrevistas
fueron
realizadas
con
la
asistencia
de
investigadores
del
CEPRODEP,
Ayacucho.
Ver
Proyecto
Varones,
Ayacucho,
2011.
La
majoría
de
los
respondentes
fueron
bilingüe
y
entrevistados
en
castellano.
Ah,
la
misma
cosa.
Nosotros
pues,
con
la
frazada
que
dormíamos,
trapeábamos
el
piso.64
Para
los
soldados
parece
haber
sido
importante
colocarse
en
una
posición
racialmente
superior
por
cualquier
medio.
Desde
la
perspectiva
de
aquellos
en
el
fondo
de
la
jerarquía
militar,
la
violencia
sexual
contra
mujeres
“racialmente
inferiores”,
y
el
enfatizar
esto
verbal
y
públicamente,
es
possible
que
haya
desempeñado
un
papel
en
la
afirmación
de
superioridad
racial.
Hetero-‐Normatividad
Tercero,
la
violencia
sexual
refuerza
la
idea
de
la
hetero-‐normatividad,
esto
es,
de
la
heterosexualidad
como
norma,
y
cualquier
otra
práctica
sexual
es
visto
como
perversa.
Continuando
desde
la
discusión
de
cómo
la
violencia
sexual
es
una
herramienta
en
la
afirmación
de
un
tipo
particular
de
masculinidad
violenta,
una
exageración
de
lo
que
es
ser
“
hombre
verdadero”,
listo
para
el
combate,
emerge
una
objetificación
de
las
mujeres
como
objetos
sexuales,
y
de
hombres
como
predadores
sexuales.
Como
tales,
las
masculinidades
militarizadas
dependen
de
un
clásico
binario
de
género
de
activo/pasivo,
dominante/sumiso,
masculino/femenino;
no
hay
espacio
para
negociar
la
heterosexualidad.
Paul
Higate,
quien
examinó
las
masculinidades
militares
entre
los
efectivos
de
las
fuerzas
de
pacificación,
también
concluyó
que,
a
pesar
de
la
diversidad
de
antecedentes
culturales
y
nacionales
de
los
miembros
de
las
fuerzas
de
pacificación,
todos
compartían
una
identidad
“guerrera”
asentada
en
la
agresión
y
en
una
pronunciada
heterosexualidad.
Higate
afirma
que
si
la
testosterona
es
percibida
como
necesaria
para
ser
un
buen
soldado,
y
se
cree
también
que
genera
deseos
sexuales
naturales
e
incontrolables,
entonces
las
mujeres
tienen
que
estar
disponibles
–sin
las
mujeres,
es
muy
probable
que
los
soldados
practiquen
relaciones
homosexuales,
se
feminicen,
y
por
lo
tanto,
no
64
En
Proyecto
Varones,
numero
3,
Quinua,
Agosto
6,
2011.
Este
hombre
fue
reclutado
por
medio
de
la
leva,
después
que
él
y
su
familia
trataron
activamente
de
evitarlo.
Considerando
que
era
de
la
región
de
Ayacucho,
se
sugiere
que
los
militares
recurrieron
a
la
leva
cuando
necesitaban
más
soldados,
a
pesar
de
que
ésta
había
sido
abolida
formalmente
al
inicio
de
la
contrainsurgencia.
(ver:
Informe
CVR,
Vol.
VIII,
Cap.
2.2,
123).
estén
aptos
para
combatir.65
Por
lo
tanto,
para
repetirlo,
en
general
es
el
género
binario
masculino-‐femenino
el
que
sustenta
la
masculinidad
militar,
el
rol
de
raza
y/o
clase
es
específico
a
ambientes
particulares,
tal
como
el
Perú.
La
violencia
sexual
es
una
herramienta
útil
para
enfatizar
la
comprensión
del
género
binario
y
afirmar
la
heterosexualidad.
Desde
luego,
el
continuo
énfasis
en
la
necesidad
de
la
heterosexualidad
en
un
medio
ambiente
homo-‐social,
tal
como
el
militar,
también
alimenta
la
homofobia
explícita.
Pero
los
datos
muestran
que
la
violencia
sexual
contra
los
hombres,
especialmente
en
la
forma
de
tortura
de
hombres
presos,
también
era
común.66
La
tortura
sexual
generalmente
sirve
para
poner
al
víctima
en
el
rol
de
la
mujer,
esto
es,
para
feminizar
a
los
enemigos
y
mostrar
superioridad
masculina
sobre
los
conquistados.
Estos
actos
efectivamente
producen
una
vergüenza
duradera
en
quienes
son
violados
o
torturados
sexualmente.
Muy
pocos
hombres
han
declarado
sobre
la
violación
en
prisión,
pero
nueva
información
recopilada
por
el
Registro
Único
de
Víctimas
así
como
la
investigación
de
Michele
Leiby
y
Jenny
Dador,
sugieren
que
la
violencia
perpetrada
contra
hombres
durante
el
conflicto
peruano
fue
probablemente
mucho
más
difundida
de
lo
que
se
creía.
De
acuerdo
a
Leiby,
la
violencia
sexual
contra
hombres
presos
consistía
mayormente
en
mutilaciones
(20%)
y
humillación
(46%),
más
que
tortura
sexual
(15%)
y
violación
(15%
de
los
casos).67
Feminizar
al
enemigo
vía
la
violencia
sexual,
cualquiera
que
sean
los
medios,
tiene
por
intención
emascular
al
enemigo,
cuando
la
normativa
existente
impone
una
masculinidad
heterosexual
particular.
Al
mismo
tiempo,
tales
actos
ratifican
la
superioridad
y
el
poder
de
los
perpetradores.
La
violencia
contra
la
gente
gay
y
transexual
es
producto
de
la
necesidad
de
afirmar
la
superioridad
heterosexual
en
un
intento
por
establecer
una
dominación
naturalizada
de
un
grupo
particular
sobre
otros.
“Golpear
al
gay”
65
Higate,
Revealing
the
Soldier.
66
Arch-‐CVR
Testimonio
100168–05.
Michele
Leiby,
“Digging
in
the
Archives:
The
Promise
and
Perils
of
Primary
Documents,”
Politics
&
Society
37,
no.
1
(2009):
75–99;
María
Jennie
Dador
Tozzini,
El
Otro
Lado
de
la
Historia:
Violencia
Sexual
contra
Hombres:
Perú
1980–2000
(Lima:
Consejería
en
Proyectos
(PCS),
Ediciones
Nova
Print
S.A.C.,
2007).
67
Leiby,
“Digging
in
the
Archives,”
82.
tiene
una
larga
historia
en
el
Perú
y
en
América
Latina,68
y
tiene,
como
subraya
Butler,
el
propósito
específico
de
reproducir
el
marco
normativo
de
la
hetero-‐
normatividad.
Al
así
hacerlo,
también
sirve
para
reforzar
la
dominación
de
los
“verdaderos
hombres”
sobre
otros.
Hay
evidencia
del
asesinato
de
26
hombres
gay
y
travesti
durante
el
conflicto,
todos
en
la
región
selvática
de
amazónica
del
Perú.
Dieciocho
fueron
asesinados
por
Sendero
Luminoso
y
ocho
por
el
Movimiento
Revolucionario
Túpac
Amaru
(MRTA).69
Se
usaron
insultos
explícitamente
homofóbicos
y
amenazas
en
el
contexto
de
estas
muertes.
El
MRTA
hizo
públicos
comunicados
refiriéndose
a
la
presencia
corruptora
de
gays
y
travesti
en
el
pueblo
y
mencionando
el
fracaso
de
la
Policía
Nacional
para
establecer
la
“seguridad
ciudadana”.70
El
mensaje
enviado
por
medio
de
estos
asesinatos
concierne
a
un
orden
moral
particular
caracterizado
por
un
liderazgo
fuerte
y
masculino.
Por
ello,
al
dar
muerte
a
los
hombres
que
no
cumplían
con
la
masculinidad
hegemónica
heterosexual,
las
dirigencias
de
Sendero
Luminoso
y
el
MRTA
efectivamente
mostraban
su
poder
y
reforzaban
los
restrictivos
y
violentos
marcos
normativos
que
establecía
límites
en
el
comportamiento
sexual
y
la
identidad
de
la
gente.
La
CVR
no
ha
descubierto
evidencia
de
violencia
homofóbica
por
parte
de
las
fuerzas
de
contrainsurgencia,
que
son
el
focus
principal
de
mi
investigación.
Esto
puede
ser
porque
tal
vez
nunca
sucedió:
sin
embargo,
considerando
los
altos
niveles
de
violencia
homofóbica
en
el
Perú
de
tiempos
de
paz
–y
la
abierta
represión
al
activismo
LTGB71
-‐
y
el
énfasis
en
la
masculinidad
militar
hetero-‐normativa,
es
más
probable
que
aún
no
haya
sido
investigado
o
no
haya
sido
dado
a
conocer.
Aún
así,
subrayo
los
casos
que
se
68
Ver,
por
ejemplo,
el
informe
del
Comité
Inter-‐eclesial
de
Derechos
Humanos
en
América
Latina
reparación”
(Lima,
2003),
1–6;
Informe
CVR
Vol.
II,
Cap.
1.4.,
432–433.
70
Informe
CVR,
Vol.
II,
Cap.
1.4.,
432–433.
71
El
Movimiento
Homosexual
de
Lima
(MHOL),
regularmente
informa
sobre
la
represión
a
la
que
es
sometida
la
comunidad
LGBT
en
la
vida
cotidiana
y
en
la
acción
colectiva.
Recientemente,
una
protesta
no
violenta
consistente
en
parejas
besándose
en
la
Plaza
de
Armas
en
Lima
fue
reprimida
por
la
policía
militar;
en
cambio
se
permitió
la
marcha
de
grupos
religiosos
con
mensajes
homofóbicos.
Ver:
“La
represión
policial
confirma
que
nuestros
besos
tienen
el
poder
de
acabar
con
la
homofobia,”
http://www.mhol.org.pe
(acceso
Julio
7,
2013)
MHOL
también
informa
de
por
lo
menos
un
caso
de
violencia
militar
homofóbica
en
1984,
ver:
Gio
Infante,
“Las
otras
memorias.
Persecución,
tortura
y
muerte
de
homosexuales
durante
el
conflicto
armado
interno.”
La
Mula
,Agosto
28,
2013,
http://gioinfante.lamula.pe/2013/08/28/las-‐otras-‐
memorias/gioinfante/
(acceso
Agosto
28,
2013).
conocen,
perpetrados
por
el
MRTA
y
Sendero
Luminoso,
para
mostrar
que
la
violencia
homofóbica
en
la
guerra
es
una
forma
de
violencia
basada
en
el
género,
que
tiene
un
propósito
que
se
asemeja
a
la
violación
de
la
mujer,
aún
si
la
naturaleza
del
acto
(muerte
versus
violación,
perfil
de
la
víctima)
es
enteramente
diferente.
Por
ello,
mientras
que
los
significados
del
mismo
acto
pueden
diferir,
diferentes
actos
también
pueden
enviar
un
mensaje
similar
(hetero-‐
normatividad
y
dominación
hegemónica
masculina).
Desigualdades
entre
grupos
en
la
sociedad
en
general
Cuarto,
y
continuando
lo
anterior,
la
violencia
sexual
reproduce
y
naturaliza
las
jerarquías
entre
los
grupos
poblacionales;
esto
es,
sirve
para
reproducir
amplias
desigualdades
sociales
y
mantiene
el
poder
hegemónico.
Si
la
reproducción
de
las
mencionadas
jerarquías
existentes
basada
en
diferencias
percibidas
raciales,
de
clase,
y
de
género
sirven
para
mantener
y
perpetuar
estas
jerarquías
en
contra
y
entre
hombres
y
mujeres,
entonces
debe
ser
que
la
violencia
sexual
perpetúa
y
naturaliza
jerarquías
entre
grupos
poblacionales-‐
y
reafirma
las
grandes
diferencias
sociales,
económicas
y
políticas.
En
el
capítulo
6
exploro
cómo
podemos
ver
la
violencia
contra
la
mujer,
en
la
guerra
y
en
la
paz,
como
un
continuum
histórico;
un
análisis
que
depende
claramente
de
la
idea
de
las
desigualdades
históricamente
construidas
siguiendo
los
patrones
de
raza
y
clase,
así
como
de
género.
Como
las
categorías
sociales
de
superioridad
e
inferioridad
son
actuadas
por
la
vía
de
la
violencia
sexual,
ser
indígena
es,
una
vez
más,
ser
el
perdedor
en
la
batalla
por
la
dominación,
mientras
que
ser
un
hombre
blanco
bien
educado
y
urbano
significa
ser
el
ganador.
El
resultado
de
la
violencia
es
el
restablecimiento
de
las
jerarquías
coloniales,
que,
como
he
subrayado
antes,
estaban
fuertemente
ancladas
en
una
política
racializada
de
sexo.
La
violencia
sexual,
considerando
su
poder
para
naturalizar
la
imposición
del
poder
hegemónico,
es
una
herramienta
efectiva
para
reafirmar
las
divisiones
sociales.
La
violencia
sexual
no
sólo
naturaliza
las
jerarquías
existentes,
sino
que
también
previene
la
resistencia
colectiva-‐
la
vergüenza
y
la
culpa
que
impone
la
violación
en
las
víctimas-‐sobrevivientes
por
un
lado,
y
en
los
hombres
relacionados
a
víctimas-‐sobrevivientes
por
otro
(por
ser
incapaces
de
proteger
a
“sus”
mujeres)
impide
la
solidaridad
y
fomenta
la
fragmentación
y
el
resentimiento.
Porque
la
violencia
sexual
crea
vergüenza
y
culpa,
feminiza
a
los
hombres,
y
“estropea”
a
las
mujeres
mientras
que
simultáneamente
impone
normas
sexuales
aún
más
restrictivas,
las
comunidades
que
sobrellevan
el
impacto
de
esta
violencia,
emergerán
más
débiles,
y
más
divididas,
de
lo
que
ya
estaban.
Por
ello,
la
naturaleza
productiva
de
la
violencia
sexual
al
afirmar
y
naturalizar
las
divisiones
sociales
de
una
sociedad
extensa
es
la
suma
de
la
violencia
sexual
alimentando
a,
y
dentro
de,
las
jerarquías
entre
hombres,
la
hetero-‐normatividad
y
la
sexualidad
racializada.
Para
dar
un
ejemplo
más
de
cómo
la
violencia
sexual
vuelve
naturales
estas
divisiones
sociales,
me
remito
a
una
novela
de
2005,
del
premiado
autor
peruano
Alonso
Cueto,
que
es
parte
de
la
literatura
peruana
postconflicto
tratando
sobre
la
historia
contemporánea
de
violencia
política.
La
novela
La
hora
azul,
cuenta
la
historia
de
Adrián
Ormache,
un
exitoso
abogado
limeño
proveniente
de
las
clases
privilegiadas
que
descubre
que
su
difunto
padre
era
un
jefe
militar
quien,
cuando
estuvo
en
servicio
en
Ayacucho,
fue
responsable
de
torturas,
desapariciones,
muertes,
y,
por
cierto,
abuso
sexual.
También
descubre
que
su
padre
estaba
hipnotizado
por
una
de
sus
víctimas,
quien
escapó
de
la
prisión
militar
en
los
Andes,
en
donde
el
padre
Ormache
la
retuvo
en
una
“relación”
sexual
de
de
dos
semanas.
El
hijo
Ormache,
por
su
parte,
se
obsesiona
con
la
sobreviviente
torturada
por
la
crueldad
de
su
padre,
y
abandona
a
su
esposa
e
hijas
en
su
recorrido
suburbano
para
embarcarse
en
una
travesía
por
los
contrastes
sociales,
culturales
y
geográficos
que
es
el
Perú
a
fin
de
hallar
a
Miriam,
la
mujer.
Después
de
viajar
hacia,
y
experimentar,
el
Perú
profundo,
con
el
que
la
vida
andina
es
generalmente
asociada
y
que
Cueto
vivamente
describe
como
un
lugar
mítico
y
extraño,
el
hijo
Ormache
halla
que
Miriam
aparentemente
está
cerca
a
su
casa,
pero
igual
en
otro
mundo.
Ella
se
ha
transformado:
de
ser
una
joven
indígena
es
ahora
una
madre
soltera
con
un
niño
y
vive
en
un
típico
barrio
pobre
de
Lima,
donde
es
parte
de
la
comunidad
de
peruanos
andinos
desplazados.
En
vez
de
ofrecernos
una
rápida
mirada
sobre
la
violenta
relación
entre
víctima
y
perpetrador
en
tiempos
de
guerra,
el
autor
confronta
al
lector
con
una
nueva
relación
violenta.
El
padre
Ormache
ha
violado
a
Miriam
durante
el
conflicto;
el
hijo
Ormache
se
aproxima
a
la
víctima
de
su
padre
usando
el
poder
de
su
privilegiada
posición
de
clase
media
urbana
para
iniciar
una
“relación”
sexual
con
ella.
Tal
como
el
padre
Ormache
pudo
haber
pensado
que
tenía
una
“enamorada”
para
dos
semanas,
el
hijo
Ormache
piensa
lo
mismo
Sin
embargo,
en
la
novela,
la
violencia
con
la
que
se
forjan
estas
relaciones
es
morigerada,
o
tal
vez
considerada
parte
inherente
de
la
relación.
(Ojo
que
testimonios
a
la
CVR
frequentemente
resaltan
como
violadores
“enamoraron”
a
las
chicas,
vea
también
la
entevista
con
Aurelio,
capitulo
2).
Hacia
el
final
de
la
novela,
Miriam
y
Ormache
tienen
sexo
en
un
hotel
de
carretera.
Conduciendo
a
casa,
Ormache
está
confuso
y
se
siente
“paralizado”,
y
piensa
para
sí:
“Lo
que
estas
sintiendo
(o
crees
sentir,
digamos)
está
tan
en
contra
detodo
los
que
eres,
casi
da
risa
por
no
decir
cólera,
oye.”72
Su
confusión
está
relacionada
con
la
historia
de
violencia
que
precede
su
encuentro
con
Miriam,
pero
también
a
la
incompatibilidad
de
estas
dos
personas
debido
a
la
clase,
la
cultura
y
la
raza.
La
siguiente
vez
que
se
ven
en
un
restaurante,
Miriam
no
habla;
Ormache
le
reprocha
este
comportamiento
y
le
dice
que
“Si
no
vas
a
hablarme
no
se
para
que
sales
[…..]
A
la
próxima
me
consigo
otra
chica
que
me
hable
por
lo
menos,
no
una
muda
como
tu.”
Enfurecida
Miriam
ataca
a
Ormache
con
el
cuchillo
y
le
corta
superficialmente.
Corre
hacia
la
oscuridad,
en
donde
Ormache
la
halla.
Los
siguientes
eventos
terminan
la
escena:
Se
me
acercó
y
me
dio
un
abrazo
-‐Te
pido
que
me
perdones
–me
dijo-‐.
No
sé
qué
es
lo
que
pasa,
no
sé.
Subimos
al
carro.
Regresamos
a
la
carretera.
Busqué
un
hotel
en
la
avenida.73
La
prácticamente
inevitable
reproducción
del
encuentro
sexual
violento
y
desigual
entre
dos
“razas
incompatibles”
–reforzado
por
la
historia
de
violación
y
tortura
que
lo
precedió
–
coloca
la
novela
de
Cueto,
en
el
análisis
de
Robert
Young,
en
un
espejo
a
la
literatura
colonial
del
siglo
diecinueve
que
vio
las
relaciones
sexuales
como
sado-‐masoquistas
caracterizadas
por
la
“atracción
y
repulsión
entre
las
razas
[que]
comprende
la
estructura
Hegeliana
de
72
Alonso
Cueto,
La
hora
azul
(Barcelona:
Anagrama,
2005),
p246.
73
Ibid.,
p248-‐9.
dominación
y
servidumbre”.74
La
hora
azul
retrata
la
relación
sexual
entre
el
hijo
de
un
torturador
y
violador
y
su
víctima-‐sobreviviente
de
una
manera
benigna,
mientras
que
al
mismo
tiempo,
hace
esta
relación
imposible
debido
a
la
distancia
social
entre
los
dos.
En
vez
de
reconciliación,
como
sugiere
Ivan
Thays75
–
entre
padre
e
hijo,
víctima
y
perpetrador,
pasado
y
futuro,
e
incluso
las
divisiones
sociales
que
separan
a
Miriam
y
Ormache
hijo-‐
la
narrativa
afirma
y
reproduce
las
desigualdades
que
se
intersectan
de
raza,
clase
y
género.
Conclusión
Este
capítulo
ha
resaltado
cómo
la
violación
afirma
y
naturaliza
las
masculinidades
violentas,
las
desigualdades
de
raza
y
de
género,
la
hetero-‐
normatividad,
y,
al
hacerlo,
las
desigualdades
de
la
sociedad
en
general.
La
violencia
sexual
colabora
enraizando
y
naturalizando
la
persistente
violencia
sexual
–las
estructuras
que
mantienen
la
pobreza
y
la
mala
salud,
restringe
las
oportunidades
y
alimenta
una
cultura
de
impunidad.
Por
medio
de
la
violencia
sexual,
las
jerarquías
existentes
basadas
en
género,
raza,
clase
y
sexualidad
no
sólo
son
revividas
y
normalizadas,
sino
también
naturalizadas,
y
esta
naturalización
de
las
jerarquías
facilita
la
normalización
de
la
violencia.
La
violencia
sexual
confirma
el
marco
normativo
que
determina
“lo
que
uno
puede
ser”,
según
expresión
de
Butler.
Tal
violencia
circunscribe
la
agencia
e
identidad
no
sólo
de
las
víctimas
sino
también
de
los
perpetradores.
La
coerción
y
control
mutuo
de
los
pares,
la
hegemonía
de
la
masculinidad,
y
una
sociedad
altamente
estratificada
también
circunscribe
las
identidades
de
los
hombres
y
las
posibilidades
de
agencia,
alimentando
el
comportamiento
violento
de
los
hombres.
Mientras
que
este
análisis
no
excusa
una
responsabilidad
ética
de
las
propias
acciones
y,
por
tanto,
no
elimina
la
responsabilidad
individual,
el
74
Young,
Colonial
Desire,
108.
7575
Thays
sugirió
que
el
libro
representa
una
forma
de
reconciliación
debido
a
la
relación
entre
4:
Justicia
transicional,
verdades
y
narrativas
de
violencia
A
fines
de
la
década
del
2000,
después
que
el
entonces
presidente
Alberto
Fujimori
huyó
del
país
tras
las
acusaciones
de
fraude
electoral
y
abusos
a
los
derechos
humanos,
y,
en
particular,
después
que
algunos
videos,
secretamente
filmados
por
Vladimiro
Montesinos,
el
jefe
de
inteligencia
de
Fujimori,
fueron
difundidos
confirmando
lo
que
muchos
ya
sospechaban
–
que
el
gobierno
Fujimori
había
tejido
una
extensa
red
de
corrupción,
que
llegaba
a
todos
los
sectores
de
la
sociedad,
incluyendo
la
jerarquía
militar,
el
sector
empresarial,
y
el
grueso
de
la
clase
política-‐,
se
hizo
cargo
un
gobierno
de
transición.
La
violencia
y
corrupción
con
las
que
el
gobierno
Fujimori
condujo
el
Perú
entre
1990
y
2000,
prolongó
una
guerra
que
pudo
haber
terminado
en
1992,
tras
la
captura
de
Abimael
Guzmán,
líder
de
Sendero
Luminoso.1
En
noviembre
del
2000,
Valentín
Paniagua,
un
confiable
político
de
centroderecha,
fue
designado
jefe
del
gobierno
transicional
que
debía
guiar
el
proceso
de
restauración
de
la
democracia,
la
reforma
institucional
y
conducir
a
elecciones
libres.
Este
gobierno
transicional
desmanteló
rápidamente
la
estructura
de
poder
de
Fujimori.
Se
abolió
el
Servicio
de
Inteligencia
Nacional
(SIN),
se
detuvo
a
oficiales
militares
de
alto
rango,
los
jueces
corruptos
de
la
Corte
Suprema
y
el
Tribunal
Constitucional
fueron
despedidos,
y
se
iniciaron
investigaciones
criminales
contra
éstos,
así
como
contra
los
funcionarios
de
más
alto
rango
del
comité
electoral
responsable
de
ratificar
el
fraude
de
Fujimori
en
el
2000.2
El
gobierno
de
transición
también
preparó
la
conformación
de
una
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
que
investigaría
las
causas
y
consecuencias
del
conflicto
armado.
Por
lo
tanto,
en
términos
de
lo
que
es
ampliamente
considerada
como
“justicia
transicional”,
el
1
Ver
Jo-‐Marie
Burt,
Political
Violence
and
the
Authoritarian
State
in
Peru:
Silencing
Civil
Society
(New
York:
Palgrave
Macmillan,
2007)
para
un
balance
de
las
políticas
del
miedo,
de
Fujimori,
durante
sus
diez
años
de
gobierno.
2
Lewis
Taylor,
“From
Fujimori
to
Toledo:
The
2001
Elections
and
the
Vicissitudes
of
Democratic
3
Ruti
Teitel,
“Transitional
Justice
Genealogy,”
Harvard
Law
School
Human
Rights
Journal
16
(2003):
69–94.
de
la
verdad.
En
la
parte
principal
de
este
capítulo,
analizaré
las
narrativas
construidas
de
violencia
sexual
tal
como
han
sido
presentadas
por
la
CVR.
Esta
es
una
historia
parcial:
la
CVR
identificó
538
mujeres
que
habían
sido
violadas,
y
muchas
mujeres
y
testigos
más
dieron
su
testimonio
sobre
violación
y/o
violencia
sexual.
Para
este
capítulo,
me
he
concentrado
en
un
testimonio
en
particular
que
fue
seleccionado
para
una
audiencia
pública
de
la
CVR
y
que
obtuvo
prominencia
debido
a
la
impactante
“performance”
de
la
víctima-‐
sobreviviente.4
Por
lo
tanto
este
testimonio
público
logró
significado
simbólico
y
contribuyó
activamente
a
la
creación
de
una
narrativa
post
conflicto
de
violencia
sexual.
Segundo,
reviso
los
testimonios
a
puerta
cerrada,
o
entrevistas,
realizadas
por
entrevistadores
de
la
CVR.
Estas
entrevistas
contribuyeron
a
la
construcción
de
una
meta–narrativa
de
violencia
sexual
en
el
conflicto
armado,
al
imponer
un
cierto
entendimiento
de
la
violencia
sexual
por
sobre
el
entendimientos
de
las
propias
experiencias
de
las
víctimas-‐sobrevivientes.
La
entrevista
que
discuto
ejemplifica
algunas
de
las
dificultades
asociadas
con
el
entrenamiento
y
sensibilización
de
unos
500
profesionales
sobre
violencia
sexual
y
daño
de
género
en
un
contexto
en
el
que
coexisten
múltiples
entendimientos
de
la
verdad
–y
de
la
justicia.
Cierro
este
capítulo
con
algunas
reflexiones
sobre
la
verdad,
la
justicia,
las
víctimas
y
los
perpetradores.
Ambigüedades
de
la
verdad
La
oportunidad
de
rendir
testimonio
frente
al
país
es
un
acto
de
significación
y
sanción
para
las
víctimas
que
aparecen
en
la
audiencia
publica
y
para
aquellas
personas
que
pueden
identificarse
con
los
casos
presentados[…]
La
comisión
busca
que
las
víctimas
enriquezcan
la
investigación
con
su
verdad
personal,
con
su
interpretación
de
los
hechos
y
sus
esperanzas
de
justicia,
de
reparación
y
prevención.
Así
mismo,
el
país
solidariza
y
reconoce
la
dignidad
de
las
victimas
tanto
tiempo
negada.
(CVR
Audiencias
Públicas,
citado
en
Silva
Santistevan,
El
factor
asco,
69).
4
Sobre
testimonios
como
performance
durante
las
audiencias
públicas
de
la
CVR,
ver
Rocío
Silva
http://www.cverdad.org.pe/ifinal/discurso01.php
.
6
Salomon
Lerner,
“Inauguración
de
las
audiencias
públicas.
Palabras
del
Presidente
de
la
CVR,”
http://www.cverdad.org.pe/informacion
/discursos/en_apublicas02.php
.
7
Fiona
Ross,
Bearing
Witness:
Women
and
the
Truth
and
Reconciliation
Commission
in
South
Africa
(London;
Sterling,
VA:
Pluto
Press,
2003);
Paul
Lansing
and
Julie
C.
King,
“South
Africa’s
Truth
and
Reconciliation
Commission:
The
Conflict
between
Individual
Justice
and
National
Healing
in
the
Post-‐Apartheid
Age,”
Ariz.
J.
Int’l
&
Comp.
L
.
753,
no.
3
(1998):
753–789.
8
Ver:
Katherine
Hodgkin,
ed.,
Contested
Pasts:
The
Politics
of
Memory
(New
York:
Routledge,
2003).
En
ello,
especialmente,
Chris
Colvin
“‘Brothers
and
Sisters,
Do
Not
be
Afraid
of
Me’:
Trauma,
History
and
the
Therapeutic
Imagination
in
the
New
South
Africa
Part
III:
Patterning
the
National
Past,”
153–167.
tiene
una
atracción
poderosa
en
sociedades
post-‐conflicto
en
las
que
las
divisiones
sociales
basadas
en
raza,
clase
y
género
han
delineado
los
contornos
de
la
violencia.
El
mantenimiento
y
reproducción
de
las
divisiones
sociales
que
eran
inherentes
a
la
violencia
en
Sudáfrica
también
eran
centrales
al
conflicto
en
el
Perú,
aunque
en
una
forma
diferente.
La
selección
de
palabras
de
Lerner
y
el
énfasis
en
la
importancia
de
las
divisiones
entre
la
sociedad
integrada
y
los
peruanos
excluidos
en
cuanto
al
resultado
del
conflicto
está
apuntalada
por
estadísticas
del
conflicto
publicadas
por
la
CVR,
que
demuestran
que
la
mayoría
de
víctimas
(79%)
era
gente
indígena
rural.
Estos
hechos
también
subrayan
el
rol
de
tales
divisiones
sociales
en
la
promoción
de
la
violencia
política,
y
en
hacer
posible
el
nivel
y
horror
de
las
atrocidades
cometidas.
Uno
podría
decirse
que
esta
situación
de
una
nación
dividida
entre
aquellos
que
pertenecen
y
aquellos
que
no,
fue
actuado
en
un
teatro
de
violencia
que
fue
ignorado
durante
mucho
tiempo
por
aquellos
que
tuvieron
la
posibilidad
de
detenerlo.
Considerando
esta
negligencia
fatal,
la
estrategia
de
hablar,
escuchar,
y
oír
a
aquellos
que
sufrieron
y
fueron
testigos
de
la
violencia
directamente,
es
una
estrategia
explícita
para
hallar
un
nuevo
balance
social.
De
hecho,
la
CVR
peruana
fue
la
primera
y
única
CVR
que
usó,
en
América
Latina,
las
audiencias
públicas.
Lo
hizo
con
el
propósito
de
aumentar
la
conciencia
en
una
vasta
audiencia,
que
fue
producto
de
la
idea
que
la
ignorancia
e
indiferencia
habían
perpetuado
y
prolongado
el
conflicto.9
Desgraciadamente,
la
invitación
para
escuchar
las
experiencias
de
compatriotas,
hombres
y
mujeres,
fue
poco
seguida
más
allá
de
la
comunidad
de
los
derechos
humanos,
y
no
generó
un
debate
nacional
sobre
la
división
y
la
inclusión.
Mas
bien
las
audiencias
televisadas
fueron
mayormente
ignoradas
y,
al
parecer,
sirvieron
para
alimentar
las
críticas
a
la
CVR.
Por
ello,
a
pesar
de
las
ambiciosas
expectativas
muchas
veces
asociadas
con
las
CVRs,
incluidas
la
curación
de
los
individuos
y
el
cuerpo
social,
combatir
la
impunidad,
promover
la
inclusión
y
la
democracia,
y,
desde
luego,
la
prevención
de
una
futura
violencia
masiva,
hay
pocos
indicios
que
las
CVRs
están
realmente
equipadas
para
siquiera
aproximarse
a
estos
resultados.10
La
CVR
fue
propuesta
y
aprobada
por
el
gobierno
de
transición
y
ratificada
por
el
gobierno
electo
de
Alejandro
Toledo
9
Lisa
J.
Laplante,
“The
Peruvian
Truth
Commission’s
Historical
Memory
Project:
Empowering
Truth-‐Tellers
to
Confront
Truth
Deniers,”
Journal
of
Human
Rights
6
(2007):
433–452.
10
Laplante,
“The
Peruvian
Truth
Commission’s
Historical
Memory
Project,”
434.
(2002-‐2006).
Los
doce
comisionados
nombrados,
fueron
seleccionados
mayormente
de
la
intelligentsia
de
clase
media
de
Lima:
seis
comisionados
eran
académicos
o
afiliados
a
universidades
y
uno,
un
abogado,
con
un
pasado
de
político,
de
los
cuales
dos
eran
mujeres,
cuatro
eran
miembros
del
establecimiento
religioso
y
un
general
representaba
a
las
fuerzas
armadas.11
Sólo
uno
de
los
comisionados
era
capaz
de
expresarse
en
quechua.
Tal
vez
inevitablemente,
como
posteriormente
admitió
el
comisionado
Carlos
Iván
Degregori,
la
composición
de
la
comisión
reflejaba
las
divisiones
de
raza,
clase
y
género
que
fueron
tan
críticas
en
el
Informe
Final.12
Por
eso,
es
fácil
para
algunos
críticos
de
la
CVR
acusarla
de
prejuicios,
y,
para
otros,
descartarla
completamente.13
Sin
embargo,
varios
académicos
ponen
énfasis
en
que
memorizar
el
conflicto
es
un
proceso
que
continúa
y
que
involucra
a
muchos
actores;
la
CVR
no
cerró
sus
puertas
a
diferentes
narrativas
debido
a
los
prejuicios
de
los
comisionados,
sino
que
ofreció
la
apertura
inicial
a
la
necesidad
y
posibilidad
de
memorizar.14
Si
bien
esta
interpretación
de
largo
plazo
y
dinámica
del
trabajo
de
la
CVR
es
importante,
la
importancia
del
Informe
Final
de
la
CVR
para
la
construcción
de
una
narrativa
nacional
de
las
violaciones
pasadas
de
los
derechos
humanos
no
puede
ser
subestimada,
y
la
ausencia
de
interés
de
una
más
amplia
audiencia
peruana
es,
asimismo,
un
importante
reflejo
de
la
ausencia
de
voluntad
por
parte
de
la
sociedad
de
reconocer
y
enfrentar
las
divisiones
sociales
que
se
refleja
en
el
núcleo
de
la
violencia.15
11
El
general
Luis
Arias
Graziani
firmó
el
informe
final,
pero
añadió
una
carta
en
la
que
expresaba
sus
reservas
sobre
las
conclusiones
a
que
llegaba
la
CVR
en
relación
a
la
responsabilidad
de
las
fuerzas
armadas
por
las
violaciones
de
los
derechos
humanos.
TRC
Report,
“Firmas”
y
Vol.
VIII.
12
Carlos
Iván
Degregori,
“Heridas
abiertas,
derechos
esquivos:
Reflexiones
sobre
la
Comisión
de
derechas,
Aldo
Mariátegui,
quien,
en
un
duro
lenguaje,
desestima
los
hallazgos
de
la
CVR,
incluido
el
número
de
víctimas,
y
llama
“caviares”
o
“socialistas
champagne”
a
los
que
apoyan
a
la
CVR
y
al
informe
final.
No
es
el
único
que
expresa
tales
severos
sentimientos
de
rechazo
a
los
hallazgos
de
la
CVR.
14
Cynthia
Milton,
“Public
spaces
for
the
discussion
of
Peru’s
recent
past,”
Antipoda
no.
5
(2007):
16
La
CVR
tomó
la
iniciativa
de
entrevistar
a
los
dirigentes
del
más
alto
nivel
de
la
insurgencia
presos,
a
los
ex
presidentes
responsables
de
la
contrainsurgencia
durante
los
80s,
y
altos
cargos
militares,
además
de
recoger
los
testimonios
de
víctimas-‐sobrevivientes
y
testigos.
17
Esta
estrategia
es
significativamente
diferente
de
las
leyes
de
amnistía
de
Chile
o
Argentina,
en
donde
las
leyes
fueron
promulgadas
por
regímenes
militares
y
revocadas
con
muchas
dificultades,
y
sólo
después
de
muchos
años.
Ni
en
Argentina,
ni
en
Chile,
la
confesión
fue
una
condición
para
la
amnistía.
18
Ross,
Bearing
Witness,
13.
Lansing
and
King,
“South
Africa’s
Truth
and
Reconciliation
Commission”;
Colvin,
“‘Brothers
and
Sisters,
Do
Not
be
Afraid
of
Me.’”
tomar:
debería
la
CVR
centrarse
en
un
recuento
histórico
de
los
eventos,
esto
es,
concentrarse
en
la
interpretación,
o
debería
tener
una
actitud
jurídica
y
con
ello,
enfatizar
el
descubrimiento
de
los
hechos.19
La
opción
nunca
se
tomó,
y
una
unidad
de
investigación
legal,
trabajando
en
paralelo
a
aquellas
unidades
dedicadas
a
las
historias
interpretativas,
preparó
una
serie
de
casos
legales
(43
en
total),
para
ser
entregados
al
Procurador
Público
después
de
presentar
el
Informe
Final.
Los
juicios
sobre
derechos
humanos
continúan,
pero
estos
juicios
son
políticamente
contenciosos,
y
alimentan
el
desacuerdo
societal
existente
sobre
la
naturaleza
de
los
años
de
la
violencia,
como
discutiré
en
el
próximo
capítulo.
La
ambigüedad
entre
verdad
y
justicia
en
los
procedimientos
de
la
comisión
peruana
no
facilitó
condiciones
favorables
para
que
los
perpetradores
hablen
públicamente.
Esto
significa
que
hubo
pocas
confesiones
de
perpetración
de
violencia,
generando
interrogantes
concernientes
a
los
límites
entre
la
víctima
y
el
perpetrador,
así
como
sobre
las
ambigüedades
de
agencia
y
victimización,
preguntas
a
las
que
retornaré
posteriormente.
El
proceso
de
establecer
una
narrativa
nacional
aceptable
lleva,
inevitablemente,
a
compromisos.
Las
CVRs
tienden
a
buscar
un
argumento
que
pueda
eliminar
las
complejidades,
y
algunas
historias
individuales
de
sufrimiento
son
ejemplificadas
y
apropiadas
por
la
comunidad
nacional
e
internacional
más
amplia
a
costa
de
experiencias
más
complejas
y
personales.
Como
escribe
Paul
Gready,
el
proceso
de
hablar
de,
y
escuchar
a,
memorias
traumáticas
puede,
en
un
nivel
superficial,
parecer
que
incrementa
las
voces
de
las
víctimas
que
fueron
negadas
durante
mucho
tiempo.
Sin
embargo,
una
mirada
más
exhaustiva
revela
que
las
víctimas
muchas
veces
no
tienen
control
sobre
el
marco
y
el
significado
de
sus
historias
y
sobre
cómo
las
CVRs,
los
medios
de
comunicación,
o
los
académicos,
subsecuentemente
los
usan.20
Las
prácticas
de
derechos
humanos,
incluyendo
los
procesos
de
búsqueda
de
la
verdad,
tienden
a
centrarse
en
revelar
y
desafiar
los
abusos
sistemáticos
perpetrados
por
un
grupo
sobre
otro.
Con
este
objetivo,
las
historias
de
las
violaciones
de
los
19
Eduardo
Gonzalez
Cueva,
“The
Peruvian
Truth
and
Reconciliation
Commission
and
the
Challenge
of
Impunity,”
in
Transitional
Justice
in
the
Twentieth-‐First
Century.
Beyond
Truth
versus
Justice,
ed.
Naomi
Roht-‐Arriaza
and
Javier
Mariezcurrena
(New
York:
Cambridge
University
Press,
2006),
70–93:
79.
20
Paul
Gready,
“Introduction:
‘Responsibility
to
the
Story,’”
Journal
of
Human
Rights
Practice
2
(2010):
177–190,
185.
Ver
también
Fiona
Ross,
Bearing
Witness
,
6.
derechos
humanos
deben
ser
ejemplares
de
prácticas
sistemáticas,
y
también
deben
ser
suficiente
coherente
para
poder
ser
narrado
y
entendio
para
un
publico
mas
amplio.
En
Sudáfrica,
como
Chris
Colvin
sostiene,
“con
el
inicio
de
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
(CVR),
el
“cuentacuentos”
llegó
como
un
modo
privilegiado
de
comunicar
públicamente
experiencias
dolorosas
del
apartheid”.21
Las
historias
de
los
traumas
individuales
era
lo
que
querían
oír
y
comprender
la
CVR
Sudafricana,
los
medios
de
comunicación
y
los
investigadores,
convirtiendo,
por
ello,
a
la
historia
como
la
condición
para
el
reconocimiento,
la
visibilidad
e,
incluso,
la
ciudadanía.
Sin
embargo,
como
Fiona
Ross
y
Judith
Zur
mostraron,
en
relación
a
los
casos
sudafricano
y
guatemalteco
respectivamente,
el
silencio
es,
algunas
veces,
la
única
opción
cuando
se
enfrenta
a
la
violencia
extrema
y
el
sufrimiento.22
Las
experiencias
de
violencia
sexual
muchas
veces
encajan
en
esta
categoría
de
violencia
extrema,
continuado
sufrimiento
y
dificultad
de
compartir
las
experiencias
con
una
vasta
audiencia.
Además
del
autoimpuesto
silencio
que
impide
lograr
una
verdad
inclusiva,
las
dinámicas
asociadas
con
la
necesidad
de
construir
una
nueva
realidad
sociopolítica
que
se
acomode
a
las
dinámicas
del
poder
post-‐conflicto,
pueden
tener
también
un
efecto
de
exclusión,
y
alentar
el
continuo
silencio.
El
proceso
de
crear
una
historia
nacional
del
sufrimiento
para
superar
un
pasado
traumático,
a
fin
de
trabajar
hacia
un
futuro
reconciliado,
puede
pasar
por
alto
el
continuo
sufrimiento
de
muchas
víctimas
individuales
de
la
violencia
y
el
de
sus
familias.
Las
secuelas
de
la
violencia
son,
por
lo
general,
muchas,
pero
estas
no
son,
y
no
pueden
ser,
superadas
por
medio
de
decir
la
verdad.23
La
imposibilidad
de
representar
todas
las
formas
de
sufrimiento,
reparar
todas
las
formas
de
injusticia,
y
resolver
adecuadamente
las
secuelas
de
la
violencia
en
una
narrativa
de
la
violencia
es
la
consecuencia
de
la
tensión
entre
las
ambiciones
y
expectativas
de
las
CVRs,
y
la
realidad
de
la
política
transicional.
A
pesar
de,
o
tal
vez
debido
a,
estas
ambigüedades
y
limitaciones
relacionadas
a
la
idea
de
revelar
la
verdad
y
las
narrativas
de
la
violencia,
21
Colvin,
“‘Brothers
and
Sisters,
Do
Not
be
Afraid
of
Me.’”
22
Ross,
Bearing
Witness
;
Judith
N.
Zur,
Violent
Memories:
Mayan
War
Widows
in
Guatemala
(Boulder,
CO;
Westview
Press,
1998).
23
Colvin,
“‘Brothers
and
Sisters,
Do
Not
be
Afraid
of
Me.’”
los
testimonios
sobre
experiencias
traumáticas
se
han
convertido
en
un
género
literario
para
ser
leído
y
analizado,24
así
como
una
herramienta
en
la
práctica
de
los
derechos
humanos.
El
concepto
castellano
de
testimonio
no
se
refiere
a
un
documento
legal,
como
supone
su
traducción
al
inglés,
sino
a
un
texto
autobiográfico
relatado
en
memoria-‐ficción,
poesía
y
cuentacuento.25
Sin
embargo,
los
testimonios
que
relatan
sufrimientos
no
valen
en
sí,
como
historias
individuales.
En
cambio,
se
convierten
en
ejemplares
de
una
experiencia
nacional,
o
de
la
experiencia
de
un
grupo,
siendo
ejemplos
de
violaciones
sistemáticas
o
luchas
durante
un
periodo
de
tiempo
particular.26
La
manera
en
que
las
historias
de
sufrimientos
son
tanto
narradas
como
escuchadas,
es
importante
para
el
legado
que
crearán
y
para
la
posibilidad
de
inclusión
de
la
narrativa
en
la
historia
nacional,
así
como
de
la
gente
que
tiene
voz
en
la
comunidad
nacional.
En
otras
palabras,
las
dinámicas
en
las
que
las
historias
son
contadas
y
recibidas
pueden
ser
analizadas
como
un
reflejo
de
las
dinámicas
de
la
construcción
de
narrativas
colectivas
de
la
violencia.
La
violencia
sexual
sistemática
debe
ser
incluida
en
estas
narraciones
colectivas
de
la
violencia
a
fin
de
reconocer
el
sufrimiento,
y
permitir
la
reparación,
de
víctimas
sobrevivientes,
y
demostrar
intolerancia
frente
a
tal
violencia
tanto
en
la
guerra
como
en
la
paz.
