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INSTITUTO POLITÉCNICO NACIONAL

CENTRO DE INVESTIGACIONES ECONÓMICAS,


ADMINISTRATIVAS Y SOCIALES

MAESTRÍA EN CIENCIAS EN METODOLOGÍA DE LA CIENCIA

Asignatura:
Sociología de la Ciencia

Profesor:
Dr. Héctor Marcos Díaz Santana Castaños

Título:
Ensayo sobre libro “Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII”

Elaborado por:
Omar Díaz Fragoso

Fecha:
08 de junio de 2021
En la actualidad, la ciencia es uno de los sectores de la sociedad que goza de mayor
aprobación. Su avance en los últimos cuatro siglos ha permitido que, hoy en día, se tenga un
destacado entendimiento de lo que nos rodea, así como una mejora sustancial de la calidad
de vida de las personas. A la ciencia se le atribuyen resultados positivos en materia de salud,
educación, producción, movilidad, alimentación, entre otros. Más aún, algunos reportes
recientes revelan que parte de la sociedad posee una percepción de pureza y objetividad en
torno a la ciencia y a sus miembros (American Academy of Arts & Sciences, 2018;
CONICYT, 2016; Kreimer, 2009). Es decir, se considera que los científicos son individuos
que no involucran emociones o intereses personales en su actividad y que su único interés es
la búsqueda de la verdad con el fin de contribuir al progreso del conocimiento, así como de
la humanidad. Dicha percepción proviene, en parte, de descripciones ensalzadas acerca de la
actividad científica.

Una de las descripciones más conocidas sobre cómo funciona la actividad científica
fue realizada por el sociólogo estadounidense Robert K. Merton (1910-2003). De acuerdo
con Merton (1973) los miembros de la comunidad científica guían su comportamiento con
base en un conjunto de normas éticas que denomina ethos de la ciencia. Según él, éste
representa:

ese complejo efectivamente tonificado de valores y normas que se considera


vinculante para el hombre de ciencia. Las normas se expresan en forma de
prescripciones, proscripciones, preferencias y permisos. Éstas están legitimadas en
términos de valores institucionales. Estos imperativos, transmitidos por preceptos y
ejemplos y reforzados por sanciones, son internalizados en diversos grados por los
científicos, formando así su conciencia científica o, si uno prefiere una frase reciente,
su superyó (p.268).

En este orden de ideas, las normas éticas son transmitidas a los recién llegados a la
comunidad científica de manera tácita. Para Merton, la transferencia de las normas es un
proceso informal pues son interiorizadas por el individuo con base en el ejemplo y la sanción.
A diferencia de las normas técnicas, éstas no se encuentran en un libro o manual de
metodología. A medida que las normas éticas permean en el sujeto, éste edifica su
consciencia, así como su conducta.

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Las normas que, originalmente, integran el ethos de la ciencia son universalismo,
comunismo, desinterés y escepticismo organizado. En primer lugar, universalismo se refiere
a que los hallazgos de la ciencia deben ser admitidos o refutados con base en criterios
impersonales. En consecuencia, rasgos de los individuos tales como raza, religión, etnia,
clase social o género no deben interferir en su aceptación. Segundo, comunismo establece
que los resultados de las investigaciones deben estar disponibles para cualquiera pues son
parte de una propiedad comunal ya que, generalmente, son obtenidos colectivamente y deben
servir para la sociedad. Luego, desinterés señala que los científicos llevan a cabo su labor por
pasión al progreso del conocimiento y por el bien de la sociedad. En otras palabras, en ellos
no existe apego emocional ni financiero en relación con su trabajo, sólo un interés por arribar
a la verdad científica. Finalmente, escepticismo organizado significa que los investigadores
juzgan con base en criterios empíricos y lógicos los productos de la ciencia. Asimismo, esta
norma enfatiza que ellos deben tener disposición suficiente para someter sus investigaciones
a escrutinio por parte de los demás.

