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FRAY LUIS DE LEÓN

Por Javier San José Lera

Biografía

Retrato de fray Luis de León por Francisco Pacheco, tomado de Cervantes Virtual

No es infrecuente considerar a fray Luis de León como salmantino y encontrar


en los estudios críticos que se refieren a él como el teólogo, profesor, poeta…
salmantino; «vate salmantino», le llaman, por citar únicamente dos casos
significativos, estudiosos y editores como Ángel Custodio Vega o Cristóbal
Cuevas; «conquense-salmantino» le nombra Alberto Blecua. Tal es el grado de
unión y la identificación del personaje con la ciudad que acogió el centro de su
actividad intelectual y creadora, aunque no era la suya de nacimiento. Fray Luis
nació en Belmonte de Cuenca en 1527 o 1528 -no hay consenso entre los
estudiosos, ni los documentos confirman o excluyen una u otra fecha-, pero su
vinculación castellana y leonesa le convierte en hijo adoptivo y predilecto, y
parte del patrimonio textual de Castilla y León, expresión de su carácter, sin
necesidad de llegar al determinismo regional del citado estudioso agustino, Á.C.
Vega al definir el espíritu de los poetas castellanos: «No es Castilla tan risueña y
florida como Andalucía y Levante, ni tan blanda y muelle como Galicia, ni tan
áspera y brava como Cataluña» (Vega, 1975: 23). Su vinculación castellana llevó
a Menéndez Pelayo (Programa de literatura española, lección 56, Bibliografía
Hispano-Latina Clásica, cap. VI «Horacio») a plantear la existencia de una
«escuela salmantina» de poetas en torno a fray Luis de León -Juan de Almeida,
Alonso de Espinosa, el Brocense, Miguel Tormón quizá Francisco de la Torre,
Aldana, Medrano…-, y en controversia con la sevillana, agrupada en torno a
Fernando de Herrera; esta idea dio pie a hablar de «la lírica salmantina»
(Alonso Getino, 1929), organizada en torno a fray Luis y añadiendo algunos
frailes agustinos, como fray Pedro Malón de Chaide o fray Juan de Uceda
(Cuevas, 1982; Senabre, 1980).
La estatua de fray Luis de León, obra de Nicasio Sevilla, erigida en el centro del
Patio de Escuelas de Salamanca, frente a la fachada rica de la universidad,
inmortaliza en bronce, con horaciana justicia poética –exegi monumentum aere
perennius-, la perenne vinculación del hombre, del profesor y del poeta con la
dorada piedra salmantina y su Estudio.
Como «Salmanticense», es decir, miembro del claustro universitario
salmantino, figura en la portada de sus libros latinos -«apud Salmanticenses
interpretis» es la fórmula repetida- desde la primera aparición impresa de una
obra suya, en 1580 su In Cantica Canticorum Salomonis Explanatio -editada
junto con el In Psalmum XXVI Commentarium en Salamanca por Lucas de
Junta-.
A la ciudad del Tormes había llegado fray Luis muy pronto, a los diecisiete de su
edad, para iniciar estudios en la universidad. Su padre, abogado de profesión
establecido en Madrid con la corte, se había desplazado a Valladolid en 1536; la
creación allí de la Chancillería Real, verdadero poder judicial del reino y el
establecimiento y celebración de las cortes reales en numerosas ocasiones del
siglo XVI (Bennasar, 2015), había llevado a la familia hasta la capital
castellana. Poco sospechaba aquel niño de once años que en aquella ciudad
pasaría, con el correr de los años, amargas experiencias. Más tarde, el padre
Lope de León es nombrado para el cargo de oidor en la Audiencia de Granada, y
hacia 1541 -aunque no hay certidumbre respecto a las fechas exactas, como
subraya Barrientos García (1996: 24)-, con catorce años, su padre envía al
joven Luis a estudiar Cánones a la Universidad de Salamanca.
Allí ejercía de catedrático en la facultad de Leyes su tío, Francisco de León. Y en
esa facultad inició su formación Luis de León, antes de ingresar en el convento
de los agustinos de Salamanca e iniciar su formación hacia la culminación
académica -el doctorado- en Teología, pasando primero, como era preceptivo,
por la obtención del título de bachiller en Artes.