Sin
embargo,
las
experiencias
de
los
individuos,
y
sus
interpretaciones
de
esas
experiencias,
no
siempre
pueden
calzar
con
los
objetivos
y
necesidades
de
la
sociedad
más
amplia.
La
tensión
entre
el
deseo
de
una
narrativa
nacional
destinada
a
educar
una
audiencia
peruana
más
amplia
y
las
experiencias
individuales
de
los
oradores
se
reflejan
en
algunas
de
las
dinámicas
halladas
en
las
audiencias
públicas
de
la
CVR.
Revisar
las
palabras
y
los
tonos
de
los
comisionados
de
la
24
Silva
Santisteban,
El
factor
asco
,
59.
25
Luis
Bickford,
“Truth
and
Reconciliation,”
Sistema
Penal
y
Violencia
2
(2010):
15–21,
16.
26
El
cuestionamiento
critico
de
la
veracidad
de
las
memorias
de
la
Premio
Nobel
Rigoberta
Menchú
sobre
su
infancia
en
la
Guatemala
devastada
por
la
guerra,
ciertamente
confundió
la
comprensión
de
los
orígenes
de
las
atrocidades
masivas
cometidas
durante
la
guerra
civil.
Las
preguntas
principales
que
las
críticas
plantearon
se
referían
a
cuán
representativa
de
las
experiencias
de
un
grupo
o
pueblo
puede
ser
la
experiencia
individual.
¿Puede
ser
tal
representación
factualmente
exacta?
Subyacentes
a
tales
preguntas
está
la
interpretación:
las
historias
individuales
de
victimización
y
resistencia
indudablemente
desafían
las
justificaciones
dadas
por
los
perpetradores
y
facilitadores
de
la
violencia
y
la
represión.
Ver
Greg
Grandin,
Who
Is
Rigoberta
Menchu?
(Verso,
2011);
Greg
Grandin,
“It
was
Heaven
that
they
Burned,”
The
Nation
,
Septiembre
7,
2010,
http://www.thenation.com/article/154582/it-‐was-‐heaventhey-‐
burned?page=0,5#
(acceso
Agosto
8,
2012].
verdad
que
cedieron
la
palabra
a
testigos
es
ilustrativo.
Las
audiencias
públicas
de
la
CVR
peruana
muestran
a
comisionados
muy
enfáticos
cediendo
espacio
a
las
víctimas,
sobrevivientes
y
testigos
para
que
cuenten
sus
experiencias
al
país.27
Por
ejemplo,
el
presidente
de
la
CVR,
Salomon
Lerner,
dio
inicio
al
testimonio
de
tres
testigos
de
la
masacre
de
Accomarca
con
las
palabras:
“La
historia
de
Accomarco
es
símbolo
de
mucho
dolor
para
todos
los
peruanos,
de
mucho
sufrimiento,
y
queremos
que
todo
el
Perú
sabe
de
tu
dolor”,
y
una
interrupción
a
mitad
del
testimonio:
“gracias
…
le
sirve
al
Perú
entero”.28
Considerando
que,
como
he
indicado
antes,
sólo
un
porcentaje
mínimo
de
peruanos
escuchaban
y
estaban
interesados
y
de
acuerdo
con
sus
resultados,
las
palabras
del
comisionado
resultaron
ambiguas.
Los
objetivos
de
la
CVR
parecen
organizados
más
alrededor
de
la
compasión
a
cambio
de
hablar
de
dolor,
que
hablar
de
dolor
a
cambio
de
una
transformación
en
la
imaginación
nacional.
Rocío
Silva
Santisteban
denomina
a
esto
una
lógica
de
tutelaje,
una
lógica
que
enmarca
a
los
testimoniantes
sólo
como
víctimas.
Silva
Santisteban
añade
que,
mientras
los
comisionados
de
la
CVR
trabajan
según
la
lógica
de
“dame
tu
dolor,
yo
te
daré
mi
compasión,”29
los
testimoniantes
parecen
estar
apuntando
a
“yo
te
doy
mi
dolor,
y
tú
dame
tu
indignación”.
La
indignación
permitiría
el
desarrollo
de
algún
sentimiento
de
restitución
y
justicia,
mientras
que
la
compasión,
especialmente
considerando
el
tremendo
sufrimiento,
es
condescendiente.30
Las
jerarquías
sociales
que
caracterizan
al
Perú
son
reproducidas
sutilmente
en
estos
intercambios:
los
diferentes
antecedentes
sociales
de
los
comisionados
y
los
testimoniantes
son
reflejados
en
el
intercambio
de
palabras
y
en
lo
que
esperan
ganar
del
intercambio.
Hallar
el
balance
correcto
entre
el
respeto
para
el
orador
y
para
la
historia,
y
los
potenciales
peligro
éticos
asociados,
es
lo
que
Gready
et
al.
llaman
“responsabilidad
a
la
historia.”31
Al
suscitar
una
serie
de
preguntas
relacionadas
con
la
ética
de
escuchar
y
reproduciendo
historias
de
las
violaciones
de
los
27
Silva
Santisteban,
El
factor
asco
,
70.
28
Las
transcripciones
de
las
Audiencias
de
Casos
de
las
Audiencias
Publicas
en
Ayacucho
ya
no
se
encuentran
en
la
pagina
web
de
la
CVR.
Acedé
esas
transcripciones
en
la
pagina
web
en
enero
2012.
29
Tomado
de
Gonzalo
Portocarrero,
citado
en
Silva
Santisteban,
El
factor
asco
,
83.
30
Silva
Santisteban,
El
factor
asco
,
84.
31
Gready,
“Introduction:
‘Responsibility
to
the
Story’.”
derechos
humanos
con
el
objetivo
de
atender
a
estos,
bien
por
medio
del
entendimiento
o
del
activismo,
o
por
medio
de
los
dos,
Gready
et
al.
indican
que
estas
historias
son
esenciales
pero
frágiles.
No
hay
abuso
a
los
derechos
humanos
sin
un
testigo,
sin
evidencia
y
sin
sobrevivientes,
sin
una
historia
por
contar.
Estas
historias
son
frágiles
debido
al
gran
sufrimiento
que
puede
estar
encapsulado
en
ellas,
al
horror
tanto
de
contarlas
como
de
escucharlas,
como
Fiona
Ross
muestra
tan
claramente
en
su
libro
Bearing
Witness.
Las
dificultades
tanto
de
hablar
como
de
escuchar
son
magnificadas
ante
una
audiencia
como
muestran
las
transcripciones
de
las
audiencias
públicas
del
Perú,
especialmente
considerando
la
expectativa
de
alguna
forma
de
redención
nacional
por
medio
de
estas
historias.
Pero,
a
fin
de
conseguir
dar
un
paso
adelante
hacia
la
justicia
criminal,
o
incluso
a
fin
de
proveer
una
narrativa
nacional
válida,
las
historias
sobre
las
atrocidades
tienen
que
trascender
el
sufrimiento
individual.
Los
testigos
que
exponen
en
público
sus
experiencias
se
exponen
a
sí
mismos
a
una
audiencia
que
es
empática
y
los
apoyan,
aún
cuando
no
suficientemente
indignada,
según
algunos.
Pero
también
se
exponen
a
la
inquisitiva
mirada
de
su
comunidad
local,
de
sus
hijos,
esposos
o
esposas
y
a
los
remanentes
de
los
aliados
de
los
ex
opresores
o
perpetradores
de
violencia,
tales
como
los
militares
o
la
policía.
Esta
exposición
exige
gran
coraje,
y
para
muchos
no
vale
la
pena
el
esfuerzo.32
Los
efectos
“dignificantes
y
curativos”
de
testificar
podrían
no
compensar
por
las
repercusiones
inmediatas.
Esto
explica
los
vacíos
en
la
verdad
que
es
revelada
en
cualquier
proceso
de
búsqueda
de
la
verdad.
El
propio
sufrimiento
de
las
mujeres,
comparado
con
el
sufrimiento
de
los
miembros
(masculinos)
de
su
familia,
es
uno
de
esos
vacíos.
Género
y
Comisiones
de
la
Verdad
Desde
fines
de
los
90s,
las
comisiones
de
la
verdad
generalmente
han
incluido
una
perspectiva
de
género
en
sus
trabajos,
muchas
veces
en
la
forma
de
32
Ver
Lisa
J.
Laplante,
“The
Peruvian
Truth
Commission’s
Historical
Memory
Project,”
sobre
las
comunidades
que
explícitamente
no
se
comprometieron
con
la
CVR,
pues
esto
podría
forzarlas
a
alterar
el
precario
balance
que
permitía
que
antiguos
enemigos
vivieran
juntos
en
relativa
paz.
un
grupo
especial
de
trabajo.
La
(bien
que
retrasada33)
inclusión
del
género
en
la
búsqueda
de
la
verdad
tiene
por
objetivo
descubrir
de
qué
maneras,
diferentes
a
las
de
los
hombres,
afecta
la
violencia
política
a
las
mujeres,
a
fin
de
incluir
las
experiencias
de
las
mujeres
en
la
construcción
de
una
narrativa
nacional
de
conflicto
y
reconciliación.
Además,
descubrir
los
daños
específicos
experimentados
por
las
mujeres
permite
la
inclusión
de
una
perspectiva
de
género
en
procesos
de
justicia
criminal
y
reparaciones.
Sin
embargo,
como
las
CVRs
específicamente
buscan
la
reconciliación,
la
verdad
presentada
tiene
una
audiencia
específica
y
puede
ser
editada
por
aquellos
que
orquestan
el
proceso
de
contar
la
verdad.
La
construcción
de
una
narrativa
nacional
por
medio
de
la
búsqueda
pública
de
la
verdad
implica
que
las
historias
de
perjuicios
tienen
que
“encajar”
un
una
historia
aceptable
que
pueda
conducir
a
la
reconciliación.
Algunas
veces,
la
verdad
presentada
por
la
CVR
choca
con
la
“verdad”
tal
como
es
percibida
por
las
poderosas
élites
o
los
impotentes
subalternos,
tal
como
posiblemente
es
el
caso
en
el
Perú.34
La
CVR
inicialmente
fue
concebida
sin
una
perspectiva
de
género.
Sin
embargo,
después
de
conformarse
grupos
de
trabajo
y
alianzas
con
instituciones
de
investigación
y
ONGs,
las
exigencias
de
una
perspectiva
de
género
aumentaron.
Los
peruanos
revisaron
los
esfuerzos
de
búsqueda
de
la
verdad
en
Sudáfrica
y
Guatemala,
que,
ambos,
habían
subrayado
la
violencia
contra
la
mujer,
especialmente
la
violencia
sexual,
pero
lo
hicieron
después
que
el
proceso
estaba
bastante
avanzado.
El
“género”
no
había
sido
incluido
como
una
perspectiva
en
el
conflicto,
pero
las
mujeres
recibieron
atención
especial
después
del
proceso
de
investigación,
y
que
los
testimonios
revelaran
su
necesidad.
La
CVR
sudafricana
convocó
tres
audiencias
dedicadas
sólo
a
mujeres,
después
que
se
dio
cuenta
que
aunque
las
mujeres
eran
la
mayoría
que
prestaban
testimonio,
casi
nunca
hablaban
sobre
sí
mismas.35
Como
ya
es
ampliamente
sabido,
en
esas
circunstancias
las
mujeres
tienden
a
hablar
sobre
33
Fionnuala
Ni
Aoloin
and
Catherine
Turner,
“Gender,
Truth
and
Transition,”
UCLA
Law
Review
16
(2008):
229.
34
Paulo
Drinot,
“For
Whom
the
Eye
Cries:
Memory,
Monumentality
and
the
Ontologies
of
and
War,”
Journal
of
Human
Rights
6
(2007):
456–478;
A.
Crosby
and
M.
B.
Lykes,
“MayanWomen
Survivors
Speak:
The
Gendered
Relations
of
Truth
Telling
in
Postwar
Guatemala”
International
Journal
of
Transitional
Justice
5
(2011):
456–476.
Crosby
and
Brinton
Lykes,
2011.
37
Manjoo,
“Gender
Injustice,”
150.
38
Académicas
feministas,
próximas
a
la
CVR,
insistieron
en
un
comité
de
género.
Una
de
las
40
CVR
Report,
Vol.
VIII,
Cap.
2.1,
48.
41
Juliette
Guillerot,
“Linking
Gender
and
Reparations
in
Peru:
A
Failed
Opportunity,”
en
Where
Are
the
Women?
,
ed.
R.
Rubio-‐Marin
(Chicago:
Social
Science
Research
Council,
2006),
136–
193,149–155.
ser
reparados,
en
la
que
las
víctimas
de
la
violación
terminaban
en
los
últimos
lugares
de
la
lista
jerárquica
(después
de
muerte
y
desaparición,
invalidez
y
encarcelación).42
Considerando
la
importancia
de
las
reparaciones
a
un
nivel
simbólico
(el
reconocimiento
del
estado
ayuda
a
restablecer
un
sentido
de
ciudadanía
y
derechos)
así
como
en
el
nivel
material
(las
reparaciones
materiales
no
sólo
como
confirmación
del
reconocimiento
sino
también
como
un
instrumento
esencial
para
la
supervivencia),43
la
manera
cómo
la
victimización
es
reconocida
y
formalizada
puede
ser
extremadamente
importante
no
sólo
para
las
víctimas-‐sobrevivientes
y
para
los
niños
nacidos
de
la
violación,
sino
también
para
el
derecho
a
la
seguridad
de
las
mujeres
en
tiempos
de
paz.
Reparaciones
adecuadas
tienen
la
capacidad
potencial
de
transformar
los
niveles
de
impunidad
y
tolerancia
por
hechos
de
violencia
contra
las
mujeres.44
Por
ello,
el
responder
inadecuadamente
a
la
violencia
basada
en
el
género,
especialmente
la
violencia
sexual,
en
programas
de
reparaciones,
es
una
oportunidad
perdida
para
transformar
decididamente
las
relaciones
de
género.
Atribuir
el
status
de
víctima
a
algunos
grupos
que
son
invisibilizados
debido
a
su
género
y
sexualidad
puede
ser
parte
esencial
de
una
ciudadanía
inclusiva,
puesto
que
ayuda
a
reconocer
los
daños
causados
debido
al
género
y/o
la
sexualidad.
Los
asesinatos
de
personas
LGBT,
específicamente
seleccionadas
por
su
sexualidad,
durante
la
guerra
entre
Sendero
Luminoso
y
las
fuerzas
armadas
peruanas,
han
sido
mencionados
por
la
CVR
peruana,
pero
no
han
sido
enfrentados
por
el
PIR.45
Esta
falta
de
reconocimiento
mantiene
la
idea
que
la
violencia
contra
los
LGBT
no
es
políticamente
importante,
y,
por
ello,
los
LGBT
no
tienen
derechos
ciudadanos
en
tanto
que
LGBT.46
Al
mismo
tiempo,
tal
42
Guillerot,
“Linking
Gender
and
Reparations
in
Peru,”
159.
43
Maria
Eugenia
Ulfe,
“Sentidos
de
Identidad.
La
condicion
de
victima
y
el
Programa
Integral
de
United
Nations
Entity
for
Gender
Equality
and
the
Empowerment
of
Women,
2011),
292;
Ruth
Rubio,
“The
Gender
of
Reparations
in
Transitional
Societies,”
in
The
Gender
of
Reparations
Unsettling
Sexual
Hierarchies
while
Redressing
Human
Rights
Violations
,
ed.
R.
Rubio-‐Marin
(New
York:
Cambridge
University
Press,
2009),
63–120.
45
Jorge
Bracamonte
y
S.
Paredes,
“Violencia
política,
crímenes
de
odio,
memoria
y
reparación,”
homosexuales
habían
sido
víctimas
de
los
alemanes.
Ver
Angelika
Von
Wahl,
“How
Sexuality
Changes
Agency:
Gay
Men,
Jews
and
Transitional
Justice,”
in
Gender
in
Transitional
Justice:
Governance
and
Limited
Statehood
,
ed.
Susanne
Buckley-‐Zistel
y
Ruth
Stanley
(New
York:
exclusión
confirma
la
idea
de
un
grupo
circunscrito
de
víctima
de
la
violencia
sexual:
las
mujeres.
La
violencia
sexual
contra
hombres
es
un
asunto
espinoso
que
sólo
recientemente
ha
venido
recibiendo
atención:
la
posibilidad
de
que
haya
víctimas
masculinas
de
violencia
sexual
en
conflictos
armados
está
siendo
descubierta
lentamente
por
los
investigadores,
pero
en
el
caso
peruano
no
existen
disposiciones
entre
los
mecanismos
de
justicia
transicional
actual
para
enfrentar
tal
victimización;
ni
en
ningún
otro
caso.
La
CVR
peruana
debe
ser
reconocida
por
la
inclusión
de
una
perspectiva
de
género
y
por
su
atención,
en
sus
investigaciones,
a
la
violencia
sexual,
considerando
la
historia
global
de
negligencia
de
tal
violencia.
Sin
embargo,
el
programa
de
reparaciones
que
siguió,
no
logró
aprovechar
la
oportunidad
para
llevar
a
cabo
un
cambio
sustancial
para
un
segmento
muy
amplio
de
víctimas-‐sobrevivientes.
El
organismo
que
registra
a
los
beneficiarios,
el
Registro
Único
de
Victimas
(RUV),
establecido
en
2005,
trabajó
con
ahínco
para
superar
algunas
de
las
faltas
de
definición
e
inclusión
de
daños
diferenciados
en
relación
a
la
violencia
sexual,
y
amplió
el
registro
de
víctimas
de
violación
a
un
registro
de
víctimas
de
violencia
sexual.
Esto
ha
generado
una
base
de
datos
de
las
víctimas-‐
sobrevivientes
de
tales
violencias
mucho
más
completa,
que
comprende
un
ocho
por
ciento
de
víctimas
masculinas
de
un
total
de
3,022
casos
registrados
de
violencia
sexual,
incluyendo
violación,
en
contraste
con
los
538
casos
registrados
por
la
CVR,
de
los
que
el
2
por
ciento
son
hombres.47
Sin
embargo,
no
está
claro
cómo
esta
información
está
cambiando
la
alocación
de
las
reparaciones
actuales
–simbólicas,
colectivas
o
individuales.
Una
oportunidad
perdida
del
programa
de
reparaciones
(PIR),
es
que
no
ha
recomendado
o
implementado
una
reforma
institucional
específica
en
relación
a
la
violación
sexual.
Ni
ha
sido
capaz
de
otorgar
reparaciones
individuales
a
víctimas-‐sobrevivientes.
Mientras
que
el
PIR
asigna
formalmente
reparaciones
monetarias
individuales
por
violación,
pocos
en
verdad
han
Palgrave
Macmillan,
2011),191–220.
En
un
caso
similar,
mujeres
coreanas
(y
otras)
prostituidas
a
la
fuerza
por
los
japoneses
han
sido
ignoradas
durante
más
de
40
años
y
aún
no
han
recibido
una
disculpa
oficial
o
reparación
del
gobierno
japonés:
Buckley-‐Zistell
and
Zolkos,
“Introduction,”
en
Gender
in
Transitional
Justice
,
ed.
Buckley-‐Zistel
and
Stanley,
1–37,
13.
47
Consejo
de
Reparaciones,
Registro
Único
de
Victimas,
CIFRAS
FINALES,
documento
No:
170–
2012-‐jus-‐cr/st,
recibido
de
Susana
Cori,
directora
técnica,
mayo
11,
2012.
recibido
el
dinero.48
Además,
no
ha
resuelto
la
definición
amplia
de
violencia
sexual
del
RUV,
y,
por
tanto,
no
reconoce
la
necesidad
de
reparación
de
un
amplio
segmento
de
victimas-‐sobrevivientes.
De
acuerdo
a
Guillerot,
el
fallo
del
PIR
al
no
incluir
una
perspectiva
exhaustiva
de
género
es,
en
parte,
responsabilidad
de
la
ausencia
de
colaboración
entre
los
grupos
que
desarrollaron
las
propuestas
para
el
PIR
y
el
grupo
de
género
de
la
CVR.
Como
sustenté
en
el
capítulo
precedente,
la
violencia
sexual
es
un
instrumento
con
el
que
se
reproducen
y
naturalizan
las
desigualdades
cruzadas
tanto
para
el
perpetrador
como
para
las
víctimas.
Por
ello,
mientras
que
la
violencia
sexual
es
un
drama
individual
que
causa
sufrimiento
en
el
largo
plazo
para
las
víctimas-‐
sobrevivientes,
también
está
profundamente
incrustada
en
el,
y
es
un
producto
del,
orden
sociopolítico
de
una
sociedad.
Las
normas
de
género
individualizan
la
violencia
sexual
distribuyendo
culpa
y
daño
al
mismo
tiempo
que
naturalizan
las
divisiones
sociales
entre
la
gente.
Esto
hace
tal
violencia
tan
difícil
-‐y
tan
importante-‐
de
reconocer
y
enfrentar
formalmente.
Narrativas
de
violencia
sexual
Como
mencioné
antes,
los
procesos
de
búsqueda
de
la
verdad
directamente
alimentan
otros
procesos
de
justicia
transicional,
especialmente
programas
de
reparaciones,
procedimientos
de
justicia
criminal
y
proyectos
de
memorización
y,
por
tanto,
cómo
son
recordados
los
conflictos.
Por
ello,
cómo
escuchó
la
CVR
los
testimonios
de
violencia
sexual
es
esencial
al
potencial
de
cambio
significativo
en
situaciones
de
post-‐conflicto.
La
CVR
primero
grabó
y
codificó
testimonios
de
hombres
y
mujeres
en
entrevistas
voluntarias.
Esto
fue
realizado
por
cientos
de
entrevistadores
y
codificadores,
seleccionados
de
universidades
y
entre
profesionales,
que
recibieron
un
breve
entrenamiento.
Los
entrevistadores
fueron
instruidos
para
identificar
casos
de
violencia
sexual,
y
alentar
a
los
testimoniantes
a
compartir
sus
experiencias,
incluso
si
algunos
preferían
mantenerse
en
silencio.
En
palabras
de
la
Unidad
de
Apoyo
Metodológico
que
preparó
los
materiales
de
guía
y
entrenamiento
para
los
entrevistadores
“El
silencio
no
puede
detener
nuestro
48
Para
un
recuento
detallado
de
los
avances
recientes
en
la
implementación
de
las
reparaciones,
ver
Ulfe,
“Sentidos
de
identidad,”
esp.
Nota
pie
de
página
38.
trabajo,
sino
que
tenemos
que
vencerlo
con
la
habilidad
suficiente
como
para
no
forzar
a
la
víctima
pero
tampoco
dejar
el
tema
de
lado.”49
Como
veremos,
la
falta
de
habilidad
suficiente
redujo
significativamente
la
capacidad
de
recuperación
de
casos
de
violencia
sexual
de
la
CVR,
y
por
tanto
de
su
habilidad
para
reconocer
públicamente
el
crimen
y
romper
efectivamente
el
silencio
en
torno
a
las
múltiples
formas
de
violencia
sexual
y
crímenes
contra
las
mujeres.
A
pesar
de
estas
limitaciones
la
CVR
realizó
serios
esfuerzos
para
romper
el
silencio:
de
los
testimonios
recogidos
por
la
CVR,
en
los
que
las
mujeres
hablaban
en
primera
persona
sobre
sus
experiencias
con
la
violencia
sexual,
un
cierto
número
de
mujeres
fueron
invitadas
a
repetir
su
testimonio
en
audiencias
públicas,
ante
comisionados
y
ante
audiencias
en
general
en
Lima,
y
fueron
grabadas
y
transmitidas
vía
televisión.50
Experiencias
de
violencia
sexual
fueron
relatadas
en
sesiones
temáticas
especiales,
centrándose
en
los
crímenes
perpetrados
contra
mujeres,
en
las
que
también
fueron
presentadas
historias
representativas
de
otras
agresiones,
tales
como
la
pérdida
y
búsqueda
de
familiares,
presos
o
torturados,
y
condiciones
económicas
extremas
de
vida.
Se
invitó
a
exponer
a
estas
sesiones
a
prominentes
dirigentes
de
comunidades
y
a
los
jefes
de
familias
de
miembros
desaparecidos,
así
como
a
académicas
feministas.
Los
testimonios
de
violencia
sexual
también
se
presentaron
en
audiencias
que
no
eran
temáticas
sino
locales.
El
testimonio
de
Gamboa
fue
el
que
tuvo
mayor
resonancia.
Georgina
Gamboa
contó
de
sus
experiencias
en
la
audiencia
pública
de
Ayacucho.51
Ella
narró
a
los
comisionados
y
a
la
audiencia,
mayormente
compuesta
por
activistas
de
derechos
humanos
y
periodistas,
cómo
vivían
ella,
sus
padres
y
ocho
retoños,
en
la
provincia
de
Vilcashuamán,
en
el
departamento
de
Ayacucho,
en
un
pueblo
que
bordea
una
hacienda.
Una
noche
de
diciembre,
en
1981,
el
pueblo
fue
sacudido
por
el
ruido
de
un
ataque
a
la
hacienda.
A
la
mañana
siguiente,
autoridades
del
distrito
llegaron
al
pueblo
a
informar
a
los
comuneros
que
el
hacendado
había
sido
asesinado.
Solicitaron
a
algunos
comuneros
que
viajaran
con
las
autoridades
a
la
capital
de
la
provincia,
a
informar
a
la
policía
lo
49
TRC,
Equipo
de
Apoyo
Metodológico,
Materiales
de
Entrevistador,
Lima,
abril
(2002),
19.
50
La
CVR
realizó
27
audiencias
públicas
en
total,
de
las
cuales
ocho
audiencias
de
casos,
siete
52
El
congresista
Javier
Diez
Canseco
y
la
organización
de
derechos
humanos
APRODEH,
revelaron
el
caso,
convirtiéndolo
en
emblemático
de
muchas
otras
víctimas-‐sobrevivientes
de
violación..
Ver
Silva
Santisteban,
El
factor
asco,
76.
53
Ver
también
Silva
Santisteban,
El
factor
asco
cap.
3;
La
CVR
afirma
que
Georgina
fue
retenida
por
más
de
cinco
años,
basándose
en
el
libro
de
Robin
Kirk
para
Human
Rights
Watch
(Untold
Terror.
Violence
against
Women
in
Peru’s
Armed
Conflict
(Human
Rights
Watch,
1992),
25.
Ni
el
testimonio
de
Georgina,
ni
las
organizaciones
de
derechos
humanos
que
la
han
apoyado
mencionan
un
periodo
de
prisión
tan
prolongado.
CVR
Report,
Vol.
VI,
Cap.
1.5,
307.
54
Rocio
Silva
Santisteban,
El
factor
asco,
Cap.
III.
55
Silva
Santisteban,
El
factor
asco,
61.
Georgina
llegó
a
los
tribunales
a
inicios
de
los
80s
y
los
perpetradores
fueron
hallados
culpables,
pero
inmediatamente
fueron
absueltos.
Gamboa,
claramente
consciente
de
sus
derechos
a
pesar
que
recibía
amenazas
de
las
fuerzas
policiales,
no
tuvo
miedo
de
hablar
claro
y
forjó
alianzas
con
la
comunidad
de
derechos
humanos.
En
su
testimonio,
después
de
contarle
a
la
audiencia
lo
que
le
había
sucedido,
como
hemos
descrito
antes,
Georgina
Gamboa
pidió
a
la
audiencia
y
a
los
peruanos
que
le
miraban
hablar
en
televisión,
que
la
ayudaran
a
encontrar
justicia
para
ella
y
para
su
hija.
Sin
embargo,
también
apeló
a
un
sufrimiento
colectivo,
consciente
que
su
caso
era
sólo
uno
entre
muchos,
cuando
dijo:
“Hay
otras
personas,
hay
otras
madres,
nunca
se
ha
puesto
denunciar,
con
miedo
estaban
animazado,
nunca
ha
hablado.
Po
eso
yo
le
doy
para
toda
la
personas
así
las
madres
que
estaba
abusada,
violada,
que
estaban
cárcel
también,
así
presa,
salieron
de
ahí,
así
criaron
sus
hijas,
sólo
con
su…”
Mientras
Georgina
se
encontraba
en
prisión,
su
padre
y
su
hermano
fueron
desaparecidos
y
asesinados,
su
madre
fue
encarcelada
y
violada,
con
otro
niño
como
resultado.
El
llamado
de
Georgina
es
emocional,
al
entremezclar
sus
palabras
con
sollozos,
y
claramente
dijo
que
apenas
podía
lidiar
con
el
sufrimiento
y
dolor,
contándole
a
la
audiencia
de
su
deseo
de
morir
durante
e
inmediatamente
después
del
abuso
y
de
sus
múltiples
intentos
de
abortar
violentamente
el
feto.
Pero
lo
resiste,
y
convierte
su
sufrimiento
en
un
testimonio
político
para
todas
aquellas
que
fueron
violadas
y
abusadas,
y
las
consecuencias
de
largo
plazo
que
esto
tiene
para
ella,
su
familia
inmediata
y
su
pueblo.
Desde
el
comienzo,
Georgina
resistió
la
individualización
de
su
sufrimiento
que
tan
a
menudo
silenciona
a
las
víctimas-‐sobrevivientes
de
la
violación,
y
ella
denuncia
la
injusticia
a
las
autoridades.
Termina
su
testimonio
público:56
Quiero
para
todos,
para
honor
de
todas
la
personas,
familiares
abusadas,
yo
pido
justicia.
Culpables
debe
pagar,
debe
reconocer
que
lo
que
ha
hecho,
lo
que
el
daño
que
nos
hecho,
tantas
personas,
tantos
campesinos,
tantos
inocentes
que
nosotros
vivíamos
tranquilamente,
nuestro
chacra,
56
La
transcripción
de
este
testimonio
puede
ser
leído
en
la
website
de
la
CVR:
http://www.cverdad.org.pe/apublicas/audiencias/trans_huamanga02e.php
.
nuestro
casas,
vivíamos
tranquilo
filiz,
qué
nos
faltaba,
ahora
que
estamos
sufriendo
en
ciudad,
escapando
y
no
tenemos
casa,
si
no
tienen
trabajo,
ni
estudio
mis
hermanos
también.
Sufrimos,
no
tenemos...
no,
no
hemos
feliz,
nada,
lo
que
hemos
pasado,
lo
que
hemos,
...
ahora
nuestro
sitio,
nuestro
pueblo
abandonado.
Todo
quimado,
casas
quimado,
no
tenemos
ni
ganado,
no
tenemos
nada
lo
que
todo
nos
quitó,
todo
lo
que
nos
dejamos
abandonando
y
estamos
para
volver
vivir
tranquila,
no
tinemos
nada.
En
este
fragmento
la
testimoniante
claramente
se
identifica
con
el
sufrimiento
de
los
campesinos
marginados,
consciente
de
que
muchos
fueron
torturados,
violados
y
asesinados
siendo
inocentes.
Ella
resume
esa
inocencia
al
referirse
a
una
vida
feliz
y
tranquila
en
la
que
no
pedían
nada.
El
sufrimiento
al
que
ella
se
refiere
no
está
limitado
a
los
hechos
del
pasado,
la
violencia
que
ella
y
otros
sufrieron,
sino
a
los
persistentes
problemas
de
desplazamiento,
desempleo
y
pobreza.
Ella
crea
“el
antes
y
el
después”
que
el
discurso
de
la
justicia
transicional
enfatiza
en
su
llamado
a
una
situación
de
conflicto
y
post-‐conflicto,
y
a
la
necesidad
de
“reparación”
de
lo
que
fue
roto.
El
llamado
a
una
vida
tranquila
pre-‐violencia,
refleja
la
necesidad
de
establecer
la
inocencia
ante
un
auditorio
que
está
ahí
para
establecer
y
reconocer
la
victimización.
Muchos
testimonios
públicos
repiten
un
discurso
de
inocencia
similar
en
tanto
la
creación
de
una
memoria
colectiva
niega
los
matices
de
gris
que
hacen
de
las
guerras
algo
tan
complejo.57
Pero
el
pedido
de
Georgina
de
una
vida
tranquila,
sin
exigencias,
pre
conflicto,
también
habla,
desde
luego,
de
la
marginación
existente,
puesto
que
el
grupo
con
el
que
se
identifica
–los
campesinos-‐
fueron
las
principales
víctimas
del
conflicto
por
su
posición
marginal
en
la
sociedad
peruana
en
un
contexto
en
el
que
tampoco
se
les
ofrecía
mucho.
Como
tal,
su
pedido
de
justicia
se
extiende
más
allá
de
las
pérdidas
debidas
a
la
guerra,
a
un
llamado
más
general
por
la
57
Kimberley
Theidon
muestra
claramente
que
la
guerra
en
los
Andes
Sur
Centrales
fue
cualquier
cosa
menos
tajantemente
definida;
su
etnografía
enfatiza
las
difíciles
opciones
que
hombres
y
mujeres
tenían
que
tomar
en
un
mundo
hostil,
y
que
los
campesinos
no
eran
víctimas
inocentes
entre
dos
fuegos;
mas
bien,
como
establece
Theidon,
ellos
fuero
n
un
“tercer
fuego”,
incluyendo
tanto
a
las
fuerzas
armadas
como
a
los
insurgentes:
Intimate
Enemies.
Violence
and
Reconciliation
in
Peru
(Philadelphia:
University
of
Pennsylvania
Press,
2013),
5.
justicia
social
y
la
inclusión.
Después
que
la
comisionada
agradece
a
Georgina
por
su
testimonio,
ella
añade
un
último
extraordinario
llamado
a
la
audiencia:
Agradecería
toda
esa
cosa
que
usted
me
han
escuchado,
es
queja
y
yo
no
sé
lo
que
habrá...
tengo
tantas
cosas
adentro,
hay
veces
uno
no
se
puede
borrar
el
dolor
ya
que
tenemos
nunca
podemos
olvidar,
todo
lo
que
nos
hemos
sufrido,
maltrato,
golpiado,
todo
a
que
nos
hecho,
no
se
puede
uno
borrar,
tenemos
sentimiento
bien
doro,
unos
vivimos
nuestro
cuerpo
sabemos,
porque
una
persona
que
no
vive
nuestro
cuerpo
no
saben,
ojalá
que
nos
escucha,
gracias,
te
agradezco.
El
continuo
sufrimiento
encarnado
en
Georgina
claramente
trasciende
su
dolor
individual,
pero
ella
no
está
convencida
que
la
gente
a
la
que
se
dirige,
y
que
sabe
que
son
compatriotas
peruanos
pero
que
considera
que
no
tienen
idea
lo
que
significa
el
sufrimiento,
le
están
prestando
atención.
Puesto
que
ella
aún
está
en
campaña
por
lograr
justicia
y
reparaciones
en
2012,
su
sospecha
puede
haber
sido
correcta.58
El
testimonio
de
Georgina
Gamboa
ha
sido,
muchas
veces,
señalado
como
un
ejemplo
del
sufrimiento
de
la
mujer
en
el
Perú
y
la
fortaleza
que
posee
para
tolerar
y
superar
el
dolor.
A
pesar
de
la
clara
declaración
de
continuo
sufrimiento
de
Georgina
y
la
imposibilidad
de
eliminar
el
dolor,
el
comisionado
responde
a
las
palabras
antes
citadas
cerrando
la
sesión
diciendo:
Gracias
Georgina.
Gracias
Giorgina,
todos
te
hemos
escuchado
y
creo
que
todo
el
país
te
va
a
tener
que
pedir
perdón,
estás
representando
lo
que
le
ha
pasado
a
muchas
otras
mujeres
en
este
país,
pero
lo
que
más
sorprende
es
cómo,
a
pesar
todo
lo
que
has
sufrido,
el
horror
que
has
vivido
nos
puedes
dar
un
ejemplo
de
que
no
pierdes
la
capacidad
de
amar
y
que
estás
demostrando
58
Las
reparaciones
colectivas
incluyeron
seguro
de
salud,
que
ella
recibía.
Sin
embargo,
si
los
59
Silva
Santisteban,
El
factor
asco,
83.
60
Elaine
Scarry,
The
Body
in
Pain
(New
York,
Oxford
University
Press,1985),
y
ver
Chris
Coulter,
Bush
Wives
and
Girl
Soldiers:
Women’s
Lives
through
War
and
Peace
in
Sierra
Leone
(Ithaca,
NY:
Cornell
University
Press,
2009)
16;
Veena
Das,
Remaking
a
World:
Violence,
Social
Suffering,
and
Recovery
(Berkeley:
University
of
California
Press,
2001);
Arthur
Kleinman,
Veena
Das,
and
Margaret
Lock,
Social
Suffering
(Berkeley:
University
of
California
Press,
1997).
señalado
que
el
silencio
puede
servir
como
un
mecanismo
de
copia;
un
silencio
que
es
una
manera
de
tratar
con,
o
incluso
comunicar,
el
trauma
y
esto
debe
ser
reconocido
y
respetado
como
tal.61
Estos
autores
–como
Fiona
Ross
o
Valentin
Daniel62
—
apuntan
en
estudios
de
casos
en
Sudáfrica
y
Sri
Lanka,
respectivamente,
al
énfasis
que
ponen
en
hablar
las
comisiones
de
la
verdad
y
judiciales,
en
convertir
en
palabras
aquello
que,
a
un
nivel
individual,
puede
ser
casi
imposible
de
transformar
en
palabras.
Ellos
concluyen
que
hay
una
disyuntiva
entre
las
expectativas
de
los
abogados
nacionales
e
internacionales
de
la
verdad
y
la
justicia,
y
las
necesidades
de
las
mujeres.
Judith
Herman
y
otros,63
sitúan
la
necesidad
de
enfrentar
en
silencio,
en
un
contexto
social
de
vergüenza,
culpa
y
estigma
social,
que
cubre
a
la
mayoría
de
las
víctimas
de
la
violencia
sexual
que,
a
su
vez,
impide
a
las
víctimas-‐
sobrevivientes
dar
un
paso
adelante
y
brindar
testimonio.
Estos
autores
explícitamente
relacionan
las
experiencias
de
violación
en
los
periodos
de
guerra
con
las
experiencias
de
violación
en
periodos
de
paz:
el
entendimiento
sociocultural
del
género
y
la
sexualidad
impone
un
marco
moral
en
el
que
las
víctimas
de
la
violación
son
percibidas
por
lo
menos
como
parcialmente
responsables
de
su
sufrimiento.
Esta
contextualización
del
silencio
puede
ser
no
sólo
una
vía
para
que
los
individuos
enfrenten
experiencias
pasadas,
sino
también
un
acto
de
mitigación
de
las
secuelas
de
dicha
violencia.
Pero
la
observación
que
el
silencio
está
relacionado
a
estructuras
sociales
que
imponen
efectivamente
este
silencio,
también
sugiere
que
hablar
sirve
a
un
propósito
político
más
amplio:
romper
el
silencio
puede
ayudar
a
quebrar
la
reprobación
de,
y
el
avergonzar
a,
las
víctimas
y
el
marco
normativo
que
lo
informa.
El
silencio
que
es
impuesto
bien
por
el
estigma
o
bien
por
no
escuchar,
ahonda
el
problema
de
la
violencia
sexual
tanto
en
periodos
de
guerra
como
en
los
de
paz,
puesto
que
afirma
la
tolerancia
a,
y
la
impunidad
de,
dicha
violencia.
Georgina
Gamboa,
así
como
otras,
decidió
no
mantenerse
en
silencio,
y
en
cambio
61
Ver,
por
ejemplo,
Veena
Das,
Life
and
Words:
Violence
and
the
Descent
into
the
Ordinary
(Berkeley:
University
of
California
Press,
2007).
62
Ross,
Bearing
Witness
;
Valentine
E.
Daniel,
Charred
Lullabies:
Chapters
in
an
Anthropography
of
Routledge
&
Kegan
Paul,
1985);
Judith
Herman,
Trauma
and
Recovery
(New
York:
Basic
Books,1997).
denunció
el
abuso.
La
CVR
le
dio
a
Georgina
una
plataforma
en
la
que
ella
podía
contar
su
historia
20
años
después
de
los
eventos
y
en
sus
propias
palabras,
y
apelar
a
la
sociedad
en
general
para
demandar
justicia
y
reparación
para
ella,
su
hija,
y
todas
aquellas
que
fueron
violadas
y
abusadas.
También
enmarcó
su
sufrimiento
en
el
contexto
político
más
amplio
y
relató
a
la
audiencia
como
su
pueblo
fue
saqueado,
como
su
padre,
su
hermano
y
su
primo
fueron
desaparecidos
y
su
madre
violada
y
golpeada.
Pero
ella
no
es
escuchada.
Guiones
de
la
violación
El
testimonio
de
Georgina
Gamboa
fue
tan
importante
porque
ella
des-‐
individualizó
sus
experiencias
y
fue
capaz
de
contar
una
historia
muy
personal
como
parte
de
un
problema
mucho
más
grande
de
sufrimiento
e
injusticia.
Fue
capaz
de
apelar
a
la
compasión
(o
a
la
indignación)
de
aquellos
preparados
para
escuchar
y
ella
enfatizó
que
su
sufrimiento
no
era
un
caso
aislado.
A
pesar
de
la
selección
de
sus
palabras
(no
se
puede
borrar),
sus
palabras
fueron
traducidas
a
la
imagen
de
una
madre
que
amaba
a
su
hija.
Por
ello,
su
propia
interpretación
de
los
eventos
de
1981-‐1982
y
de
los
20
años
que
siguieron
es
minada
por
la
falta
de
atención
que
se
presta
a
sus
palabras.
Por
medio
de
la
respuesta
pública
del
comisionado
presente
en
la
audiencia,
la
CVR
impone
una
interpretación
diferente
de
sus
palabras.
Más
adelante
exploro
más
el
argumento
de
que
aquellos
que
toman
testimonio
sobre
la
violación,
imponen
en
las
testimoniantes
ciertas
interpretaciones
de
lo
que
es
la
violencia
sexual,
redefiniendo
con
ello
las
experiencias
individuales
para
complacer
una
narrativa
pública.
De
esta
manera,
los
“guiones
de
la
violación”
son
creados
para
excluir
un
entendimiento
más
complejo
y
exacto
de
la
violencia
sexual.
La
racionalidad
de
una
comisión
de
la
verdad
es
construir
narrativas
soportables,
tolerables,
de
experiencias
colectivas.
O,
en
las
palabras
de
Theidon,
las
CVRs
buscan
“resultados
inteligibles”
que
pueden
ser
entendidos
por
audiencias
nacionales
e
internacionales.64
Una
historia
compleja
y
fragmentada
que
permite
que
64
Theidon
discute
como
la
CVR
impuso
la
idea
de
“trauma”
por
sobre
las
interpretaciones
y
teorías
existentes
de
que
las
víctimas-‐sobrevivientes
“quechuahablantes”
de
la
violencia,
tenían
que
referirse
a
las
consecuencias
físicas
y
mentales
de
sus
experiencias.
El
lenguaje
de
trauma,
establece
Theidon,
convierte
“cosas
inconcebibles”
en
entendimientos
científicos,
y
por
tanto
continúe
el
dolor
y
que
destaca
la
inconcebible
violencia
perpetrada
por
ciudadanos-‐prójimos
que
pueden
vivir
en
la
casa
vecina
no
sirve
a
los
propósitos
de
la
reconciliación,
la
memoria
colectiva
o
la
no
repetición.
Los
resultados
son
testimonios
que
empiezan
reclamando
inocencia
antes
de
narrar
la
historia
que
puede
servir
como
una
historia
colectiva.
En
Sierra
Leona,
dice
Chris
Coulter,
esta
dinámica
condujo
a
una
“narrativa
estandarizada”
de
la
violencia
–una
narrativa
de
experiencias
de
mujeres
de
violencia
sexual
que
se
ajusta
a
un
cierto
guión
en
el
que
lo
intolerable
e
incomprensible
se
vuelven
inteligibles,
fusionándose
en
la
necesidad
de
la
justicia
transicional
para
una
historia
colectiva
de
violencia.65
Las
memorias
colectivas
de
violación
tienden
a
conformar
un
guión
de
la
violación
que
sugieren
eventos
claramente
definidos
en
el
que
hay
poca
ambigüedad
sobre
el
rol
e
identidad
de
la
víctima
y
el
perpetrador.
Para
obtener
un
status-‐víctima,
una
necesita
ser
inocente,
y
a
fin
de
ser
inocente,
no
puede
existir
ambigüedad.
En
realidad,
como
con
los
guiones
de
la
violación
en
periodos
de
paz,66
las
experiencias
de
víctimas-‐sobrevivientes
individuales
no
se
ajustan
a
tales
guiones,
tal
como
hemos
visto
a
lo
largo
del
libro.
De
hecho,
la
violación
es
una
herramienta
de
humillación
y
de
“des-‐hacer”
tan
efectiva
debido
a
los
entendimientos
ambiguos
adscritos
a
la
violación
del
cuerpo
sexual.
Considerando
la
naturaleza
de
las
comisiones
de
la
verdad
y
la
imposibilidad
de
la
“objetividad”,
los
testimonios
dados
a
la
CVR
nos
cuentan
no
sólo
sobre
los
eventos
y
las
consecuencias
sociales
de
la
violación,
como
fue
analizado
en
los
capítulos
dos
y
tres,
sino
también
sobre
las
percepciones
sociales
de
dicha
violencia.
El
silencio
de
la
mayoría
de
peruanas
violadas
y
abusadas
por
soldados,
policías
o
insurgentes,
está
relacionado
a
los
entendimientos
de
la
violación
sexual
en
periodos
de
paz,
en
los
que
las
mujeres
son
casi
siempre
culpadas
por
dicho
abuso.
