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RONALD A.

KNOX

UN DECÁLOGO PARA EL CUENTO POLICIACO1

1. El criminal debe ser alguien mencionado al inicio del cuento, pero no debe ser alguien cuyos
pensamientos hayan podido ser seguidos por el lector.
El extraño misterioso que surge de ningún lugar en particular, con frecuencia proveniente de un barco, cuya
existencia el lector no podía haber sospechado desde el inicio, arruina todo el asunto. La segunda parte de
la regla es más difícil de expresar con precisión, especialmente al ver algunos de los notables resultados de
la Sra. Christie. Sería más exacto decir que el autor no debe implicar una actitud de mistificación del
personaje que resulta ser el criminal.
2. En principio todos los elementos sobrenaturales están prohibidos.
La solución de un problema policiaco por estos medios sería como ganar una carrera acuática
utilizando oculto motor mecánico. Y aquí me atrevo a pensar que hay una limitación en los cuentos del Padre
Brown ritos por el Sr. Chesterton. Él casi siempre trata de ponernos fuera de la pista correcta sugiriendo que
el crimen fue hecho utilizando alguna forma de magia, y sabemos que es un jugador suficientemente bueno
para caer en una solución semejante. En consecuencia, aunque casi nunca adivinamos la respuesta a sus
acertijos, con frecuencia nos perdemos la emoción de haber sospechado del personaje equivocado.
3. No es permisible más de un cuarto o pasaje secreto.
Añadiría que un pasaje secreto no debería ser utilizado a menos que la acción ocurra en el tipo de
casa donde tales elementos serían de esperarse. Cuando introduje uno de ellos en un libro mío, tuve
cuidado de señalar de antemano que la casa había pertenecido a católicos en época de presidios. El pasaje
secreto del Sr. Milne en "The Red House Mystery" es difícilmente aceptable; si una casa moderna estuviera
equipada así (y eso significaría un gasto excesivo) con toda seguridad el vecindario entero lo sabría.
4. No se pueden usar venenos que aún no han sido descubiertos, ni algún aparato que requiera
ofrecer una larga explicación científica al final.
Puede haber venenos desconocidos que produzcan reacciones inesperadas en el cuerpo humano,
pero aún han sido descubiertos, y hasta entonces no deben ser utilizados en la ficción; no es limpio. Casi
todos los casos del Dr. Thorndyke, como han sido registrados por el Sr. Austin Freeman, tienen un pequeño
defecto médico: es necesario pasar por una larga conferencia científica al final del relato para entender qué
tan inteligente fue el crimen.
5. No debe haber un chino en la historia.
Por qué esto debe ser así, no lo sé, a menos que podamos encontrar una razón para ello en nuestro
hábito occidental de suponer que el Imperio Celestial está sobreequipado en materia de cerebros o
subequipado en materia moral. Sólo lo ofrezco como consecuencia de la observación de que si usted está
volviendo las páginas de un libro y se encuentra con la mención de "los ojos rasgados de Chin Loo", lo mejor
es que usted deje el libro sobre la mesa; es malo. La única excepción que se me ocurre, y debe haber otras,
es el de Four Tragedies of Mernworth de Lord Ernest Hamilton.
6. Ningún accidente debe ayudar al detective, ni éste debe tener una intuición poco confiable que
resulte ser correcta.
Tal vez esto está dicho de manera muy fuerte; es legítimo para el detective tener intuiciones que
después verifica antes de que actúe con base en ellas, por genuina investigación. Y además, naturalmente,
tendrá momentos de visión clara, en los cuales las consecuencias de las observaciones hechas hasta ese
momento se volverán evidentes para él. Pero no se le debe permitir, por ejemplo, buscar el testamento
perdido en el reloj del abuelo porque un instinto poco confiable le dice que ése es el lugar correcto para
buscarlo. Debe buscar ahí porque está consciente de que ahí es donde él mismo lo habría ocultado si
hubiera estado en el lugar del criminal. Y en general debería observarse que cada detalle de su proceso de

1
Knox, Roland A.: "A Detective Story Decalogue", introducción al libro de R. A. Knox (ed.) The Best
Detective Stories of 1928. Undon, Faber and Faber, 1929. Traducción de Lauro Zavala

1
pensamiento, y no sólo una idea general acerca de éste, debería ser deliberadamente mostrado cuan- do se
ofrezca la explicación al final.
7. El detective no debe cometer el crimen.
Esto se aplica sólo cuando el autor señala claramente que el detective es un detective; un criminal
legítimamente puede aparentar ser un detective, como en The Secret of Chimneys, y engañar a los otros
personajes con referencias falsas.
8. El detective no se debe interesar en ninguna clave que no sea instantáneamente producida para
que el lector la inspeccione.
Cualquier escritor puede hacer una historia policiaca contándonos que en este momento el gran
Picklock Holes repentinamente se inclinó y tomó del suelo un objeto que se niega a mostrar a su amigo.
Entonces susurra “¡Ah!" y su cara se pone seria; todo esto es una manera ilegítima de confeccionar un
cuento policiaco. La habilidad del autor de cuentos policiacos consiste en ser capaz de producir sus claves y
hacerlas florecer delante de nuestras narices: "¡Ahí tiene!", nos dice, "¿qué es lo que usted puede hacer con
esto?", y nosotros no hacemos nada.
9. El amigo estúpido del detective, el Watson, no debe ocultar ningún pensamiento que pase por su
cabeza; su inteligencia debe ser ligeramente, pero muy ligeramente, inferior a la del lector común.
Ésta es una regla para lograr la perfección; no es necesario para un cuento policiaco tener un
Watson. Pero si existe, es con el propósito de permitir al, lector tener alguien con quién medirse, por así
decirlo, alguien contra el cual probar su cerebro. "Pude haber sido un tonto", se dirá a sí mismo al concluir la
lectura del cuento, "pero al menos no fui un tonto irremediable como el pobre Watson".
10. Los hermanos gemelos, y todos los dobles en general, no deben aparecer a menos que
hayamos sido debidamente preparados para ello.
El recurso es muy fácil, y la suposición es muy improbable. Aquí añadiría que ningún criminal
debería ser dotado de excepcionales poderes para pasar desapercibido a menos que se nos haya advertido
que él o ella están familiarizados con el teatro. Esto es indicado de manera admirable en Trent’s Last Case.

Lauro Zavala (editor) “Ronald A. Knox”, Teorías del cuento II. La escritura del cuento, Universidad Nacional
Autónoma de México, Coordinación de Difusión Cultural, México, 1995, pp. 337-341.

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