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Laini Taylor
En la parte superior del armario, en la parte trasera del taller de mi padre –taller
que fue de mi abuelo y que algún día será mío, si lo quiero– hay una marioneta. Lo cual
no es de sorprender puesto que es un taller de marionetas. Pero esta marioneta, como
ninguna de las demás, está aprisionada dentro de una caja de cristal, y lo que me ha
vuelto loca toda mi vida es esto: la caja no se abre. Cuando era pequeña mi trabajo era
limpiarla y puedo decirlo con certeza: no tiene puerta, ni cerradura, ni bisagras. Es un
cubo sólido, y fue construido alrededor de la marioneta.
“¿Lo suficientemente afilados para qué?” mi mejor amiga, Karou, quiso saber, la
primera vez que la traje a casa en Český Krumlov conmigo.
“¿Para qué crees?” Contesté con una sonrisa escalofriante. Era víspera de
Navidad teníamos quince años, no había electricidad debido a una tormenta y mi
hermano, Tomas, y yo la llevamos al taller con solamente una vela para alumbrar, lo
admito libremente: estábamos tratando de asustarla.
“La capturó,” repitió Karou “¿Y dónde capturan los abuelos… zorros no-muertos
cosacos?”
“Desde luego.”
Es la mejor y más aterradora de todos los tiempo historia para dormir de Deda, y
la más solicitada, eso ya es decir bastante porque Deda tiene muchas historias, cada
una absolutamente cierta. “Que me parta un rayo en dos si estoy mintiendo” dice
siempre, y hasta ahora no le ha caído ningún rayo. Él aporta además una “prueba” para
cada historia. Recortes de periódicos, objetos, baratijas. Cuando éramos pequeños,
Tomas y yo creíamos devotamente que el mismo Deda salió corriendo de un golem
furioso en 1586 (él tiene una masa de barro petrificado en la forma aproximada de un
dedo del pie), perseguido a la bruja Baba Yaga a través de la taiga a petición de
Catalina la Grande (quien le entregó una medalla de la Orden de San Jorge por sus
problemas), y sí, arrinconado a un merodeador zorro no-muerto cosaco en una bodega
de Sevastopol, en los últimos días de la guerra de Crimea. ¿Prueba de esa aventura?
Bueno, aparte de la propia marioneta, está el tejido cicatrizado enrollando los nudillos
de su mano izquierda.
“Porque no sólo muerde” bajé mi voz a un susurro “también habla, pero sólo si la
dejas probar tu sangre. Le puedes hacer una pregunta y te contestará.”
“Cualquier pregunta” dijo Tomas, también susurrando. Él es dos años mayor que
yo, y no había mostrado tanto interés en juntarse conmigo en más de una década. Es
posible que tenga algo que ver con mi impresionante nueva mejor amiga, que él me ha
estado siguiendo por ahí como un sirviente asignado. Dijo, “pero sólo una pregunta por
persona y de por vida, por lo que es mejor que sea una buena.”
“Déjame ponerlo de esta manera: está en esa caja por una razón.”
La historia es complicada y espantosa. En verdad, si alguna vez me convierto en
una asesina o algo así, los periódicos podrían decir más o menos, no tenía ni una
posibilidad de ser normal. Su familia la trastornó desde el día en que nació. Porque
¡qué historias de antes de dormir para contarles a niños pequeños! Están llenas de
cadáveres y demonios e infestaciones, cosas no naturales eclosionando de los huevos
de tu desayuno y sonidos de huesos astillándose. Pensaba que todo el mundo era así,
que cada familia tenía sus tíos arúspice secretos, sus ventrílocuos combatientes de la
resistencia, sus marionetas que muerden. En una hora de dormir normal, Deda
concluiría con algo como, “Y Baba Yaga me ha estado cazando desde entonces,” y
luego ladearía su cabeza para escuchar en la ventana. "Eso no suena como garras en
el tejado, ¿verdad, Podivná? Bueno, probablemente son sólo cuervos. Buenas noches.”