En esa formación universitaria salmantina de Luis de León -que ha sido
reconstruida con minuciosa precisión y riqueza documental por Barrientos
García (1996)- destaca el periodo posterior a la finalización de sus estudios,
que le lleva, primero, a Soria, para ejercer en el convento agustino de la ciudad
castellana de lector de Teología; y después a Alcalá de Henares, donde pudo
escuchar al catedrático de Biblia, Cipriano de la Huerga, cisterciense leonés, al
que fray Luis considerará su maestro y que resultó clave en su formación y en su
vocación escriturística (Asensio, 1986; Morocho Gayo, 1991). Estas ciudades
pueden presentarse como los «lugares mentales» de fray Luis de León (Álvarez
Turienzo, 1991).
Su primera aparición pública puede considerarse el discurso pronunciado en el
Capítulo provincial de los agustinos celebrado en Dueñas (Palencia), el 15 de
mayo de 1557, que disgusta a algunos por su fogosa denuncia de males de la
Orden y que muestra su carácter apasionado y encendido, y su dominio de la
retórica (Girón Negrón, 1996).
A lo largo de los años siguientes continúa su currículum académico, obteniendo
sucesivamente los grados de bachiller (1558), licenciado (1560) y maestro o
doctor en Teología (1560).
Obtenidos los grados necesarios, comienza su carrera docente en la Universidad
de Salamanca, que se inicia con un fracaso -pierde la sustitución en la cátedra de
Biblia, que gana el que luego será su amigo Gaspar de Grajal-, y que culmina en
1579 con la obtención, en propiedad, es decir, con carácter vitalicio, de esa
misma cátedra ansiada de Biblia, que gana -no sin polémica- contra el hijo de
Garcilaso de la Vega, el dominico fray Domingo de Guzmán, que pleitea
largamente contra el resultado (Barrientos García, 2016). Por el medio
quedan otras cátedras temporales o cursatorias, de sustitución o
extraordinarias, la mayor parte de ellas en la facultad de Teología.
En medio de este cursus honorum ocurre el suceso más recordado y
significativo de la biografía de fray Luis de León: el proceso inquisitorial abierto
contra él y otros profesores de la universidad -Gaspar de Grajal y Martín
Martínez de Cantalapiedra- tras las denuncias de otros profesores -Bartolomé
de Medina, León de Castro-. El suceso tiene el trasfondo de las rencillas
universitarias entre órdenes religiosas -dominicos y agustinos- por la ocupación
de las cátedras, pero tiene además un componente teológico. Arranca de las
reuniones de profesores de la Facultad de Teología para informar sobre la
posibilidad de reeditar una biblia, la preparada por el francés Vatablo y editada
por Robert Estienne que había salido en París en 1545, con escolios abundantes
y un texto alternativo al de la Vulgata. Se ponen así encima de la mesa, las
tensiones personales y de orden y las cuestiones metodológicas y de concepción
de la Teología positiva. Las discusiones fueron arduas y llegaron en ocasiones a
la amenaza personal y casi a las manos entre fray Luis y León de Castro
(González Novalín, 1996). Es la concreción, más allá del tópico horaciano, del
«mundanal ruido», que se desata entonces y desemboca en el proceso entre
1572 y 1576.
Se ha interpretado este episodio como un proceso al humanismo cristiano, pues
afecta a otros profesores salmantinos de planteamientos novedosos: Gaspar de
Grajal que ocupaba la cátedra de Biblia y, Martín Martínez de Cantalapiedra,
profesor de hebreo. El centro de la investigación inquisitorial son esas
cuestiones relativas a la posibilidad de traducción mejor de la Biblia a partir de
los originales hebreos, frente a la autoridad de la versión latina Vulgata y la
griega de los Setenta, a la necesidad de lecturas literales correctas para sustentar
el edificio de la exégesis, a la posibilidad de traducir la Biblia a las lenguas
romances son algunos de los asuntos de mayor calado que se discuten en el
proceso (San José Lera, 2009 y 2012). Como consecuencia de estas
investigaciones, se ponen en juego aspectos relativos al posible origen
judeoconverso de la familia de fray Luis de León y a la escritura y circulación
manuscrita de un comentario literal del Cantar de los Cantares en romance
castellano. El largo proceso incoado constituye una fuente de información
extraordinaria para documentar vida y pensamiento de fray Luis de León
(Alcalá, 1991; Barrientos García, 1991).
