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ENIGMAS Y CONJUROS: EL MATADERO, EL CANON Y LAS GENERACIONES

EN LA LITERATURA ARGENTINA
Mauricio Robles
Universidad Nacional de la Patagonia
“San Juan Bosco”
mauricioroblestw@gmail.com

RESUMEN
Se analizó la relación entre el texto El Matadero (1871) de Esteban Echeverría y su contexto de producción
mediata e inmediata con el propósito de indagar sobre las causas de su permanencia como parte del canon
literario de la Argentina. Para ello, se propuso pensar en el concepto de enigma y el de conjuro; el primero
relacionado la historia superficial y la profunda propuesta por Ricardo Piglia; en tanto que la idea de conjuro
se relaciona con la operación de actores culturales que estimulan la circulación y la incorporación al canon
del texto echeverriano. De esta manera, se propone un análisis inmanente y, paralelamente, un análisis
trascendente del texto de Echeverría poniéndolo en relación, además, con otros pertenecientes o no al canon
del siglo XIX. Se establece, finalmente, una relación entre conjuro y producción literaria de los liberales
letrados, en la que se apuntaría a un sentido unívoco, sin enigmas, de lo simbólico.

Palabras clave: Echeverría, El Matadero, canon, Generación del 80, enigma, conjuro, Generación del 37,
Generación del 80, Argentina.

“No hay objetos vanos para la literatura”


Ricardo Piglia

“El conocimiento es un don, no debe utilizarse


como modo de ofensa”
Horacio González

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ESTEBAN


Esteban Echeverría, escritor perteneciente a la denominada Generación del 37, es
presentado como uno de los más importantes literatos del país 1 . Su producción se
desarrolla de manera completa durante el gobierno de Rosas, en medio de un clima de
violencia política y asesinatos propio de las guerras civiles. Se considera a Echeverría
como el introductor del romanticismo al castellano con su obra Elvira o la novia del Plata
(1832). Tres son los textos que se destacan de sus más de catorce obras: La cautiva (1837),
poema indudablemente influenciado por La Araucana de Alonso de Ercilla; el ensayo El
Dogma Socialista (probablemente 1839), donde su pluma se aventura a esbozar una tesis
política; y el texto que abordaremos, El Matadero (entre 1838-1840), que ha suscitado
controversias a la hora de clasificarlo. Noé Jitrik aporta una posible conclusión a tal
debate distinguiendo dos partes articuladas: el relato costumbrista, que ocuparía poco más
de la mitad del texto y el cuento, iniciado desde el accidente del toro (Jitrik: 74).

1
Entre otros, así lo da a entender David Viñas con su conocida afirmación “la literatura argentina
emerge partir de una violación” (Viñas,3)
Además del análisis que propone Jitrik, tanto la figura de Echeverría como El Matadero
fueron abordados y comentados por escritores y críticos literarios. Desde el primer editor,
Juan María Gutiérrez, hasta Ricardo Piglia, pasando por variopintas letras: David Viñas,
Horacio González, Martín Kohan, Beatriz Sarlo, Enrique Anderson Imbert, Juan Carlos
Ghiano, Ángel Batistessa, Juan Carlos Pellegrini, la obra pervive y despierta interés desde
su aparición en 1871.
Creemos que es posible sostener que esa permanencia no es simplemente consecuencia
de una calidad estética sobresaliente. Las virtudes inmanentes y la importancia del texto
como parte del corpus que introduce al romanticismo, no restarían importancia a otro
factor importante para la permanencia de autores y textos dentro del canon. Se trataría de
algo que aquí podríamos denominar, parafraseando a Durkheim, los actores coercitivos
de la cultura y la sociedad, aquellos que definen y establecen la edición y la circulación
de los elementos simbólicos de la cultura.