Sin embargo, la validez empírica de las normas éticas fue severamente disputada.
Para algunos autores, el ethos es un recurso retórico para legitimar y justificar la autonomía
de la ciencia con respecto a otras esferas de la sociedad (Anderson et al., 2010; Kim & Kim,
2018). Más aún, existen cuestionamientos que ponen en duda la forma en qué Merton edificó
las normas de la ciencia (Mulkay, 1976). Una propuesta alternativa al ethos de la ciencia son
las contra normas de la ciencia propuestas por el teórico organizacional Ian Mitroff (1938-).
A partir de un estudio longitudinal de 42 científicos que colaboraron en las misiones Apolo,
Mitroff (1974) concluyó que en la ciencia predominan actitudes y comportamientos opuestos
a la estructura normativa sugerida por Merton. Al respecto, el autor propuso las contra
normas particularismo, secrecía, interés y dogmatismo. Particularismo, señala que la
evaluación de las investigaciones se lleva a cabo con base en criterios personales. Es decir,
rasgos como el género, la etnia, la raza o la clase social son considerados en su valoración.
Después, secrecía enfatiza que los resultados de las investigaciones son tratados como
propiedad privada pues existe inclinación por controlarlos, ocultarlos y protegerlos. Interés
se refiere a que los investigadores no llevan a cabo su labor únicamente por pasión al
conocimiento pues hay intromisión de intereses personales, así como de apegos emocionales.
Por último, dogmatismo implica que los científicos creen en sus descubrimientos con

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absoluta convicción por lo que, a menudo, ignoran la evidencia que pone en duda sus
investigaciones.

Ahora bien, en la obra La sociología de la ciencia: Investigaciones teóricas y


empíricas (1973) se menciona que el ethos deriva de la reflexión sobre los rasgos que
permitieron el progreso de la ciencia durante el siglo XVII en Inglaterra y las amenazas que
representaban los regímenes autoritarios de la primera mitad del siglo XX. En este sentido,
Merton (1984) plasmó su estudio acerca del desarrollo científico en Inglaterra durante el siglo
XVII en la obra denominada Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII
que, de hecho, tiene su origen en la tesis doctoral que el autor comenzó a escribir en 1933. Si
bien dicha obra es valiosa pues refleja la dinámica de la ciencia de hace cuatro siglos, su
revisión permite sugerir que la manifestación de las normas propuestas por Merton no está
exenta de imperfecciones. Por lo anterior, el objetivo de este ensayo es revisar la
manifestación del ethos de ciencia en el libro Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra
del siglo XVII con el fin de discutir su pertinencia.

Para abordar este tema, la estructura del ensayo se describe a continuación.


Primeramente, se revisa el papel que la religión tuvo en el desarrollo científico de la época y
se establece que éste pudo tener un papel influyente en el quehacer de los investigadores. Al
respecto, se sugiere que la finalidad de la actividad científica podía estar en la exaltación
religiosa y no en el progreso del conocimiento. Segundo, se muestra que el utilitarismo fue
un rasgo que inhibió que la investigación científica se realizará de manera desinteresada
según lo establecido por el ethos mertoniano. Luego, se establece que, detrás del enfoque
utilitarista, los intereses sectoriales intervinieron intensamente en dictar la agenda de la
institución científica, así como en las elecciones ocupacionales de las personas. Enseguida,
se realiza un breve examen de la dinámica actual de la ciencia y se pone de manifiesto que,
hoy en día, la ciencia presenta similitudes con lo que ocurría hace cuatro siglos en Inglaterra.
Para finalizar, se concluye que en la actividad científica del siglo XVII no está del todo clara
la presencia de las normas éticas de Merton y que, de hecho, se percibe la expresión de
comportamientos desviados con relación a éstas.