Tras ser absuelto y de vuelta a Salamanca, enseñará de nuevo Teología
escolástica en una cátedra creada temporalmente para él. La tradición
agustiniana canonizó la legendaria frase de inicio de sus clases, con el célebre
«Decíamos ayer», convertido en lema de la fortaleza moral del inocente
perseguido, que es capaz de retomar su actividad como si nada del injusto trato
hubiese hecho mella en su espíritu (Vossler, 1946: 16). A la misma filosofía
responde el emblema que estampa fray Luis en todas sus obras: el árbol con su
rama cortada por el hacha y el lema horaciano «Ab ipso ferro», que él mismo
tradujo en la Exposición del libro de Job: «Bien como la ñudosa / carrasca en
alto risco desmochada / con hacha poderosa, / del ser despedazada / del hierro,
torna rica y esforzada…» (López Gajate, 1996).
Después, en 1578, gana la cátedra de Filosofía Moral en la Facultad de Artes. Y
finalmente, en 1579, obtiene en propiedad la ansiada cátedra de Biblia, de la que
ya no se mueve.
A partir de este momento la actividad de fray Luis se centra en sus clases, en la
escritura y difusión de su obra castellana y latina, en los encargos de gestión de
la Universidad: reforma de los estudios de Gramática, reforma del calendario,
pleito sobre los colegios mayores -que le llevan a ser recibido en audiencia por el
propio rey Felipe II-, censuras de libro, etc. Estos encargos le alejan cada vez
más de la docencia, y le ponen en contacto con nuevas actividades y nuevas
personas que llenarán los últimos años de su vida. Una de ellas es la Madre Ana
de Jesús, sucesora de Teresa de Jesús al frente de las carmelitas descalzas. Ella
le encarga a fray Luis que ponga orden en los papeles de la madre Teresa, y los
prepare para la imprenta. Fray Luis llevará a cabo esa labor de editor y crítico
textual, culminando con la edición de las obras de la Madre Teresa de Jesús en
Salamanca, en 1588, a cargo del que ya es el editor de fray Luis, Guillelmo
Foquel. Ana de Jesús es también la persona que le anima a retomar su
comentario del libro de Job -que fray Luis le dedicará- y que le propone como
asistente al capítulo de los frailes carmelitas descalzos en 1590.
El último capítulo de esta obra, Exposición del libro de Job, está firmado de su
puño y letra en Salamanca el 8 de marzo de 1591. Su salud está ya muy
quebrantada, a pesar de lo cual se reincorpora a las clases de verano de la
Universidad en julio; pero en agosto debe presidir el capítulo de la Orden, que
se reúne en Madrigal de las Altas Torres (Ávila). El 14 de agosto es elegido
Provincial de la Orden en ese capítulo, pero no pudo llevar a cabo ninguna
acción como tal, porque el 23 de agosto muere en el convento de San Agustín del
lugar. Su cuerpo es trasladado a Salamanca, donde llega el día 24 por la noche
se le entierra con asistencia de la Universidad y de los conventos en el claustro
del convento de San Pedro de la Orden de San Agustín.
Solo muchos años más tarde, en 1856, sus restos, rescatados de las ruinas del
convento salmantino, se entregan a la Universidad de Salamanca, en cuya
capilla de las Escuelas Mayores reposan, al otro lado del claustro y frente por
frente de la que fuera el aula de Teología, y hoy es el Aula Fray Luis de León.
 

Producción literaria
Si consideramos las fechas de publicación de la obra de fray Luis de León, su
producción se desarrolla después de haber culminado su trayectoria académica
en 1579 con la obtención de la cátedra de Biblia y hasta el final de su vida en
1591, cuando firma -en marzo de ese año- los capítulos finales de la Exposición
del Libro de Job. Sin embargo, podemos documentar obra suya previa a esas
fechas en torno a 1561 -fecha posible de la realización del comentario literal
romance al Cantar de Cantares de Salomón– y en 1574 -traducciones de odas
de Horacio publicadas en Francisco Sánchez de las Brozas, Obras del excelente
poeta Garci Lasso de la Vega con Anotaciones y enmiendas…, Salamanca,
Pedro Lasso, 1574, con reedición en 1581 por Lucas de Junta y posteriores-.
