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4 de noviembre de 1905

Detectives y narraciones policiales


Me pregunto cómo son los detectives verdaderos. Puede ser que mi vida haya sido
anormalmente plácida, pero nunca he necesitado un detective. Tampoco (me anticipo a la
cascada de réplicas), tampoco nunca un detective me ha necesitado. Si lo hiciera, es decir,
sería por un anhelo privado, una afección individual e ingobernable, diferente de sus
asuntos, y deja su secreto roer el color damasco de sus mejillas 1. Aparte de estas dos
suposiciones, la del patrocinador y la del material o tema (me refiero al ladrón), es difícil
entrar en relaciones espirituales con detectives. Otras personas importantes son más
accesibles. Cualquiera puede ver a un editor, con tal que lleve una lista de reformas
urgentes que deben llevarse a cabo en algún otro país. Parece ser un axioma de nuestro
admirable y misterioso negocio que si quieres mejorar las cosas en Noruega, comienzas una
agitación en Viena y si no estás satisfecho con la administración de Portugal, le preguntas a
los habitantes de Glasgow cuánto tiempo lo van a sostener.

Nuevamente, cualquiera puede ver a un estadista – cuando hay estadistas para ver. En
cuanto a reyes, grandes duques, el Papa y esa clase de gente, sabemos por favorables
anécdotas periodísticas que a ellos los podrá ver cualquier niño que tenga un juguete roto o
un gatito herido. Por eso, lo único que tenemos que hacer, tanto usted como yo, es
procurarnos un gatito herido (no tolero la idea de herir a un gatito a propósito), un gatito
herido o una muñeca dañada y presentarnos con uno en cada mano a las puertas del
Vaticano o a las escalinatas de la Casa Blanca en Washington, para que seamos escoltados
inmediatamente a la presencia de ellos por lacayos serviles y reverentes guardias haciendo
la venia. Usted aún puede conocer a los sirvientes, por lejos la clase más exclusiva, distante
y espantosa de nuestra comunidad. Una vez conocí a un sujeto salvaje que conocía a un
mayordomo. Él veía el otro lado de esa espléndida luna: “luces plateadas y oscuridades ni
soñadas” como dice Browning2. Pero uno no puede conocer íntegramente a un detective,
excepto si se toma las molestias de cometer un delito y, cuando uno ha caído tan bajo
puede, perdido por perdido, ser su propio detective y así lo conocerá íntimamente. El único
detective que vi en mi vida fue un hombre campechano, alegre, tonto que presentó
evidencia en un tribunal donde yo era jurado. Tenía unos ojos azules inexpresivos, vestía
ropa de montar liviana y parecía, según él mismo, estar en una escandalosa relación con
toda la clase criminal, pues todas sus conversaciones con las víctimas comenzaban: “Bueno
Jim” y “Ahora Joe”. Me pregunto, era este hombre, el típico detective de la vida real?
Ciertamente era muy diferente del típico detective de ficción, el que algunos consideran un
guía seguro. Pero, por supuesto, no es difícil ver por qué es más difícil conocer al detective

1
SHAKESPEARE, Twelfth Night. Acto 2, Escena IV (nota de la traductora)
2
Se refiere al poeta y dramaturgo inglés Robert Browning (7 May 1812 – 12 December 1889). La frase se
encuentra en el verso 10 de la estrofa XVIII del poema “One Word More –To E.E.B” en Parleyings with
Certain People of Importance In Their Day. (Nota de la traductora)
que a estas otras personas importantes: por supuesto, es su negocio que sea difícil
conocerlo. Los editores no quieren negar que son editores – excepto (como se me ha
informado) cuando los poetas andan rondando. Los estadistas no desean transmitir que no
son estadistas, la impresión, si es transmitida, lo hace con una bella inconsciencia. Pero, ser
detective no es parecer detective y si nuestra fuerza es realmente eficiente (la que, admito,
es enormemente improbable) debe haber un gran número de personas en estaciones
privadas y públicas a quienes vemos y oímos todos los días que son policías verdaderos
porque no lo parecen. Quizás usted es un policía- quizás lo soy yo. Por mi parte, siempre he
tenido mis dudas sobre el Sr. Hall Caine3.