En el siglo XVII la religión contribuyó al desarrollo de la ciencia. Si bien en la Edad


Media la doctrina religiosa obstaculizó el desarrollo científico, el puritanismo en Inglaterra

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promovió valores que favorecieron la legitimación de la ciencia. De acuerdo con Merton, el
puritanismo, a diferencia del catolicismo, aceptaba que el individuo realizara tareas que
permitieran corregir lo maligno del mundo. De hecho, en la ética puritana participar en tales
actividades era un mecanismo para vincular lo espiritual con lo terrenal por lo que se
glorificaba a Dios. Más aún, esto era posible por medio de la aplicación de la razón que,
según las creencias religiosas de la época, solo la poseían los elegidos por la deidad. Por ello,
el estudio de disciplinas como las matemáticas o la física tuvieron un lugar prominente en la
sociedad pues implicaban una cercanía con la divinidad. Ciertamente, en ese periodo el
estudio de la naturaleza era un medio para poder apreciar a Dios. Según Merton, los
científicos de aquella época recurrían a la religión para justificar las actividades de
investigación que estaban realizando.

En este sentido, surge el cuestionamiento sobre si bajo la influencia de la religión los


científicos de aquel periodo realizaban su labor únicamente por pasión al conocimiento.
Podría pensarse que detrás de esa imagen desinteresada del científico, existía un apego
emocional en relación con sus creencias y con lo que representaba la religión en ese
momento. Incluso, tal como lo señala Merton, una de las expectativas de la religión en torno
a la ciencia era que esta última confirmara las convicciones religiosas. Por ello, es ingenuo
creer que los científicos solamente estaban interesados en el progreso del conocimiento.
Seguramente, algunos de los que eran creyentes tenían como fin confirmar su fe y otros tantos
buscaban legitimar su posición ante la autoridad religiosa. Lo anterior no es un aspecto
negativo y tampoco los desacredita pues como todo individuo, estos tenían derecho a
complementar su faceta profesional con una faceta espiritual que, en este caso, estaba
influenciada por el puritanismo.

En adición, el utilitarismo fue uno de los rasgos que permeó a la institución científica
durante el siglo XVII. Según Merton, en los valores del puritanismo se incorporaba el
utilitarismo. De hecho, éste influyó en que el interés en la literatura, el teatro y la poesía
declinara. Por el contrario, se consideró valioso aquello que permitiera reflejar fielmente la
realidad. En el caso de la ciencia, se estimuló el estudio de aquellas áreas del conocimiento
que proporcionaran un beneficio inmediato y tangible en las actividades cotidianas de los
individuos. Por lo anterior, las investigaciones que ofrecieron mejoras y comodidades para

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la vida del hombre ganaron mayor prestigio, mientras que el resto eran desestimadas. Más
aún, de acuerdo con los principios puritanos las obras que eran útiles para la sociedad
representaban una manera de glorificar a Dios. Si bien Merton sugiere que menos de la mitad
de la investigación realizada en aquella época estuvo influenciada por requerimientos
prácticos, es posible suponer que la valoración social de la utilidad de las investigaciones
pudo orientar los intereses y las elecciones de los científicos de la época. Es decir, las
exigencias de sectores sociales ajenos a la comunidad científica encaminaron sus actividades
por lo que es posible pensar que los científicos no eran autónomos y que, en cierta forma,
alineaban sus intereses a los de otros segmentos de la sociedad.

Ciertamente, el rasgo de utilitarismo manifiesto en la ciencia del siglo XVII en


Inglaterra favoreció la presencia de intereses sectoriales en su desarrollo. A la par del
crecimiento económico, la expansión industrial de la época implicó la aparición de desafíos
técnicos que requerían de ingenio para ser solucionados. De hecho, Merton menciona que en
la industria extractiva los propietarios de las minas exigieron la intervención de los inventores
y los científicos para solucionar problemas. Al respecto, los problemas estaban asociados con
inundaciones, falta de oxígeno y la extracción de minerales. Tales problemas movilizaron a
los inventores que destinaron su atención a tratar de resolverlos. Cabe señalar que, en dicho
contexto, el papel de científico e inventor recaía en el mismo sujeto. En este sentido, la
resolución de los problemas de la industria extractiva es un caso en el que la actividad
económica dictaba la agenda de la actividad científica. Esto es comprensible pues los
desarrollos científicos y tecnológicos que permitían dominación económica recibían mayor
aprecio.

