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BIOMECÁNICA DE LAS ACTIVIDADES ACUÁTICAS

Dr. Llana, S. y Dr. Pérez, P. (Departamento de Educación Física y Deportiva) Facultad de Ciencias de la Actividad Física y
el deporte (Universitat de València)

Gran parte de las adaptaciones funcionales y estructurales del cuerpo humano se deben a las fuerzas a que se ve sometido.
El medio terrestre es la situación natural de nuestro organismo, donde ha evolucionado durante millones de años y donde
tiene una alta eficiencia mecánica. Sin embargo, el efecto de algunas fuerzas que de forma natural acontecen en él pueden
no ser saludables. Por el contrario, el medio acuático no es filogenéticamente natural para el ser humano, por lo que su
locomoción presenta una baja eficiencia mecánica.
Por el contrario, el medio acuático modula alguna de las fuerzas a las que se ve sometido el cuerpo humano, de manera
que nadar y/o hacer ejercicio en su seno puede ser muy beneficioso para nuestro organismo. En este capítulo se explica el
origen de las fuerzas que gobiernan la locomoción humana en el medio acuático, así como sus principales efectos sobre
los sistemas funcionales y estructurales del cuerpo humano. El texto está estructurado de manera que primero se explican
las causas que modulan las fuerzas en el medio acuático y, después, se explican los efectos sobre el cuerpo humano.
LAS FUERZAS QUE HACEN DIFERENTE AL MEDIO ACUÁTICO DEL MEDIO TERRESTRE

Cuatro son las fuerzas que gobiernan la interacción del ser humano con el medio acuático: la fuerza peso y el empuje
hidrostático (o fuerza de flotación) determinan la flotabilidad del individuo, mientras que las fuerzas propulsivas y de
resistencia hidrodinámica determinan sus desplazamientos (segmentarios o globales). Además, hay que añadir el efecto
de la presión hidrostática que está presente siempre que un cuerpo está en el seno de un fluido y que en el agua es mucho
más patente que fuera de ella.
Estas fuerzas (figura 1) explican por qué el medio acuático supone unos
estímulos a nuestro organismo diferentes a los que proporciona el medio terrestre, y su conocimiento es clave para
entender la baja eficienciamecánica del nado, hasta un 9% (Di Prampero y Rennie, 1972) mientras queen la carrera a pie
puede superar el 35% (Cavagna y Kaneko, 1977).

