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Night of Cake & Puppets

Laini Taylor

Hija de Humo y Hueso 2.5


Ella
1
La Marioneta Que Muerde

En la parte superior del armario, en la parte trasera del taller de mi padre –taller
que fue de mi abuelo y que algún día será mío, si lo quiero– hay una marioneta. Lo cual
no es de sorprender puesto que es un taller de marionetas. Pero esta marioneta, como
ninguna de las demás, está aprisionada dentro de una caja de cristal, y lo que me ha
vuelto loca toda mi vida es esto: la caja no se abre. Cuando era pequeña mi trabajo era
limpiarla y puedo decirlo con certeza: no tiene puerta, ni cerradura, ni bisagras. Es un
cubo sólido, y fue construido alrededor de la marioneta.

Para sacar la marioneta –o “liberarla,” como decía mi abuelo– tendrías que


romper el cristal.

Eso ha sido desalentador.

Es una pequeña bastarda de aspecto desagradable, una especie de zorro no-


muerto con atuendo de cosaco. –gorro de pelo, botas de cuero–. Su cabeza es una
calavera real de zorro, hueso liso y amarillento, sin adornos excepto por los ojos en sus
cuencas, que son de cristal negro situados en párpados de cuero, demasiado realistas
para ser exactos. Sus dientes son afilados como pequeños cuchillos porque quien sea
que la haya hecho, aparentemente no creía que los dientes reales de zorro fueran… lo
suficientemente afilados.

“¿Lo suficientemente afilados para qué?” mi mejor amiga, Karou, quiso saber, la
primera vez que la traje a casa en Český Krumlov conmigo.

“¿Para qué crees?” Contesté con una sonrisa escalofriante. Era víspera de
Navidad teníamos quince años, no había electricidad debido a una tormenta y mi
hermano, Tomas, y yo la llevamos al taller con solamente una vela para alumbrar, lo
admito libremente: estábamos tratando de asustarla.

La broma iba bien con nosotros.

“¿No la hizo tu abuelo?” Preguntó fascinada, poniendo su cara hasta el cristal


para ver mejor la marioneta. Se veía más maniaca de lo usual por la luz de la vela con
la claridad oscilante en sus negros ojos haciendo parecer que nos contemplaba.
“El jura que no,” dijo Tomas “El dice que la capturó.”

“La capturó,” repitió Karou “¿Y dónde capturan los abuelos… zorros no-muertos
cosacos?”

“En Rusia, desde luego.”

“Desde luego.”

Es la mejor y más aterradora de todos los tiempo historia para dormir de Deda, y
la más solicitada, eso ya es decir bastante porque Deda tiene muchas historias, cada
una absolutamente cierta. “Que me parta un rayo en dos si estoy mintiendo” dice
siempre, y hasta ahora no le ha caído ningún rayo. Él aporta además una “prueba” para
cada historia. Recortes de periódicos, objetos, baratijas. Cuando éramos pequeños,
Tomas y yo creíamos devotamente que el mismo Deda salió corriendo de un golem
furioso en 1586 (él tiene una masa de barro petrificado en la forma aproximada de un
dedo del pie), perseguido a la bruja Baba Yaga a través de la taiga a petición de
Catalina la Grande (quien le entregó una medalla de la Orden de San Jorge por sus
problemas), y sí, arrinconado a un merodeador zorro no-muerto cosaco en una bodega
de Sevastopol, en los últimos días de la guerra de Crimea. ¿Prueba de esa aventura?
Bueno, aparte de la propia marioneta, está el tejido cicatrizado enrollando los nudillos
de su mano izquierda.

Porque sí, esta es la historia: la marioneta… muerde.

“¿Qué quieres decir con que muerde?” preguntó Karou.

“Cuando pones tu mano en su boca” dije tranquila “muerde.”

“¿Y por qué razón pondrías tu mano en su boca?”

“Porque no sólo muerde” bajé mi voz a un susurro “también habla, pero sólo si la
dejas probar tu sangre. Le puedes hacer una pregunta y te contestará.”

“Cualquier pregunta” dijo Tomas, también susurrando. Él es dos años mayor que
yo, y no había mostrado tanto interés en juntarse conmigo en más de una década. Es
posible que tenga algo que ver con mi impresionante nueva mejor amiga, que él me ha
estado siguiendo por ahí como un sirviente asignado. Dijo, “pero sólo una pregunta por
persona y de por vida, por lo que es mejor que sea una buena.”

“¿Qué le preguntó tu abuelo?” Karou quería saber, lo cual es exactamente lo que


queríamos, que preguntara.

“Déjame ponerlo de esta manera: está en esa caja por una razón.”
La historia es complicada y espantosa. En verdad, si alguna vez me convierto en
una asesina o algo así, los periódicos podrían decir más o menos, no tenía ni una
posibilidad de ser normal. Su familia la trastornó desde el día en que nació. Porque
¡qué historias de antes de dormir para contarles a niños pequeños! Están llenas de
cadáveres y demonios e infestaciones, cosas no naturales eclosionando de los huevos
de tu desayuno y sonidos de huesos astillándose. Pensaba que todo el mundo era así,
que cada familia tenía sus tíos arúspice secretos, sus ventrílocuos combatientes de la
resistencia, sus marionetas que muerden. En una hora de dormir normal, Deda
concluiría con algo como, “Y Baba Yaga me ha estado cazando desde entonces,” y
luego ladearía su cabeza para escuchar en la ventana. "Eso no suena como garras en
el tejado, ¿verdad, Podivná? Bueno, probablemente son sólo cuervos. Buenas noches.”
Y entonces me besaría y apagaría la luz, dejándome para que durmiera con el arañar
imaginario de una bruja come-niños escalando el techo.

Y yo no lo habría logrado de ninguna otra manera. Quiero decir, ¿quién sería yo


si me hubiera criado con cuentos de dormir enclenques y no obligada a desempolvar la
prisión de cristal de un psicótico zorro no-muerto cosaco? Me estremezco de sólo
pensarlo.

Podría usar cuellos de encaje y reír pétalos de flores y perlas. La gente podría
tratar de acariciarme. Ya los veo, piénsenlo. Mi estatura desencadena el reflejo
cachorro-gatito –Se debe tocar– y he descubierto que, puesto que no se puede
electrificar uno mismo como una cerca, la segunda mejor opción es tener ojos de
asesino.

El punto es, yo no sería “hada rabiosa”, que es el apodo de Karou para mí, ni
“Podivná” el cual es de Deda. Es por mucholapka podivná, o Venus atrapamoscas, en
honor a mi “sed de sangre tranquila” y “astucia paciente” en mi guerra permanente con
Tomas.

Cualquier persona con un hermano mayor puede decirlo: se requiere astucia.


Incluso si no se es miniatura como yo –un metro y medio cuando estoy de buenas,
apenas uno con cuarenta con desesperación, que últimamente es muy seguido–. La
morfología está del lado de los hermanos. Son más grandes. Sus puños son más
pesados. Físicamente, no tenemos oportunidad. De ahí la evolución del “cerebro de
hermana pequeña.”

Ingenioso, conspirador, despiadado. Sin lugar a dudas, el ser una hermana


pequeña –énfasis en pequeña– ha sido formativo, sin embargo me enorgullece saber
que Tomas tiene más cicatrices por los años de lidiar conmigo, que al revés. Pero más
que cualquier persona o cualquier otra cosa, es Deda el responsable por el paisaje de
mi mente, el estado de ánimo y el escenario, las espiras y las sombras. Cuando pienso
en niños (lo cual no es muy seguido, excepto para desear que estén en otra parte y
detenerme justo antes de lanzarlos por tanto de una patada), la principal razón por la
que yo consideraría... engendrar alguno (en un sentido teórico, en un futuro lejano)
sería para poder practicar en pequeños cerebros en desarrollo el mismo grado de
moldeo de mente que mi abuelo ha practicado en nosotros.

¡Yo también quiero aterrorizar niños pequeños! Quiero construir espiras en sus
mentes y bailar sombras a través de ellas como marionetas, perseguidos por susurros
e insinuaciones de lo innombrable.

Quiero torturar a futuras generaciones con La Marioneta Que Muerde.

“Él le preguntó cómo y cuándo iba a morir.” Le dije a Karou.

“¿Y qué contestó?” Parecía asustada, lo cual quizás debería haber cuestionado,
porque a pesar de que sólo habíamos sido amigas por un par de meses y no sabía casi
nada de ella, estaba claro que era valiente. La marioneta es un espécimen bastante
horrible, sin embargo, y la tormenta era fuerte, la pálida luz de la vela.

El escenario estaba listo.

“Abrió sus fauces de hueso desnudo,” dije reuniendo toda mi teatralidad, “y con
una voz como de hojas muertas sopladas sobre una calle vacía, le dijo, aunque no
tenía forma de saber su nombre, usted morirá, Karel Novak… ¡CUANDO YO LO
ASESINE!”

En ese momento, Tomas golpeó la caja de cristal para que la marioneta


pareciera saltar, y Karou se sobresaltó, y luego se echó a reír y le dio un puñetazo en el
brazo.

“Ustedes dos son terribles,” Dijo, y ahí debería haber terminado todo. Ese era el
pináculo de nuestra broma –la hora amateur, ahora lo sé– pero ella se sobresaltó de
nuevo y me agarró del brazo. “¿Vieron eso?”

“¿Ver qué?”

“Juro que se movió.”

Y se veía asustada. Su respiración se volvió poco profunda, y ella estaba


sosteniendo mi brazo muy apretado, sólo mirando a la marioneta. Tomas y yo
compartimos una mirada divertida. “Karou,” dije, “no se movió-”

“Sí lo hizo. Yo la vi. Tal vez está tratando de decirnos algo. Jesús, probablemente
tiene hambre. ¿Cuánto tiempo ha estado allí, de todos modos? ¿Es que ustedes nunca
la alimentan?”
Y la mirada que Tomas y yo compartimos a continuación, fue más como de um,
¿qué? variedad, ya que hasta ese momento, Karou había parecido bastante normal.
Bueno, está bien. Karou jamás parecía normal, con el pelo azul y tatuajes y dibujando
monstruos todo el tiempo, pero ella parecía mentalmente sana. Pero cuando empezó a
preocuparse por si la marioneta estaba hambrienta, había que preguntarse.

“Karou-” Empecé a decir.

Ella me cortó “Espera. Quiere decirnos algo. Puedo sentirlo.” Ella la miraba
fijamente, y con vacilación se inclinó hacia la marioneta hasta que su cara quedó a
unos treinta centímetros más o menos del cristal y luego le preguntó, con esa vacilante,
voz suave –como lo harías con un cuerpo que encontraste tirado en la calle y no sabes
si está borracho o está muerto– “¿Estás… bien?”

Por un segundo, nada pasó. Por supuesto que nada pasó. Era una marioneta en
una caja de cristal. Nadie la estaba tocando. Sin duda, nadie la estaba tocando. Karou
se aferraba a mí, Tomas había dado un paso atrás y yo sé que yo no lo hice.

Por eso, cuando, de repente, volvió la cabeza y chasqueó sus mandíbulas hacia
nosotros, grité.

Tomas también gritó, y Karou también. Sabiendo lo que sé ahora, alabo sus
malvadas costillas por ese grito. Ni por un segundo se me ocurrió que ella podría ser la
responsable. Es decir, ¿por qué habría de serlo? Ella claramente no la había tocado.
Todo mi terror hacia La Marioneta Que Muerde volvió inundándome instantáneamente.
Era verdad, todo era absolutamente verdad, y si esa historia era verdad, tal vez todas
las historias de Deda lo eran, y oh dios mío, ¿cuántas veces había considerado el
romper el cristal, y si lo hubiera hecho, estaríamos todos muertos?

Ni siquiera recuerdo haber corrido. Sólo, la siguiente cosa que supe, es que los
tres habíamos cruzado el patio del taller y habíamos cerrado de golpe la puerta trasera
de la cocina, chillando. La casa estaba llena de una multitud navideña, tías, tíos, primos
y vecinos, todos bien familiarizados con las historias de Deda, y hubo grandes
carcajadas al vernos –¡adolescentes!– Locos de terror, balbuceando que la marioneta
estaba viva. “No, en serio, volvió la cabeza. ¡Chasqueó sus mandíbulas!”

Nadie nos creyó, y Tomas selló nuestro destino cuando, en cuestión de minutos,
se retractó y se atribuyó todo el asunto. “Deberían haber visto sus caras,” nos dijo a
Karou y a mí, como si pudiera borrar su propio grito fuerte y agudo de nuestras mentes.
Puso en su cara petulante ese oh niñas que es tan profundamente indignante en los
hermanos mayores y que se vio aún peor porque él estaba mintiendo descaradamente.
Por esta traición él pagaría muy caro un par de días más tarde, pero eso es otra
historia.

El punto de esta historia es que nunca olvidaré el sonido de esos afilados


dientes de zorro chasqueando, tres veces en una sucesión rápida, y nunca olvidaré la
perfecta claridad de terror que me recorrió cuando, en un instante, mi siempre muerta
creencia en la magia, estalló de nuevo a la vida.

No duraría. Se moriría de nuevo, hacia abajo a un mínimo atisbo de


incertidumbre, pero resulta que yo tenía razón para creer. Fue magia. Simplemente no
del tipo que yo creía.

La Marioneta Que Muerde es sólo una marioneta, pero… Karou no es sólo una
chica.

Esa Nochebuena fue mi primera exposición a los scuppies, aunque no lo sabría


por más de dos años –dos años ella me dejó creer que la marioneta estaba
hambrienta, qué descarada– hasta hace un par de semanas cuando Kishmish voló en
llamas a través de su ventana y murió en sus manos.

Eso fue… un shock. Ver a Kishmish morir fue un shock. Verlo en sí fue un shock
y averiguar que es real –o era real– y no sólo algún vuelo de fantasía de la imaginación
de Karou. A primera vista parecía sólo un cuervo, pero una vez que te enfocabas en él,
tu cerebro empezaba a emitir mensajes de error: algo no estaba bien, no era normal. Y
entonces: oh, eran sus alas. Eran alas de murciélago. Y su lengua. Era la lengua de
una serpiente. Interesante, y eso, fue sólo el punto de entrada.

No era sólo Kishmish. Todo en el cuaderno de dibujo de Karou era real, y el


collar de cuentas africanas que siempre usa son en realidad deseos. “Deseos casi
inútiles,” eso es porque los scuppies son los más débiles que hay. Ahora mismo ella
está viajando, tratando de conseguir algunos más poderosos, pero antes de dejar
Praga ella me dio un regalo. Y lo estoy viendo justo ahora.

En la palma de mi mano, del tamaño de perlas, no hay dos iguales en color o


patrón son inconfundibles cuentas de collar africano, son cinco scuppies. Quizás sean
casi inútiles, pero incluso un scuppy es más magia de la que he tenido en mi mano
jamás, y tengo cinco.

Cinco pequeñas armas secretas para agregar un condimento de magia a cierto


plan que estoy cocinando.

Que ¿qué plan?


El plan para finalmente –finalmente, finalmente– conocer al chico del violín, y
moverle el tapete.

Yo, ¿moverle el tapete a él? Lo sé. Las leyes de la selva y las novelas
románticas van al revés, pero yo no voy a esperar ni un segundo más para eso. Las
chicas enclenques, criadas con historias de princesas pueden esperar pacientemente y
batir sus pestañas en un desesperado código Morse – mírame, nótame, por favor– pero
yo no soy de esas chicas. Bueno, para ser honesta, lo he sido por tres meses, y ya he
tenido suficiente. ¿Qué me sucede? Cuando Karou habla acerca de mariposas en el
estómago y líneas invisibles de energía y todo eso, me burlo de ella por ser una
romántica empedernida, pero QUERIDO DIOS. ¡Mariposas! ¡Líneas invisibles de
energía!

Lo entiendo.

Me siento licuada, como un pepino olvidado en el cajón de las verduras, y quiero


mantenerme al alcance de la mano y llevarme al bote de basura. ¿Quién es este saco
de nieve haciéndose pasar por mí? Es intolerable. Si Karou puede salir a rastrear a las
personas más horribles del mundo y robarles sus deseos, entonces yo puedo salir con
un maldito chico.

Soy un hada rabiosa. Soy una planta carnívora. Soy Zuzana.

Y el chico del violín ni siquiera sabrá qué lo golpeó.


2
Ese Tipo De Alien

Esto es lo que sé:

1. Su nombre es Mik.
2. Toca el violín en la orquesta de El Teatro De Marionetas De Praga.

Si hablamos de datos reales, eso es. Eso es todo lo que tengo. Pero no estamos
hablando de datos reales. Estamos hablando de lo que sea que yo quiera hablar, así
que diré que Mik es una de esas personas que puedes ver e imaginarlo totalmente
como un niño. ¿Saben que hay algunas personas que pareciera que nunca fueron
niños, sino que simplemente salieron de un catálogo ya como adultos, mientras que
otras personas ni siquiera tienes que entrecerrar los ojos para imaginarlos bajando las
escaleras en Navidad con su pijama de superhéroes? Mik es de estas últimas. No es
que sea “infantil”, aunque supongo que lo es un poco –pero sólo un poco– es sólo que
hay algo directo y real y eléctrico y puro que no se ha perdido, la intensa emoción sin
diluir de la infancia. La mayoría de la gente la pierde. Se vuelven mansos y fríos.
¿Saben que hay personas que creen que frío equivale a aburrido, y actúan como si
fueran científicos aliens que sacaron la pajilla más corta y terminaron asignados para
observar a esta especie inferior, los humanos, y que sólo se recargan en las paredes
todo el tiempo, suspirando y esperando a ser llamados a casa, a Zigborp-12, donde
están todos los genios fascinantes?

Sí bueno, Mik no suspira o se recarga, y sus ojos están completamente abiertos


como si algo impresionante pudiera pasar en cualquier momento y no quisiera
perdérselo. Si él es un alien, es uno de un planeta gris sin pizza y sin música, y el los
adora aquí.

Entonces, hay un hecho no-real acerca de Mik. Él es ese tipo de alien. ¿Saben
cómo lo he, mmm, averiguado? de observación casual. Desde la distancia. Durante
varios meses de asecho, de observación. (No es acoso si no lo sigues a casa,
¿verdad?)

