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Últimamente, sobre todo por influencia de los estudios bíblicos de la escuela alemana, se reduce
el καιρός al tiempo de la oportunidad, a la toma de una buena decisión.
Una buena decisión, una verdad practicada implica una continuidad progresiva: siempre se puede
elegir más y mejor.
Dado que no se puede destruir el pasado, el arrepentimiento no es sólo la condena de una actitud
anterior, sino la purificación posterior. El arrepentimiento se ubica en la proyección temporal. La
purificación es una actitud que en el futuro reemplaza al pasado.
Pasado, presente y futuro humano, no sólo en sentido cronológico sino también humano.
De la actividad discontinua proviene la tendencia a empezar de nuevo. Sólo Dios crea de la nada.
Puesto que el tiempo es reflejo de la eternidad, todo el tiempo tiende hacia la unidad.
El tema del tiempo actualmente está influido por tres raíces filosóficas: el hegelismo, Bergson y el
existencialismo –especialmente Heidegger.
Hegel: es el heredero del gran racionalismo europeo, por eso lo que le interesa es la historia. El
racionalismo se caracteriza por una falta de respeto a lo real y, por tanto, lleva al ateísmo.
LA PRESENCIA.
Presencia es co-esse: el otro es con nosotros. Compromiso: engagement, hace que esa cosa no sea
un mero espectáculo para nosotros, sino una relación que se establece.
La presencia es científicamente indefinible: no es la objetivación propia del conocimiento
científico. Cuando hay presencia, lo otro vive con nosotros y nosotros existimos con aquello.
“La presencia impone una visión profunda de lo real y es inseparable del sentido del misterio” (29)
“Lo que nos ilumina en mayor medida es la existencia de la cosa. No la literatura sobre la cosa”.
(29)
“Las ideas se pueden manejar, pero en cambio la realidad escapa a nuestro manejo” (29)
“Cuando no estamos presentes no podemos estar tranquilos. La soledad no es estática, sino que
se caracteriza por la fuga. O estamos presentes, o escapamos. O la cosa tiene sentido para
nosotros, o preferimos huir”. (31)
La presencia en el tiempo.
Todo puede ser tratado como cosa: desde un vaso hasta una persona.
Actualismo y apertura.
Hasta la virtud de la prudencia –virtud que ordena nuestra conducta- es en su primer paso teórica.
“Toda actividad, sea en el orden moral o en el poiético (o técnico), necesita de una cierta
subordinación a la teoría”. (41)
La magnanimidad es la capacidad de simpatizar con muchas cosas especialmente con las que son
diferentes. Según Platón, los jóvenes deben ser educados en la magnanimidad y en la visión de las
cosas.
“Vivimos una cultura cargada de abstracción, y por eso a menudo se nos olvidan muchas cosas”
(45)
Lavelle, La conscience de soi, París, Grasset, 1933, p. 260 (cit en pag50): “Hay que hacerse
presente a las cosas para que ellas se nos hagan presentes: nuestra actividad en cambio falla a
menudo del tal modo que, si el ser no es presente de una manera permanente, nosotros no le
somos presentes sino de una manera intermitente. Toda presencia es presencia de espíritu. Ahora
bien, lo propio del espíritu es ser presente a sí mismo, es decir, a la luz que recibe: él puede faltar a
ésta, pero ésta no le falta jamás.
El hombre más perfecto es aquel que está lo más sencillamente presente a todo lo que hace y a
todo lo que es. Y la acción que ejerce, la ejerce por su sola presencia sin buscar cómo producirla…
“Hay personas que influyen con su presencia y no necesitan más: su presencia colma. Es una
influencia sin presión. Pero para eso, es necesario estar presente a uno mismo y a todo lo que se
hace”. (50)
Platón en el Timeo considera al tiempo como la imagen móvil de la eternidad, por eso es
semejante y desemejante a la eternidad; es análogo a la eternidad. (54)
“El problema de la seguridad aparece cuando no hay entrega, cuando uno tiene que apoyarse
sobre uno mismo” (90)
El hombre es un ser fronterizo. El hombre divide, como un horizonte, el reino del espíritu del reino
de la materia y en él coexisten las dos realidades.
Los escolásticos definen el conocimiento discursivo como cognoscere cum continuo et tempore:
conocer en el tiempo y el continuo.
Ciertas actitudes revolucionarias son actitudes atemporales en las que no se está dispuesto a
soportar el fluir de la duración.