Y entonces me besaría y apagaría la luz, dejándome para que durmiera con el arañar
imaginario de una bruja come-niños escalando el techo.
Podría usar cuellos de encaje y reír pétalos de flores y perlas. La gente podría
tratar de acariciarme. Ya los veo, piénsenlo. Mi estatura desencadena el reflejo
cachorro-gatito –Se debe tocar– y he descubierto que, puesto que no se puede
electrificar uno mismo como una cerca, la segunda mejor opción es tener ojos de
asesino.
El punto es, yo no sería “hada rabiosa”, que es el apodo de Karou para mí, ni
“Podivná” el cual es de Deda. Es por mucholapka podivná, o Venus atrapamoscas, en
honor a mi “sed de sangre tranquila” y “astucia paciente” en mi guerra permanente con
Tomas.
¡Yo también quiero aterrorizar niños pequeños! Quiero construir espiras en sus
mentes y bailar sombras a través de ellas como marionetas, perseguidos por susurros
e insinuaciones de lo innombrable.
“¿Y qué contestó?” Parecía asustada, lo cual quizás debería haber cuestionado,
porque a pesar de que sólo habíamos sido amigas por un par de meses y no sabía casi
nada de ella, estaba claro que era valiente. La marioneta es un espécimen bastante
horrible, sin embargo, y la tormenta era fuerte, la pálida luz de la vela.
“Abrió sus fauces de hueso desnudo,” dije reuniendo toda mi teatralidad, “y con
una voz como de hojas muertas sopladas sobre una calle vacía, le dijo, aunque no
tenía forma de saber su nombre, usted morirá, Karel Novak… ¡CUANDO YO LO
ASESINE!”
“Ustedes dos son terribles,” Dijo, y ahí debería haber terminado todo. Ese era el
pináculo de nuestra broma –la hora amateur, ahora lo sé– pero ella se sobresaltó de
nuevo y me agarró del brazo. “¿Vieron eso?”
“¿Ver qué?”
“Sí lo hizo. Yo la vi. Tal vez está tratando de decirnos algo. Jesús, probablemente
tiene hambre. ¿Cuánto tiempo ha estado allí, de todos modos? ¿Es que ustedes nunca
la alimentan?”
Y la mirada que Tomas y yo compartimos a continuación, fue más como de um,
¿qué? variedad, ya que hasta ese momento, Karou había parecido bastante normal.
Bueno, está bien. Karou jamás parecía normal, con el pelo azul y tatuajes y dibujando
monstruos todo el tiempo, pero ella parecía mentalmente sana. Pero cuando empezó a
preocuparse por si la marioneta estaba hambrienta, había que preguntarse.
Ella me cortó “Espera. Quiere decirnos algo. Puedo sentirlo.” Ella la miraba
fijamente, y con vacilación se inclinó hacia la marioneta hasta que su cara quedó a
unos treinta centímetros más o menos del cristal y luego le preguntó, con esa vacilante,
voz suave –como lo harías con un cuerpo que encontraste tirado en la calle y no sabes
si está borracho o está muerto– “¿Estás… bien?”
Por un segundo, nada pasó. Por supuesto que nada pasó. Era una marioneta en
una caja de cristal. Nadie la estaba tocando. Sin duda, nadie la estaba tocando. Karou
se aferraba a mí, Tomas había dado un paso atrás y yo sé que yo no lo hice.
Por eso, cuando, de repente, volvió la cabeza y chasqueó sus mandíbulas hacia
nosotros, grité.
Tomas también gritó, y Karou también. Sabiendo lo que sé ahora, alabo sus
malvadas costillas por ese grito. Ni por un segundo se me ocurrió que ella podría ser la
responsable. Es decir, ¿por qué habría de serlo? Ella claramente no la había tocado.
Todo mi terror hacia La Marioneta Que Muerde volvió inundándome instantáneamente.