Él se ruboriza cuando toca el violín. Eso es una especie de hecho real, supongo.
Es de piel blanca, con esas mejillas rosadas que lo hacen parecer como si acabara de
llegar del frío, y es de aspecto suave. Acariciable. No es lampiño ni mucho menos;
tiene patillas y barbita de chivo. Él es un hombre, pero tiene la piel como la de una
princesa de dibujos animados. Jamás le digan que dije eso, aunque lo haya dicho en el
mejor de los sentidos. Tiene la piel de princesa de dibujos animados más varonil que
exista.

Tiene, probablemente, veintiuno o veintidós años, y aunque él no es miniatura


como yo, tampoco es tan alto. ¿Un metro con setenta y tres quizás? A simple vista,
tiene una altura decente para besar si me pongo plataformas, aunque por supuesto se
requeriría una prueba en vivo antes de que se pueda emitir la certificación oficial de
Compatibilidad Para Besar.

La cual se emitirá.

Pronto.

O yo podría implotar.

Porque, sólo digamos que el tipo de alien que yo soy es del tipo de un planeta
de monos tontorrones sin labios y chicos-babosa babeantes, donde el afecto por la
variedad facial conlleva un profundo riesgo de obscenidad. Con esto quiero decir que…
No he elegido aún a otro ser humano para otorgarle la gracia de mi saliva. Nunca he
besado… a nadie. Nadie sabe esto, ni siquiera Karou. Es un secreto. Mi anterior mejor
amiga lo sospechaba, y ahora está en el fondo de un pozo. (En realidad no. Ella está
en Polonia. No tuve nada que ver con eso.) Hasta ahora, los candidatos a besar han
sido, en el mejor de los casos, nada tentadores. Hay chicos que uno mira y quiere tocar
con la boca, y hay chicos que uno mira y quisiera usar una de esas mascarillas
quirúrgicas de las que todos tenían en China durante la gripe aviar. Hay muchos más
chicos-gripe aviar en general.

Pero a Mik, quiero tocarlo con mi boca. Su boca, con mi boca. Tal vez también
su cuello.

Pero primero lo primero: ponerle al tanto de que existo.

Es probable que él ya esté al tanto, aunque sea sólo del modo de “no pisen a la
chaparrita”. Trabajamos en el mismo teatro los fines de semana. Ocasionalmente
pasamos al alcance uno del otro. Sin alcanzarnos. Su proximidad me provoca algo
extraño y sin precedentes. Mis latidos se aceleran, me vuelvo inusualmente consciente
de mis labios, como si se hubieran activado para el trabajo, y me ruborizo.

Hace algún tiempo, por diversión y por maldad, Karou y yo solíamos practicar
nuestros insinuantes ojos de eres mi esclavo, en chicos mochileros en la Plaza de la
Ciudad Vieja, y tengo que decir que soy bastante buena en ello. Tienes que imaginarte
que estás enviando pequeños rayos tractores con los ojos, jalando de manera
irresistible al chico hacia ti. O anzuelos: más densos igual de efectivos. Funciona;
inténtenlo. Tienen que realmente visualizarlo, el rayo saliendo de sus ojos y acertando
en los de ellos, aprovechándose de ellos, obligándolos. Lo siguiente que sabrán es que
están viniendo hacia ustedes, y ahora el reto es deshacerse de ellos. (Descubrimos
que actuar nerviosas, con un montón de miradas furtivas sobre nuestros hombros y
diciendo con un acento checo pesadísimo, todo misterioso e implorando: “Te lo ruego,
vete ahora, por tu propia seguridad, por favor”, generalmente completa el truco.)

Una vez Karou conoció a ese patán Kaz, nuestro juego de chicos mochileros
terminó, pero está bien. Ya había perfeccionado mis ojos de eres mi esclavo. Debería
estar lista. Pero cerca de Mik mis poderes me abandonan. Olviden los ojos insinuantes;
pierdo la función motora básica, como si mi cerebro enfocara toda la actividad neural
en mis labios y cambiara a la modalidad de preparación para besar demasiado pronto,
perjudicando cosas como el habla y caminar.

Si no ocurriera eso, yo podría hacer lo normal y tratar de hablar con él –Tal vez
un “Excelente interpretación con el violín, hombre guapo”– No confío en que mis piezas
bucales no me traicionen, ya sea que vayan a tartamudear, quedarse en silencio o
pararse en posición de beso.

Además, en el teatro, siempre hay gente alrededor, posibles testigos de la


humillación, y eso es inaceptable. No, tengo que atraerlo, como una luz que se cierne
sobre el pantano, provocarlo a ir más y más profundo en el bosque hasta que se haya
perdido y condenado. Sin el bosque y sin la condenación –sólo la atracción–. Como
una Venus atrapamoscas que dice soy una deliciosa flor ven y pruébame y entonces
¡zas! Sin la devoración.

Bueno, tal vez un poquito de devoración.

Aquí vamos. Tengo scuppies en mi bolsillo y deseo en mi corazón.

Esta noche es la noche.


3
Tratamientos Para La Calvicie Femenina

Le mando un mensaje a Karou: Esta noche es la noche.

Su respuesta llega de inmediato, lo que me hace sentir como si ella estuviera en


la ciudad, justo en su piso, en La Cocina Envenenada o algo, pero no lo está. Me
escribe: Conquistarás. Eres Napoleón (Antes de Waterloo, por supuesto. Y más linda.)

Hmmm. Le escribo de vuelta: ¿Entonces estás diciendo que debería… atacarlo?

Karou: Sí. Atolóndralo con tu asombrosidad. Que vea su vida hasta ahora como
un sueño pálido ante la diosa. Su vida real empieza ESTA NOCHE.

A lo mejor un poco exagerado, pero agradezco el voto de confianza. ¿Dónde


estás, demente?

–Sudáfrica. Tratando de localizar a este cazador furtivo. No creo que él quiera


ser encontrado.

–Eso suena… ¿seguro?

–¡Y divertido! Alguien robó mi cepillo para el cabello de mi cuarto de hotel, y dejó
una serpiente muerta colgando del pomo de la puerta. Por la boca.

–¿QUÉ?

–Sólo otro día común en África. Mejor ver a un médico brujo para una limpia
universal. Espero no tener que beber sangre esta vez.

–¿Sangre? ¿Qué clase de...? No importa. No me lo digas. NO.

–Humana. Duh.

– DIJE QUE.

–Sólo bromeo. Nada de beber sangre. Mejor me voy. TÚ. Es hora de que tengas
un enamoramiento espectacular esta noche. ¿Quieres cambiar vidas?

Esto me da una pausa por un segundo, porque es a lo más cerca de quejarse


que ha llegado Karou desde la noche en que nos paramos frente a esa puerta en
Josefov y vimos el fuego azul reducirla a cenizas. Ella estaba en shock, y en pena y en
furia, pero nunca una pizca de autocompasión. Después de que pasó un día
devanando, abrazándose a sí misma, y con la mirada fija, enterramos a Kishmish en
Letná Park, y luego se sacudió la apatía del rostro y forzó a sus ojos a enfocarse y se le
ocurrió un plan. El cual a su vez me inspiró para hacer uno también, aunque sí, el mío
es más besos y menos beber sangre. Así que ahí está eso.

Le escribo de vuelta: Si digo que no ¿soy una mala amiga?

–Jamás. Sólo recuerda cada detalle. Necesito cuentos de hadas en estos


momentos. Hadas rabiosas.

La amo. Le escribo: Lo prometo. Por favor cuídate. Y ahí termina, porque ella no
contesta. La imagino desenganchando la boca de una serpiente del pomo de la puerta
con el fin de entrar en un solitario cuarto de hotel en algún lugar de África y siento esta
mezcla de incredulidad y creencia, actitud protectora, tristeza vicaria y sensación de
estar perdida. Culpa. Una parte de mí cree que debería estar con ella en esta loca
carrera en la que está, pero sé que no estoy en condiciones para eso. No sé pelear, o
hablar zulú o urdú o lo que sea, y ella más bien tendría que preocuparse por
protegerme, se lo ofrecí. Dijo que no. Dijo que yo soy su ancla: tengo que conectarla
con la “vida real,” permanecer en la escuela, mantenerla al tanto de Wiktor la momia
viviente, y los pelos de la nariz del profesor Anton, y si Kaz se atreve a mostrar su cara
por La Cocina Envenenada.

Y Mik. Tengo que hablar con Mik. Ella fue muy insistente acerca de eso.

Si todo sale bien esta noche, habrá charla. En algún punto. Uno asume. Sólo no
empezaré con eso. Empezaré con un dibujo. He estado trabajando en él por un par de
semanas, volviendo a hacerlo una y otra vez, y finalmente es lo suficientemente bueno:
un dibujo digno de poner en marcha una historia de amor.

Historia de amor. ¿No suena eso tan de la edad media? Y también funesta.
Como funesta es un prefijo comprendido de historia de amor. Bueno, funesta está bien,
siempre y cuando sea una funesta, carnosa y cargada historia de amor, y no una pálida
e insípida. No estoy buscando destino. Tengo diecisiete. Estoy buscando besar, y
avanzar unos cuantos pasos en el tablero de juego. Ya saben, hacer algo de vida.

(Con mis labios.)

El dibujo está en mi mochila junto con mis otros… accesorios. Un par de cosas
ya han sido colocadas alrededor de la ciudad. Todo tenía que estar listo antes de ir a
trabajar, y voy a trabajar… ahora.

Hola Teatro De Marionetas De Praga. Sólo otro sábado. Simplemente subo las
escaleras con mi mochila llena de trucos, nada de maquinaciones por aquí…
Oh Dios mío, ahí está.

Gorro de lana, chamarra de piel café, estuche de violín. Dulces, mejillas frías y
rosadas. Qué adorable visualización de persona. Es como una buena portada de libro
que atrapa la mirada. Léeme. Soy divertido pero inteligente. No serás capaz de
dejarme. Hay un saltito en su caminar. Es música. Está usando audífonos –De los
grandes, no de los pequeños que van dentro de la oreja– Me pregunto que estará
escuchando. Probablemente Dvořák o algo así. Lleva una corbata rosa. ¿Por qué no la
odio? Yo odio el rosa. Excepto en las mejillas de Mik.

Hola mejillas de Mik. Pronto nos conoceremos mejor.

¡Aah! Contacto visual. Mira hacia otro lado.

(¿Acaso él se… ruborizó?)

Pies, ayúdenme aquí. Estamos en curso de colisión. A menos que tomemos


acciones evasivas inmediatas, nos vamos a encontrar con él justo en la puerta.

¡Pánico!

¡Hey, mira este fascinante anuncio en la pared! Debo hacer una pausa aquí y
arrancar una de estas pequeñas fichas con el número telefónico para poder llamar y
preguntar acerca de los efectos que te cambian la vida… ¿Tratamientos Para La
Calvicie Femenina?

Genial.

“No es para mí,” digo bruscamente, pero el peligro ha pasado. Mientras miraba
con profunda fascinación el volante de calvicie femenina, Mik entró al edificio.

Por poquito. Casi –en palabras de Karou– “entramos en el campo magnético uno
del otro por primera vez.” Él habría tenido que sostener la puerta para mí. Yo habría
tenido que reconocérselo con un guiño, una sonrisa, un gracias, y después caminar
enfrente de él todo el largo del pasillo, preguntándome si me estaría mirando. Sé como
iría todo. De repente sería consciente de cuántos grupos musculares se involucran en
el arte de caminar y trataría de controlar conscientemente cada uno de ellos como un
titiritero, y terminaría pareciendo como si estuviera en un cuerpo prestado el cual no
domino todavía.

De esta manera, puedo caminar por el pasillo mirándolo.

Hola, espalda de Mik.

En su estuche de violín hay una calcomanía que dice:


TODO ES UN MILAGRO. ES UN MILAGRO QUE UNO NO SE DERRITA EN LA
DUCHA.

-PICASSO

Lo cual para nada me hace imaginar a Mik en la ducha. Porque eso estaría mal.

Adiós, espalda de Mik.

Se va a través de su puerta, y yo a través de la mía, y así es perpetuada por otra


noche más, una de las grandes injusticias del mundo: la segregación de músicos y
titiriteros.

Ellos tienen su sala tras bambalinas y nosotros la nuestra. Uno creería que
alguien tiene miedo de que vayamos a hacer un escándalo. Hay un violonchelista en
nuestro territorio – ¡Atrápenlo! O, más probable pero menos interesante, es una simple
cuestión de espacio. Ninguna sala es demasiado grande, solamente son cuartos con
lockers, sin ventanas y con un par de tristes sofás. Los sofás de los músicos son un
poco más tristes que los nuestros, una muestra de la jerarquía aquí. Los titiriteros
llevamos la batuta, aunque tampoco es un lugar de descanso muy elegante. En
general, los músicos respetan su estatus (es decir, fácilmente reemplazables), pero los
cantantes, no tanto.

La razón por la que odio cuando interpretamos óperas –como ahora, estamos
haciendo Fausto de Gounod– no es porque no me guste la ópera. No soy una filistea.
Sólo no me gustan los cantantes de ópera. En especial las bochornosas sopranos
italianas con sus gruesos delineadores que salen a tomar unos tragos con la sección
de cuerdas después del show. Ejem, Cinzia “lunar falso” Polombo.

En fin. Son los titiriteros lo que importa aquí. Hay diez, seis de ellos están en la
sala ante mí, llenándola bastante bien. “Zuzana,” dice Prochazka en el segundo en que
me ve. “Mefistófeles está ebrio de nuevo. ¿Te importaría?”

Demonio borracho. Todo en un día de trabajo. Aclarando, yo no soy titiritera. Soy


una fabricante de marionetas, un especie completamente diferente. Algunos titiriteros
hacen las dos cosas: construir y actuar. Pero mi familia siempre se ha apegado sólo a
la fabricación, con la idea de que se puede ser decente en dos formas de alta arte, o se
puede sobresalir en una. Nosotros sobresalimos. Excelentemente. Aún así es
necesario que un fabricante de marionetas sepa manejarlas. Mi profesor en el Liceo –
Prochazka, que también resulta ser el titiritero principal aquí– requiere experiencia
teatral práctica, así que aquí estoy. Me escabullo a buscar a los titiriteros, encuerdo
marionetas, retoco la pintura, remiendo trajes y presto un par de manos para cosas
sencillas, como pájaros revoloteando o el sonido de cascos de caballos.
En este caso, Mefistófeles tiene una cuerda floja, haciéndolo parecer como si
estuviese borracho. Es fácil de arreglar. “Seguro,” digo y coloco mis cosas en mi
casillero, más consciente de lo normal del contenido de mi mochila. Una vez que las
salas quedan despejadas –titiriteros al escenario y músicos al foso de la orquesta–
tengo algunos asuntos furtivos que hacer. Pensar en esto hace retumbar mis latidos.

Tengo que irrumpir en el estuche de violín de Mik.

Cojo mi kit de herramientas. Primero tengo que devolverle la sobriedad a un


demonio.
4
Drástico

Es el segundo acto. Escucho a Mefistófeles cantar. Le envío un mensaje de


texto a Karou: Tenga la amabilidad de confirmar: si alguien es malo, entonces matarlo
no es delito. Es NECESARIO, y no sólo legal, sino alentado. ¿Cierto?

No hay respuesta.

Después de un minuto, le envío otro: Tomaré tu silencio como un SÍ. Afilando el


cuchillo. Contesta ahora para detenerme. 3-2-1… Ok entonces. Aquí voy.

Tampoco hay respuesta.

Un último mensaje: Ya está hecho. Justo ahora estoy arrastrando por el cabello
a una cantante de ópera al taxidermista. Planeo disecarla y tenerla montada encima de
la tele de la tía Nedda.

Por un momento, mi frustración acerca de la soprano se menoscaba por la


ansiedad de plantearme qué podría estar haciendo Karou en Sudáfrica que no puede
contestar el teléfono. ¿Cazador furtivo, o médico brujo? No tengo éxito imaginándomelo
y regreso a la frustración.

¡ARGH! Prochazka me mantuvo corriendo durante el primer acto, luego


estuvieron los cambios de set, y justo cuando iba a escabullirme, Hugo tuvo que ir a
hacer pipí y me entregó a Siebel, ¡aunque no sé muy bien como operar una marioneta
durante un show! Lo bueno fue que no tuve que hacer nada, más que mantenerla por
ahí de pie, y cuando Hugo volvió, hice mi escape –volví a la sala de titiriteros a agarrar
mi dibujo y luego… justo cuando estaba a punto de deslizarme en la sala de músicos…

“¡Disculpa. Chica!”

Cinzia Polombo apareció en la puerta. ¿Chica? Ella de hecho tronó los dedos
para llamar mi atención. Oh sí. Pero se pone mejor. Me entregó su taza de café vacía y,
como no habla checo, me dijo en inglés, con una R exuberante e imperiosa, “Apurrate.”

Oh, sí. Me apuré.

Si alguien ha llenado una taza de café con colillas de cigarro más rápido de lo
que yo lo hice esta noche, me sorprendería bastante.
“¿No es lo que querías?” Le pregunté con la más pura inocencia mientras ella
abría la boca estupefacta.

“¡Café! ¡Quiero café!”

“Ohhh. Por supuesto.” Dije “Eso tiene mucho más sentido. Ahora regreso.” Y al
volver le tendí su taza, ahora llena de colillas de cigarro y café, y seguí caminando.

“¡Disgraziata!” Me gritó vertiendo el contenido en el piso, pero yo seguí


caminando, de vuelta a la sala de titiriteros, donde me siento, en el más triste de los
sofás, frustrada. Cinzia aún está en la sala de músicos, donde no debería. Su entrada
es en cualquier minuto. ¿Qué está haciendo allí aparte de maldecir en italiano? ¡Voy a
perder mi oportunidad!

Mi teléfono vibra. Es Karou. Por fin. Su mensaje dice: Vé al taxidermista en


Ječná. Son los mejores con humanos.

–Perfecto. Gracias por el consejo. ¿Encontraste a ese cazador furtivo?

–Desafortunadamente para él.

–¿Deseos?

–Un montón de shings solamente. Nada más fuerte.

Eso apesta. Ella está buscando deseos más poderosos, y los shings, yo sé que
son sólo un poco más fuertes que los scuppies. Le digo: Bueno, ¿peor es nada?

–Sí. Estoy muy cansada. Me voy a dormir. ¡ID Y CONQUISTAD!

De nuevo, no puedo ni imaginarme lo que sea que haya pasado en Sudáfrica.


En cuanto al taxidermista, por un segundo considero revisar a ver si en realidad hay
uno en Ječná, pero desecho la idea. Si Karou acostumbrara disecar humanos, ese
idiota Kaz ya no andaría por ahí.