El
silencio,
entonces,
ayuda
a
evitar
el
estigma
social,
pero
también
la
venganza
de
los
esposos
por
las
social
y
políticamente
“autoriza
el
sufrimiento
y
el
texto”,
Kimberly
Theidon,
Intimate
Enemies.
Violence
and
Reconciliation
in
Peru
(Philadelphia:
University
of
Pennsylvania
Press,
2013),
29.
Por
supuesto,
el
lenguaje
del
trauma
también
facilita
el
lenguaje
de
la
curación.
65
Coulter,
Bush
Wives
and
Girl
Soldiers
.
66
Para
una
mirada
general
de
los
mitos
de
violación
en
periodos
de
paz,
ver:
Irina
Anderson
and
Kathy
Doherty,
Accounting
for
Rape:
Psychology,
Feminism
and
Discourse
Analysis
in
the
Study
of
Sexual
Violence
(New
York,
London:
Routledge,
2008).
inaceptables
experiencias.
Desde
luego,
como
observa
Julie
Hastings
en
relación
a
Guatemala,
si
la
violencia
sexual
es
entendida
como
un
“asunto
privado”,
no
puede
encajar
en
la
historia
colectiva
de
violencia
política
y
lucha.67
El
testimonio
de
Georgina
Gamboa
fue
tan
poderoso
porque
ella
fue
capaz
de
sobreponerse
a
las
coacciones
del
estigma
y
la
individualización.
Las
mujeres
pueden
permanecer
calladas
para
evitar
poner
en
peligro
la
narrativa
colectiva
del
sufrimiento;
Georgina
se
aseguró
que
su
historia
encajara
en
la
narrativa
general
del
sufrimiento
de
su
comunidad.
Si
la
violación
en
periodos
de
guerra
es
entendida
como
política,
el
contexto
de
guerra
y
victimización
puede
añadir
un
estigma
particular,
indeseable,
sobre
las
víctimas
de
la
violencia
y
la
tortura,
que
es
la
sugerencia
de
que
dicha
violencia
fue
perpetrada
debido
a
las
actividades
terroristas
de
la
víctima.
En
el
caso
del
Perú,
es
importante
notar
que
los
casos
que
están
siendo
investigados
por
las
ONGs
de
derechos
humanos
(que
discutimos
en
el
siguiente
capítulo),
y
aquellos
que
han
sido
dados
a
conocer
por
activistas
y
medios
de
comunicación,
comprometen
a
“víctimas-‐sobrevivientes”
inocentes
y
que
no
incluyen
a
mujeres
convictas
de
terrorismo,
a
pesar
del
alto
número
de
mujer
encarceladas
que
afirman
haber
sido
violadas.
Tal
decisión
es
seguramente
necesaria
a
fin
de
funcionar
como
una
organización
de
derechos
humanos
en
el
Perú
post-‐conflicto;68
es,
sin
embargo,
una
distinción
significativa.
Las
dinámicas
social
y
política
influyen
pues,
en
lo
que
es
aceptable
en
los
guiones
de
la
violación:
los
activistas
en
derechos
humanos
y
los
demandantes
influyen
en
los
guiones
de
la
violación
al
seleccionar
qué
casos
continuar;
la
judicatura
influye
en
los
guiones
por
medio
de
sus
juicios.
La
comisión
de
la
verdad
influyó
en
los
guiones
por
medio
de
su
mandato,
sus
definiciones
de
qué
daños
investigar,
y
a
qué
actores
concederles
una
plataforma
para
que
se
pronuncien.
El
comité
de
reparaciones
influyó
en
los
guiones
al
decidir
qué
daños
merecían
reparación
y
cuales
beneficiarios
debían
ser
reconocidos.
Todos
67
Julie
A.
Hastings,
“Silencing
State-‐Sponsored
Rape
in
and
Beyond
a
Transnational
Guatemalan
campaña
del
gobierno
para
caracterizar
a
las
ONGs
como
“terroristas”,
ver
Colleta
Youngers,
“En
Busca
de
la
verdad
y
justicia.
La
Coordinadora
Nacional
de
Derechos
Humanos
del
Perú,”en
Historizar
el
pasado
vivo
en
América
Latina
,
ed.
Anne
Perotin-‐Dumon
(2007),
http://www.historizarelpasadovivo.cl/.
Ver
también,
Jo
Marie
Burt,
Political
Violence
and
the
Authoritarian
State.
El
segundo
gobierno
de
García
(2006-‐2011)
también
trató
activamente
de
desacreditar
a
las
ONGs
como
terroristas,
especialmente
aquellas
que
apoyaban
a
las
comunidades
en
conflicto
con
empresas
mineras
y
el
estado.
estos
son
procesos
inevitables
que
necesitan
ser
reconocidos
y
que
contribuyen
a
la
construcción
de
una
narrativa
nacional
de
la
violencia.
Pero
hay
también
procesos
mucho
más
sutiles
y
menos
obvios:
un
par
de
comentarios
del
comisionado
que
presidía
la
comisión
después
de
un
testimonio
público
puede
influir
en
la
percepción
del
sufrimiento
y
la
violencia
que
la
sociedad
tiene,
y
confirmar
mayor
importancia
de
la
maternidad
sobre
el
dolor,
como
en
el
caso
de
Georgina
Gamboa;
por
otro
lado,
la
estrategia
del
entrevistador
y
las
preguntas
realizadas
pueden
influir
y
ordenar
la
memoria
de
una
mujer.
Esto
es
lo
que
le
sucedió
a
Rosalía.
En
1985
Rosalía
era
una
escolar
en
Manta,
una
comunidad
en
la
provincia
de
Huancavelica,
en
donde
se
estableció
una
base
militar
en
1984.
La
base
se
hizo
notoria
por
la
gran
cantidad
de
violaciones
y
abusos,
y
por
la
prostitución
forzada
de
las
mujeres
y
niñas
locales.
Rosalía
dio
su
testimonio
a
un
entrevistador
de
la
CVR.
Comenzó
contándole
al
entrevistador
como
un
soldado
de
la
base
militar
estuvo
siguiéndola
en
su
comunidad
durante
semanas,
cuando
regresaba
de
la
escuela,
silbándola
y
llamándola
por
su
nombre.
Rosalía
se
sintió
amenazada
y
buscó
protección
de
su
madre
y
sus
tías.
Una
noche
de
diciembre
en
1985,
cuatro
soldados
borrachos
se
metieron
a
su
casa
a
la
fuerza,
en
donde
vivía
con
su
madre.
El
jefe
del
grupo,
conocido
como
Capitán
Piraña,
le
dijo
a
su
madre
que
uno
de
los
soldados
estaba
enamorado
de
su
hija
de
15
años.
La
madre
de
Rosalía
se
resistió
y
trato
de
echar
a
los
soldados;
sin
embargo,
ellos
la
echaron
de
la
casa.
Rosalía
fue
encerrada
en
una
habitación
con
el
soldado
en
cuestión.
Trató
de
seducirla
con
promesas
de
amor
y
matrimonio,
pero
Rosalía
afirma
que
ella
no
cedió.
Finalmente,
el
soldado
le
dijo:
“Si
no
quieres
estar
conmigo
por
las
buenas,
te
mataré”.
Luego
la
violó.
La
madre
de
Rosalía
fue
a
la
base
militar
y
para
denunciar
al
soldado
a
sus
superiores.
Sin
embargo,
en
vez
de
castigar
al
soldado,
hicieron
una
oferta
de
matrimonio.
Después
que
se
hiciera
la
promesa
de
que
ella
se
casaría
con
su
violador,
se
eximió
al
soldado
de
ser
juzgado;
el
soldado
en
cuestión
retornó
a
la
casa
a
reclamar
el
cuerpo
de
ella,
pues
comúnmente
se
consideraba
que
una
esposa
–incluso
si
sólo
estaba
comprometida
a
casarse
–
tenía
que
estar
disponible
sexualmente
para
quien
sería
su
marido.
Ella
resultó
embarazada
pero,
antes
que
cumpliera
con
la
promesa
de
casarse,
el
soldado
abandonó
la
comunidad.
En
la
historia
de
Rosalía,
la
hija
que
tuvo
que
criar
sola
fue
producto
de
una
violación.
Sin
embargo,
el
entrevistador
de
la
CVR
que
tomó
el
testimonio
de
Rosalía
trata
diligentemente
de
obtener
detalles
de
ella.
Quiere
saber
cuándo
fue
su
última
menstruación
(¡17
años
antes
de
que
tuviera
lugar
la
entrevista!),
cuándo
realmente
nació
el
bebé,
y
cuándo
fue
hecha
la
promesa
de
matrimonio.
De
esta
manera,
él
concluye
que
el
bebé
de
Rosalía
no
fue
producto
de
una
violación,
sino,
mas
bien,
de
sexo
consentido.
Entrevistador:
Entonces
lo
más
probable
es
que
usted,
la
niñita
que
ha
nacido
el
18
de
octubre
sea,
haya
sido,
haya
nacido
como
producto
de
acto
sexual
que
usted
tuvieron
[sic]
con
su
esposo,
con
su
consentimiento
en
enero.
Ahí
si
daría[n]
los
nueve
meses
que
es
lo
que
normalmente
hay
en
un
proceso
de
gestación,
[¿]no
es
cierto
mamita?69
La
respuesta
de
Rosalía
no
puede
ser
diferente
a
“sí”.
Para
el
entrevistador
esto
no
es
suficiente,
pues
continúa:
Entrevistador:
Cuando
yo
le
tomé
su
declaración
temprano,
o
sea
usted
no
me
contó
lo
último.
Yo
le
dije
el
producto,
como
producto
de
la
violación
nació
su
hija
y
usted
me
dijo
sí.
Y
su
hija
no
nació
como
producto
de
la
violación
como
hemos
conversado,
sino
ha
sido
después
que
han
tenido
relaciones
con
su
consentimiento,
cuando
no
ha
habido
violencia.
Porque
violación
quiere
decir
violencia,
[¿]no
es
cierto?
Entonces
quiere
decir
no
ha
habido
violencia
para
que
nazca
la
niña,
[¿]entonces
por
qué
me
dijo
usted
que
sí
fue
producto
de
la
violencia?
Rosalía:
Pero
si
no
hubiese
[habido]
esta
violación
no
hubiese
tenido
[a]
mi
hija[,]
pues.70
69
“Mamita”,
querida
o
madrecita,
es
usado
corrientemente
como
un
término
cariñoso
pero
también
como
una
connotación
condescendiente.
70
Entrevista
a
Rosalía
(seudónimo)
CVR
Arch
Violencia
sexual
en
Huancavelica:
las
bases
71
El
código
penal
de
1991
establece
que
la
violación
de
la
libertad
sexual
constituye
un
“acto
sexual
o
similar
que
es
impuesto
con
violencia
o
severa
amenaza”.
La
ley
también
especifica
el
abuso
de
autoridad,
la
amenaza
usando
armas,
o
más
de
una
persona
involucrada
en
el
abuso.
También
incluye
a
los
representantes
del
estado
como
posibles
perpetradores.
Leído
cuidadosamente,
el
actual
código
penal
permite
un
interpretación
amplia
de
lo
que
es
la
violencia
sexual
(acto
sexual
o
similar)
pero
esto
no
se
refleja
en
la
práctica.
72
Gready,
“Introduction:
‘Responsibility
to
the
Story,’”
178.
exige
empatía,
tolerancia,
respeto
y
neutralidad
ante
el
entrevistado,
y
deben
ser
capaces
de
conseguir
una
historia
haciendo
sentirse
al
entrevistado
tan
cómodo
como
sea
posible.
La
guía
enfatiza
las
complicaciones
que
rodean
el
estigma
social,
el
miedo,
la
vergüenza
y
la
ansiedad
de
muchas
mujeres
que
pueden
haber
sufrido
la
violencia
sexual,
y
establece
una
lista
de
cosas
que
los
entrevistadores
no
deben
hacer
(como
repetir
las
preguntas).73
El
entrevistador
no
aprendió
estas
lecciones,
eso
está
claro,
bien
porque
el
entrenamiento
fue
inadecuado,
o
tal
vez
porque
el
entrevistador
no
asistió
al
entrenamiento.
Considerando
el
gran
número
de
testimonios
que
le
tocaron
a
muchos
entrevistadores
en
un
periodo
muy
breve
(18
meses),
no
debe
sorprender
que
no
todos
los
entrevistadores
fueran
buenos
en
su
labor.
Sin
embargo,
también
es
posible
que
el
entrevistador
asistió
a
los
entrenamientos
y
prestó
atención,
pero
entendió
que
su
tarea
no
era
escuchar
con
empatía
sino
que
era
encontrar
pruebas.
De
hecho,
la
guía
de
entrenamiento
también
enfatiza
que
es
tarea
del
entrevistador
identificar
y
corregir
contradicciones
en
una
historia
probando.
Además,
la
violencia
sexual
es
definida
como
un
acto
sexual
forzoso
o
un
acto
sexual
a
la
fuerza.74
Por
ello,
la
guía
de
entrenamiento
misma
parece
reflejar
la
tensión
entre
una
propuesta
judicial
y
una
propuesta
interpretativa
que
ha
quedado
en
evidencia
en
esta
entrevista
particular.
La
actitud
del
entrevistador
también
es,
sin
ninguna
duda,
influida
por
la
opinión
personal:
como
me
lo
manifestaron
los
involucrados
en
el
entrenamiento
y
sensibilización
de
los
entrevistadores
y
los
comisionados,75
no
todos
estaban
dispuestos
a
aceptar
la
idea
de
una
perspectiva
de
género,
o
a
clasificar
la
violencia
sexual
como
una
violación
separada
de
derechos
humanos.
De
nuevo,
considerando
la
enormidad
de
la
tarea,
esto
no
debe
ser
sorprendente,
pero
es
lamentable.
Las
diferentes
interpretaciones
de
los
eventos,
como
los
relató
Rosalía,
también
apuntan
(a)
a
un
problema
judicial
–
es
decir,
¿cómo
puede
lograrse
la
justicia
si
no
hay
acuerdo
sobre
los
términos
de
la
victimización?
Y
(b)
la
dificultad
en
términos
de
género:
muchas
formas
de
violencia
que
sufrieron
las
mujeres
durante
la
guerra,
incluyendo
la
violencia
sexual,
no
son
necesariamente
percibidas
como
violencia
por
aquellos
que
tienen
73
CVR,
Equipo
de
Apoyo
Metodológico,
Materiales
de
Entrevistador.
Lima,
April
2002,
15–19.
74
CVR
Equipo
de
Apoyo
Metodológico,
Materiales
de
Entrevistador.
79
Ross,
Bearing
Witness,
24.
demuestra
el
ejemplo
de
Sudáfrica.80
Sólo
la
justicia
de
los
tribunales
puede
ayudar
a
desplazar
la
atención
de
las
víctimas
a
los
perpetradores,
lo
que
es
el
tema
del
próximo
capítulo.
80
Rashida
Manjoo
afirma
que
la
CVR
de
Sudáfrica
recibió
a
un
hombre
que
solicitaba
la
amnistía
a
cambio
de
una
confesión
de
violación.
El
comité
de
Amnistía
rechazó
el
caso
pues
consideró
que
el
crimen
confesado
no
era
de
naturaleza
política.
Ver
Manjoo,
“Gender
Injustice,”
149
5:
Impunidad
Yo
no
pido
dinero,
yo
no
quiero
plata,
yo
quiero
justicia,
por
qué
yo
no
más
voy
a
llorar,
que
esos
culpables
también
lloran.
Sra.
Fernanda,
víctima-‐sobreviviente
de
violencia
sexual
en
la
base
militar
de
Cangallo,
Ayacucho,
testimonio
201508
CVR
En
abril
de
1983,
un
grupo
de
migrantes/refugiados
de
las
zonas
altas
del
Perú,
pero
que
vivían
en
Lima,
sospechaba
que
Sendero
Luminoso
había
infiltrado
el
pueblo
andino
de
donde
procedían,
una
pequeña
comunidad
agrícola
en
el
departamento
de
Ayacucho.
Para
librar
su
comunidad
de
terroristas,
estos
migrantes
retornaron
a
Ayacucho
y
advirtieron
a
los
militares
estacionados
ahí
de
lo
que
estaba
pasando.
Se
realizó
una
incursión
militar
a
la
comunidad,
las
casas
fueron
saqueadas,
y
25
hombres
fueron
torturados
y
llevados
a
la
base
militar
cercana.
Por
lo
menos
dos
hombres
fueron
ejecutados
públicamente.
Algunos
de
los
detenidos
fueron
liberados
en
los
días
siguientes,
entre
el
14
y
el
24
de
abril,
pero
la
mayoría
desapareció.
El
24
de
abril,
Sendero
Luminoso
entró
en
la
comunidad
y
mató
a
12
hombres;
la
mayoría
de
los
asesinados
eran
residentes
en
Lima
que
se
habían
quedado
tras
la
incursión
militar.
Los
militares
respondieron
inmediatamente,
y
el
mismo
día
retornaron
al
pueblo.
De
una
comunidad
vecina,
se
llevaron
a
36
hombres
y
los
torturaron.
Los
militares
arrestaron
a
ocho
de
estos
hombres,
así
como
a
nueve
mujeres
de
la
primera
comunidad.
Todos
fueron
torturados;
algunos
hombres
fueron
liberados
posteriormente,
otros
fueron
ejecutados.
Las
nueve
mujeres
y
sus
hijos
más
pequeños
fueron
llevadas
a
la
base
militar
de
Cangallo.
A
las
mujeres,
con
sus
hijos,
se
las
mantuvo
en
una
pequeña
habitación.
Fueron
violadas
por
grupos
de
militares,
y
torturadas.
Las
mujeres,
y
varios
de
los
hombres,
fueron
liberados
a
lo
largo
de
un
periodo
de
unas
tres
semanas.
En
total,
los
militares
mataron
y/o
desaparecieron
a
23
hombres
durante
este
periodo.
Los
sobrevivientes
de
estas
masacres
han
dado
su
testimonio
a
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación.
Varias
de
las
mujeres
que
fueron
capturadas
también
dieron
su
testimonio,
y
su
compromiso
es
importante
para
la
conclusión
general
a
la
que
arribó
la
CVR:
que
la
violencia
sexual
fue
usada
por
las
fuerzas
armadas
peruanas
durante
los
años
del
conflicto
para
intimidar
y
dominar
comunidades
enteras,
y
que
esta
violencia
era
parte
de
un
espectro
más
amplio
de
violaciones
de
derechos
humanos.
Beatriz,
quien
le
dijo
a
la
CVR
que
sólo
podía
“comerse
sus
lágrimas”,
así
como
Fernanda,
quien
exigió
que
los
perpetradores
también
deberían
llorar,
fueron
encarceladas
en
la
base
militar
de
Cangallo.
Pero
sus
respuestas
a
sus
experiencias
difieren:
mientras
Beatriz
vive
su
trauma
en
soledad,
“comiéndose
sus
lágrimas”,
Fernanda
exige
compartir
su
trauma
con
los
perpetradores
de
la
violencia
como
una
forma
de
justicia.
De
hecho,
de
las
nueve
mujeres
que
fueron
encarceladas
en
la
base
militar
de
Cangallo
después
de
los
eventos
de
abril
de
1983,
sólo
Fernanda
trabajó
con
organizaciones
de
derechos
humanos
a
fin
de
llevar
su
caso
a
los
tribunales.
Desgraciadamente,
no
tuvo
éxito
por
razones
que
se
exploran
más
abajo,
y
ha
retirado
su
apoyo
al
caso.1
Estos
eventos
nos
dejan
con
una
serie
de
preguntas,
algunas
de
las
cuales
analizaré
en
este
capítulo.
Estoy
interesada,
en
primer
lugar,
en
revelar
los
mecanismos
de
la
impunidad:
¿cómo
es
posible
que,
a
pesar
de
toda
la
información
de
que
disponemos
sobre
la
violación
sistemática
de
mujeres
en
bases
militares,
el
poder
judicial
no
procede
con
estos
casos?
¿Qué
tiene
que
pasar
a
fin
de
llevar
ante
los
tribunales
a
los
perpetradores
de
tal
violencia?
¿Cómo
opera
la
impunidad?
Considerando
que
tanto
las
leyes
nacionales
como
las
internacionales
proveen
las
directrices
necesarias
para
juzgar
estos
complejos
casos
de
violencia
sexual,
incluida
la
violación,
en
periodos
de
guerra,
tendríamos
que
concluir
que
los
obstáculos
observados
por
la
judicatura
son
debidos,
en
gran
medida,
a
la
ausencia
de
voluntad
para
procesar.
Esta
ausencia
de
voluntad
para
procesar
está
fuertemente
relacionada
con
entendimientos
normativos
del
significado
de
la
violencia
sexual,
y
las
percepciones
de
género,
raza
y
clase.
Me
referiré
a
estas
preguntas
más
abajo,
investigando
con
más
detalle
las
razones
por
las
que
ocho
casos
completamente
investigados,
presentados
en
la
corte,
nunca
fueron
procesados.
Antes
de
hacerlo,
sin
embargo,
me
gustaría
referirme
a
una
pregunta
más
básica
que
las
palabras
de
Fernanda
han
planteado,
que
es
acerca
del
significado
de,
y
la
necesidad
de,
la
justicia.
1
Este
caso
fue
asumido
por
la
Comisión
de
Derechos
Humanos,
COMISEDH,
en
Ayacucho.
Justicia,
silencio,
y
ser
escuchado
La
declaración
de
Fernanda,
“no
pido
dinero,
yo
no
quiero
plata”
sugiere
que
su
preocupación
más
inmediata
no
es
la
reparación
en
dinero.
Ella
dice
que
quiere
justicia
porque
“yo
no
más
voy
a
llorar,
que
esos
culpables
también
lloran.”
Su
concepción
de
justicia
parece
centrarse
en
castigar
al
perpetrador.
Ella
quiere
justicia
punitiva.
Sin
embargo,
ella
prestó
esta
declaración
a
la
CVR
en
2002.
Desde
entonces,
y
a
pesar
del
apoyo
de
la
ONG
de
derechos
humanos
COMISEDH
de
Ayacucho,
su
caso
no
ha
sido
considerado,
las
víctimas-‐
sobrevivientes
como
ella
han
dejado
de
apoyar
su
misión,
y
ella
ha
sufrido
abusos
en
su
hogar
porque
ha
hablado
públicamente
sobre
la
violencia
que
sufrió
mientras
estuvo
prisionera
en
una
base
militar.2
Ella
se
aísla
y
se
sume
en
el
silencio.
Su
demanda
de
justicia
era
no
sólo
por
los
hechos
de
1984,
sino
también
sobre
las
secuelas:
¿por
qué
debe
estar
sufriendo
día
tras
día,
ante
la
mirada
de
su
esposo,
su
familia
y
su
comunidad,
mientras
que
el
perpetrador
permanece
anónimo,
escondido,
y
no
tiene
que
compartir
su
culpa?
Parece
que
quiere
exponer
a
los
perpetradores
de
la
violación
en
periodos
de
guerra,
y
por
lo
tanto
obtener
reconocimiento
por
su
propio
sufrimiento.
Cuando
el
Estado
no
apoya
sus
demandas,
se
aparta
como
los
demás,
se
mantiene
en
silencio,
y
tal
vez,
de
ese
modo,
minimiza
las
secuelas
del
pasado.
Saber
que
los
testimonios
de
las
mujeres
son
esenciales
para
las
demandas
significa
que
necesitamos
pensar
sobre
(a)
la
necesidad
de
la
demanda
y
(b)
el
silencio
de
las
mujeres.
La
necesidad
de
fiscalizar
crímenes
contra
la
humanidad
como
parte
de
la
justicia
transicional
y
reconciliación
fue
una
de
las
más
importantes
recomendaciones
de
la
CVR
peruana.
Esta
fue
una
recomendación
que
reflejaba
la
suposición
que,
además
de
otros
mecanismos
de
justicia
transicional
tales
como
la
memoria
histórica
y
reparaciones,
la
responsabilidad
criminal
es
esencial
para
una
paz
duradera.3
Las
demandas,
entonces,
son
importantes
no
sólo
para
los
individuos
comprometidos,
sino
a
fin
de
demostrar
que
rige
la
ley
y
la
intolerancia
a
las
violaciones
de
los
derechos
humanos
en
un
orden
democrático
recién
establecido.
En
el
caso
de
la
violencia
2
De
acuerdo
a
COMISEDH.
3
Informe
CVR,
Vol.
IX,
Cap.
2.
esto
es
especialmente
importante.
Los
mensajes
de
impunidad
reverberan
en
los
hogares
y
en
las
calles,
y
sugieren
que
la
violencia
sexual
no
constituye
una
violación
de
los
derechos
humanos
y
que
no
recibirá
atención
judicial.
Un
reciente
informe
de
la
ONG
APRODEH,
sobre
su
trabajo
con
mujeres
en
la
provincia
de
Abancay,
pinta
un
cuadro
especialmente
sombrío
sobre
el
legado
en
el
periodo
de
paz
de
la
violencia
sexual
en
el
periodo
de
guerra.4
El
informe
expone
que
es
de
conocimiento
común
en
las
comunidades
campesinas
que
las
mujeres
retenidas
en
las
bases
militares,
y
luego
liberadas,
fueron
violadas;
sin
embargo,
aunque
“todos”
saben
lo
que
sucedió,
nadie
quiere
hablar
sobre
esto.
La
situación
que
estas
mujeres
enfrentan
es
muy
difícil:
cinco
de
las
seis
mujeres
con
las
que
APRODEH
trabajó,
sufrieron
regularmente
abuso
físico,
sicológico
y,
ocasionalmente,
sexual,
de
sus
esposos.
Una
de
las
mujeres,
Cecilia,
tiene
una
hija
como
resultado
de
haber
sido
violada
en
el
periodo
de
guerra;
el
esposo
le
pone
apodos
debido
a
esa
experiencia
y
es,
en
general,
abusivo:
ella,
a
su
vez,
es
agresiva
con
sus
hijos.
Como
mencioné
en
la
introducción
de
este
libro
discutiendo
el
mismo
caso,
Cecilia,
de
acuerdo
al
informe
sicológico
incluido
en
el
informe
de
APRODEH,
no
tiene
noción
de
seguridad
y
ciudadanía,
su
percepción
del
yo
está
ausente,
y
su
capacidad
de
pensar
y
actuar
es
limitada.
Esta
situación
es
el
resultado
del
trauma
que
sufrió
durante
el
periodo
de
conflicto
y
es
mantenida
por
los
continuos
abusos
que
sufre
en
el
periodo
de
paz.
La
justicia
formal
y
el
reconocimiento
de
lo
que
le
sucedió
podrían
restaurar
algún
sentido
del
yo
y
de
la
ciudadanía.
Sin
embargo,
no
es
probable
que
eso
suceda.
Los
Tribunales
Criminales
Internacionales
para
la
ex
Yugoslavia
y
Ruanda
han
cumplido
roles
importantes
al
definir
la
violencia
sexual
como
un
crimen
contra
la
humanidad,
y
al
procesar
a
los
perpetradores.
Pero
los
subsecuentes
juicios
y
tribunales
han
encontrado
múltiples
problemas.
Un
informe
comparativo
publicado
por
la
Comisión
Interamericana
de
Derechos
Humanos
concluye
que,
a
pesar
de
la
adopción
de
políticas
y
leyes
para
enfrentar
la
violencia
contra
la
mujer,
la
evidencia
muestra
que
la
respuesta
judicial
es
notablemente
deficiente,
especialmente
considerando
“la
dimensión
del
problema”
en
las
Américas.5
Por
ejemplo,
mientras
la
Corte
Interamericana
de
4
APRODEH
Carpeta
del
caso
13–2002,
43.
5
Comisión
Interamericana
de
Derechos
Humanos,
de
CIDH,
Acceso
Derechos
Humanos
ha
fallado
sobre
varios
casos,
tales
decisiones
no
han
conducido
a
demandas
domésticas,
decisiones
o
reparaciones.6
Michele
Bachelet,
directora
ejecutiva
de
UN
Women
hasta
marzo
2013,
observa
en
el
prólogo
del
informe
de
2011
Progress
of
the
World’s
Women
2011–2012:
In
Pursuit
of
Justice
que
“en
donde
las
leyes
y
los
sistemas
de
justicia
trabajan
bien,
pueden
proveer
un
mecanismo
esencial
para
que
las
mujeres
puedan
gozar
de
sus
derechos
humanos”
(p.3).
El
informe
no
sólo
continúa
esbozando
cómo
el
acceso
a
la
justicia
ha
ayudado
a
mejorar
la
vida
de
las
mujeres
en
todo
el
mundo,
sino
que
también
enfatiza
que
la
violencia
sexual
durante
un
conflicto
es,
en
parte,
posibilitado
por
la
impunidad
con
la
que
los
hombres
violan
en
periodos
de
guerra.
Si
la
impunidad
en
periodos
de
guerra
no
es
enfrentada
en
situaciones
de
post
conflicto,
se
permite
que
florezca
la
violencia
contra
la
mujer
y
los
derechos
humanos
de
la
mujer
continúan
siendo
violados
(p.84).
Los
dos
últimos
Informes
del
Desarrollo
Mundial
(2011
y
2012)7
también
subrayan
la
necesidad
de
la
rendición
de
cuentas
en
relación
a
la
violencia
doméstica
así
como
de
la
violencia
sexual
en
sociedades
transicionales
en
periodos
de
guerra.
Finalmente,
Yakin
Erturk,
Rapporteur
de
las
Naciones
Unidas
para
la
Violencia
contra
la
Mujer
hasta
2010,
concluyó,
en
relación
a
la
situación
de
la
mujer
en
la
República
Democrática
del
Congo,
que
“si
la
violencia
sexual
asociada
con
la
guerra
es
enfrentada
aisladamente,
la
discriminación
basada
en
el
género
y
la
violencia
sufrida
por
la
mujer
en
“paz”
será
groseramente
desatendida
y
la
guerra
contra
la
mujer
será
reforzada”.8
Por
lo
tanto,
la
impunidad
de
la
violencia
sexual
en
periodos
de
Guerra
está
estrechamente
asociada
con
una
alta
tolerancia
social
para
tal
tipo
de
violencia
en
periodos
de
paz.
a
la
justicia
para
las
mujeres
víctimas
de
violencia
en
las
Américas
,2007,
52.
http://www.cidh.org/women/acceso07/indiceacceso.htm
6
Caso
de
Raquel
Meijía
y
prisión
Castro,
ver
Ruth
Rubio-‐Marin
y
Clara
Sandoval,
“Engendering
the
Reparations
Jurisprudence
of
the
Inter-‐American
Courth
of
Human
Rights:
The
Promise
of
the
Cotton
Field
Judgement,”
Human
Rights
Quarterly
33
(2011):
1062–1091.
7
Ver
Sanam
Naraghi
Anderlini,
World
Development
Report
2011
(Washington,
DC:
The
World
Bank,
2011);
y
World
Bank,
Gender
Equality
and
Development,
World
Development
Report
2012,
(Washington,
DC:
World
Bank
2012).
8
Concejo
de
los
Derechos
Humanos
de
las
NNUU,
“Report
of
the
Special
Rapporteur
on
Violence
Against
Women,
Its
Causes
and
Consequences,”
Yakin
Erturk,
“Addendum—Mission
to
the
DRC,”
A/HRC/7/6/Add.4,
Summary,
www2.ohchr.org/english/issues/women/rapporteur/annual.htm
,
citado
en
Kimberly
Theidon
and
Kelly
Phenicie,
“Gender,
Conflict,
and
Peacebuilding,”
en
USIP
Peace
Briefing
(Washington,
DC:
United
States
Institute
of
Peace,
2011),
76.
El
estar
de
acuerdo
con
la
necesidad
de
procesar,
desde
una
perspectiva
de
justicia
de
derechos
humanos
y
de
género,
sin
embargo,
no
necesariamente
motiva
a
las
víctimas-‐sobrevivientes
a
dar
un
paso
adelante
y
prestar
testimonio.
Por
el
contrario,
la
persistente
impunidad
sin
duda
alguna
refuerza
el
silencio.
Varios
recientes
informes
y
estudios
confirman
la
idea
que
la
impunidad
relacionada
con
la
violencia
sexual
impide
a
las
víctimas
dar
ese
paso
adelante,
ejercer
sus
derechos,
y
combatir
efectivamente
los
marcos
culturales
que
permiten
que
persista
la
violencia
contra
la
mujer.
Judith
Zur
sostiene,
que
la
impunidad
con
la
que
el
ejército
y
las
patrullas
civiles
de
Guatemala
mataban
y
secuestraban
durante
La
Violencia
tiene
profundos
efectos
sicológicos
en
los
sobrevivientes,
puesto
que
niega
una
realidad
en
la
que
las
víctimas
pueden
ser
inocentes,
o
los
perpetradores
culpables;
la
impunidad
alienta
la
incertidumbre
y
deja
a
los
sobrevivientes
con
una
profunda
conciencia
de
su
propia
falta
de
poder.9
La
ambigüedad
de
la
culpa
y
de
la
inocencia
es
central
a
la
mayoría
de
casos
de
violencia
sexual,
como
hemos
visto
en
los
capítulos
dos
y
cuatro,
y
esto
es
así
incluso
en
la
mayoría
de
los
casos
de
violación
en
periodos
de
guerra.
La
impunidad
refuerza
estas
dudas,
así
como
el
silencio
con
el
que
las
víctimas-‐
sobrevivientes
cubren
sus
experiencias.
Como
escribe
Nicola
Henry
al
discutir
la
ley
internacional
y
la
violación
en
periodos
de
guerra,
“Una
condena
oficial
del
perpetrador
de
las
acciones
puede
disminuir
los
sentimientos
de
complicidad
y
autoinculpación.”10
Henry
continúa,
observando
que
si
las
cortes
no
toman
seriamente
a
las
víctimas-‐sobrevivientes,
es
probable
que
las
consecuencias
sean
negativas.
Por
ello,
si
la
dignidad
de
una
víctima
es
importante,
y
sus
derechos,
en
tanto
que
ciudadana,
son
tomados
seriamente,
estos
silencios
deben
ser
superados,
se
debe
eliminar
la
ambigüedad,
y
los
perpetradores
–directos
e
indirectos-‐
tiene
que
ser
expuestos.
Desde
tal
perspectiva,
la
búsqueda
de
justicia
por
Fernanda,
incluye
una
demanda
por
ser
reconocida
como
víctima
de
un
crimen
perpetrado
contra
ella,
en
tanto
que
ciudadana
del
Perú;
posiblemente,
sólo
si
tal
reconocimiento
es
concedido
–por
medio
de
la
justicia
criminal
y
de
reparaciones-‐
ella
será
capaz
de
desafiar,
efectivamente,
cualquier
forma
de
9
Judith
Zur,
“The
Psychological
Impact
of
Impunity,”
Anthropology
Today
10
(1994):
12–17.
10
Nicola
Henry,
“Witness
to
Rape:
The
Limits
and
Potential
of
International
War
Crimes
Trials
for
Victims
of
Wartime
Sexual
Violence,”
International
Journal
of
Transitional
Justice
3,
no.
1
(2009):
114–134,
121.
violencia
que
enfrente
en
el
hogar.
El
reconocimiento
formal
de
la
violencia
perpetrada
contra
mujeres
individualmente
puede
dar
legitimidad
a
una
futura
resistencia
contra
la
violencia
en
el
hogar.
A
pesar
del
silencio
que
rodea
las
experiencias
de
violencia
sexual,
la
historia
reciente
de
los
procesos
internacionales
muestran
que
la
receptividad
institucional
y
societal,
el
apoyo
sicosocial
y
la
eficiencia
judicial,
y
la
sensibilidad
para
con
aquellas
que
dan
testimonio
ayuda
notoriamente
al
proceso
de
hacerse
presente
y
buscar
la
justicia
formal.11
En
el
caso
del
conflicto
peruano,
la
mayoría
de
las
víctimas
de
violencia
sexual
eran
campesinas
de
descendencia
indígena;
mujeres
de
comunidades
indígenas
que
no
eran
apoyadas
por
ningún
sector
de
la
sociedad
“formal”,
y
que,
para
comenzar,
sólo
tenían
una
mínima
noción
de
la
ciudadanía
y
de
hacer
valer
sus
derechos.
Pascha
Bueno
Hansen
afirma
que
la
histórica
negligencia
por
parte
del
estado,
y
los
hábitos
de
las
comunidades
rurales
de
resolver
los
conflictos
sin
la
interferencia
de
la
judicatura
nacional,
torna
difícil
para
los
abogados
de
derechos
humanos
convencer
a
las
víctimas-‐sobrevivientes
y
la
comunidad
en
general
a
desafiar
con
el
sistema
nacional
de
justicia.12
Un
desafío
adicional
es
la
ausencia
de
apoyo
para,
y
el
reconocimiento
de,
las
experiencias
de
violencia
sexual
dentro
de
aquellas
comunidades
marginadas,
reforzando
el
silencio
de
las
mujeres.
Por
ello,
la
intersección
de
raza,
clase
y
género
aumenta
el
distanciamiento
de
la
justicia
de
las
mujeres
–
y
el
fracaso
del
estado
y
de
la
judicatura
en
proveer
justicia
consolida
aún
más
la
marginación
de
las
mujeres.
Bueno
Hansen
añade
que
la
desconfianza
de
las
víctimas-‐sobrevivientes
a
comprometerse
con
el
sistema
judicial
es
reforzada
“por
un
lado,
por
las
promesas
abstractas
de
justicia
y
reparaciones
y,
por
el
otro…
por
la
amenaza
del
abuso,
sancionado
por
el
estado,
y
la
impunidad”13
La
búsqueda
de
justicia
por
parte
de
Fernanda
fue
posible
debido
a
que
su
sentido
de
ciudadanía
y
su
confianza
en
el
estado
11
Ver,
especialmente,
los
casos
de
Tribunal
Internacional
Criminal
de
la
ex
Yugoslavia
(International
Criminal
Tribunal
for
the
former
Yugoslavia,
ICTY)
y
del
Tribunal
Internacional
Criminal
de
Ruanda
(International
Criminal
Tribunal
for
Rwanda,
ICTR)
debatidos
en
Inger
Skjelsbæk,
The
Political
Psychology
of
War
Rape:
Studies
from
Bosnia-‐
Herzegovina
(London:
Routledge,
2012)
y
Henry,
“Witness
to
Rape.”
12
Pasha
Bueno-‐Hansen,
“Finding
Each
Other’s
Hearts:
Intercultural
Relations
and
the
Drive
to
Prosecute
Sexual
Violence
during
the
Internal
Armed
Conflict
in
Peru,”
International
Feminist
Journal
of
Politics
12
(2010):
319–340.
13
Ibid.,
325
peruano,
como
agente
de
justicia,
no
fueron
totalmente
destruidos;
sin
embargo,
su
propio
testimonio
no
fue
suficiente
para
sustentar
un
caso
judicial.
Como
en
los
casos
de
violencia
doméstica
que
discuto
en
el
próximo
capítulo,
las
mujeres
tienden
a
retirar
su
informe
si
no
se
sienten
respaldadas
por
la
policía
y
la
judicatura
cuando
presentan
por
primera
vez
su
demanda.
Esto
también
es
cierto
en
los
casos
de
violación
en
periodos
de
guerra:
si
el
estado
y
las
instituciones
no
brindan
apoyo,
¿cómo
puede
nadie
esperar
que
las
mujeres
se
levanten,
hablen
y
perseveren
en
sus
demandas
de
justicia?
Desgraciadamente,
la
expectativa
de
que
las
mujeres
son
renuentes
a
hablar
y
dar
testimonio
alimenta
la
ausencia
de
apoyo
a
sus
casos,
y
viceversa,
creando
un
círculo
vicioso.
Por
ejemplo,
cuando
visité
las
oficinas
del
Ministerio
Publico
en
Ayacucho
en
2011,
el
fiscal
público
para
los
casos
de
violaciones
de
derechos
humanos
señaló
a
una
mujer
que
se
encontraba
en
la
sala
de
espera
y
que
iba
a
denunciar
una
violación
en
periodo
de
guerra.
Él
desestimó
su
caso
porque
“tendrá
que
dar
testimonio”,
“es
un
proceso
largo”
y
“de
todas
maneras,
no
tendrá
ninguna
prueba”.
La
respuesta
del
fiscal
revela
una
ausencia
de
confianza
en
el
valor
de
las
narrativas
de
las
mujeres
indígenas,
especialmente
de
sus
experiencias
de
violencia
sexual
y,
por
ello,
una
resistencia
a
escucharlas
y
dedicar
tiempo
a
sus
casos.
También
podría
haber
intentado
servir
al
interés
real
de
la
víctima-‐sobreviviente
–no
queriendo
hacer
que
las
mujeres
sufran
un
proceso
que
pueden
hacer
revivir
experiencias
dolorosas-‐
pero,
en
esencia,
las
mujeres
son
impedidas
de
decidir
por
sí
mismas
si
y
cuándo
quieren
hablar,
y,
al
hacerlo,
les
impiden
dar
forma
a
su
propia
historia.
La
raza,
la
clase
y
el
género,
claramente
juegan
un
rol
en
estos
casos.
La
ausencia
de
la
voz
de
las
mujeres,
y
particularmente
de
las
voces
de
las
mujeres
indígenas/rurales,
en
la
sociedad
peruana,
no
es
necesariamente
una
consecuencia
de
que
las
mujeres
no
tienen
una
voz,
sino
mas
bien
al
hecho
de
que
no
son
escuchadas.
En
tal
contexto
de
silencio
generado
por
la
naturaleza
de
la
experiencia
de
la
violación
y
reforzado
por
la
ausencia
de
una
audiencia
receptiva,
tal
vez
lo
que
debiera
sorprendernos
es
que
algunas
mujeres
exigieran
justicia.
Esto
nos
anima
a
preguntarnos
por
qué
y
cómo
lo
hicieron.
La
CVR
pudo
registrar
538
informes
de
violencia
sexual;
esto
es,
538
mujeres
dieron
testimonio
ante
la
Comisión,
o
confirmaron,
durante
entrevistas
con
investigadores
de
la
CVR,
que
habían
sufrido
violencia
sexual
durante
el
conflicto
armado
en
el
Perú.
De
estos
538
casos,
sólo
unos
pocos
casos
(16)
fueron
tomados
para
ser
investigados
por
la
comunidad
de
los
derechos
humanos;14
más
mujeres
denunciaron
casos
de
violencia
sexual
ante
las
oficinas
de
los
fiscales
provinciales
y
demandaron
judicialización
post-‐CVR,
pero
no
está
claro
cuántas
mujeres
en
total
denunciaron.
De
acuerdo
al
Instituto
de
Defensa
Legal,
el
incremento
en
informes
después
de
2003
puede
haberse
debido
a
las
expectativas,
de
una
parte
de
aquellas
que
presentaban
demandas,
de
que
recibirían
reparaciones.15
Esto
parece
haber
sido
confirmado
por
el
creciente
número
de
hombres
tanto
como
mujeres,
que
han
informado
al
Registro
Único
de
Victimas
del
Consejo
de
Reparaciones,
desde
su
creación
en
2006,
haber
sido
objeto
de
violencia
sexual.
Por
ello,
el
reconocimiento
implícito
en
la
idea
de
las
reparaciones,
así
como
la
expectativa
de
reparaciones
monetarias
concretas,
alentaron
a
las
mujeres
–y
a
algunos
hombres-‐
a
denunciar
la
violencia
de
la
que
habían
sido
objeto.
Podemos
concluir
que
el
reconocimiento
institucional
ayuda
a
las
mujeres
a
dar
un
paso
adelante
y
contar
su
historia.
En
el
caso
de
la
justicia
retributiva,
sin
embargo,
la
judicatura
no
ha
sido
receptiva
a
los
reclamos
de
las
mujeres.
IDL
informa
que
el
Ministerio
Público
en
Ayacucho,
por
ejemplo,
tenía
nueve
casos
registrados
en
2010,
que
involucraban
a
27
víctimas-‐sobrevivientes.
Los
nueve
casos
fueron
todos
presentados
después
del
2003,
y
se
encuentran
en
etapa
investigativa
preliminar
en
las
oficinas
de
los
fiscales
provinciales.
Sin
apoyo
de
las
ONGs,
observa
IDL,
es
poco
probable
que
estos
casos
sean
investigados
más.16
Los
únicos
casos
que
han
sido
investigados
seriamente
son
aquellos
que
fueron
seleccionados
por
la
comunidad
de
derechos
humanos,
que
desarrolló
una
elaborada
estrategia
que
permite
que
las
mujeres
sean
escuchadas
y
que
discutiré
más
abajo.
Buscando
justicia
Dos
de
las
más
importantes
ONGs
de
derechos
humanos
radicadas
en
Lima,
el
Instituto
de
Defensa
Legal
(IDL)
y
la
Asociación
Pro
Derechos
Humanos
14
Algunos
de
estos
casos
incluyen
más
de
una
víctimas.
15
Instituto
de
Defensa
Legal,
Protocolo
para
la
investigación
de
casos
de
violación
sexual
en
el
conflicto
armado
interno
(Lima:
Instituto
de
Defensa
Legal
(IDL),
2010),
60.
16
IDL
Protocolo
,
58.
(APRODEH),
junto
con
la
Red
para
la
Infancia
y
Familia
(RedInfa),
buscan
que
se
haga
justicia
en
casos
de
abusos
de
derechos
humanos
perpetrados
por
las
fuerzas
armadas.
