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Crítica de El funcionamiento general del mundo de Eduardo Sacheri

Por: Juan Daniel Causil


Sinopsis: A pesar de que el viaje a las Cataratas del Iguazú ya está arreglado, Federico
Benítez debe acudir al entierro de quien fue, otrora, su profesora de Artes. Esto lo obliga a
desviar su viaje hasta la Patagonia, junto con sus dos hijos que escuchan, atentos, la historia
personal de su padre, un hombre introvertido que atesora en su memoria el primer torneo
Interdivisional de Fútbol del Colegio Nacional Normal Superior Arturo del Manso jugado en
el año de 1983 y donde tuvo como entrenador a la mencionada profesora de Artes. Este
torneo, con sus amarguras, sus injusticias y sus grandezas logró transformar a Federico, quien
acompañado por la intervención de su profesora pudo entrever, entre otras cosas, el
funcionamiento general del mundo.
En El funcionamiento general del mundo Sacheri vuelve a sus orígenes, no solo literarios –
que están ligados al fútbol – sino también biográficos. Ambos elementos confluyen en una
suerte de búsqueda del tiempo perdido, donde el fútbol sirve como excusa para ver el proceso
de aprendizaje de un joven introspectivo que poco a poco va adquiriendo una voz propia,
capacitada para evaluar, reflexionar, y, sobre todo, decidir. En este sentido, El
funcionamiento general del mundo no es otra cosa que una bildungsroman, esto es, una
novela de aprendizaje donde un joven llamado Federico crece psicológica y moralmente
encontrando a través del fútbol y de los demás sucesos que acontecen una forma de entender
el mundo y su funcionamiento. Sin embargo, lo maravilloso del ejercicio de Sacheri no es
tanto el explicar al mundo y al joven a través de dicho deporte, pues así como es el fútbol
puede ser también el fútbol americano u otro; sino más bien la forma en que logra plasmar
no solo el proceso de aprendizaje de un joven sino también el de un país como la argentina
de los años 80’s que recién recupera en el año de 1983 la democracia. Esto lo podemos ver
de manera explícita:
[Los alumnos de quinto] habían ingresado al colegio en 1979 y se habían acostumbrado a
tolerar gritos inútiles, gestos despóticos y decisiones estúpidas persuadidos, como único
consuelo, de que cuando llegaran a Quinto podrían vengarse y resarcirse. Y de repente un
régimen entero empezaba a derrumbarse a su alrededor y la vida se les ofrecía con una
generosidad todavía más maravillosa

Estos jóvenes de quinto que atormentarán a lo largo de la novela a Federico encarnan


implícitamente – junto a la figura del rector, algunos docentes y en general la mayoría de
adultos –al régimen que se acaba de caer: impertérrito, cruel, dictatorial. En cambio él y sus
compañeros, los “otros” de tercero 6a, son esos personajes que atestiguan un “cambio”. La
elección de Sacheri es más qué correcta, pues ¿Qué es el colegio sino un laboratorio social,
un pedacito del mundo? En ese mini-Estado, por decirlo de algún modo, se encuentra una
infinidad de personas diferentes, aun más en el colegio nacional normal superior Arturo del
Manso que es enorme y cuenta con una gran cantidad de grupos. Sin embargo, en el camino
de aprendizaje de Federico y sus compañeros se necesita de una figura guiadora que les
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muestre el camino, que los enseñe a posicionarse; esta figura es la profesora de artes Marta
Muzopappa, una mujer a punto de jubilarse que es, a pesar de su inevitable adultez, afín a la
nueva generación, quizá porque es ese “otro” excluido del régimen a la postre patriarcal. En
este orden de ideas, ella es una mujer que guía al “cambio” y que lo hace a través del fútbol,
un deporte considerado en ese momento como meramente masculino. Pero que en su
intervención se nota a leguas que no es más que un prejuicio, el cual parece querer derrocar
Sacheri con insistencia, ya que Muzopappa no es la única que hace parte del equipo, sino que
también participa en los últimos partidos Eugenia, una compañera del grupo de Federico que
se caracteriza por su madurez y por su nefasto don de profecía que hace irritar a sus colegas
por no captar con suficiencia el pronóstico. La importancia de Eugenia no se limita a
derrumbar un prejuicio, sino que cumple un papel más complejo en la vida del joven
Federico: es la entrada al amor, el descubrimiento de sí mismo en el otro y todo lo que esto
conlleva. Lamentable Sacheri nos priva, a consciencia, de lo que sucede entre ambos
adolescentes, solo nos recalca justamente el adolecer que se siente al no saber cómo actuar
ni que decir frente a la persona que se quiere, y que obliga a pedir consejo a alguien de
confianza como la profesora Muzopappa que abiertamente le dice:
Si vos querés sacarte el entripado, mi consejo es que le hables. Te conteste lo que te conteste,
por lo menos te sacas la duda […] el asunto es si ella quiere salir con vos, y vos no le decís
nada. ¿No es un desperdicio?