La primera fecha de publicación documentada de una obra de fray Luis de León
es 1574, dentro de las Anotaciones a Garcilaso del Brocense. En esa edición del
profesor salmanticense de Retórica, se incluyen hasta cuatro traducciones
horacianas de fray Luis. Sin embargo, se presentan sin el nombre del autor: la
primera de ellas, libro II, oda X, Rectius vives («Si en alta mar, Licino») se
presenta así: «Y porque un docto destos reynos la traduxo bien y ay pocas cosas
destas en nuestra lengua, la pondré aquí toda»; las otras (II, 10, IV, 3 y el épodo
2 «Beatus ille») se atribuyen «al mismo autor de las passadas», pero sin revelar
nunca su nombre.
1580 sería el año en el que se da a conocer el nombre del autor como
responsable de una producción escrita. Parece que la publicación de sus obras a
partir de esa fecha tuvo que ver con la orden que recibe del superior de la
provincia agustiniana de Castilla, fray Pedro Suárez, el 21 de diciembre de 1577 y
que se imprime en los preliminares de la edición de 1580 de la In Cantica
Canticorum Salomonis Explanatio: «…in meritum sanctae obedientiae tibi
praecipimus, ut quos [libros] habes confectos (…) typis mandes». De hecho, la
secuencia de fechas de los preliminares estampados en esa edición marca ese
itinerario cronológico posterior a la petitio: la censura editorial del In psalmum
XXVI Commentarium es del 14 de marzo de 1578, el privilegio real del In
Cantica Canticorum es del 13 de marzo de 1579 y el privilegio del In psalmun
26, del 22 de marzo de 1580.
En 1580 publica al tiempo ambas obras, en Salamanca, en la imprenta de Lucas
de Junta y con el emblema en la portada Ab ipso ferro, que identificará desde
entonces todas sus ediciones salmantinas. Contiene también, al comienzo, un
poema latino titulado «Votum» -en el que pide inspiración: «Da sensus rectus,
da verba decentia»- y al final otro poema también en latín dedicado a la Virgen:
«Ad Dei Genitricem Mariam Carmen ex voto».
Ambos comentarios latinos, al libro bíblico y al salmo 26, procederían sin duda
de trabajos previos. El largo interés del agustino por el Cantar de los
Cantares se muestra en la existencia, al menos desde 1561, de ese comentario en
romance, que tantos problemas le causó en el proceso inquisitorial. Pudo tener
para su escritura el modelo y las lecciones de su maestro en Alcalá, Cipriano de
la Huerga; el cisterciense, que fue abad del monasterio de Nogales en León,
explicó el libro en el curso 1556-1557 -al que asistió fray Luis-, aunque no
publicará su comentario –en latín– hasta 1582. A ese curso asiste también Arias
Montano, que también realizó un comentario, hoy perdido, al libro bíblico en
romance (García de la Concha, 2018: 21); fray Luis tuvo en su poder, hacia
1553 o 1554, una copia de ese comentario de Arias Montano, como consta en el
proceso (Barrientos García 1996: 60-61). El propio comentario romance del
agustino se presenta con el tópico de la petitio, como respuesta a «una persona
religiosa», tras la que se esconde Isabel Osorio, monja en el convento
salmantino de Sancti Spiritus y quizá pariente de fray Luis. Sin embargo, por
alcance y planteamiento, el comentario -que permanecerá recogido por la
Inquisición e inédito hasta 1798- desborda los límites del texto didáctico o
doctrinal, para convertirse en la primera manifestación explícita del método
exegético lusiano.
El comentario latino al salmo 26, publicado ese mismo año 1580, se puede
considerar como la expresión de una apropiación personal de sus contenidos de
súplica en la persecución y confianza en la superación de los peligros; por eso se
entiende escrito, o al menos meditado y apuntado, en el periodo de reclusión en
las cárceles inquisitoriales de Valladolid. De este salmo realizó también una
paráfrasis en verso (San José Lera, 2011).
Ese mismo año de 1580 firma en Valladolid -a donde ha acudido en defensa de
su pleito por la cátedra de Biblia-los capítulos 33 (30 de noviembre), 34 (10 de
diciembre) y 35 (13 de diciembre) del manuscrito autógrafo de la Exposición del
Libro de Job. Sin embargo, la terminación de esa obra no se producirá hasta
marzo de 1591, unos meses antes de morir (el 23 de agosto). Esto nos muestra a
un fray Luis de León que trabaja sus obras, casi podíamos decir, a salto de mata,
entre ocupaciones, docentes y de gestión, tanto universitarias –nihil novum sub
sole-, como de su Orden y de larga maduración y escritura.
