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“Bendito sea [...

] el Dios de todo consuelo, que


nos consuela en toda nuestra tribulación.” (2
CORINTIOS 1:3, 4.)

JEHOVÁ es “el Dios de todo consuelo”. El apóstol Pablo sabía esto por
experiencia personal. Por eso, para animar a sus compañeros cristianos, escribió
estas palabras alentadoras:
2
“Bendito sea [...] el Padre de tiernas misericordias y el Dios de todo consuelo,
que nos consuela en toda nuestra tribulación. [...] Ahora bien, sea que estemos en
tribulación, es para el consuelo y salvación de ustedes; o sea que se nos esté
consolando, es para el consuelo de ustedes, el cual opera para hacerlos aguantar
los mismos sufrimientos que nosotros también sufrimos. De modo que nuestra
esperanza tocante a ustedes es invariable, ya que sabemos que, así como
ustedes son partícipes de los sufrimientos, de la misma manera también
participarán del consuelo”. (2 Corintios 1:3-7.)

¿Nos condicionan las circunstancias?

EN ESTOS “tiempos críticos” abundan las situaciones angustiosas y las


preocupaciones (2 Timoteo 3:1). Algunas dificultades tal vez sean transitorias,
pero otras duran meses o incluso años. Debido a esto, muchas personas se
sienten como el salmista David cuando clamó a Jehová: “Las angustias de mi
corazón se han multiplicado; de los apuros en que me hallo, oh, sácame” (Salmo
25:17).
¿Lo abruman los problemas? En tal caso, la Biblia puede proporcionarle
consejo y consuelo. Analicemos la vida de dos siervos fieles de Jehová que
superaron con éxito las dificultades: José y David. Examinando cómo
reaccionaron ante las adversidades, aprenderemos lecciones prácticas que nos
ayudarán a hacer frente a obstáculos similares hoy día.
Enfrentados a graves problemas
Con tan solo 17 años, José tuvo que enfrentarse a una situación familiar
delicada. Sus hermanos mayores se habían dado cuenta de que su padre Jacob
“lo amaba más que a todos sus hermanos”, de modo que “empezaron a odiarlo, y
no podían hablarle pacíficamente” (Génesis 37:4). No cuesta imaginarse la
ansiedad y la tensión que le causó a José esta situación. Al final, el odio de sus
hermanos llegó a tal punto que lo vendieron como esclavo (Génesis 37:26-33).
Durante su esclavitud en Egipto, José tuvo que aguantar las insinuaciones
inmorales de la esposa de su amo. Enojada por su rechazo, ella lo acusó
falsamente de tratar de violarla. Como consecuencia, José fue entregado “a la
casa de encierro”, donde “con grilletes afligieron sus pies, en hierros entró su
alma” (Génesis 39:7-20; Salmo 105:17, 18). ¡Qué angustioso debió de resultarle!
Estuvo unos trece años de su vida esclavizado o preso debido a injusticias que
otros, incluidos miembros de su propia familia, habían cometido contra él (Génesis
37:2; 41:46).
En el antiguo Israel, el joven David también soportó dificultades. Durante
varios años se vio obligado a vivir huyendo, perseguido como un animal por el rey
Saúl. Su vida pendía constantemente de un hilo. En cierta ocasión recurrió al
sacerdote Ahimélec a fin de conseguir víveres (1 Samuel 21:1-7). Cuando Saúl
descubrió que Ahimélec había ayudado a David, ordenó tanto su ejecución como
la de los demás sacerdotes y sus familias (1 Samuel 22:12-19). ¿Se imagina la
angustia que debió de sentir David al ser indirectamente el causante de esta
tragedia?
Piense en los años de vicisitudes y malos tratos que aguantaron José y David.
Podemos aprender valiosas lecciones observando el modo como ellos manejaron
tales situaciones. Examinemos tres maneras de actuar de estos hombres que nos
conviene imitar.
No guardemos rencor ni sintamos amargura
En primer lugar, estos hombres fieles no se dejaron entrampar por la
amargura y el resentimiento. Mientras estuvo en prisión, José fácilmente pudo
haberse concentrado en la traición de sus hermanos y quizás planear cómo se
