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muestre el camino, que los enseñe a posicionarse; esta figura es la profesora de artes Marta
Muzopappa, una mujer a punto de jubilarse que es, a pesar de su inevitable adultez, afín a la
nueva generación, quizá porque es ese “otro” excluido del régimen a la postre patriarcal. En
este orden de ideas, ella es una mujer que guía al “cambio” y que lo hace a través del fútbol,
un deporte considerado en ese momento como meramente masculino. Pero que en su
intervención se nota a leguas que no es más que un prejuicio, el cual parece querer derrocar
Sacheri con insistencia, ya que Muzopappa no es la única que hace parte del equipo, sino que
también participa en los últimos partidos Eugenia, una compañera del grupo de Federico que
se caracteriza por su madurez y por su nefasto don de profecía que hace irritar a sus colegas
por no captar con suficiencia el pronóstico. La importancia de Eugenia no se limita a
derrumbar un prejuicio, sino que cumple un papel más complejo en la vida del joven
Federico: es la entrada al amor, el descubrimiento de sí mismo en el otro y todo lo que esto
conlleva. Lamentable Sacheri nos priva, a consciencia, de lo que sucede entre ambos
adolescentes, solo nos recalca justamente el adolecer que se siente al no saber cómo actuar
ni que decir frente a la persona que se quiere, y que obliga a pedir consejo a alguien de
confianza como la profesora Muzopappa que abiertamente le dice:
Si vos querés sacarte el entripado, mi consejo es que le hables. Te conteste lo que te conteste,
por lo menos te sacas la duda […] el asunto es si ella quiere salir con vos, y vos no le decís
nada. ¿No es un desperdicio?
Gracias a que Federico y la profesora esperan el autobús en la misma parada pueden discutir
sobre este tema y muchos otros, sobre todo de índole filosófica. Pero siempre conectados a
cierta praxis o reflexión de la vida que termina por develar verdades tan simples como
ineludibles; una de sus reflexiones más importantes al menos para Sacheri es sobre la relación
que guarda el fútbol con el funcionamiento de la vida, o más específicamente del juego, cuya
lógica y expresión se presenta de manera tan clara que desembrolla la vida como si se
encontrase la clave para entender al mundo. Cabe resaltar que, al igual que un diálogo
platónico, Muzopappa se limita a guiar al joven Federico por aquello que descubre y que
emerge de su boca casi que en una suerte de unión de perspectivas, todo de una manera
intuitiva, más inclinada a la sensación que a la elaboración de un argumento rigurosamente
elaborado.
En este punto de la novela Federico ya ha madurado. Pero no lo sabrá inmediatamente, sino
que se dará cuenta una vez finalizado el torneo y se enfrente a su abuelo, un anciano que
insiste en que trabaje, y de manera implícita, que abandone sus estudios. Entonces él, que
hasta ese momento se había conformado con no perder la discusión, con desviar la atención
a la televisión, a la telenovela, a otras múltiples cosas, se aventuró a decir basta, a usar los
puños y decir cuales eran sus proyectos, y que estaba dispuesto aceptar. Federico creció y
todo gracias al torneo y a Muzopappa que ahora, 35 o 36 años después, lo obligaba a ir a
Monte Mocho con sus hijos en un intento (desesperado) de decirle adiós. Es desde este punto
que se suele hacer una lectura de la novela de Sacheri, una suerte de Road Movie. Pero nos
atrevemos a conjeturar que, si bien no es un desacierto pensar en esta novela bajo la óptica
de una Road Movie, tampoco resulta ser la mejor clave para comprenderla, antes bien,
insistimos en que es una bildungsroman donde ese trayecto junto con sus hijos es justamente
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