Estas dos obras de 1580, primeras publicadas a su nombre, tienen una
reedición, en las mismas prensas salmantinas de Lucas de Junta, en 1582 -las
mismas prensas en las que había salido en 1581 la segunda edición de
las Anotaciones del Brocense a Garcilaso que contiene las traducciones de
Horacio referidas antes-.
En 1582 aparece, sin nombre de autor, la «Oda a Nuestra Señora» en el Vergel
de flores divinas, de Juan López de Úbeda. Esta publicación nos pone en
contacto con la poesía original de fray Luis en castellano y cuya composición se
sitúa tradicionalmente también en la cárcel, dado el tono angustioso de sus
versos (Ramajo, 2012).

Inscripción de fray luys de león (línea 4), tomado del Archivo Universitario de Salamanca

En 1583 publica la primera edición de De los nombres de Cristo en dos libros,
seguido de La perfecta casada (Salamanca: Juan Fernández). Ambas obras
constituyen el centro de su producción canónica en prosa castellana, y fueron
publicadas en vida de fray Luis siempre juntas, en el mismo volumen, con la
excepción de la edición zaragozana de 1584, a cargo de Domingo de Portonariis
y Ursino, que edita solo La perfecta casada. No obstante, tienen una extensión y
una condición de género y de contenido muy diversas.
La perfecta casada es un comentario bíblico del sentido tropológico del capítulo
31 del libro de los Proverbios, el retrato de la mujer fuerte o «de valor», como
traduce fray Luis. El planteamiento exegético se viste aquí de tratado moral
acerca del matrimonio, un tema de moda en la literatura humanista. La
dedicatoria a María Varela Osorio, su sobrina recién casada, establece el molde
de la epístola que flexibiliza el género del tratado, pero el cuidado estilístico de
la prosa y el contenido a medio camino entre los tratados medievales y la nueva
ideología humanista desbordan los límites pequeños de la carta misiva o de la
epístola moral (San José Lera, 1992a).
De los nombres de Cristo, por otro lado, flexibiliza sus contenidos exegéticos en
el molde formal del diálogo ciceroniano, esencial en el sistema de géneros
renacentista. La obra desarrolla en sucesivos diálogos de tres frailes agustinos,
Marcelo, Juliano y Sabino, el contenido teológico que se deriva de los distintos
nombres con los que Cristo es nombrado, de forma metafórica, en las Sagradas
Escrituras. La condición metafórica y esencial de los nombres, más allá de su
naturaleza gramatical, motiva la incorporación de un breve capítulo
introductorio, «De los nombres en general», en el que se establece una teoría
del nombre, de raíz escolástica y naturaleza dialéctica, donde afloran, en
ocasiones, algunos matices cabalísticos (Cuevas, 1980).
La edición de 1583 consta de dos libros, pero las sucesivas, de 1585 y 1587,
incorporan un tercer libro con el tratamiento de nuevos nombres. Al final de
cada uno de los libros se imprime una paráfrasis en verso castellano de un
salmo, nueva muestra en vida de fray Luis del cultivo continuado de la poesía.
La segunda edición se imprime en 1585, en Salamanca por los Herederos de
Mathias Gast, aunque La perfecta casadalleva en ese volumen colofón del
impresor Cornelio Bonardo y fecha de 1586. En 1587 ve la luz la tercera edición
de De los nombres de Cristo, seguido, como siempre, de La perfecta casada, en
Salamanca por Guillelmo Foquel. Es la última de las ediciones de la obra
controlada por fray Luis y que incorpora variantes textuales (San José Lera,
2008).
De los nombres de Cristo y La perfecta casada son las únicas obras castellanas
de fray Luis publicadas en vida. Sobre ellas se sostiene su posición central en el
canon áureo, sobre la base de su prosa rítmica -con «número»- de su caudal
estilístico y su elegancia retórica y de su erudición; De los nombres de Cristo es,
en particular, la obra sobre la que se construye la estima de sus contemporáneos
Cervantes y Lope de Vega, antes de que Quevedo diera a conocer en 1631 su obra
poética a partir de una fuente manuscrita hoy perdida.