vengaría si alguna vez los volvía a ver. ¿Cómo sabemos que José no  cedió a esta
forma de pensar negativa? Observemos su reacción cuando se le presentó la
oportunidad de vengarse de sus hermanos, quienes habían viajado a Egipto para
comprar grano. El relato dice: “[José] se apartó de ellos y empezó a llorar. [...]
Después de eso José dio el mandato, y [sus siervos] se pusieron a [llenar] de
grano [los] receptáculos [de sus hermanos]. Además, habían de devolver el dinero
de los hombres al saco individual de cada uno y darles provisiones para el viaje”.
Más tarde, cuando envió a sus hermanos para que llevaran a su padre a Egipto,
José los animó con las siguientes palabras: “No se exasperen unos con otros en
el camino”. José demostró de palabra y obra que no había permitido que el rencor
le amargara la vida (Génesis 42:24, 25; 45:24).
Del mismo modo, David no guardó rencor al rey Saúl. Aunque sus hombres lo
instaron a matar a Saúl en las dos ocasiones que se le presentaron, dijo: “Es
inconcebible, de parte mía, desde el punto de vista de Jehová, que yo haga esta
cosa a mi señor, el ungido de Jehová, alargando la mano contra él, pues es el
ungido de Jehová”. David dejó el asunto en manos de Dios diciendo a sus
hombres: “Tan ciertamente como que Jehová vive, Jehová mismo le asestará un
golpe; o vendrá su día y tendrá que morir, o a la batalla bajará, y ciertamente será
barrido”. Tiempo después, David incluso compuso una endecha lamentando la
muerte de Saúl y el hijo de este, Jonatán. Al igual que José, David no cayó presa
del resentimiento (1 Samuel 24:3-6; 26:7-13; 2 Samuel 1:17-27).
¿Albergamos rencor y amargura cuando sufrimos por alguna injusticia?
Puede pasarle a cualquiera. Si permitimos que nuestras emociones nos dominen,
las consecuencias tal vez nos perjudiquen más que la propia injusticia (Efesios
4:26, 27). Aunque tengamos poco o ningún dominio sobre las acciones de los
demás, sí podemos controlar nuestras reacciones. Resulta más sencillo liberarse
del resentimiento y la amargura si tenemos fe en que Jehová arreglará los asuntos
a su debido tiempo (Romanos 12:17-19).
Saquémosle el mejor partido a la situación
La segunda lección que aprendemos es que no debemos consentir que las
circunstancias nos inmovilicen. Quizás nos preocupe tanto lo que no podemos
hacer, que pasemos por alto lo que sí podemos hacer, y comiencen a dominarnos
las circunstancias. De igual modo pudo haberle ocurrido a José. En cambio, optó
por aprovechar al máximo la situación. Mientras fue esclavo, José “siguió hallando
favor a [los] ojos [de su amo], y lo atendía de continuo, de modo que él lo nombró
sobre su casa”. Lo mismo hizo en la prisión. Gracias a la bendición de Jehová y a
la diligencia de José, “el oficial principal de la casa de encierro entregó en la mano
de José a todos los presos que estaban en la casa de encierro; y resultó que él
era quien se encargaba de que se hiciera todo lo que ellos hacían allí” (Génesis
39:4, 21-23).
David también obtuvo el máximo beneficio de las circunstancias durante los
años que vivió como fugitivo. Mientras permaneció en el desierto de Parán, él y
sus hombres protegieron los rebaños de Nabal de partidas merodeadoras. “Un
muro fue lo que resultaron ser en derredor nuestro, tanto de noche como de día”,
explicó uno de los pastores de Nabal (1 Samuel 25:16). Más adelante, cuando
estuvo en Ziqlag, David hizo incursiones en poblaciones dominadas por los
enemigos de Israel, en el sur, para asegurar así las fronteras de Judá (1 Samuel
27:8; 1 Crónicas 12:20-22).
¿Tenemos que esforzarnos más para sacar el mejor partido de las
circunstancias? Probablemente cueste trabajo conseguirlo, pero no es imposible.
Meditando sobre su vida, el apóstol Pablo escribió: “He aprendido, en
cualesquiera circunstancias que esté, a ser autosuficiente. [...] En toda cosa y en