Dieciséis
de
los
casos
que
conducen
involucran
la
violencia
sexual.
Varias
ONGs
pequeñas,
sobre
todo
Paz
y
Esperanza,
una
ONG
cristiana,
la
Comisión
de
Derechos
Humanos
(COMISEDH),
y
Estudio
de
la
Defensa
de
los
Derechos
de
la
Mujer
(DEMUS,
una
ONG
feminista)
también
han
trabajado
con
APRODEH
e
IDL
en
los
casos
discutidos.
La
experiencia
de
estas
organizaciones
confirma
que
hay
una
variedad
de
obstáculos
a
la
judicialización
de
los
casos
de
violencia
sexual,
como
discutimos
antes.
El
primer
obstáculo,
como
ya
he
sugerido,
es
la
dificultad
experimentada
en
la
obtención
de
testimonios.
Además
del
hecho
que
el
trauma
y
el
estigma
adscritos
a
la
violencia
sexual
hacen
difícil
que
las
víctimas-‐sobrevivientes
hablen
sobre
sus
experiencias,
hay
el
asunto
del
lenguaje
(la
mayor
parte
de
las
víctimas-‐sobrevivientes
tendrían
que
dar
testimonio
en
quechua,
en
oposición
al
lenguaje
institucional,
castellano),
los
costos
de
transporte
(muchas
de
las
víctimas
viven
en
lugares
distantes
de
donde
están
situadas
las
instituciones)
y
la
duración
de
los
procesos
judiciales,
que
supone
otros
costos,
particularmente
financieros
y
emocionales.
Estos
obstáculos
no
son
específicos
a
los
casos
de
violencia
sexual
en
periodos
de
guerra,
desde
luego.
Ellos
reflejan
problemas
muy
conocidos
de
acceso
a
la
justicia
para
las
comunidades
rurales
e
indígenas
en
general.
El
Ministerio
Público
del
Perú
post-‐conflicto
ha
fracasado
en
la
resolución
adecuada
de
estos
desafíos
básicos
de
acceso
a
la
justicia.
Otro
obstáculo
surge
del
hecho
que
para
presentar
cargos
contra
personal
militar
en
retiro,
las
mujeres
requieren
garantías
de
seguridad
puesto
que
la
continua
presencia
e
influencia
de
las
fuerzas
armadas
puede
ser
amenazadora.
Este
sentido
de
vulnerabilidad
se
complica
por
el
hecho
que
los
miembros
de
las
comunidades
y
de
las
familias,
muchas
veces
no
tienen
voluntad
de
cooperar
con
las
víctimas-‐sobrevivientes
presentando
denuncias
de
abuso
sexual
a
las
autoridades.
La
falta
de
apoyo,
desde
la
comunidad
en
general,
para
presentar
casos
de
violencia
sexual
a
la
judicatura
también
significa
que
hay
una
ausencia
de
testigos
dispuestos
a
apoyar
los
casos
de
las
mujeres,
minando
la
posibilidad
de
lograr
suficientes
pruebas
en
apoyo
de
estos
casos.17
Esto
es
lo
que
IDL
llama
“la
vergüenza
colectiva”.
Para
lidiar
con
los
variados
obstáculos
que
enfrentan
las
víctimas-‐
sobrevivientes
a
fin
de
ser
escuchadas,
las
antes
mencionadas
ONGs
despliegan
una
estrategia
psicojudicial.
Esta
estrategia
involucra
apoyo
psicológico
informado
por
género,
culturalmente
sensible,
y
con
perspectivas
de
derechos
humanos.
Una
estrategia
que
incluye
adecuado
apoyo
emocional,
acompañamiento
psico-‐jurídico,
y
trabajo
psicosocial
para
facilitar
reintegrar
a
las
víctimas-‐sobrevivientes
a
sus
comunidades
es
esencial
al
acto
“público”
de
dar
testimonio,
y
se
ha
mostrado
esencial
en
procedimientos
criminales
desarrollados
en
Bosnia
y
Ruanda.
De
acuerdo
al
los
Tribunales
Criminales
Internacionales
para
la
ex
Yugoslavia
y
Ruanda,
el
Estatuto
de
Roma
de
1988
que
estableció
el
Tribunal
Internacional
Criminal
en
2002
estipuló
la
formación
de
las
Unidades
de
Apoyo
a
las
Víctimas
y
Testigos
específicamente
para
aquellas
que
daban
testimonio
sobre
violencia
sexual.
Estas
unidades
deberían
dar
apoyo
emocional
y
acompañamiento
psico-‐jurídico,
así
como
apoyo
psicosocial,
para
ayudar
a
reintegrar
a
las
víctimas-‐sobrevivientes
en
sus
comunidades.18
RedInfa,
una
ONG
con
base
en
Lima
que
apoyaba
y
asesoraba
durante
las
investigaciones
de
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación,
también
acompañó
a
las
víctimas-‐sobrevivientes
después
de
la
CVR,
con
la
esperanza
que
las
mujeres
pudieran
expresarse
y
los
tribunales
pudieran
demandar.
Por
ello,
en
el
Perú,
el
proceso
es
conducido
por
ONGs
legales
y
psicosociales
antes
que
por
los
tribunales.
En
varios
casos
asumidos
por
APRODEH
y
el
IDL,
los
psicólogos
de
RedInfa
desempeñaron
un
rol
de
intermediario
entre
las
víctimas-‐sobrevivientes
y
sus
comunidades,
la
judicatura
y
los
abogados.
En
particular
RedInfa
aportó
un
monitoreo
continuo
a
las
víctimas-‐sobrevivientes,
administró
las
expectativas
de
la
judicialización,
e
intentó
apoyar
a
las
mujeres
durante
el
proceso
de
prestar
testimonio.
Este
apoyo,
si
así
pide,
incluye
también
la
total
confidencialidad,
lo
que,
en
ciertos
casos,
ha
significado
que
los
casos
de
las
mujeres
no
han
sido
17
IDL
Protocolo
,
76–78.
18
Fionnuala
Ní
Aoláin,
Dina
Francesca
Haynes,
and
Naomi
Cahn,
On
the
Frontlines:
Gender,
War,
and
the
Post-‐Conflict
Process
(Oxford,
New
York:
Oxford
University
Press,
2011),
159.
dados
a
conocer
a
sus
familias
y
comunidades.
En
otros,
la
estrategia
psico-‐
judicial
ha
supuesto
trabajar
con
comunidades.
Rosa
Lía
Chauca,
directora
de
RedInfa,
sostiene
que
el
apoyo
psicojudicial
tiene
por
objetivo
“re
significar
la
experiencia
vivida”
que
incluya
un
entendimiento
social
y
político
del
contexto
en
el
que
tuvieron
lugar
las
violaciones
y
remover
la
censura
y
la
culpa
sobre
las
experiencias
de
violencia
sexual.
Chauca
también
pretende
apoyar
la
“reconstrucción
del
tejido
social”
donde
sea
posible,
trabajando
con
las
mujeres
y
sus
familias
a
nivel
de
la
comunidad
por
medio
de
actividades,
tales
como
escribir
las
memorias
de
las
comunidades.19
La
necesidad
de
este
enfoque
psico-‐social
al
ayudar
a
las
mujeres
a
dar
testimonio,
y
a
fin
de
que
el
Ministerio
Público
presente
cargos,
la
enorme
carga
de
trabajo
en
el
proceso,
y
la
escasez
de
recursos
del
grupo
de
las
ONGs
con
capacidad
de
proveer
tanto
el
apoyo
legal
como
psicosocial,
explica
en
parte
el
limitado
número
de
casos
en
los
procesos
de
judicialización.
De
acuerdo
a
los
archivos
de
estas
ONGs20,
a
fines
del
2010
dieciséis
casos
(de
los
538
casos
identificados
por
la
CVR)
habían
sido
investigados
y
presentados
al
Ministerio
Público;
de
aquellos
dieciséis,
tres
fueron
aceptados
por
la
fiscalía
supraprovincial;
los
otros
trece
continúan
estando
en
investigación
preliminar
con
el
Ministerio
Público.
A
fines
de
2011,
un
caso
esperaba
el
inicio
del
juicio
en
Lima
(base
militar
de
Manta
y
Vilca,
en
Huancavelica,
aceptado
para
juico
penal
en
2009)
y
uno
en
la
Corte
Interamericana
de
Derechos
Humanos
(CIDH).
No
hay
progreso
en
los
otros
casos.
Por
ello,
a
pesar
de
la
presión
de
las
ONGs
de
derechos
humanos,
sólo
un
caso
ha
sido
aceptado
para
procesamiento
por
la
Sala
Penal,
que
concierne
los
mencionados
abusos
en
dos
bases
militares
en
la
provincia
de
Huancavelica.
Lamentablemente,
el
caso
sigue
en
etapa
de
instrucción
cinco
anos
después
del
auto
apertorio
de
2009.
Si
este
caso
llega
a
los
tribunales,
será
un
ejemplo
no
sólo
para
el
Perú,
sino
para
América
Latina
y,
desde
luego,
más
allá.
Hay
mucho
en
juego
en
este
caso.
La
práctica
de
la
impunidad
19
IDL
Protocolo
,
100.
20
Nota
de
Prensa,
Veintena
de
casos
de
violaciones
sexuales
a
mujeres
durante
el
conflicto
armado
están
paralizados
en
fiscalías
y
juzgados
de
7
regiones
del
país.
(DEMUS,
APRODEH,
IDL,
COMISEDH,
Paz
y
Esperanza,
Lima,
diciembre
12,
2010).
Trazando
el
fracaso
del
sistema
judicial
peruano
usando
casos
actuales,
explico
cómo
el
marco
legal
nacional
e
internacional
es
utilizado
en
los
casos
de
violación
relacionados
con
el
conflicto.
Al
hacerlo,
espero
resaltar
y
enfatizar
las
dimensiones
sociopolíticas
del
trabajo
de
la
judicatura.
Para
analizar
la
practica
de
la
impunidad
en
casos
de
violencia
sexual
relacionados
al
conflicto
en
el
Perú
post-‐conflicto,
he
mirado
con
mayor
detenimiento
a
ocho
casos
específicos.
Todos
estos
casos
fueron
investigados
por
ONGs
de
derechos
humanos
en
Lima;
algunos
casos
son
“viejos”,
que
fueron
presentados
a
los
abogados
de
derechos
humanos
por
los
miembros
de
las
familias
inmediatamente
después
que
tuvieron
lugar
los
hechos,
a
comienzos
de
los
80s
o
a
comienzo
de
los
90s;
otros
casos
fueron
identificados
por
las
ONGs
de
entre
los
testimonios
brindados
a
la
CVR
entre
2001
y
2003,
e
investigados
sólo
después
de
2004.
El
proceso
de
judicialización
es
como
sigue:
si
las
ONGs
logran
convencer
a
las
mujeres
que
tienen
un
caso
y
que
deben
dar
testimonio,
mayormente
por
medio
de
la
estrategia
psico-‐judicial,
y
son
capaces
de
construir
un
caso
lo
suficientemente
sólido
que
evidencia
violencia
sexual,
entonces
las
partes
presentan
el
caso
a
la
fiscalía
supra
provincial
del
Ministerio
Público.
Como
ha
observado
IDL,
sin
el
trabajo
de
estas
ONGs,
las
investigaciones
preliminares
bajo
la
supervisión
del
Ministerio
Público
tienden
a
no
llegar
a
buen
puerto.
Un
caso
bien
presentado
a
un
voluntarioso
fiscal
supra-‐provincial
debe
conducir
a
nuevas
investigaciones
forenses
antes
que
la
fiscalía
emita
cargos
contra
perpetradores
identificados
ante
la
corte;
esta
es
la
denuncia
penal,
la
acusación
criminal,
de
la
que
los
contenidos
determinará
el
proceso.
En
una
audiencia
previa
al
juicio,
los
jueces
deciden
si
el
caso
debe
ir
a
juicio;
si
la
respuesta
es
SÍ,
el
caso
es
tomado
por
el
fiscal
superior
penal,
quien
decide
si
lleva
el
caso
a
la
corte
especial
criminal
para
derechos
humanos,
o
procede
en
la
corte
penal
común.21
Como
indicamos
antes,
tras
siete
años
de
preparación
de
casos,
sólo
uno
espera
juicio.
Todos
los
demás
casos
han
sido
clausurados
por
el
Ministerio
Público
o
están
esperando
en
algún
lugar
del
escritorio
de
un
fiscal,
aún
en
la
fase
preliminar
de
investigación.
Estoy
interesada
en
los
argumentos
usados
por
la
judicatura
peruana
para
descartar
o
cerrar
casos
de
violencia
sexual
y
ver
cómo
esos
argumentos
se
21
Ver
IDEHPUCP
para
detalles
de
los
casos
propios
de
la
corte
especial:
http://idehpucp.pucp.edu.pe/index.php?option=com_content
[accessed
December
2011].
relacionan
con
la
legislación
existente.
El
resto
de
este
capítulo
está
organizado
siguiendo
la
línea
de
argumentación
de
los
argumentos
usados
para
descartar
casos
viables
para
ser
enjuiciados
públicamente.
De
los
ocho
casos
que
discutimos
aquí,
cuatro
casos
conciernen
a
mujeres
individuales
y
cuatro
casos
conciernen
a
varias
víctimas,
y
forman
parte
de
casos
más
amplios
de
flagrantes
violaciones
de
derechos
humanos
tales
como
asesinatos
extrajudiciales,
matanzas,
desapariciones
y
tortura.
Una
exhaustiva
investigación
de
los
casos
existentes
presentados
por
las
ONGs
de
derechos
humanos
al
Ministerio
Público
sugiere
que
fiscalías
no
presentan
acusaciones
en
los
casos
de
violencia
sexual
perpetrados
por
los
militares
durante
el
conflicto,
por
las
tres
razones
siguientes:
(1)
definición
del
crimen,
(2)
falta
de
pruebas,
y
(3)
ausencia
de
perpetradores.
Discutiré
estos
tres
argumentos
en
forma
separada
usando
ejemplos
de
los
ocho
casos
estudiados.
Primero,
los
fiscales
y
los
jueces
tienden
a
definir
los
casos
de
violación
como
un
crimen
común,
en
vez
de
un
crimen
contra
la
humanidad.
Definiendo
la
violación
en
periodos
de
guerra
como
un
crimen
común
descontextualiza
el
acto
de
una
situación
de
violencia
sistemática
y
terror
y
anula
los
argumentos
contextuales
que
pueden
demostrar
la
probabilidad
de
la
violencia
sexual,
tales
como
el
marco
temporal
y
el
lugar
en
los
que
los
eventos
tuvieron
lugar,
y
las
características
del
crimen.22
Definir
los
conflictos
relacionados
con
la
violencia
sexual
como
crímenes
comunes
significa
que
es
impuesto
un
estatuto
de
limitaciones
de
nueve
años,
y
los
crímenes
conllevan
sólo
una
sentencia
de
cuatro
años.
Considerando
que
la
mayoría
de
los
casos
de
violencia
sexual
documentados
por
la
CVR
están
relacionados
a
hechos
ocurridos
entre
1980
y
1995,
definir
a
los
casos
de
violencia
sexual
en
periodos
de
guerra
como
crímenes
comunes
automáticamente
mina
su
validez
judicial,
mientras
que
las
limitaciones
estatutarias
no
se
aplican
a
los
crímenes
de
guerra
y
a
crímenes
contra
la
humanidad.23
Por
ello
un
primer
paso
para
procesar
exitosamente
la
violencia
22
IDL
Protocolo,
140.
23
Ver
Kelly
Askin,
“Treatment
of
Sexual
Violence
in
Armed
Conflicts:
A
Historical
Perspective
and
the
Way
Forward,”
en
Sexual
Violence
as
an
International
Crime:
Interdisciplinary
Approaches
,
ed.
Anne-‐
Marie
de
Brouwer,
Charlotte
Ku,
Renee
Romkens
and
Larissa
van
den
Herik
(Cambridge,
Antwerp:
Insertia,
2013)
19–56,
45,
pie
de
página
145.
sexual
en
periodos
de
guerra
es
que
los
crímenes
tienen
que
ser
definidos
como
crímenes
contra
la
humanidad
de
acuerdo
a
la
ley
internacional.
La
Ley
Criminal
Internacional
se
define
en
gran
medida
por
los
casos
legales
desarrollados
por
los
Tribunales
Criminales
Internacionales
sobre
la
ex
Yugoslavia
y
sobre
Ruanda,
y
confirmada
en
el
Estatuto
de
Roma
emitido
en
1998.
El
Perú
ratificó
el
Estatuto
de
Roma
en
noviembre
de
2001,
y
se
estableció
una
comisión
técnica
parlamentaria
(Comisión
Especial
Revisora
del
Código
Penal)
en
octubre
de
2002
para
preparar
una
borrador
de
un
nuevo
Código
Criminal
que
incluyera
los
crímenes
del
Estatuto
de
Roma.
Sin
embargo,
sus
consideraciones
y
adopción
han
sido
postergadas
hasta
hoy.24
De
acuerdo
a
las
Reglas
de
Procedimiento
y
Evidencia
(2002,
Regla
69-‐71)
del
Estatuto
de
Roma,
las
fiscalías
penales
supra-‐provinciales
deberían
priorizar
la
noción
de
un
“ambiente
amenazante
y
coactivo,
particularmente
para
mujeres
considerando
el
carácter
del
conflicto,”
como
“prueba
de
los
presuntos
hechos,”
y,
si
tal
medio
ambiente
coactivo
es
probado,
las
cámaras
“deberían
considerar
comprobados
estos
presuntos
hechos.”25
Por
ello,
las
Reglas
de
Evidencia
del
Estatuto
de
Roma
indican
claramente
que
el
contexto
del
conflicto,
puesto
en
evidencia
por
una
serie
de
hechos
diferentes
de
los
hechos
alegados,
sirven
como
evidencia
convincente
de
la
violencia
sexual
si
un
testigo
da
testimonio
de
dichos
eventos.
Pero
esto
significa
que,
primero,
los
supuestos
crímenes
deben
ser
procesados
como
un
crimen
contra
la
humanidad,
basado
en
la
violación
sistemática
de
los
derechos
humanos.
El
caso
de
violencia
sexual
contra
Fernanda,
cuya
demanda
de
justicia
da
inicio
a
este
capítulo,
y
otras
ocho
mujeres,
junto
con
la
masacre
de
23
hombres
cometida
por
los
militares
en
1984,
fue
presentada
por
el
COMISEDH
al
Ministerio
Público
en
2005,
enmarcada
en
la
ley
humanitaria
internacional.
COMISEDH
consideró
que
tenía
un
caso
sólido,
pues
los
crímenes
fueron
parte
de
un,
generalizado
“ambiente
amenazante
y
coactivo,
particularmente
para
mujeres
considerando
el
carácter
del
conflicto.”
Además,
el
caso
incluyó
a
cinco
jefes
militares
identificados,
responsables
de
las
bases
militares
de
Cangallo
y
24
Ver
Coalition
for
the
International
Criminal
Court.
http://www.
iccnow.org/?mod=country&iduct=137
25
“Rules
of
Procedure
and
Evidence,”
Estatuto
de
Roma,
2002,
Regla
69–71.
Huancapí,
en
donde
las
mujeres
fueron
retenidas,
torturadas
y
violadas.26
Sin
embargo,
el
procurador
público,
quien
condujo
el
caso,
realizó
nuevas
investigaciones
y
presentó
evidencias
al
tribunal,
y
decidió
fragmentar
los
hechos
en
casos
de
violación
individual,
independientes
del
contexto,
y
separados
de
los
casos
de
desaparición
forzada
y
ejecuciones
extrajudiciales
que
formaban
parte
de
la
misma
serie
de
eventos.
Pero
las
violaciones
de
los
derechos
humanos
de
esta
naturaleza
son
difíciles
de
probar
en
casos
individuales,
puesto
que
puede
no
haber
evidencia
física,
testigos
preparados
o
capaces
de
dar
testimonio,
o
perpetradores
directos
identificados.
Como
resultado
del
temor
de
la
retribución
y
el
estigma
en
la
comunidad,
de
las
nueve
víctimas-‐sobrevivientes,
sólo
Fernanda
estuvo
dispuesta
a
dar
testimonio,
lo
que
significó
que
sólo
su
caso
podía
ser
presentado
como
violación
de
los
derechos
humanos
de
acuerdo
a
la
estrategia
del
procurador.
Sin
embargo,
como
el
caso
no
contaba
con
evidencias
como
un
caso
individual,
nunca
fue
procesado.
Igualmente,
el
caso
de
Georgina
Gamboa
fue
sacado
de
contexto
y
procesado
como
un
crimen
común.
En
este
caso,
hubo
una
sentencia,
pero
el
castigo
impuesto
fue
mínimo
comparado
con
el
crimen
-‐
y
posteriormente
fue
anulado.
Como
se
discutió
brevemente
en
el
capítulo
anterior,
tras
la
incursión
de
Sendero
Luminoso
a
la
hacienda
cercana
a
la
comunidad
en
la
que
vivían
Gamboa
y
su
familia,
ella
y
su
familia
fueron
acusados
de
terrorismo
y
encarcelados
por
la
policía
local.
Luego
de
ser
puesta
en
libertad,
nuevamente
fue
detenida,
esta
vez
por
policías
entrenados
en
contrainsurgencia,
o
sinchis,
y
llevada
violentamente
y
encarcelada
en
una
celda
pequeña,
oscura
y
subterránea,
en
la
que
los
sinchis
la
violaron
repetidamente,
mientras
pretendían
que
la
estaban
interrogando.
Se
despertó
horas
más
tarde,
golpeada,
con
sus
ojos
cerrados
debido
a
la
sangre
seca
que
cubría
su
rostro
y
su
cuerpo.
Según
el
caso
judicial
elaborado
por
COMISEDH27,
en
febrero
de
1981,
Georgina
fue
formalmente
acusada
ante
la
corte
en
Ayacucho
de
estar
involucrada
en
un
ataque
de
Sendero
Luminoso
contra
una
hacienda
cercana
a
su
pueblo.
Solicitó
y
se
le
concedió
un
examen
médico
para
demostrar
que
fue
26
COMISEDH,
Sumilla
denuncia
penal
caso
XXXX
27
COMISEDH
petición
a
la
CIDH:
Sumilla:
petición
relativa
a
la
violación
a
los
derechos
a
la
integridad
personal,
a
la
libertad
personal,
a
las
garantías
judiciales
y
a
la
protección
judicial
por
parte
del
ESTADO
PERUANO,
en
contra
de
GEORGINA
GAMBOA
GARCIA
(2008).
violada,
y
establecer
que
era
menor
y
no
debía
ser
juzgada
en
una
corte
para
adultos.
Dos
exámenes
médicos
contradictorios
concluyeron
que
no
había
pruebas
de
que
Georgina
había
sido
violada
a
pesar
de
que
ella
quedó
embarazada
mientras
se
encontraba
presa.
La
fiscalía
cerró
el
caso
en
1982,
cuando
nació
su
hija,
con
el
argumento
de
que
no
se
podía
demostrar
nada
porque
no
se
contaba
con
la
identidad
de
los
autores
de
la
violación
–
a
pesar
de
que
los
nombres
de
los
militares
que
la
detuvieron
y
la
de
los
que
eran
responsables
de
la
comisaría
eran
conocidos.
En
los
siguientes
cuatro
años
se
logró
reabrir
el
caso
en
Lima
con
la
ayuda
de
la
comunidad
de
los
derechos
humanos,
los
acusados
fueron
identificados
y
procesados,
pero
el
procurador
lo
definió
como
un
crimen
común.
Los
perpetradores
recibieron
pequeñas
multas
y
breves
sentencias
de
prisión,
que
fueron
suspendidas.
Por
entonces
Georgina
ya
había
abandonado
el
caso
para
criar
a
su
hija
en
Lima
–nunca
se
le
informó
de
la
sentencia
final.
Posteriormente
sólo
habló
ante
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
en
el
2002,
como
se
mencionó
en
el
capítulo
precedente.
El
caso
fue
reabierto
en
el
2004
con
el
apoyo
de
COMISEDH,
la
que
preparó
y
presentó
su
caso
al
Ministerio
Público
de
Ayacucho
en
el
2005
(Primera
Fiscalía
Supra
provincial
de
Ayacucho)
como
un
crimen
contra
la
humanidad
y
tortura.
Como
el
procurador
no
hizo
avanzar
el
caso,
COMISEDH
también
presentó
el
caso
a
la
Comisión
Interamericana
de
Derechos
Humanos
en
el
2007
y
en
el
2011,
donde
fue
admitido
en
julio
2014.28
Actualmente
hay
varios
casos
en
juicio
en
el
Perú
que
involucran
a
jefes
militares
que
cometieron
diversos
tipos
de
violaciones
a
los
derechos
humanos.
Uno
de
los
mayores
y
más
importantes
casos
de
violaciones
de
los
derechos
humanos
y
crímenes
contra
la
humanidad,
perpetrado
en
los
Andes
peruanos,
concierne
a
“Los
Cabitos”
la
base
militar
situada
en
Huamanga,
la
capital
del
departamento
de
Ayacucho.
En
octubre
de
1981,
el
gobierno
promulgó
un
estado
de
emergencia
en
Ayacucho,
suspendiendo
los
derechos
civiles.
El
1
de
enero
de
1983,
el
general
Roberto
Clemente
Noel
fue
nombrado
jefe
político-‐militar
del
departamento.
Estableció
su
base
en
Los
Cabitos,
los
cuarteles
contiguos
al
aeropuerto
de
Huamanga.
La
CVR
documentó
138
casos
de
tortura,
28
CIDH,
Informe
No.
61/14,
Petición
1235-‐07.
Admisibilidad.
Georgina
Gamboa
García
y
familiares.
Perú.
24
de
julio
de
2014.
desapariciones,
y
asesinatos
en
Los
Cabitos
entre
1983
y
1985,
mientras
que
el
equipo
de
exhumación
forense
ha
podido
identificar,
hasta
setiembre
2013,
los
huesos
de
109
personas.
Algunas
fuentes
sugieren
que
por
lo
menos
300
personas
fueron
asesinadas
en
Los
Cabitos
entre
1983
y
1984;29
otros
sugieren
que
puede
haber
habido
1000
asesinatos
en
un
periodo
de
7años
(1983-‐1990).30
Mientras
las
excavaciones
forenses
continúan,
es
probable
que
nunca
será
conocida
la
dimensión
real
de
los
abusos
que
ocurrieron
ahí.
Se
han
recuperado
por
los
menos
cuatro
hornos
en
los
que,
después
de
1985,
los
restos
de
los
prisioneros
eran
quemados,
haciendo
imposible
investigar
con
certeza
el
número
e
identidad
de
todos
aquellos
asesinados
en
Los
Cabitos.
Las
tres
generales
a
cargo
de
la
base,
en
diferentes
momentos,
entre
1983
y
1985,
Noel,
Adrián
Huamán
Centeno
y
Wilfredo
Mori,
han
negado
que
se
cometieran
actos
criminales;
sin
embargo,
los
testimonios
de
los
sobrevivientes
confirman
la
tortura
y
el
asesinato
sistemático
en
la
base.
Además,
un
ex
soldado
estacionado
en
la
base
de
Los
Cabitos,
y
posteriormente
participante
en
varios
de
los
más
infames
escuadrones
de
la
muerte
que
empleó
el
ejército
peruano,
Jesús
Sosa
Saavedra,
contó
su
historia
de
mercenario
pagado
por
el
estado
a
un
periodista,
Ricardo
Uceda.
Su
testimonio,
publicado
en
el
libro
Muerte
en
el
Pentagonito,
es
una
verdadera
“historia
íntima
del
asesinato”.
Este
testimonio
también
confirma
la
masiva
violación
por
bandas
de
mujeres
antes
–
o
inmediatamente
después-‐
de
ser
asesinadas.
Sosa
Saavedra
fue
interceptado
en
2008
después
de
haber
permanecido
en
la
clandestinidad,
y
se
encuentra
en
juicio
por
varios
violaciones
a
los
derechos
humanos.
En
mayo
del
2011,
se
inició
el
caso
Los
Cabitos
en
la
Corte
Suprema.
Seis
jefes
militares
enfrentaron
juicio
por
los
delitos
de
crímenes
contra
la
humanidad,
detención
arbitraria,
retención
ilegal
de
prisioneros,
lesiones,
secuestro
agravado,
humillación,
asalto
agravado
y
desaparición
forzada,
cometidos
durante
1983.31
La
violencia
sexual
y
la
violación
no
fueron
29
Ricardo
Uceda,
Muerte
en
el
pentagonito:
Cementerios
secretos
del
Ejército
Peruano
(Bogota,
fueron
recluidas
en
Los
Cabitos
y
no
salieron
nunca
más,”
La
República
abril
27,
2008.
31
Los
crímenes
cometidos
en
otros
años
serán
vistos
en
un
proceso
diferente.
Ver
Jo-‐Marie
Burt,
-‐juicio-‐los-‐cabitos&catid=76:noticias
32
Entrevista,
Gloria
Cano,
APRODEH,
Lima,
abril
2011.
33
Rosalia
Chauca,
RedInfa,
Entrevista
en
Lima
en
abril
2006.
Ver
también:
Defensoría
del
Pueblo,
Violencia
Sexual
en
el
Perú:
un
análisis
decasos
judiciales
,
Lima
(2011)
004–2011-‐
DP/ADM,
capítulo
5.
también
ha
expresado
la
idea
que
las
mujeres
indígenas
quieren
tener
sexo
con
soldados
no-‐indígenas
debido
a
su
más
alto
status.34
Como
vimos
en
los
capítulos
dos
y
tres,
este
es
un
marco
normativo
sustentado
en
el
racismo
tanto
como
en
el
sexismo,
puesto
que
las
mujeres
indígenas
son
consideradas
inferiores
y
por
lo
tanto
disponibles
para
los
soldados
mestizos.
Desde
luego,
si
importantes
sectores
de
la
judicatura
consideran
que
las
mujeres
indígenas
eran
las
culpables
de
su
propia
violación
(porque
ellas
la
provocaban
y
esos
pobres
soldados
tenían
una
necesidad),
o
no
juzgan
a
la
violación
como
violación
cuando
el
uso
de
excesiva
violencia
no
puede
ser
demostrada,
entonces
hay
muy
pocas
posibilidades
que
se
procese.
Considerando
este
ambiguo
entendimiento
de
la
coerción
y
el
consentimiento,
la
evidencia
física
de
la
lucha
y
la
resistencia
tiende
a
ser
altamente
valorada
como
evidencia
de
coerción.
Los
individuos
que
son
violados
son
alentados
a
informar
esto
inmediatamente
a
la
policía,
quienes
supuestamente
deben
asegurarse
que
se
reúna
la
evidencia
forense;
esto
es,
la
víctima
es
sometida
a
exámenes
médicos
a
fin
de
determinar
si
ha
habido
actividad
sexual
bajo
coacción.
En
los
casos
de
violencia
sexual
en
periodos
de
guerra,
operan
pocas
instituciones
que
puedan
recibir
y
examinar
a
las
víctimas
de
la
violencia,
por
lo
que
es
muy
corriente
que
no
se
pueda
recobrar
las
evidencias.
En
muchos
casos
las
únicas
instituciones
a
las
que
se
podía
denunciar
la
violencia
eran
las
de
los
perpetradores
de
tales
violencias.
Además
la
violencia
sexual
puede
tener
lugar
con
otras
formas
de
coerción,
aparte
del
uso
de
la
violencia
física.
Cecilia,
quien,
en
1989,
fue
violada
tras
ser
amenazada
de
ser
cortada
a
pedacitos
en
una
base
militar
de
Abancay,
y
luego
otra
vez
después
que
se
le
prometió
entregarle
información
sobre
su
desaparecida
hermana,
tal
vez
no
podría
cumplir
con
la
exigencia
de
indicios
físicos
de
resistencia
a
la
violación.35
Cecilia,
cuyo
calvario
es
presentado
en
la
introducción
de
este
libro,
así
como
el
de
muchas
otras
mujeres,
pueden
haberse
sometido
a
la
violencia
sexual
a
fin
de
obtener
información
sobre
sus
familiares,
a
fin
de
obtener
su
libertad;
o
a
fin
de
prevenir
la
violación
grupal
aceptando
la
violación
de
un
34
Ver
también
Carlos
Iván
Degregori,
Jos
é
López-‐Ricci,
Marfil
Francke,
et
al.
Tiempos
de
ira
y
amor:
Nuevos
actores
para
viejos
problemas
(Lima:
DESCO,
1990),
204–205.
35Ver
también
la
investigación
del
Ombudsman
sobre
los
procesos
en
periodos
de
paz
de
la
violencia
sexual:
Defensoría
del
Pueblo,
Violencia
Sexual
en
el
Perú
.
militar
de
alto
grado.
En
la
Ley
Criminal
Internacional,
estos
casos
constituyen
violación
porque
ocurren
en
un
ambiente
amenazante
en
el
que
el
consentimiento
no
puede
jugar
un
rol;
sin
embargo,
en
la
práctica
legal
peruana,
toda
sugerencia
de
consentimiento
impedirá
un
caso
criminal.
En
el
Perú,
como
tal
vez
en
la
mayoría
de
países,
la
interpretación
y
aplicación
de
la
ley
más
que
la
ley
en
sí
misma,
impide
la
justicia.
Las
Reglas
de
Procedimiento
y
Evidencia
del
Estatuto
de
Roma
no
exige
evidencia
física
de
violación
para
corroborar
el
testimonio
del
testigo.
Incluso
el
código
penal
peruano
de
1991
no
se
asienta
en
la
evidencia
física
en
caso
de
violencia
sexual,
e
incluye
“una
amenaza
o
vis
compulsiva
que
someta
la
voluntad
de
la
víctima”
como
violencia.36
El
código
penal
incluso
considera
el
abuso
de
una
posición
de
dominancia
como
agravante,
y
menciona
específicamente
como
un
elemento
agravante
la
perpetración
de
violación
por
personal
militar,
policial
y
de
seguridad
cuando
se
encuentre
en
ejercicio
de
su
función
pública.37
Por
ello,
mientras
muchos
fiscales
y
jueces
enfatizan
la
necesidad
de
la
evidencia
forense
basada
en
daño
físico
visible,
esta
no
es
un
requerimiento
de
la
ley
criminal
nacional
o
la
internacional;
mas
bien
el
hecho
que
los
casos
discutidos
involucren
a
personas
armadas
cumpliendo
funciones
públicas
debería
ser
un
elemento
agravante.
En
la
práctica,
desgraciadamente,
la
fiscalía
pública
así
como
la
judicatura
exigen
evidencia
médica
forense
en
casos
de
violencia
sexual.
Esto
lleva
situaciones
ridículas,
por
ejemplo
en
el
caso
de
MMB.38
MMB
era
una
estudiante
de
19
años
cuando
la
primera
División
de
las
Fuerzas
Militares
Especiales
la
secuestró
en
octubre
de
1992
(capturada,
con
los
ojos
vendados,
arrojada
dentro
de
un
automóvil,
conducida
a
un
destino
desconocido
y
mantenida
incomunicada
por
un
tiempo).
Fue
acusada
de
participar
en
actividades
de
Sendero
Luminoso,
torturada,
y
violada
en
grupo
durante
dos
días
después
de
su
captura.
Para
hacerle
confesar
ciertas
actividades
que
posteriormente
ella
afirmó
que
no
había
realizado,
y
para
forzarla
a
mantenerse
en
silencio
sobre
los
abusos
que
había
36
Defensoría
del
Pueblo,
Violencia
Sexual
en
el
Perú
,
cap.
3,
39
37
Ibid.,
40
38
Varios
casos
son
nombrados
por
sus
iniciales
tras
un
acuerdo,
sobre
si
revelar
la
identidad,
entre
varias
organizaciones
de
derechos
humanos
que
representaban
sus
casos
y
a
los
individuos
involucrados.
sufrido,
los
perpetradores
la
amenazaron,
así
como
a
su
familia.
MMB
hizo
lo
que
le
exigieron;
ella
confesó
y
fue
sentenciada
a
15
años
en
prisión
por
un
tribunal
de
jueces
sin
rostro
(jueces
militares
que
cubrían
sus
rostros
con
pasamontañas).
MMB
denunció
la
violación
y
su
falso
testimonio
varias
veces,
incluso
ante
un
tribunal
civil,
pero
no
lo
hizo
frente
a
la
intimidatoria
corte
de
sin
rostros
que
finalmente
la
sentenciaron.
Cuando
descubrió
que
estaba
embarazada
como
resultado
de
la
violación,
trató
de
matarse,
pero
fracasó.
Un
informe
sicológico
de
1996,
cuatro
años
después
de
los
eventos,
concluyó
que
MMB
estaba
traumatizada
y
mostró
signos
de
autoinculpación
causados
por
el
miedo,
el
trauma
y
el
abuso.39
En
1998,
MMB
fue
perdonada,
puesto
que
había
suficientes
indicios
de
que
era
inocente
y
que
había
sufrido
abusos
durante
su
detención
militar.40
MMB
dio
testimonio
público
ante
la
CVR
en
2002,
y
su
caso
fue
asumido
por
IDL
en
2003,
que
preparó
el
caso
contra
los
perpetradores
para
ser
presentados
al
fiscal
público.
Hay
informes
médicos
que
son
testimonio
del
daño
físico
y
sicológico,
hay
una
hija
nacida
en
prisión
nueve
meses
después
que
fue
secuestrada,
y
existen
los
perpetradores
identificados.
El
fiscal
público,
sin
embargo,
solicitó
nueva
evidencia
médica
y
quiso
someter
a
MMB
a
un
examen
forense,
¡11
años
después
de
los
eventos!
A
pesar
de
toda
la
evidencia,
la
fiscalía
rechazó
el
caso
como
sin
sustento
y
sólo
sometió
un
caso
por
secuestro,
pero
no
por
violación.41
Tal
caso,
posteriormente,
fue
aceptado
por
una
diferente
fiscal,
pero
aún
está
pendiente.
42
Como
revela
este
caso,
la
disponibilidad
de
evidencia
médica
forense
en
casos
de
violencia
sexual
es
interpretada
de
una
manera
extremadamente
prejuiciada:
muchos
fiscales
(y
doctores)
parecen
aceptar
sólo
el
daño
muy
severo
y
permanente
al
área
vaginal
como
evidencia
médica
de
violación.
Esto
sugiere
que
la
violación
sólo
es
violación
cuando
se
usa
una
violencia
tan
extrema
que
una
mujer
queda
física
y
permanentemente
dañada
(sin
tomar
en
39
CVR,
Audiencias
temáticas,
Audiencia
Pública
sobre
legislación
antiterrorista
y
violación
al
43
Examen
pericial
medicina
forense.
GCE,
1993
(GCE
file,
APRODEH)
44
Declaración
de
GCE,
Instituto
de
Medicina
Legal,
2004
(GCE
carpeta,
APRODEH).
de
apoyar
procedimientos
adecuados
en
nuevos
casos
judiciales.
El
informe
del
2004
incluyó
un
testimonio
detallado,
emocional,
pero
consistente
de
GCE
en
el
que
describió
la
tortura
y
la
violación
a
la
que
fue
sometida
en
1993.
Sin
embargo,
la
evaluación
del
médico
legista
no
apoyó
su
versión;
por
el
contrario,
el
informe
hacía
notar
que
GCE
“viste
ropa
acorde
a
estación
y
sexo,
cuidada
en
su
arreglo
y
aliño
personal,
usa
maquillaje
llamativa
(ojos
y
parpados
pintados),
se
expresa
con
lenguaje
fluido
y
coherente.”
El
informe
también
hace
notar
que
“su
inteligencia
se
encuentra
dentro
de
parámetros
normales
para
su
edad
y
grupo
sociocultural”,
aunque
también
fue
considerada
inmadura
e
insegura.
El
informe
considera
luego
que
su
comportamiento
durante
la
entrevista
era
manipulativo
y
que
ella
“dramatiza
los
acontecimientos,”
“pobre
contacto
visual
con
los
evaluadores,”
and
“por
momentos
actitud
altanera.”
Los
examinadores
no
encontraron
indicios
de
trauma.
Mas
bien,
la
consideraron
con
“una
personalidad
de
rasgos
histriónicos
y
disociales”.
La
evidencia
médica
de
su
daño
físico,
en
relación
al
examen
de
1993
que
observo
lesiones
en
la
cara,
brazos,
y
piernas,
fue
considerado
como
“no
relacionados
a
los
maltratos
que
la
acusada
habría
sufrido,”
y
por
tanto
inválido
como
evidencia
de
dicho
maltrato.45
El
siguiente
juicio
tuvo
efectos
desastrosos:
mientras
GCE
y
sus
abogados
demandaron
su
liberación
y
reparaciones
civiles
por
la
tortura
y
el
abuso
que
sufrió,
por
medio
de
un
habeas
corpus,
los
jueces
mas
bien
incrementaron
su
castigo
de
15
años
en
prisión
(empezando
en
1993)
a
25
años.
El
Tribunal
Constitucional
confirmó
la
sentencia
dictada
por
la
Sala
Penal
Nacional
en
2005
después
de
la
presentación
de
una
queja
y
la
solicitud
de
revocación
en
el
2007.46
La
sentencia
fue
apoyada
por
varios
informes
sicológicos
que
confirmaron
que
GCE
era
histriónica
y
manipuladora.
Después
de
esta
debacle,
APRODEH
presentó
el
caso
ante
la
Comisión
Interamericana
de
Derechos
Humanos
en
Washington
D.C.,
en
donde
fue
discutida
en
el
2008.
También
se
sometieron
dos
informes
independientes:
uno
de
un
experto
legal
independiente,
quien
tenía
conocimiento
del
contexto
histórico
de
estos
abusos
de
derechos
humanos;
y
el
otro
de
un
sicólogo
independiente
afilado
al
estado.
Ambos
confirmaron
la
exactitud
del
testimonio
45Informe
médico
siquiátrico,
2004,
Instituto
de
Medicina
Legal
(GCE
carpeta,
APRODEH).
46
Sentencia
del
Tribunal
Penal.
EXP.
N.
º
02348–2006-‐HC/TC
de
GCE;
el
informe
sicológico
estableció
que
el
comportamiento
errático
en
las
entrevistas
era
un
“impulso
de
sobrevivencia”
que
es
generalmente
considerado
como
una
respuesta
normal
después
de
haber
sufrido
un
trauma
sostenido.
El
sicológo
halló
claras
evidencias
de
trauma
con
efecto
en
una
depresión
de
largo
plazo.
Por
ello,
si
bien
el
sicólogo
también
notó
que
la
narrativa
de
GCE
es
algunas
veces
emocionalmente
inestable,
esto
fue
considerado
como
algo
que
debía
esperarse
considerando
los
eventos
revividos
al
contarlos.
Además,
ambos
informes
del
2008
invalidaron
los
informes
de
1993
puesto
que
no
habían
sido
firmados
–y
por
tanto
la
pericia
no
puede
ser
confirmada.47
Puesto
que
el
estado
peruano
rechazó
un
acuerdo
con
la
CIDH,
el
caso
fue
aceptado
para
juicio
por
la
Corte
Interamericana
de
Derechos
Humanos
en
Costa
Rica
en
el
2011.
El
tercero,
de
los
principales
argumentos,
usados
por
la
judicatura
peruana
para
descartar
los
casos
de
violencia
sexual
relacionados
al
conflicto,
concierne
la
identificación
de
los
perpetradores.
Muchos
casos
de
violencia
sexual
tienen
múltiples
perpetradores;
como
hemos
visto
en
los
capítulos
dos
y
tres,
hay
evidencia
que
las
tropas
violaron
grupalmente
a
mujeres
y
niñas
durante
el
conflicto
armado.
Hasta
1997,
la
ley
peruana
estipulaba
que
los
violadores
podían
casarse
con
su
víctima
–supuestamente
en
forma
voluntaria.
Esto
eliminaría
la
ofensa
criminal
y
restauraría
el
honor
de
la
mujer
para
salvar
el
honor
de
la
familia.
Esto
también
era
permitido
cuando
la
violación
era
grupal:
si
uno
de
los
perpetradores
se
casaba
con
la
víctima,
todos
los
perpetradores
podían
escapar
a
juicio.
Esta
ley
del
periodo
de
paz
algunas
veces
fue
usada
durante
la
guerra;
varios
casos
registrados
por
la
CVR
muestran
cómo
los
padres
de
jóvenes
violadas
buscaban
un
acuerdo
de
matrimonio
con
el
soldado-‐violador,
tal
vez
para
restaurar
el
honor,
y
tal
vez
también
para
prevenir
una
mayor
exposición
a
la
violación
por
parte
de
otros
soldados.
Como
se
ha
visto
en
muchas
situaciones
de
guerra,
comprar
la
protección
de
un
(alto)
oficial
contra
la
violación
grupal,
a
cambio
de
sexo,
era
común.
Prometer
casarse
con
un
violador
puede
haber
sido
parte
de
esa
estrategia.48
Pero
desde
el
punto
de
vista
de
la
ley,
47
Examen
psicológico,
2008,
e
Informe
pericial
legal,
2008
(GCE
carpeta,
APRODEH).
48
Jelke
Boesten,
2014.
De
violador
a
marido:
La
domesticacion
de
los
crimenes
de
Guerra
en
el
Peru.
En:
Francesca
Denegri
y
Alexandra
Hibbett,
eds.
Dando
cuenta:
los
testimonios
de
la
violencia
política
en
el
Perú
(1980-‐2000).