El 8 de septiembre de 1587 firma fray Luis de León en el convento agustino de
San Felipe, en Madrid, la censura y aprobación de las Obras de Santa Teresa, y
la «Carta dedicatoria a las Madres Ana de Jesús y religiosas carmelitas descalzas
del Monasterio de Madrid», que situará al frente de la edición que le encargan
las madres carmelitas y que ve la luz en Salamanca, en la misma imprenta de su
tercera edición de De los nombres de Cristo, la de Guillelmo Foquel. Esa «Carta
dedicatoria» desborda con creces el carácter paratextual para convertirse en
punta de lanza de la institucionalización de Teresa de Jesús como autora
literaria y pieza clave para situarla en el camino hacia la canonización. La
autoridad de fray Luis será esgrimida continuamente en los procesos de
beatificación y canonización, sobre la base de este texto proemial.
Es esa la última vez en vida que comparece fray Luis en el panorama literario
con un texto romance, aunque al año siguiente escribe una Apología del Padre
Maestro Fray Luis de León, Catedrático de escritura de la Universidad de
Salamanca. Donde muestra la utilidad que se sigue a la Iglesia en que las
obras de la Beata Madre Teresa de Jesús y otras semejantes anden impresas
en la lengua vulgar, que permanece inédita hasta que la publica con ese título
en Roma en 1610 el carmelita fray Tomás de Jesús en la obra Suma y
compendio de los grados de oración…sacado de todos los libros y escritos que
compuso la Beata Madre Teresa de Jesús.
Las siguientes ediciones volverán a ser textos latinos, producto de su labor
docente como catedrático de Biblia en Salamanca.
En 1589 publica Explanationum in eosdem -de nuevo en Salamanca y de nuevo
por Guillelmo Foquel-, que contiene: In Cantica Canticorum Triplex
Explanatio, In Psalmum XXVI, y dos comentarios bíblicos nuevos, In Abdiam
explanatio y la In Epistolam ad Galatas explanatio. Tres de esos textos habían
formado parte de las lecturas como catedrático de Biblia: Abdías en el curso
1581-1582, Gálatas en el 1582-1583 y Cantares -una vez más su texto amado- en
el curso 1585-1586. El título del nuevo comentario al Cantar de los
Cantares, Triplex explanatio, hace referencia al contenido de la obra, dividada
en la explicación del texto de cada capítulo desde los sentidos literal (prima
explanatio), místico (altera explanatio) y anagógico (tertia explanatio). En la
portada de este impreso, se ha reducido el lema horaciano Ab ipso ferro, al más
escueto Ab ipso, aunque se mantiene en el grabado la imagen del árbol y el
hacha.
En 1590 publica el opúsculo (29 págs.) De utriusque agni, typici atque veri
inmolationis (Salamanca: Guillelmo Foquel) dedicado a Juan de Grial, en el que
trata de la fecha de celebración de la Pascua judía. En este opúsculo desaparece
de la portada por primera vez el emblema Ab ipso ferro y es sustituido por un
florón.
Ese mismo año de 1590 firma en Madrid los capítulos 36 (27 de octubre) 37 (29
de noviembre) y 38 (14 de diciembre) de la Exposición del libro de Job, que
viene escribiendo desde, al menos, 1580. Termina la obra en 1591, en Madrid,
donde firma los capítulos 39 (6 de enero) y 40 (1 de febrero) y, por último, en
Salamanca, donde rubrica los capítulos 41 (19 de febrero) y 42 (último del libro,
el 8 de marzo). Desde esa fecha, corregiría y pasaría a limpio el borrador,
preparándolo para la imprenta y escribiría entonces el prólogo, dedicado a la
Madre Ana de Jesús, carmelita descalza, con quien había establecido una
relación intelectual a partir de los preparativos para la edición de las obras de
Teresa de Jesús. La tarea de copia se vio interrumpida, porque el códice que
contiene la obra solo presenta en limpio hasta el folio 222 como autógrafo, hasta
el 379 como apógrafo, añadiendo el borrador autógrafo desde 3º folio 380 hasta
el 518 y último. El original completo fue recogido por la Inquisición, por llevar la
traducción romance del libro bíblico y, a pesar de los esfuerzos de la madre Ana
de Jesús, quedó inédito hasta 1779.
A título póstumo, en 1595 sale la cuarta edición de De los nombres de Cristo,
(Salamanca, En casa de Juan Fernández) ya no controlada por fray Luis, pero sí
quizá por su sobrino, también agustino, fray Basilio Ponce de León. En esa
edición se incorpora como atractivo editorial un nuevo nombre, no incluido en
las ediciones anteriores, «Cordero».
