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Entonces usted se da cuenta de que en otra esquina de la mesa, más animada, los
hombres no hablan de modelos de cochecitos. De hecho, la escena podría ocurrir
en una novela de Austen o Trollope, donde los hombres se han retirado a una
habitación distinta para beber brandy y hablar de las noticias o de política. Usted
regresa a la conversación y la mujer está hablando de lo que le pone a su hijo en
la lonchera. ¿Somos todas esa mujer en algún momento? Hablar un rato de los
niños está bien, claro, ¿pero no hubo un tiempo en que nos interesaban también
otras cosas?
Tengo una amiga cuya hija usó durante demasiado tiempo unos squeaky sneakers.
Aquellos tenis emitían con cada paso un chillido que, para el oído adulto, resultaba
increíblemente irritante. Una vez le pregunté a mi amiga por qué los aguantaba, y
ella dijo: “¡Porque a ella le gustan!”. Imaginemos lo que se siente estar en esta nueva
generación y descubrir, con cada chillido de los tenis, que Galileo estaba
equivocado: el centro del universo no es el sol, ¡eres tú!
¿Por qué, se preguntarán muchos, nuestros hijos no juegan solos? ¿Por qué
carecen de los recursos íntimos que a nosotros nos parece recordar vagamente de
nuestra propia niñez? La respuesta es clara: porque, con las mejores intenciones,
nos hemos dedicado más de lo necesario a la educación, al entretenimiento y la
formación general de nuestros niños. Porque hemos dejado que se deteriore la idea
de una vida adulta independiente, de permitirles a los niños que imaginen un lugar
para sí mismos, en sus habitaciones, sobre las alfombras, en nuestros jardines,
por su cuenta.
Facebook, por supuesto, trafica con el exhibicionismo: es una manera de presentar
la vida, o al menos esos lados de la vida que uno escoge cuidadosamente para el
mundo exterior, para su exhibición. Nuestros hijos son logros importantes, y acaso
el más importante de los logros, pero eso no quiere decir que sean lo que uno es.
Podría argumentarse, por supuesto, que la vanidad de las generaciones más
jóvenes, con sus posts acerca del té que se están tomando, representa una forma
de narcisismo aún peor o más siniestra. Pero esta forma particular del narcisismo,
estos querubines de los que se echa mano para crear una imagen de uno mismo,
para mí es más perturbadora debido a la verdad que nos dice. La ecuación
subliminal está clara: yo soy mis hijos.
Katie Roiphe