Lima,
Fondo
Editorial
de
la
Pontificia
Universidad
Católica
del
Perú.
esto
puede
ser
considerado
como
una
regulación
de
la
violencia
contra
la
mujer
y,
post-‐conflicto,
como
el
mal
uso
de
una
ley
sexista
para
normalizar
crímenes
de
guerra
sistemáticos
–
y
por
tanto
crímenes
contra
la
humanidad.
Considerando
el
hecho
que
estas
prácticas
deben
haber
dejado
informes
escritos
con
los
nombres
de
las
víctimas,
violadores
y
superiores,
está
claro
que
los
perpetradores
pueden
ser
identificados,
y
juzgados
por
crímenes
contra
la
humanidad
de
acuerdo
a
la
ley
internacional.
Sin
embargo,
hasta
la
fecha,
ni
abogados
ni
fiscales
comprometidos
en
casos
de
post-‐conflicto
han
considerado
asumir
estos
casos.
Otro
problema
es
la
identificación
de
los
perpetradores
individuales:
ha
sido
común
que
los
soldados
peruanos
no
sólo
usen
pasamontañas,
sino
que
también
tengan
nombres
en
clave.
Como
tales,
hay
muchos
certificados
de
nacimiento
que
identifican
al
padre
como
“Pedro
Militar”
o
“Señor
Capitán”.
Tales
documentos
pueden,
desde
luego,
ser
usados
como
evidencia
de
violación.
Sin
embargo,
las
cortes
afirman
que
no
pueden
identificar
a
estos
soldados,
incluso
si
las
víctimas-‐sobrevivientes
pueden
describir
a
la
persona
en
cuestión
y
recordar
su
sobrenombre.
Otros
testimonios
permiten
desenmarañar
cuáles
sobrenombres
fueron
usados
en
una
base
particular
en
un
determinado
momento,
y
las
estructuras
de
comando
deben
ser
fáciles
de
reconocer.
Con
voluntad
política
y
acceso
a
los
archivos
militares
(que
nos
informarán
quién
sirvió
en
qué
base
militar
bajo
qué
comando
en
un
determinado
periodo),
estos
soldados
pueden
ser
fácilmente
ubicados.
El
Ministerio
de
Defensa
bloquea
activamente
el
acceso
a
esta
información,
y
los
archivos
militares
se
mantienen
cerrados.
Una
ONG
de
Ayacucho
que
intentó
acceder
a
esta
información
recibió
una
carta
del
Ministerio
de
Defensa
en
la
cual
admitía
haber
destruido
los
documentos
relevantes.49
IDL
observa
cómo
las
políticas
de
destrucción
de
documentos
del
ministerio
es
mucho
más
que
sólo
una
mala
práctica.
Es
“una
estrategia
para
obstaculizar
y
evitar
que
las
investigaciones
judiciales
prosperen,
contribuyendo
a
generar
la
impunidad
en
graves
crímenes
contra
los
derechos
humanos.”50
Asimismo,
de
acuerdo
a
los
archivos
de
la
abogada
de
derechos
humanos,
Gloria
Cano,
el
Ministerio
Público
en
Ayacucho
cerró
por
lo
menos
100
casos
de
49
Paz
y
Esperanza,
Huamanga,
Abril
2011.
He
visto
una
copia
de
la
carta
en
cuestión.
50
Ver
IDL
Protocolo
,
83.
violencia
sexual
entre
2008
y
2010,
porque
afirmaba
que
no
contaban
con
los
nombres
de
los
perpetradores
individuales.
Cuando
Cano
le
preguntó
sobre
el
tema
al
fiscal
para
derechos
humanos
en
Ayacucho,
fue
alentada
a
preguntar
a
autoridades
de
mayor
nivel
en
la
cadena
de
mando.
Sin
embargo,
es
la
labor
del
fiscal
presionar
al
Ministerio
de
Defensa
a
fin
de
que
abra
los
archivos
militares.51
Considerando
que
se
había
cometido
ofensas
criminales,
graves
violaciones
de
los
derechos
humanos
y,
según
el
estatuto
de
Roma,
crímenes
contra
la
humanidad,
es
de
esperar
que
un
juez
independiente
ponga
presión
sobre
los
dirigentes
políticos
para
imponer
el
acceso
a
los
archivos
militares,
y,
si
estos
realmente
han
sido
destruidos,
crear
un
escándalo.
El
rechazo
a
conceder
el
acceso
a
los
archivos
existentes
debe
ser
desafiado
por
la
ley,
según
IDL,
pues
el
Ministerio
de
Defensa
puede
ser
acusado
de
“resistencia
a
la
autoridad”.52
Sin
embargo,
está
claro
que
esto
no
sucede;
en
cambio,
los
fiscales
dan
por
hecho
que
no
hay
perpetradores.
Por
supuesto,
la
presión
sobre
los
fiscales
para
seguir
la
línea
que
traza
la
política
del
gobierno
es
muy
fuerte,
como
confirmó
en
2005
el
caso
de
la
fiscal
de
derechos
humanos
de
Ayacucho,
Cristina
Olazábal,
cuando
fue
amenazada
y
degradada
después
de
llamar
a
la
corte
al
entonces
candidato
presidencial
Alan
García,
por
las
violaciones
a
los
derechos
humanos
cometidas
durante
su
primer
gobierno
(1985-‐1990).53
La
ausencia
de
cooperación
por
parte
del
Ministerio
de
Defensa
sugiere
que
las
consideraciones
políticas
intervinieron
y
obstruyeron
la
resolución
de
los
casos
de
violaciones
de
los
derechos
humanos.
Los
dirigentes
políticos
y
militares
ciertamente
parecen
trabajar
juntos
para
impedir
que
los
casos
de
derechos
humanos
lleguen
a
las
cortes.
Durante
su
presidencia
(2006-‐2011)
Alan
García
intentó
hacer
aprobar
una
ley
de
amnistía
para
el
personal
militar,
pero
tuvo
que
retirar
su
propuesta
ante
la
protesta
pública.
Asimismo,
en
los
primeros
meses
de
su
gobierno,
el
presidente
Ollanta
Humala
(desde
2011)
propuso
un
punto
final,
esto
es,
el
abandono
de
todos
los
casos
de
violación
de
los
derechos
humanos
que
involucren
al
personal
militar.
Pero
se
supone
que
el
poder
judicial
es
independiente,
y
ha
demostrado
su
independencia
y
eficiencia
51
Ver
Gloria
Cano,
Lima,
abril
2011.
52
IDL
Protocolo
,
128
53
Ver
http://www.aprodeh.info/index.php?option=com_content&view=ar
t
icle&id=370:colegio
-‐abogados-‐olazabal&catid=35:noticias&Itemid=41
al
enjuiciar
al
ex
presidente
Fujimori,
y
al
jefe
del
servicio
secreto
Montesinos.
Jo-‐
Marie
Burt
sostiene
que
el
exitoso
juicio
de
Fujimori
fue
debido
a
una
ventana
de
oportunidad
en
la
que
un
tribunal
independiente
contó
con
los
recursos
y
la
libertad
para
actuar
ejemplarmente.54
Aparte
de
estos
casos
notorios,
los
casos
de
derechos
humanos
que
comprometen
a
militares
avanzan
con
suma
lentitud.
Los
cálculos
estadísticos
basados
en
los
juicios
en
2005
y
2012
muestran
que
en
la
mayoría
de
los
casos
que
llegan
a
la
Sala
Penal
Nacional,
la
corte
especializada
creada
para
tratar
los
casos
de
derechos
humanos,
una
mayoría
de
acusados
fueron
perdonados
y
sólo
una
minoría
fueron
realmente
sentenciados.55
La
influencia
política
ejercida
sobre
la
corte
en
un
caso
particular
en
el
2013,
registrada
y
transmitida
vía
los
medios
sociales,
provocó
una
intensa
protesta
de
la
comunidad
de
los
derechos
humanos,
y
mina
aún
más
la
idea
de
una
judicatura
independiente.56
Así,
mientras
que
la
judicatura
parece
ser
independiente
y
ha
probado
serlo
en
algunos
casos
significativos,
su
independencia
también
está
comprometida
en
los
más
altos
niveles.
Como
hemos
mencionado
antes,
el
caso
de
las
violaciones
en
Manta
y
Vilca
fue
aceptada
por
la
Sala
Penal
Supra
provincial
gracias
al
esfuerzo
conjunto
de
ONGs
y
víctimas-‐sobrevivientes.
Este
caso
compromete
a
dos
bases
militares
establecidas
en
las
alturas
de
la
provincia
de
Huancavelica,
entre
1984
y
1995,
en
comunidades
vecinas.
Los
militares
de
estas
bases
fueron
acusados
de
crímenes
sistemáticos
de
violencia
sexual
contra
la
población,
así
como
de
otras
brutales
violaciones
de
derechos
humanos.
Muchas
mujeres
fueron
violadas,
en
las
bases,
en
sus
casas
y
en
espacios
públicos.
Los
numerosos
niños
nacidos
producto
de
las
violaciones
han
sido
registrados
como
hijos
de
militares.57
El
caso
es
relativamente
claro:
hay
abundante
evidencia
de
casos
individuales
y
el
contexto
54
Jo-‐Marie
Burt,
“The
paradoxes
of
Post-‐Conflict
Justice
Efforts:
The
Derechos
Humanos.
http://rightsperu.net/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=40&Ite
mid=58
56
El
caso
Chavín
de
Huántar
corresponde
a
una
operación
militar
dirigida
por
los
más
altos
niveles
militares
y
de
gobierno
para
liberar
rehenes
de
los
insurgentes
del
MRTA
en
la
embajada
de
Japón.
Todos
los
insurgentes
fueron
muertos
en
la
operación,
y
la
evidencia
muestra
que
algunos
fueron
ejecutados,
y
no
muertos
en
combate.
Grabaciones
del
2013,
cuando
el
caso
fue
llevado
a
juicio,
evidencia
que
el
juez
desestimó
el
caso
debido
a
la
presión
gubernamental.
58
Juan
Pablo
Pérez-‐León
Acevedo,
Caso
Manta
y
Vilca:
Informe
sobre
el
auto
de
apertura
de
instrucción
dictado
en
el
proceso
judicial
por
violencia
sexual
contra
mujeres
en
conflicto
armado,
seguido
actualmente
ante
la
justicia
peruana,
(Lima:
Comisión
Nacional
de
Derechos
Humanos,
2009),
3–38.
59
Ver
Paula
Escribens,
Afectación
del
Proyecto
de
Vida
de
Mujeres
Víctimas
de
Violencia
Sexual
durante
el
Conflicto
Armado
Interno
(Lima:
DEMUS,
2011);
Escribens,
2012,
Milagros
y
violencia
del
conflicto
armado
interno.
Embarazo
forzado
(Lima:
DEMUS,
2012);
Escribens,
Diana
Portal,
Silvia
Ruiz,
y
Tesania
Velazques,
Reconociendo
otros
saberes.
Salud
mental
comunitaria,
justicia
y
Reparación
(Lima:
Editorial
Linea
Andina
SAC,
2008).
humanos
perpetrados
por
los
militares,
el
segundo
y
más
importante
impedimento
para
procesar
está
evidentemente
relacionado
a
los
marcos
normativos
de
los
periodos
de
paz
en
relación
al
género,
la
violencia
y
la
(racializada)
sexualidad.
Mientras
que
las
especificidades
del
caso
peruano
deben
ser
contextualizadas,
la
manera
en
que
los
marcos
normativos
de
género
se
infiltran
en
los
procesos
judiciales
no
es
única
al
Perú.
Académicas
feministas
argumentan
que
la
impunidad
en
relación
a
la
violencia
sexual
está
generalmente
anclada
en
marcos
normativos
de
género.
En
su
informe
comparativo
sobre
las
tasas
de
convicción
contemporáneas,
Liz
Kelly
declara:
El
que
sucesivas
reformas
legales
y
de
procedimiento
hayan
fracasado
en
aumentar
la
proporción
de
casos
que
dan
lugar
a
procesos
y/o
condena
[en
toda
Europa]
sugiere
que
procesos
sociales
y
culturales
más
profundos
conducen
cómo
el
sistema
judicial
responde
a
los
informes
de
violación.
Uno
de
los
factores
es
la
persistencia
de
una
cultura
de
escepticismo
entre
los
policías
en
relación
a
las
denuncias
de
las
mujeres
de
haber
sido
violadas.
Mientras
aquellos
que
implementan
las
leyes
retengan
entendimientos
superados
de
la
violación,
la
masculinidad,
la
femineidad
y
la
sexualidad,
los
casos
continuarán
siendo
conducidos
de
la
misma
manera,
al
margen
de
las
reformas
legales,
puesto
que
el
personal
de
la
justicia
criminal
goza
de
la
discreción
de
decidir
si
la
evidencia
es
suficiente
para
acusar,
continuar
procesos
y
condenar
acusados.
La
idea
que
la
violación
es
primariamente
un
crimen
entre
extraños
en
el
que
se
usa
una
fuerza
dañosa
para
lograr
la
sumisión
de
una
víctima
resistente,
persiste.60
Kelly
concluye
en
su
estudio
que,
tras
los
cambios
sustanciales
en
la
ley,
en
las
reglas
relacionadas
con
las
pruebas,
e
incluso
en
los
procedimientos
policiales,
todos
promovidos
por
feministas
en
los
1970s
y
1980s,
las
tasas
de
convicción
de
violaciones
denunciadas
han
caído
en
vez
de
aumentar.
Esto
es
debido,
en
60
Liz
Kelly,
“Contradictions
and
Paradoxes:
International
Patterns
of,
and
Responses
to,
Reported
Rape
Cases”
in
Sex
as
Crime
,
ed.
Gayle
Letherby,
Kate
Williams,
Philip
Birch,
and
Maureen
Cain
(Portland:
Willan,
2008),
253–279.
La
disminución
de
tasas
de
convicción
en
Inglaterra
y
Gales
durante
los
1990s
es
confirmada
por
el
estudio
por
Kathleen
Daly
and
Brigitte
Bouhours,
“Rape
and
Attrition
in
the
Legal
Process:
A
Comparative
Analysis
of
Five
Countries,”
Crime
and
Justice
39
(2010):
565–643.
gran
medida,
a
que
el
marco
normativo
con
el
que
los
profesionales,
especialmente
la
policía,
establece
los
casos
no
han
cambiado.61
Las
tasas
de
convicción
en
Europa
no
se
comparan
con
la
impunidad
en
el
Perú
del
post-‐conflicto.
Los
casos
de
impunidad
más
comparables
en
relación
a
la
violencia
contra
la
mujer
serían
tal
vez
los
de
México,
Guatemala
y
la
RDC,
que
revelan,
todos,
altas
incidencias
de
violencia
sexual
relacionadas
a
un
conflicto,
y
la
ausencia
de
responsables
por
dichos
crímenes.62
En
los
casos
de
impunidad
que
rodean
la
violencia
sexual
y
el
asesinato,
o
feminicidios,
en
las
ciudades
fronterizas
del
Norte
de
México,
un
marco
normativo
sexista
va
de
la
mano
con
altos
niveles
de
corrupción,
una
economía
informal
criminal
que
alimenta
una
economía
neoliberal
de
frontera,
y
mano
de
obra
femenina
“barata”.63
En
Guatemala,
la
impunidad
en
relación
a
la
violencia
sexual
de
periodos
de
guerra
es
parte
del
continuado
poder
de
los
militares
y
la
generalizada
impunidad
de
las
atrocidades
masivas
durante
la
guerra
civil.
Los
feminicidios
contemporáneos
de
periodos
de
paz
están
relacionados,
de
acuerdo
a
Victoria
Sanford,
a
la
existencia
de
poderes
paralelos
(criminales)
que
“poseen
el
recurso
a
la
violencia
que
incrementa
su
poder”,
que
actúa
con
impunidad
pues
el
estado
tiene
una
participación
en
la
limpieza
social
que
resulta
de
la
violencia
criminal
urbana.64
La
naturaleza
de
género
y
sexual
de
los
crímenes
contra
la
mujer
en
periodos
de
paz
y
de
guerra
en
Guatemala,
son
ignorados
por
el
estado
y
las
instituciones
debido
a
un
marco
normativo
sexista.
Tanto
México
como
Guatemala
son
nominalmente
estados
democráticos
con
marcos
estatutarios
que
criminalizan
la
violencia
contra
la
mujer
y
la
violencia
sexual.
Sin
embargo,
la
violencia
contra
la
mujer
es
muy
alta
y
la
impunidad
le
permite
persistir,
o
incluso
aumentar.
En
estados
más
frágiles
con
un
historial
reciente
de,
o
continuado,
conflicto
político
y
generalizada
violencia
sexual,
tales
como
la
República
Democrática
del
Congo
y
la
República
Centroafricana,
la
impunidad
61Ibid.
62
Los
altos
niveles
de
violencia
criminal
y
las
represalias
por
parte
de
las
fuerzas
armadas,
y
los
muy
altos
niveles
de
violencia
sexual
y
asesinatos
de
mujeres
jóvenes
desde
hace
varias
décadas,
sugieren
que
México
está
en
un
estado
de
conflicto;
sin
embargo
la
naturaleza
del
conflicto
está
por
definir.
63
Rosa-‐Linda
Fregoso
and
Cynthia
Bejarano,
eds.,
Terrorizing
Women.
Feminicide
in
the
for
War
and
Peace
Reporting,”
ACR
no.
289
(Institute
for
War
and
Peace
Reporting,
2011)
http://
iwpr.net/report-‐news/efforts-‐strengthen-‐drc-‐judiciary-‐floundering
(acceso
febrero
27,
2012)
violencia
sea
posible.
Tal
como
los
militares,
la
mayoría
de
fiscales
y
jueces
en
el
Ministerio
Público
y
la
judicatura
adhieren
a
estereotipos
racializados
y
de
género
particulares
y
creencias
que
muchas
veces
menosprecian,
o
descartan
sin
apelación,
que
las
traumáticas
experiencias
de
violencia
sexual
sufridas
por
mujeres
merezcan
ser
objeto
de
consideración
judicial
o
de
reparación
judicial.
Recientemente,
bajo
presión
de
la
Comisión
Interamericana
de
Derechos
Humanos,
el
gobierno
peruano
finalmente
firmó
un
acuerdo
que
lo
compromete
a
dar
entrenamiento
a
los
jueces
en
temas
de
género.66
Si
bien
esta
es
una
excelente
iniciativa
que
reconoce
la
responsabilidad
del
estado
de
proveer
justicia
de
manera
igualitaria,
es
tardía,
parcial
y
poco
probable
que
tenga
efecto
inmediato.
Mas
bien,
el
acuerdo
muestra
que
hay
mucho
por
hacer
antes
que
la
judicatura
peruana
sea
capaz
de
tratar
seriamente
los
casos
de
violencia
sexual.
66
WarmiPeru,
Revista
DEMUS,
Representantes
de
Estado
peruano
y
peticionarias
de
caso
MM
en
6:
La
violencia
en
periodos
de
paz
Los
extremos
de
la
violencia
de
género
en
periodos
de
guerra
son
claros;
la
crueldad,
niveles
y
la
escala
de
la
violencia
que
envolvió
al
Perú
en
los
1980s
y
1990s
son
diferentes
de
una
violencia
más
estructural
en
periodos
de
paz.
El
conflicto
violento
es
una
ruptura
de
la
vida
cotidiana
en
este
sentido:
en
periodos
de
paz,
quizas
pocas
personas
son
asesinadas,
torturadas
y
desaparecidas;
pocas
mujeres
son
violadas
por
grupos,
bajo
severa
tensión
y
sometidas
a
otras
formas
de
abuso
y
tortura.1
Es
importante
destacar
la
naturaleza
extrema
de
la
violencia
en
los
periodos
de
Guerra
para
reconocer
el
sufrimiento
de
aquellos
que
fueron
sometidos
a
ésta,
y
que
aún
sufren
las
consecuencias;
que
esperan
por
una
justicia
formal,
una
reparación,
o
reconocimiento;
o
que
sufren
en
silencio.
Pero
también
es
importante
subrayar
el
extremismo
de
la
violencia
en
los
periodos
de
guerra
a
fin
de
ser
capaz
de
iluminar
los
paralelos
entre
la
violencia
del
periodo
de
guerra
y
la
del
periodo
de
paz,
a
fin
de
entender
por
qué
podríamos
tener
que
hablar
sobre
un
continuum
de
violencia.
La
violencia
sexual
no
es
“sólo”
un
problema
de
actores
armados
y
situaciones
de
guerra,
ni
es
una
aberración:
los
actos
de
violencia
sexual
no
son
específicos
a
los
periodos
de
guerra
y
excepcionales
en
los
periodos
de
paz
–como
podríamos
decir
de
la
tortura.
La
violencia
sexual
está
generalizada
en
las
sociedades
formalmente
en
paz,
y
es
generalmente
alta
en
las
sociedades
post-‐conflicto.
El
Perú
experimenta
altos
niveles
de
violencia
contra
las
mujeres,
siempre,
guerra
o
paz.
Esa
violencia
es
muchas
veces
definida
como
violencia
de
pareja
íntima,
violencia
doméstica,
o
violencia
intrafamiliar.2
En
toda
América
Latina,
las
activistas
cada
vez
más
se
están
concentrando
en
el
asesinato
de
mujeres,
lo
que
se
denomina
feminicidio,
un
fenómeno
que
ha
alcanzado
tasas
1Persisten
las
formas
extremas
de
abuso
y
violación,
y
las
situaciones
y
contextos
similares
a
la
guerra
continúan
en
algunas
áreas
del
Perú,
especialmente
aquellas
que
son
afectadas
por
altos
niveles
de
tráfico
de
drogas.
Sin
embargo,
la
situación
de
abuso
sistemático
militar
o
abuso
insurgente
de
vastos
sectores
de
la
población
ha
cesado.
2
Técnicamente,
la
violencia
intrafamiliar
incluye
más
posibles
perpetradores
y
víctimas,
como
también
la
violencia
doméstica,
que
se
refiere
a
la
violencia
entre
personas
que
viven
en
el
mismo
hogar,
mientras
que
la
violencia
íntima
de
la
pareja,
o
VIP,
se
refiere
a
la
violencia
en
la
pareja
íntima
y
excluye
la
violencia
contra
otros
residentes.
Todos
estos
términos
son
relevantes.
alarmantes
en
México,
El
Salvador,
Honduras
y
Guatemala.3
En
el
Perú,
los
estimados
recientes
sugieren
un
promedio
de
diez
feminicidios
al
mes;
120
mujeres
asesinadas
al
año.4
Estos
investigaciones
se
basan
en
noticias
en
los
medios
y
en
el
Ministerio
Publico.
Uno
puede
sospechar
que
la
cifra
real
es
mucho
mas
alta
considerando
el
alto
nivel
de
la
violencia
de
pareja,
pero
que
solo
casos
identificados
como
feminicidios
(es
decir,
asesinato
por
ser
mujer)
entran
el
registro.
De
acuerdo
a
una
investigación
recientemente
publicada
que
amalgama
las
estadísticas
de
diferentes
instituciones
peruanas
(Policía,
Centros
de
Emergencia,
Ministerio
de
la
Mujer
y
el
Desarrollo
Social),
se
recibieron
68
818
informes
de
violencia
sexual
durante
los
últimos
diez
años:
un
promedio
de
6
881.8
al
año,
o
18.8
al
día.
Estas
cifras
colocan
al
Perú
en
una
posición
bastante
alta
en
el
ranking
mundial
de
casos
registrados
de
violencia
sexual
(posición
16)
y
en
primer
lugar
en
América
Latina
–aunque
hay
que
tomar
en
cuenta
que
esta
basado
en
denuncias
y
no
encuestas.5
En
el
2009,
el
Instituto
de
Medicina
Forense
llevó
a
cabo
34,513
exámenes
de
“integridad
sexual”
que
sugiere
un
nivel
aún
más
alto
de
violencia
sexual,
y
un
problema
en
el
registro
y
archivado
de
los
casos
denunciados,
puesto
que
esta
cifra
es
mucho
más
alta
que
el
promedio
de
6881.8
al
año.6
Además
de
la
alta
incidencia
de
la
violencia
sexual,
el
Perú
también
tiene
un
historial
muy
pobre
en
el
combate
a
tales
formas
de
violencia.
Pocos
casos
denunciados
son
procesados
judicialmente,
y
aún
menos
3
En
el
Perú,
como
en
la
mayor
parte
de
América
Latina,
el
término
feminicidio
es
preferido
al
de
femicidio,
tal
como
es
usado
en
el
mundo
anglo-‐sajón.
Sin
embargo,
ambos
términos
existen
y
son
usados
en
inglés.
Ver
Rosa-‐Linda
Fregoso
and
Cynthia
Bejarano,
eds.,
Terrorizing
Women.
Feminicide
in
the
Americas
(Durham
and
London:
Duke
University
Press,
2010),
para
un
debate,
así
como
Patricia
Muñoz
Cabrera,
Intersecting
Violences:
A
Review
of
Feminist
Theories
and
Debates
on
Violence
against
Women
and
Poverty
in
Latin
America
(London:
CAWN,
2011).
4
Ministerio
de
la
Mujer
y
Desarrollo
Social,
MIMDES,
Plan
Nacional
Contra
la
Violencia
hacia
la
situación
.Lima:
Centro
de
Promoción
y
Defensa
de
los
Derechos
Sexuales
y
Reproductivos,
PromSex,
2011).
Informes
del
mismo
caso
a
otras
agencias
no
han
sido
tomados
en
cuenta
por
lo
que
se
obvia
los
datos.
El
hecho
que
las
cifras
están
basados
en
denuncias
podría
indicar
que
en
el
Perú
las
mujeres
han
empezado
a
denunciar,
mientras
que
en
otros
países
todavía
no.
6
El
examen
de
integridad
sexual
es
el
examen
médico
usado
como
evidencia
de
abuso
sexual,
y
supuestamente
mejoradas,
reglas
judiciales
mostró
que
sólo
uno
de
estos
casos
terminó
con
el
perpetrador
encarcelado:
Defensoría
del
Pueblo,
“Violencia
Sexual
en
el
Perú
:
un
análisis
de
casos
judiciales,”
en
Serie
Informes
de
Adjuntía
(Lima:
Defensoría
del
Pueblo,
2011),
004–2011-‐
DP/ADM.
8
Mujica,
Violaciones
sexuales
en
el
Perú.
9
Ana
Guezmes,
Nancy
Palomino,
y
Miguel
Ramos,
Violencia
sexual
y
física
contra
las
mujeres
en
el
Perú
(Lima:
Centro
de
la
Mujer
Peruana
“Flora
Tristán”:
Universidad
Peruana
Cayetano
Heredia;
Organización
Mundial
de
la
Salud,
2002);
Miguel
Ramos,
Masculinidades
y
violencia
conyugal
(Lima,
Universidad
Cayetano
Heredia,
2006).
impunidad,
sugiriendo
la
ausencia
de
respeto
por
los
derechos
de
las
mujeres
y
de
su
autonomía
corporal,
que
suplantan
la
diferencia
entre
guerra
y
paz,
y
que,
lo
que
es
importante,
está
institucionalizado.
Esto
también
significa
que
el
marco
normativo
en
el
que
tiene
lugar
dicha
violencia
es
sólo
marginalmente
diferente
en
los
periodos
de
guerra
y
en
los
periodos
de
paz,
y
su
función
de
reproducir
las
jerarquías
de
género
y
sexuales
está
enclavado
en
la
sociedad
peruana
–
independientemente
de
su
estado
de
guerra
o
paz.
En
la
última
sección
de
este
capítulo
discutiré
la
impunidad
en
los
periodos
de
paz
y
qué
marco
normativo
institucionalizado
impulsa
la
política
social
en
relación
a
la
violencia
contra
las
mujeres,
y
la
violencia
sexual
en
particular.
Primero,
discutiré
paralelos
más
ambiguos,
que
son
parte
del
entendimiento
de
mujeres
y
hombres
de
la
violencia
sexual
en
los
periodos
de
guerra
y
los
periodos
de
paz.
Continuums
de
violencia
En
el
2003,
entrevisté
a
Maurita,
una
mujer
de
algo
más
de
50
años
que
vivía
en
una
choza
en
un
poblado
urbano,
un
barrio
de
inmigrantes,
en
Huamanga,
la
capital
del
departamento
de
Ayacucho.
Maurita
vivía
sola,
con
sus
animales,
en
un
terreno,
rodeado
por
un
cerco,
de
unos
20
metros
cuadrados.
Era
conocida
por
su
relativo
aislamiento
y
en
el
barrio
se
le
respetaba
por
esta
característica.
Nos
presentaron
–el
cerco
de
por
medio-‐
mi
asistente
de
investigación,
quien
vivía
a
un
par
de
parcelas
de
la
de
Maurita.
Maurita
me
preguntó
qué
quería,
y
dubitativamente
respondió
que
no
estaba
interesada
en
conversar.
Mi
asistente
de
investigación
me
sugirió
que
retornara
sola
al
día
siguiente.
Ese
día
Maurita
me
invitó
a
entrar
y
me
ofreció
una
piel
de
cordero
para
sentarme
sobre
unas
piedras
en
el
frente
de
su
casa,
de
cara
al
patio
y
a
sus
animales.
Empezó
a
contar
la
historia
de
su
vida
calmadamente
y
de
una
manera
muy
queda.
Le
pregunté
cuándo
apareció
la
violencia
en
su
vida,
asumiendo
que
mencionaría
la
violencia
política
de
los
1980s.
En
cambio,
ella
se
refirió
a
la
“hacienda”,
la
propiedad
rural
en
la
que
ella
creció.
Maurita
dijo
que
cuando
ella
era
una
niña
pequeña
trabajaba
allí
por
alimentos
y
que
en
muchas
ocasiones
fue
golpeada
por
sus
empleadores.
La
narrativa
de
la
violencia
durante
su
niñez,
a
fines
de
los
1950s
y
1960s,
pasó
sin
sobresaltos
de
la
violencia
“del
patrón”
a
la
violencia
de
“los
soldados”.
Un
día,
a
comienzos
de
1980s,
al
romper
la
mañana,
cuatro
soldados
que
buscaban
insurgentes
se
introdujeron
en
la
casa
que
Maurita
compartía
con
su
familia,
y
mataron
a
su
hermana
y
a
su
hermano
en
frente
de
ella
y
a
la
hija
menor
de
su
hermana.
Si
bien
la
experiencia
remeció
profundamente
a
Maurita,
ella
no
aceptó
en
silencio
la
violencia
de
Sendero
Luminoso,
ni
la
de
los
militares.
En
cambio,
como
hicieron
muchas
mujeres
en
los
1980s
y
1990s,
Maurita
se
unió
a
organizaciones
de
mujeres
como
los
clubes
de
madres,
para
resistir
la
violencia
que
envolvía
a
Ayacucho.
No
quiso
hablarme
de
la
violencia
que
ella
personalmente
pudo
haber
experimentado
durante
aquellos
años,
y
prefirió
recordar
la
resistencia
que
ella
y
sus
colegas
organizaron
contra
la
opresión
militar,
una
historia
que
yo
transcribo
en
mi
libro
anterior,
Intersecting
Inequalities.
Lo
que
es
relevante
aquí,
en
la
narrativa
de
Maurita,
es
cómo
la
violencia
del
patrón
parece
esfumarse
en
la
violencia
de
los
militares.
Por
la
manera
cómo
contó
su
historia,
pareciera
que
una
autoridad
violenta
y
abusiva
fue
reemplazada
por
otra.
Maurita
no
es
la
única
persona
que
detecta
un
paralelo.
Los
investigadores
Eloy
Neira
y
Patricia
Ruiz
Bravo,
afirman
que
la
idea
del
todopoderoso
patrón
se
refleja
en
la
metáfora
del
estado
e
influye
en
la
comprensión
que
tiene
el
pueblo
andino
de
la
violencia
perpetrada
contra
ellos.
Las
entrevistas
que
Neira
y
Ruiz
Bravo
realizaron
con
habitantes
contemporáneos,
de
tres
diferentes
regiones,
sobre
memorias
y
percepciones
de
las
relaciones
entre
hacendados
y
comuneros,
son
ilustrativas.
El
periodo
al
que
se
refiere
es
relativamente
reciente:
la
primera
mitad
del
siglo
veinte
hasta
la
reforma
agraria
de
1969,
que
desintegró
el
sistema
de
explotación
de
las
grandes
propiedades
de
tierras
y
trabajadores
dependientes,
si
no
las
jerarquías
sociales
y
económicas
asociadas
con
esta
división
del
trabajo.
Los
adultos
que
vivieron
durante
el
conflicto
armado
de
los
1980s
y
los
1990s
tenían
el
sistema
de
patronazgo,
desigual
y
paternalista,
como
punto
de
referencia
previo
a
la
guerra,
como
Maurita
claramente
lo
tuvo,
y
como
es
descrito
por
José
María
Arguedas
y
otros
escritores,
tal
como
fue
discutido
en
el
capitulo
tres.
En
el
caso
de
los
Andes
sur
centrales
(en
contraste
con
los
diferentes
sistemas
recordados
por
los
entrevistados
en
la
Costa
norte
y
en
las
áreas
de
la
Selva
oriental),
en
donde
la
violencia
política
causó
el
mayor
daño,
Neira
y
Ruiz
Bravo
hallaron
una
memoria
colectiva
de
explotación
y
abuso,
un
odiado
patrón
que
imponía
reglas
arbitrarias
a
las
poblaciones
de
pobres
y
marginados.10
Las
mujeres
también
recuerdan
el
abuso
sexual,
el
temor
por
la
seguridad
de
las
hijas
adolescentes,
y
los
niños
que
el
patrón
no
reconoció
como
propios.
Recuerdan
la
expulsión
y
el
abandono
de
las
mujeres
embarazadas;
las
madres
y
abuelas
de
las
entrevistadas,
sugieren
los
autores.
La
antropóloga
Mercedes
Crisóstomo,
quien
dialogó
ampliamente
con
mujeres
de
comunidades
en
Huancavelica
sobre
sus
experiencias
del
periodo
de
guerra,
también
hace
notar
que
las
mujeres
hacían
un
paralelo
entre
los
hacendados
abusivos
y
los
soldados
abusivos:
el
estado
democrático
puede
haber
remplazado
el
orden
semi-‐feudal,
pero
no
disminuyó
el
abuso
como
consecuencia.11
Como
Neira
y
Ruiz
Bravo,
Crisóstomo
ve
un
claro
continuum
histórico
en
la
violencia
vivida
por
las
mujeres
en
los
Andes
sur
centrales.
La
organización
feminista
DEMUS,
que
trabajó
con
mujeres
violadas
durante
el
conflicto
en
Huancavelica,
considera
este
continuum
histórico
como
central
a
las
experiencias
actuales
de
las
mujeres,
y
más
allá
de
los
bien
definidos
perpetradores
que
los
patrones,
hacendados,
o
soldados
puedan
representar.
En
su
informe
sobre
su
trabajo
en
el
área,
DEMUS
anota
que:
Huancavelica
es
una
zona
donde
la
violencia
no
sólo
ha
sido
potestad
de
los
años
de
conflicto
armado
interno,
sino
que
ha
sido
una
constante
en
los
vínculos
entre
campesinos
y
abigeos,
dentro
de
las
parejas,
entre
hombres
y
mujeres,
y
entre
padres
e
hijos,
antes,
durante
y
después
de
este
periodo
crítico
donde
la
violencia
se
incrementó.
Asimismo,
a
partir
de
los
relatos
se
recoge
que
la
violencia
sexual
contra
las
mujeres
ocurrió
antes,
durante
y
después
del
conflicto
armado,
es
decir,
que
no
sólo
se
da
en
situaciones
de
guerra,
donde
adquiere
características
específicas,
sino
que
se
instala
como
forma
de
relación,
donde
las
mujeres
se
encuentran
siempre
en
una
situación
de
mayor
vulnerabilidad
y
exclusión.12
10
Eloy
Neira
y
Patricia
Ruiz
Bravo,
“Enfrentado
al
patrón:
una
aproximación
al
estudio
de
las
mental
comunitaria,
justicia
y
reparación
(Lima:
Editorial
Linea
Andina
SAC,
2008),
30.
Las
autoras
del
informe
consideran
el
abuso
de
las
mujeres
a
lo
largo
de
un
continuum
histórico
que
ha
normalizado
la
violencia
como
una
gramática
de
las
relaciones
sociales
dentro
de
las
familias
y
las
comunidades.
Las
mujeres
son
abusadas
no
sólo
por
las
poderosas
autoridades
sino
también
por
sus
parejas,
tíos
y
vecinos.
Tal
violencia
no
sólo
es
el
resultado
de
las
desigualdades
de
género
por
las
que
los
hombres
imponen
su
poder
sobre
las
mujeres
en
un
escenario
cultural
específico,
sino
que
también
tiene
que
ser
considerado
en
un
contexto
histórico
más
amplio
que
involucra
el
sistemático
abuso
de
la
población,
y
es
reproducido
en
la
esfera
íntima
de
la
familia.
La
violencia
sexual
es
entonces
un
aspecto
de
unas
relaciones
violentas
más
generalizadas
que
implican
que
la
violencia
física
y
sicológica
conllevan
diferentes
mensajes,
en
los
que
la
violencia
sexual
tiene
un
rol
muy
específico
en
la
naturalización
y
jerarquización
de
la
diferencia.
Tal
como
muestra
tan
vívidamente
el
estudio
de
Alcalde
sobre
las
mujeres
migrantes
pobres
en
Lima,
las
desigualdades
estructurales
de
raza,
clase
y
género,
tornadas
visibles
por
los
niveles
educacionales,
lenguaje
y
vestido,
expone
a
las
mujeres
de
un
contexto
rural
pobre
a
la
violencia
tanto
en
el
hogar
como
en
la
comunidad.13
La
violencia
de
género
no
es
una
característica
cultural
del
pueblo
andino,
sino
una
expresión
de
las
diferencias
jerárquicas
conformadas
históricamente
a
nivel
nacional,
en
las
que
las
mujeres
indígenas
ocupan
una
posición
particularmente
vulnerable.
En
este
análisis,
los
periodos
de
conflicto
armado
refuerzan,
normalizan
y
consolidan
la
violencia
existente
en
los
periodos
de
paz.
Es
importante
hacer
notar,
una
vez
más,
que
otras
formas
de
violencia
de
los
periodos
de
guerra,
tales
como
la
tortura
o
el
asesinato
de
hombres,
no
se
reproduce
de
la
misma
manera
durante
los
periodos
de
paz,
a
los
mismos
altos
niveles,
como
la
violencia
contra
las
mujeres.
Por
ello,
la
naturaleza
sexual
y
de
género
de
tal
violencia
de
los
periodos
de
guerra
amerita
una
atención
específica.
Algunas
mujeres
y
hombres
en
los
Andes
dan
explicaciones
algo
diferentes
a
los
altos
niveles
de
violencia
cotidiana
en
sus
vidas,
aún
cuando
13
M.
Cristina
Alcalde,
The
Woman
in
the
Violence.
Gender,
Poverty
and
Resistance
in
Peru
(Nashville:
Vanderbilt
University
Press,
2010).
Ver
también
,
“Domestic
Violence
in
the
PeruvianAndes,”
en
Sex
and
Violence.
Issues
in
Representation
and
Experience
,
ed.
Harvey
and
Peter
Gow
(London,
New
York:
Routledge,
1994),
66–90;
Olivia
Harris,
“The
Condor
and
Bull:
The
Ambiguities
of
Masculinity
in
Northern
Potosí
,”
en
Sex
and
Violence,
ed.
Harvey
and
Gow,
40–66.
estas
explicaciones
no
son
tan
disímiles
a
las
enunciadas
anteriormente.
Un
grupo
de
mujeres,
a
las
que
entrevisté
en
San
Miguel,
en
La
Mar,
Ayacucho,
son
de
la
opinión
que
el
aumento
de
la
violencia
post
conflicto
en
las
familias
es
el
resultado
del
trauma
mutuo
y,
en
algunos
casos,
del
alcoholismo
que
puede
resultar
de
tales
experiencias.14
De
acuerdo
a
este
grupo,
organizado
bajo
el
nombre
de
Defensoría
y
Promoción
de
la
Mujer,
el
Niño
y
Adolescente
(DEPROMUNA),
las
esposas
y
madres
pueden
ser
tan
violentas
como
los
esposos
y
los
padres,
y
los
niños
por
lo
general
soportan
el
impacto
de
la
violencia.
Las
encuestas
entre
las
mujeres
en
el
departamento
de
Ayacucho
confirman
que
el
uso
de
la
violencia
contra
los
niños
es
muy
alto
–alrededor
del
85
por
ciento.15
Junto
con
organizaciones
provinciales
no
gubernamentales,
DEPROMUNA
ha
ofrecido
terapia
de
grupo
a
parejas.
Siguiendo
los
lineamientos
de
la
investigación
realizada
por
Paula
Escribens,
DEPROMUNA
también
observa
que
los
niños
nacidos
producto
de
la
violación
en
periodos
de
guerra
crecen
en
una
mayor
violencia,
pues
sus
madres
muchas
veces
tienen
dificultades
con
los
niños,
y
las
parejas
de
las
madres
a
menudo
hacen
responsables
a
las
mujeres
por
la
violación
que
dio
lugar
al
nacimiento
del
bebé.16
Por
ejemplo,
Cecilia,
sobre
cuya
historia
nos
referimos
en
el
capítulo
uno,
fue
golpeada
y
abusada
por
su
esposo,
quien
la
culpó
por
el
abuso
que
sufrió
a
manos
de
los
militares
y
del
niño
que
concibió
como
resultado
de
dicho
abuso.
De
acuerdo
a
la
sicóloga
que
trabajó
con
ella,
Cecilia
era
muy
abusiva
con
sus
niños.
Escribens,
reflexionando
sobre
su
trabajo
con
niños-‐sobrevivientes
de
14
Entrevista
con
Nelly
Mejia,
DEPROMUNA,
San
Miguel,
La
Mar,
departamento
de
Ayacucho,
Perú,
abril
2006.
Uso
el
concepto
de
“trauma”
para
referirme
a
un
conjunto
de
problemas
de
salud
mental
causados
por
las
experiencias
con
violencia
del
periodo
de
guerra.
Soy
consciente
de
la
necesidad
de
una
evaluación
crítica
del
término
en
relación
a
la
propia
interpretación
de
la
gente
de
los
problemas
de
salud
mental,
pues
el
concepto
de
trauma
puede
ser
una
idea
impuesta
internacionalmente
(Occidente)
con
consecuencias
biomédicas.
Agradezco
sobremanera
las
matizadas
reflexiones
de
Kimberley
Theidon
sobre
como
el
“habla-‐trauma”
remplazó
las
interpretaciones
locales,
andinas,
del
malestar
mental
y
físico,
en
Intimate
Enemies.
Violence
and
Reconciliation
in
Peru.
(Philadelphia:
University
of
Pennsylvania
Press,
2013),
24–53.
Sin
embargo,
en
Occidente
como
en
los
Andes,
el
término
se
ha
convertido
en
un
“cajón
de
sastre”
para
los
problemas
de
salud
mental
asociados
con
malas
experiencias
personales
y
colectivas,
y
es
ampliamente
usado
por
mis
entrevistadas
en
sus
discusiones
sobre
las
consecuencias
y
secuelas
de
la
guerra.
Por
ello,
el
término,
aquí
parece
adecuado.
15
Ministerio
de
la
Mujer
y
Desarrollo
Social,
MIMDES.
Levantamiento
de
indicadores
para
la
línea
de
base
del
programa
integral
contra
la
violencia
familiar
y
sexual,
Ayacucho.
Informe
Final.
(Ayacucho,
MIMDES,
2005).
16
Entrevista
con
Nelly
Mejía,
DEPROMUNA,
San
Miguel,
La
Mar,
departamento
de
Ayacucho,
Perú,
abril
2006;
Paula
Escribens,
Milagros
y
la
violencia
del
conflicto
armado
interno.
Una
maternidad
forzada
(Lima:
DEMUS,
2012).
violaciones
en
la
rural
Huancavelica,
también
observa
las
grandes
dificultades
que
enfrentan
las
mujeres
para
cuidar
a
sus
niños.17
Tan
difíciles
relaciones
familiares
forjadas
tras
el
conflicto
sugieren
que
la
tensión
emocional
causada
por
las
experiencias
con
la
violencia
en
periodos
de
guerra,
es
un
importante
factor
en
la
creación
de
ciclos
de
violencia.
La
idea
de
que
los
problemas
de
salud
mental,
y
sus
potenciales
consecuencias
como
el
alcoholismo
y
el
desempleo,18
alimentan
la
violencia
doméstica
no
está
limitado
al
Perú.
Rashida
Manjoo,
Rapporteur
especial
de
las
NNUU
para
la
violencia
contra
la
mujer,
recientemente
sustentó
que
lo
mismo
explica
los
altos
niveles
de
violencia
doméstica
en
Bosnia
y
Herzegovina.19
Nuevamente
la
naturaleza
de
género
de
tales
problemas
y
la
violencia
relacionada
–y
sus
expresiones
sexuales-‐
no
pueden
ser
subestimados.
Otra
explicación
por
los
altos
niveles
de
violencia
en
las
parejas
íntimas
tras
la
guerra
concierne
los
cambios
en
las
estructuras
de
autoridad
después
del
conflicto
armado.