La realidad está hecha, como todas las cosas, por el pensamiento divino. Todo lo que existe ya es
de por sí luminoso. Si no podemos captar cierta realidad, el misterio se debe, no a que la cosa en sí
misma sea oscura, sino en relación a nosotros, a nuestra capacidad. Para nosotros algunas
situaciones reales son oscuras porque incluyen demasiada luz. Es por eso que los místicos llaman a
Dios el rayo oscuro.
Pero también hay otra razón de la oscuridad: la imperfección de la creatura: la creatura es oscura
en cuanto está hecha de la nada (Santo Tomás).
La gente es intolerante porque no quiere aceptar lo distinto. Conocer es hacerse otro en cuanto
otro. Conocer es trascender los intereses utilitarios, egoístas. La capacidad de conocimiento
consiste por esencia en salir del esquema propio.
La tremenda intolerancia por lo otro es lo que en la actualidad combate con mayor éxito el
predominio de la verdad y la primacía metafísica de la inteligencia.
La temporalidad jamás permite una posesión total, perfecta y simultánea: define Boecio la
eternidad como interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio. Pero nosotros siempre
queremos llegar a eso, tendemos a la eternidad, a lo absoluto.
EL TIEMPO DE LA DURACIÓN.
“No es aquel que más piensa en el porvenir, el que lo prepara mejor; sino aquel que se desinteresa
de él para consagrar al presente sus mejores fuerzas” Lavelle, La conscience de soi.
“La negación de la eternidad lleva a ubicar en el tiempo los valores de la eternidad, divinizando los
momentos del tiempo sin salvarlos. Así, la voluntad de poder, el culto del dinero, el erotismo, el
esteticismo mismo, exacerban ciertos momentos de la existencia que son llevados hasta el
paroxismo porque éste es entonces el único medio de darles una apariencia de salvación. El
paroxismo del tiempo se hace la caricatura de la eternidad”. Jacques Durandeaux, L’éternité dans
la vie quotidienne. Desclée de Brower, 1964, p. 85.
“La exigencia del compromiso (engagement) supone una visión profunda de la realidad, que va
más allá de lo meramente temporal. Estamos de acuerdo que sin compromiso no hay realización
para el hombre. Pero, justamente por eso, no podemos conformarnos con un tiempo que no es
sino tiempo y vemos en él algo más que la mera sucesión de momentos fugaces, vemos en él ‘la
imagen de la eternidad’ (Platón). (12)
Pero Gabriel Marcel afirmó que sin compromiso no hay libertad. El hombre se libera atándose,
sirviendo.
El hombre moderno ha llenado su vida de medios materiales. Pero lo que provoca el compromiso
es una intensa atracción por los verdaderos fines. Cuando los fines son débiles, el hombre elige sin
mayor compromiso. Los medios materiales, por su propia naturaleza, no nos comprometen.
La eternidad no está más cerca del momento futuro que del momento actual.
Cuando la realidad no vale, el hombre ya no puede quedarse en nada, y puesto que no se queda
en nada, no se desarrolla, no crece.
Todos los dinamismos serios, tanto en lo físico como en lo psicológico, están acompañados por la
estabilidad. Un Estado político necesita estabilidad para desarrollarse.
Es necesario que el hoy, el instante actual, tenga valor propio, no condicionado al mañana, no
como una fase preparatoria del futuro.
Cada instante debe ser igualmente distante de la eternidad. El respaldo de la eternidad es lo que
da valor a la vida cotidiana.
“Si el tiempo no es nada más que el fluir de los hechos, de los fenómenos, el pasar huidizo, no hay
ninguna razón para que haya continuidad. La continuidad supone algo más hondo, un factor que
hace posible la unidad. La pura inmanencia de lo finito, no se explica, ni se justifica, ni fundamenta
ninguna continuidad: todo es diferente” (29).
El hombre tiene una fuerte tendencia a la unidad…. El hombre sufre con la dispersión. Hay en el
hombre una fuerte tendencia a la permanencia. Las verdaderas amistades son eternas. En la
verdadera amistad, “los ausentes están presentes y los muertos viven” (Cicerón).
“Hoy no se oye, para no tener que contestar y no se contesta, para no tener que comprometerse”.
El compromiso nos lleva al tema del diálogo. Dia-logo: pensamiento partido en dos. El diálogo no
es una negociación ni debe basarse en concesiones. El diálogo es un progresivo esfuerzo para ver
mejor, más honda y lúcidamente.