Al pensar en Kaz, y en el continuo sonido de cuerdas agudas de una soprano


maldiciendo en italiano, no puedo dejar de imaginar lo que podría hacer en este
momento con un suministro ilimitado de scuppies. En realidad, Karou fue
increíblemente restringida. No podía confiar en mí. Estaría molestando personas con
picores todo el tiempo, a la menor provocación. Piénsenlo. Con el poder del picor –
mejor aún, con el poder del picor de trasero– uno sería el amo de cualquier situación.

Tal vez no de cualquier situación. Eso en realidad no me ayudaría con Mik.


Como sea. No desperdiciaré ni un solo scuppy en Cinzia Polombo. Los guardaré para
el encantamiento de Mik.
SI ES QUE ALGUNA VEZ TENGO LA OPORTUNIDAD DE INVADIR SU
ESTUCHE DE VILOLÍN, MALDICIÓN.

Por fin: un portazo, y fuertes pisadas, y Cinzia está fuera del panorama. Tomo mi
dibujo –Está enrollado como un pergamino, los bordes quemados y atado con un listón
negro– y me escurro hasta la puerta de la sala de músicos. Está abierta, y puedo ver
que no hay nadie dentro.

No tiene sentido esperar. Como de rayo estoy dentro, abriendo las puertas del
casillero, consciente de que si alguien llegase a entrar, quedaría totalmente como una
ladrona. No sé cuál es el casillero de Mik, y es imposible abrir y cerrar las puertas
metálicas en silencio, además algunas tienen candado, así que sólo puedo esperar lo
mejor…

Y luego lo encuentro. Todo es un milagro. Es un milagro que uno no se derrita


en la ducha.

Todo es un milagro, ¿verdad? Pregúntame de nuevo al final de la noche.

Abro el estuche de violín y pongo el rollo dentro. Lo cierro, cierro el casillero y


me retiro. Hora de escapar. Como de rayo regreso hacia la puerta, falda de Cinzia,
salpicaduras de café y cigarros, y me deslizo de nuevo en la sala de titiriteros, donde
me tomo un profundo respiro. Otro. Otro. Entonces me pongo el abrigo, recojo mis
cosas.

Este es el momento en el que me alejo del Teatro De Marionetas, posiblemente


para siempre. Me siento como un bravo trabajador de La Resistencia que ha plantado
una bomba, y ahora se tiene que alejar, de manera cinematográfica, sin mirar atrás.
Porque esto es lo que decidí: si las cosas no salen bien esta noche, jamás regresaré
por aquí. Es la única forma de hacer esto, quitando la inevitabilidad de la vergüenza.
No tengo que volver a ver a Mik. No habrá incomodidad, ni rubor.

Sin rubor.

De repente me veo sorprendida por una posibilidad muy latente de no volver a


ver a Mik ruborizarse otra vez, y mi corazón… duele. Nunca antes me había dolido el
corazón. Es un dolor real, como un moretón, y me pilla con la guardia baja. Siempre
había creído que la gente inventaba eso. Esto me hace preguntarme acerca de los
besos y los fuegos artificiales y todas esas otras cosas que siempre asumí que eran
inventadas. Y el dolor regresa, porque ya está hecho, las cosas se han puesto en
marcha y pronto lo sabré, una u otra manera. Vendrá o no vendrá. ¿Y si no viene?

Oh Dios. ¿Es demasiado drástico? Quizá debí tener fe y hacerlo de la forma


normal: rubor feroz, paso del tiempo, esperanza y añoranza, siempre alerta ante alguna
señal de interés hasta que pudiera ocurrir un intercambio de una pequeña charla.
(“¿Has probado este tratamiento para la calvicie femenina? He oído que te cambia la
vida.”) Y tal vez después de un tiempo la charla se convierta en deslizarse a tomar un
café juntos… ¿O tal vez la ruborización simplemente siga y siga y no pase nunca nada,
ni drástico ni de ningún tipo, y entonces sea como un programa de televisión, donde la
tensión sexual entre dos personajes permanece por tanto tiempo que deja de importar
y simplemente se vuelve polvo?

No. No puedo conformarme con polvo, o con una pequeña charla, o deslizarnos.
Esto tiene que ser drástico. De una u otra manera, esta noche lo sabré.

Quiero ir tras bambalinas y espiar en el foso de la orquesta una última vez, pero
si lo hago, es seguro que alguno de los titiriteros me atrapará para algún trabajo, y no
seré capaz de escaparme. Aún así, me detengo en la puerta del escenario y escucho.
Puedo oír a Cinzia cantar Marguerite, este trágico personaje corrompido en un pacto
con el diablo. Ella parece haber dominado ya su rabia de diva y suena bastante bien en
realidad… para una soprano de tercera, cantando en un teatro de marionetas, como
sea… pero eso no es lo que quiero oír. Quiero escuchar el violín.

Ahí está, ese sonido que surge de entre la música como un rayo de luz
atravesando la oscuridad. Es tan dulce como el amor, tan endiabladamente hermoso
que podría llorar, y es como si todo mi ser formara las palabras por favor.

No creo en oraciones, pero sí en la magia, y quiero creer en los milagros.

Por favor ven, pienso a través de la pared, enviando las palabras hacia el sonido
dulce y puro, y hacia el dulce y puro chico que lo está haciendo.

Y entonces me marcho.

Está nevando. Me envuelvo el rostro con mi bufanda y siento una especie de


paz. Ya jugué mi estrategia.

Ahora todo depende de él.


Él
5
Ojos De Vudú

Cae el telón. La música se desvanece y los aplausos la superan, y cuando bajo


mi violín, otra noche de sábado sentado como un gato en una valla. No soy fan de los
gatos. Con una brillante excepción. Wolfgang estableció un estándar imposible, luego
murió cuando tenía diez años, y desde entonces cada gato ha sido una fuente de
decepción. Les tiendes la mano, y ellos simplemente la miran, y puesto que no son
estúpidos, este acto sólo puede interpretarse como una burla.

Así es amigo, esa es una mano. Tienes dos de esas. Bien por ti.

Y no: Oh, ¿así que quieres acariciarme? Déjame acercarme, porque tú también
me agradas.

Así somos yo y mi noche de sábado últimamente. La noche sólo me mira a mí y


a mi mano hasta que, avergonzado, la bajo y trato de fingir que en realidad no tenía
ganas de acariciarla de todos modos. La cosa es que, las cosas que quiero que pasen
constantemente no pasan. ¿Burlado por el destino? Quizás.

Tal vez esta noche será diferente. No empezó muy bien, pero siempre hay
esperanza.

“Fiesta en Stooge’s,” dice Radan mientras salimos del foso de la orquesta, y eso
es lo opuesto a esperanza.

Es el gato mirándome fijamente, probablemente sea ahí donde termine esta


noche, y si lo hago, eso supondrá otro sábado que se me escurre entre los dedos. Ella
no estará en Stooge’s nunca estaría en Stooge’s. No sé a dónde va después del
trabajo, pero me imagino estrellas y niebla y salones de espejos, y también quiero estar
ahí.

Quiero hacer cosas misteriosas e improbables junto a una chica hermosa y feroz
que parece una muñeca traída a la vida por un hechicero.

¿Es eso pedir demasiado?


La busco en el vestíbulo, pero no la veo. Y la puerta de la sala de titiriteros está
abierta, así que miro mientras paso y ella tampoco está adentro. ¿Acaso ya la perdí?
Probablemente.

No puedo culpar al destino, lo sé. Es mi propia idiotez sofocante. ¿Por qué no


puedo simplemente hablarle? Lo iba a hacer hace rato, cuando estábamos entrando al
teatro. Es embarazoso, pero la estaba esperando bajo la marquesina del otro lado de la
calle hasta que la vi venir. Sólo por un par de minutos. Nada raro. Igual ni sé qué le
habría dicho. Probablemente algo estúpido, como, “Parece nieve”. O posiblemente “Me
gusta el pastel.” (A ella le gusta el pastel. Esa es una de las cuatro cosas que sé de
ella. Las otras son: 2. Su nombre es Zuzana, 3. Está en el último año en el Liceo, así
que probablemente tiene dieciocho, o sea que es joven pero no atrozmente joven, y 4.
Puede congelar la sangre de una persona con una mirada. Lo he visto ocurrir, aunque
no he estado en el extremo receptor. Ella tiene ojos de vudú, y es más que ligeramente
aterrador. De ahí el que aún-no-le-hable.) Pero no dije nada, ni estúpido ni nada,
porque ella se detuvo bruscamente a mirar un volante en la pared, y yo no supe que
hacer, así que seguí caminando.

Maldición.

Me pregunto qué volante sería. Lo voy a tener que averiguar cuando salga. No
estoy seguro si quiero hacer eso, porque me da miedo confirmar mi sospecha de que
ella solamente estaba tratando de evitarme.

En el momento en que entro a la sala de músicos, una voz grita mi nombre y yo


me estremezco. “¡Mik!”

Cinzia. Lo pronuncia “Meeek”, y suena como una condenación: “meek” Y


entonces ella está justo frente a mí y yo me encojo un poco. No puedo evitarlo. Ser
examinado por Cinzia es como imaginarse tener un punto rojo pintado en tu frente y se
siente como la mira de un rifle de francotirador. Ocúltate, agáchate y rueda.

“¿No soné bien esta noche?” Pregunta ella en inglés, con una exagerada
expresión de aflicción. Todo en Cinzia es exagerado, desde su delineador hasta su
forma de caminar, golpeando con su cadera a un transeúnte invisible a cada paso, para
sacarlo de su camino.

“¿Qué? Mmm. Estuviste bien.” Justo lo que cada soprano quiere oír al final de
un show. Estuviste bien.

“Me habían causado un shock, es difícil estar calmado para cantar.”

No tengo planes de preguntar acerca de su shock, pero ya me lo está diciendo.


Estoy en mi casillero abriéndolo, sin prestar realmente atención, cuando escucho las
palabras “chica, marionetas” y me concentro abruptamente. “¿Que ella hizo qué?”
Pregunto.

“La mandé a traerme café, y me trajo una taza llena de colillas de cigarro.
¿Puedes creerlo?

De hecho sí lo creo. “¿La mandaste por café?” Esa es la parte que no puedo
creer. ¿Acaso Cinzia no notó sus ojos de vudú? “Ella no es la chica del café. Es una
creadora de marionetas.”

Cinzia parpadea. “No. La chica, la chaparrita.”

Asiento. “Claro. La chaparrita.” Absurdamente, me siento posesivo hablando de


ella. Creo que es la primera vez que hablo de ella, y no tengo ningún deseo de que sea
con Cinzia. “Como sea,” le digo “aquí nosotros conseguimos nuestro propio café.”

Me frunce el ceño. “Ella puso cigarrillos en mi café,” dice, como si hubiera dejado
de lado el punto, y yo lo único que puedo hacer es tratar de no sonreír, porque sí, eso
es lo que le harías a Cinzia si fueras del tipo de persona que siempre hace lo que
quiere. Así que supongo que ¿Zuzana es del tipo de persona que hace lo que quiere?
Eso exactamente no me presagia nada bueno, ya que ¿No me habría hablado ya si
tuviese algún interés en mí?

Qué patéticamente pasivo, esperando que ella me hable. No es así como quiero
ser. Quiero ser como el chico de las películas que, no sé, saca a pasear a su conejo
con una correa (no tengo un conejo) y sabe exactamente cómo entablar una
conversación atípica y apremiante. Aunque quizás si estás paseando a un conejo con
una correa ni siquiera tengas que hablar; el conejo hace el trabajo por ti. No, Zuzana no
parece del tipo conejil. Tal vez si yo estuviese paseando a un zorro con una correa. O
una hiena. Sí, si tuviese una hiena probablemente nunca tendría que empezar una
conversación.

Excepto por, “Lamento que mi hiena se comiera tu pierna.”

Saco el estuche de mi violín del casillero y lo abro, y… ahí hay algo dentro. Un
rollo de algún tipo, con los bordes quemados como un mapa del tesoro de piratas.
¿Alguna elaborada invitación a una fiesta? No lo sé. Supongo que me quedo viéndolo
por un segundo demasiado largo, porque Cinzia sigue mi mirada, y lo que dice a
continuación cambia el peso del aire.

“¡Ella tenía eso!” declara, en un tono de denuncia triunfal. “La chaparrita. Ella
tenía eso cuando le di mi taza de café.”
¿Qué? ¿Zuzana? Mi cerebro se vuelve lento. ¿Cómo podría… algo que Zuzana
tenía… terminar en el estuche de mi violín?

La esperanza es tentativa. El gato no se acerca, pero es posible que esté


mirando mi mano extendida con algo como, interés.

También es posible que todo sea sólo un error.

Cinzia se estira para tomar el rollo, y yo sin pensarlo le golpeo la mano –


ligeramente– y cuando la miro a la cara, sus fosas nasales están encendidas. Ella me
da su mirada de cómo te atreves, agarrándose la mano, como si le acabara de pegar
con un martillo. No me disculpo, sino que levanto el rollo hacia a mí, ligeramente, como
una reliquia. Los bordes ennegrecidos se descascarillan bajo mis dedos.

No lo siento como un error. Lo siento como una puerta abriéndose, y bocanadas


de aire fresco entrando.

“¿Qué es?” Pregunta Cinzia.

No sé que es. En realidad quiero saberlo, pero no quiero que Cinzia lo sepa, O
Radan o George o Ludmilla o cualquier otra persona que ande por ahí y que me vean
ligeramente interesado. “Nada,” digo guardando mi violín y alejándome. No suelto el
rollo mientras me pongo el abrigo y la mochila, sino sólo lo cambio de mano en mano,
no me cabe duda de que Cinzia lo arrebataría y se sentiría con derecho a abrirlo. En
ese caso quizás sí me gustaría darle un martillazo en la mano. Me guardo el rollo en el
bolsillo interior de la chamarra, ignorando el deslumbramiento de Cinzia con la
capucha.

“Nos vemos mañana,” digo como anuncio general.

Radan se sorprende. “¿No vas a ir a la fiesta?”

“No,” digo, porque sea lo que sea que haya en el rollo, he terminado con mis
noches de sábado por defecto, y Stooge’s, y tratar de bloquear a Cinzia de sentarse en
mi regazo, y pasar todo el tiempo imaginando esa realidad alternativa en la que una
muñeca de porcelana con ojos de vudú podría estar bebiendo té en un bote sin remos
deslizándose por el río Vltava con una sombrilla abierta para mantener la nieve lejos.

O, ya saben algo por el estilo.


6
Carpe Noctem

Considero el baño por privacidad para ver el rollo, pero la puerta está a la vista
de la sala y Cinzia todavía me está mirando con los ojos entrecerrados, así que dejo el
teatro. Está nevando. Me detengo en las escaleras para echar un vistazo al volante que
llamó la atención de Zuzana antes.

No está.

Era una hoja roja con tiras con números de teléfono en la parte de abajo.
Colgando en su lugar ahora hay una hoja de papel blanco con un margen irregular.
¿Arrancado de un cuaderno? Sin líneas, así que: un cuaderno de dibujo. Hay algo
escrito con letras diminutas justo en el centro. Tengo que inclinarme de cerca y
entrecerrar los ojos para leerlo. Dice:

Observa con ojos brillantes todo el mundo que te rodea

porque los mayores secretos se ocultan siempre en los lugares más


inverosímiles.

Aquellos que no creen en la magia nunca la encontrarán.

-Roald Dahl

Y yo sé, estoy seguro que es para mí. Un mensaje. Pero ¿qué se supone que
debo ver? Miro afuera sobre la calle, hay figuras con la cabeza agachada apurándose a
través de la nieve. Nadie me llama la atención. Un trozo del río es visible como la
negrura en un hueco entre dos edificios, y las luces del castillo arrojan un resplandor en
el bajo vientre del cielo agazapado. La nieve que cae es polvo de luz tejida por ráfagas,
como un baile de El Cascanueces. Si hay algo específico que se supone debo ver, no
sé qué es, pero sé que mis ojos están abiertos, y no estoy seguro si son brillantes, pero
el mundo lo es.

Bajo la página, con cuidado de no romperla mientras despego la cinta y la


enrollo para adjuntarla al rollo que tengo en mi chamarra, después corro al otro lado de
la calle a un bar, donde ni siquiera pido una copa o me siento a una mesa. Espero no
tardar mucho. Saco el rollito de mi chamarra y deslizo el listón negro y… lo desenrollo.

Y ahí está.
Un hermoso dibujo de una hermosa cara. Sus grandes, ojos oscuros parecen
amplios y expectantes. Ella no está sonriendo, pero tampoco está no sonriendo. Sin
vudú congela-sangre. Hay calor allí, y ella está mirando directamente hacia mí. Es
decir, es un dibujo, por supuesto (si ella lo hizo, y asumo que así es, entonces es muy
talentosa), pero es un dibujo para mí, y parece como si me disparara una chispa como
un contacto visual real. Con el contacto visual, la intensidad de la chispa se debe a…
no sé, química, lo que sea que eso signifique realmente. Hay grados de chispa y
cosquilleo, dependiendo de los ojos que se trate, y aunque estos son sólo
representaciones de grafito de los ojos, existe la chispa. Hay cosquilleo.

Al principio el rostro es todo lo que veo, pero después me doy cuenta de qué es
lo que estoy mirando. Qué es lo que ella me ha dado. Su cara está en el centro, pero la
hoja completa está cubierta por un diagrama: calles y señales, cuidadosamente
dibujadas y etiquetadas. Lo primero que pensé al ver el pergamino atado con un listón,
fue que parecía un mapa del tesoro, y… lo es.

Es un mapa del tesoro. ¿Y el tesoro? Ahí está ella, en el centro de la página, la


X marca el punto.

Zuzana es el tesoro.

Tengo el mal presentimiento de que sea una broma, que uno de mis amigos
haya hecho esto, pero lo descarto. Ninguno de mis amigos sabe dibujar. Aparte, nadie
sabe siquiera que quiero conocerla. No la he mencionado, por temor a bromas tras
bambalinas de calibre pubescente, y no creo que me haya quedado mirándola.
(Cuando alguien estuviera viendo)

No. Tiene que ser real.

Así que hago esa cosa extraña que haces cuando recibes buenas noticias en
compañía de extraños y miras alrededor, sonriendo como un idiota, y todos te miran no
sonriendo como idiotas, y casi tienes que decirles, decirle a alguien. Casi quieres
levantar tu trozo de papel y decir, “La chica que me gusta me dio un mapa del tesoro
que conduce hacia ella.”