Era verdad, todo era absolutamente verdad, y si esa historia era verdad, tal vez todas
las historias de Deda lo eran, y oh dios mío, ¿cuántas veces había considerado el
romper el cristal, y si lo hubiera hecho, estaríamos todos muertos?
Ni siquiera recuerdo haber corrido. Sólo, la siguiente cosa que supe, es que los
tres habíamos cruzado el patio del taller y habíamos cerrado de golpe la puerta trasera
de la cocina, chillando. La casa estaba llena de una multitud navideña, tías, tíos, primos
y vecinos, todos bien familiarizados con las historias de Deda, y hubo grandes
carcajadas al vernos –¡adolescentes!– Locos de terror, balbuceando que la marioneta
estaba viva. “No, en serio, volvió la cabeza. ¡Chasqueó sus mandíbulas!”
Nadie nos creyó, y Tomas selló nuestro destino cuando, en cuestión de minutos,
se retractó y se atribuyó todo el asunto. “Deberían haber visto sus caras,” nos dijo a
Karou y a mí, como si pudiera borrar su propio grito fuerte y agudo de nuestras mentes.
Puso en su cara petulante ese oh niñas que es tan profundamente indignante en los
hermanos mayores y que se vio aún peor porque él estaba mintiendo descaradamente.
Por esta traición él pagaría muy caro un par de días más tarde, pero eso es otra
historia.
La Marioneta Que Muerde es sólo una marioneta, pero… Karou no es sólo una
chica.
Eso fue… un shock. Ver a Kishmish morir fue un shock. Verlo en sí fue un shock
y averiguar que es real –o era real– y no sólo algún vuelo de fantasía de la imaginación
de Karou. A primera vista parecía sólo un cuervo, pero una vez que te enfocabas en él,
tu cerebro empezaba a emitir mensajes de error: algo no estaba bien, no era normal. Y
entonces: oh, eran sus alas. Eran alas de murciélago. Y su lengua. Era la lengua de
una serpiente. Interesante, y eso, fue sólo el punto de entrada.
Yo, ¿moverle el tapete a él? Lo sé. Las leyes de la selva y las novelas
románticas van al revés, pero yo no voy a esperar ni un segundo más para eso. Las
chicas enclenques, criadas con historias de princesas pueden esperar pacientemente y
batir sus pestañas en un desesperado código Morse – mírame, nótame, por favor– pero
yo no soy de esas chicas. Bueno, para ser honesta, lo he sido por tres meses, y ya he
tenido suficiente. ¿Qué me sucede? Cuando Karou habla acerca de mariposas en el
estómago y líneas invisibles de energía y todo eso, me burlo de ella por ser una
romántica empedernida, pero QUERIDO DIOS. ¡Mariposas! ¡Líneas invisibles de
energía!
Lo entiendo.
1. Su nombre es Mik.
2. Toca el violín en la orquesta de El Teatro De Marionetas De Praga.
Si hablamos de datos reales, eso es. Eso es todo lo que tengo. Pero no estamos
hablando de datos reales. Estamos hablando de lo que sea que yo quiera hablar, así
que diré que Mik es una de esas personas que puedes ver e imaginarlo totalmente
como un niño. ¿Saben que hay algunas personas que pareciera que nunca fueron
niños, sino que simplemente salieron de un catálogo ya como adultos, mientras que
otras personas ni siquiera tienes que entrecerrar los ojos para imaginarlos bajando las
escaleras en Navidad con su pijama de superhéroes? Mik es de estas últimas. No es
que sea “infantil”, aunque supongo que lo es un poco –pero sólo un poco– es sólo que
hay algo directo y real y eléctrico y puro que no se ha perdido, la intensa emoción sin
diluir de la infancia. La mayoría de la gente la pierde. Se vuelven mansos y fríos.