La inteligencia no es libre. Se puede mentir, engañar, pero no se puede hacer el favor intelectual
de engañar.
La auténtica oración es presencia. Dios se hace presente a nosotros, nosotros nos hacemos
presentes a Él y la presencia de Dios a menudo no es fácil de soportar.
“Dios es molestia” (Danielou). A menudo en la vida espiritual el hombre debe luchar con Dios
como Israel, Jacob, en el A. T. Es una lucha dentro del amor.
El compromiso es la única liberación del hombre, porque en él puede realizar la más plena
expansión de su personalidad. Pero comprometerse es someterse. Quien no se somete, no puede
desarrollar plenamente sus posibilidades.
Siempre se comienza por una sumisión. Cuando la mente y la voluntad no son obligadas a
someterse, no es posible el contacto con la realidad.
“Homo derelinquens, est homo derelictus” (el hombre que abandona, es hombre abandonado).
En todo diálogo hay tres: los dos que dialogan y la realidad objetiva, que se hace verdad cuando el
diálogo da con ella.
APROXIMACIONES PSICOLÓGICAS.
El ser humano jamás queda sumergido en el correr del tiempo, siempre emerge un poco. Ya sea
para conocer, ya para querer, el hombre necesita salir, superarse, eximirse de este fluido
temporal, porque si no fuese así, no podría conocer, ni querer, ni hacer nada. El fluir temporal del
hombre está interrumpido por los momentos a-temporales.
Los medios, el método debe ser proporcionado a la vitalidad con la cual yo deseo y apetezco el fin.
Discurrir significa correr de un lado a otro para poder llegar. La contemplación aparece cuando se
llegó al lugar.
“El que enseña tiene esa tremenda y maciza tarea: estudiar un tema, conocerlo a fondo,
masticándolo, repitiéndolo, reviviéndolo, para poder abarcarlo casi con una simple mirada, de tal
manera que ya no necesita discurrir, no necesita argumentar, porque ya todo lo ve y lo conoce de
tal modo, que ese tema o ese ser ha despertado en él un verdadero entusiasmo, un verdadero
amor” (51)
Cuando un profesor enseña, tiene que discurrir, pero discurre para que sus oyentes puedan
discurrir, porque él ya no necesita discurrir en absoluto. Además el alumno tiene que darse cuenta
de que el profesor no está descubriendo las cosas, sino que ya las ve.
Los aletargados en la vida intelectual necesitan ser sacudidos desde el exterior, pero esos
sacudones no transmiten vida. Pasa como con una tormenta en el parque: los árboles se mueven,
el viento los sacude, la lluvia los moja. Uno piensa al verlo: qué dinamismo! Qué fuerza! Pero
termina la tormenta y ninguna planta adquirió dinamismo interior, de ese modo no se crece.
Terminada la sacudida exterior se vuelve a la pasividad mecánica anterior.
Se debe exigir de una verdad, que nos devele su belleza. Debemos tratar a la verdad de manera
que no estropeemos su belleza, porque la belleza ya está en ella. Es allí de donde se nutre nuestra
íntima pasión intelectual.
Cuando nuestro deseo de dominio domina nuestra mente, cosificamos todo. Sólo se dominan las
cosas. Es necesario renunciar a todo dominio para llegar a la verdad, es necesario renunciar a todo
dominio para llegar al amor. Cuando cosificamos, muere el amor y la realidad no nos muestra su
belleza.
“Es imposible explicar el devenir y el tiempo si eliminamos todo vestigio de eternidad. La eternidad
es el respaldo necesario de la temporalidad y el tiempo carece de hondura, no tiene extensión,
tiene dimensiones humanas, si le falta la referencia esencial a algo que no es tiempo, es decir, la
eternidad” (64)
Los momentos atemporales, que interrumpen los cambios, se caracterizan por tender hacia la
trascendencia; inclinan hacia lo otro, nos empujan hacia lo que está más allá.
“(…)si hay trascendencia, si hay un Dios creador y sostenedor de las cosas, de cuya existencia
participan todos los seres y todos los momentos son igualmente distantes del absoluto que es
Dios, entonces Dios se refleja en todos los seres y nosotros podemos llegar a Él por los miles y
millones de caminos que se nos ofrecen” (86).
Cuando vemos la realidad con ojos limpios, cuando hemos purificado nuestras mentes, todas las
cosas son caminos hacia Dios.