En
un
documental
realizado
por
la
Comisión
de
Derechos
Humanos
(COMISEDH),
las
mujeres
de
una
comunidad
en
la
zona
rural
de
Ayacucho
contaron
de
la
violación
en
el
periodo
de
guerra
tanto
de
“mujeres
solteras
como
de
mujeres
casadas”
y
como
la
violencia
sexual
estaba
aún
presente
entre
ellas.
Ex
miembros
de
las
Rondas
Campesinas,
antes
bien
recibidos
en
las
comunidades,
“también
aprendieron
como
violar”.
Como
resultado,
estas
testigos
afirman
que
las
mujeres
y
las
niñas
siguen
sufriendo
abuso.20
Las
mujeres
dicen
que,
hoy,
los
hombres
nuevamente
tienen
a
su
cargo
las
recién
instaladas
instituciones
de
justicia,
pero
que
no
les
importa
la
violencia
perpetrada
contra
las
mujeres.
“No
nos
prestan
atención”
afirman
las
mujeres.
17
Escribens,
Milagros
y
la
violencia
.
18
La
procuradora
pública
para
derechos
humanos,
Cristina
Olazábal,
también
mencionó
que
los
21
Dirigente
quechua
de
una
communidad
y
anciano.
22
Theidon,
Intimate
Enemies.
23
“Difundiendo
la
verdad,”
Película
documental
(Ayacucho:
Centro
de
Promoción
y
Desarrollo
25
Entrevista
con
Vladimiro
Hurtado,
Huanta,
departmento
de
Ayacucho,
julio
2011.
El
abusivo
racismo
con
el
que
las
autoridades,
incluyendo
al
personal
de
sanidad,
educación
y
seguridad
se
aproximan
a
la
población
en
los
pueblos
andinos
es,
cada
vez
más,
estudiado.
Ver,
por
ejemplo
Patricia
Oliart,
“Temas
para
la
investigación
y
la
reflexión
en
torno
a
la
sexualidad
adolescente
en
el
Perú
rural,”
en
Desarrollo
rural
y
sexualidad
,
ed.
Maria
Emma
Mannarelli,
Nina
Laurie,
Patricia
Oliart,
and
Diane
Richardson,
(Lima:
Fondo
Editorial
UNMSM,
British
Council,
Newcastle
University,
2008),
así
como
Jelke
Boesten,
Intersecting
Inequalities:
Women
and
Social
Policy
in
Peru,
1990–2000
(University
Park,
PA:
Pennsylvania
State
University
Press,
2010).
años,
eran
procedentes
del
área
rural,
con
una
historia
de
migración
del
mundo
rural
al
(semi)
urbano,
y
todos
menos
uno
(el
más
joven)
habían
experimentado
directamente
la
violencia
política.
Doce
dijeron
haber
sido
testigos
de
violencia
en
sus
familias
cuando
crecían,
y
la
mitad
de
los
hombres
dijeron
que
ellos
golpeaban
a
sus
hijos
como
parte
de
un
castigo
o
corrección.
Los
hombres
tenían
muy
poca
noción
de
la
violencia
sexual,
no
creían
en
la
violencia
sexual
como
parte
de
las
relaciones
íntimas
(no
consideraban
que
esto
existiera)
y
tendían
a
culpar
a
las
mujeres
por
su
propia
(masculina)
violencia.
Sin
embargo,
no
justificaban
fácilmente
su
comportamiento
violento
y
tenían
conciencia
de
los
derechos
de
la
mujer,
aún
si
no
todos
estaban
de
acuerdo
con
esos
derechos
(seis
hombres
los
rechazaban,
cinco
eran
ambiguos,
y
cinco
consideraban
que
los
derechos
de
la
mujer
eran
algo
bueno).
Desde
luego,
estos
hombres
recibieron
reprimendas
por
sus
comportamientos,
que
es
como
los
identificamos
para
entrevistarlos,
y
lo
que
los
debe
haber
hecho
más
conscientes
de
los
derechos
de
la
mujer.
Otros
resistían
la
idea
de
los
derechos
de
la
mujer
y
sugirieron
que
las
mujeres
usaban
esos
derechos
para
mentir
y
que
se
aprovechaban
de
las
leyes
para
obtener
una
ganancia
económica
(p.ej.
solicitud
de
alimentos,
penas
impuestas
a
los
perpetradores
de
violencia,
y
contribuciones
para
pagar
los
gastos
de
hospitalización).
Algunos
(tres)
consideraron
que
el
sistema
es
corrupto
y
sólo
protege
a
las
mujeres
pero
no
a
los
hombres,
sugiriendo
sentimientos
de
pérdida
de
poder
como
consecuencia
de
la
afirmación
de
los
derechos
de
la
mujer.
Los
hombres
que
vieron
a
sus
padres
golpear
a
sus
esposas
(12
de
los
16)
recordaron
cómo
sus
madres
aguantaban
la
violencia,
incluso
cuando
era
severa.
No
había
instituciones
a
las
cuales
acudir,
fuera
de
la
mediación
familiar,
y
éstas
tendían
a
favorecer
la
reafirmación
de
los
roles
de
género.
Cuando
niños,
estos
hombres
habían
soportado
palizas
con
un
fuete,
algo
que
muchos
de
estos
hombres
(siete)
hacían
a
sus
propios
hijos,
especialmente
a
los
niños.
Recordando
a
sus
sufridas
madres,
estos
hombres
reconocieron
que
el
mundo
ha
cambiado
y
que
hoy
las
mujeres
pueden
ir,
y
van,
a
la
policía
cuando
son
golpeadas.
Aunque
no
todos
los
hombres
estaban
de
acuerdo
con
estos
cambios,
es
importante
notar
que
son
cada
vez
más
conscientes
de
los
derechos
de
las
mujeres.
Por
supuesto,
esta
observación
del
cambio
también
da
cuenta
de
la
creciente
visibilidad
–de
la
idea
de
un
incremento
en-‐
la
violencia
doméstica,
en
la
medida
en
que
más
y
más
mujeres
se
niegan
a
aceptar
el
abuso
perpetrado
por
sus
parejas.
Estos
hombres
tienen,
todos,
memorias
de
la
violencia
política,
pero
sus
explicaciones
de
la
violencia
en
sus
familias
fue
construida
en
torno
a
disciplinar
a
los
niños
y
a
la
mujer:
las
mujeres
hablan
mucho,
no
les
sirven
bien,
salen
y
se
van
a
hablar
demasiado
con
otras,
hablan
a
los
hombres,
se
visten
provocativamente,
necesitan
generalmente
ser
“dirigidas”
por
hombres,
según
las
palabras
de
uno
de
los
entrevistados.
En
su
comprensión
de
la
violencia
familiar
era
la
normalidad
de
dicha
violencia-‐en
su
propia
infancia
y
en
cómo
enfrentaban
los
conflictos
en
casa-‐
lo
que
destacó,
no
las
memorias
de
la
guerra
o
del
trauma.
Así
también,
Miguel
Ramos,
un
sociólogo
y
experto
en
salud
sexual,
concluye
que
“En
las
historias
personales
contadas
por
los
participantes,
aparecían
formas
de
relacionarse
y
patrones
de
conducta
violentas
tan
naturalizadas,
tan
aceptadas
culturalmente,
que
se
hacían
invisibles
para
ellos
mismos,
haciéndose
difícil
que
identifiquen
diversas
expresiones
de
su
violencia.”26
Ramos
explica
la
violenta
conducta
de
los
hombres,
y
la
tolerancia
de
las
mujeres
a
dicha
conducta,
como
el
resultado
de
la
socialización
y
la
resultante
normalización
dentro
de
estructuras
patriarcales.
La
doble
elasticidad
de
la
norma
–expectativas
de
proezas
sexuales
masculinas
versus
inocencia
sexual
femenina-‐
hacen
a
la
mujer
vulnerable
a
la
violencia
sexual,
incluso
si
dicha
violencia
muchas
veces
no
es
reconocida
como
tal.27
Las
relaciones
jerárquicas
en
casa
son
reforzadas
por
el
ejemplo
y
por
medio
de
la
violencia.
Normalización
de
la
violencia
cotidiana
Las
percepciones
de
la
violencia
cotidiana
que
hemos
discutido
sugiere
(a)
una
ideología
de
género
en
la
que
los
hombres
consideran
que
la
violencia
contra
sus
esposas
es
ampliamente
legítima,
(b)
la
ceguera
institucional
en
relación
a
la
violencia
cotidiana
es
un
problema
serio,
que
es
alimentado
por
una
ideología
de
26
Ramos,
Masculinidades
y
violencia
conyugal,
13.
27
Nancy
Palomino,
Miguel
Ramos,
Rocío
Valverde,
y
Ernesto
Vázquez,
Entre
el
placer
y
la
28
Oliart,
“Temas
para
la
investigacion.”
29
Jaymie
Heilman,
Before
the
Shining
Path:
Politics
in
Rural
Ayacucho,
1895–1980
(Stanford,
CA:
30
Por
ejemplo,
los
dichos
populares
en
el
Perú
como
“más
me
pegas
más
te
quiero”
sugiere
que
la
violencia
contra
la
mujer
es
típica
de
los
pueblos
indígenas.
31
El
informe
de
la
investigación
escrito
por
Mario
Vargas
Llosa
y
otros
para
explicar
el
asesinato
de
ocho
periodistas
en
1983
por
comuneros
en
Uchuraccay,
en
el
departamento
de
Ayacucho,
es
ampliamente
considerado
y
criticado
como
ejemplar
de
una
visión
de
dos
Perús:
uno
moderno
y
civilizado,
el
otro
retrasado
y
violento.
La
idea
de
que
el
Perú
andino
es
étnica
y
culturalmente
violento
y
diferente
del
resto
del
Perú
es
rebatido
por
muchos,
por
ejemplo,
Theidon,
“Terror’s
Talk”
and
Intimate
Enemies
;
Deborah
Poole,
Unruly
Order:
Violence,
Power
and
Identity
in
theSouthern
High
Provinces
of
Southern
Peru
(Boulder,
CO:
Westview
Press,
1994);
Heilman,
Before
the
Shining
Path.
32
Hay
unos
cuantos
buenos
estudios
históricos
sobre
la
violencia
contra
la
mujer,
pero
estos
no
proveen
la
evidencia
estadística
que
sería
necesaria
para
indicar
una
prevalencia
creciente
o
decreciente.
Ver
Tanja
Christiansen,
Disobedience,
Slander,
Seduction,
and
Assault:
Women
and
Men
in
Cajamarca,
Peru,
1862–1900
(Austin:
University
of
Texas
Press,
2004).
Christine
Hunefeldt,
Liberalism
in
the
Bedroom
.
Quarreling
Spouses
in
Nineteenth
Century
Lima
(University
Park,
PA:
Pennsylvania
State
University
Press,
2000);
Silverblatt,
Luna,
sol
y
brujas:
géneros
y
clases
en
los
Andes
prehispánicos
y
coloniales,
(Cuzco:
Centro
de
Estudios
Regionales
Andinos
“Bartolomé
de
Las
Casas,”
1990).
violencia.
Así
mismo,
en
la
imaginación
histórica
de
los
entrevistados
en
los
estudios
antes
discutidos,
la
violencia
contra
la
mujer
era
prerrogativa
de
las
autoridades
y
estaba
relacionada
a
un
sistema
más
amplio
de
abuso
de
la
población,
bien
antes
o
durante
el
conflicto.
Posiblemente,
entonces,
las
nuevas
estructuras
de
la
autoridad
del
post-‐conflicto
(un
estado
descentralizado)
no
han
logrado
poner
en
marcha
mecanismos
de
seguridad
y
justicia
que
puedan
imponer
un
nuevo
orden
social
democrático
que
ayude
a
reconfigurar
las
comunidades
fragmentadas
y
traumatizadas
y
las
debilitadas
instituciones
locales.
La
habilidad
del
estado
post-‐conflicto
para
legislar
y
regular
sistemáticamente
la
violencia
cotidiana
debe
ser
cuestionada,
especialmente
considerando
el
énfasis
discursivo
de
los
sucesivos
gobiernos
sobre
la
igualdad
de
género
y
en
contrarrestar
la
violencia
de
género,
como
discutiré
más
adelante.
Cristina
Alcalde,
afirma
también
que
“Sin
cambios
en
las
condiciones
estructurales
subyacentes
que
han
creado
un
contexto
social
en
el
que
varias
formas
de
racismo
y
sexismo
pueden
florecer,
es
poco
probable
que
la
violencia
[contra
la
mujer]
disminuirá
significativamente”.33
Paradójicamente,
es
precisamente
la
atención
del
estado
sobre
la
violencia
contra
la
mujer,
y
la
igualdad
de
género
en
general,
que
destaca
en
la
política
nacional
post-‐conflicto.
Perú
fue
uno
de
los
primeros
países
en
América
Latina
en
desarrollar
la
legislación
y
las
políticas
para
enfrentar
la
violencia
contra
la
mujer,
tan
temprano
como
a
inicios
de
los
1990s.
Pero
estas
políticas
fueron
en
gran
medida
el
resultado
de
un
contexto
político
particular,
en
el
que
un
presidente
crecientemente
autoritario,
Alberto
Fujimori,
usó
la
política
social
de
género
para
aproximarse
a
los
sectores
progresistas
nacionales
e
internacionales
durante
sus
diez
años
de
gobierno
(1990-‐2000).
Al
examinar
el
impacto
de
aquellas
primeras
intervenciones
se
constata
que
las
políticas
y
la
legislación
diseñadas
para
reducir
la
violencia
contra
la
mujer
carecían
de
un
marco
legal
definido;
y
carecía
del
financiamiento
necesario
para
mejorar
o
incluso
administrar
cotidianamente
los
servicios
sociales
para
las
mujeres.34
Las
investigaciones
de
rastreo
muestran
sorprendentemente
muy
pocos
cambios
en
los
últimos
quince
años,
particularmente
en
relación
a
la
implementación
de
las
33
Alcalde,
The
Woman
in
the
Violence
,
222.
34
Boesten,
Intersecting
Inequalities.
políticas.35
Para
darle
sentido
a
este
persistente
fracaso
en
la
tarea
de
enfrentar
de
manera
efectiva
la
violencia
contra
la
mujer,
a
pesar
de
una
serie
de
medidas
e
intervenciones,
propongo
darle
vuelta
a
la
pregunta:
en
vez
de
preguntar
qué
hace
el
estado
para
reducir
la
violencia
contra
la
mujer,
pregunto
cómo
perpetúa
dicha
violencia.
Desigualdades
cruzadas
y
gobierno
patriarcal
Para
examinar
el
rol
de
la
intervención
del
estado
al
responder
a
los
altos
niveles
de
violencia
contra
las
mujeres,
es
útil
dar
una
mirada
a
la
influencia
del
patriarcado
en
las
relaciones
contemporáneas
entre
el
estado
y
la
sociedad.
Aún
cuando
el
término
perdió
algo
de
su
popularidad
tras
la
sostenida
crítica
feminista
de
fines
de
los
1980s
y
1990s,
no
puede
ser
descartado
completamente.
Una
de
las
mayores
críticas
que
le
hicieron
las
feministas
académicas
fue
que
la
aplicación
del
patriarcado
como
categoría
analítica
es
simplista
y
subteorizada
e
ignora
los
roles
de
la
mujer
en
la
reproducción
del
patriarcado,36
y,
refiriéndose
al
mundo
occidental,
simplifica
la
fraternidad
horizontal
de
los
hombres
al
gobernar
sobre
la
mujer.37
Yuval-‐Davis
critica
cómo
los
académicos
desarrollaron
el
patriarcado
como
un
concepto
Euro-‐céntrico,
y
la
manera
como
se
ciega
frente
a
las
desigualdades
cruzadas,
que
resulta
en
mujeres
que
también
gobiernan
sobre
otras
mujeres,
y
hombres
sobre
otros
hombres,
especialmente
en
sociedades
postcoloniales.38
Recientemente,
sin
embargo,
Gwen
Hunnicutt
reexaminó
el
patriarcado
como
un
concepto
teorético
que
ayuda
a
explicar
la
violencia
contra
las
mujeres,
porque
se
centra
en
la
subordinación
sistemática
de
la
mujer
por
los
hombres,
tanto
estructural
como
ideológicamente.
Hunnicutt
desempaca
las
varias
críticas
al
término
y
desarrolla
un
marco
teorético
cuidadoso
del
patriarcado
que
acomoda
la
variedad
histórica
así
como
las
desigualdades
cruzadas
que
influencian
y
estructuran
las
consecuencias
de
las
relaciones
de
género.
Pone
énfasis
en
que
los
sistemas
35
Jelke
Boesten
and
Betsy
Flores
Sandoval,
“Violencia
doméstica
y
política
social
en
el
Perú
1990–2010:
¿qué
ha
cambiado?”
POLIS
Working
Paper
No
5.
(Leeds:
University
of
Leeds,
2011).
36
Deniz
Kandiyoti,
“Bargaining
with
Patriarchy,”
Gender
and
Society
2,
no.
3
(1988):
274–290.
37
Carole
Pateman,
The
Sexual
Contract
(Stanford,
CA:
Stanford
University
Press,
1988).
38
Nira
Yuval-‐Davis,
Gender
&
Nation:
Politics
and
Culture
(Londonand
Thousand
Oaks,
CA:
Sage
Publications,
1997)
patriarcales
se
basan
en
la
dominación
jerárquica
que
muy
usualmente
intersectan
con
otras
divisiones
jerárquicas
como
raza,
clase
y
edad,
y
que
la
ideología
patriarcal
puede
persistir
a
pesar
de,
o
junto
a,
avances
en
la
equidad
de
género.39
Mientras
que
el
patriarcado
está
estrechamente
asociado
con
el
gobierno
colonial
católico
en
América
Latina,
la
autoridad
patriarcal
sobre
la
familia,
y
por
tanto
sobre
las
mujeres,
no
fue
necesariamente
debilitada
por
la
secularización
tras
la
independencia.
Como
sostiene
Elizabeth
Dore,
los
estados
postcoloniales
en
América
Latina
intentaron
modernizar
al
gobierno
patriarcal,
incluido
el
gobierno
patriarcal
doméstico,
pero
no
abolirlo.40
En
el
Perú,
como
subraya
McKinley,
el
patriarcado
legal
fue
reemplazado
por
la
codificación
liberal
durante
los
inicios
de
la
era
republicana,
que
fue
en
gran
medida
un
reflejo
de
los
códigos
civiles
franceses,
puesto
que
éstos
fueron
percibidos
como
modernos.
Sin
embargo,
la
legislación
colonial
existente
fue
modificada
sólo
ligeramente
o
acomodada
para
que
coexista,
creando
una
ley
civil
llena
de
contradicciones.41
La
ley
de
familia
regulaba
las
relaciones
de
género
y
aún
estaba
bajo
fuerte
influencia
de
la
Iglesia
Católica
y
el
gobierno
patriarcal
existente,
a
pesar
de
la
liberalización
del
siglo
diecinueve.42
La
violación
fue
incluida
en
el
código
penal
de
1924
como
un
crimen
contra
el
honor
de
la
víctima
y
su
familia.
Pero
la
violación
dejaba
de
ser
violación
si
se
cometía
dentro
del
matrimonio
civil
o
religioso.
Si
un
violador
aceptaba
casarse
con
su
víctima,
no
sería
juzgado.
Como
vimos
en
los
capítulos
2
y
4,
esta
ley
fue
invocada
por
algunas
jóvenes
y
sus
familias,
en
un
intento
de
controlar
la
violencia
sexual
perpetrada
en
las
niñas
por
los
soldados
en
los
1980s
y
los
1990s,
hasta
que
la
ley
fue
revocada
en
1997.43
39
Gwen
Hunnicutt,
“Varieties
of
Patriarchy
and
Violence
Against
Women.
Resurrecting
‘Patriarchy’
as
a
Theoretical
Tool,”
Violence
against
Women
15,
no.
5
(2009):
553–573.
40
Elizabeth
Dore,
“One
Step
Forward,
Two
Steps
Back:
Gender
and
the
State
in
the
Long
Nineteenth
Century,”
in
Hidden
Histories
of
Gender
and
the
State
in
Latin
America
,
ed.
Elizabeth
Dore
and
Maxine
Molyneux
(Durham
and
London:
Duke
University
Press,
2000),
3–32,
22.
41
Michelle
McKinley,
“Emancipatory
Politics
and
Rebellious
Practices:
Incorporating
Global
Human
Rights
in
family
Violence
laws
in
Peru,”
Journal
of
International
Law
and
Politics
39,
no.
1
(2006):
75–139,
100.
42
Hunefeld,
Liberalism
in
the
Bedroom.
43
Jelke
Boesten,
“Marrying
the
Man
Who
Raped
You:
Domesticating
War
Crimes
in
Ayacucho,
Peru,”
in
Gendered
Peace:
Women’s
Search
for
Post-‐War
Justice
and
Reconciliation
,
ed.Donna
En
el
siglo
veinte,
gran
parte
del
sustento
legal
del
gobierno
patriarcal
sobre
las
mujeres
en
América
Latina
(tales
como
los
derechos
de
herencia,
los
derechos
parentales,
la
salud
reproductiva,
y
los
“crímenes
contra
el
honor
de
la
familia”)
fueron
mejorados
en
favor
de
las
mujeres
bajo
presión
de
los
movimientos
sociales
feministas.44
Sin
embargo,
a
pesar
de
la
secularización
del
estado
en
el
siglo
diecinueve
y
las
innovaciones
legales
en
relación
a
la
igualdad
de
género
en
el
veinte,
la
moralidad
católica
se
mantiene
en
gran
parte
de
la
América
Latina
del
siglo
veintiuno,
debido
a
una
fuerte
e
influyente
iglesia
que
aún
influye
en
la
política
y
en
los
temas
de
políticas
relacionados
a
la
familia
y
la
sexualidad.45
En
el
Perú,
la
igualdad
de
género
ante
la
ley
fue
establecida
en
el
Código
Civil
de
1984,
indicando
un
importante
cambio
en
el
razonar
sobre
el
género,
la
sexualidad
y
la
ley
durante
los
1980s
y
1990s.46
Aún
así,
la
Iglesia
Católica
en
el
Perú,
a
pesar
de
haber
sido
central
al
desarrollo
de
la
Teología
de
la
Liberación,
fue
y
es
dominada
por
grupos
conservadores
e
influye
claramente
en
la
política,
así
como
en
el
entendimiento
de
género
y
sexualidad.
Desde
luego,
la
continuidad
de
la
desigualdad
de
género
más
allá
de
la
ley
y
de
la
religión
institucionalizada
también
indica
que
cambiar
un
grupo
de
leyes
escritas
no
cambia
fácilmente
los
marcos
socioculturales.
De
acuerdo
a
Hunnicut,
el
énfasis
en
el
patriarcado
no
necesariamente
implica
un
entendimiento
estático
del
término,
o
de
la
sociedad
peruana.47
Mas
bien,
el
funcionamiento
de
las
relaciones
de
poder
patriarcales,
especialmente
en
asuntos
relacionados
a
la
familia
y
la
sexualidad,
y
por
tanto
de
los
derechos
de
las
mujeres,
depende
de
las
divisiones
sociales
y
las
jerarquías
en
la
sociedad:
de
factores
socioeconómicos
así
como
de
las
relaciones
jerárquicas
entre
hombres,
y
entre
mujeres.
La
intersección
de
clase,
raza
y
género
informa
la
violencia
estructural
en
el
Perú,
y
determina
el
acceso
individual
y
de
grupo
a
los
recursos,
Pankhurst
(London:
Routledge,
2007);
Narda
Henríquez,
Cuestiones
de
género
y
poder
en
el
conflicto
armado
en
el
Perú
(Lima:
Consejo
Nacional
de
Ciencia
y
Tecnología,
CONCYTEC,
2006).
44
Maxine
Molyneux,
“Twentieth-‐Century
State
Formations
in
Latin
America,”
in
Hidden
Histories
of
Gender
and
the
State
,
ed.
Dore
and
Molyneux,
53–84,
70.
45
Merike
Blofield,
“Women’s
Choices
in
Comparative
Perspective:
Abortion
Policies
in
Late-‐
como
lo
sugiere
Michelle
McKinley
en
“Emancipatory
Politics
and
Rebellious
Practices,”
109.
47
Hunnicutt,
“Varieties
of
Patriarchy
and
Violence
against
Women.”
los
servicios,
la
presencia
política
y
la
justicia.48
En
un
país
en
el
que
la
raza
es
basada,
en
gran
medida,
de
la
posición
socioeconómica,
el
origen
geográfico,
la
educación,
los
patrones
de
consumo,
el
vestido
y
el
lenguaje,
y
estas
características
están
fuertemente
influidas
por
el
género
(las
mujeres
generalmente
son
más
pobres,
menos
educadas
y
de
quienes
se
espera
que
se
vistan
de
acuerdo
a
la
“tradición”),
las
mujeres
son
por
lo
general
percibidas
como
más
“Indias”,
y
son
ubicadas
en
posiciones
inferiores,
en
la
escala
racial,
a
las
de
los
hombres
del
mismo
grupo.49
Estas
desigualdades
cruzadas
facilitan
la
violencia
contra
aquellas
percibidas
como
inferiores.
Más
aún,
como
Cristina
Alcalde
convincentemente
muestra,
las
desigualdades
estructurales
y
cruzadas
son
reproducidas
aún
en
las
relaciones
íntimas,
y
la
violencia
es
muchas
veces
usada
para
mantener
y
perpetuar
las
jerarquías.50
Así,
en
una
sociedad
patriarcal,
las
mujeres
se
encuentran
en
una
posición
muy
vulnerable,
sea
en
el
espacio
público
o
en
el
privado;
esto
es
así
especialmente
para
las
mujeres
indígenas.
El
estado
es
ciertamente
un
agente
fundamental
en
la
reproducción
de
estas
desigualdades
y
jerarquías
o,
al
menos,
de
no
enfrentarlas
adecuadamente.
Marcela
Lagarde
sostiene,
en
relación
a
los
feminicidios
en
México,
que
la
ideología
patriarcal
sostiene
la
impunidad.
Lagarde
añade
que
esta
ideología
patriarcal
naturaliza
la
inferioridad
de
la
mujer,
y
por
medio
de
la
impunidad,
normaliza
la
violencia.51
Mientras
que
en
el
Perú,
la
impunidad
por
la
violación
en
periodos
de
guerra
está
relacionada
a
la
dificultad
generalizada
de
juzgar
las
violaciones
de
los
derechos
humanos
perpetradas
por
los
militares,
la
violencia
interpersonal
de
periodos
de
paz
no
lo
está.
Como
veremos,
tal
como
sucede
con
la
impunidad
de
los
crímenes
relacionados
con
el
conflicto,
la
ausencia
de
capacidades
y
recursos
son
también
aspectos
que
juegan
un
rol
en
la
dificultad
de
garantizar
justicia
y
seguridad
a
las
mujeres
en
los
periodos
de
paz.
Sin
embargo,
esto
está
fuertemente
relacionado
con
el
marco
normativo
de
género
48
Boesten,
Intersecting
Inequalities.
49
Marisol
De
la
Cadena,
“‘Las
mujeres
son
más
indias.
Etnicidad
y
género
en
una
comunidad
del
52
Jelke
Boesten,
“Pushing
back
the
Boundaries:
Social
Policy,
Domestic
Violence,
and
Women’s
Organisations
in
Peru,”
Journal
of
Latin
American
Studies
38,
no.
2
(2006):
355–378,
and
Boesten,Intersecting
Inequalities
.
53
El
distrito
seleccionado
es
un
área
pobre
de
un
distrito
establecido
en
el
norte
de
Lima,
en
54
Todas
las
entrevistas
con
el
personal
de
primera
fila,
víctimas
sobrevivientes
y
perpetradores
son
anónimas.
Se
solicitó
permiso
a
los
supervisores
adecuados
para
entrevistar
a
los
miembros
de
personal
de
primera
fila,
y
los
individuos
del
personal
participaron
voluntariamente.
A
los
refugios
se
llegó
gracias
a
las
ONGs
actuantes
en
el
distrito,
y
las
mujeres
fueron
entrevistadas
con
su
pleno
consentimiento
e
información.
55
Jo-‐Marie
Burt,
Political
Violence
and
the
Authoritarian
State
in
Peru:
Silencing
Civil
Society
(New
57
Como
han
destacado
varios
autores,
Fujimori
usó
la
retórica
feminista
sobre
el
control
de
la
la
mujer.
Anuario
de
derecho
penal
1999–2000
,
ed.
Hurtado
Pozo
(Lima:
Fondo
Editorial
de
la
Pontificia
Universidad
Católica
del
Perú
,
Universidad
de
Freiburg.
2001),
25–35.
domésticas
fueron
específicamente
mencionadas
como
víctimas
potenciales
en
una
enmienda
de
2007),
personal
de
seguridad
y
profesores.
Sin
embargo,
a
pesar
de
estos
cambios
legales,
las
mujeres
abusadas
enfrentaban
obstáculos
insuperables
cuando
buscaban
reparación
legal.
La
violencia
sexual
perpetrada
por
parejas
íntimas,
o
más
en
general,
contra
mujeres
adultas,
no
fue
tomada
seriamente
por
las
autoridades.
Fiscales
y
doctores
forenses
sugieren
que
sólo
se
puede
demostrar
la
violación
perpetrada
contra
una
virgen,
descartando
así
la
posibilidad
de
la
violación
contra
una
mujer
adulta
y
dentro
del
matrimonio.
Sólo
el
daño
físico
severo
como
evidencia
de
lucha
y
resistencia
es
considerado
prueba
de
“coerción”,
o
del
uso
de
la
fuerza.
Como
resultado,
pocas
mujeres
golpeadas
están
dispuestas
a
presentar
cargos
de
violación
en
su
matrimonio,
y
ninguno
de
los
proveedores
de
servicios
entrevistados
lo
consideró
un
tema
relevante
de
conversación
en
el
contexto
de
la
violencia
de
la
pareja
íntima.59
Para
la
mayoría
de
mujeres
entrevistadas
(ocho
de
nueve)
el
sexo
forzado
era
parte
de
la
violencia
general
que
sufrían
en
sus
casas,
pero
no
incluyeron
a
éste
en
su
queja
formal.
En
cambio,
las
mujeres
golpeadas
son
generalmente
dirigidas
a
la
fiscalía
de
familia,
y
no
penal.
En
1993,
la
ley
26260
“contra
la
violencia
familiar”
fue
aprobada,
y
esta
ley
fue
subsecuentemente
fortalecida
en
varias
oportunidades.
La
violencia
contra
la
mujer
recae
en
gran
medida
en
la
categoría
de
“violencia
familiar”,
y
es
resuelta
en
cortes
de
familia,
en
vez
de
las
cortes
criminales.60
Un
caso
pasa
de
la
ley
de
familia
a
la
ley
criminal
cuando
se
considera
delito
de
lesiones
en
vez
de
falta
contra
la
persona
sólo
si
y
cuando
un
doctor
forense
confirma
que
la
víctima
ha
sido
gravemente
lesionada.61
Sin
embargo,
la
decisión
sobre
la
severidad
de
la
querella
es
muchas
veces
tomada
arbitrariamente.62
De
acuerdo
a
nuestros
informantes,
incluyendo
un
juez,
el
umbral
para
la
policía,
los
59
Ivonne
Macassi,
Liz
Meléndez,
Claudia
Rosas
and
Gina
Yáñez,
Entre
luces
y
sombras,
caminos
para
acceder
a
la
justicia.
Estudio
de
la
Comisaria
de
Mujeres
de
Villa
El
Salvador-‐Perú(Lima:
Flora
Tristán
y
Manuela
Ramos,
2010),
138.
60
Texto
Único
Ordenado
de
la
Ley
26260
y
sus
Modificaciones,
http://www.mimdes.gob.pe/index.php?option=com_content&view
=article&id=1542&Itemid=2
45
61
Codigo
Penal
1991,
Decreto
Legislativo
635,
Libro
Segundo,
Parte
Especial.
Delitos,
Capitulo
III.
62
Ver
también
comparativamente
Susan
Franceschet,
“Explaining
Domestic
Violence
Policy
Outcomes
in
Chile
and
Argentina,”
Latin
American
Politics
and
Society
52,
no.
3
(2010):
1–29;
Fiona
Macaulay,
“Judicialising
and
(de)
Criminalising
Domestic
Violence
in
Latin
America,”
Social
Policy
and
Society
5,
(2006):
103–114.
doctores
y
los
fiscales
para
considerar
una
ofensa
“criminal”,
en
vez
de
relacionada
a
la
“familia”,
es
alto.
El
criterio
formal
para
afirmar
que
ha
sido
gravemente
lesionada
es
la
necesidad
de,
por
lo
menos,
diez
días
de
descanso
para
recuperarse
de
las
consecuencias
físicas
de
la
violencia.
Si
el
doctor
forense
decide
que
ocho
días
de
descanso
es
suficiente,
entonces
no
ha
habido
asalto
y,
por
lo
tanto,
no
habrá
proceso
criminal.
En
este
sistema,
la
mayoría
de
los
casos
son
considerados
mala
conducta
y
tienden
a
quedar
dentro
de
la
ley
de
familia,
en
la
que
la
policía
y
la
judicatura
disponen
de
un
rango
limitado
de
medidas
legales
para
proteger
a
la
mujer
y
castigar
al
hombre.
Sin
embargo,
si
un
caso
llega
a
la
corte
criminal,
el
juez
puede
ordenar
periodos
de
prisión
de
tres
a
cinco
años.
En
la
práctica
y
de
acuerdo
a
nuestros
informantes,
estas
órdenes
son
generalmente
anuladas
por
una
sentencia
suspendida.63
Muy
pocos
casos
concluyen
realmente
con
el
encarcelamiento
de
los
agresores.
Esto
significa
mayor
peligro
aún
para
la
víctima,
quien
entonces
estará
expuesta
a
la
venganza
del
hombre,
quien
se
puede
sentir
terriblemente
insultado.
Cuando
un
informe
de
violencia
doméstica
es
inscrito,
la
policía
y
la
judicatura
tienen
a
su
disposición
una
serie
de
medidas,
tales
como
una
orden
de
restricción,
alejamiento
del
hogar,
breves
encarcelaciones
y
multas
(menores)
para
proteger
a
las
mujeres
y
castigar
a
los
perpetradores.
Nuestras
entrevistas
indican
que
la
mayoría
de
policías
son
conscientes
que
estas
medidas
no
son
efectivas
puesto
que,
en
gran
medida,
se
trata
de
emitir
documentación
que
no
es
continuada
en
la
práctica.
Por
ejemplo,
la
policía
tiene
el
poder
de
encarcelar
inmediatamente
a
los
agresores
durante
24
horas
a
fin
de
brindar
inmediata
protección
a
las
mujeres
amenazadas
con
más
violencia.
Esta
medida
es
raramente
usada,
pues
la
mayoría
de
las
mujeres
informan
del
acto
de
violencia
24
horas
después
de
cometido,
o
simplemente
porque
los
agresores
no
son
intervenidos
por
la
policía.
Si
la
mujer
denuncia
la
violencia
“en
el
acto”
y
la
policía
detiene
al
agresor,
una
breve
encarcelación
raramente
tiene
un
impacto
en
la
seguridad
de
la
mujer.
Según
lo
expresado
por
un
policía,
la
medida
le
da
al
hombre
24
horas
para
superar
la
borrachera
y
dormir
“la
mona”,
y
en
la
versión
de
un
abogado
de
la
CEM,
el
tiempo
para
descansar
para
regresar
a
casa
y
continuar
lo
que
estaba
haciendo
en
el
punto
en
que
lo
dejó.
Una
joven
policía,
63
Ver
también
Defensoría
del
Pueblo,
Violencia
Sexual
en
el
Perú.
quien
recientemente
había
empezado
su
trabajo
como
oficial
especializada
en
violencia
de
familia
en
una
comisaría
de
un
pueblo
de
Ayacucho,
dijo
que
las
24
horas
de
cárcel
sirven
para
obligar
al
agresor
a
meditar
sobre
sus
acciones,
aunque
no
estaba
segura
si
esto
era
efectivo.
Un
fiscal
dijo
que
la
medida
puede
ser
efectiva
si
es
acompañada
de
tratamiento
sicológico
para
el
perpetrador,
una
medida
que
es
parte
de
la
ley,
pero
que
no
la
hemos
visto
implementada.
En
suma,
los
proveedores
de
servicios
no
consideran
la
regla
de
las
24
horas
de
cárcel
una
medida
de
protección
muy
efectiva.
Más
allá
de
la
regla
de
las
24
horas
inmediata,
hay
otras
medidas
de
protección,
tales
como
órdenes
de
alejamiento,
suspensión
temporal
de
los
derechos
de
visita
y,
una
medida
añadida
a
la
ley
en
el
2008,
la
prohibición
de
poseer
y
portar
armas
de
fuego.
Una
regla
aprobada
en
el
2009,
añade
que
los
fiscales
simplemente
no
pueden
emitir
una
orden
de
“cese
de
violencia”.64
El
fiscal
puede
exigir
que
el
agresor
sea
retirado
de
su
hogar
durante
un
largo
periodo.65
La
implementación
del
“retiro
del
agresor”
o
la
“garantía
personal”
es
emitida
por
el
fiscal,
quien
debe
hacer
llegar
las
órdenes
al
tribunal
de
familia.
Este
documento
tiene
que
ser
firmado
por
el
agresor,
pero
no
hay
manera
de
asegurarse
que
éste
cumpla
con
las
órdenes
–aunque
la
ley
estipula
que
“para
la
ejecución
de
estas
medidas,
[la
victima]
debe
solicitar
el
auxilio
de
la
fuerza
pública
si
fuera
necesario’.”66
De
acuerdo
a
varios
informantes,
los
perpetradores
de
violencia
saben
que
la
pieza
de
papel
no
puede
afectarlos,
y
muchas
veces
continúan
amedrentando
a
la
víctima.
O
incluso
castigan
a
la
mujer
por
haber
informado
del
acto
violento
cometido.
Un
funcionario
de
la
policía
repitió:
“el
papel
aguanta
todo”;
un
abogado
de
la
CEM
dijo
que
el
“hombre
bota
el
pedazo
de
papel
y
continúa
golpeándola”,67
otro
policía
simplemente
dijo
que
el
agresor
“se
ríe
de
esto”.68
La
policía
no
interviene
–o
no
tiene
la
capacidad
de
intervenir-‐
64
Ministerio
Público,
‘Intervención
de
los
fiscales
de
familia,
penales
y
mixtos
frente
a
la
violencia
familiar
y
de
genero.’
Directiva
No
005–2009-‐MP-‐FN,
Lima,
2009,
p11
www.observamujerpuno.org.pe/files/DIRECTIVA.pdf
65
Una
nueva
enmienda
a
la
ley
añade
que
a
las
víctimas
se
les
debe
ofrecer
protección
en
un
http://www.mimdes.gob.pe/index.php?option=com_content&view=article&id=1542&Itemid=2
45
67
Entrevista,
abogado
CEM,
región
de
Ayacucho,
abril
2011.
68
Entrevista,
norte
de
Lima,
abril
2011
(1).
cuando
los
agresores
no
cumplen
con
las
órdenes.
Las
autoridades
responsables
generalmente
no
parecen
tener
mucha
fe
en
estos
procedimientos.
Una
Garantía
Personal
que
fue
emitida
con
el
nombre
incorrecto
es
un
buen
ejemplo,
el
fiscal
no
había
cambiado
el
formulario
del
caso
previo.69
Sin
embargo,
el
problema
más
importante
que
surge
de
la
implementación
de
estas
medidas
es
el
fracaso
de
la
policía,
los
fiscales
y
los
médicos
examinadores
para
juzgar
el
riesgo
y
las
lesiones.
La
evaluación
del
riesgo
es
necesaria
para
la
emisión
e
implementación
de
órdenes
restrictivas,
para
juzgar
un
caso
como
ofensa
criminal
o
no,
y
para
determinar
qué
tipo
de
ofensa
criminal
ha
sido
perpetrada
(p.
ej.
Intento
de
asesinato
por
amenazas
con
armas,
o
por
lesiones
serias).
Los
criterios
para
estar
“en
riesgo”
no
son
claros
y
dependen
de
la
capacidad
profesional
para
juzgar
el
riesgo,
y
de
una
comunicación
efectiva
y
la
colaboración
entre
los
proveedores
de
servicios.
Tanto
los
oficiales
de
policía
como
los
fiscales
son
los
responsables
de
tomar
estas
decisiones;
la
policía,
en
la
primera
instancia,
debe
enviar
todos
los
casos
a
los
fiscales
e
incluir
una
evaluación
del
riesgo.
Los
fiscales
entonces
tienen
que
juzgar
el
tipo
de
medidas
que
son
necesarias
para
asegurarse
que
la
mujer
en
cuestión
no
esté
expuesta
a
más
violencia.
Los
doctores
forenses
necesitan
evaluar
correctamente
las
lesiones
de
manera
que
se
pueda
establecer
correctamente
el
daño
causado.
Nuestras
entrevistas
muestran
que
los
policías
no
siempre
conocen
los
mecanismos
que
le
están
disponibles;
no
siempre
informan
al
fiscal,
y
demasiado
frecuentemente
descartan
casos
y
envían
a
las
mujeres
a
sus
hogares
sin
ningún
tipo
de
seguimiento.
Los
policías
parecen
renuentes
a
colaborar
más
estrechamente
con
la
oficina
de
los
fiscales
y
los
consideran
inaccesibles;
así
también,
los
fiscales
consideran
que
los
policías
tienen
una
deficiente
capacidad
de
juicio
y
son
poco
confiables.
El
personal
del
CEM
tiende
a
desconfiar
tanto
de
los
policías
como
de
los
fiscales.
La
falta
de
colaboración
puede
tener
consecuencias
devastadoras
para
las
víctimas
de
la
violencia.
Todas
nuestras
informantes
indicaron
que
la
policía
–generalmente
el
primer
punto
de
acceso
para
las
mujeres
que
están
siendo
abusadas,
golpeadas
y
69
Entrevista,
policía,
Lima
Norte,
marzo
2011
(6).
perseguidas-‐70
generalmente
no
las
apoyan.
La
actitud
negativa
de
la
policía
es
ampliamente
conocida
entre
las
mujeres,
y
claramente
las
disuade
de
denunciar
la
violencia.71
Las
historias
de
las
mujeres
sobre
cómo
finalmente
llegaron
al
refugio
incluyen
el
apoyo
del
personal
del
CEM,
mientras
que
la
falta
de
apoyo,
e
incluso
la
rudeza,
proviene
de
los
policías.
Las
mujeres
dijeron
tener
miedo
a
la
policía;
una
mujer
dijo
que
pueden
ser
sobornados
por
los
agresores;
y
a
una
mujer
ecuatoriana
que
entrevistamos,
casada
con
un
peruano,
se
le
dijo
que
la
ley
no
estaba
vigente
para
ella.
Todas
estas
mujeres
finalmente
terminaron
en
un
refugio
administrado
por
una
ONG,
y
todas
fueran
reenviadas
por
un
CEM,
no
por
la
policía.
Sus
casos
continúan
abiertos.
Está
claro
que
la
combinación
del
personal
del
CEM
bien
entrenado
y
que
apoya,
mas
la
disponibilidad
de
un
refugio
otorga
la
protección
que
estas
mujeres
necesitaban.
Sin
embargo,
es
posible
que
muchas
otras
se
sientan
renuentes
a
presentar
cargos
y
buscar
protección
–pues
esto
supone
procedimientos
largos
y
potencialmente
muy
costosos-‐
tras
llenar
su
primera
denuncia
a
un
policía
mal
entrenado
y,
por
lo
general,
rudo.
Por
ello,
la
mayor
parte
que
denuncia
la
violencia,
vuelve
para
denunciar
más
violencia
en
varias
oportunidades,
pero
muy
probablemente
a
diferentes
lugares
–la
policía
especial,
la
comisaría
para
mujeres,
un
CEM,
una
comisaría
regular,
una
DEMUNA,
o
directamente
a
la
fiscalía
de
familia.
Como
los
centros
de
datos
no
están
conectados
y
la
colaboración
y
la
comunicación
entre
las
diferentes
agencias
responsables
es
por
lo
general
inadecuada,
no
hay
posibilidad
de
hacer
el
seguimiento
de
los
casos
existentes
y
realizar
evaluaciones
de
riesgo
basadas
en
incidentes
previamente
denunciados.
Esto
también
significa
que
hay
muy
poca
información
estadística
disponible
sobre
cuántas
mujeres
apelan
al
sistema
múltiples
veces,
sin
lograr
una
solución.
Altos
niveles
de
feminicidio
sería
un
indicador
de
que
las
mujeres
no
encuentran
soluciones,
incluso
si
denuncian
la
violencia
en
algún
momento,72
pero
como
las
bases
de
datos
que
registran
la
violencia
doméstica
–una
o
varias
veces-‐
y
los
feminicidios
no
están
conectadas,
no
podemos
brindar
evidencia
de
tal
70
Confirmado
por
las
cifras
recuperadas
por
Jaris
Mujica
Violaciones
sexuales
en
el
Perú.
71
Ver
también
Alcalde,
The
Woman
in
the
Violence
,
165
72
MIMDES
recientemente
estableció
un
registro
para
feminicidios
y
contó
12
casos
por
mes
para
el
2009.
Los
informes
anteriores
preparados
por
DEMUS
y
Flora
Tristán
llegaron
a
las
mismas
conclusiones.
