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Si nos paramos a pensar en cómo estábamos hace tan solo unos años, justo antes de que
todo esto empezará, nos veremos a nosotros mismos inmersos en rutinas, en procesos
automáticos a los que ni siquiera prestamos atención. Simplemente vivíamos nuestras vidas,
con sus más y sus menos. Es posible que tuviéramos planes a corto o medio plazo,
proyectos, objetivos, relaciones y muy probablemente en todo ello teníamos cierta sensación
de control, de saber por dónde íbamos y hacia dónde queríamos ir, nos manejamos dentro de
lo que podríamos llamar la ventana de tolerancia emocional, dentro de la cual, podemos
aprender a recuperar el equilibrio.
La COVID-19 constituye una emergencia para la salud pública debido a la elevada morbilidad
y mortalidad que provoca en los seres humanos, unido a significativas repercusiones
económicas y psicosociales. Los niños y adolescentes constituyen un colectivo de especial
vulnerabilidad. Esta pandemia se asocia con el incremento de factores psicosociales, tales
como: pérdida de hábitos saludables, violencia intrafamiliar y abuso de nuevas tecnologías.
Por tales motivos se realizó un sondeo de los efectos e impacto psicológico de la COVID-19
en la población infanto-juvenil, factores de riesgo asociados y posibles estrategias de
intervención. Resulta imprescindible la detección de estos factores de riesgo y el diseño de
estrategias de prevención, atención integral, seguimiento en crisis y en etapas posteriores que
impliquen la protección de niños y adolescentes, así como aportan efectos positivos, llegan las
medidas de confinamiento,la información tanto de ámbito sanitario y como económico, como
no podemos huir, nuestro cerebro pasa a la acción y comienza a actuar.
Empezamos a adaptarnos a la situación, creando nuevos hábitos, dedicando más tiempo a los
nuestros y a nosotros mismos, aprendiendo a trabajar de otro modo, desde otro lugar, con
otros medios, confiamos en que todo esto servirá para ser mejores personas y generamos esa
confianza en los demás, finalmente la pandemia pasará, como ya ha sucedido en otros países
y nos daremos cuenta de todo lo que hemos aprendido, de todo lo que hemos crecido como
personas, de todo lo que hemos ganado como humanidad, Para poder recuperar el equilibrio
emocional, es preciso comprender que no hay que tener prisa, cada persona pasará el
proceso de un modo diferente, en momentos diferentes, no tenemos que compararnos con
nadie, solo observarnos a nosotros mismos y dejarnos sentir, sabiendo que estamos en el
camino de la integración de una experiencia única, que nos ha sacudido a todos, y que al final
del mismo obtendremos la recompensa de habernos convertido en mejores personas.
El estado de alerta generado por la COVID-19 supone un conjunto de nuevos estresores que
pueden provocar alteraciones en la población infanto-juvenil, la cual tiene entre sus principales
riesgos el estrés psicosocial y los problemas psicológicos consecutivos al aislamiento físico.
muchas tristezas e incertidumbres ofrece una luz y la certeza de que las familias y la sociedad
saldrán airosas de este periodo hacia la recuperación total.