Pero no lo haces. Simplemente no.

Así que no lo hago.

(Está bien si lo hago, pero inmediatamente quiero retractarme. El grupo de


extraños ni se inmuta por mi alegría. De hecho creo que ese tipo con sombrero es el
Enemigo De Toda La Felicidad y tal vez me sigua y trate de matarme.)

Contrólate, Mik. Tienes un mapa que seguir.


Vuelvo la espalda al Enemigo De Toda La Felicidad (basándome en que la
mayoría de las personas que parecen querer matarte probablemente no lo harán) y
estudio el mapa. Mi mapa. Porque es para mí. De Zuzana. No, no es regodeo. Sólo
estableciendo los hechos en caso de que se hayan perdido un poco. Zuzana me hizo
un mapa para llegar a ella.

Y en un pequeño globo de diálogo saliendo de sus labios está escrito con letras
pequeñitas:

Carpe noctem.

Toma la noche.

Y yo parpadeo y siento una oleada de certeza y emoción, porque, desde luego,


eso es lo que uno hace cuando uno quiere algo. Uno lo toma.

Bueno, tal vez no todo. Los gatos, por ejemplo no responden muy bien a los
tomamientos. Probablemente tampoco las chicas. Así que esto podría no ser un buen
credo en la vida, pero para las noches de sábado en general y para ésta en particular,
funciona.

Mis ojos siguen volviéndose hacia el rostro de Zuzana. Hay una sonrisa
pendiente, creo: el leve tirón en la esquina izquierda de su boca, capturada como una
sonrisa pausada. Quiero quitarle la pausa y verla desplegarse. Entonces, ¿cómo lo
hago? ¿Adónde voy? Palabras. Lugares. Enfócate Mik. Deja de sonreír.

Encuéntrala.

Ahora estoy en Malá Strana. El Teatro De Las Marionetas está en Little Quarter
Square, a la sombra de la Iglesia de San Nicolás, y el mapa es de La Cuidad Vieja así
que me dirijo ahí cruzando el río.

El Puente Charles es uno de esos lugares que nunca pasan de moda. De día o
de noche, con sol o nieve, siempre es diferente, la vista en ambas orillas del río Vltava
parece sacada de un gravado medieval. Pensándolo bien, cuando pasa de moda es
cuando está repleto de turistas de hecho, que es más o menos todas las horas con luz
solar durante la mayor parte del año, pero ahora está tranquilo, sólo algunos residentes
dispersos apurándose en ambos sentidos entre las filas de estatuas, como
enfrentándose a los santos. Tengo la idea de que en cualquier momento los santos
podrían mover sus grandes brazos de piedra para golpear algunos traseros que pasan,
y me doy cuenta de que estoy extremadamente emocionado.

Y nervioso.
El mapa indica un lugar en el laberíntico corazón de La Ciudad Vieja, el cual
conozco bien pero no lo bastante bien para recordar qué podría ser ese lugar en
particular. Camino, y entre más me acerco mis nervios se tensan más y más como
cuerdas de violín. ¿Será un café, o un bar? ¿Me estará ella esperando en una mesa?
De algún modo no me la imagino allí sentada. Es demasiado mundano. El mapa del
tesoro, la cita, la noche de nieve blanda… todo presagia algo más inusual que eso. Así
que en realidad no me sorprende que al llegar ahí –pausa antes de doblar la esquina
para tomar un profundo respiro– y encontrar… a ninguna Zuzana.

El sitio no es un café ni un bar. Es una tienda de baratijas para los turistas, del
tipo que abundan por todos lados este trimestre, todas llenas de las mismas
impresiones Mucha y marionetas baratas y llamativo cristal Bohemia. Está cerrado y
oscuro, como era de esperarse a esta hora de la noche, me doy una vuelta en círculo,
mirando alrededor.

Observa con ojos brillantes todo el mundo que te rodea…

Observo. Veo un gato negro deslizarse a través de una puerta abierta cruzando
la calle y tengo un breve impulso de seguirlo, como si pudiera tratarse de un felino
escolta siguiendo órdenes de Zuzana. Sonrío, me alegro de que nadie pueda leer mis
pensamientos. Zuzana probablemente no puede comandar gatos con su mente.
Probablemente.

Sigo mirando.

Hay un par de posters pegados a la puerta, pero son para una degustación de
absenta ya pasada y un recorrido por los castillos de Bohemia a ocurrir próximamente.
Grafiti en la acera, pero es sólo propaganda de fútbol. Nada más llama la atención de
mis “ojos brillantes.”

Examino el mapa, pero estoy bastante seguro de que lo leí bien.

¿Es una broma? ¿Podría ella estar jugando conmigo?

Desde luego que está jugando conmigo. La verdadera pregunta es: ¿es un juego
bueno o malo?, y ¿soy un tonto por jugar? Podría simplemente hacer caso omiso de
esto ahora mismo y encontrarme con mis amigos en el Stooge’s.

Ese pensamiento me hace soltar una carcajada. Como si fuera a hacerlo.

Tengo un instinto sobre Zuzana. Creo que no es buena o mala, sino las dos
cosas –la mezcla perfecta de ambas, un enroscado cono de helado de bondad y
maldad– y ella no me habría traído hasta aquí sin razón. Hay algo que no estoy viendo.
¿Pero qué? Sólo estoy aquí parado con las manos en los bolsillos,
preguntándome qué estoy dejando pasar, cuando escucho un golpecito. Es débil, en la
vitrina de cristal detrás de mí –el lugar en el mapa– y se me eriza el vello de la nuca
mientras me dirijo hacia allí.

Los mayores secretos se ocultan siempre en los lugares más inverosímiles.

Y lo que ocurre después… bueno, hace que el control mental de gatos parezca
factible.
7
Carpe Diabolus

Hay marionetas, y hay marionetas. La República Checa tiene una larga historia
del marionetismo como un arte, es una parte de nuestro carácter nacional, y las
marionetas son parte de la decoración de Praga. Están por todos lados: colgando en
vitrinas, museos, teatros, puestos callejeros. ¿Y en la mayor parte de lo que ves? Con
mucho la mayor parte de lo que ves –en particular en tiendas como esta– no son
marionetas artesanales de talleres de maestro, como las del teatro. Estas son
chucherías, basura para turistas, producidas en masa, mediocres. Payasos y princesas
y caballeros, sus cabezas son bolas redondas con las facciones pintadas. Y así es
como son todas éstas.

Excepto por una.

No la había visto porque… no estaba realmente observando. Una falla en los


“ojos brillantes,” me avergüenza decirlo. La primera cuestión es que no está dentro de
la ventana. Está afuera, en la parte de enfrente del vidrio, detrás del cual cuelga un
estante de marionetas chuchería monótonas. Supongo que la tomé por parte de la
publicidad de la tienda. Desde luego que no dejarían una marioneta como esta afuera
de la tienda arriesgándose a que se congele o se la roben; ahora lo veo. Porque esta
marioneta no es monótona. Es una belleza, de una calidad que simplemente no se
encuentra en una tienda como esta.

Ah. ¿Y además? Está dando patadas a la ventana con su talón.

Entonces ahí está.

Toc toc.

Al principio, me espanto por el motivo que se podría esperar: Porque si una


marioneta se mueve, significa que alguien debe estar moviéndola, y asumo que ese
alguien debe ser Zuzana, por lo tanto asumo que ella está aquí. Me ruborizo y siento
que mi pulso trastabilla, y trato de reunir mi ingenio de tartamudos, a la espera de
finalmente conocerla. Pero eso es sólo en el primer instante. Porque en el segundo
instante, encuentro el fallo en este supuesto.

Nadie está moviendo esta marioneta. Nadie podría. Su cruceta está enganchada
al marco superior de la ventana a plena vista, y sus cuerdas no están tensas.
Incluso cuando golpea con su pie, las cuerdas siguen flojas, por lo que parece
que moviera su pierna por sus propios medios. Lo cual es absurdo, por supuesto, por lo
que mi mente se desplaza de manera ordenada a una nueva hipótesis: que esta
marioneta es mecánica. A control remoto, o algo así. Lo que es raro, pero, ya saben,
menos raro que la alternativa.

Bueno, cualquiera que fuera el método del movimiento, ahora que ha llamado mi
atención, su pierna se queda quieta. Doy un paso más cerca, examinándolo.
Examinándolo. Me descubro pensando en la marioneta como “él”. Él es uno de los
personajes más emblemáticos de Republica Checa: nada menos que el mismísimo
diablo.

Tiene un acabado de caoba pulida: lisa madera oscura, hábilmente tallada y


espléndida, con cuernos y barba de chivo, patas de cabra afelpadas con pelaje negro
algodonoso. Es un cert (diablo) del día de San Nicolás para ser precisos, identificable
por su costal. O sea, en República Checa, el cinco de diciembre, San Nicolás va por
ahí llevando dulces y regalitos a los niños, acompañado de un ángel y un diablo. En
una tradición festiva que es material de pesadillas, el diablo amenaza con meter a los
niños malos en su costal y llevárselos al infierno. (¿Y ustedes pensaban que un trozo
de carbón en su media era duro?)

No es raro que actores interpreten al cert y atrapen de verdad a niños pequeños


en sus costales.

Así es. A mí me pasó. Tendría yo unos cuatro años. Puede ser incluso mi primer
recuerdo. El saco era rasposo y olía a tierra; adentro la oscuridad era total. Grité mucho
y muy fuerte; probablemente duró menos de un minuto, pero recuerdo el terror como
vasto, e interminable. El cert era mi tío con la cara tiznada, y mi mamá no estaba nada
contenta con él. A modo de disculpa, él me dio mi primer violín. Era sólo un juguete,
pero se convirtió de inmediato en mi cosa favorita en la vida, me corté y me corté con él
hasta que mi padre no pudo soportarlo más y me compró uno de verdad, y lecciones.

Soy conocido por decir que el diablo me dio mi primer violín. Ni siquiera es
mentira.

Hasta ahora, el toc toc era el único indicio de que esa marioneta podría ser mi
razón para estar aquí, pero en un examen más minucioso, veo que tiene una pequeña
nota asomando del bolsillo de su chaqueta como un pañuelo. Y en ella, más de la
escritura pequeñita que se está volviendo familiar.

Carpe diabolus.
Primero, toma la noche. Ahora, toma el diablo. Entonces, sí es para mí, por si el
espeluznante golpeteo había dejado alguna duda. Por un momento, aquí parado, siento
la experiencia total de esta noche envolviéndose a mi alrededor. El detalle de ésta, la
planificación. Es como algo salido de un cuento de hadas, y la ciudad tiene un aspecto
nuevo y extraño y lleno de secretos, sombras tan precisas como si estuviesen
establecidas con pintura, y la luz… la luz como halos y fosforescencia, luciérnagas y
ojos de animales.

Llego y “tomo el diablo,” levantando su cruceta del marco de la ventana, y me


pregunto: ¿Y ahora qué?

Lo recorro con mis ojos, le doy vuelta, buscando más inscripciones. Nada.
Incluso saco la pequeña nota pañuelo, pero nada, no hay más palabras en ella. Sin
embargo, parece que hay algo en su costal, así que con facilidad aflojo el cordón y miro
dentro. Casi espero que haya un niño pequeño acurrucado en el interior siendo llevado
al infierno, pero sólo hay papel. Desde luego, cuando extraigo el papel, no es “sólo”
papel. Nada en esta noche es “sólo” o “simplemente.” Todo es dorado y extraño y
etéreo, y así esto es una mariposa de origami, doblado de papel japonés floral con
relieve de oro. La giro en busca de inscripciones y no encuentro ninguna, y justo llego a
la conclusión de que tengo que desdoblarla cuando…

…vuela.

Alza el vuelo.

La mariposa de origami se eleva en el aire, casi podría decirme a mí mismo que


el aire se la llevó, si no fuera porque la estoy sosteniendo entre los dedos y siento un
tirón y… se me… suelta. Bate sus alas una vez, enviándola en una graciosa espiral
ascendente incluso inclino la cabeza hacia atrás para verla flotar por ahí por un
instante, luciendo asombrosamente viva… y luego es aparentemente liberada por
cualquier poder que la haya elevado y flota de nuevo hacia mí.

Casi me da miedo atraparla –¿cómo, cómo podría haber hecho eso? ¿Cómo
hizo eso?– pero la atrapo. Es un truco, me digo a mí mismo, maravillado. Es “magia” –
del tipo entre comillas. Desde luego. Ya que es el único tipo de magia que existe–.

Tiene una cuerda atada o algo.

Alguna clase de cuerda completamente invisible que los titiriteros conocen, y la


cual ahora se ha desvanecido sin dejar rastro. Cuerda de marionetas que se
desvanece. ¿Es eso una cosa? No creo que sea una cosa. Giro la mariposa una y otra
vez entre mis dedos, en busca de una explicación, pero no hay ninguna que se tenga.
Bueno. Excepto una.
Magia.

Del tipo no entre comillas.

Una pequeña guerra comienza en mi cerebro, pelea en jaula del “ser racional”
versus “ser de esperanza”. No soy religioso; no creo en cosas –no es que tenga una
determinación a no hacerlo. Es más como una configuración por defecto–. Mi cerebro
es un ambiente inhóspito para las creencias, pero siempre he dicho –y lo digo en serio–
que la vida sería más interesante si esas cosas que nunca vemos fueran reales
(también los dragones, por favor), y desde luego la muerte sería menos decepcionante
si hubiera un paraíso (infierno no tanto). Nunca he sido capaz de creer nada de eso.
Justo ahora, sin embargo, a un grado pequeño pero detectable, se siente como el pH
en mi mente está cambiando. Como mi escepticismo se está neutralizando. El ser de
esperanza tiene contra la lona al ser racional.

Desabotono el abrigo de la marioneta diablo. Si hay un mecanismo de control


remoto o algo dentro de él, el balance natural de mi mente será restaurado. Si no,
¿quién sabe?

Bajo el abrigo encuentro una armazón de alambre. No, no es una armazón. Es…
una jaula de pájaros. El cuerpo de la marioneta es una pequeña jaula de pájaros, y
donde debería estar el corazón hay un pequeño canario amarillo en un columpio para
aves meciéndose suavemente hacia atrás y adelante. No me sorprendería sí trinara, o
volara. No lo hace, sin embargo, y palpo por el resto de la ropa de la marioneta en
busca de algún mecanismo oculto que pudiera explicar el toc-toc de su pierna contra el
vidrio, pero no hay nada. Es de madera y alambre, sólo una marioneta, y la pierna que
golpeaba simplemente cuelga de la parte inferior de la jaula, sin dispositivo de control
interno alguno. Sólo las cuerdas de la marioneta podrían haberla movido.

Y las cuerdas no estaban tensas.

Curioso. (Ya saben, si curioso significa “imposible” o “extraño” o…


“indeleblemente impresionante.”)

Y ahora mi cabeza se siente toda llena de luz de luna o luz de estrellas o algo. O
nieve. Mi cabeza se siente como una esfera de cristal con nieve que ha sido agitada y
los copos giran en el interior arremolinándose como estrellas sin amarras.

Desdoblo la mariposa. En la parte inferior de color blanco del papel de origami


encuentro una rima y un pequeño diagrama.
Cerca del Arroyo del Diablo

y usando veneno como carnada,

mi contraparte impaciente aguarda.

Bien. Soy bueno con los acertijos. El Arroyo del Diablo es el canal donde fluye el
Vltava alrededor del Kampa, la isla del lado del río del Malá Strana. En cuanto a “mi
contraparte,” podría significar la contraparte de Zuzana, pero no sé quién sería. Si es la
contraparte del diablo, sin embargo, sería un ángel, así que busco en mi mente algún
ángel famoso en esa zona pero no encuentro nada. En cuanto a “usar veneno como
carnada,” estoy realmente, realmente desorientado.

Así que tal vez no soy tan bueno con los acertijos después de todo. Por fortuna,
hay un diagrama, el cual muestra una calle, con una pequeña X marcada en ella. Un
nuevo destino, regreso por donde vine.

Acunando al diablo en el hueco de mi brazo como a un bebé, me pongo en


marcha.

Silbando.
Ella
8
Gracias Dios Por Los Monjes Asesinados

Él vino.

Vino a encontrarme.

Cuando Mik dobla la esquina, me hundo contra el muro de mi escondite –detrás


de una cortina de encaje en el vestíbulo del edificio cruzando la calle– sintiéndome tan
gastada como si en realidad hubiera estado conjurando hechizos y no sólo sosteniendo
cuentas de colores entre los dedos. Dejo escapar un largo suspiro. Mik vino a
buscarme.

¿Pensaba que no lo haría? No lo sé. No lo sé. Me pongo demasiado nerviosa a


su alrededor para intentar algo como el contacto visual sostenido, y sin eso, es algo
difícil medir el interés. Pero mirándolo desde un escondrijo, como un escalofriante
asesino serial, podría enfocarme en su rostro el tiempo suficiente para creer que… luce
interesado. ¿O no? Bueno, él siempre luce interesado, es ese tipo de alien, pero justo
ahora luce… deslumbrado.

“¿No te parece que lucía deslumbrado?” Le pregunto al gato negro que se frota
contra mis piernas. Se coló aquí justo cuando Mik apareció, como si estuviese
justamente tratando de guiarlo hacia mí, y cuando empieza a ronronear tan fuerte como
un camión agrícola, estaba segura de que Mik escucharía. Debería callarlo. Intento
hacerlo callar. Y ¿qué creen que hace? Ronronea más fuerte.

“Haré justo lo que usted desee,” dijo ningún gato nunca.

En la seguridad de las consecuencias, sin embargo, mi preocupación parece un


poco tonta. ¿Qué pensaba, que Mik empujaría la puerta y reclamaría, “por qué
ronroneáis vos, felino?”

El gato continúa con su festival de ronroneos, que yo tomo como un: Sí, Mik
lucía definitivamente deslumbrado. ¿Cómo podría no estarlo? Lo hechicé. Gracias por
eso, scuppies. Dos menos. Uno para los golpecitos con el pie, uno para elevar la
mariposa por el aire. ¡Puf! ¡puf! Desaparecieron rápido. Desearía tener el collar
completo de Karou. Karou. Le envío un mensaje: Fase uno exitosa. La Marioneta Que
Muerde estaría orgullosa.
Porque, sí, usar scuppies para animar una marioneta, ¿de dónde en la tierra se
me habrá ocurrido esa idea?