Ver
Teresa
Viviana,
Registro
de
feminicidio
para
enfrentar
la
violencia
hacia
la
mujer
en
el
Perú
(Lima:
Ministerio
de
la
Mujer
y
Desarrollo
Social,
MIMDES,
2010).
reclamo.73
El
nuevo
registro
de
feminicidios
mantenido
por
el
Ministerio
Público
solo
relaciona
aquellos
casos
de
violencia
contra
las
mujeres
que
son
registrados
por
la
fiscalía
con
feminicidios
identificados,
y
el
autor
del
informe
del
2010
reconoce
que
es
probable
que
muchas
más
mujeres
denuncien
la
violencia
a
la
policía
que
el
número
de
casos
que
está
registrado
en
la
fiscalía.74
Mientras
que
el
aspecto
técnico
de
conectar
las
bases
de
datos
puede
ser
un
tema,
el
que
la
policía
no
informe
a
la
oficina
de
la
fiscalía
de
todos
los
casos
que
le
llegan,
que
es
lo
que
se
supone
que
deben
hacer
según
la
ley,
es
una
falta
por
parte
de
la
policía,
pues
no
toma
seriamente
las
denuncias
de
las
mujeres.
Hay,
desde
luego,
otros
impedimentos
más
técnicos
a
la
adecuada
implementación
de
la
ley
y
de
la
política:
la
política
social
es
inspirada
por
el
paradigma
contemporáneo
de
desarrollo
que
combina
un
discurso
neoliberal
de
eficiencia
económica
con
ideas
de
gobernanza
democráticas.
Esta
combinación
puede
dar
lugar
a
una
variedad
de
medidas
y
resultados
de
política,
como
ha
sido
analizado
por
Christina
Ewig
para
el
sector
salud.75
En
el
caso
de
las
políticas
relacionadas
a
la
violencia
contra
las
mujeres,
la
descentralización
política
y
la
desestabilización
de
los
contratos
laborales
presentan
serios
problemas
para
la
implementación
de
las
políticas.
El
personal
entrevistado
que
trabaja
en
los
Centros
de
Emergencia
de
Mujeres
dio
testimonio
de
las
precarias
condiciones
laborales
en
que
se
encuentran,
muchas
veces
trabajando
con
contratos
a
plazo
fijo,
con
muy
pocos
beneficios
sociales.76
La
descentralización
desplazó
la
responsabilidad
financiera
a
las
municipalidades,
algunas
de
las
cuales
no
priorizan
a
los
CEMs
y
no
proveen
las
condiciones
básicas
para
que
puedan
73
De
acuerdo
a
los
policías
entrevistados,
la
comisaría
de
mujeres
del
norte
de
Lima
tiene
una
base
de
datos
computarizada
que
rastrea
múltiples
asaltos,
que
les
permite
informar
a
la
procuraduría
después
que
se
constata
que
hay
varios
informes
de
violencia
cometida
por
una
persona.
No
hemos
visto
tal
búsqueda
y
seguimiento
en
ninguna
otra
agencia,
y
no
pudimos
evaluar
la
efectividad
del
sistema
en
esta
comisaría.
74
Villanueva
observa,
en
2011,
:
“El
10.1%
de
las
mujeres
asesinadas
(11)
había
presentado
un
77
Entrevistas
con
el
personal
del
CEM
en
la
región
de
Ayacucho,
abril
2011.
78
Entrevista
con
el
administrador
del
CEM,
Lima
2011.
79
MIMDES
2010,
y
entrevista
con
un
funcionario
de
alto
nivel
empleado
por
el
PNCVHM,
ver
http://www.mimdes.gob.pe/index.php?option=com_content&view=article&id=834&Itemid=
327
)
Este
es
un
desarrollo
positivo,
sin
embargo
subsisten
muchos
problemas.
Los
Centros
operan
con
fondos
limitados,
contratos
laborales
inseguros,
continuas
amenazas
de
mayor
reducción
de
los
fondos
y
poco
apoyo
de
la
policía
y
la
judicatura.81
El
personal
del
CEM
en
Ayacucho
manifestó
que
cuando
se
quejaban
a
las
autoridades
municipales
sobre
el
limitado
apoyo
que
reciben,
muchas
veces
se
les
acusaba
de
ser
feministas.
Está
claro
que
ser
feminista
no
es
apreciado,
ni
siquiera
cuando
se
trabaja
formalmente
por
los
derechos
de
las
mujeres.
Los
informes
de
cómo
los
policías,
fiscales,
doctores
y
jueces
(tanto
hombres
como
mujeres)
tratan
los
casos
de
violencia
–descartando
los
relatos
de
las
mujeres,
tratándolas
rudamente,
poniéndose
de
lado
de
los
abusadores,
advirtiendo
a
las
mujeres
que
deben
huir,
rechazando
referir
los
casos
a
las
cortes
criminales,
negándose
a
penalizar
a
los
perpetradores,
y,
en
un
caso,
negándose
a
apoyar
a
una
mujer
porque
no
era
peruana
–sugiere
que
el
sistema
que
se
supone
debe
proteger
a
la
mujer
de
la
violencia,
está
mayormente
servido
por
personal
que
prefiere
identificarse
con
una
ideología
existente
en
la
que
el
hombre
domina
a
la
mujer,
y
en
la
que
la
mujer
debe
aceptar
ciertos
niveles
de
violencia,
al
mismo
tiempo
que
rechaza
el
feminismo.
La
resistencia
del
personal
de
primera
línea
de
la
policía
y
la
judicatura
empleada
para
defender
los
derechos
de
la
mujer
es
profundamente
perturbadora,
y
no
es
desafiada
por
las
intervenciones
políticas.
El
Ministerio
de
la
Mujer
afirma
abogar
por
los
derechos
de
la
mujer,
pero,
en
la
práctica,
aboga
por
la
familia.
Como
han
indicado
varias
activistas
feministas,
la
perspectiva
del
ministerio
es
“familiar”.
La
política
contra
la
violencia
contra
la
mujer
está
basada
en
una
ley
contra
la
“violencia
familiar”
y
los
programas
nacionales
invariablemente
se
refieren
a
la
violencia
familiar
en
vez
de
referirse
a
la
violencia
de
género
o
la
violencia
contra
la
mujer,
o
incluso
la
violencia
doméstica.
La
ley
contra
la
violencia
familiar
es
interpretada
como
una
herramienta
para
proteger
la
integridad
de
la
familia,
y
se
considera
cada
vez
más
que
los
niños
necesitan
de
la
protección
del
estado
contra
la
violencia
familiar,
especialmente
el
abuso
sexual.82
Así
que
mientras
se
condena
la
81
Boesten
and
Sandoval,
“Violencia
doméstica
y
política
social.”
82
Ver
Defensoría
del
Pueblo,
La
aplicación
de
la
justicia
penal
ante
casos
de
violencia
sexual
perpetrados
contra
niñas,
niños
y
adolescentes,
Informe
Defensorial
N
°
126,
Lima
2007.
violencia
en
las
familias
y
se
establecen
servicios
para
apoyar
a
las
mujeres
que
son
víctimas
de
tal
violencia,
los
derechos
de
las
mujeres
no
son
la
piedra
angular
de
esas
políticas.
De
hecho,
como
subraya
Molyneux,
las
agencias
estatales
en
América
Latina
tienden
a
promover
la
igualdad
de
género
así
como
la
promoción
y
protección
de
la
familia,
“como
si
la
primera
fuera
coincidente
con
la
última”.83
Este
apoyo
ambiguo
a
la
familia,
junto
con
la
negligencia
para
con
las
mujeres,
está
inscrita
en
la
política
y
en
la
legislación,
y
mantiene
la
autoridad
patriarcal
firmemente
en
plaza,
como
lo
demuestran
las
respuestas
antes
discutidas.
Hay
poca
evidencia
que
la
primera
línea
de
apoyo
a
la
víctima,
y
de
aplicación
de
la
ley,
tome
partido
por
las
mujeres;
mas
bien,
la
mujer
es
muchas
veces
responsabilizada
por
la
situación
en
que
se
encuentra.
Mientras
que
los
servicios
dedicados
a
la
mujer,
tales
como
los
CEMs
y
las
comisarías
especiales,
realizan
claramente
una
mejor
labor
a
este
respecto,
operan
desde
una
posición
que
no
es
apoyada
por
el
ambiente
de
la
judicatura
y
la
prejudicatura.
La
política
que
enfrenta
la
violencia
contra
la
mujer
en
el
Perú
no
provee
un
marco
que
pueda
ayudar
a
cambiar
las
relaciones
de
género,
y
no
exige
a
sus
operadores
en
los
servicios
establecidos
para
las
mujeres
(aparte
del
CEM)
que
trabajen
desde
una
perspectiva
que
asuma
la
igualdad
de
género
y
los
derechos
de
la
mujer.
Mas
bien,
está
incrustada
en
un
marco
patriarcal
en
el
que
la
familia
gobernada
por
el
hombre
es
la
piedra
angular
de
la
sociedad
y
el
objetivo
primario
de
la
política.
La
distancia
ideológica
que
existe
entre
el
personal
de
los
CEM
–dedicado
a
los
derechos
de
las
mujeres,
y
que
son
empleados
por
el
MIMDES-‐
y
la
fiscalía
de
familia,
las
comisarías
para
mujeres,
o
el
laboratorio
forense
son
tangibles.
Los
primeros
optan
por
dedicar
su
vida
laboral
a
los
derechos
de
la
mujer,
los
segundos,
generalmente,
no
lo
hacen.
Esto
nos
fuerza
a
hacer
preguntas
sobre
el
entrenamiento
que
recibe
cada
uno
de
estos
grupos
de
personal
en
sus
instituciones.
Por
ejemplo,
de
acuerdo
a
varios
de
nuestros
entrevistados,
los
policías
son
asignados
por
su
especialización
y,
por
lo
general,
no
se
les
permite
escoger
dónde
prestar
servicio.
El
entrenamiento
tiene
lugar
cuando
ya
se
encuentran
trabajando.
Esto
puede
provocar
resentimiento
entre
aquellos
que
tienen
tareas
asignadas
que
no
les
gusta
realizar.
También
significa
que
el
83
Molyneux,
“Twentieth-‐Century
State
Formations,”
70.
entrenamiento
de
estos
policías
para
enfrentar
la
violencia
contra
la
mujer,
y
su
entendimiento
de
los
asuntos
de
género
en
general,
“ha
sido
añadido”
en
el
contexto
de
esta
tarea
específica,
y
no
es
parte
del
entrenamiento
que
se
provee
a
todos
los
policías.
Problemas
similares
se
presentan
en
la
judicatura.
Un
reciente
informe
sobre
feminicidios
de
la
Defensoría
del
Pueblo
lamenta
la
ausencia
de
conocimiento
de
los
derechos
de
las
mujeres
en
la
judicatura
peruana,
y
recuerda
al
MIMDES
su
obligación,
tal
como
está
establecida
en
la
PNCVHM,
para
“‘la
inclusión
de
la
violencia
basada
en
género
en
el
currículo
de
la
Academia
Nacional
de
la
Magistratura
y
de
la
Escuela
de
Formación
del
Ministerio
Público’.”84
Más
allá
de
la
cuestión
del
entrenamiento,
la
discordancia
en
el
entendimiento
del
problema
de
la
violencia
debe
ser
observado
desde
una
perspectiva
sociocultural.
El
Perú
no
sólo
es
una
sociedad
patriarcal
en
la
que
se
espera
que
los
hombres
dominen
a
las
mujeres
y
a
los
niños
–aun
cuando
esto
ya
no
está
incrustado
en
la
ley-‐
sino
también
una
sociedad
racista
en
la
que
la
raza,
la
etnicidad
y
la
clase
social
están
históricamente
entrelazadas
con
la
desigualdad
de
género
para
determinar
los
privilegios
y
la
marginación.
Mientras
que
la
ley
avanza
notoriamente
al
cambiar
el
medio
ambiente
institucional
y
las
realidades
de
estas
desigualdades,
otorgando
derechos
e
igualdad
ante
la
ley
a
los
individuos
y
a
los
grupos,
las
actitudes
societales
no
necesariamente
siguen
al
mismo
ritmo,
y
por
tanto
obstaculizan
la
aplicación
de
la
ley.
Esto
es
relevante
a
nuestra
discusión
actual
pues
los
servicios
primarios
sólo
pueden
ser
efectivos
si
el
objetivo
de
estos
servicios
es
cambiar
la
incidencia
de
la
violencia
contra
las
mujeres,
es
decir,
si
el
objetivo
último
es
reducir
la
aceptación
societal
del
maltrato
a
la
esposa
y
otras
formas
de
violencia
contra
las
mujeres.
Para
hacer
esto,
mujeres,
hombres
y
niños
necesitan
ser
vistos
como
personas
portadoras
de
derechos,
independientemente
de
su
género,
raza,
clase
u
otros
factores
sociales.
Incluso
si
está
formalmente
incluido
en
la
ley,
los
individuos
no
se
percibirán
a
sí
mismos
como
individuos
portadores
de
derechos
si
no
hay
“receptividad
institucional”
a
tales
reclamos.85
De
acuerdo
a
Sally
Engle
Merry,
84
Defensoría
del
Pueblo,
Feminicidios
en
el
Perú:
Estudio
de
expedientes
judiciales
,
Lima:
Rights
to
Protection
from
Violence,”Human
Rights
Quarterly
25
(2003):
343–381.
esto
explica
por
qué
las
mujeres
denuncian
la
violencia
y
luego,
muchas
veces,
retiran
su
denuncia
–si
las
mujeres
no
se
sienten
apoyadas
en
su
identidad
como
sujetos
de
derechos,
retornarán
a
identidades
más
negativas
como
esposas
y
madres
que
soportan
un
cierto
nivel
de
violencia
–una
actitud
para
con
las
mujeres
golpeadas
que
muchas
veces
es
confirmada
por
los
policías
que
reciben
las
denuncias
de
las
mujeres,
y
para
la
frustración
de
estos
mismos
policías.
Por
lo
tanto
no
es
suficiente
con
“empoderar”
a
las
mujeres
y
decirles
que
tienen
derechos.
Mas
bien,
la
opinión
pública
en
general
necesita
cambiar
en
apoyo
de
la
igualdad
de
género
y
contra
el
racismo
y
la
discriminación
basada
en
posiciones
socioeconómicas.
Los
policías,
abogados,
fiscales,
jueces
y
doctores
podrían,
y
debieran,
estar
en
la
primera
línea
de
estos
cambios,
pero
son
parte
tanto
del
ambiente
institucional
como
societal
que
tiene
que
cambiar
con
ellos.
Las
políticas
pueden
contribuir
a
cambios
tan
fundamentales,
promoviendo
la
igualdad
de
género,
la
intolerancia
a
todas
las
formas
de
violencia,
y
una
perspectiva
de
derechos
humanos
que
reconozca
que
todos
los
ciudadanos
son
iguales
ante
la
ley.
La
política
actual
contra
la
violencia
de
género
no
logra
esto.
En
primer
lugar,
el
Plan
Nacional
no
es
claro
en
su
lenguaje:
se
refiere
a
la
violencia
contra
las
mujeres
(las
palabras
con
las
que
el
Plan
esta
incrustrado
en
la
ley)
o
contra
la
violencia
de
familia
y
sexual
(cómo
el
Programa
y
sus
correspondientes
políticas
son
promovidos
en
su
sitio
web
y
en
las
publicaciones).
Mientras
que
el
actual
documento
del
PNCVHM
parece
ser
exhaustivo,
inclusivo
y
basado
en
derechos,
esto
no
se
refleja
en
la
manera
como
el
Plan
es
implementado
o
promovido.
Desde
luego,
el
énfasis
en
las
mujeres
como
portadoras
de
derechos
difiere
del
énfasis
en
la
familia
como
la
portadora
de
los
derechos.
La
interpretación
por
parte
de
las
autoridades
locales,
de
una
política
enfocada
en
la
familia
en
vez
de
una
enfocada
en
los
derechos
de
las
mujeres,
es
en
parte
consecuencia
de
este
mensaje
ambiguo
emitido
desde
el
gobierno
central.
El
énfasis
en
la
familia,
más
que
en
las
mujeres,
también
es
evidente
en
la
organización
de
la
judicatura,
que
hace
una
distinción
entre
la
ley
de
familia
y
la
ley
penal.
Se
supone
que
el
uso
de
los
tribunales
podrá
prevenir
que
los
tribunales
penales
se
atasquen
con
quejas
“menores”
que
pueden
ser
resueltas
con
la
ley
civil.
Con
el
mismo
objetivo,
las
instituciones
financieras
internacionales
apoyaron
el
establecimiento
de
procedimientos
de
conciliación
paralegal
obligatorio
para
las
denuncias
de
violencia
doméstica
a
mediados
de
1990s,
pero
esta
política
fue
revisada
en
2001,
gracias
a
las
masivas
campañas
de
organizaciones
feministas.86
Sin
embargo,
la
actual
separación
de
la
ley
penal
y
familiar
no
necesariamente
mejora
los
procedimientos
de
conciliación,
pues
la
mayor
parte
de
los
casos
de
violencia
de
pareja
íntima
son
llevados
a
la
esfera
privada.
Esto
contribuye
al
manejo
arbitrario
de
los
casos
individuales
y
a
la
ausencia
de
acción
política
sobre
la
violencia
contra
las
mujeres
más
allá
del
paradigma
familial.87
Incluso
tenemos
evidencia
que,
en
la
práctica,
la
conciliación
es
ampliamente
usada;
no
sólo
en
términos
extrajudiciales,
sino
mas
bien,
frente
a
un
juez.
En
uno
de
las
comunidades
de
Ayacucho,
donde
realizábamos
nuestro
trabajo
de
campo
en
el
2011,
un
secretario
judicial
nos
mostró,
en
papel,
que
todos
los
casos
de
violencia
doméstica
que
mensualmente
llegaban
a
su
oficina,
eran
conciliados
por
el
juez
(entre
8
y
15
casos
al
mes).
Esto
significa
que
la
práctica
legal
está,
por
lo
menos,
diez
años
retrasada
en
relación
a
la
reforma
legal,
o,
considerando
que
la
ley
de
conciliación
sólo
duró
muy
poco
tiempo
en
la
segunda
mitad
de
1990s,
que
la
brecha
entre
la
práctica
legal
y
la
ley
es
inmensa.
De
cualquier
manera,
está
claro
que
falta
claridad
o
consenso
político,
social
o
judicial
sobre
la
naturaleza
de
la
violencia
contra
la
mujer.
Conclusión
La
violación
generalizada
de
mujeres
durante
el
conflicto
político
de
los
1980s
y
1990s,
ha
perpetuado
las
desigualdades
basadas
en
la
raza,
la
clase
y
el
género,
fortalecido
el
control
masculino
sobre
la
sexualidad
femenina;
y
normalizado
aún
más
la
violencia
contra
la
mujer.
Aunque
resulta
difícil
establecer
de
qué
maneras
el
conflicto
político
ha
configurado
los
altos
niveles
de
violencia
contra
la
mujer
contemporánea
en
el
periodo
de
paz,
ciertamente
hay
paralelos
de
cómo
dicha
violencia
es
percibida
por
las
víctimas,
los
86
Deborah
Poole,
“Between
Threat
and
Guarantee:
Justice
and
Community
on
the
Margins
of
the
Peruvian
State,”
in
Anthropology
in
the
Margins
of
the
State
,
ed.
Veena
Das
and
Deborah
Poole
(Santa
Fee:
School
of
American
Research
Press,
2004),
35–66.
87
Macaulay,
“Judicialising
and
(de)
Criminalising
Domestic
Violence.”
perpetradores
y
el
estado.
Los
argumentos
usados
por
la
judicatura
peruana
para
descartar
casos
de
violación
en
el
periodo
de
guerra
refleja
las
actitudes
de
aquellos
que
se
encuentran
en
la
primera
línea
de
la
respuesta
a
la
violencia
contra
las
mujeres
en
los
periodos
de
paz:
ambos
rechazan
contundentemente
las
demandas
de
las
mujeres
de
una
vida
libre
de
violencia,
negando
activamente
la
severidad
de
la
criminalidad
de
tal
violencia.
Hasta
aquí,
la
judicatura,
bajo
presión
del
gobierno,
interpreta
la
violación
en
periodo
de
guerra,
sobre
todo,
de
mujeres
indígenas,
como
un
crimen
común,
desprovisto
de
contenido
o
propósito
político.
El
fracaso
de
los
gobiernos
postconflicto
de
dar
solución
tanto
a
la
violencia
doméstica
como
a
la
violencia
política
contra
las
mujeres,
tiene
que
ser
mirado
por
el
mismo
lente:
es
un
fracaso
que
refleja
la
existencia,
y
un
atrincheramiento,
del
estado
patriarcal
que
ve
la
violencia
contra
las
mujeres
como
“legítima”
en
muchos
casos,
y
trivial
en
la
mayoría.
Sucesivos
gobiernos
y
sus
agencias
han
desarrollado
una
serie
de
mayormente
inefectivas
políticas
sociales
para
enfrentar
la
violencia
contra
la
mujer.
Como
he
demostrado
en
este
capítulo,
para
enfrentar
un
problema
tan
enquistado
no
se
puede
ser
efectivo
si
no
se
desafía
activa
y
abiertamente
los
entendimientos
normativos
de
género,
raza
y
clase
que
apuntalan,
en
primer
lugar,
la
violencia
contra
la
mujer.
Las
instituciones
del
estado
como
el
ejecutivo,
la
judicatura,
la
policía
y
las
fuerzas
armadas
están
pobladas
por
individuos
que
comparten
un
marco
sociocultural
similar
en
relación
al
género
y
la
violencia;
por
ello,
reproducen
los
mismos
dañinos
marcos
normativos
en
el
diseño
y
la
implementación
de
las
políticas.
El
análisis
de
la
política
de
estado
en
relación
a
la
violencia
contra
la
mujer
en
el
Perú
muestra
que
el
compromiso
con
la
igualdad
de
género
no
tiene
sentido
si
no
son
cuestionadas
y
desafiadas
las
formas
como
el
poder,
incluyendo
las
instituciones
del
estado,
asumen
el
género
en
la
sociedad.
7:
Violencia
sexual
y
justicia
pos-‐conflicto
Examinar
la
violencia
sexual
en
los
periodos
de
guerra
y
de
paz
en
el
Perú,
pone
en
evidencia
la
complejidad
de
un
problema
persistente
con
resonancia
global.
En
este
último
capítulo,
resumiré
algunas
de
las
conclusiones
a
las
que
llegamos
en
los
capítulos
individuales,
a
fin
de
identificar
los
principales
factores
que
contribuyen
a
la
persistencia
de
tal
violencia
en
el
Perú.
Además,
discutiré
lo
que
podemos
aprender
del
caso
peruano
sobre
los
medios
con
los
que
la
violencia
sexual
es
examinada
en
la
actualidad
en
el
discurso
y
la
práctica
internacional,
tales
como
los
enfoques
de
las
justicias
transicional
y
penal.
Entendimientos
de
la
Violencia
Sexual
La
violencia
sexual
es
solo
un
aspecto
de
la
violencia
de
género,
entendida
como
toda
violencia
perpetrada
a
personas,
mujeres,
hombres
y
niños,
debido
a
su
género
o
su
comportamiento
de
género.
En
este
libro
me
he
concentrado
principalmente
en
la
violencia
sexual
contra
la
mujer
debido
a
que
está
muy
difundida
y
tiene
efectos
muy
profundos
en
los
individuos
como
en
la
sociedad
y,
por
esta
razón,
es
una
“herramienta
tan
efectiva”
de
la
subordinación
en
la
guerra
y
en
la
paz,
de
hombres
y
de
mujeres
y
de
grupos
enteros
de
la
población.
Sin
embargo,
lo
que
es
considerado
“violencia”
y
lo
que
es
considerado
“violencia
sexual”
es
en
sí
misma
el
resultado
de
una
interpretación:
una
construcción
social,
en
las
palabras
de
Muehlenhard
and
Kimes.1
Un
entendimiento
interpretativo
de
la
violencia
ayuda
a
explicar
por
qué
algunas
formas
de
violencia
son
enfrentadas
y
otras
son
descuidadas;
por
qué
actos
de
la
misma
naturaleza
(p.ej.
penetración
del
cuerpo
bajo
amenaza
o
fuerza
activa)
pueden
ser
juzgados
en
forma
diferente
según
quién
es
el
perpetrador
o
la
víctima
o,
incluso,
según
cuál
es
la
relación
entre
el
perpetrador
y
la
víctima.
En
este
1
Charlene
L.
Muehlenhard
and
Leigh
Ann
Kimes,
“The
Social
Construction
of
Violence:
The
Case
of
Sexual
and
Domestic
Violence,”
Personality
and
Social
Psychology
Review
3,
no.
3
(1999):
234–
245.
estudio,
considero
a
la
violencia
sexual
como
aquellas
experiencias
que
son
percibidas
como
tal
por
sus
víctimas;
mujeres
y
hombres
que
informaron
de
la
violencia
a
la
Comisión
de
la
Verdad,
los
fiscales,
la
policía,
o
cualquier
otra
agencia
que
registra
los
incidentes
violentos.
También
examino
las
interpretaciones
de
la
violencia
sexual
tal
como
fue
desplegada
por
otros
actores
tales
como
perpetradores,
miembros
de
la
judicatura,
de
la
comisión
de
la
verdad
y
reconciliación
y
del
comité
de
reparaciones,
y
de
los
entendimientos
desplegados
por
el
estado
por
medio
de
sus
políticas
dirigidas
a
la
violencia
en
periodos
de
paz.
Al
hacerlo,
he
tratado
de
identificar
en
qué
se
contradicen
las
diferentes
interpretaciones
de
la
violencia
sexual.
Medir
el
predominio
de
la
violencia
de
género
y
sexual
es
notoriamente
difícil
debido
al
silencio
que
envuelve
a
esta
violencia,
y
a
las
diferentes
interpretaciones
que
las
victimas,
los
perpetradores
y
las
instituciones
puedan
tener
de
tal
violencia.
Considerando
las
cambiantes
interpretaciones
y
definiciones
de
la
violencia
de
género
y
sexual,
es
prácticamente
imposible
comparar
las
estadísticas
con
el
objetivo
de
identificar
el
cambio.
Para
enfrentar
mejor
el
problema
de
la
medición,
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
se
basó
en
la
práctica
internacional
y
usó
una
metodología
muy
respetada
para
determinar
el
predominio
de
la
violencia
sexual
durante
el
conflicto.
Las
cifras
resultantes
(583
víctimas
identificadas
que
son
sólo
una
fracción
del
número
real
de
mujeres
violadas,
en
muchos
casos,
por
las
fuerzas
armadas
del
estado)
están
siendo
revisadas
por
académicos
usando
diferentes
métodos
sobre
la
misma
información,2
quienes,
a
pesar
de
cierta
variación,
llegan
a
la
misma
conclusión:
la
violencia
sexual
fue
sistemática
durante
la
guerra
(aún
cuando
las
conclusiones
difieren
de
la
CVR,
en
que
los
hombres
también
fueron
identificados
como
víctimas
mayores,
aún
cuando
en
cifras
significativamente
menores
que
las
mujeres).
Violencia
“sistemática”
sugiere
planificación
e
intención
política,
esto
es,
sugiere
el
uso
de
cierto
tipo
de
violencia
de
una
manera
estratégica.
Pero,
como
he
sugerido
en
este
libro,
otros
factores
que
escapan
a
la
lógica
de
la
máquina
de
guerra,
tales
como
las
ideologías
de
género
existentes,
el
racismo
o
la
violencia
2
Michele
Leiby,
“Digging
in
the
Archives:
The
Promise
and
Perils
of
Primary
Documents,”
Politics
3
Jaris
Mujica,
Violaciones
sexuales
en
el
Perú
2000–2009.
Un
informe
sobre
el
estado
de
la
situación
.
(Lima:
Centro
de
Promoción
y
Defensa
de
los
Derechos
sexuales
y
reproductivos,
PromSex,
2011).
de
la
violencia
de
género
puesto
que
tiene
como
objetivos
específicos
a
grupos
de
personas
debido
a
su
género,
sexualidad
y
comportamiento
sexual,
aún
si
la
violencia
misma
puede
no
haber
sido
de
naturaleza
sexual.
Los
insurgentes
no
usaron
la
violación
para
intimidar
o
conquistar,
pero
la
evidencia
de
la
CVR
sugiere
que
los
grupos
insurgentes
normalmente
recurrían
a
la
violencia
sexual
contra
las
mujeres
y
muchachas
en
la
forma
de
prostitución
forzada
y
esclavismo
sexual.
Como
mínimo,
esto
apunta
a
una
misoginia
generalizada
que
permitía
que
esta
violencia
sexual
tuviera
lugar
en
contradicción
de,
particularmente
en
el
caso
de
Sendero
Luminoso,
la
doctrina
moralizante
del
partido.
En
contraste,
los
militares,
la
policía
y
los
Comités
de
Autodefensa
campesina,
usaron
la
violencia
sexual
como
medio
para
una
variedad
de
objetivos,
tales
como
satisfacción
sexual,
entretenimiento,
intimidación,
botín
y
sumisión
de
comunidades
enteras.
Como
discutí
en
el
capítulo
2,
distinguir
entre
la
violación
usada
estratégicamente
por
razones
militares,
esto
es,
como
un
arma
de
guerra,
y
la
violencia
sexual
que
parece
ser
perpetrada
como
consecuencia
de
la
guerra,
pero
que
está
relacionada
a
una
serie
de
otras
dinámicas
tales
como
la
presión
del
compañerismo
masculino,
la
necesidad
de
la
lealtad
de
las
tropas
armadas
y
las
fuerzas
aliadas,
y
las
oportunidades
que
los
paisajes
de
los
periodos
de
guerra
ofrecen
en
relación
a
saldar
cuentas
y
escalar
la
violencia
misógina
entre
militares
así
como
entre
comunidades,
añaden
un
nivel
de
complejidad
a
nuestro
entendimiento
de
la
violencia
sexual
en
periodos
de
guerra,
que
muchas
veces
es
ignorado.
Asimismo,
la
investigación
realizada
entre
las
víctimas-‐sobrevivientes
y
perpetradores
de
violencia
sexual
en
otras
sociedades
post-‐conflicto,
también
muestran
que
el
análisis
de
la
“violación
como
arma
de
guerra”
sólo
explica
un
lado
del
uso
de
tal
violencia
en
la
guerra.
La
idea
que
la
violación
fue
usada
como
un
arma
de
guerra
se
origina
en
el
pensamiento
feminista
sobre
el
significado
simbólico
de
la
violación,
en
tanto
que
relacionado
a
entendimientos
de
“nación”
y/o
etnicidad.
Dicho
pensamiento
nos
ofreció
entendimientos
cada
vez
más
complejos
sobre
cómo
la
identidad
del
grupo
depende
no
sólo
de
las
divisiones
laborales
de
género,
sino
también
de
los
significados
simbólicos
relacionados
a
esa
división
del
trabajo:
mujeres
como
reproductoras
biológicas
de
niños,
quienes,
por
omisión,
se
constituyen
en
el
futuro
de
la
nación;
esto
es,
la
idea
que
las
mujeres
reproducen
las
principales
características
(biológicas)
de
la
nacionalidad.4
Este
entendimiento
significa
que
los
cuerpos
sexuales
de
las
mujeres
son,
por
definición,
mas
raciales
que
los
cuerpos
de
los
hombres,
puesto
que
las
mujeres
son
percibidas
como
reproductoras
de
raza.
Las
ideas
sobre
la
raza,
y
las
jerarquías
raciales,
tienen
entonces
un
tremendo
efecto
en
cómo
son
tratados
los
cuerpos
de
las
mujeres,
y
cómo
son
tratados
los
niños
de
las
mujeres.
Vemos
esto,
por
ejemplo,
en
los
discursos
y
prácticas
coloniales
en
torno
a
la
legitimidad
e
ilegitimidad
de
los
encuentros
sexuales
y
los
niños
que
estos
pueden
producir.
Por
ello,
la
cultura
colonial
y
las
hazañas
económicas
que
esa
cultura
produjo
también
tenían
características
definidas
por
género.
Tal
significado
simbólico
de
la
sexualidad
de
las
mujeres
tienen
muy
poco
que
ver
con
las
mujeres
individualmente,
sus
derechos,
su
dignidad,
pero
existe
sólo
en
relación
a
los
hombres
y
al
grupo
de
identidad:
qué
se
puede
hacer,
y
qué
no
se
puede
hacer,
al
cuerpo
de
una
mujer
depende
de
la
relación
con
la
sociedad
masculina.
La
violación
de
la
sexualidad
de
las
mujeres
luego
viola
a
los
hombres
y
al
grupo.
Por
ello,
desde
esta
perspectiva,
la
violación
se
convierte
en
un
medio
efectivo
para
destruir
al
grupo
y
hiere
a
los
hombres.
Estas
dinámicas
fueron
particularmente
confirmadas
en
las
guerras
en
la
ex
Yugoslavia
y
en
Ruanda,
donde
los
cuerpos
de
las
mujeres
fueron
explícita
y
sistemáticamente
asaltados
para
destruir
a
un
grupo
culturalmente
definido:
bosnios
musulmanes
en
partes
de
la
ex
Yugoslavia
y
tutsis
en
Ruanda.
Por
primera
vez
en
la
historia,
la
escala
de
la
perpetración
de
la
violencia
sexual
así
como
las
diferentes
formas
y
usos
de
tal
violencia
fue
documentada
mientras
tenía
lugar,
dando
lugar
a
una
condena
internacional
sin
precedentes.
Los
eventos
en
estos
dos
conflictos
confirmaron
que
la
violación
era
un
“arma
de
guerra”
y
catapultó
el
análisis
de
esta
modalidad
de
violencia
sexual
en
la
tendencia
principal.
Los
eventos
y
desarrollos
durante
los
1990s
atrajo
una
creciente
atención
internacional
a
la
violencia
como
arma
de
guerra,
distanciándose
de
la
idea
de
que
la
violencia
sexual
en
la
guerra
es
siempre
inevitable
porque
los
“chicos
siempre
serán
chicos”.
Este
desarrollo
hizo
posible
diseñar
políticas
y
firmar
tratados,
e
incluye
la
violencia
sexual
en
la
ley
criminal
internacional.
En
4
Nira
Yuval-‐Davis
,
Gender
&
Nation:
Politics
and
Culture
(London
and
Thousand
Oaks,
CA:
Sage
Publications,
1997)
palabras
de
Skjelsbæk,
esto
fue
“nada
menos
que
una
revolución
menor”.5
Sin
embargo,
mientras
la
tesis
del
arma
de
Guerra
ha
sido
una
útil
frase
feliz
para
colocar
la
violencia
sexual
en
la
agenda
internacional,
no
ha
ayudado
al
uso
de
entendimientos
más
complejos
de
la
ocurrencia
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra.
Como
sustenté
en
el
capítulo
2,
usando
el
caso
peruano
como
ejemplo,
mientras
que
la
violación
puede
ser
usada
sistemáticamente
durante
la
guerra,
y
puede
tener
propósitos
estratégicos
en
su
empleo,
hay
más
sobre
la
violación
que
lo
que
el
argumento
de
la
violación-‐como-‐arma-‐de-‐guerra
reconoce.
El
caso
peruano
muestra
que
mientras
los
entendimientos
de
género
del
mundo
social
se
hallan
en
el
corazón
de
la
violencia
sexual,
la
manera
en
la
que
la
violencia
sexual
tiene
lugar
en
las
guerras
puede
diferir
significativamente
de
caso
a
caso,
y
depende
de
las
configuraciones
de
poder
existentes
en
cada
situación
particular.
Los
entendimientos
de
cómo
el
poder
es
organizado
siguiendo
las
líneas
de
género,
raza,
etnicidad,
grupos
socioeconómicos
y
sexualidad,
en
el
caso
peruano
resultó
ser
muy
significativo.
Cómo
dichas
categorías
de
diferenciación
son
entendidas
y
cómo
se
relacionan
con
el
poder
es,
en
sí
misma,
una
cuestión
que
lleva
a
diferentes
respuestas
en
ambientes
socioculturales
e
históricos
diferentes.
Así,
para
explorar
qué
es
lo
que
hace
que
la
violencia
sexual
se
propague
en
la
guerra,
exploré
en
el
capítulo
3
qué
es
lo
que
hace
la
violencia.
Como
han
demostrado
los
investigadores
en
relación
a
la
violencia
sexual
en
conflictos
motivados
por
razones
étnicas
o
nacionalistas,
la
violación
sistemática
de
la
población
femenina
enemiga
conlleva
no
sólo
la
connotación
simbólica
de
la
derrota
y
la
subordinación,
como
en
el
Berlín
de
la
post-‐Segunda-‐Guerra-‐
Mundial,
sino
que
también
puede
tener
como
objetivo
alterar
la
composición
étnica
de
la
sociedad,
como
fue
el
caso
del
uso
sexual
de
la
violencia
en
Bosnia
y
Herzegovina
y
en
Ruanda
en
los
1990s.
Pero
no
todo
uso
sistemático
de
la
violencia
sexual
que
victimiza
a
un
particular
grupo
étnico
explícitamente
busca
destruir
a
ese
grupo.
En
el
caso
de
América
Latina,
se
puede
encontrar
diferentes
patrones.
La
investigación
que
examina
la
violencia
sexual
y
de
género
en
los
5
Inger
Skjelsbæk
,
The
Elephant
in
the
Room.
An
Overview
of
how
Sexual
Violence
came
to
be
seen
as
a
Weapon
of
War
(Oslo:
Peace
Research
Institute
Oslo
(PRIO),
2010),
3.
Por
cierto,
la
violencia
sexual
fue
documentada
mucho
antes
de
los
1990s,
pero
nunca
en
tal
detalle,
y
con
tanto
interés
por
parte
de
los
medios
de
comunicación
internacionales,
como
en
estas
dos
guerras.
países
latinoamericanos
con
una
gran
proporción
de
indígenas
pobres
y
una
población
de
raza-‐mixta,
tales
como
México,
Guatemala
y
Perú,
muestran
que
la
intersección
de
clase,
raza
y
género
hace
a
algunas
mujeres
más
vulnerable
a
la
violencia
que
a
otras.
Esta
vulnerabilidad
tiene
raíces
históricas
en
el
desarrollo
de
rígidas
relaciones
desiguales
de
poder
en
lo
político,
económico,
social,
y,
desde
luego,
las
esferas
familiares
de
vida.
Sin
embargo,
a
pesar
de
las
claras
divisiones
y
la
aparente
vulnerabilidad
diferenciada
en
estos
conflictos,
estos
no
son
entendidos
como
conflictos
étnicos
(aún
cuando
gran
parte
de
la
violencia
durante
el
conflicto
en
Guatemala
es
considerada
como
motivada
étnicamente).
Repensando
los
patrones
de
la
violencia
sexual
del
periodo
de
guerra
en
el
Perú
como
lo
identificamos
en
el
capítulo
2,
usando
el
prisma
de
narrativas
de
la
violencia
establecidas
en
la
literatura
peruana
en
el
capítulo
3,
ayuda
a
destacar
la
naturaleza
productiva
de
la
violación.
Las
mismas
jerarquías
basadas
en
raza,
clase,
género
y
sexualidad
fueron
reproducidas
tanto
en
la
violencia
sexual
de
los
periodos
de
guerra
como
en
las
narrativas
de
la
violencia
de
los
periodos
de
paz,
colonial
o
postcolonial.
La
violencia
sexual
es
capaz
de
producir
y
reforzar
ciertas
relaciones
de
poder
que
van
más
allá
del
género,
para
incluir
otras
divisiones
sociales,
y
más
allá
de
la
guerra,
para
producir
jerarquías
sociales
resistentes.
Este
tipo
de
lectura
del
uso
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra
la
retorna
a
las
más
amplias
estructuras
de
la
sociedad,
estructuras
que
en
sí
mismas
son
violentas.
El
rol
de
la
violencia
sexual
en
el
mantenimiento
y
la
perpetuación
de
las
estructuras
normativas
violentas
es
naturalizar
las
divisiones
sociales
en
las
que
están
basadas
las
desigualdades
cotidianas:
la
intimidad,
el
estigma
social,
y
las
consecuencias
reproductivas
de
la
violación
tienen
una
clara
influencia
en
los
marcos
normativos
con
los
que
las
personas
se
conocen
y
conocen
a
otros.
Esto
no
empieza
o
termina
con
el
conflicto
político
pero,
mas
bien,
está
anclado
y
reverbera
a
lo
largo
de
la
sociedad
en
los
periodos
de
paz.
Dicho
de
otra
manera,
la
manera
en
que
la
violencia
sexual
es
estratégicamente
desplegada
durante
los
conflictos,
así
como
la
manera
en
que
la
violencia
sexual
ocurre
no
estratégicamente
durante
los
conflictos,
se
cimenta
en
las
configuraciones
existentes
de
poder
y
entendimientos
del
rol
del
género,
la
sexualidad
y
la
raza
en
la
producción
de
poder
en
una
sociedad
dada.
Los
paralelos
entre
la
violencia
sexual
en
los
periodos
de
guerra
y
la
violencia
de
género
en
los
periodos
de
paz
yacen
no
en
la
escala
o
las
características
de
la
violencia
perpetrada
–puesto
que
estas
pueden
ser
muy
diferentes-‐
sino
en
cómo
la
violencia
sexual
reproduce
jerarquías
específicas
expresivas
de
diferencias
de
clase,
género
y
raza,
en
ambos
contextos.
Este
reconocimiento
debería
informar
la
manera
en
que
son
formuladas
e
implementadas
las
respuestas
nacional
e
internacional
a
la
violencia
sexual
en
las
guerras,
así
como
la
violencia
de
género
en
la
paz.6
Justicia
Post-‐Conflicto
Los
miembros
de
la
Comisión
de
la
Verdad
y
Reconciliación
eran
conscientes
del
rol
jugado
por
las
persistentes
desigualdades
existentes
en
las
causas
y
6
Una
de
las
consecuencias
de
la
persistente
naturalización
de
las
jerarquías
de
género
y
de
sus
implicaciones
para
las
percepciones
nacionales
de
raza
y
clase
puede
ser
ejemplificada
por
el
programa
de
población
que
el
gobierno
Fujimori
implementó
a
mediados
de
los
1990s.
El
programa,
financiado
por
la
USAID,
terminó
siendo
uno
de
dañina
esterilización,
y
notoriamente
coercitivo,
cuyo
objetivo
eran
las
mujeres
indígenas
pobres.
Como
he
sustentado
en
otra
oportunidad,
el
programa
contenía
claros
indicios
de
las
estrategias
neo-‐Maltusianas
para
controlar
la
pobreza
por
la
vía
del
control
de
los
cuerpos
reproductivos
de
una
población
indeseada:
una
población
que
no
calzaba
con
la
imaginación
nacional
de
un
Perú
próspero
y
moderno.
Las
medidas
usadas
(un
sistema
de
cuotas
para
el
personal
de
salud
en
zonas
de
baja
densidad
de
población
y
áreas
rurales
pobremente
servidas,
haciendo
uso
de
la
fuerza,
el
soborno
y
el
engaño
para
esterilizar
mujeres
de
todas
las
edades,
algunas
veces
en
condiciones
espantosas)
y
los
objetivos
buscados
(la
reducción
de
la
pobreza
vía
la
reducción
biológica
de
la
población
pobre)
pueden,
decididamente,
ser
considerados
violencia
sexual
con
el
objetivo
de
cambiar
la
composición
étnica
del
país.
Ver
Jelke
Boesten,
Intersecting
Inequalities:
Women
and
Social
Policy
in
Peru,
1990–2000
(University
Park,
PA:
Pennsylvania
State
University
Press,
2010).
Sin
embargo,
el
episodio
de
las
esterilizaciones
forzadas
durante
el
gobierno
Fujimori
sólo
recientemente
se
ha
convertido
en
un
tema
importante
para
los
activistas
de
derechos
humanos
y
feministas,
quienes
demandan
justicia
para
aquellos
afectados,
mediante
la
verdad,
la
determinación
de
responsabilidades
y
la
reparación.
Un
pequeño
pero
importante
grupo
de
investigadores
y
activistas
dieron
a
conocer
el
programa
a
fines
de
los
1990s,
y
forzaron
las
primeras
investigaciones
sobre
el
tema.
En
los
últimos
años
se
ha
establecido
la
relación
entre
la
violencia
sexual
propia
del
conflicto,
la
violencia
contra
la
mujer
en
los
periodos
de
paz,
y
la
esterilización
forzada.
Las
campañas
por
el
logro
de
la
justicia,
igualmente,
son
también
bastante
recientes
(ver
http://forzadas.pe/
).
El
libro
publicado
en
este
serie
de
la
Biblioteca
Nacional,
y
editado
por
Alejandra
Ballón,
Memorias
del
caso
peruano
de
esterilización
forzada,
(2014)
junta
algunos
de
los
textos
e
investigaciones
de
este
episodio.
consecuencias
del
violento
conflicto
entre
1980
y
el
2000.7
La
investigación
que
realizó
sobre
la
violencia,
y
el
informe
que
publicó,
retratan
a
un
país
en
el
que
la
pobreza,
la
ausencia
de
oportunidades,
la
abierta
discriminación
y
la
marginación
podían
alimentar
la
insurgencia,
la
extrema
violencia,
el
miedo
y
la
vulnerabilidad,
y
una
respuesta
militar
incapaz
de
distinguir
entre
terroristas
y
civiles.
Las
consecuencias
fueron
horrendas
y
aún
son
materia
de
debate
y
división.