A este panorama editorial debemos añadir dos territorios de escritura,
conservados en manuscritos, que darán lugar a posteriores ediciones. Por un
lado, la actividad docente en las distintas cátedras de Teología se constata en
tratados latinos sobre distintos asuntos, de Teología escolástica o positiva
-comentarios bíblicos-, dispersos en múltiples bibliotecas. Estos tratados han
ido siendo editados en la serie de Opera latina, promovida por los padres
agustinos.
El otro territorio de producción literaria es el que le da a fray Luis de León su
fama póstuma: la poesía original, las traducciones de autores clásicos y las
paráfrasis de poemas bíblicos, conservada también en un laberinto de
testimonios manuscritos.
La publicación en 1574 -y en las ediciones sucesivas- de las traducciones de fray
Luis a Horacio, en 1582 de la «Oda a Nuestra Señora», y en las sucesivas
ediciones de De los nombres de Cristo (1583, 1585 y 1587) de paráfrasis en verso
de tres salmos bíblicos, muestran una faceta de la producción literaria luisiana,
quizá la más conocida, y también la más difícil de datar, que es la de su poesía
lírica. Esas tres apariciones de obra poética en vida de fray Luis muestran los
tres territorios de producción poética del fraile agustino, y los tres en que se
divide su obra desde la princeps preparada por Quevedo en 1631: Obras
propias y traducciones latinas, griegas y italianas, con la paráfrasi de algunos
psalmos y capítulos de Iob. La historia textual de esa edición, el laberinto de
manuscritos -ninguno autógrafo- con poemas luisianos o atribuidos ha
generado auténticos quebraderos de cabeza a los estudiosos, empleados en
ediciones críticas, de entre las que es necesario destacar a Oreste Macrí (1950),
José Manuel Blecua (1990), Cristóbal Cuevas (1998) y
Antonio Ramajo (2012).
El establecimiento de las fechas de composición de la obra poética, conservada
en múltiples manuscritos, se ha realizado en función de posibles referencias
históricas o de los sentimientos que revelan (Blecua, 1990: 27), lo que supone
un territorio de notable indefinición por su subjetividad, con la excepción de
algunos poemas de fecha cierta -es el caso de la oda 4 «Al nacimiento de la hija
del marqués de Alcañices», nacida el 11 de enero de 1569-. Si a ello se une la
costumbre de corrección de los originales -que se demuestra, por ejemplo, en la
doble versión del salmo 102 que aparece en las ediciones de De los nombres de
Cristo de 1585 y 1587-, la datación resulta un territorio de incertidumbre
máxima. Suele tomarse el inicio del prólogo «A don Pedro Portocarrero» como
referencia a la obra poética de fray Luis como juvenilia: «Entre las ocupaciones
de mis estudios en mi mocedad y casi en mi niñez, se me cayeron como de entre
las manos estas obrecillas…»; pero el carácter tópico de la expresión y el hecho
de que se pueda documentar obra poética madura de fray Luis -como el
mencionado salmo 102 en la edición de De los nombres de 1587- resta entidad a
la afirmación. Macrí (1950), por ejemplo, opta por dividir la producción por su
relación con la experiencia en las cárceles inquisitoriales de Valladolid: antes del
proceso, durante el encarcelamiento, después de la sentencia absolutoria.
Alarcos, por su parte, se fundamenta para la datación en el análisis estilístico
(Alarcos, 2006). Las divergencias en la datación de la obra por los distintos
estudios es un síntoma de esta dificultad extraordinaria (Blecua, 1990: 28-33).

Estatua de fray Luis en el Patio de Escuelas en Salamanca, fotografía de Manuel Mª Pérez López

Más allá de las fechas de producción, que se mueven siempre en el terreno de la


conjetura, parece claro el sentido de poemario estructurado con el que fray Luis
concibió su obra poética y que ha ido siendo sacado a la luz por la crítica
contemporánea (Alcántara Mejía, 2002). Sus «ejes temáticos» se establecen
en torno a la aspiración por la vida del cielo en contraste con la vida terrena, el
apartamiento de lo exterior y el refugio en lo interior, y un ansia ascensional,
que parte del ideario neoplatónico desde lo sensible -la música, la noche
estrellada…- a lo ideal; junto a ello, el pensamiento cristiano y estoico -la
contención de las pasiones-, la tradición hebreo-bíblica, los modelos clásicos
horacianos, constituyen el conjunto de referentes con los que trazar un mapa
«en el laberinto renacentista de idearios» en que se mueve el agustino (Álvarez
Turienzo, 1996) y que le convierten en la máxima expresión del género de la
Oda renacentista, escrita preferentemente en liras (López Bueno, 1993). La
traducción de clásicos (Codoñer, 1994) y las paráfrasis de los salmos,
convertidas en género exegético (San José Lera 2003), completan el no muy
extenso corpus lírico de fray Luis de León.