Flotación

La flotación de un cuerpo en el agua depende del componente vertical de las fuerzas que se apliquen en un instante dado.
En reposo, la flotación viene determinada por el principio de Arquímedes (s. III a.C.) según el cual “todo cuerpo
sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical (dirección) y ascendente (sentido) igual al peso del volumen del
fluido desalojado”. Dicho empuje se denomina empuje hidrostático (Eh) o fuerza de flotación.
Consecuentemente, cuando una persona se introduce en el medio acuático, y no realiza ningún movimiento, su flotación
depende de su peso y del empuje hidrostático: cuando el peso sea menor que el empuje hidrostático, flotará, y cuando sea
mayor, se hundirá. En última instancia, esta relación de fuerzas verticales (fuerza peso y fuerza de flotación) depende de
la densidad del cuerpo en relación con la densidad del agua. La densidad del agua puede variar ligeramente con la
temperatura, aunque poco. El agua dulce alcanza a 4 ºC la densidad máxima de 1.000 kg/m3. Las sustancias disueltas
tienen un efecto mayor sobre la densidad; así, la densidad del “agua salada” (dos tercios de las sales son cloruro sódico)
del mar es, aproximadamente, de 1.035 kg/m3, pero puede llegar hasta 1.225kg/m3 como ocurre en el Mar Muerto (en la
frontera entre Israel y Jordania), lo que hace que sea muy fácil flotar en él, hasta el punto de que en algunas
guías turísticas se indica que “es un mar en el que es imposible ahogarse”.
En el caso de la densidad del cuerpo humano, la situación es algo más compleja debido a que no tiene una densidad
homogénea, sino que existen diferencias importantes entre los diferentes tejidos biológicos que lo forman (Clauser et al.,
1969): el más denso es el tejido óseo, con valores de entre 1.400 kg/m3 (hueso trabecular o esponjoso) y 1.800 kg/m3
(hueso cortical o compacto); tejidos como el muscular, el tendinoso y el ligamentario poseen densidades ligeramente
superiores a las del agua, entre 1.020 y 1.050 kg/m3, y el único tejido menos denso que el agua es el tejido adiposo, con
una densidad de 940-950 kg/m3. Estos son valores medios, que pueden variar ligeramente en función de la edad, género y
estado fisiológico del individuo.
Así, por ejemplo, pacientes con osteoporosis presentan niveles de densidad ósea notablemente disminuidos.
Según lo indicado, el ser humano debería hundirse siempre. ¿Por qué no ocurre esto? La respuesta hay que buscarla en el
aire ubicado en los pulmones y vías respiratorias, puesto que la densidad del aire es unas ochocientas veces
menor que la del agua, es decir, aproximadamente 1,2 kg/m3a 20 ºC. De esta manera, los pulmones actúan como
flotadores, pues durante la inspiración se introducen 4-5 litros de aire, que aumentan el volumen del cuerpo con un
aumento de peso de tan sólo 0,047-0,058 N (lo que equivale a 0,0048-0,006kg de masa).
Por lo tanto, la habilidad del ser humano para flotar (flotación pasiva) depende, en gran medida, de su habilidad para
expandir su caja torácica al inspirar. Así, por ejemplo, para un grupo de 245 estudiantes de ciencias de la actividad física y
el deporte, todos de raza blanca, el 100% flotó en la condición de inspiración máxima, mientras que tras una espiración
máxima se hundieron el 99 % de los varones (194 de 196) y el 91,8 % de las mujeres (45 de 49). Con el paso de los años
(especialmente a partir de los 30) empieza a aumentar la cantidad de tejido adiposo, a disminuir el tejido muscular y a
disminuir la densidad ósea, motivo por el cual la flotación aumenta de forma notable. Pasados los 50-60 años de edad, la
flotación es muy patente, siendo extraordinario que un individuo no flote.
La situación de microgravidez hidrostática que se experimenta en el agua supone una gran descarga, tanto para la
musculatura como para las articulaciones del cuerpo. En efecto, la existencia de la fuerza de la gravedad hace que,
fuera del agua, la musculatura tenga que estar permanentemente actuando para mantener la posición del cuerpo
(especialmente la musculatura denominada “antigravitatoria”), y esta tensión, junto con el propio peso de los segmentos
corporales, se transmite de unos segmentos a otros a través de las articulaciones.
Esto hace que, con el paso del tiempo, algunos músculos, especialmente los antigravitatorios, se vuelvan hipertónicos y
que las articulaciones sufran problemas de desgaste y sobrecarga. Como consecuencia, con el paso de los años, nuestra
talla tiende a disminuir (figura 2). En el medio acuático, la aparente pérdida de peso hace que la acción de los músculos
antigravitatorios para mantener la postura no sea tan necesaria y que la sobrecarga articular se reduzca considerablemente,
especialmente en la columna vertebral. Éste es el motivo fundamental por el que se recomienda la actividad física en el
medio acuático para aquellas personas con problemas articulares, especialmente de columna vertebral.
En aquellas situaciones en que el nivel del agua no cubre por completo al cuerpo, también se experimenta cierto nivel de
hipogravidez hidrostática. En la tabla 1 se muestra lo que se denomina el “peso hidrostático” (peso de un cuerpo inmerso
en agua) en función del nivel del agua. Este aspecto tendrá una gran relevancia en las actividades denominadas
genéricamente “gimnasias acuáticas”, por ejemplo, para grupos de población con osteoporosis a quienes se les prescribe
ejercicio físico pero evitando los grandes impactos.
Otro aspecto importante en relación con la habilidad para flotar del ser humano es el hecho de que las fuerzas peso y
empuje hidrostático no se aplican en el mismo punto. Esto es así porque la densidad del agua es homogénea, mientras que
la del cuerpo humano, como se ha indicado antes, no lo es. De esta manera, el peso se aplica en el centro de gravedad del
individuo, generalmente en la zona lumbar-pélvica, mientras que el empuje hidrostático se aplica en el centro de gravedad
del volumen de agua desalojada (centro volumétrico), generalmente en la zona caudal del tórax.