¿Saben que hay personas que creen que frío equivale a aburrido, y actúan como si
fueran científicos aliens que sacaron la pajilla más corta y terminaron asignados para
observar a esta especie inferior, los humanos, y que sólo se recargan en las paredes
todo el tiempo, suspirando y esperando a ser llamados a casa, a Zigborp-12, donde
están todos los genios fascinantes?
Entonces, hay un hecho no-real acerca de Mik. Él es ese tipo de alien. ¿Saben
cómo lo he, mmm, averiguado? de observación casual. Desde la distancia. Durante
varios meses de asecho, de observación. (No es acoso si no lo sigues a casa,
¿verdad?)
Él se ruboriza cuando toca el violín. Eso es una especie de hecho real, supongo.
Es de piel blanca, con esas mejillas rosadas que lo hacen parecer como si acabara de
llegar del frío, y es de aspecto suave. Acariciable. No es lampiño ni mucho menos;
tiene patillas y barbita de chivo. Él es un hombre, pero tiene la piel como la de una
princesa de dibujos animados. Jamás le digan que dije eso, aunque lo haya dicho en el
mejor de los sentidos. Tiene la piel de princesa de dibujos animados más varonil que
exista.
La cual se emitirá.
Pronto.
O yo podría implotar.
Porque, sólo digamos que el tipo de alien que yo soy es del tipo de un planeta
de monos tontorrones sin labios y chicos-babosa babeantes, donde el afecto por la
variedad facial conlleva un profundo riesgo de obscenidad. Con esto quiero decir que…
No he elegido aún a otro ser humano para otorgarle la gracia de mi saliva. Nunca he
besado… a nadie. Nadie sabe esto, ni siquiera Karou. Es un secreto. Mi anterior mejor
amiga lo sospechaba, y ahora está en el fondo de un pozo. (En realidad no. Ella está
en Polonia. No tuve nada que ver con eso.) Hasta ahora, los candidatos a besar han
sido, en el mejor de los casos, nada tentadores. Hay chicos que uno mira y quiere tocar
con la boca, y hay chicos que uno mira y quisiera usar una de esas mascarillas
quirúrgicas de las que todos tenían en China durante la gripe aviar. Hay muchos más
chicos-gripe aviar en general.
Pero a Mik, quiero tocarlo con mi boca. Su boca, con mi boca. Tal vez también
su cuello.
Es probable que él ya esté al tanto, aunque sea sólo del modo de “no pisen a la
chaparrita”. Trabajamos en el mismo teatro los fines de semana. Ocasionalmente
pasamos al alcance uno del otro. Sin alcanzarnos. Su proximidad me provoca algo
extraño y sin precedentes. Mis latidos se aceleran, me vuelvo inusualmente consciente
de mis labios, como si se hubieran activado para el trabajo, y me ruborizo.
Hace algún tiempo, por diversión y por maldad, Karou y yo solíamos practicar
nuestros insinuantes ojos de eres mi esclavo, en chicos mochileros en la Plaza de la
Ciudad Vieja, y tengo que decir que soy bastante buena en ello. Tienes que imaginarte
que estás enviando pequeños rayos tractores con los ojos, jalando de manera
irresistible al chico hacia ti. O anzuelos: más densos igual de efectivos. Funciona;
inténtenlo. Tienen que realmente visualizarlo, el rayo saliendo de sus ojos y acertando
en los de ellos, aprovechándose de ellos, obligándolos. Lo siguiente que sabrán es que
están viniendo hacia ustedes, y ahora el reto es deshacerse de ellos. (Descubrimos
que actuar nerviosas, con un montón de miradas furtivas sobre nuestros hombros y
diciendo con un acento checo pesadísimo, todo misterioso e implorando: “Te lo ruego,
vete ahora, por tu propia seguridad, por favor”, generalmente completa el truco.)