ESTEBAN, EL OTRO Y EL ENIGMA


Si coincidiéramos con Piglia, quien afirma que el cuento narra dos historias y el efecto
sorpresa se produce cuando en el desenlace la historia secreta aparece en la superficie
(105), la ponderación de un valor estético sobresaliente, en este caso el entramado de las
dos historias, debería ser el pilar sobre el que se asienta una obra literaria. Sin embargo,
la crítica alrededor de el Matadero, cuando el texto se da a conocer, expone con mayor
claridad el carácter de denuncia, e incluso el estado anímico y la personalidad de
Echeverría, que las características intrínsecas que le darían valor estético, dice Gutiérrez,
en su Advertencia: “recomendarse desde luego con el nombre simpático de su autor, tan
ventajosamente conocido por su carácter como por su literatura” para más adelante
afirmar: “El poeta no estaba sereno cuando realizaba la buena obra de escribir esta
elocuente página del proceso contra la tiranía”. Si bien durante la segunda mitad del
Siglo XX, el texto fue analizado y puesto en valor por otros críticos desde una perspectiva
más estructural e inmanente, en sí, El Matadero se trataría de una descripción articulada
con un relato lineal costumbrista- realista en el que no habría enigma.
El enigma, según Piglia, “no se trata de un sentido oculto, el enigma, no es otra cosa que
una historia que se cuenta de modo enigmático” (106). El diccionario etimológico indica
que la palabra enigma proviene “del Latín “aenigma” que a su vez es un préstamo del
griego “aínigma”, lo que se da a entender, palabra oscura o equívoca. Aparentemente
resultado del alargamiento gutural del verbo ainos, conjunto de palabras significativas
o cargadas de doble significado”. No sería desacertado agregar que cuando el orden de
los sucesos narrados no es lineal, se conozca o no el desenlace, puede generar enigma (tal
el caso de El jorobadito de Arlt2). Podríamos decir que en El Matadero no hay enigma.
Podríamos arriesgar que esta ausencia de enigma, se condice, además, con el positivismo
liberal que se concretaría con la Generación del 80, cientificista, laico y eurocentrista. El
Matadero propone una narración lineal y no se aparta de una sola historia en marcos
histórico- geográficos generales sobre un caso particular. Esta apreciación sería la que
nos haría replantear el porqué del lugar destacado que ocupa El Matadero en el mapa
cultural argentino y proponer una lectura crítica que permita analizar el momento
histórico en que se produce el texto y dividir e interpolar el tiempo para estar en
condiciones de transformarlo y ponerlo en relación con otros -nuestros- tiempos
(Agamben:22). Para esto, intentaremos ver cómo funcionaba el enigma en otros textos
del siglo XIX y añadir algunas particularidades semánticas y simbólicas. Es posible que
los tiempos en que se escribe El Matadero se inscriban, y también funden, los actuales
tiempos, como consecuencia de lo operado por la Generación del 80. Intentaremos
dilucidar cuál es el enigma de El Matadero y cómo juega en la constitución de los
discursos de los actores coercitivos3 de la cultura y de la sociedad, los creadores de lo
simbólico y el canon.
La Generación del 80 terminó de configurar el perfil del Estado Argentino (Cornblit:36)
Entre otras premisas, alineados con las ideas de Europa, utilizan la idea de progreso como
brújula; a su vez procuran construir Otro que cargaría con lo peyorativo y funcionaría
como elemento aglutinador de la nueva Argentina. Este otro es representado por el
federal, el gaucho y el indio, fijados con todas las cargas de no civilidad y salvajismo,
convertidos en justificativo simbólico para concretar la libertad de comercio, la división
de la tierra y la “Conquista del desierto”. No sería del todo errado afirmar que la
Generación del 37 engendró las ideas de la Generación del 80. En este sentido, Echeverría
se constituiría en el caso paradigmático. Por ejemplo, David Viñas plantea que “el
desplazamiento de la apología idealista de los indios en dirección a una denuncia

2
En El Jorobadito, la narración comienza en el desenlace de los hechos de la historia, un asesinato. El
enigma, es cómo se llega a la determinación de asesinar. La dilucidación del enigma, sirve al operador
tanto para introducir caracteres psicológicos del asesino como los sociales del entorno.
3
La opción actores coercitivos responde a la necesidad de tener presente que se trata de personas o
instituciones concretas de la sociedad, la cultura, la comunicación, la economía y las artes, las que
actúan y accionan en la configuración de los imaginarios sociales occidentalizantes. El término poder,
utilizado en muchos análisis de relaciones interhumanas, pone en riesgo de proponer el análisis de la
interacción de la sociedad con una entidad abstracta y puramente hegemónica.
impregnada por un realismo agresivo (…) se verifica en hacia 1837 en La Cautiva” (70
a). En este sentido, podríamos citar, además, a Martín Kohan, quien afirma que el
“reclamo en favor de la movilidad [expresado en El Matadero] tiene un aspecto
económico, y el interés por la libre circulación se convierte en interés por la libre
circulación mercantil” (7), circulación consolidada por la Generación del 80 cuando
ejerció el control del Estado.