La ubicación de estos dos puntos puede variar dependiendo de dos factores, por un lado, la posición de los segmentos
corporales y, por otro, de la fase de inspiración-espiración en que se encuentre el individuo.
Si los centros de gravedad del individuo y del volumen de agua desalojado no coinciden, un cuerpo en la superficie del
agua en posición horizontal se ve sometido a un momento torsor (momento de fuerzas o par torsor) que obliga al cuerpo
a girar hasta que las líneas de acción de las dos fuerzas mencionadas sean coincidentes, cosa que ocurre cuando el cuerpo
queda en posición vertical y, siempre, con el centro de gravedad por debajo del centro de flotación (figura 3). Esta
situación final se denomina de superequilibrio o equilibrio superestable, pues tras aplicarle fuerzas externas que
perturben esa situación, el cuerpo siempre volverá a esa condición.

En el caso de individuos amputados de los miembros inferiores la situación es diferente, pues los puntos de aplicación de
las fuerzas peso y empuje hidrostático tienden a estar muy próximos, motivo por el que resulta posible flotar en una
posición horizontal. Algo parecido ocurre con individuos que presentan parálisis de sus miembros inferiores, pues la
cantidad y densidad de tejido óseo está reducida al mínimo.

La habilidad para la flotación pasiva también difiere según el género. El porcentaje de tejido adiposo en mujeres es, como
valor medio, mayor que el de los hombres. Así, entre los 20 y los 39 años de edad, los hombres tienen un 8-20% de tejido
adiposo, por un 21-33% de las mujeres (Willmore y Costill, 2004). Esto hace que la flotación de las mujeres sea superior a
la de los hombres. Pero, además, la localización anatómica del tejido adiposo difiere de un género a otro; las mujeres
suelen acumular más grasa en la zona pélvica, mientras que los hombres suelen acumularla en la zona abdominal.
Esto hace que la distancia entre los centros de flotación y de gravedad sea menor en las mujeres y, por lo tanto, también
será menor el valor del par torsor. En consecuencia, mantener la posición horizontal en el agua requiere un menor gasto
energético en las mujeres que en los hombres. Con el paso de los años, el porcentaje de tejido adiposo va aumentando, a la
vez que disminuye la cantidad de tejido muscular y la densidad del tejido óseo. Por ello, no es infrecuente ver mujeres de
edad avanzada capaces de flotar de forma pasiva en posición horizontal, especialmente si sufren osteoporosis.
Otra consecuencia importante de la situación de microgravidez que se experimenta en el agua es que durante el nado la
musculatura trabaja de forma diferente a como lo hace en el medio terrestre. Así, en la locomoción terrestre los segmentos
corporales están sometidos a fuerzas de impacto de forma periódica, por ejemplo, cada vez que se apoya el pie durante la
marcha, la carrera o los saltos. En estas situaciones, la musculatura trabaja, en primer lugar, de forma excéntrica para
frenar el movimiento e, inmediatamente después, de forma concéntrica. Es el denominado ciclo de estiramiento
acortamiento.
Cuando se nada, la situación de microgravidez hidrostática que el cuerpo humano experimenta hace que no existan
fuerzas de impacto y, en consecuencia, que la importancia del ciclo de estiramiento-acortamiento
sea mínima. Así pues, durante el nado predominan las acciones musculares de carácter concéntrico. No obstante, si el
ejercicio se realiza en piscina poco profunda y en bipedestación, sí que habrá impactos (que serán menores cuanto mayor
sea el nivel del agua, tal como se indica en la tabla 1) y sí se pondrá en marcha el ciclo de estiramiento-acortamiento, pero
con menor intensidad.