No es copiar, aunque sí un homenaje. Por supuesto, eso es lo que los artistas


dicen siempre que roban algo de otros artistas. En este caso, sin embargo, sí es un
homenaje, a mi propio despertar a la magia hace dos años. Me pareció justo que Mik
debía ser despertado de la misma forma. Que perdiéramos nuestra virginidad mágica
de la misma manera. Con marionetas que asustan, durante una nevada.

Aunque, la mariposa fue idea mía, y creo que realmente fue la cereza en el
pastel, fue eso que dijo, Oh, ¿así que crees que esto es un truco? Entonces ¿Cómo
estoy haciendo esto, chico listo? Trato de imaginar qué pensaría si me pasara a mí,
pero no puedo. Una vez que sabes que la magia es real, es realmente difícil recordar lo
que era no saber. Es un poco como tratar de ver cómo te ves con tus ojos cerrados.

(Yo lo hice una vez. Era una niña. De la nada, se me ocurrió preguntarme cómo
me vería con mis ojos cerrados, así que... mmm, fui al espejo y... cerré los ojos.)

(Sí. Vi exactamente como el interior de un par de párpados.)

(Nunca he presumido de ser una genio.)

Espero, dándole al gato una buena rascada y dejando que Mik ponga algo de
distancia entre nosotros antes de emerger de mi escondite. Hace frio. Estoy eufórica.
Mis latidos se sienten como una alegre melodía y mis labios bien podrían ser una
carroza, y el resto de mí sólo pequeñas personas en el suelo que sostienen las riendas.

Además, me estoy muriendo de hambre, y tengo unas ganas locas de hacer


pipí.

Casi desearía sólo encontrarme con Mik en La Cocina Envenenada. Quiero


decir. Podría. Podría simplemente caminar detrás de él y decir, “Bien jugado, hombre
guapo. Ahora comamos strudel y luego besémonos. Tan pronto como regrese del
baño.”

Pero aún no he terminado de deslumbrarlo. Tengo más scuppies para gastar


antes de llegar a la porción de plática la noche. Espero que la porción de plática sea
sólo una delgada capa entre la porción de deslumbramiento y la porción de besos,
como la mermelada entre las capas de un pastel.

(Mmmm. Pastel.)

No es que no esté interesada en hablar con él. Lo estoy –en la versión fantástica
de esta noche, como sea, en la cual yo realmente consigo encadenar palabras en
oraciones, y no sólo frases de poesía magnética al azar, sino oraciones que no
conduzcan a la conclusión lógica de que tengo daño cerebral–. Es sólo que… no puedo
empezar a explicar la intensidad de mi urgencia por ser besada. La explicación más
probable, después de mucho pensarlo, es que, soy un clon pre-programado para llevar
a cabo esa actividad ahora mismo o autodestruirme.

O bien es sólo la aterciopelada dulzura de Mik. Como un pastelillo, en forma de


chico.

Empiezo a caminar, haciendo una pausa para mirar a la vuelta de la esquina y


asegurarme de que se haya ido. Procedo hacia el Malá Strana, deteniéndome en un
café por el camino para aliviar la más urgente de mis necesidades físicas (ni los labios
ni el estómago, no; nada vence a la vejiga), y luego sigo, de prisa, pero atenta de
escanear el camino con antelación y asegurándome de no adelantarme a mi acechado.
No veo ninguna señal de él, sin embargo, y me entretengo preguntándome qué par de
huellas en la nieve en el puente Charles podrían ser las suyas.

¿Ésas? Tal vez.

Cuando siento una oleada de cariño hacia las posibles huellas de Mik, sé que
tengo serios problemas. El hecho de que ni siquiera pueda molestarme conmigo misma
me dice que tan profundo es esto. Estoy condenada.

Es mientras me arrastro dentro del patio de La Cocina Envenenada –bajo el arco


cubierto de negra, hiedra congelada, en el jardín de lápidas medievales, donde los
monjes asesinados yacen sepultados– que empiezo a preguntarme si estaré siendo
espeluznante. O sea, me estoy arrastrando. ¿El hecho de arrastrarse lo hace a uno
automáticamente espeluznante? ¿O hay excepciones si se trata de… romance?

Apuesto a que todos los acosadores creen que están siendo románticos. Lo
hice por amor, oficial.

¿Habré cruzado la línea? Estoy a punto de asomarme hacia adentro por una
ventana para buscar a Mik. Por alguna razón, esto se siente peor que asomarse hacia
afuera, ya que lo estoy haciendo con una consciencia bastante clara. Después de todo,
para espiar a alguien uno se asoma hacia adentro no hacia afuera. Pero esto sigue
siendo un espacio público, me digo a mí misma. No estoy espiando en su ventana.
Nunca haría eso. Esto es un café. Más aún, es un poco como mi café. Mío y de Karou.
No de una manera legalmente reconocida, desde luego. No somos las dueñas, excepto
espiritualmente.

Que es un tribunal mucho más alto que la propiedad real del inmueble. Así que
me arrastro, sin completamente nada de espeluznante, hasta la ventana.
Y… hay… algunas pequeñas y suaves plumas negras en el alféizar. Yo sé de
quién son. De quién eran. Kishmish solía venir aquí y tocar el cristal para llamar a
Karou. Todavía se me hace un nudo en la garganta al recordar su pequeño cuerpo
carbonizado caer en las manos de Karou, y estas plumas sirven como un recordatorio
de lo simple que es mi vida, cuán ligera es esta noche, y cuan nula sería la amenaza
hacia mi vida en caso de fracasar. También me recuerda mi deber de brindarle a Karou
un cuento de hadas rabiosas, así que miro a través de la ventana con valentía,
dispuesta a hacer un poco de magia.

Y en cuanto veo a Mik, justo donde se supone que debía estar, alguien dice mi
nombre. Bueno, no es mi nombre. Una versión de mi nombre. “Zuzachka” desde detrás
de mí, en el patio.

La única persona que me dice así, si es que se le puede llamar “persona,” que
no creo. Sólo un idiota me dice así, y siento el frío veneno propagándose a través de
mí, listo para su implementación. Paciencia. No me vuelvo para responder todavía,
porque estoy observando a Mik, que está justo en este momento, sentado en un sofá
de terciopelo en Pestilence –el dominio espiritual de Karou y mío, que se había
mantenido libre y a su espera gracias a un cartelito de RESERVADO y a una
amorosamente tallada marioneta de ángel– y tengo que hacer que la magia suceda
justo ahora.

“¿Qué estás haciendo?” Pregunta la voz de idiota.

Mi mano ya está dentro de mi bolsillo. Mis dedos encuentran un scuppy. Mik está
frente a la nueva marioneta como si se tratara de un amigo que le cuidaba el asiento.
Es la contraparte del diablo (que él sostiene en su regazo): un ángel de las mismas
proporciones. Los hice el semestre pasado para una representación del Día de San
Nicolás en mi clase de marionetas, en la que por supuesto me saqué un 10.

Pido el deseo. No puedo verlo realizarse, pero la cuenta se desvanece entre


mis dedos y sé por la forma en que Mik retrocede sorprendido, que algo pasó.

Mientras que el diablo tiene un pequeño canario en su columpio donde debería


estar su corazón, el ángel tiene un hoyo con forma de corazón tallado en el pecho, y en
él, una bengala… la cual acaba de encenderse, convirtiendo su corazón en mini fuegos
artificiales. En el espectáculo, tuve que encenderlo con un fósforo. En este caso, deseé
que se encendiera. Espero que se haya visto de lujo. En realidad no puedo ver desde
aquí, sin embargo, y como sea, con eso hecho, tengo asuntos menos agradables que
atender. Me doy la vuelta.

“Qué es lo que quieres”. No hay inflexión de pregunta. Nada más que pegajoso y
venenoso desdén.
Para Kaz. Kazimir Andrasko, el primer novio desastre de Karou. Primero y
último. Quien le arrebató la virginidad. Ella cree que no lo sé, pero lo sé. Y déjenme
decirles algo acerca de mí. Yo amo la venganza como la gente normal ama las puestas
de sol o los largos paseos en la playa. Yo como venganza con una cuchara como si se
tratase de miel. De hecho, puede que ni siquiera sea una persona real, sólo un voto de
venganza hecha carne. Mis padres juran que yo era un bebé real y no una ganga
demoniaca, pero desde luego que dirían eso. Conclusión: Hay suficiente venganza de
repuesto en mí para actuar en nombre de todas las chicas maltratadas, infravaloradas y
usadas como juguete de donde sea, y es Karou a quien nos estamos refiriendo.

En nombre de Karou, Kaz ha alcanzado el enrarecido rango de Némesis de


Primera Clase, pero aún no ha sido sometido a su personalizado, Esquema de
Aniquilación Total hecho a la medida por Zuzana.

Aún.

“Sólo saludando,” dice, mirando desconcertado, como si en realidad pensara


que yo estaría feliz de verlo. “¿Cuál es tu problema?” Me pregunta.

“¿Cuál es mi problema? Tengo muchos, pero las tendencias violentas y


probables orígenes demoníacos son los que deberían preocuparte”

“¿Eh?” Pone su cara de tonto, lo cual es una respuesta tan decepcionante para
tan buen e ingenioso comentario de némesis. Kaz podría merecer el rango de Primera
Clase en Crímenes de Alta Patanería, pero él simplemente no es material de enemigo
de calidad.

Suspiro, y se lo digo. “No eres un digno oponente.”

“¿De qué hablas? ¿Oponente en qué?”

“Oponente en oponerse. ¡Duh! ¿Qué estás haciendo aquí, Idiota?”

“¿Tú qué crees? ¿Karou está aquí? ¿Te vas a ver con ella?”

Me río, “Tú en serio no estás buscando a Karou,” le digo, pero me doy cuenta
por la persistencia de su cara de tonto de que sí lo hace. “Ella te hizo atravesar una
ventana la última vez que te vio. ¿De alguna manera eso deja algún lugar para la
esperanza?”

“Ella no sabía que era yo cuando lo hizo,” sostiene. “¿Qué le pasaba esa noche,
por cierto? ¿Está bien?”

¿Está bien Karou? No. En realidad no lo está, pero en el esquema de sus


problemas en este momento, Kaz se ha vuelto casi tan importante como un mosquito
inhalado por Dios. Sniff. Sólo niego con la cabeza. “Oh, Idiota,” Digo con una mezcla de
gentileza y compasión. “Pobre Idiota. Déjame explicarte algo. ¿Tú sabes que en los
cuentos de hadas, cuando de entre un grupo de príncipes que tratan de ganar la mano
de la princesa, pero todos son vanos y demandantes y egocéntricos y fallan en la tarea
se les da muerte? ¿Y luego aparece uno que es hábil y bueno, y él gana y le
corresponde vivir con ella felices por siempre? Sí, bueno, tú eres del primer tipo.” Le
doy palmaditas en el hombro. “Todo terminó para ti.”

Todavía la cara de tonto. Y luego dice. “¿Quieres decir que está saliendo con
alguien más?”

“¡Oh Dios!” Lo único que puedo es reír. “Hablar contigo es como jugar a cachar
la pelota con un niño pequeño. Lárgate de aquí, Kaz. No eres bienvenido aquí. Imrich
te pondrá en un ataúd, y yo remacharé la puerta con clavos.

Las mesas en La Cocina Envenenada son ataúdes verdaderos, y el dueño


tuerto, Imrich es cariñoso con Karou y conmigo. Hemos estado viniendo a este lugar al
menos tres veces por semana durante dos años y medio. Pintamos murales en los
baños a cambio de goulash. Imrich está de nuestro lado.

“Está bien,” dice Kaz, entornando los ojos, no creyendo –o temiéndolo– por un
segundo. “Vamos adentro entonces. Espero que tenga tus clavos y tu ataúd listos.” Y
da un paso hacia la puerta, intentando demostrar que estoy mintiendo.

Maldición.

¡No estoy mintiendo! Imrich lo hará. No está muy bien de la cabeza. O sea,
¡miren su café! Está lleno de máscaras antigás y calaveras, por el amor de dios.
Calaveras reales. Él realmente pondrá a Kaz en un ataúd, y sí, él tiene clavos de ataúd.
Como todo lo demás en La Cocina Envenenada, son antiguos, y auténticos. Dice que
son de ataúdes exhumados en Kutná Hora después de que algún monje esparciera
tierra del Gólgota ahí en la Edad Media, por lo que es el cementerio más popular en
Europa Central. El cementerio más popular, ¡qué cosa! Sólo estarías en el suelo
durante un tiempo hasta que te sacaran para hacer espacio para el siguiente. Y – ¡Oh!
Luego a finales del siglo XIX contrataron algunos talladores de madera para hacer arte
a partir de todos los huesos desenterrados. Es genial. Imagina la otra vida como parte
de una lámpara con forma de esqueleto de araña. De verdad.

El punto es: clavos de ataúd, listo. Ataúd, listo. Tuerto loco Imrich y sus
compinches del bar listos para apoderarse del niño bonito de aquí y presentarlo al
interior satinado de una caja hexagonal.

Listo.
Yo, en condiciones de participar, no listo.

Cualquier otra noche. Cualquier. Otra. Noche. Pero esta noche no es para la
venganza. Tomo un profundo respiro. Es para el deslumbramiento.

No volteo hacia la ventana. Tan enérgicamente no miro a la ventana que mi


cuello se siente como si fuera de concreto. Me muero por saber lo que está pasando
con Mik, pero no quiero que Kaz me sorprenda mirando. Podría estropearlo todo.
Tengo un itinerario cuidadosamente calibrado aquí.

¿Imrich le habrá llevado ya su té a Mik? Ese es el plan. Pestilence –la mesa mía
y de Karou resguardada bajo la gigante estatua ecuestre de Marcus Aurelius– tenía
que mantenerse despejada por un cartelito de RESERVADO, la marioneta ángel
sentada ahí con las piernas cruzadas sobre el sofá de terciopelo, y cuando – si– Imrich
viera a un chico venir y sentarse ahí, se suponía que le trajera una charola de té. La
última pista de Mik estaría escondida en el cuenco del arsénico. (El cuenco del azúcar,
quiero decir. El té en La Cocina Envenenada se sirve en antiguos servicios de plata, los
recipientes de la crema y el azúcar están grabados como: arsénico, estricnina, cicuta,
cianuro. Lindos, ¿verdad?)

Así que básicamente, si Imrich ya le trajo la bandeja, y Mik encontró la pista, él


podría salir por esa puerta en cualquier momento y yo estaré parada aquí, y Kazimir
Andrasko será testigo de nuestra primera conversación.

No. Tengo que terminar esta pelea de comentarios sarcásticos. “De hecho,” le
digo a Kaz, “Tengo otros planes. Pero de todos modos, sigue tú, adelante. Y cuando
estés atrapado allí, en el oscuro ataúd, hambriento, sediento, alucinando, y
desesperado por orinar, cuando cierren el café y no haya nadie más para escuchar tus
gritos, quiero que sepas… que no estaré pensando en ti para nada.” Hago un gesto de
adelantarme hacia la puerta, y como tiro de gracia, le brindo… mis ojos de Maniaca
Emocionada. Esos que dicen, tengo algo fascinante que mostrarte en el sótano. Ven
conmigo. Es una de mis miradas favoritas, y, por cierto, la menos favorita de mi
hermano, porque es la que invariablemente señala una intensificación de las
hostilidades a un nivel de venganza dedicada que él jamás podría igualar. Simplemente
no es parte de él. Tomas sabe:

No puedes derrotar a la Maniaca Emocionada. Sólo puedes provocarla.

Kaz podría no saber eso por experiencia, pero lo intuye. Los ojos lo asustan. Lo
veo. Se amedrenta. Echa un vistazo hacia la puerta. Me brinda esa apariencia de labios
fruncidos que los intimidados tienen cuando le temen a alguien y tratan de ocultarlo.
Ahora me llamará fenómeno. Espérenlo.
“Eres una fenómeno, Zuzana.”

“Sí,” Confirmo con deleite, incrementando el poder de mi mirada. “Lo sé.”

Y eso es todo. Él toma la decisión. Da la vuelta y se va. Es decepcionante y


satisfactorio a la vez. Decepcionante porque Kaz me puso así de cerca de encerrarlo
en un ataúd y yo lo disuadí de ello, y satisfactorio porque asusté a ese perdedor, y eso
es más o menos mi misión.

Con Kaz finalmente lejos me giro hacia la ventana y veo a Mik ¡viniendo hacia a
mí! Tiene al ángel cargando en un brazo, al diablo en el otro, y yo tengo
aproximadamente tres segundos para desvanecerme en el aire antes que él abra esa
puerta.

Eso, o tal vez ocultarme tras una lápida.

Gracias Dios por los monjes asesinados.


9
Hoyo En El Corazón

Se abre la puerta, el estrépito de voces y música del café se oye en el patio, y


luego se cierra de nuevo, succionando el ruido como un cuco en un reloj. Crujen pasos
a través de la nieve. No puedo ver, y estoy bastante segura de que no puedo ser vista.
Estoy agachada tras una lápida, justo más allá del baño de luz de la ventana, y como el
sonido de los pasos se desvanece, pienso en dos cosas:

1. Esconderse detrás de lápidas definitivamente constituye comportamiento


de acosador.

2. Mik está en camino a La Locación Tres, y La Locación Tres es la locación


final, el lugar donde su supone que debe manifestarse mi yo real y comenzar la
interacción humana.

¿Tengo que hacerlo? Lloriquea una voz dentro de mí. ¿No pueden las
marionetas actuar en mi nombre? ¿Marionetas embajadoras? Claro, porque ¿qué es
más espeluznante que un asechador? Un asechador ventrílocuo que habla a través de
marionetas de un ángel y un diablo. Me imagino a Mik presentándome ante su familia:
Me gustaría que conocieran a mi novia Zuzana y… a sus representantes.”

No no no. Puedes hacerlo.

Puedo hacer esto. Me despliego a mí misma desde detrás de la lápida. Soy la


misma persona que acaba de infundir miedo en el corazón de ese desvirgador de
mejores amigas, Kaz. Hada rabiosa, hada rabiosa. ¿Por qué hablar con un chico que
me gusta tendría que ser mucho más difícil que hablar con uno que desprecio? Lo sé
todo está en la química cerebral –todo está en la química cerebral– pero mi emoción y
pavor justo ahora se sienten como pequeños luchadores dentro de mi corazón. Me
imagino a Emoción estrangulando a Pavor y suavemente, casi con cariño depositando
su cuerpo inerte en el suelo.