La esencia es el lógos presente en las cosas, el quid, la razón de ser, el sentido que habitan en las
cosas, porque todas las cosas tienen un sentido.
Para la filosofía moderna, las cosas tienen el sentido que el hombre les aplique. Ni siquiera el
hombre (Sartre).
El hombre llega a su mayor plenitud cuando supera la fugacidad del tiempo, el puro cambio.
En el hombre revolucionario es fácil de ver cómo sus exigencias de cambio siempre son para lo
otro, aunque se niegan a cambiar a sí mismos.
La gente que cambia mucho de gustos, de inquietudes, no alcanza una auténtica vida intelectual,
no puede haber ninguna plenitud, ni perfección, sin estabilidad.
La eternidad es la estabilidad por excelencia y por esto puede ofrecer también la plenitud por
excelencia.
Ir a lo esencial es cultivar la pobreza del espíritu de una manera lúcida. Debemos entender la
eternidad como búsqueda de lo esencial.
EXPLICACIONES METAFÍSICAS.
La eternidad: “est igitur carens principio et fine, totum esse suum simul habens, in quo ratio
aeternitatis consistit” (es entonces careciente de principio y fin, poseyendo todo el suyo
simultáneamente, en lo cual consiste la razón de eternidad) Santo Tomás, 4 Phys, 18c.
“El instante de la eternidad es un tiempo que no desfallece jamás, donde lo mismo idéntico es
siempre nuevo” (Lavelle, Du temps et de l’éternité) (101)
“El objeto formal que traduce la naturaleza de la actividad trascendental, es decir, el ser y el bien,
como supera todo límite, produce en la vida consciente una necesidad de infinito. Toda empresa
personal del hombre se apoya en esta tendencia indesarraigable y recibe de ella su valor eterno”
(Louis de Raeymaeker) (103)
“Eternitas dicitur quasi esse extra terminus” (Santo Tomás, I Sent, I 2, 1c.) En el latín del Imperio
Romano, terminus significa límite, deslinde rural; si se respetaban los límites había paz, pero no
puede prosperar la paz si son discutidos y entonces se producían las guerras entre campesinos, los
propietarios. Se daba un carácter sagrado a los límites, se los cuidaba, el mismo Jupiter terminalis
y otras deidades como Silvano, tuto de los límites, de los términos, cuidaban los límites. Por lo
tanto, la idea de término, de límite, de delimitación es muy importante, porque algo está bien
cuando está dentro de sus límites, sus límites lo constituyen. Exterminatio significa sacar a uno de
sus límites y esta palabra llega a significar la muerte, la liquidación física. “Cada uno es genial
dentro de su campo” (Nietzche). Recordar la pena del exilio.
Todo ser finito tiene la fuerza de su esse, la virtus essendi, dentro de los límites de su naturaleza.
Toda perfección humana tiene que humanizar al hombre y jamás angelizarlo. Angelizarlo es des-
humanizarlo, desnaturalizarlo.
La medida justa es la norma central de toda la vida ética clásica anterior al cristianismo y se explica
porque los seres finitos son determinados, limitados; sin embargo, nosotros vemos que a menudo
el hombre pierde la medida y que en el fondo el pecado, el desorden moral es una pérdida de
medida. Y ¿ a qué se debe esta pérdida de medida? A una exigencia de la misma naturaleza
humana: la necesidad de absoluto, de esa búsqueda de lo divino, de lo infinito, de lo sin medida.
La pérdida de la medida es signo de idolatría, divinizamos algo que no es Dios, porque tendemos a
un ser que es extra términos, y eternidad dicitur quasi ens extra términos.
Tenemos que ser medidos con todos, excepto con Dios. La caridad para con Dios no tiene medida.
No hay que pensar la eternidad como un tiempo que no termina nunca. La eternidad es tota simul.
Totum esse suum simul habens. Dios posee todo su ser simultáneamente.
El hombre, sujeto por naturaleza al devenir, experimenta la nada mezclada con el ser.
El deseo y la eternidad.
Cada cosa tiene algo valioso en sí, una belleza, una bondad, una perfección de por sí y eso es
importante porque muy a menudo en lugar de tomar contacto con las realidades individuales, se
empieza a relacionar… La inteligencia se transforma en mera capacidad para relacionar, se
considera que entender es relacionar y no captar algo intrínseco. Un gran sector de la psicología y
la sociología modernas no hace más que relacionar: explicar una cosa no por ella sino por sus
relaciones. De ahí los gráficos, estadísticas, curvas, etc. Jamás se penetra en la realidad en sentido
profundo, sino que uno se desliza por las superficies fenoménicas externas.