Propulsión y resistencia hidrodinámica: dos caras de la misma moneda

La fuerza propulsiva y la resistencia hidrodinámica son dos caras de una misma moneda. En efecto, cuando movemos un
segmento corporal dentro del agua, desaloja el agua que se encuentra en su camino, transfiriéndole momento (m v). El
momento que transfiere el segmento al agua es el que él pierde y representa la resistencia hidrodinámica. Por tanto, para
continuar el movimiento es necesario que la musculatura trabaje, como mínimo, con una intensidad equivalente a ese
momento. En consecuencia, la resistencia hidrodinámica a vencer determina el nivel de exigencia muscular a
desarrollar por parte del individuo.

Cuando es todo el cuerpo el que avanza en el agua, como sucede durante el nado, la resistencia hidrodinámica a vencer
viene determinada por el gradiente de presiones que aparecen entre la parte delantera y trasera de su
cuerpo (figura 4). Si bien el nivel de resistencia hidrodinámica que ofrece el agua depende de dos tipos de fuerzas
(tangenciales y perpendiculares a la superficie) se puede hacer una estimación aproximada gracias a una ecuación
desarrollada por Isaac Newton en el s. XVII que, aunque a primera vista puede parece compleja, proporciona las claves
para entender cómo aumentar o disminuir la resistencia hidrodinámica en función de lo que interese (Llana y Pérez,
2008):

R = ½ p · Cx · S · V2
Donde:
R, resistencia hidrodinámica (N)
ρ, densidad del agua (kg/m3)
Cx, coeficiente de forma (parámetro adimensional que depende de la
forma del cuerpo y que se determina experimentalmente)
S, superficie de choque ó área frontal proyectada (m2)

V2, velocidad de nado elevada al cuadrado (m/s)


Veamos cómo afecta cada uno de estos factores:
La densidad del agua (p) no podemos modificarla, a menos que introduzcamos grandes cantidades de sales. Como esto no
es factible, lo único que podemos hacer es cambiar el lugar de ejercitación. Así, en el agua del mar, la resistencia
hidrodinámica será mayor que en una piscina de agua dulce.
El coeficiente de forma (Cx) determina lo hidrodinámico que es un objeto y, como su propio nombre indica, depende de la
forma (morfología) del objeto y de cómo (orientación en el espacio) se mueva.
Por ejemplo, una tabla de corcho convencional que se mueve dentro del agua en la misma dirección que su eje
longitudinal apenas ofrece resistencia al movimiento; sin embargo, mover esa misma tabla perpendicularmente puede
suponer una gran resistencia. Moverla en posiciones intermedias supone niveles de resistencia intermedios. Algo
similar ocurre cuando un nadador se impulsa desde la pared y se desliza, pues dependiendo de cómo coloque sus
segmentos corporales, su resistencia hidrodinámica será mayor (deslizará menos) o menor (deslizará más).

En el caso de la natación de competición, el coeficiente de forma del nadador determinará en gran medida su eficiencia de
nado. Durante la fase cíclica del nado, se le denomina resistencia activa, y durante los deslizamientos, se le denomina
resistencia pasiva (Llana, 2002).