Anda. Ahora. Deja a Pavor ahí tendido. Anda rápido, antes de que él se levante
y vea el rumbo que tomaste. Respira. Camina. Respira. Camina. Mira, huellas de Mik.
Síguelas.
Respira.

Camina.

Listo. Estoy bien. Estoy yendo. Coloco mis pies sobre las huellas de Mik, y
siento una conexión con él, como una lunática total. La Locación Tres no está lejos y es
una ruta que he recorrido cientos de veces, con Karou usualmente. Respira. Camina.
Mik probablemente ya está ahí.

¿Ya tengo lo que le voy a decir?

Oh rayos.

Pavor se recupera, nos alcanza por la cuadra. Patadas voladoras al cuello de


Emoción justo antes de doblar la esquina rumbo a Locación Tres. Eso me detiene en
seco, y me encuentro pegada al lado del edificio por la fuerza centrífuga de mi
ansiedad.

¿Qué le voy a decir?

Busco mi teléfono a tientas y le mando un mensaje a Karou: ASISTENCIA


URGENTE REQUERIDA. PALABRAS. PRIMER DIÁLOGO. SÓLO ALGO SIMPLE
QUE LO HAGA ENAMORARSE INSTANTÁNEAMENTE DE MÍ. AHORA.

Y luego espero, teléfono en mano. Y espero. La nieve está cayendo más rápido
ahora, y mi respiración es una pluma de dragón. La fría piedra del edificio se infiltra a
través de mi abrigo y convierte mi espalda en hielo, y ningún mensaje llega desde
África.

Bien. Empujo mi teléfono de vuelta a mi bolsillo. Sé lo que tengo que hacer. El


filósofo griego Epicteto dijo, “Primero descubre lo que quieres ser, y luego haz lo que
tengas que hacer.” Buena, viejo Epicteto. Quiero ser Chica Segura, y eso significa
despegarme de la pared del edificio, para empezar. Mi teoría personal es que sólo el 27
por ciento de la confianza que se percibe es verdadera confianza, y el resto es
simulada. La clave es: si no puedes decir la diferencia, entonces no hay diferencia. Oh,
la persona que simula puede sentir la diferencia, en sus palmas sudorosas y corazón
acelerado, pero el efecto externo –con suerte– será el mismo.

Las palabras saldrán de mi boca cuando llegue el momento y simplemente


tendré que escuchar que dicen al mismo tiempo que Mik. No hay forma de hacer un
guión para esto. (¿O la hay? Quizás podría escribir un guión y estar en control total de
nuestra primera conversación –No. No puedes. Camina.) Pongo mi cuerpo en
movimiento. Siento a Emoción y a Pavor colgados de mis tobillos, pero luego de
algunos pasos dejo de notarlo, porque paso el punto de no retorno. Doblo la esquina en
Maltese Square. Ahí está la rosa fachada barroca del Liceo. Las puertas del patio, y
más allá de ellas sólo sombras. No puedo ver a Mik, pero… Mik puede verme. Camino.

La Locación Tres es el patio de mi escuela. Es un lugar bonito, con una fuente


congelada en el centro y una banca de mármol tallada para hacer parecer que las
sirenas la están sosteniendo sobre sus hombros. Las puertas se dejan abiertas durante
la noche para que los estudiantes puedan usar los salones hasta tan tarde como
necesiten, pero las noches de sábado tan temprano en términos de niveles de
desesperación son bajos, y no habrá nadie por ahí. El patio es privado pero sólo
semiencerrado, lo cual me parece bien. Íntimo pero no demasiado íntimo.

Camino lentamente hasta las puertas. Eso no es mi latido golpeando mi


garganta. Eso es confianza.

La reja permanece abierta. Veo huellas de Mik.

Vacilo.

Debido a que las huellas de Mik, entran, y…

…salen.

Se alejan.

Y cuando miro adentro, al patio, esto es lo que veo: Sobre la banca de sirenas,
mi ángel y mi diablo encerrados en un abrazo.

Y Mik no está.

Miro a mi alrededor, sobre ambos hombros, frente a Maltese Square. Me


detengo justo antes de alzar la vista, como si él pudiera haber volado. No está por
ningún lado.

Se fue.

Dentro de mí: un desierto de decepción.

Mortificación.

Parálisis.

Desconcierto.

Y humillación.

Odio la humillación. Quisiera patear a la humillación en sus miserables espinillas


de palillo.
Permanezco aquí por un minuto antes de darme cuenta de que Mik podría
estarme observando desde algún lugar cercano, y ese pensamiento me impulsa hacia
el patio. Ahora no piso sobre sus pisadas, sino que las esquivo como desdeñándolas.
Estúpidas huellas, tomen eso. Mi corazón se siente rayado. Finamente picado y listo
para agregar a la masa del pastel. No duele, porque ya no está más ahí. Como el
pecho del ángel con su vacío hoyo en el corazón –pero sin la bengala–.

Demasiado sin la bengala.

Me paro en frente de las marionetas, y mi mente está en blanco mientras las


miro. Él las dejó posando como amantes. Hiriente. Jamás habría imaginado que Mik
era malvado.

Y luego me doy cuenta que la esfera de hielo ya no está. La colgué de la rama


que se arquea sobre la banca. El artefacto final en esta búsqueda del tesoro: un buen
trozo de hielo transparente del tamaño aproximado de una pelota de beisbol, y
congelado en el interior, enrollado y metido en un pequeño tubo de plástico, está un
último mensaje. La idea era que para el momento en que el hielo se derritiera, yo
estaría lista para que Mik lo leyera, lista para la porción de charla de la noche y la
transición a la siguiente porción. Ya saben a cual me refiero. Oh dios. Mis labios están
despojados, como si hubieran sido dejados plantados en el altar. Estaban tan seguros
de cómo terminaría esta noche.

¿Mik se llevó la esfera de hielo con él? ¿Por qué haría eso? Miro alrededor para
ver si es posible que se cayera, pero no está aquí y… empiezo a molestarme. No debió
tomarla sí se iba a ir, debía haber dejado el mensaje también. No lo quiero libre por el
mundo para que él lo lea y se ría y se lo muestre a sus amigos.

(Él no haría eso, insiste una voz dentro de mí, como si lo conociera de todo a
todo.)

(No lo conoces.)

No. Por supuesto que no. Nunca hemos platicado. Pero estaba bastante segura
que él no era un patán. Que él no era un idiota. No es que esto esté a la par con lo que
Kaz le hizo a Karou, desde luego, pero tampoco es grandioso. Estaba completamente
preparada para que él no se apareciera en la Locación Uno. Estaría muy
decepcionada, sí, pero no tendría nada en su contra. Si no está interesado, no está
interesado. Pero ¿por qué seguir la búsqueda del tesoro hasta el final, luciendo todo
deslumbrado y aterciopelado todo el tiempo, y luego… huir?

Mi teléfono vibra. Es de Karou: una lista de frases para iniciar conversación que
ya no necesitaré.
- a) Hola. Soy Zuzana. Soy de hecho una marioneta traída a la vida por el
Hada Azul y la única forma en que puedo ganarme un alma es si un humano
se enamora de mí. ¿Le gustaría ayudar a una marioneta?
- b) Hola. Soy Zuzana. El toque de mis labios infunde inmortalidad. Sólo decía.
- c) Hola. Soy Zuzana. Creo que me gustas.

Las leo con amargura, luego me dejo caer en la banca y separo las marionetas,
rompiendo su abrazo. El ángel cae de espaldas, sus brazos torcidos, la cabeza
colgando por el borde de la banca como desmayada. Muerta por un corazón roto. Creo
que me gustas por cierto. Sin rodeos, sólo honestidad. Eso es lo que diría la Chica
Segura. Si tuviera alguien a quien diablos decírselo.

Le contesto: Gracias, pero ya no necesito esto después de todo.

–¿Qué? ¿Por qué?

–Huyó.

–¿¿¿???

–Dejó las marionetas. Las dejó HACIÉNDOLO y no me esperó. Por lo menos las
marionetas consiguieron algo de acción esta noche.

Hay una pausa durante la cual me imagino a Karou indignándose. Pero cuando
me escribe de vuelta, no hay nada de indignación en lo que me llega.

–No tiene sentido, Zuze. ¿No te dejó una nota ni nada?

¿Una nota? No había pensado en eso. Una chispa destella en el hoyo de mi


corazón.

Hoyo en el corazón.

¡Hoyo en el corazón! El hoyo en el corazón del ángel. ¡Algo está asomando del
hoyo en el corazón del ángel! Alzo la vista, miro alrededor por si Mik pudiera estar
espiándome como yo lo he estado espiando. Pero no lo creo; no hay donde
esconderse. Recojo… su papelito enrollado. Lo desenrollo y, en un segundo, toda
decepción, mortificación, parálisis, desconcierto, y humillación se evaporan y son
reemplazadas por… vértigo, alivio, estremecimiento, desmayo, y deleite.

Es la versión propia de Mik de mi primer mapa del tesoro, hecha a toda prisa. En
el centro: un auto retrato a base de bolígrafo que es más o menos un garabato de una
infantil cara sonriente con patillas y barbita de chivo. Aunque fuera un dibujo tan malo –
y lo es– hay algo tan dulce en él, algo tan totalmente apasionado y libre de patanería
que no puedo creer que llegué a pensar que Mik pudiera hacer algo malvado. Oh mujer
de poca fe. Recuerdo la conversación que tuve con Karou en La Cocina Envenenada
hace tiempo, antes de que no supiera ni el nombre de Mik, donde me preguntaba qué
posibilidad habría de que él fuera casto. ¡Cómo si hubiera lugar a dudas! Él irradia
castidad. Yo sólo tenía miedo de creerlo – o más bien miedo de que alguna otra chica
fuera ya la suertuda beneficiaria de su castidad.

Este parece no ser el caso – puesto que ha jugado mi juego esta noche… y
ahora me está invitando a jugar el suyo.

El abrazo de las marionetas toma ahora un nuevo significado, y mis mejillas se


calientan. ¿Era eso un mensaje? ¿Cómo podría no serlo? El rollito de papel es también
un mensaje: Una burbuja de diálogo sale de los labios de la carita sonriente de Mik.
Dice:

Arroyo del Diablo, 20 minutos.

PS: Camina lento.

Y ahí está, un mapa burdamente dibujado del Kampa, pero no veo ninguna X
que marque el punto. El Arroyo del Diablo no es muy largo, pero ciertamente lo
suficientemente largo para necesitar una locación precisa. Y ¿qué es eso de veinte
minutos? ¿Qué está haciendo?

Intrigante…

Mi teléfono clama por mi atención. Es una serie de mensajes de texto de Karou,


y todos ellos terminan con: ¿Hola? ¿¿¿Z???

Mis dedos tiemblan un poco con estremecimientos de emoción mientras le


escribo de vuelta: Eres una genio y una salvadora. ¡HAY UNA NOTA! <3 <3

Jamás en la vida había escrito un corazoncito. Esos son para las chicas
enclenques. Karou probablemente piense que mi teléfono ha sido robado –o mi
cuerpo– posiblemente, por un alien enfermo de amor. Igual mando el mensaje.

Esto es lo que contesta: … ¿quién es?

Yo: No te atrevas a burlarte.

Karou: No vas a empezar a coleccionar rocas con forma de corazón o algo así
¿o sí? Porque si es así quizá deberíamos renegociar los términos de nuestra amistad.

Y tengo algo de tiempo que matar hasta que acabe el lapso de veinte minutos,
así que le llamo –estúpidos mensajes, de todos modos, a veces se toma uno un
ridículamente largo tiempo para pensar en de hecho marcar el teléfono y hablar en vez
de escribir a la distancia como cabezas huecas– y le aseguro, enfáticamente que no
hay una colección de rocas con forma de corazón en mi futuro. “Dedos del pie,” Digo,
pensando en el supuesto recuerdo del golem de mi abuelo. “Tomaré trofeos de dedos
de los pies de todos mis novios de ahora en adelante,” y si Karou sabe que “todos mis
novios” hasta ahora es igual a cero novios, no lo permitirá.

“Eso está mejor,” me dice.

Es realmente bueno escuchar su voz. Dice que a continuación irá a Pakistán.


¡Pakistán! Le expido toda una lista de advertencias mal informadas que ella no
necesita, como que lleve un burka y que no haga ningún baile sexy improvisado en
público, y ella sigue tratando de desviar la conversación hacia Mik y yo.

Mik y yo.

Nunca antes había formado parte de un símbolo de unión. Jamás un “nosotros,”


jamás un “nos,” pero al momento que cuelgo el teléfono y empiezo a caminar –lento,
como me fue indicado– en dirección del Arroyo del Diablo, me siento bastante bien
acerca de mis posibilidades. Podría ser un gran engaño, pero un sentimiento me lleva
como si estuviera flotando, y en cuestión de segundos, estoy llegando al puente
peatonal al final de la calle Velkoprevoske, preguntándome a dónde iré después. Y es
entonces cuando la escucho.

Música.
10
Huellas De Pavo Real

Violín. En vivo y en persona y a la deriva con la nieve. Es Eine kleine


Nachtmusik, (Una pequeña serenata) la cual he escuchado tantas veces que ni siquiera
me doy cuenta, hasta ahora que la escucho, se había convertido en algo… mundano.
Oh sí, Mozart es un genio. ¿Qué hay de postre? Pero escucharlo así, una noche a la
intemperie, durante una nevada y dedicada a mí… está recién nacida en mi mente
como la creación sublime que es. Es el Andante, más suave y más dulce que el
Allegro, y es sólo… Ni siquiera puedo explicarlo.

Es una dimensión. El espacio a mi alrededor, el mundo sobre mí –hasta ahora


un vacío de aire nocturno acosado por ráfagas de nieve– se transforman en algo
viviente. Música. Cierra los ojos y es un rosal que florece en un lapso tal que sus brotes
y flores fluyen hacia el exterior en una coreografía rápida de crecimiento y colapso,
enrollamiento y desenrollamiento, liberación y desvanecimiento.

Cierra los ojos y la música pinta enredaderas y caligrafía de luz en la oscuridad


dentro de ti.

Me atrae hacia adelante, como una mano extendida. Mik está al otro lado de
ésta, en algún lugar aún sin revelar, su música marca un sendero directo hacia él, y
estoy muy agradecida de que no sea una persona común y corriente de quien me he
enamorado, ni siquiera un músico ordinario, sino un violinista.

Tan pronto como me paro sobre el puente peatonal lo veo. Ahí está la rueda de
molino justo al lado del puente –la linda rueda de molino de madera a la que todos los
turistas de Praga le sacan fotos– y Mik está abajo en el estrecho muelle al lado de ésta,
apenas a tres metros de distancia. Sin embargo, hay un muro entre nosotros, concreto
rematado con una verja de hierro, y debido a mi condición de miniatura tengo que
ponerme de puntillas para mirar a través de los barrotes. Su cabeza, protegida por su
gorro de lana, se dobla por encima de su violín, su postura es suelta y fluida, está
sonrojado, su rubor es de esfuerzo y creación, y nunca nada ha sido tan sorprendente
como el hecho de que este sonido perfecto es el resultado del suave y deliberado
balanceo del brazo de este bello chico.

No soy la única que ha sido atraída por la música. Los transeúntes se detienen a
escuchar, algunas ventanas traquetean abiertas en los edificios enfrente del arroyo, y
por un minuto todos permanecen inclinados hacia esta hermosa vista: Mik en el muelle
del molino, tocando Mozart para la nieve.

No, no para la nieve. Para mí.

Eine kleine Nachtmusik es la Serenata No. 13 de Mozart. Serenata.

Mundo, creo que es importante reconocer aquí que me están dando una
serenata. Los arcos del puente Charles como escenario, sus fantasmales farolas. El
canal es negro y destellante, y la noche dice: Síp. Todo es un milagro.

Efectivamente, Picasso. Efectivamente.

“Disculpen,” digo a una pareja que se detuvo cerca, abrazándose, de tal modo
que las plumas de sus alientos se mezclan y se vuelven una. “¿Me podrían impulsar?”
Hago un gesto hacia el muro. Es alto, con remates puntiagudos de hierro para
desalentar todavía más lo que intento hacer, pero la pareja no hace ningún intento por
disuadirme. Sonríen como si compartieran un secreto, y el chico hace un estribo con
las manos, y subo. Es entonces cuando Mik levanta la vista. Justo cuando estoy en
equilibrio en la parte superior del muro.

Nuestras miradas se encuentran, y todo este proceso largo y elaborado, mapas,


el ir y venir por el puente, el ocultarse detrás de lápidas, todo se reduce a este
momento.

Nuestras miradas se encuentran.

Y… es como si toda mi vida hubiese sido esa torre que se mantiene a la orilla
del mar con algún propósito desconocido, y sólo ahora, en casi dieciocho años, a
alguien se le ocurre activar el interruptor que revela que no soy una torre en absoluto.
Soy un faro. Es como despertarse. Soy incandescente. Jamás supe que podía emitir
luz y calor. Maldición. Si la música creó una dimensión externa, esto crea una interna.

Hay más para mí de lo que sabía.

Mik sonríe, y es como una mezcla de alegría y timidez y dulzura y ansiedad e


incluso algo que yo juraría que es sorpresa –como si estuviese sorprendido por su
buena suerte de que yo esté trepando un muro por el– que dispara una sonrisa gemela
a la mía. Mi rostro responde sin la autorización de mi cerebro, por lo que la sonrisa
resultante se siente como la más grande, la más vulnerable, la más ridícula sonrisa que
he desencadenado en toda mi vida. Yo ni siquiera sabía que mi rostro podía hacer esto.
Es como si hubiera cremalleras ocultas en mis mejillas. Jesús.

Esto debe ser lo que son los sentimientos. ¡La razón por la que las personas
escriben poemas! Ahora lo entiendo.
Lo entiendo, y quiero más.

Empiezo a descender por el lado exterior del puente. O, bueno, miro hacia abajo
en busca de pistas sobre cómo podría lograr este último, crucial paso para finalmente
entrar en el campo magnético de Mik, pero es un largo salto hasta la pequeña pasarela
metálica que hay abajo, y vacilo. Y ni bien vacilo, Mozart vacila también. Con lo que
quiero decir que, el arco de Mik flaquea sobre las cuerdas y la música se corta, y
cuando miro hacia allá, él está guardando su arco y su violín en el estuche y viene
hacia mí. Se escucha un leve amago de aplauso, pero en este momento yo no me voy
a distraer con nada fuera de este círculo.