Todo ser tiene algo de absoluto: si queremos conocer a una persona, o ser amigos de una persona,
no debemos, ante todo, empezar a compararla con otras. Hay que saber encontrar lo bueno, lo
bello, lo perfecto, lo interesante y lo inconfundible en ella y el que no es capaz de esto, es incapaz
por un lado de amar, y por otro, de una vida intelectual.
No está mal comparar, es necesario, pero no es lo fundamental. Cada cosa posee su brillo, cada
época su encanto.
El hombre es un ser hambriento de sentido, siempre va al logos, aún en sus acciones más
abyectas. Y por esto mismo, busca la presencia.
Esa exigencia de presencia es infinita. Por eso es que el hombre busca más, siempre más, porque
lo habita una nostalgia de lo absoluto. Por esto, la vida psíquica es un gran absurdo si no hay Dios.
Ahora bien, en el deseo no buscamos a Dios en cuanto tal, explícitamente, pero sí implícitamente.
Las cosas que salen de Dios tienen un sello divino y es esto divino lo que constituye su valor.
TESIS: todo deseo, toda vivencia axiológica, toda captación del sentido de una cosa, nos abre una
perspectiva de participación y una perspectiva de trascendencia.
Dos siglos de filosofía del devenir han destruido el sentido del ser. Para nosotros, una mayor vida
significa mayor agitación, mayor movimiento.
“Será necesario mucho tiempo para que nos liberemos de esa mentalidad del devenir, para poder
entender qué es Dios; que Dios es la perfección. La perfección significa siempre no un mayor
desasosiego, sino un mayor sosiego, una mayor tranquilidad, que no está libre ni desprovista de
inquietudes legítimas –está llena de inquietudes legítimas-, aunque en cierto sentido, ya
armonizadas. Pero está muy lejos de la agitación, porque todo aquello que es más perfecto, que es
más acabado, más realizado, está más colmado, es decir, contiene una mayor presencia, dentro de
los límites humanos”. (170)
“Una amistad, un amor, un conocimiento son como pistas infinitas en las cuales es posible un
desarrollo infinito, porque siempre se puede saber más, más y más y el amor es infinitamente
perfectible: se puede amar más, más y mejor.
Cuando no se encuentra profundidad en las cosas y solamente se camia una cosa por otra, el
hombre se encierra en sí mismo, porque nada para él significa una expansión, porque la energía se
gasta en el mero transcurrir. Ese tipo de vida se caracteriza por una pronunciada ausencia.
La sencillez es riqueza ontológica. Cuando se conoce bien algo, o cuando se quiere fuertemente un
objetivo, un valor, un bien, entonces tanto el conocimiento como la actividad llevan un sello de
sencillez. Lo sencillo es sello de la verdad. Para Horacio, una verdadera poesía debe ser simplex et
una.
Dios no opera en un lugar después de haber operado en otro. “Dios está en todas las cosas e
íntimamente” (I, 8, 1 ad resp).
Los escolásticos distinguen tres tipos de presencia: a. presencia circunscripta, propia de las cosas
materiales, yuxtapuestas en la extensión espacial; b. presencia definitiva, restringida a una porción
definida o limitada del espacio y propia de la actividad espiritual finita en relación con la materia,
como por ejemplo, la presencia del alma en determinado cuerpo; c. presencia repletiva, propia del
Ser divino, que lo llena todo con su omnipresente actividad creadora.
La felicidad resulta de la presencia total: ¿qué no ven, aquellos que ven a quien todo lo ve?
Anima humana naturaliter christiana (Tertuliano). Está siempre la pretensión de aquella tota
simul possessio.
Nietzsche pide hijos de la eternidad. Chronos devora los hijos que engendra. El hombre busca la
eternidad, necesita de la eternidad, no puede vivir sin eternidad y por eso él verdaderamente ama
la eternidad.
Hoy la humanidad busca sólo el devenir y niega la eternidad. Este espectáculo necesita una
explicación muy profunda porque parece incomprensible, pues en el fondo, buscar el devenir es
buscar la muerte, conformarse con la muerte. Es el colmo del esencialismo: no les interesa la
persona individual, sino la humanidad: los hombres mueren y la humanidad vive.