Los intereses sectoriales no solamente influyeron en los intereses individuales de


ciertos investigadores, también tuvieron efecto en la agenda de grupos científicos
formalmente constituidos. Al respecto, el caso de la Royal Society es ilustrador. De acuerdo
con Merton este grupo puso a disposición del poder económico algunas de las invenciones
que desarrolló. De hecho, algunas de éstas tuvieron aplicación en la industria metalúrgica.
De igual forma, algunas de las invenciones de una de sus figuras prominentes como Robert
Hooke estuvieron destinadas a resolver problemas técnicos relacionados con la industria
extractiva. Otro ejemplo notorio en torno a la Royal Society es su involucramiento en la

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resolución de problemas que surgieron a partir de necesidades militares. En este sentido, lo
anterior permitió el progreso de la arquitectura naval y de la industria armamentista. En
efecto, Merton menciona que la Royal Society contaba con equipos e instrumentación para
realizar estudios sobre balística. Por otra parte, es provocadora la afirmación de Merton que
establece que en la mayoría de estos casos los científicos no manifestaban ningún interés
económico detrás de su labor. No obstante, valdría la pena preguntar si detrás de su trabajo
estaba presente el interés asociado con la recepción de recursos para preservar sus
laboratorios con insumos y equipamiento adecuado para permanecer vigentes en la
comunidad científica lo que, con el paso del tiempo, les permitiría preservar su estatus social.

Por su parte, el desarrollo científico en la Inglaterra del siglo XVII también tuvo
un efecto en las elecciones ocupacionales de los individuos. Según Merton, en este periodo
hubo un incremento de interés en ocupaciones que, de alguna manera, estaban vinculadas
con la actividad científica. Prueba de ello es el aumento en el interés en la medicina, en parte,
por los requerimientos quirúrgicos que implicaron las confrontaciones militares. De hecho,
en algunos casos quienes ejercieron esta profesión se interesaron por la química, la filosofía,
así como la biología. Por el contrario, a medida que la ciencia se posicionó socialmente, el
interés en la teología y las humanidades declinó pues su tratamiento era considerado
infructuoso. Ciertamente, el interés en la ciencia se popularizó en la segunda mitad de dicho
siglo. Para Merton, una de las razones que impulsó el desarrollo de la institución científica
fue que comenzó a ser vista como un símbolo de estatus social. En efecto, para los miembros
de la clase burguesa la ciencia se percibió como un medio de ascenso social pues permitía
obtener beneficios económicos, así como ingresar a estratos más elevados de la sociedad. A
pesar de ello, en su obra Merton menciona que el interés económico no era una razón
significativa detrás del quehacer científico; no obstante, resulta ingenuo pensar que lo
anterior era así. En este sentido, si la ciencia fue un medio que favoreció el ascenso social,
probablemente hubo quienes optaron por esa profesión a causa de tal motivo.

Luego, conviene recapitular los rasgos que facilitaron la legitimación de la institución


científica. Según Merton, las esferas sociales exhiben periodos en la historia de la humanidad
en los que destacan. En el caso de la ciencia, ésta brilla por los buenos resultados que ofrece
a la humanidad. No obstante, es importante enfatizar que dicho brillo no depende únicamente

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de sus resultados pues como señala Merton es necesaria la convergencia de distintas esferas
de la sociedad que favorezcan la legitimación de la ciencia. En efecto, no es un asunto
exclusivo de personajes prodigios, sino que esferas como la económica, la educativa, la
política, la religiosa y de la sociedad civil debieron concurrir para brindar un espacio fértil
para el desarrollo científico. Incluso, lo anterior tuvo consecuencias inesperadas como el
dominio, en ciertos contextos, del espacio científico sobre el religioso. Lo anterior permite
constatar que la actividad científica no es ajena a lo que sucede a su alrededor. Más aún, es
viable sugerir que la ciencia requiere de las otras esferas tanto como las otras esferas
requieren de ésta; incluso en la época actual.