En el caso de las gimnasias acuáticas, hay que tener presente el coeficiente de forma del material utilizado, pues es una
forma muy eficaz de adaptar e individualizar el esfuerzo a realizar. Aunque también puede “engañar” al monitor, pues
pequeñas inclinaciones en una tabla de corcho pueden hacer que el ejercicio sea menos costoso de lo que él había ideado.
Por ello, se ha diseñado material que genera altos niveles de resistencia con independencia de la dirección de
desplazamiento, como los “hydrobells”.
La superficie de choque (S) depende básicamente del tamaño del objeto y, también, de su orientación. Siguiendo con el
ejemplo de la tabla de corcho, cuanto más grande sea, mayor resistencia generará, con independencia de la posición y
dirección en que se mueva. Asimismo, si se inclina disminuirá esta superficie de choque, cosa que no ocurre (o
muy poco) con materiales como las “hydrobells” o similares. La velocidad de desplazamiento (V2) del objeto o segmento
corporal tiene un gran efecto, pues, tal y como aparece en la ecuación, está elevada al cuadrado. Esto quiere decir que si
duplicamos la velocidad, cuadruplicaremos la resistencia. En el caso de las gimnasias acuáticas, la velocidad de ejecución
es uno de los parámetros más importantes a tener en cuenta durante la ejercitación en el medio acuático, pues determina
mucho la intensidad de ejercicio.
Por el contrario, en la natación de competición, el objetivo es que la velocidad de nado sea máxima, lo que implica nadar
con gran resistencia hidrodinámica, por lo que habrá que intentar disminuir la resistencia hidrodinámica basándose
en el resto de parámetros citados.

En resumen, de la ecuación de Newton se puede concluir:


Para las gimnasias acuáticas. Son varias las formas en que se puede aumentar o disminuir la resistencia hidrodinámica a
vencer, de manera que el esfuerzo muscular se puede graduar e individualizar de forma muy sencilla; si se desean altos
niveles de resistencia, basta con elegir un objeto poco hidrodinámico (p. ej., hydrobells o hydroboots) y
moverlo rápidamente (aunque nunca se conseguirán resistencias tan altas como las que se pueden obtener “en seco”, por
ejemplo, con pesas), por el contrario, si se desean niveles bajos de resistencia, basta
con no utilizar implementos (sólo los segmentos corporales) y moverlos
a velocidades bajas.
Para la natación de competición. La eficiencia de nado depende de tener poca resistencia hidrodinámica, pero ésta
aumenta con la velocidad (al cuadrado), por tanto, es imprescindible disminuirla mediante una correcta colocación de los
segmentos corporales (coeficiente de forma) y no aumentar en demasía el volumen del nadador (superficie de
choque), por ejemplo, con mucho trabajo de hipertrofia muscular.

Otro aspecto que afecta en gran medida la resistencia hidrodinámica es el oleaje. Tiene una especial importancia durante
el nado en superficie, pues el patrón de olas que se genera (figura 5) puede suponer un freno muy grande para el nadador:
es la denominada “hull speed” (Llana 2002). Como se mencionó en el apartado 2.1, en el agua las acciones musculares
son básicamente concéntricas; por ello, y a diferencia de lo que ocurre en el medio terrestre, cuando se realiza un
movimiento y se vuelve a la posición de partida, se trabaja siempre basándose en “pares de músculos”. Por ejemplo, para
un movimiento de flexo-extensión del codo en bipedestación, la flexión la hacen los flexores (bíceps braquial, braquial
anterior y supinador largo) mientras que la extensión la hacen los extensores (tríceps braquial). En el
medio terrestre, tanto la flexión como la extensión la realizan los flexores, primero concéntricamente y luego
excéntricamente. Esto es muy interesante, pues hace que sea difícil generar descompensaciones musculares, puesto que
siempre se trabaja de forma bastante simétrica.

La única opción de realizar algo de trabajo excéntrico en el agua es cuando hay que frenar alguna fuerza externa, aunque
raramente será tan intenso como en el medio terrestre. Esto se puede conseguir de varias maneras: (1) cuando nos
apoyamos en alguna superficie sólida, por ejemplo, en piscina poco profunda como se mencionó en el apartado 2.1 o al
nadar y hacer un viraje apoyando sobre la pared de la piscina; (2) cuando interactuamos con otro usuario, por ejemplo, en
ejercicios de desequilibrio por parejas, o (3) con material de flotación, por ejemplo, al resistir la subida de una pelota que
previamente hemos hundido.