ANTE EL ENIGMA
Existe la posibilidad de que durante el período posterior a 1852, los intelectuales que no
respondían a la esfera de interés de los actores coercitivos de la sociedad hayan sido
desplazados de los lugares relevantes en tanto referentes de la cultura del Plata. Petrona
Rosende, considerada la primera periodista argentina; Pedro de Ángelis, el intelectual del
rosismo. Más tarde, incluso, parecen haber sido desplazados del canon los poetas
románticos que se habían sumado a las causas de la Generación del 80 como Ricardo
Gutiérrez y Olegario Andrade quienes “murieron queridos respetados y admirados por
sus contemporáneos [y] menos tardó el olvido en empañar el brillo de sus versos que la
crítica inmediatamente posterior en ensañarse con ellos” (Manzoni:10). Un movimiento
similar se da con Eduarda Mansilla, quien parece haber tenido dos desventajas que
impidieron su ingreso al canon: familiar de Rosas y mujer. Su pertenencia a los más
destacados círculos literarios de París y de Nueva York, la calidad de su escritura y sus
puntos en común con el nuevo pensamiento de la Generación del 80, no explicarían por
qué no formó parte de los destacados escritores de su generación. No sería suficiente la
carencia de enigmas y la comunión de ideas sobre el progreso: ni cierta sangre ni las
mujeres podrían ser parte del conjuro. Muchas ideas en su novela Pablo o la vida en las
pampas del año 1869, traducida al español en 1870, la acercarían al pensamiento
echeverriano; pongamos, por ejemplo, la animalización de los personajes que pertenecen
a la chusma: “Esa mujer [dice Mansilla] es una negra, tiene los cabellos crespos y
blancos, cosa que en su especie anuncia siempre una edad muy avanzada (…) mira a la
joven (…) con una indecible expresión de ternura. Es la mirada de un perro fiel, una
mirada que revela una devoción a toda prueba” (122, subrayado nuestro). La novela de
Mansilla también despoja de enigma: escrita en francés, desnuda y describe lo que para
ella es el carácter del habitante de las pampas.
En el caso de Sarmiento, el enigma parece constituirse y desplazarse de otra manera. Para
él su rival, Rosas, no implicaría un enigma: durante todo el Facundo, Sarmiento afirma
conocer4 muy bien el carácter del Restaurador. Pero el sanjuanino sabe construir la figura
que erige como símbolo casi inefable: el Tigre de los llanos, Facundo Quiroga, el enigma
que se alza y muere entre él y Rosas. En Sarmiento estaría la construcción y la destrucción
del admirable enigma. Como si para el liberal lo enigmático fuese insoportable. El signo
para el liberalismo económico cientificista parece tener la obligación de ser unívoco. El
cierre de sentido, lo que podríamos llamar la taxatividad de sentido5
Y en este movimiento tendiente a desterrar enigmas o textos que puedan llegar a
contenerlos, respecto a El Matadero podemos mencionar la Advertencia, una suerte de
introducción al texto, que hace Juan María Gutiérrez a la primera edición, donde leemos:
“El Matadero (sic) fue el campo de ensayo, la cuna y escuela de aquellos gendarmes de
cuchillo que sembraban de miedo y de luto todos los lugares hasta donde llegaba la
influencia del mandatario irresponsable” (Advertencia, 1871). La estigmatización (por
taxativa), como el sarcasmo, erradican el enigma.

JIRONES DEL ENIGMA


Por lo planteado, podemos inferir que El Matadero rezuma enigma. Y ese enigma,
justamente, no está dentro del texto, sino en el rol que desde sus rasgos juega en la
conformación del canon literario como parte de la conformación del imaginario. Es decir:
hay un mensaje que no es del todo inteligible y que está, extrañamente, enmascarado
detrás del potencial estético del texto, o tal vez, más acá del texto. El sarcasmo y la
descripción realista despojan de enigma a El Matadero. El sarcasmo opera como el
opuesto del enigma. La palabra sarcasmo proviene del griego. Sarkos, carne; -asmos,
resultado abrupto, golpe. Carne desgarrada. El enigma insinúa, sugiere, muestra el cuerpo
oculto bajo el cuerpo superficial de la narración; el sarcasmo desgarra y despoja de
cualquier otro impacto que no sea el golpe, quita vestiduras, es descarnado. La utilización
recurrente del sarcasmo funde la voz del Unitario con la del que aquí denominaremos el
operador del texto. Entonces, el sarcasmo supone violencia simbólica. Personaje y
narrador se constituirían en dueños “legítimos” del sentido. Podríamos decir que la
enunciación del operador se convierte en acto de apropiación del enunciado que inscribe
al que habla en su habla y articula ese enunciado con la situación en que se realiza (Savio:

4
El conocer y el saber responden a un modelo filosófico, el positivismo, en el que el enigma no se
eslabonaría.
5
Taxativos desde los textos, que contienen definiciones categóricas, pero también desde los espacios de
difusión, como el diario La Nación, que ejerció y ejerce, en cierta manera, una acción de coerción
comunicacional y cultural, por su posición consolidada como el (primer) gran diario argentino.
6), esta articulación con la situación en que se realiza la enunciación es, a nuestro
entender, una de las claves de la pervivencia de El Matadero, ya que la situación es
extrapolada por los actores coercitivos de la cultura y la sociedad hacia distintos
momentos históricos- culturales. La enunciación, con su carga ideológica, traspasa los
límites de El Matadero y se instala como canon para los actores del último tercio del S.
XIX.
No sería del todo desacertado afirmar que la ausencia de enigma en los textos canonizados
de la Generación del 37 y la Generación del 80, escritura de los letrados que son, además
actores políticos, lleva al conjuro. En el caso, posiblemente paradigmático, de El
Matadero, el mismo texto al afirmarse como canon, requeriría varias lecturas y en esta
variedad se conformaría un enigma diferente, trascendente, el enigma de la pervivencia,
que se sostendría en un conjuro, es decir, una “acción de ligarse a algo o a alguien
mediante un juramento” de necesidades y actores externos al texto. El Matadero en tanto
texto recepcionado, pregonado por los contextos en los que se lo hace actuar, y es aquí
donde podríamos decir que está el conjuro: las palabras fuera de los límites de El
Matadero, conjuro entre los actores coercitivos que hacen que El Matadero sobreviva en
diferentes contextos, un “fuera de texto” en el sentido apuntado por Colais- Blaise: como
actividad humana, como praxis (41).
Es posible inferir que junto con el sarcasmo está la negación de la grey: el unitario no
tiene sentido gregario, su comunidad está fuera de los límites del matadero, así como la
comunidad ideal de Echeverría está fuera de los límites del país y del continente.

GOLPEANDO LAS PUERTAS DEL MATADERO


Hemos propuesto un brevísimo recorrido por las líneas que se insertan y eyectan a partir
de la escritura y la recepción de El Matadero. Un texto que en lo inmanente no da lugar
al enigma. Lo enigmático parece no tener espacio en la literatura de los letrados del XIX.
Diferente a esa civilización de pro hombres está lo salvaje. Lo salvaje porta el enigma, la
minoría posee los enigmas y recibe los estigmas. Así, el operador del texto sentaría, a
través del sarcasmo, la estigmatización de la grey, de lo popular, que en el enigma y el
ritual sostendría a ese Otro, impertinente para el espíritu racionalizador y cientificista del
positivismo. Si bien El Matadero, como muchas obras literarias, puede ser canonizado
por lo que permite decir de una cultura, de una tradición, también podríamos agregar que
ese decir, al menos en el caso de la Generación del 80, formadora del canon, es el decir
de actores coercitivos de la cultura y la sociedad que niegan al Otro, inferiorizándolo y
estigmatizándolo.
Las bacanales se verían representadas en el barro del suburbio. El ritual, en tanto
representación del enigma y grito gutural, podría diferenciarse del protocolo, en tanto
sello de oficialidad y esta de civilidad domesticada, marca del progreso. El Matadero
sería funcional a la construcción de un discurso que como tal pretendería guiar la historia.
Un texto que instala y hace repetir “el ademán de construir una dicotomía discursiva que
incluye la generalización de caracteres maniqueos y la identificación del adversario con
los peores rasgos del pasado” (Aliaga:23) y los procesos de europeización e
individuación que serían constitutivos de la mentalidad de los actores coercitivos del siglo
XIX y buena parte del XX. El Matadero se constituiría en una de las primeras ofensivas
divisorias desde el canon literario.
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