Una vez Karou conoció a ese patán Kaz, nuestro juego de chicos mochileros
terminó, pero está bien. Ya había perfeccionado mis ojos de eres mi esclavo. Debería
estar lista. Pero cerca de Mik mis poderes me abandonan. Olviden los ojos insinuantes;
pierdo la función motora básica, como si mi cerebro enfocara toda la actividad neural
en mis labios y cambiara a la modalidad de preparación para besar demasiado pronto,
perjudicando cosas como el habla y caminar.
Si no ocurriera eso, yo podría hacer lo normal y tratar de hablar con él –Tal vez
un “Excelente interpretación con el violín, hombre guapo”– No confío en que mis piezas
bucales no me traicionen, ya sea que vayan a tartamudear, quedarse en silencio o
pararse en posición de beso.
Karou: Sí. Atolóndralo con tu asombrosidad. Que vea su vida hasta ahora como
un sueño pálido ante la diosa. Su vida real empieza ESTA NOCHE.
–¡Y divertido! Alguien robó mi cepillo para el cabello de mi cuarto de hotel, y dejó
una serpiente muerta colgando del pomo de la puerta. Por la boca.
–¿QUÉ?
–Sólo otro día común en África. Mejor ver a un médico brujo para una limpia
universal. Espero no tener que beber sangre esta vez.
–Humana. Duh.
– DIJE QUE.
–Sólo bromeo. Nada de beber sangre. Mejor me voy. TÚ. Es hora de que tengas
un enamoramiento espectacular esta noche. ¿Quieres cambiar vidas?
La amo. Le escribo: Lo prometo. Por favor cuídate. Y ahí termina, porque ella no
contesta. La imagino desenganchando la boca de una serpiente del pomo de la puerta
con el fin de entrar en un solitario cuarto de hotel en algún lugar de África y siento esta
mezcla de incredulidad y creencia, actitud protectora, tristeza vicaria y sensación de
estar perdida. Culpa. Una parte de mí cree que debería estar con ella en esta loca
carrera en la que está, pero sé que no estoy en condiciones para eso. No sé pelear, o
hablar zulú o urdú o lo que sea, y ella más bien tendría que preocuparse por
protegerme, se lo ofrecí. Dijo que no. Dijo que yo soy su ancla: tengo que conectarla
con la “vida real,” permanecer en la escuela, mantenerla al tanto de Wiktor la momia
viviente, y los pelos de la nariz del profesor Anton, y si Kaz se atreve a mostrar su cara
por La Cocina Envenenada.
Y Mik. Tengo que hablar con Mik. Ella fue muy insistente acerca de eso.
Si todo sale bien esta noche, habrá charla. En algún punto. Uno asume. Sólo no
empezaré con eso. Empezaré con un dibujo. He estado trabajando en él por un par de
semanas, volviendo a hacerlo una y otra vez, y finalmente es lo suficientemente bueno:
un dibujo digno de poner en marcha una historia de amor.
Historia de amor. ¿No suena eso tan de la edad media? Y también funesta.
Como funesta es un prefijo comprendido de historia de amor. Bueno, funesta está bien,
siempre y cuando sea una funesta, carnosa y cargada historia de amor, y no una pálida
e insípida. No estoy buscando destino. Tengo diecisiete. Estoy buscando besar, y
avanzar unos cuantos pasos en el tablero de juego. Ya saben, hacer algo de vida.
El dibujo está en mi mochila junto con mis otros… accesorios. Un par de cosas
ya han sido colocadas alrededor de la ciudad. Todo tenía que estar listo antes de ir a
trabajar, y voy a trabajar… ahora.
Hola Teatro De Marionetas De Praga. Sólo otro sábado. Simplemente subo las
escaleras con mi mochila llena de trucos, nada de maquinaciones por aquí…
Oh Dios mío, ahí está.
Gorro de lana, chamarra de piel café, estuche de violín. Dulces, mejillas frías y
rosadas. Qué adorable visualización de persona. Es como una buena portada de libro
que atrapa la mirada. Léeme. Soy divertido pero inteligente. No serás capaz de
dejarme. Hay un saltito en su caminar. Es música. Está usando audífonos –De los
grandes, no de los pequeños que van dentro de la oreja– Me pregunto que estará
escuchando. Probablemente Dvořák o algo así. Lleva una corbata rosa. ¿Por qué no la
odio? Yo odio el rosa. Excepto en las mejillas de Mik.