Un aspecto muy importante a tener en cuenta en las gimnasias acuáticas en piscina poco profunda es el hecho de la
estabilidad corporal. Lo que tiene dos efectos importantes: (1) cualquier ejercicio de tonificación muscular
en estas condiciones, por ejemplo un movimiento de abrir y cerrar brazos (abrazar y desabrazar) origina una inestabilidad
importante, por lo que tanto la musculatura del tronco como de los miembros inferiores tienen que trabajar de forma
activa, lo cual es muy beneficioso. (2) Por el contrario, esta inestabilidad es la principal responsable del límite de
resistencia que podemos vencer, de manera que el esfuerzo muscular de la musculatura agonista estará en gran parte
limitado por la capacidad de mantener la posición. Para paliar esto, se puede emplear calzado especialmente diseñado para
ejercitarse en el agua, que se caracteriza por aumentar considerablemente el agarre al suelo .

La presión hidrostática

Otro aspecto de interés que diferencia el medio acuático del terrestre es el del aumento de la presión hidrostática que se
experimenta al introducirse en el agua. La presión hidrostática está directamente relacionada con la densidad
del fluido, y el agua es 800 veces más densa que el aire. Esto hace que cada 10 m de profundidad la presión hidrostática
aumente, aproximadamente, 1 atmósfera (101.325 Pa ó 760 mm de mercurio). Hay que destacar que esta presión se ejerce
perpendicularmente a la superficie sumergida, de manera que el cuerpo sumergido tiende a comprimirse por toda su
superficie (Ley de Pascal).
Esta compresión hay que tenerla presente cuando se bucea, pues puede ser causa de molestias en el oído, pero también
tiene efectos positivos, pues facilita el retorno venoso y el llenado del corazón (hasta un 35%), especialmente si el cuerpo
se encuentra en posición horizontal. Por ello, la frecuencia cardíaca durante el nado suele ser entre 3 y 17
pulsaciones/minuto menor que en un ejercicio terrestre de similar intensidad. El aumento de la presión hidrostática tiene,
por tanto, un efecto beneficioso sobre el retorno venoso de la sangre, siendo éste uno de los motivos por los que se
recomienda la natación en poblaciones con problemas circulatorios. En el medio terrestre, la bipedestación hace que
la sangre de los miembros inferiores deba ir en contra de la gravedad, situación que se ve agravada por la incapacidad del
sistema venoso para bombear la sangre de forma autónoma. Con el tiempo, esta situación puede degenerar en problemas
circulatorios como, por ejemplo, la formación de varices. Por el contrario, durante el ejercicio físico sumergidos en agua,
el “masaje” que ejerce ésta debido a la presión hidrostática facilita mucho la circulación periférica de
retorno.

BIBLIOGRAFÍA

Clauser, C., McConville, J., Young, J. (1969) Weight, volume and center of mass of segments of the human body. AMRL-
TR-60-70. Wright Patterson Air Force Base, Ohio.
Di Prampero, P.E., Rennie, D.W. (1972) Body drag and efficiency in swimming. Fed Am Soc Exp Biol 31:312.
Llana, Pérez (2008) Biomecánica de la Natación. En: Izquierdo (Coordinador). Biomecánica y bases neuromusculares de
la actividad física y el deporte. Editorial Médica Panamericana.
Llana, S. (2002) Resistencia hidrodinámica en natación. Rendimientodeportivo.com. nº2.
Willmore, J.H., Costill, D.L. (2004) Fisiología del esfuerzo y del deporte. Ed. Paidotribo.
Cavagna, G.A., Kaneko, M. (1977) Mechanical work and efficiency in level walking and running. J Physiol 268(2):467-
81.

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