Pero mientras mi conocimiento sobre detectives verdaderos es desgraciadamente escaso, mi


conocimiento sobre los detectives de la ficción popular es amplio y correcto. Por lo menos
lo sería si yo pudiera recordar las pilas de cuentos de seis peniques que he leído. No hay
ninguna clase de libros tan fáciles de leer una y otra vez, excepto los grandes clásicos.
Leemos un cuento de Dickens seis veces porque lo podemos olvidar seis veces. Un
estúpido cuento de seis peniques (no una estupidez desgraciada y dudosa sino una estupidez
humana, completa, fuerte, rica), digo un cuento estúpido de seis peniques es, por lo tanto de
la naturaleza de una posesión inmortal, inagotable. Su conclusión es tan enteramente necia,
tan poco razonable que, por mucho que escuchemos de ella, siempre llega abruptamente,
como una explosión, como un arma disparada por accidente. Está tan descuidadamente
escrita que no es consistente ni consigo misma. No hay unidad para recordar. No se puede
esperar que el lector recuerde el libro cuando el autor no puede recordar el último capítulo.
No podemos adivinar el final cuando el autor parece no saberlo. Esos cuentos se resbalan
de la mente, no tienen ramas de inteligencia para agarrarse en cualquier lugar de la
memoria. Por lo tanto, como digo, se convierte en algo bello y alegre para siempre. Gana
una eterna juventud. Se convierte en algo como el monedero sin fondo de Fortunato 4 o la
jarra que nunca se vaciaba que perteneció (creo) a Baucis y Philemon 5. Ponlos en tu baúl
cuando viajes a través del desierto. Ata este precioso y sobrenaturalmente estúpido trabajo
a tu mochila cuando escales el Monte Everest. Ojalá que el sol en todo su esplendor pudiera
así ser olvidado, y las montañas que dan la bienvenida a la mañana, y hasta las malas
hierbas a nuestros pies, para que así podamos verlo como algo nuevo; para que podamos
dar un salto hacia atrás desde las malas hierbas cual si fueran dedos verdes vivientes,
porque tenemos que ver al sol como una estrella extraña y gigantesca!

Es hermoso y reconfortante pensar qué gran ejército de sorprendentemente brillantes


detectives he olvidado. Por un momento ocuparon mi mente, probaron que no era el
3
Thomas Henry Hall Caine (1853-1931) fue un novelista británico que también era arquitecto. Su primera
novela La sombra de un crimen apareció por entregas en el Liverpool Weekly Mercury
4
Héroe afortunado de la leyenda medieval, que poseía objetos tales como un inagotable monedero y una gorra
de los deseos. “Tener el monedero de Fortunato” significa “ser extremadamente afortunado”.
5
La esposa y el esposo que hospedaron a Júpiter y a Mercurio que habían bajado a la tierra disfrazados. Se los
recompensó en su muerte con ser transformados en dos árboles entrelazados para siempre. (Metamorfosis de
Ovidio)
capitán, sacaron todas las barras de las escaleras, mostraron quién se comió la última
sardina, confrontaron al obispo (o a quien debemos llamar obispo), examinaron el gancho
del botón (preferimos llamarlo el gancho del botón), encontraron el secreto del
conservatorio giratorio, encontraron la caja de fósforos (de fósforos!), hicieron todas esas
cosas suntuosas y desconcertantes – y no puedo recordar ni uno solo de sus nombres, ni los
títulos de los libros , ni los nombres de sus autores. Es esta una cualidad etérea y fugaz del
descubrimiento como tal? O es quizás más fácil recordar a un detective verdadero cuando él
ha tenido que ver contigo una o dos veces? Quizás esta verdad psicológica nuestra puede
ofrecer alguna clase de explicación al fenómeno del viejo delincuente, el hombre que
repetidamente es llevado al banquillo de los acusados por el mismo delito. Quizás los
delitos desaparecen de la mente como en las novelas policiales. Quizás cuando llevan al
tribunal al asaltante viejo y curtido, él cree firmemente que es su primera infracción. O
quizás la mente actúa como lo hace en los casos de los episodios policiales de ficción. He
leído la misma melodramática historia una y otra vez y siempre en el mismo punto recuerdo
que ya la he leído antes. Quizás es la misma con una encarnación criminal más tosca y más
material. Quizás un antiguo presidiario se sentirá infantil y avergonzado al cortar con un
hacha a un banquero. Pero justo cuando le está cortando la pierna izquierda al banquero, se
detendrá de repente, el hacha alzada en el aire, los dedos en la frente y los ojos brillantes
con un nuevo pensamiento. Experimentará esa extraña y repentina convicción de haber
hecho lo mismo anteriormente, lo que desconcierta tanto a nuestros psicólogos. Lentamente
se dará cuenta que el día anterior, a la mismísima hora, también estaba cortando la pierna
izquierda de un banquero. Parece ser que cada vez que un hombre es condenado por un
delito, esto actúa como una sorpresa poética en él: el jurado se dedica, para decirlo de
alguna manera, a contarle una novela reconfortante. Podría ser, digo. O, por el otro lado,
confieso podría no ser.