Esta es la situación. Yo: aferrándome a la parte de afuera del puente. Mik. En la


pasarela metálica que hay debajo. Su cabeza se encuentra aproximadamente a la
altura de mis pies. Él me está mirando, nuestros ojos se encuentran otra vez y lo que
yo pienso de él es amo tu cara porque es simplemente la mejor cara y no puedo dejar
de imaginar una situación en la que estemos los dos de pie con nuestras frentes y
puntas de la nariz tocándose, y es entonces cuando me doy cuenta de que el
resplandor de faro que me siento emitir es de hecho sonrojo. El se sonroja también, y
con la reducida distancia entre nosotros existe la sensación de que nuestros rubores se
reúnen en el centro. Los bordes de nuestros campos magnéticos se están topando el
uno contra el otro.

Y Luego Mik habla. Todo lo que dice es “hola,” pero lo dice como si estuviera
exhalando una nube de veneración pura, y eso me derrite.

“Hola,” contesto. Una palabra hablada, y no hay malfuncionamiento bucal. De


acuerdo, es sólo hola, pero es el hola más significativo que he dicho hasta hoy, y ni
siquiera suena como mi voz. Suena como si perteneciera a alguna chica con una
colección de rocas con forma de corazón, y a mí, desafiantemente, no me importa.
“¿Me ayudas a bajar?” le pregunto.

Y él se estira para alcanzarme. Me agacho para sentarme en el borde del muro


de concreto, el duro riel de hierro en mi espalda. Me da la impresión de que todavía
estoy un poco fuera del alcance de las manos de Mik, así que tengo que inclinarme
hacia adelante, y dejarme caer para que el me atrape. Y lo hago. Y él lo hace. Y es
como si me viera a mí misma hacer esto caer –dentro de los expectantes brazos de
Mik, dentro de su campo magnético– desde una gran distancia. Atrapa mi cintura, tan
acolchada por mi suéter y mi abrigo que lo único que siento es solamente la presión y
no sus manos, y yo agarro sus hombros, igualmente acolchados por su abrigo pero aún
así lindos hombros de muchacho, y me deposita en el suelo frente a él, simple y
cuidadosamente, y aquí estamos, hemos llegado de lleno a la porción de charla de la
noche.
Hay un largo silencio.

Pero no es un silencio incomodo, porque Mik me está mirando como si yo fuera


el tesoro del estante alto que alguien acaba de bajar y poner en sus manos. Descubro
que no me molesta ser vista de esta manera. No me molesta para nada.

“Encontré tu nota,” dice.

“Encontré la tuya.”

“Yo no sé dibujar,” dice un poco aprisa, como si se estuviera disculpando, y


entonces me doy cuenta que está tan nervioso como yo.

“Y yo no sé tocar el violín,” atajo. “Eso fue… hermoso.” Eso es tan insuficiente.


Sublime podría definir mejor lo que fue, pero eso habría sonado pretencioso.

Niega con la cabeza, humilde. “No fue nada. O sea, no le digas a Mozart que
dije eso. Pero no fue como lo que tú hiciste esta noche. Ni siquiera sé qué decir. Es la
cosa más genial que alguien haya hecho para mí.”

“¿Qué cosa? ¿El hacerte recorrer toda la ciudad en la nieve?” Es mi turno de


actuar humilde. En realidad fue genial. Soy muy consciente de ello.

“Sí, eso y todo lo demás. Ni siquiera sé cómo hiciste algunas de esas cosas.”
Hay una breve pausa antes de que agregue, “pero no me digas. Quiero sólo creer que
fue magia.”

“Sí fue magia,” digo simplemente. Aprendí esto de Karou, en cuanto a magia:
puedes decir las verdades más extravagantes, prácticamente sin riesgo a que te crean.

Excepto, aparentemente, en el caso de Mik. “Te creo,” dice. “Justo así es como
había imaginado que eran tus noches de sábado.”

Pausa. Considerar. Reanudar. “¿Imaginabas mis noches de sábado?”

“Claro,” dice, con una ligera inflexión de por supuesto. “Cada semana mientras
hacía algo aburrido y típico después del show. Es la forma en que me castigaba a mí
mismo por avergonzarme y no atreverme a hablarte – imaginarte haciendo, como,
mandados secretos sobre los tejados, o desvaneciéndote a través de trampillas que no
dejan grietas al cerrarse, sólo rastros de polvo plateado.”

Es como si estuviera describiendo a Karou. ¿Mandados secretos y


desvanecerse y compuertas? Me doy cuenta que Mik piensa que soy misteriosa.

Es, sin duda, el mejor cumplido que me han hecho hasta hoy. Podría decirle
cómo son mis noches de sábado en realidad –que las paso con Karou en La Cocina
Envenenada platicando, sobre té y cuadernos de dibujo, desalentada por su culpa–
pero no. Me gusta este ente de asuntos misteriosos. “¿Polvo plateado?” Le pregunto.

Se encoje de hombros, penoso. “No sé. O quizás huellas de pavo real.”

Esto es interesante. “Huellas de pavo real,” repito.

“Es un poema que leí,” me dice. “Tenía un verso como ‘quienquiera que se haya
despertado para encontrar las huellas húmedas de un pavo real atravesando el piso de
su cocina,’ y desde entonces, siempre he querido. Hummm. Despertarme y encontrar
huellas de pavo real.”

“Okey,” digo, van con él. Huellas de pavo real. Eso se podría arreglar, creo,
porque apuesto a que un scuppy podría lograr eso, pero entonces esta sensación de
intimidad me golpea. La parte de Mik despertando. La idea de… de estar ahí para ello,
y viceversa. Es como una visión del futuro –un futuro posible, hasta ahora tan fuera del
alcance de mi conocimiento que un escalofrío recorre mi espalda. Esa sensación de ser
un niño en una habitación llena de adultos: todo a tu alrededor son rodillas, y los
adultos están allá arriba en su propio mundo un montón de cabezas distantes hablando
de cosas que no puedes empezar a comprender.

Despertar con alguien es la consecuencia natural de dormir con él. Y eso es algo
que pasa allá arriba, con las cabezas de los adultos. Yo todavía estoy acá abajo en el
piso con los Cheerios que se cayeron, siendo abofeteada cada que el perro menea la
cola.

Metafóricamente hablando.

No es una revelación, o algún tipo de decisión que tomar. Es más como un


atisbo de las decisiones que llegarán, tarde o temprano. En la tierra de fantasía de los
adolescentes, el beso es el final feliz. En el planeta de los adultos, soy plenamente
consciente de que es sólo el comienzo.

Miro fijamente a Mik, preguntándome a dónde pertenece en el espectro de


expectativas de adolescentes contra adultos.

(Y PS, si usas la palabra adulto probablemente no eres uno.)

“Así eres tú,” está diciendo él. “Como huellas de pavo real. Inesperadas. Y esta
noche ha sido así. Asombrosa. Y… no quiero ser el tipo que sólo se despierta y
encuentra las huellas de pavo real.”

“Espera. ¿Qué? Creí que tú querías encontrar las huellas.”


“Sí, pero no quiero sólo encontrarlas. Quiero hacer algo también. Contribuir con
algo. A esto.” Hace un gesto que nos abarca. Un gesto de “nosotros” que, dado el
reciente desvío de mis pensamientos, parece rico en significado. Y luego el gesto se
abre para incluir el muelle, el violín que yace allí, el arroyo corriendo. “No es que sea
mucho. Fue lo mejor que pude hacer en el fragor del momento.”

“Es grandioso,” digo, completamente en serio. “Es totalmente huellas de pavo


real. No me lo esperaba para nada.” No menciono el breve ataque de desesperación
que causó antes en el patio del Liceo, o mi corazón rayado, o mi discusión conmigo
misma acerca de si era o no un patán.

“Bien.” Con el ceño un poco fruncido de preocupación, me dice, “Espero no


haber estropeado tus planes.”

Niego con la cabeza. “No. Esto es grandioso,” ¿Cuáles eran mis planes después
de todo? Iba a empezar a improvisar a partir del patio, con la idea de ir a algún lugar
bajo techo donde la esfera de hielo comenzara a derretirse. ¿Dónde está la esfera de
hielo, a todo esto? ¿No la habrá derretido ya, o sí, y leído el mensaje? Mi latido brinca
ante la idea. “¿Tú, ehmmm, tienes la… esfera de hielo?

“Oh. Sí. La tengo.” Se endereza, y es entonces cuando me doy cuenta,


demasiado tarde, de lo cerca que había estado su cara de la mía. Ahora me ofrece su
brazo como una especie de caballero a la antigua usanza. “Por aquí por favor, milady.”

Hmmm. ¿Qué es esto? Enlazo mi brazo alrededor del suyo, y me escolta al final
del muelle, más allá de su estuche de violín, y revela… más huellas de pavo real.

No literalmente.

Hay un bote de remos amarrado en el extremo del muelle, meciéndose


suavemente por debajo de nosotros en el agua oscura. En el cuadro más agradable e
inesperado, está puesto para el té. Reconozco la bandeja de té de inmediato, como
pertenecientes a La Cocina Envenenada. Una tetera de plata, el cuenco de “arsénico” y
el dispensador de “estricnina” dos tazas de porcelana blanca sobre platos y ahí está la
esfera de hielo reluciente como cristal, y también… Una caja de pastelería. Caja de
pastelería. Oh dios mío, me muero de hambre. Y me estoy congelando. Y té… y una
caja de pastelería… en un bote de remos… miro a Mik con asombro. “¿Cómo es que
tú-?”

“Los veinte minutos,” dice. “Caminé realmente rápido. Pero aún así, no lo habría
logrado si ese tipo loco con parche en el ojo no fuera tan fanático tuyo. Tengo el
presentimiento definitivo de que él no dejaría sacar la plata fuera de esa puerta a nadie
aparte de ti.
“Bueno, hay otra persona. Mi mejor amiga. Nosotras vamos ahí muy seguido.
Imrich es un tanto protector con nosotras.”

“¿Tú crees? Él me dedicó esa mirada fija y silenciosa de diez segundos, y estoy
bastante seguro que si mis intenciones no fueran honorables, mi rostro se habría
derretido.”

Hmmm. Espero que sus intenciones no sean demasiado honorables. Esperen.


¿O sí? Espero que sus intenciones sean medianamente deshonorables, y lleguen
hasta besar y eso es todo. Por ahora. “Me alegra que tu rustro no se derritiera.” Porque
lo necesitarás para besar.

“Yo también. ¿Quieres un poco de té?”

“Más de lo que las palabras pueden decir.”

Hay una pequeña escalera al final del muelle y descendemos primero y nos
encaramamos en el bote, tratando de no balancearlo y derramar el té. Yo soy liviana,
como sea, por eso no se mueve tanto hasta que Mik se sube después de mí.

“Así que el té es de La Cocina Envenenada,” digo, lo cual tiene sentido. Está a la


vuelta de la esquina. “¿Qué hay del bote?”

“Bueno.” Mik vierte té en mi taza. Todavía está humeante, gracias Dios. “Sólo
digamos, que probablemente deberíamos mantenerlo atado donde está.”

Mi primer sorbo de té es el paraíso, y el calor de la taza en mis manos también.


“Ya veo. Entonces no tenemos permiso de estar aquí.”

“No exactamente. Sólo tengo veinte minutos. Fue cuestión de pelear un poco.
¿Pastel?”

Pastel. Como cambio de tema de conversación es bueno. Dudo durante un


pequeñísimo instante, sin embargo, ya que mi cerebro entra en esa rueda de hámster
de preocupación por la posibilidad inminente de besos. Comer o no comer, esa es la
cuestión: si es más Noble para el estomago soportar las Flechas y Pedradas de la
áspera Hambre (mientras mantiene las partes bucales en prístina condición de besar) o
armarse con una Cuchara contra una rebanada de pastel, y-

“Sí, por favor,” deja escapar mi estomago. Y Mik abre la caja de pastelería para
revelar una pequeña, completa tarta Sacher, es de chocolate tan oscuro que parece
negro. Chocolate. Gracias Dios. Si él hubiese traído un pastel que no fuera de
chocolate, habría tenido que darle un demérito. No tenemos tenedores o platos,
solamente las cucharillas de nuestros tés, así que comemos con ellas, corto la primera
rebanada en la suave superficie del pastel –un mordisco pequeño y delicado que en
realidad no es mi AAHHHM habitual– y sagrado infierno, el chocolate es tan intenso y
puro que debería ser llamado elemento químico y asignado un espacio en la tabla
periódica. Sería Ch que incluso está libre.

El bote se mece suavemente, y mis pies se están congelando, pero el té me


calienta desde el interior, y cada ligero impacto de contacto visual de Mik, desencadena
un leve rubor que calienta mi rostro, así que lo estoy haciendo bien (mucho más que
bien), a pesar de que es febrero en Praga y sólo los locos se sentarían en un bote de
remos a comer pastel durante una tormenta de nieve.

Porque: oh. La nieve cae más pesada ahora. Ambos miramos hacia arriba y
alrededor, como: mmm. Cae en olas suaves, y cuando golpea el agua se derrite como
el azúcar en el café. Sería un café muy dulce, porque es una gran cantidad de azúcar.
En los tejados y el muelle –e incluso en el pastel– se acumula.

Es Mik quien toma la decisión de ignorarlo. “Así que, ¿eres de Praga? Me


pregunta mirándome con esa determinación de no notar la ventisca. Toma otro bocado
de pastel.

Yo tomo otro también. Y otro trago de té caliente. “De Český Krumlov. ¿Tú?”

“De aquí. Vinohrady. Mi familia aún vive ahí, pero yo ahora estoy en Nove
Mesto.”

Los dos actuamos como si estuviésemos a la mesa en un café, tan normal como
puede ser. “Yo vivo en Hradčany,” le digo, “con una vampírica tía abuela.”

Y a partir de ahí es una conversación normal totalmente desenvuelta, cubriendo


lo básico: familia, hermanos, escuela, compositores favoritos, películas favoritas,
madera favorita (para tallar marionetas), la prehistoria del sándwich, y si a los antiguos
romanos se les enredarían las togas en los rayos de sus monociclos.

Bueno, empezó totalmente normal y luego dio un giro. Por culpa de la esfera de
hielo.

Ah, sí, la esfera de hielo.

Verán, mientras no estaba prestándole atención a ésta, –porque, o sea, le estoy


prestando atención al hermoso muchacho que me dio una serenata y me compró
pastel– supongo que rodó hasta recargarse contra la tetera caliente y… se derritió, y…
deja libre su mensaje.

Lista o no.
Él
11
Toma El Algo

Entonces, tengo mucho frío. El té está ayudando un poco, pero se está


volviendo algo bobo estar aquí afuera. En algún momento irá del bobo en el buen
sentido al bobo en el sentido de nos encontrarán así en la mañana, con nuestras
sonrisas congeladas en nuestras caras azules. El té puede ser nuestro reloj de arena.
Cuando nos lo terminemos, o cuando se enfríe, lo que sea que pase primero, será hora
de irnos. Pero por el momento, el té todavía está caliente, y todavía es bobo bueno.
Una historia para contar.

La noche en que finalmente nos conocimos.

Es por lejos, una muy buena historia. Me pregunto cómo irá el resto de ésta.
Cómo terminará. La noche, quiero decir, no la historia. Creo que sé cómo terminará la
noche. Bueno. Hay dos versiones, de hecho, pero naturaleza honorable ha encerrado a
mi naturaleza de hombre en esta. Mi naturaleza honorable espera que termine conmigo
acompañando a Zuzana a su casa y dándole un beso de buenas noches en su puerta.

Sigo queriendo estirar la mano y tocar su rostro.

Demonios. Al verla temblar quiero cobijarla dentro de mi abrigo y abotonarlo a su


alrededor. Quiero calentar mi cara contra su cuello y empañarla con mi aliento como un
espejo y escribir mi nombre en ella con la yema de mi dedo. Quiero calentar mis
manos, también. Pienso en su piel tan profundamente enterrada ahí bajo su abrigo y
capas de ropa, y ella es como el centro secreto de una Tutsi Pop. Algo sobre las capas
de ropa invernal es que: desafían a imaginar la forma oculta en su interior. Quiero decir,
no todo es imaginación. He visto a Zuzana sin sus capas más externas, al menos, en el
teatro, pero sólo la he conocido en invierno, por lo que: suéteres, bufandas, vaqueros,
botas. Tan siquiera un atisbo de tobillo o clavícula, esos milagros de la geometría
femenina. Es demasiado victoriano, pero en las profundidades de un invierno sin novia,
un atisbo de tobillo probablemente me excitaría.

En teoría, al caminar por la ciudad con las notas y mapas de Zuzana en mis
bolsillos y sus marionetas en mis brazos, es sencillo no ser “macho”. Había algo tan
inocente en ello, como un cuento de hadas. Pero al estar sentado justo frente a ella,
mirando su hermosa cara, hay… impulsos. Si esta noche es un cuento de hadas,
entonces esto es el felices para siempre, ¿cierto? ¿O por lo menos el principio de eso?
¿Y a qué me refiero con el felices para siempre? Esas princesas e hijos de leñadores
tienen también cuerpos bajo sus abrigos. Es decir, ¿Qué creen que significa felices
para siempre?

(No puedo ser el único que piensa en eso.)

Y no es como si nunca haya imaginado un felices para siempre con Zuzana. Soy
un hombre. Pero inclusive antes de esta noche, había algo sobre ella que llevaba mi
imaginación a un nivel más alto. Al nivel de novia –como un montaje de una película de
tomarnos de las manos y cocinar cenas y leer libros en el parque.

Y luego el felices para siempre. Eventualmente. Algún día. Quizás.

Ojalá.

Desatar la correa del abrigo de Zuzana sería como quitarle el moño a un regalo.

Ya basta.

Okey. Naturaleza honorable reafirmada. Estoy bien. Durante todo este tiempo
que hemos estado hablando, y es sencillo. Zuzana es divertida y rápida –ingeniosa– y
ella vuelve con cosas aleatorias como las huellas de pavo real así que cada hilo se teje
y cada tema se hace más grande, más raro, más divertido. Es el mejor tipo de
conversación. Nos reímos mucho. Le platico cómo fui secuestrado hacia el infierno
cuando tenía cuatro años. Ella me cuenta de la marioneta que muerde. Quiero conocer
a ese loco abuelo suyo, y ahora en realidad quiero un dedo del pie de un golem,
también.

