Está en la página 1de 2

El Concilio de Trento fue un concilio ecuménico de la Iglesia Católica Romana desarrollado en periodos

discontinuos durante 25 sesiones, entre el año 1545 y el 1563. Tuvo lugar en Trento, una ciudad del norte
de la Italia actual, que entonces era una ciudad libre regida por un príncipe-obispo.
El espíritu e idea del concilio, fue plasmada por la gestión de los jesuitas, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y
Francisco Torres. La filosofía le fue inspirada por Cardillo de Villalpando y las normas prácticas, sobre
sanciones de conductas, tuvieron como exponente principal al obispo de Granada, Pedro Guerrero.
Se impuso, en contra de la opinión protestante, la necesidad de la existencia mediadora de la iglesia, como
Cuerpo de Cristo, para lograr la salvación del hombre, reafirmando la jerarquía eclesiástica, siendo el Papa
la máxima autoridad de la iglesia. Se ordenó, como obligación de los párrocos, predicar los domingos y días
de fiestas religiosas, e impartir catequesis a los niños. Además debían registrar los nacimientos,
matrimonios y fallecimientos.
Trento especifica que la gracia de Dios les ayuda a recibir su “propia justificacion.” Esto es, que el hombre,
segun Trento, coopera libremente a la misma gracia que Dios le da, esto se debe entender que la gracia de
Dios es contingente con la capacidad del hombre de colaborar o cooperar con la gracia de Dios a fin de que
obtenga el mismo su “propia justificacion”—esto es lo que se llama la “gracia prevenida,” es decir que el
hombre es “libre” de aceptar la invitacion de Dios a entrar en su “gracia” y ser asi hechos “justos” por
nuestra propia decision.
Reafirmaron la validez de los siete sacramentos, y la necesidad de la conjunción de la fe y las obras, sumadas
a la influencia de la gracia divina, para lograr la salvación, restando crédito a Lutero que sostenía que el
hombre se salva por la fe y no por las obras que realizase. También se opuso a la tesis de la predestinación
de Calvino, quien aseguró que el hombre está predestinado a su salvación o condena. En refutación a esa
idea, la iglesia sostuvo que el hombre puede realizar obras buenas ya que el pecado original no destruye la
naturaleza humana, sino que solamente la daña.
El capitulo 3 empieza con la pregunta “Quienes se justifican por Jesucristo.” A diferencia del concepto de
los Reformadores de la imputación de la justicia de Cristo en el creyente, declarándole justo, Trento enfatiza
que la “justicia de Cristo’ es conferida por el merito de Cristo y nos “hace justos” ( infusión). Es interesante
notar que Trento entiende la expiación de Cristo en forma universal pero aplicable solo a los que se “les
comunica los meritos de la pasión de Cristo.” El capitulo cuatro, se confirma la idea Catolica que el traslado
o transito del estado natural del hombre al estado de gracia es través del Bautismo o del deseo del hombre,
afirmando la doctrina de que la voluntad del hombre caído es necesaria para “Ser justo” ante Dios.
La gracia es necesaria al hombre para todos los actos sobrenaturales; pues, como dijo Jesucristo: "Sin Mí
no podéis hacer nada" (San Juan, XV, 5); y San Pablo: "No somos capaces de formar por nosotros mismos ni
un buen pensamiento: sólo Dios es quien nos da este poder" (II Corint. III, 5); y el Concilio de Trento: "Sin la
gracia de Jesucristo, el hombre no podría ser justificado por las obras que ejecuta ayudado de sus fuerzas
naturales. La gracia divina no se le concede sólo como un auxilio útil, sino como un socorro necesario. Sin
la ayuda del Espíritu Santo, el hombre no podría creer, esperar, amar, arrepentirse, como es necesario,
para merecer la santificación" (Ses. VI, can. 1-3).
El capitulo seis enseña la doctrina que la gracia ayuda al hombre para ser “justificado” ante Dios, como
trabaja esto? Segun este capitulo la gracia de Dios es adquirida por el esfuerzo del hombre cuando este se
arrepiente de sus pecados y comienza a amar a Dios, rechazar sus pecados y todo esto antes que sea
bautizado, y como consecuencia, la gracia entonces es un proceso que debe de mantenerse por obras.
Pero si la gracia es necesaria para las operaciones sobrenaturales del alma, Dios, en su misericordia,
concede a todos los hombres los auxilios que necesitan para obtener su fin: y, como dice el Concilio de
Trento: "Dios no ordena imposibles, pero cuando manda nos advierte al mismo tiempo que hagamos lo
que podemos y que pidamos lo que no podemos y Él nos ayuda a poder" (Ses. VI, cap. 11). Ya antes había
dicho San Pablo: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"(I Tim.
II, 4).
Por consiguiente, Dios jamás niega las gracias necesarias a los justos para cumplir sus mandamientos; ni
a los pecadores, por ciegos y endurecidos que estén en la maldad, para arrepentirse y salir del estado de
culpa; ni a los infieles, aun a aquellos que no tienen ningún conocimiento de la fe, para salir de su
infidelidad.

Sin embargo, como las gracias de Dios no siempre obtienen el efecto que el Señor pretende, los teólogos
las dividen en suficientes y eficaces. Llámese gracia suficiente el auxilio que Dios envía al alma, pero no
obtiene resultado porque el hombre la resiste. Se denomina eficaz el auxilio que obtiene realmente el
efecto para el que Dios le comunica. Esta eficacia deja siempre a salvo la libertad humana: el hombre,
puede, en cada instante, seguir el impulso de la gracia o rechazarlo, consentir a las inspiraciones del Espíritu
Santo o resistir a ellas. La gracia no arrastra necesariamente y los actos sobrenaturales que lleva a cabo la
voluntad con el auxilio divino son actos libres.

También podría gustarte