A propósito, un breve examen de la dinámica científica en la actualidad permite


observar que, en esencia, mantiene similitudes con lo que sucedía en Inglaterra durante el
siglo XVII. Si bien la actividad científica se trasladó de las sociedades científicas hacia las
universidades, la consolidación del modelo capitalista estimuló el suministro de capital
privado en las investigaciones (Kim & Kim, 2018). Según Bieliński y Tomczyńska (2019),
lo anterior provocó que la ciencia esté supeditada a las esferas económica y política. Más
aún, Dzisah (2010) menciona que los investigadores no son neutrales y se alinean a los
intereses de quienes les brindan financiamiento. Al respecto, la situación no es muy diferente
a lo que sucedía hace cuatro siglos. Al igual que las sociedades científicas, las universidades
y centros de investigación tienen presente que el conocimiento científico, así como los
desarrollos tecnológicos pueden ser capitalizados. En efecto, ciertos autores afirman que la
maximización de utilidades a partir del conocimiento devino el objetivo de la ciencia
(Krishna, 2014; Macfarlane & Cheng, 2008). Por ello, De Ridder (2013) concluye que la
cultura científica está corrompida lo que dificulta la manifestación del ethos de la ciencia.

Igualmente, la interacción al interior de la comunidad científica exhibe semejanzas


con la ciencia del siglo XVII. Si bien Merton no enfatiza este aspecto en su obra, es sabido
que entre los científicos de antaño existían disputas en torno a la validez y la prioridad de los
descubrimientos (Shapin & Schaffer, 2005). En la actualidad la situación no es diferente, al
igual que antes, los científicos compiten entre ellos por reconocimiento, así como por
financiamiento (Macfarlane & Cheng, 2008; Vinck, 2014). En consecuencia, entre los
científicos se presentan prácticas como ocultar datos y resultados; permitir que intereses

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ajenos establezcan la agenda; validar las investigaciones según la reputación del individuo;
así como falsificar y fabricar datos (Bray & von Storch, 2017; Vinck, 2014). Por lo anterior,
resulta complicado pensar que la institución científica del siglo XVII y sus miembros se
regían con base en las normas éticas descritas por Merton. Al contrario, no sería raro que, en
aquel entonces al igual que ahora, el comportamiento de los investigadores pudiera estar
desviado con respecto a esa versión idealizada de la ciencia y que, tal vez, exhiba mayor
conformidad con la contra normas de Mitroff.

En conclusión, en la obra Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo


XVII no se refleja con claridad la manifestación de las normas que integran el ethos de la
ciencia. Si bien Merton señala que dicha obra fue un referente para plantear las normas éticas,
la convergencia de distintas esferas sociales en el desarrollo científico del siglo XVII permite
sugerir que en la ciencia hubo intromisión de diversos intereses. En este sentido, los
miembros de la comunidad científica no eran inmunes a las presiones que se ejercían desde
afuera por lo que difícilmente se puede suponer que estos actuaban conforme al ethos de la
ciencia. De hecho, es posible que entre los científicos de aquella época pudo haber
manifestación de las contra normas propuestas por Mitroff. Lo anterior no debe juzgarse
como un rasgo negativo pues los investigadores, al igual que el resto, son seres humanos que
constantemente están sujetos a expectativas por parte de distintas esferas de la sociedad que,
en ocasiones, pueden resultar contradictorias entre sí. En adición, la breve revisión sobre la
dinámica actual de la institución científica permitió constatar que, incluso hoy en día, la
vinculación de la ciencia con otros sectores sociales es notable. A pesar de que la esfera
religiosa no mantiene el mismo grado de influencia que antes, otros sectores como el
económico adquirieron mayor influencia sobre la agenda científica. En consecuencia, es aún
ilusorio asumir que el ethos de la ciencia rige el comportamiento de los investigadores. Sin
embargo, es una propuesta que conviene tener presente pues exhibe preceptos a los que la
comunidad científica debería aspirar.

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