toda circunstancia he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener
hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad”. ¿Cómo
consiguió desarrollar Pablo esta actitud ante la vida? No olvidando en ningún
momento que dependía de Jehová. Él mismo reconoció: “Para todas las cosas
tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder” (Filipenses 4:11-13).
Confiemos en Jehová
La tercera lección es que, en lugar de recurrir a algún medio contrario a las
Escrituras para cambiar nuestra situación, debemos confiar en Jehová.
El discípulo Santiago escribió: “Que el aguante tenga completa su obra, para que
sean completos y sanos en todo respecto, sin tener deficiencia en nada” (Santiago
1:4). Para que el aguante pueda tener “completa su obra”, hemos de permitir que
la prueba siga su curso sin ponerle fin rápidamente por medios antibíblicos.
Entonces nuestra fe habrá sido probada y refinada, y su poder sustentador,
puesto de manifiesto. José y David demostraron esta clase de aguante.
No buscaron una solución que pudiera desagradar a Jehová, sino que se
esforzaron por aprovechar al máximo la situación. Confiaron en Jehová, y él los
bendijo en abundancia. Los utilizó para liberar y guiar a Su pueblo (Génesis
41:39-41; 45:5; 2 Samuel 5:4, 5).
Es posible que nosotros también nos enfrentemos a situaciones difíciles en
las que nos sintamos tentados a desobedecer principios bíblicos para
solucionarlas. Por ejemplo, ¿lo desanima no haber encontrado todavía un
cónyuge apropiado? En tal caso, evite cualquier tentación que se le presente de
quebrantar el mandato divino de casarse “solo en el Señor” (1 Corintios 7:39).
¿Está pasando su matrimonio por un mal momento? En vez de ceder ante el
espíritu del mundo que fomenta la separación y el divorcio, busquen juntos una
salida a la crisis (Malaquías 2:16; Efesios 5:21-33). ¿Le está costando sacar
adelante a su familia debido a su situación económica? Confiar en Jehová implica
no participar en actividades cuestionables o ilegales en un intento de ganar dinero
(Salmo 37:25; Hebreos 13:18). Así es, todos debemos esforzarnos por sacar el
mejor partido de las circunstancias y concentrarnos en darle motivos a Dios para
que nos recompense. Hagámoslo convencidos de que podemos confiar en que
Jehová nos proporcionará la solución perfecta (Miqueas 7:7).
Jehová nos sostendrá
Meditar sobre la forma en la que personajes bíblicos como José y David se
sobrepusieron con éxito a decepciones y circunstancias difíciles puede sernos de
utilidad. Aunque sus historias tan solo ocupan unas pocas páginas de la Biblia,
sus pruebas duraron muchos años. Preguntémonos: “¿Cómo lograron estos
siervos de Dios asimilar su situación? ¿Cómo mantuvieron la alegría? ¿Qué
cualidades tuvieron que cultivar?”.
También es recomendable analizar el aguante de siervos de Jehová de
nuestros días (1 Pedro 5:9). En las revistas La Atalaya y ¡Despertad! se publican
numerosas biografías cada año. ¿Lee las experiencias ejemplares de esos
cristianos fieles y reflexiona sobre ellas? Además, en las congregaciones hay
quienes han aguantado con fidelidad circunstancias desagradables.
¿Aprovechamos la oportunidad en las reuniones de congregación y hablamos con
ellos? (Hebreos 10:24, 25.)
Cuando lo acosen los problemas, recuerde que Jehová se preocupa por usted
y que sin duda lo sostendrá (1 Pedro 5:6-10). Esfuércese con ahínco para que
no lo condicionen las circunstancias. Siga los ejemplos de José y David, entre
otros, y no guarde rencor, sáquele el mejor partido a la situación y confíe en que
Jehová le proveerá la solución ideal. Acérquese a él mediante la oración y las
actividades espirituales. De esta forma, usted también comprobará que podemos
sentir gozo y felicidad incluso en momentos difíciles (Salmo 34:8).

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