Y entonces alcanzo la tetera para llenar nuestras tazas una última vez –el reloj
de arena se ha terminado, los sedimentos del té están helados– y es entonces cuando
noto: la misteriosa bola de hielo que Zuzana colgó en el patio del Liceo se ha derretido
en un charco. Bueno, derretido a medias. El lado recargado contra la tetera se ha ido
por completo, y la cápsula del interior se asoma.

“Oh.” Cuando la levanto veo a Zuzana inmóvil, y pregunto: ¿Qué hay dentro?
Cuando la miro de modo inquisitivo, se muerde el labio. Nerviosa. “¿Debería abrirlo?”
Le pregunto, y no me contesta de inmediato.

Ahora estoy realmente intrigado. Sus ojos me examinan en silencio –y más


silencio, y más– y tengo este sentimiento incomodo de que ella está viendo justo mi
naturaleza de hombre encerrada, y de algún modo sabe que tuve un pensamiento de
ella como el centro de una Tutsi Pop, y luego –silencio, silencio, silencio– finalmente,
cautelosamente, dice… “Okey.”
“¿Okey?” Sostengo, la bola parcial de hielo con este pequeño tubo saliendo de
ella.

“Okey,” Repite, y sus ojos están muy tranquilos y claros, muy oscuros y
vigilantes. Esto es algo importante.

Ya casi no siento mis dedos, y liberar el tubo del resto del hielo en el que está,
los adormece hasta el punto en que se sienten como prótesis de dedos de madera, y si
alguna vez han tratado de abrir un tubo de plástico y desenrollar un rollito muy pequeño
utilizando dedos protéticos de madera (y en realidad, ¿quién no lo ha hecho?) sabrán
que no es fácil. Y durante el tiempo que estoy tratando torpemente abrirlo, el silencio se
hace más grueso y más profundo, como la nieve.

Al final, me las arreglo. Desenrollo el mensaje, y dice:

Carpe puella.

Toma. Toma el algo. Demonios. No sé qué es puella. Sé qué espero que


signifique, pero no es como que yo hable latín. Noctem y diabolus fueron sencillos, pero
ahora soy yo el que se muerde el labio.

“Hm,” digo.

Y Zuzana sigue mirándome con la intensidad de un telépata. Su mandíbula está


tensa. Estoy arruinando esto.

“Yo no… ¿No hablo latín?” Me escucho diciéndolo como una pregunta, y tan
pronto las palabras salen de mi boca, como por arte de magia, la tensión desaparece
del rostro de Zuzana.

“Oh. Yo, tampoco. Tuve que buscarlo en Google. Temía que pudiera ser
demasiado oscuro. Aquí” Estira su mano y yo le tiendo el rollito, y entonces saca un
bolígrafo de su mochila y se encorva sobre la nota, ocultándola de mi vista y escribe
algo en ella. Luego lo enrolla otra vez y me lo tiende solemnemente.

Ahora dice:

Carpe puella. Zuzana.

Trago saliva, y puede escucharse como en las caricaturas. “Eso era lo que yo
esperaba que significara,” digo. “Pero si puella significara, algo como, sándwich, o
bicicleta, podría resultar embarazoso.”

Aquí hay una larga pausa de parte de Zuzana, lo suficientemente larga para que
me dé cuenta de qué tan mala es esa respuesta para la petición de una chica –o mejor
dicho, una orden– que la besen, y luego dice, con calma, “¿existen siquiera palabras en
latín para sándwich y bicicleta? O sea, ¿los romanos siquiera tenían sándwiches y
bicicletas?”

“Bueno, sándwiches. Siempre ha habido sándwiches. Los mismos aliens que


trajeron los dinosaurios a la tierra trajeron sándwiches también.” ¿Qué estoy diciendo?
¿Se supone que debería inclinarme sobre la mesa justo ahora para besarla? “Sin
embargo no tengo idea de las bicicletas.”

“No creo que tuvieran bicicletas,” dice Zuzana. “Sólo monociclos.”

“Monociclos.” Quiero aproximarme a ella, pero se vería demasiado abrupto, no


sé, como que hay una lógica lunar para este tipo de cosas, una atracción de la luna, y
el momento no es correcto. “No lo sé. ¿No se les atoraban sus togas en los rayos?”

“Todo el tiempo. Inclusive hay un mosaico de ello en Pompeya.”

“Le pasó a mi hermana una vez,” digo. “Aunque, no en un monociclo. Ella iba en
la parte de atrás de la moto de un tipo en Milán y su falda se enredó en los rayos, y era
una de esas faldas de gitana, endeble y toda se desprendió de la pretina, por lo que ahí
estaba ella, únicamente en ropa interior y pretina, en esa elegante y transitada calle de
Milán, mientras que como una docena de transeúntes trataban de liberar la falda de la
llanta de la pequeña moto.”

“Eso es… mortificante.”

“Además una paloma se le estrelló en la cabeza. Ese mismo día.”

“¿Una paloma le hizo popó en la cabeza?”

“No. No, colisionó contra su cabeza. De hecho la tiró al piso le sacó sangre.
Tuvo que recibir inyecciones, debido al riesgo de infección.”

“Suena como si Italia estuviera tratando de deshacerse de ella.”

“Bueno, funcionó. Se fue al día siguiente, y jura que no volverá jamás.”

Así que aquí estamos, hablando de monociclos romanos y sándwiches


alienígenas y las desgracias italianas de mi hermana, mientras que lo que se mantiene
entre nosotros es:

MI ÉPICO FRACASO PARA CARPE.

¿Qué me sucede? Quizás encerré mi naturaleza de hombre demasiado


profundo. No, no es eso. Mi naturaleza de hombre no es lo que se necesita aquí.
Zuzana merece algo mejor que naturaleza de hombre.
“¿Me prestas tu pluma?” le pregunto.

Ella me la tiende, y me doblo sobre la pequeña tira de papel y escribo: En


realidad tengo muchas muchas ganas de ‘carpe’te. Dice. Podría tratar de sorprenderte,
sin embargo, si eso está bien. Además, no siento mis manos ni mi cara.

La escritura es realmente desastrosa, a causa de no poder sentir mis manos. Le


doy el papel a Zuzana, y cuando ella lo lee, se ríe. “Tal vez es hora de irse.”

Definitivamente es hora de irse. Así que salimos del bote, disputándonos la


charola del té. Ayudo a Zuzana a subir la escalerilla primero y luego la sigo, y es
cuando estoy agachado en el muelle para recoger mi estuche de violín, que veo… algo
completamente loco.

Todo esta noche, desde Carpe diabolus, mi ser racional ha estado tendido sobre
su espalda, haciendo angelitos en la nieve mientras mi ser de esperanza se sienta
sobre su pecho canturreando y me permití jugar este juego de magia. Pero seguía
siendo un juego. O sea, yo en realidad no me lo creía, supongo, porque de repente…
creo. Ya no hay lugar para la incredulidad. Se trata de creencia, y las dos cosas son
como agua y vino.

En frente de mí, formándose una a una en la suave superficie de la nieve y


conduciendo velozmente hacia la lejanía inclusive mientras observo, son huellas. A
pesar de mi cita poética, no podría en realidad decirles qué aspecto tiene una pisada
de pavo real, pero probablemente se ven así: como pisadas alargadas de ave. Como
jeroglíficos.

Como magia.

Estoy sin habla. Me vuelvo hacia Zuzana, pero ella no se dio cuenta. Está
mirando al cielo, la nieve se arremolina a su alrededor como plumas en una pelea de
almohadas de una película, volteo de nuevo hacia el muelle y las pisadas ya se están
desvaneciendo bajo las nuevas ráfagas de nieve –una visión secreta que nadie creería,
tal vez mañana ni siquiera yo lo crea– Y cuando volteo hacia Zuzana, ella me está
mirando. Lacados ojos oscuros, cabello revuelto convertido en picos por el clima.
Abrigo negro, botas negras, manos hundidas en los bolsillos. Y esa calidad de muñeca
de su rostro que empieza a estar bien –bien como en una calidad de museo– cada
plano y curva como la elección armoniosa de un artista –esta holgura compensa esta
austeridad, este ángulo mejora ese arco– y la forma de corazón, y los ojos puestos en
todo, y las elegantes cejas oscuras con su extraordinaria movilidad y suavidad.

Y los labios.
Los labios. ¿Quién podría decir cómo suceden estas cosas? Pienso que la luna
está a cargo de algo más que sólo las mareas. O me moví yo o lo hizo Zuzana, no
estoy seguro cual de los dos. Sólo sé que ella está mucho más cerca de repente, y lo
que sea que antes me estaba impidiendo el tomarla, me ha soltado. El espacio entre
nosotros se ha desvanecido y estoy mirando de sus labios a sus ojos y de vuelta, y ella
hace lo mismo con los míos, y existe este instante mientras me estoy inclinando hacia
ella en el que los dos nos miramos desde los labios a los ojos en el mismo momento y
nos encontramos y es mucho más allá de chispas y cosquilleo, este contacto visual. Es
como perder la gravedad y caer en el espacio –el momento de lanzarse
precipitadamente cuando la infinitud del espacio se impone y no hay ya nada más
debajo, sólo una eternidad, y te das cuenta de que podrías caer por siempre y nunca te
quedarías sin estrellas.

Su rostro, mis manos. El rostro de Zuzana está en mis manos. Mis dedos
entumecidos trazan una línea hacia su mandíbula y de vuelta a su pelo –solo lo
suficiente para curvarse alrededor de la columna de su cuello y– ligeramente, con
suavidad…

…tomarla.

Y besarla.

Y no hay mejor manera de descongelar un rostro, como puedo comprobar, que


con otro rostro.
Ella
12
Como Chocolate

Dos A.M. mensaje de texto para Karou: *se estira y bosteza* Largo día. Creo
que iré a dormir justo ahora.

Cuatro segundos después: ESO NO ES PARA NADA DIVERTIDO

–¿Ni siquiera un poquito?

–DIME ALGO BUENO AHORA MISMO.

–Veamos. Algo bueno *se golpea el labio con el lápiz* Okey: pavo real fantasma.

–¿¿¿???

–Usé mi penúltimo scuupy para hacer que aparecieran huellas de pavo real en
la nieve.

–…desde luego. Hmmm. ¿Quién no lo haría…?

–Y cuando Mik las vio, fuegos artificiales explotaron en su cerebro. Y luego me


besó.

–¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Besos!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Empiezo a escribir una respuesta, pero no tengo más de un par de palabras


cuando el teléfono suena –así debería, porque esto totalmente merece una llamada.
Contesto incluso antes que termine el primer timbre. “Entonces voy a hacer una
colección de rocas con forma de corazón genial,” digo. “No dudes que puedo hacerlo.”

Hay una pausa, y luego esta voz que no es la voz de Karou, dice. “Eso es raro,
ya que justo estaba pensando en empezar un blog con todas esas fotos de mis manos
haciendo forma de corazón sobre diferentes cosas. Como narices de perros y grafitis
graciosos.” Y la voz que no es la de Karou es de Mik, y por un segundo me quedo
paralizada, mi cerebro entrando en modalidad de valoración de daños, pero casi
inmediatamente me doy cuenta de que tengo suerte. Mucha suerte. Había un millón de
cosas más embarazosas que podría haber dicho, y como sea: Mik me llamó. “Y globos
atorados en árboles,” dice. “Y patitos en bañeras.”
“Y nubes con forma de pistola,” contribuyo.

“Sí. Y tubérculos obscenos.”

“Y niños con correas. Y un maquillaje de payaso realmente malo.”

Y es como si platicásemos por teléfono en el medio de la noche cada noche, es


así de fácil, y ya por el final de la llamada estamos medio serios respecto al blog de
manos con forma de corazón, y, a pesar de mis esfuerzos por desviarlo en una
dirección misantrópica, que es una idea adorable, Mik presiona impávido con cosas
como “pies de bebe” y “avestruces sorprendidas,” y yo estoy tan contenta.

“Debería dejarte dormir,” me dice. “Sólo quería decirte buenas noches.”

“Buenas noches,” le digo, somnolienta, y feliz con esta capa de pastel de


felicidad que va desde la alegría tan profunda hasta los huesos –lujosa y casi perezosa,
como una ducha caliente– a burbujeantes, bengalas en el hoyo en el corazón, felicidad
que está despertando nuevas partes de mi cerebro y enseñándoles pasos de baile.

Mik dice, “Y quería asegurarme de que no pensaras que, mmm, que yo…
titubeé… antes porque no quería besarte.”

“No,” digo, aunque si pensé eso –o lo temí– por unos pocos minutos en el bote
de remos. Sin embargo, ahora lo entiendo, y no hay molécula en mí que piense que el
beso fue forzado o reacio o tibio. El beso. El beso habló por sí mismo. Se eliminó
cualquier duda. “Está bien. No podía ser orquestado. Tenía que simplemente suceder.”

“Me alegra que sucediera,” dice.

“A mí también.”

“¿Crees que… quizás pueda suceder de nuevo mañana? ¿Con la cena? No, no
podría esperar tanto. ¿Almuerzo? No. ¿Desayuno?”

Oh, supongo. Estoy irradiando rayos de faro en mi cama. “Sí por favor.”

Y hacemos planes y nos despedimos, y cuelgo. Tengo algunas llamadas


perdidas de cuando estábamos hablando y ni siquiera las podía ver, pero ahora veo
que eran de Karou, un mensaje de voz y una serie de mensajes de texto, en último de
ellos dice:

–¿Poooor queeeeé me estás torturandoooooo?

–¡Perdón! ¡Perdón! Mik llamó.


Y entonces me golpea de nuevo. Mik me llamo. Esto es algo que pasa ahora. Y
Besar. Besar será una parte regular de mi vida ahora. Ya parece que lo veo, con esta
rara clase de claridad. Es un horizonte abierto delante de nosotros, se extiende hasta
donde alcanzan a ver los ojos: sin angustia y sin juegos, sólo deleite mutuo. Tan simple,
pero tan rico. Como chocolate. No una trufa espolvoreada con oro o una blanda torre
de pastas balanceándose en un plato de cristal, sino una simple, honesta barra del
mejor chocolate del mundo.

Y le escribo un poco más a Karou, y su felicidad por mí prácticamente brota del


teléfono, pero es tan tarde, y realmente quiero tenderme en mi cama y volver a
reproducir esta noche en mi cabeza, así que firmo con una promesa de llamarla en la
mañana, y luego me acuesto y recuerdo.

La sensación de caer, mientras Mik se inclinaba. Sus ojos estaban tan cerca, y
sus labios, y yo no sabía qué mirar, sus labios o sus ojos, y luego… yo sólo. Ojos, de
cerca. Jamás habría. Sus ojos son azules, y los ojos azules de cerca son un fenómeno
celestial: nébulas como las que se ven a través de telescopios, la luz de estrellas sin
nombre, difuminadas a través de polvos y elementos e infinito. Capas de luz. Los ojos
azules son luz de estrellas. Nunca supe. Sus pestañas se cerraron antes de las mías;
lo sé porque tengo un recuerdo destellante de sus pestañas espolvoreadas con un
perfecto patrón de encaje de copos de nieve –y luego oscuridad por mis ojos también
cerrados, y toda mi conciencia vertida en mis otros sentidos.

Tacto. La suavidad de sus labios.

Okey, al principio, no había tanta suavidad por los entumecidos y congelados


rostros, pero en realidad me hizo mucho más consciente de nuestra respiración, porque
nuestro aliento era cálido y cada segundo que nuestros labios se acercaban en esa
forma ligera como una pluma, podía sentir más. Fue como algo enfocándose. No
podría decir en qué momento pude sentir plenamente, sólo sé que llegamos ahí.
Llegamos ahí lenta y exquisitamente. Nuestro aliento tocando más que nuestros labios,
de modo que cada pequeño punto de contacto estaba envuelto en deseo para el
siguiente, y aprendí esto: la precepción visual de la textura es pálida en comparación
con la de los labios, y no sabía lo aterciopelados que eran hasta que lo supe con mis
labios.

Oh, besos. Oh, chico del violín.

No estoy segura de cuánto duró. No podría ni empezar a adivinar. Algo entre dos
minutos y veinte y durante este tiempo, jamás dejó de ser dulce, lo fue, hasta el final,
empieza haciendo alusión a la misteriosa conexión de los nervios, pequeños ríos de
fuego qué cítara a través de todo tu cuerpo despertando las células durmientes de
sensación, cada una añade otra dimensión a este misterioso pasaje interior que es
mucho más grande de lo que parece, posiblemente infinitamente, desconocidamente
más grande. Y la reflexología ya no me parecen pamplinas, porque si un ligero toque
en la parte de atrás de mi cuello puede hacerle eso a mis rodillas, entonces, cuando del
cuerpo humano se trata… cualquier cosa podría ser posible.

Mis rodillas fueron las que finalmente marcaron el final del beso, porque
empezaron a temblar y Mik pensó que era por el frío, pero para nada era por eso, y la
forma en que nos miramos el uno al otro después del beso fue intensa y un poquito
sobresaltada –oh hola– y desprendida conscientemente feliz, y deslumbrada, y
exhaustiva, profundamente, mutuamente hechizada.

Así que, ya saben, fue agradable.

Mi teléfono otra vez, justo cuando me estoy derrapando hacia el mundo de los
sueños. Un mensaje. Es de Karou: Tengo que saber. Si el pavo real fantasma fue tu
penúltimo scuppy, ¿Qué hiciste con el ÚLTIMO?

Mi mano lo busca –ya no está oculto en un bolsillo de mi abrigo sino colgando de


una cadena de plata alrededor de mi cuello: una singular cuenta roja. No lo necesité.
Bueno, no necesitaba ninguno, pero me alegra haberlos tenido, porque me inspiraron a
crear esta noche– justo hasta el punto en que la noche se hizo cargo, con la ayuda de
Mik, y comenzó a crearse a sí misma. Lo cual es lo que uno siempre espera que
suceda: que la vida se haga cargo y sea más grande y más maravillosa de lo que
podemos soñar por nuestra cuenta.

La vida no necesita de magia para ser mágica.

(Pero un poquito no hace daño.)

Es agradable saber que tengo un último scuppy por si alguna vez necesito
improvisar algunas huellas de pavo real –literal o figurativas– pero quizás al final me lo
quede como recuerdo. ¿Quién sabe? Guardarlo para un día lluvioso, le contesto a
Karou, y ahueco la cuenta en mi mano y sonrío mientras me quedo dormida,
preguntándome cómo serán mis días lluviosos a partir de ahora. Tan buenos como los
días nevados, creo.

Voy a necesitar una sombrilla más grande.

Traducción exclusiva para Myztic Entertainment. Por: Soulrac.

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