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así), mientras que nos parece más fácil que pudiera faltar alguna de las
segundas (y de hecho podemos imaginar que así acontezca).
2. Entre los elementos anteriores hay en toda lengua uno que denota
o se refiere al sujeto que habla y otro que denota al sujeto al cual se
habla ; es decir, .q ue los pronombres de primera y segunda persona del S1O-
gu Iar son, en principio, universales .
tes según la teoria de la referencia que se acepte, y deja abiertas, por ello,
numerosas cuestiones.
4. Toda lengua tiene nombres propios, esto es, elementos cuya fun-
ción se reduce a denotar algo, pero sin connotar ninguna propiedad cuya
po.sesión por el objeto denotado justifique por sí sola la aplicación del
nombre.
De hecho, puede ocur rir que en una lengua la mayor parte de los nom-
bres propios de cierto tipo connoten alguna propiedad. Así, en castellano,
la mayor parte de los nombres de pila de personas connotan o bien mascu-
linidad o bien feminidad, y en razón de esto se aplican respectivamente
a hombres o a mujeres, pero ello no ocurre absolutamente siempre (<<Tri-
nidad» sería un ejemplo) y, por tanto, prueba que no es necesario que
ocurra. El tema de los nombres propios tiene una interesante tradición
dentro de la filosofía analítica y ha originado recientemente problemas en
relación con el concepto de necesidad, todo lo cual veremos en su momento.
morado
"',.
anaranjado - amarillo 1-
¡marrón 1- - ¡azul 1- ¡vc'de ¡rOJo°1 _. -- ¡bl,ncol
negro
gris
Esto significa que cualquier lengua que contenga una de estas categorías
¡iene as imismo tOdas las que estén a su derecha en la tabla. Es decÍr: si
una lengua tiene un término equivalente a «rojo», tiene entOnces también
términos equivalentes a «blanco» y «negro», estO es, términos que designen
Jos coJores que nosotros designamos así en castellano; si tiene un término
para designar el color morado, entonces tiene igualmente términos para
designar los colores marrón, azul, verde, amarillo, rojo, blanco y negro, et-
cétera. Cuando dentro de un grupo hay varías categorías significa que entre
ellas no hay preeminencia alguna. Por ejemplo: si una lengua cuenta con
un término para el amarillo, entonces tiene también términos para el
rojo, el blanco y el negro, y lo propio acontece si tiene un término para el
verde o los dos, para el verde y el amarillo. Las lenguas consideradas por
Berlín y Kay van desde el jalé, hablado en Nueva Gu inea, que solamente
cuenta con términos para el blanco y el negro, hasta el inglés, que natural-
men te posee las once categorías básicas, pasando por lenguas como el
hanunoo de Filipinas, que tiene términos para el blanco, el negro, el rojo
y el verde. Berlin y Kay han sugerido además que el esquema anterior co-
rresponde a los estadios por los que, en su desarrollo, atraviesa la lengua
de un pueblo en 10 que respec ta a los términos para colores, estadios que
van desde el más simple, caracterizado por la posesión de dos términos
(<<blanco» y «negro»), hasta la adquisición de las once categorías básicas .
Con esto, la hipótesis de estos autores se convierte en un universal sobre
la evolución del lenguaje.
El interés del estudio de Berlin y Kay consiste en que, aplicando la
rel ación de condiciona mi ento, ha puesto de manifiesto una importante uni-
formidad que, mientras el conocimiento de otras lenguas no venga a de-
mostrar lo contrario, preside la estructuración de las categorías de colores
en las diversas lenguas; y hay que tener en cuenta que éste era un campo
en el que no parecía fácil detectar uniformidad alguna ni hallar base para
hipótesis universalistas. Es im portante nota r que la hipótesis no prejuzga
la posibilidad o imposibilidad de traducir con exactitud unos por otros los
términos para colores de diferentes lenguas. Es de esperar que una lengua
que no tenga términos como «rosa» y «anaranj ado), pero sí, en cambio, uno
como «rojo», dé a este último un alcance mucho mayor que el que tendrá
en una lengua que disponga de las tres palabras, pues a falta de otros tér-
mi nos como «rosa» y «anaranjado) sin duda tenderá a incluir en el ámbito
de aplicación de «rojo» muchos objetos que en la otra lengua se incluirían
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Principios de Filosofia del Lenguaje
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bajo «rosa» o «anaranjado». En esa medida, los términos para el roje fle
ambas lenguas no serán exactamente íntertraducibles. ¿Por qué afirmar que
ambos términos representan la misma categoría? Porque, a pesar de que su
aplicación difiera en una serie de casos periféricos, ambos tienen en común
como campo de referencia una serie de casos centrales en los que se usan
de manera coincidente. Y es esta coincidencia central la que permite com-
parar ambos términos. Naturalmente, los problemas de esta índole pueden
multiplicarse si pasamos de las once categorías básicas a categorías secun-
darias como «escarlata», «gualdo», etc., pero en principio estas categorías
pueden caracterizarse como subtipos de alguna de las categorías básicas (es-
carlata con respecto al rojo, gualdo con respecto al amarillo, etc.). Por ello,
la hipótesis de Berlin y Kay opera únicamente con términos básicos. Hay
que añadir que algunos de los datos considerados no se adaptan comple-
tamente a la hipótesis. Así ocurre con el ruso, donde no hay un términc
para el azul, sino dos, uno para el azul claro y otro para el oscuro, y COI:
el húngaro, donde ocurre 10 propio respecto al rojo. Tales lenguas tendríar.
doce términos básicos y no once. (Para lo anterior puede verse el resumer:
que ofrece Leech en el capítulo onceno de su Semántica, donde se hallará
asimismo un resumen de las investigaciones sobre los términos de paren-
tesco, campo en el que también podrían encontrarse, aunque no tan clara-
mente, interesantes ejemplos de universales semánticos.)
Hay que mencionar que este tipo de universales condicionales es, en un
sentido trivial, más fácil de ejemplificar que los que consisten en la atri-
bución de propiedades. Téngase en cuenta que un universal condicional
no consiste en atribuir a todas las lenguas una cierta propiedad x o y, sino
en postular qu'7, si una lengua tiene la propiedad y, entonces tendrá la
propiedad x. Naturalmente, un universal de este tipo es confirmado por
cualquier lengua que cumpla con cualquiera de las tres condiciones si-
guientes: que posea las características x e y; que posea x pero no y; que
no posea ninguna de las dos. O dicho a la inversa: un universal de ese
tipo solamente queda falsado por una lengua que tenga la propiedad y y
que carezca de x. El filósofo de la ciencia puede aquí replantear, si lo
desea, todos los problemas relativos a la llamada paradoja de la confitma-
ción, pero para nosotros no es el momento de entrar en detalles de meto-
dología científica (para un tratamiento elemental y ge netal del tema puede
verse el capítulo cuarto de la Introducción a la jilosofía de la ciencia, de
Lambert y Brittan) *.
Los universales lingüísticos desempeñan dentro de la teoría de Chornsky
una peculiar función que excede del carácter de meras hipótesis generales
que poseen en la teoría lingüística no chomskiana . Se trata de que. como
parte de su concepción mentalista acerca riel lenguaje, Chomsky, por razo-
nes que veremos con mayor detalle más adelante. ha defendido la necesidad
•
* Como puede comprenderse, una investigación de tan amplio alcance como !os cua-
tro volúmenes recopilados por Greenberg bajo e! títu!o Univerralr 01 Human Lan-
guage, sólo es posible sobre la base de un concepto de universal Jengü ístico muy débil
y relativo aunque no por ello carente de interés.
4. Ars Grammatica 77