Junto con estos espacios de creación, que responden a géneros más o menos
establecidos, resulta imprescindible dejar constancia de la importante labor de
fray Luis como traductor bíblico en prosa, recogiendo ese castellano bíblico
cuajado de hebraísmos léxicos, sintácticos -supresión de artículos, elipsis del
verbo copulativo, cambio del régimen preposicional de algunos verbos, etc.- y
estilísticos, de arcaísmos y neologismos, en la línea que habían establecido los
traductores de la Biblia de Ferrara. Un estilo de traducción marcado por la
literalidad, que provoca la distorsión de la lengua en que se traduce -el
castellano- y que genera lo que podemos llamar «castellano bíblico» de fray
Luis. Es el estilo que aplica a la traducción literal del Cantar de los Cantares y
del Libro de Job (San José Lera 1992a: 50-62) y del que deja una reflexión
teórica de extraordinario valor en los preliminares de su comentario.

Historia del Convento de San Pedro


No se conoce la fecha exacta de la fundación del Convento de San
Agustín de Salamanca, pero hay documentos históricos que
señalan la existencia de una donación de terrenos a la comunidad
de agustinos de la ciudad en 1163, aunque es posible que los frailes
ya estuviesen en Salamanca incluso con anterioridad. En cualquier
caso, el primer prior del convento, fray Alonso, no fue nombrado
hasta 1339. Tradicionalmente, sin embargo, se había interpretado la
donación por parte del obispo de Salamanca, Alonso Barrasa, de la
iglesia de San Pedro a los agustinos el 11 de septiembre de 1377
como la fecha oficial de fundación. Los terrenos del convento se
ampliaron en 1477, cuando Inés López, viuda de Álvaro Rodríguez
de Monroy, donó a los frailes la finca de La Flecha. Aunque el
convento estuvo dedicado a San Pedro desde la donación de la
iglesia, a partir del siglo XVI se generalizó la denominación de
Convento de San Agustín.
El convento tuvo rango de colegio universitario de teología desde
1422, y dispuso de una casa de noviciado. Muy pronto adquirió
fama por su selecto profesorado y su excelente biblioteca. Los
frailes también ejercían la confesión y la predicación y asistían a los
moribundos. Sin embargo, la integración en la llamada
Congregación de la Observancia en 1451 supuso importantes
problemas debido a que esta congregación impuso inicialmente un
abandono casi total de los estudios. Finalmente, se llegó a un
equilibrio entre el rigor de la observancia y la dedicación a los
estudios. De hecho, entre los siglos XVI y XVIII el convento fue la
principal casa agustiniana de estudios en España: allí profesaron o
enseñaron frailes célebres como San Juan de Sahagún o fray Luis
de León. Además, en 1533 María de Zúñiga, viuda del Duque de
Béjar, dotó al convento de otro colegio universitario adjunto para 50
teólogos con vocación misionera en Indias: el Colegio de San
Guillermo, con un régimen interno independiente desde 1587.
El convento sufrió varios incendios a lo largo de su historia. El más
grave de todos ocurrió el 9 de octubre de 1744 debido a que redujo
los edificios casi completamente a cenizas. En ese incendio, los
fondos más valiosos de la biblioteca fueron enteramente destruidos.
Durante la Guerra de la Independencia, las tropas francesas
expulsaron a los frailes del convento el 18 de septiembre de 1809 y
lo ocuparon. En 1810, el convento volvió a incendiarse y los
franceses demolieron los restos. Después de la guerra, se intentó
restaurar el convento, pero la Ley de monasterios y conventos de
25 de octubre de 1820 (que suprimía todas esas congregaciones
religiosas) impidió reanudar los trabajos hasta 1826. Sin embargo,
nunca llegaron a terminarse. El Real Decreto de 25 de julio de 1835,
que suprimía los monasterios y conventos con menos de 12
religiosos profesos, obligó a los frailes a abandonar el convento el
20 de agosto. Ese mismo año fue demolido el edificio.

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