Cuando comencé este artículo, intentaba escribir con el más ingente y ferviente propósito
moral. Pero me parece que, de algún modo, he perdido el hilo. Todo iba a ser sobre el
espíritu verdadero con el que abordar los misterios criminales, y cuánto nos ha engañado la
atmósfera popular de la ficción policíaca sobre el tema. Iba a señalar las siguientes
verdades colosales: cuando la mente de cualquier persona tiene que lidiar con un hecho,
como el de Merstham, por ejemplo, probablemente esté influenciado, loco como parezca,
por la ficción policíaca contemporánea. Es así porque en todas las épocas, la humanidad ha
sido siempre más influenciada por el romanticismo que por la realidad. Es así porque los
detalles verdaderos son tan variados y accidentados, mientras que un libro de gran
distribución es el mismo para todos. La tragedia Balham (o no) le ha ocurrido a alguien,
pero se puede decir que la tragedia de Estudio en escarlata le ha ocurrido a todo el mundo.
Le ha ocurrido a todos como idea, y las ideas son cosas prácticas.

Tampoco es menos importante la próxima verdad. Es esta: que el mal peculiar que
producen las historias policiales radica en lo siguiente: que las historias policiales, al ser
ficción, son mucho más puramente racionales que los hechos policiales de la vida real.
Sherlock Holmes sólo puede existir en la ficción; es demasiado lógico para la vida real. En
la vida real, él hubiera adivinado la mitad de los hechos mucho tiempo antes de haberlos
deducido. En lugar de deducir que su historia era inconsistente por la débil ‘t’ y la ‘e’
griega de la carta de Reigate Squires6, simplemente habría descubierto por sus rostros que
ellos eran una pareja de bribones. En lugar de descubrir que Straker 7, el entrenador de
caballos, era una mala persona, al interrogar a los sombrereros de Londres y preguntarles
sobre las ovejas rengas, él, probablemente, habría conocido los hechos por el Sr. Straker.
En una de las historias de Sherlock Holmes, no recuerdo cuál, el detective expresa su
desprecio por la operación mental conocida como “adivinanza” y dice que ésta “destruye la
facultad lógica”. Puede destruir la facultad lógica, pero construye el mundo práctico. No se
puede plantear tan continua o tan enfáticamente que toda la vida práctica humana, todos los
negocios, en su sentido más agudo y severo, funcionan en atmósferas espirituales y
emociones anónimas y sutiles. Los hombres prácticos siempre actúan con imaginación: no
tienen tiempo para actuar en el mundo. Cuando un hombre recibe a una persona que busca
trabajo, qué hace? Le mide el cráneo? Investiga su herencia? No, adivina.

6
Uno de los personajes de las historias de Sherlock Holmes es The Reigate Puzzle.
7
Personaje en la historia de Sherlock Holmes Silver Blaze.

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