La
respuesta
a
la
violencia
sexual
perpetrada
por
las
fuerzas
armadas
(militares,
policías
y
Comités
de
Autodefensa
)
promovida
por
el
estado,
debe
ser
vista
a
la
luz
de
una
sociedad
en
la
que
los
militares
aún
mantenían
una
fuerte
influencia
(recuérdese
que
el
presidente
Alan
García,
elegido
democráticamente
en
el
2006,
también
fue
presidente
entre
1985
y
1990,
algunos
de
los
peores
años
de
violencia
militar,
y
que
el
actual
presidente
Ollanta
Humala,
elegido
en
2011,
tiene
un
pasado
militar
y
fue
acusado
y
absuelto
de
abusos
de
derechos
humanos).
La
persistente
fragmentación
de
la
sociedad
peruana
explica
la
discontinuidad
entre
la
CVR
y
sus
recomendaciones,
por
un
lado,
y
la
implementación
post
CVR
por
la
otra.
En
el
caso
de
los
daños
de
género,
la
discontinuidad
es
violenta:
mientras
que
la
CVR
realizó
un
esfuerzo
concertado
por
incluir
la
perspectiva
de
género
en
sus
investigaciones
e
informe,
luego
no
hubo
rendición
de
cuentas
por
los
perpetradores
ni
reparaciones
adecuadas.
Como
sostuve
en
el
capítulo
5,
esta
falta
de
rendimiento
de
cuentas
es
debida,
parcialmente,
a
la
dificultad
de
juzgar
a
miembros
de
las
fuerzas
armadas
en
un
país
en
el
que
los
militares
continúan
siendo
una
fuerza
política
importante.
La
falta
de
presión
desde
la
sociedad
civil,
más
allá
de
un
grupo
de
derechos
humanos
relativamente
pequeño
y
de
víctimas
y
abogados,
permite
una
mayor
marginación
de
los
juicios
por
derechos
humanos.
Sin
embargo,
en
el
caso
de
la
violencia
sexual,
hay
características
especiales
a
la
impunidad
que
la
rodea.
Los
argumentos
usados
por
fiscales
y
jueces
para
descartar
casos
de
violencia
sexual
relacionados
al
conflicto,
reflejan
ideas
persistentes
del
periodo
de
paz
sobre
género,
sexualidad
racializada
y
violencia.
7
Charles
Tilly’s
Durable
Inequality
(Berkeley:
University
of
California
Press,
1998)
es
útil
mencionarlo
aquí
para
subrayar
la
persistente
y
arraigada
naturaleza
de
las
desigualdades,
y
la
comprensión
de
que
éstas
se
reproducen
cotidianamente.
Por
otra
parte,
a
pesar
de
su
esfuerzo
por
ser
justa
con
todas
las
víctimas-‐
sobrevivientes
y
respetuosa
con
aquellos
que
perdieron
la
vida,
la
CVR
tampoco
fue
inmune
a
los
prejuicios
existentes.
La
Comisión
ha
sido
criticada
por
una
actitud
paternalista
frente
a
los
testimoniantes,
y
ha
sido
acusada
de
ser
elitista.
La
CVR
no
logró
superar
enteramente
sus
prejuicios,
y
en
un
análisis
de
los
testimonios
muestra
que
las
narrativas
de
violencia
sexual
fueron
recibidos
desde
un
marco
normativo
que
enfatizaba
los
estereotipos
femeninos
como
la
maternidad,
el
sufrimiento,
y
el
sacrificio.
Lo
que
dijeron
las
mujeres
fue
oído
de
manera
tal
que
fue
soportable
para
la
audiencia,
a
pesar
de
las
continuas
luchas
y
llamados
de
las
mujeres
por
algún
tipo
de
justicia
y
reparación.
Este
sutil
e
involuntario
encuadramiento
de
las
narrativas
de
la
violencia
sexual
dentro
de
un
marco
normativo
que
pone
en
desventaja
a
las
mujeres,
es
muy
importante
para
mostrar
como
esta
violencia
es
percibida
en
las
cortes
y
por
la
sociedad
en
general.
Sólo
un
limitado
número
de
casos
de
violación
demasiado
evidentes,
en
los
que
no
había
ambigüedad
posible
sobre
la
coerción
o
el
consentimiento,
fueron
seleccionados
para
ser
presentados
en
las
audiencias
públicas
de
la
CVR.
Mientras
que
el
grupo
de
género
de
la
CVR
usó
una
definición
amplia
e
inclusive
de
la
definición
de
violencia
sexual,
y
registró
un
amplio
abanico
de
eventos
y
experiencias,
sólo
incluyó
en
sus
estadísticas
la
violación
penetrativa.
Esto,
a
su
vez,
resultó
en
un
número
de
personas
limitado
que
pudieron
reclamar
las
reparaciones.
Tal
vez,
lo
que
es
peor,
este
entendimiento
tan
limitado
y
exclusivo
de
la
violencia
sexual
enfatiza
que
algún
tipo
de
violación
es
“violación
real”,
mientras
que
otras
violaciones
son
sólo
parte
de
la
vida
cotidiana
–
en
el
sistema
legal,
esto
equivale
a
crímenes
contra
la
humanidad
versus
crímenes
comunes,
y
en
la
práctica
enfatiza
la
irrelevancia
de
la
violación
para
la
esfera
pública,
y
adjudica
la
culpa
de
sufrir
la
violencia
sexual,
firmemente,
en
la
mujer.
Hay
varios
puntos
que
ilustra
el
caso
peruano,
pero
que
no
son
exclusivos
al
Perú
y,
sin
embargo,
son
relevantes
para
las
futuras
prácticas
de
la
justicia
transicional
en
otros
países.
Como
indica
claramente
el
Informe
Final
de
la
CVR
peruana,
y
como
Salomón
Lerner,
presidente
de
la
CVR,
puso
énfasis
en
la
presentación
del
informe
al
presidente
de
la
república,
las
desigualdades
existentes
que
dan
forma
a
las
relaciones
de
poder
y
a
las
jerarquías
cotidianas
en
el
Perú,
también
dieron
forma
a
la
naturaleza
de
la
violencia
política
entre
1980
y
2000,
así
como
a
las
respuestas
a
esa
violencia.8
Estas
desigualdades
también
dieron
forma
al
uso
y
la
frecuencia
de
la
violencia
sexual
en
el
conflicto.
Un
análisis
detallado
de
los
significados
e
interpretaciones
de
la
violencia
sexual
durante
el
conflicto
sugiere
que
la
violencia
sexual
no
sólo
refleja
desigualdades,
sino
que
activamente
produce,
y
hasta
naturaliza,
tales
desigualdades.
Esto
también
significa
que
tenemos
que
entender
los
efectos
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra
más
allá
del
género,
a
fin
de
incluir
otras
divisiones
sociales
que
son
centrales
a
cualquier
sociedad
–en
el
Perú,
los
entendimientos
de
raza,
etnicidad,
sexualidad,
clase
y
género
se
han
mostrado
claves
para
entender
(a)
quiénes
eran
vulnerables
a
la
violencia
sexual;
(b)
cual
era
el
impacto
societal
general
de
dicha
violencia;
(c)
como
respondieron
las
instituciones
y
las
comunidades
a
dicha
violencia,
a
los
perpetradores
y
a
las
víctimas;
y,
finalmente,
(d)
qué
era
reconocido
como
violencia
sexual.
Un
entendimiento
más
complejo
habría
permitido
una
mayor
expansión
de
lo
que
es
la
violencia
sexual,
a
fin
de
incluir
un
rango
más
amplio
de
perpetradores
(especialmente
no
combatientes)
y
víctimas
(hombres,
niños,
combatientes)
en
sus
análisis,
y
un
abanico
más
amplio
de
crímenes
(tales
como
prostitución
forzada
o
embarazo
forzado).
El
hecho
que
esto
último
fue
incluido
en
la
violencia
sexual
al
final
del
Informe
no
descarta
la
forma
limitada
en
la
que
la
violencia
sexual
fue
posteriormente
medida
y
presentada
al
público
en
general.
Desde
luego,
este
tipo
de
enfoque
hará
el
diseño
e
implementación
de
los
procesos
y
mecanismos
de
la
justicia
transicional
más
difíciles;
sin
embargo,
si
el
objetivo
es
erradicar
la
violencia
sexual
y
brindar
justicia
a
las
víctimas,
esta
visión
societal
más
compleja
es
necesaria.
Esto
nos
conduce
a
mi
siguiente
punto,
que
es
que
el
enfoque
restringido
a
un
grupo
específico
de
víctimas
y
sus
historias
para
adecuarlas
a
la
imaginación
de
las
audiencias,
o
a
su
capacidad
de
escuchar
y
comprender,
obstruye
un
entendimiento
más
complejo
de
la
violencia
sexual.
La
importancia
de
la
emergente
investigación
que
destaca
la
violación
sexual
de
hombres
y
niños
en
los
periodos
de
guerra,
no
puede
ser
subestimada;
sólo
haciéndola
visible
8
El
Informe
Final
de
la
CVR
y
el
discurso
de
Lerner
está
en
el
website:
http://www.cverdad.org.pe/informacion/discursos/en_ceremonias05.php
podemos
empezar
a
ver.9
Pero
la
violencia
homofóbica
en
periodos
de
guerra
aún
pasa
desapercibid,10
y
la
violencia
sexual
dentro
de
los
grupos
de
combatientes,
así
como
contra
los
convictos
femeninas
y
masculinos,
si
no
invisible,
es
ignorada
por
lo
general.
Una
interpretación
restringida
de
la
violencia
sexual
no
sólo
oscurece
otras
formas
de
violencia
e
injusticia
sufrida
por
muchas
víctimas-‐
sobrevivientes,
sino
que
también
limita
la
agencia
e
identidad
de
las
víctimas-‐
sobrevivientes
“clásicas”.
El
discurso
vigente
en
torno
a
la
violencia
sexual
en
periodos
de
guerra
tiende
a
sexualizar
grupos
enteros
de
mujeres
y,
con
ellas,
muchas
veces
a
miembros
del
mismo
grupo
racial,
étnico
o
de
clase.
Las
mujeres
son
victimizadas
y
sexualizadas
en
una
manera
que
las
puede
desempoderar
profundamente.
Esta
es
parte
de
una
importante
crítica
de
la
manera
en
que
las
comisiones
de
la
verdad,
incluyendo
la
CVR
peruana,
aplican
el
género.
Tienden
a
enfocarse
en
daños
específicos,
generalizando
“mujeres”
como
una
categoría
especial
de
víctima.
Esto
no
es
sólo
característico
de
las
comisiones
de
la
vedad;
los
académicos
e
investigadores
que
trabajan
en
el
campo
de
las
mujeres
y
la
seguridad,
muestran
que
aunque
ha
habido
una
creciente
atención
por
la
inclusión
de
las
voces
de
las
mujeres
en
los
procesos
de
justicia
transicional
y
de
fortalecimiento
de
la
paz,
así
como
atención
a
las
violaciones
específicas
de
los
derechos
de
las
mujeres
en
la
ley
humanitaria
internacional,
se
ha
realizado
muy
poco
progreso
en
la
transformación
de
las
relaciones
de
género,
la
reducción
de
la
desigualdad,
y
en
la
mejora
de
la
seguridad
para
las
mujeres
en
situaciones
de
postconflicto.11
Los
académicos
observan
que
en
política
internacional
“género”
9
Ver
especialmente
el
trabajo
del
Proyecto
de
Ley
del
Refugiado
de
la
Universidad
Makerere
en
Kampala,
por
ejemplo,
Refugee
Law
Project,
“Promoting
Accountability
for
Conflict-‐Related
Sexual
Violence
against
Men:
A
Comparative
Legal
Analysis
of
International
and
Domestic
Laws
Relating
to
IDP
and
Refugee
Men
in
Uganda.”
Refugee
Law
Project
Research
Paper
No.
24,
Makerere
University,
Kampala,
2013.
10
El
Movimiento
Homosexual
de
Lima,
MHOL,
lleva
a
cabo
campañas
en
pro
de
mayores
investigaciones
sobre
la
violencia
homofóbica,
y
lentamente
está
revelando
más
incidentes
de
dicha
violencia.
Ver
Gio
Infante,
Las
otras
memorias.
Persecución,
tortura
y
muerte
de
homosexuales
durante
el
conflicto
armado
interno.
La
Mula,
agosto
28,
2013,
http://gioinfante
.lamula.pe/2013/08/28/las-‐otras-‐memorias/gioinfante/
(acceso
el
28
de
agosto,
2013).
11
Hay
una
atención
creciéntemente
crítica
a
cómo
es
adoptado
el
género
en
la
justicia
transicional
y
en
el
estalecimiento
de
una
paz
internacional,
del
que
haré
uso
en
este
capítulo:
Susanne
Buckley-‐Zistel
and
Ruth
Stanley,
Gender
in
Transitional
Justice:
Governance
and
Limited
Statehood
,
(New
York:
Palgrave
Macmillan,
2011);
Fionnuala
Ní
Aoláin,
Dina
Francesca
Haynes,
se
refiere
a
“mujeres”,12
y
por
ello
se
pasa
por
alto
el
compromiso
tanto
de
hombres
como
de
mujeres
en
la
reproducción
de
los
estereotipos
de
género
y
la
violencia,
haciendo
que
las
políticas
sean
incapaces
de
transformar
las
estructuras
de
género.
Por
cierto,
los
procesos
de
justicia
transicional
cuyo
objetivo
es
investigar
y
destacar
los
“daños
de
género”
tienden
a
privilegiar
la
violación
que
atrae
a
los
medios
de
comunicación
antes
que
una
investigación
más
profunda
de
las
estructuras
que
sostienen
la
desigualdad
de
género.
Los
equipos
de
género
en
los
procesos
de
justicia
transicional
por
lo
general
se
han
concentrado
en
la
violencia
sexual,
descuidando
otros
crímenes
de
género
o,
en
general,
la
naturaleza
de
género
de
la
guerra.
Demasiado
énfasis
en
la
violencia
sexual
en
los
procesos
de
búsqueda
de
la
verdad,
antes
que
desmontarlos,
refuerza
los
estereotipos
de
género.13
Por
ejemplo,
Cynthia
Enloe
ha
sostenido
que
el
énfasis
en
las
mujeres
como
víctimas,
y
la
exhibición
de
la
vulnerabilidad
femenina
en
los
tribunales
y
en
los
medios
de
comunicación,
pueden
convocar
a
la
necesidad
de
la
protección
masculina
que,
a
su
vez,
refuerza
el
binario
de
género
y
la
lógica
and
Naomi
Cahn,
On
the
Frontlines:
Gender,
War,
and
the
Post-‐Conflict
Process
(Oxford,
New
York:
Oxford
University
Press,
2011);
Christine
Bell
and
Catherine
O’Rourke,
“Does
Feminism
Need
a
Theory
of
Transitional
Justice?
An
Introductory
Essay,”
International
Journal
for
Transitional
Justice
1
(2007):
23–44;
Christine
Chinkin,
“Peace
Agreements
as
a
Means
for
Promoting
Gender
Equality
and
Ensuring
Participation
of
Women”
(United
Nations
Division
for
the
Advancement
of
Women
Expert
group
Meeting,
2003);
Karen
Engle,
“Feminism
and
its
(Dis)contents:
Criminalizing
Wartime
Rape
in
Bosnia
and
Herzegovina,”
The
American
Journal
of
International
Law
99
(2005):
778–816;Katherine
M.
Franke,
“Gendered
Subjects
of
Transitional
Justice,”
Columbia
Journal
of
Gender
and
Law
15
(2006):
813–828;
Julie
Mertus,
“Shouting
from
the
Bottom
of
the
Well:
the
Impact
of
International
Trials
for
Wartime
Rape
on
Women’s
Agency,”
International
Feminist
Journal
of
Politics
6
(2004):
110–128;
Vasuki
Nesiah,
“Discussion
Lines
on
Gender
and
Transitional
Justice:
An
Introductory
Essay
Reflecting
on
the
ICTJ
Bellagio
Workshop
on
Gender
and
Transitional
Justice,”
Columbia
Journal
of
Gender
and
Law
15
(2006):
799–812;
Diane
Otto,
“The
Exile
of
Inclusion:
Reflections
on
Gender
Issues
in
International
Law
Over
the
Last
Decade,”
Melbourne
Journal
of
International
Law
10
(2009):
1–15.
12
Natalie
F.
Hudson,
Gender,
Human
Security
and
the
United
Nations:
Security
Language
as
a
Political
Framework
for
Women
(New
York
and
London:
Routledge,
2010),
50;
Laura
Sjoberg,
“Gender,
the
State,
and
War
Redux
Feminist
International
Relations
across
the
‘Levels
of
Analysis,’”
International
Relations
25,
no.
1
(2011):
108–134;
Alice
Edwards,
Violence
against
Women
under
International
Human
Rights
Law
(Cambridge
and
New
York:
Cambridge
University
Press,
2011),
319.
13
Buckley-‐Zistel
and
Zolkos,
Gender
in
Transitional
Justice
,
2;
ver
también
Nesiah
“Discussion
Lines
on
Gender
and
Transitional
Justice”;
Mertus
“Shouting
from
the
Bottom
of
the
Well”;
Kirsten
Campbell,
“The
Gender
of
Transitional
Justice:
Law,
Sexual
Violence
andthe
International
Criminal
Tribunal
for
the
Former
Yugoslavia,”
International
Journal
of
Transitional
Justice
1
(2007):
411–432.
militar
del
hombre
fuerte
que
protege
a
la
mujer
débil.14
Vasuki
Nesiah
observa
que
un
excesivo
énfasis
en
la
violencia
sexual
también
puede
revictimizar
a
las
mujeres,
despojándolas
de
su
agencia,
marcando
a
todas
las
mujeres
como
víctimas
de
violación,
y
este
énfasis
les
dice
a
las
víctimas
de
la
violación
cuan
mal
y
traumatizadas
se
deben
sentir,
imponiendo
sentimientos
que
de
otra
manera
no
tendrían
por
qué
manifestarse.15
Desde
luego,
como
género,
por
lo
general,
se
equipara
a
mujeres,
y
la
violencia
sexual
es
particularmente
interpretada
como
un
“problema
femenino”,
la
violencia
sexual
contra
hombres
y
muchachos
es
más
oscurecida
aún.16
Pero
la
violencia
sexual
no
es
un
problema
sólo
de
la
mujer
ni
de
la
guerra;
como
vimos
a
lo
largo
del
libro,
es
un
complejo
resultado
de
desigualdades
y
luchas
de
poder.17
Destacar
sólo
a
las
mujeres
como
víctimas
de
crímenes
sexuales
durante
el
conflicto,
muchas
veces
seguidos
por
mas
impunidad,
descarta
los
reclamos
políticos
más
amplios
de
las
mujeres
y
las
historias
más
complejas
de
resistencia
y
supervivencia,18
y
pasa
por
alto
a
las
mujeres
como
perpetradoras
de
violencia,
así
como
la
persistente
violencia
estructural
en
situaciones
de
pre-‐
y
post-‐conflicto.19
Por
ello,
como
Katherine
Franke
sostiene,
si
bien
es
cierto
que
la
atención
a
la
violencia
sexual
es
importante,
la
falta
de
balance
con
otras
historias
pueden
“tener
un
impacto
contraproducente
para
las
más
amplias
interrogantes
sobre
la
justicia
de
género”.20
De
hecho,
puede
reforzar
el
binario
género
que
requiere
ser
minado
a
fin
de
erradicar
la
violencia.21
Además,
la
ausencia
de
justicia
en
la
forma
de
14
Cynthia
Enloe,
Bananas,
Beaches
and
Bases:
Making
Feminist
Sense
of
International
Politics
(Berkeley:
University
of
California
Press,
1990),
12:
la
lógica
del
‘protector
versus
protegida’
alimenta
una
cultura
militar
y
patriarcal
y
ayuda
a
justificar
la
intervención
militar.
15
Nesiah,
“Discussion
Lines
on
Gender
and
Transitional
Justice.”
17 Helen Scanlon and Kelli Muddell, “Gender and Transitional Justice in Africa: Progress and
in
the
1999
Guatemalan
Comisión
para
el
Esclarecimiento
Historico
Report,”
International
Journal
of
Transitional
Justice
1
(2007):
391–410;
Alison
Crosby
and
M.
B.
Lykes,
“Mayan
Women
Survivors
Speak:
The
Gendered
Relations
of
Truth
Telling
in
Postwar
Guatemala,”
International
Journal
of
Transitional
Justice
5
(2011):
456–476,
409.
19
Nahla
Valji,
Gender
Justice
and
Reconciliation,
Dialogue
on
Globalization:
Occasional
Paper
22
Margaret
Urban
Walker,
“Gender
and
Violence
in
Focus:
A
Background
for
Gender
Justice
in
Reparations,”
in
Gender
and
Reparations:
Unsettling
Sexual
Hierarchies
while
Redressing
Human
Rights
Violations
,
ed.
Ruth
Rubio-‐Marin
(New
York:
Cambridge
University
Press,
2009),
46
y
pie
de
página
69.
23Para
una
revisión
de
estas
críticas,
ver
Kelly
Askin,
“Treatment
of
Sexual
Violence
in
Armed
Conflicts:
A
Historical
Perspective
and
the
Way
Forward,”
in
Sexual
Violence
as
an
International
entre,
de
un
lado,
la
inclusión
de
crímenes
sexuales
como
parte
de
los
crímenes
de
guerra
y
de
los
crímenes
contra
la
humanidad
en
los
procesos
a
perpetradores
y,
por
otro,
el
reconocimiento
de
la
naturaleza
específica
y
el
significado
de
la
violencia
sexual
en
la
guerra
en
tanto
que
distinta
de
otros
crímenes
de
guerra
o
atrocidades.
A
pesar
de
los
grandes
logros
en
materia
de
leyes
internacionales
en
los
últimos
diez
años,
es
evidente
que
aún
existe
mucha
confusión
sobre
qué
es
la
violencia
sexual.
Las
tensiones
en
las
definiciones
de
la
violencia
sexual,
tal
como
ha
sido
definida
por
los
TCIY,
TCIR
y
CCI,
así
como
por
el
Estatuto
de
Roma
y
la
ley
de
derechos
humanos,
deben
ser
resueltas.24
Varios
expertos
observan
que
la
justicia
de
las
cortes
es
muchas
veces
revictimizadora
debido
a
la
ausencia
de
sensibilidad
y
los
largos
interrogatorios
que
intentan
minar
la
credibilidad
de
las
mujeres.25
Esto
es
no
sólo
el
resultado
de
cómo
funciona
la
justicia
legal
(esto
es,
el
derecho
a
un
juicio
justo
y
la
protección
de
los
derechos
de
los
acusados)
sino
que
está
también
asentado
por
los
entendimientos
normativos
de
la
violencia
sexual
en
tanto
que
crimen
y
el
rol
de
los
estereotipos
de
género,
y
las
presunciones
en
torno
al
estatus
y
la
sexualidad
de
la
mujer,
en
las
percepciones
de
tales
crímenes.26
Estas
percepciones,
presentes
en
las
cortes
nacionales
e
internacionales,
tienen
que
ser
combatidas
usando
los
estándares
legales
internacionales,
especialmente
las
Reglas
de
Procedimientos
y
Evidencias
del
Estatuto
de
Roma.
Como
tal,
hay
mucha
confianza
en
la
remoción
de
la
idea
de
“consentimiento”
de
las
Reglas
de
Procedimientos
y
Evidencias
en
casos
de
violencia
sexual.
El
énfasis
en
las
circunstancias
coercitivas
del
acto
“desplaza
el
foco
de
los
procedimientos
del
consentimiento
del
querellante
al
contexto
y
la
Crime:
Interdisciplinary
Approaches
,
ed.
Anne-‐Marie
de
Brouwer,
Charlotte
Ku,
Renee
Romkens,
and
Larissa
van
den
Herik
(Cambridge,
Antwerp:
Insertia,
2013):
19–56.
24
Patricia
Viseur
Sellers,
“The
Prosecution
of
Sexual
Violence
in
Conflict:
the
Importance
of
Human
Rights
as
Means
of
Interpretation,”
United
Nations
Office
of
Human
Rights,
(2007),
1–41.
25
Mertus,
“Shouting
from
the
Bottom
of
the
Well”;
Ní
Aoláin,
Haynesand
Cahn,
On
the
Frontlines.
26 Viseur Sellers, “The Prosecution of Sexual Violence in Conflict”; Fiona de Londras, “Prosecuting
Sexual
Violence
in
the
Ad
Hoc
International
Criminal
Tribunals
for
Rwanda
and
the
Former
Yugoslavia,”
en
Transcending
the
Boundaries
of
Law.
Generations
of
Feminism
and
Legal
Theory
,
ed.
M.
A.
Fineman
(New
York
and
London:
Routledge,
2010),
290–304;
Ní
Aolain,
Haynes,
and
Cahn,
On
the
Frontlines,
165.
conducta
del
demandado”.27
De
acuerdo
a
estos
nuevos
argumentos,
el
testimonio
de
las
mujeres
debe
ser
tomado
como
verdadero
y
visto
en
contexto,
sin
recurrir
a
las
líneas
de
interrogación
que
minan
la
credibilidad
de
la
mujer
(al
referirse
a
la
historia
sexual
de
la
mujer,
el
comportamiento
o
incluso
al
sugerir
la
posibilidad
de
consentimiento).28
Si
el
tema
del
consentimiento
fuera
efectivamente
removido
(tanto
de
la
práctica
como
de
la
ley)
los
testimonios
de
las
mujeres
podrían
ser
registrados
en
ambientes
privados
para
ser
vistos
en
la
sala
de
la
corte,
sin
la
potencialmente
invasiva
necesidad
del
interrogatorio.
Sin
embargo,
como
de
Brouwer,
Ku,
Romkens,
y
van
den
Herik
añaden
a
la
mayormente
positiva
valoración
del
retiro
de
la
idea
de
consentimiento
en
los
juicios
por
violación,
no
hay
acuerdo
en
la
práctica
de
la
ley
sobre
qué
es
lo
que
esto
realmente
significa.29
Un
mandato
limitado
y
un
entendimiento
inflexible
de
los
crímenes
relacionados
al
género
causó
los
parcialmente
fallidos
procesos
sobre
violencia
sexual
en
Sierra
Leona
y
Camboya.30
En
el
Perú,
una
definición
limitada
de
violencia
sexual
tal
como
fue
representada
en
las
estadísticas
de
la
CVR
y
posteriormente
en
el
Programa
de
Reparaciones,
también
ha
obstruido
una
propuesta
holística
y
una
reparación
global
para
las
víctimas-‐sobrevivientes
y
sus
familias.
Además,
condujo
a
perder
la
oportunidad
de
incluir
los
crímenes
reproductivos,
sin
duda
incluyendo
las
esterilizaciones
forzadas,
y
los
crímenes
homofóbicos
como
graves
violaciones
de
los
derechos
humanos.31
Estas
27
Tadros
1999
citado
en
Campbell,
“The
Gender
of
Transitional
Justice,”
430.
28 Viseur Sellers, “The Prosecution of Sexual Violence in Conflict”; de Londras, “Prosecuting
Sexual
Violence.”
29
de
Brouwer,
Ku,
Romkens,
and
van
den
Herik,
Sexual
Violence
as
an
International
Crime,
5,
pie
de
página
7.
30
Sobre
las
oportunidades
despediciadas
en
Sierra
Leona,
ver
Michelle
Staggs
Kelsall
and
Shanee
Stepakoff,
“‘When
We
Wanted
to
Talk
About
Rape’:
Silencing
Sexual
Violence
at
the
Special
Court
for
Sierra
Leone,”
International
Journal
of
Transitional
Justice
1
(2007):
355–374.
On
ECCC:
Silke
Studzinski,
“Neglected
Crimes:
The
Challenge
of
Raising
Sexual
and
Gender-‐based
Crimes
before
the
Extraordinary
Chambers
in
the
Courts
for
Cambodia,”
in
Gender
in
TransitionalJustice,
ed.
Buckley-‐Zistel
and
Stanley,
88–115.
Las
Cortes
Extraordinarias
en
los
Tribunales
de
Camboya,
aunque
formalmente
se
atienen
al
Estatuto
de
Roma,
definen
la
violencia
sexual
como
violación,
excluyendo
otras
formas
de
violencia
sexual,
como
tortura,
esclavitud
y
matrimonio
forzado.
(p.22)
Además
el
marco
legal
de
las
ECCC
requiere
la
identificación
de
los
intentos
discriminatorios
para
cada
crimen,
lo
que
resultó
demasiado
difícil
de
cumplir
para
la
violencia
sexual
y
de
género.
31
Estoy
de
acuerdo
con
Eduardo
González
(exposición
en
el
Seminario
Internacional
“Políticas
en
justicia
transicional.
Diez
años
de
verdad
y
memoria
en
el
Perú
,”
Instituto
de
Estudios
decepciones
sugieren
que
la
colaboración
y
la
comunicación
entre
los
diferentes
componentes
de
la
justicia
transicional
y
las
agencias
asociadas
es
esencial
para
el
desarrollo
de
la
justicia
criminal
y
el
logro
de
reparaciones
significativas.32
Como
he
sostenido,
la
responsabilidad
por
los
crímenes
sexuales
cometidos
durante
los
años
de
la
guerra
en
el
Perú
es
importante
para
el
desarrollo
de
la
cultura
de
los
derechos
humanos,
para
enfrentar
la
impunidad,
para
garantizar
la
no
repetición,
y,
sobre
todo,
para
detener
la
violencia
contra
las
mujeres
así
como,
la
más
general,
violencia
de
género.
Pero,
como
vimos,
hay
muchos
obstáculos
a
los
procesos
domésticos
por
crímenes
de
género,
relacionados
a
las
normas
de
género
predominantes
en
las
instituciones,
la
ausencia
de
reforma
institucional
sensible
al
género,
la
legislación
anticuada
y
el
déficit
de
jueces
y
fiscales
entrenados
en
la
leyes
criminal
y
de
derechos
humanos
internacional.33
A
la
luz
de
esto,
está
claro
que
las
reglas
internacionales
de
procedimientos
y
evidencias
debe
ser
“domesticada”,
esto
es,
adaptada
completamente,
antes
que
ser
“reconocidas”
por
las
judicaturas
nacionales.34
Al
mismo
tiempo,
surgen
críticas
sobre
el
uso
de
la
justicia
criminal
en
primer
lugar.35
Los
procesos
criminales
se
concentran
en
la
protección
de
los
derechos
del
perpetrador,
no
los
de
la
víctima.
Los
procesos
por
los
crímenes
de
género
en
Sierra
Leona
mostraron
que
estos
pueden
negar
a
las
víctimas-‐
sobrevivientes
el
espacio
y
el
tiempo
que
requieren
para
contar
sus
historias
en
Peruanos,
28
agosto
,
2013)
que
el
programa
de
esterilización
forzada
implementado
durante
el
régimen
Fujimori
(ver
nota
6,
más
arriba)
no
estaba
directamente
relacionado
con
el
conflicto
armado.
Aún
así,
estas
fueron
serias
violaciones
de
los
derechos
humanos,
y
sí
formaron
parte
del
periodo
de
investigación
de
la
CVR.
32
Juliette
Guillerot,
“Linking
Gender
and
Reparations
in
Peru:
A
Failed
Opportunity,”
in
Where
Are
the
Women?
ed.
R.
Rubio-‐Marin
(Chicago:
Social
Science
Research
Council,
2006),
136–193.
33
Ver
también
Liz
Kelly,
“Contradictions
and
Paradoxes:
International
Patterns
of,
and
Responses
to,
Reported
Rape
Cases,”
in
Sex
as
Crime,
ed.
Gayle
Letherby,
Kate
Williams,
Philip
Birch,
and
Maureen
Cain
(Portland,
OR:
Willan,
2008),
253–279.
34
Nahla
Valji,
“A
Window
of
Opportunity?
Making
Transitional
Justice
Work
for
Women,”
UNIFEM,
2010.
35
Ver,
por
ejemplo,
Kjersti
Lohne,
“Development
on
Trial:
Sexualized
Violence
and
the
International
Criminal
Court.”
Ponencia
presentada
al
Transformative
Gender
Justice
Workshop,
University
of
Leeds,
septiembre
11–12,
2013;
Engle,
“Feminism
and
Its
(Dis)Contents.”
favor
de
hechos
cuyo
valor
como
evidencia
puede
ser
discutible.36
Además,
las
experiencias
de
daño
y
violencia
de
las
mujeres
está
muchas
veces
íntimamente
conectadas
con
sus
roles
de
género
en
la
sociedad
y
con
su
responsabilidad
de
orientar
y
cuidar
a
sus
hijos.
Por
ello,
los
daños
emocional,
social
y
económico
relacionados
con
la
privación
intencional
y
la
violencia
en
situaciones
de
conflicto
también
tendrían
que
ser
considerado.37
Deberían
preveerse
mecanismos
alternativos
de
justicia
cuyo
objetivo
sea
reparar
las
consecuencias
de
tales
crímenes.
Desde
luego,
si
aceptamos
que
la
violencia
sexual
en
la
guerra
refuerza
las
jerarquías
de
género
así
como
otras
divisiones
sociales,
entonces
juzgar
a
los
perpetradores
puede
no
ser
satisfactorio
en
primera
instancia
para
la
transformación
de
la
sociedad
(aunque
puede
dar
cierta
satisfacción
a
las
víctimas-‐sobrevivientes
que
reclaman
justicia).
Debe
buscarse
un
balance
entre
los
procesos
criminales
enfocados
en
los
perpetradores
y
el
problema
más
amplio
de
las
estructuras
de
violencia
de
género
y
las
desigualdades
que
se
intersectan,
especialmente
por
medio
de
reparaciones
amplias.38
Considerando
las
dificultades
para,
y
los
costos
asociados
con,
buscar
la
compensación
legal,
las
reparaciones
pueden
constituir
una
forma
de
justicia
más
realista
y
deseable
para
las
mujeres
así
como
un
camino
a
una
transformación
de
género
de
más
largo
aliento.39
Las
reparaciones
monetarias
individuales
que
diferencian
los
daños
son
muy
difíciles
de
administrar,
como
indica
el
caso
peruano,
y
tal
vez
puede
ser
logrado
realistamente
por
la
vía
de
los
procesos
judiciales.
Como
muy
pocos
casos
individuales
de
violencia
de
género
llegan
a
una
solución
judicial
satisfactoria,
como
hemos
discutido
anteriormente,
las
reparaciones
colectivas
son
consideradas,
cada
vez
más,
una
36
Marie-‐Benedict
Dembour
and
Emily
Haslam,
“Silencing
Hearings?
Victim-‐witnesses
at
War
Crime
Trials,”
European
Journal
of
International
Law
15
(2004):
151–177.
Kelsall
and
Stepakoff,
“‘When
We
Wanted
to
Talk
About
Rape,’”
37
Ní
Aoláin,
Haynes,
and
Cahn,
On
the
Frontlines
,
153,
aboga
por
una
mayor
investigación
empírica
para
“mapear”
las
experiencias
de
daño
de
las
mujeres
en
tanto
que
diferentes
de
las
de
los
hombres,
y
el
potencial
para
aplicar
creativamente
la
ley
criminal
internacional,
especialmente
la
categoría
de
crímenes
contra
la
humanidad.
38
Romi
Sigsworth
and
Nahla
Valji,
“Continuities
of
Violence
against
Women
in
South
Africa:
The
Limitations
of
Transitional
Justice,”
en
Gender
in
Transitional
Justice
,
ed.
Buckley-‐Zistel
and
Zolkos,
115–136,
128.
39
Ruth
Rubio-‐Marin,
ed.,
The
Gender
of
Reparations.
Unsettling
Sexual
Hierarchies
while
Redressing
Human
Rights
Violations
(New
York:
Cambridge
University
Press,
2009),
5.
alternativa.40
Crecientemente
entonces,
las
reparaciones
por
graves
violaciones
de
los
derechos
humanos
(y
sus
similares)
son
percibidas
como
esenciales
para
otorgar
a
las
víctimas
un
adecuado
reconocimiento
y
reparación
como
forma
de
justicia.
Las
reparaciones
intentan
reparar
males
pasados,
así
como
ayudar
a
reconstruir
la
futura
sociedad
de
una
mejor
manera.41
Los
programas
de
reparación,
bien
diseñados,
deberían
tener
como
objetivo
transformar
las
estructuras
de
la
sociedad
que
condujeron
a
la
desigualdad,
la
discriminación
y
la
marginación.
De
acuerdo
a
los
Principios
sobre
el
Derecho
a
Remediar
y
Reparaciones
para
Víctimas
de
Graves
Violaciones
de
la
Ley
Internacional
de
Derechos
Humanos
y
Serias
Violaciones
de
la
Ley
Internacional
Humanitaria
de
las
Naciones
Unidas,
los
estados
y
las
personas
halladas
responsables
de
graves
violaciones
de
derechos
humanos,
tienen
la
obligación
legal
de
proveer
reparaciones.
El
reconocimiento
por
parte
de
los
estados
de
su
responsabilidad
de
brindar
reparaciones
a
los
ciudadanos
es
una
parte
integral
del
sentido
de
la
justicia
que
las
reparaciones
pueden
otorgar.
Los
Principios
Básicos
de
las
Naciones
Unidas
reconocen
las
cinco
formas
de
reparación
siguientes:
restitución
(restauración
de
los
derechos,
propiedad,
estatus
de
ciudadanía
de
una
víctima)
rehabilitación
(apoyo
sicológico
y
físico),
compensación
(reparación
material)
satisfacción
(reconocimiento
de
culpabilidad,
apología,
entierro,
construcción
de
memoriales,
etc.)
y
garantías
de
no
repetición
(reforma
de
leyes
y
estructuras
civiles
y
políticas
que
condujeron
o
alimentaron
la
violencia).
Estos,
como
los
principios
y
directrices
de
las
Naciones
Unidas
tienden
a
ser,
es
una
perspectiva
ideal
sobre
el
potencial
de
reparaciones.
Pero
ha
habido
algunos
éxitos.
Una
decisión
de
la
Corte
Interamericana
de
Derechos
Humanos
en
2009,
en
relación
a
la
tortura,
violación
y
asesinato
de
tres
mujeres
en
el
Norte
de
México,
conocido
como
el
‘Cotton
Field
Ruling’,
fue
mostrada
como
un
primer
ejemplo
de
la
ley
internacional
ordenando
a
un
estado
a
cumplir
con
una
serie
de
medidas
de
reparación
que
serán
transformadoras
de
las
estructuras
de
género
de
la
40
Ibid.
41
Ibid.,
382
sociedad
mexicana.42
Su
mayor
logro
es
la
combinación
de
reparaciones
monetarias
individuales,
otorgadas
a
la
familia
de
acuerdo
al
daño
individual,
incluyendo
violencia
no
física
y
sufrimiento;
la
demanda
de
reconocimiento
público
y
de
responsabilidad
por
medio
de
la
publicación
de
la
decisión,
y
las
responsabilidades
internacionales
del
estado;
la
provisión
de
acceso
a
servicios
de
salud
física
y
mentales
por
personas
entrenadas
en
violencia
de
género;
y
el
énfasis
en
la
diligencia
apropiada
y
no
repetición
vía
la
reforma
institucional
y
la
política
pública.
Desgraciadamente,
la
implementación
de
la
Decisión
no
se
ha
completado,
minando
su
potencial
influencia
transformadora.
La
CIDH
no
tiene
los
medios
para
hacer
que
el
gobierno
mexicano
cumpla
con
la
implementación,
destacando
el
limitado
alcance
de
las
cortes
regionales
y/o
internacionales.
Las
reparaciones
no
pueden
ni
deben
siempre
ser
impuestas
por
las
cortes,
pues
esto
haría
el
proceso
no
realizable,
y
sin
sentido
si
no
se
continúa;
por
ello,
las
instituciones
de
la
justicia
transicional
deben
desarrollar
estrategias
para
influir
en
las
agencias
estatales,
para
que
ayuden
a
implementar
mas
cambios
estructurales
que
puedan
ser
interpretados
como
reparadores.
El
programa
de
reparaciones
peruano
recibió
el
mandato
para
hacerlo,
pero
como
vimos
en
el
capítulo
4,
aun
no
ha
sido
empoderado
para
hacerlo
efectivamente.
Esto
muestra
nuevamente
la
necesidad
de
una
mejor
colaboración
y
comunicación
entre
las
diferentes
agencias
de
la
justicia
transicional
para
desarrollar
reparaciones
exhaustivas.
También
apunta
a
la
necesidad
de
una
voluntad
política
y
el
financiamiento
que
permita
implementar
adecuadamente
un
programa
de
reparaciones
amplias.43
Más
importante
aún
es
que
mientras
que
las
reparaciones
individuales
puedan
tener
una
fuerte
atracción
para
las
víctimas-‐sobrevivientes
y
para
aquellos
que
los
apoyan,
puede
haber
otras
medidas
que
pueden
ser
mucho
más
valiosas
en
el
largo
plazo,
que
serán
más
transformadoras
y
que
no
requerirá
que
se
haga
público
el
estatus
de
nadie
como
víctima.
El
reconocimiento
público
de
su
responsabilidad
por
parte
del
estado
y
de
los
militares
en
lo
que
respecta
a
la
42
Ruth
Rubio-‐Marin
and
Clara
Sandoval,
“Engendering
the
Reparations
Jurisprudence
of
the
Inter-‐American
Court
of
Human
Rights:
The
Promise
of
the
Cotton
Field
Judgement,”
Human
Rights
Quarterly
33
(2011):
1062–1091.
43
Guillerot,
“Linking
Gender
and
Reparations
in
Peru.”
violencia
sexual,
entendida
en
su
más
amplia
acepción,
puede
ir
de
la
mano
con
la
reforma
legal,
el
entrenamiento
de
género
para
la
policía,
los
militares,
la
judicatura
y
el
personal
de
salud,
el
fortalecimiento
de
la
programación
nacional
contra
la
violencia
de
género,
las
campañas
para
elevar
la
conciencia
y
las
reformas
educacionales,
y
el
empoderamiento
político
y
económico.
Y
podría
haber
otras
maneras
de
desafiar
la
ideología
de
género
predominante,
como
trabajar
con
hombres
y
muchachos,
el
uso
de
los
medios
sociales
para
informar,
prevenir
y
mejorar
el
conocimiento
sobre
la
violencia
de
género,
y
la
expansión
de
los
derechos
reproductivos
y
sexuales.
Las
dinámicas
de
un
discurso
normalizador
con
relación
a
la
violencia
sexual
y
de
género
están,
desde
luego,
presentes
en
los
periodos
de
paz,
o
en
la
vida
cotidiana.
Es
por
esta
razón
que
las
reparaciones
transformadoras
son
tan
esenciales
para
un
futuro
más
justo.
La
idea
de
la
no
repetición
como
condición
de
las
reparaciones
integrales
sugiere
que
la
violencia
de
género
en
periodos
de
paz
es
tomada
seriamente,
por
lo
menos
retóricamente.
Desgraciadamente,
como
sugiere
el
examen
de
la
política
social
del
Perú
contemporáneo,
en
el
capítulo
6,
la
política
actual
es
poco
probable
que
transforme
las
relaciones
de
género:
el
programa
vigente
está
orientado
a
la
protección
de
la
familia,
no
de
la
mujer,
y
el
personal
de
primera
línea,
tales
como
los
policías
y
los
fiscales,
trabajan
en
general
como
una
extensión
del
estado
normativo
patriarcal.
Las
percepciones
socioculturales
de
género,
raza,
clase
y
sexualidad
determinan
qué
es
considerado
violencia
y
qué
no
lo
es.
La
mayoría
de
los
casos
de
violencia
contra
las
mujeres,
especialmente
aquellos
que
ocurren
en
la
esfera
privada
de
las
relaciones
íntimas,
no
son
considerados
dignos
de
atención.
La
invisibilidad
e
impunidad
de
la
violencia
contra
la
mujer
normalizan
aún
más
dicha
violencia
en
las
interacciones
cotidianas
entre
personas,
entre
los
miembros
de
las
familias
(incluyendo
a
los
padres
y
a
los
niños),
y
en
las
relaciones
íntimas,
reproduciendo
y
perpetuando
no
sólo
violencia
sino
también
las
desigualdades
asociadas
basadas
en
el
género,
la
raza
y
la
clase.
Mientras
que
la
atención
global
por
la
violencia
sexual
en
la
guerra
es
importante,
considerando
su
persistencia,
este
libro
demuestra
que
esto
no
es
suficiente.
Sólo
la
atención
a
la
violación
en
los
periodos
de
guerra
no
podría,
y
no
lo
hace,
impedir
la
desigualdad
de
género,
u
otras
desigualdades
reforzadas
y
naturalizadas
por
medio
de
la
violencia
sexual.
Más
aún,
la
manera
como
hoy
se
ve
a
la
violencia
sexual
en
la
justicia
criminal
y
transicional
nacional
e
internacional,
es
que
no
se
logra
que
llegue
la
justicia
a
una
mayoría
de
víctimas,
o
desafíe
el
género
binario
que
se
encuentra
en
su
corazón,
sino
que
tiende
a
reforzar
esas
desigualdades.
El
resultado
es
continuos
altos
niveles
de
violencia
de
género
en
“periodos
de
paz”
y
la
reproducción
de
las
desigualdades
sustentadas
por
las
divisiones
sociales
y
los
prejuicios
existentes.
Se
necesita,
urgentemente,
un
entendimiento
más
complejo
e
inclusivo
del
género,
por
un
lado,
y
de
la
violencia
sexual,
por
otro.
THE
END
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