Gracias a que Federico y la profesora esperan el autobús en la misma parada pueden discutir
sobre este tema y muchos otros, sobre todo de índole filosófica. Pero siempre conectados a
cierta praxis o reflexión de la vida que termina por develar verdades tan simples como
ineludibles; una de sus reflexiones más importantes al menos para Sacheri es sobre la relación
que guarda el fútbol con el funcionamiento de la vida, o más específicamente del juego, cuya
lógica y expresión se presenta de manera tan clara que desembrolla la vida como si se
encontrase la clave para entender al mundo. Cabe resaltar que, al igual que un diálogo
platónico, Muzopappa se limita a guiar al joven Federico por aquello que descubre y que
emerge de su boca casi que en una suerte de unión de perspectivas, todo de una manera
intuitiva, más inclinada a la sensación que a la elaboración de un argumento rigurosamente
elaborado.
En este punto de la novela Federico ya ha madurado. Pero no lo sabrá inmediatamente, sino
que se dará cuenta una vez finalizado el torneo y se enfrente a su abuelo, un anciano que
insiste en que trabaje, y de manera implícita, que abandone sus estudios. Entonces él, que
hasta ese momento se había conformado con no perder la discusión, con desviar la atención
a la televisión, a la telenovela, a otras múltiples cosas, se aventuró a decir basta, a usar los
puños y decir cuales eran sus proyectos, y que estaba dispuesto aceptar. Federico creció y
todo gracias al torneo y a Muzopappa que ahora, 35 o 36 años después, lo obligaba a ir a
Monte Mocho con sus hijos en un intento (desesperado) de decirle adiós. Es desde este punto
que se suele hacer una lectura de la novela de Sacheri, una suerte de Road Movie. Pero nos
atrevemos a conjeturar que, si bien no es un desacierto pensar en esta novela bajo la óptica
de una Road Movie, tampoco resulta ser la mejor clave para comprenderla, antes bien,
insistimos en que es una bildungsroman donde ese trayecto junto con sus hijos es justamente
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el perfeccionamiento, o el camino de “devuelta” después de la peregrinación personal, lo que


hace que Federico se abra y afine la relación con sus hijos. Por otro lado, para cerrar esta
crítica, quisiéramos destacar que Sacheri acierta al poner el contraste de un 1983 a un 2018-
19, no tanto para ver los avances de la sociedad, ni para hablar de como la mujer ha
conseguido ser aceptada y valorada, ni tampoco de como el deporte y el fútbol ha mejorado
o empeorado, ni ninguna de esas cosas que se suele afirmar que han “cambiado” para bien o
para mal. Antes bien, cuando se habla de un “cambio” Sacheri parece negar rotundamente e
insistir en que nuestra crueldad sigue vigente, y si bien las formas de discriminar, de dañar,
etc. tradicionales se han dejado a un lado, otras formas las han reemplazado.
28 de octubre del 2021

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