¡Pánico!
¡Hey, mira este fascinante anuncio en la pared! Debo hacer una pausa aquí y
arrancar una de estas pequeñas fichas con el número telefónico para poder llamar y
preguntar acerca de los efectos que te cambian la vida… ¿Tratamientos Para La
Calvicie Femenina?
Genial.
“No es para mí,” digo bruscamente, pero el peligro ha pasado. Mientras miraba
con profunda fascinación el volante de calvicie femenina, Mik entró al edificio.
Por poquito. Casi –en palabras de Karou– “entramos en el campo magnético uno
del otro por primera vez.” Él habría tenido que sostener la puerta para mí. Yo habría
tenido que reconocérselo con un guiño, una sonrisa, un gracias, y después caminar
enfrente de él todo el largo del pasillo, preguntándome si me estaría mirando. Sé como
iría todo. De repente sería consciente de cuántos grupos musculares se involucran en
el arte de caminar y trataría de controlar conscientemente cada uno de ellos como un
titiritero, y terminaría pareciendo como si estuviera en un cuerpo prestado el cual no
domino todavía.
-PICASSO
Lo cual para nada me hace imaginar a Mik en la ducha. Porque eso estaría mal.
Ellos tienen su sala tras bambalinas y nosotros la nuestra. Uno creería que
alguien tiene miedo de que vayamos a hacer un escándalo. Hay un violonchelista en
nuestro territorio – ¡Atrápenlo! O, más probable pero menos interesante, es una simple
cuestión de espacio. Ninguna sala es demasiado grande, solamente son cuartos con
lockers, sin ventanas y con un par de tristes sofás. Los sofás de los músicos son un
poco más tristes que los nuestros, una muestra de la jerarquía aquí. Los titiriteros
llevamos la batuta, aunque tampoco es un lugar de descanso muy elegante. En
general, los músicos respetan su estatus (es decir, fácilmente reemplazables), pero los
cantantes, no tanto.
La razón por la que odio cuando interpretamos óperas –como ahora, estamos
haciendo Fausto de Gounod– no es porque no me guste la ópera. No soy una filistea.
Sólo no me gustan los cantantes de ópera. En especial las bochornosas sopranos
italianas con sus gruesos delineadores que salen a tomar unos tragos con la sección
de cuerdas después del show. Ejem, Cinzia “lunar falso” Polombo.
En fin. Son los titiriteros lo que importa aquí. Hay diez, seis de ellos están en la
sala ante mí, llenándola bastante bien. “Zuzana,” dice Prochazka en el segundo en que
me ve. “Mefistófeles está ebrio de nuevo. ¿Te importaría?”
No hay respuesta.
Un último mensaje: Ya está hecho. Justo ahora estoy arrastrando por el cabello
a una cantante de ópera al taxidermista. Planeo disecarla y tenerla montada encima de
la tele de la tía Nedda.
“¡Disculpa. Chica!”
Cinzia Polombo apareció en la puerta. ¿Chica? Ella de hecho tronó los dedos
para llamar mi atención. Oh sí. Pero se pone mejor. Me entregó su taza de café vacía y,
como no habla checo, me dijo en inglés, con una R exuberante e imperiosa, “Apurrate.”
Si alguien ha llenado una taza de café con colillas de cigarro más rápido de lo
que yo lo hice esta noche, me sorprendería bastante.
“¿No es lo que querías?” Le pregunté con la más pura inocencia mientras ella
abría la boca estupefacta.
“Ohhh. Por supuesto.” Dije “Eso tiene mucho más sentido. Ahora regreso.” Y al
volver le tendí su taza, ahora llena de colillas de cigarro y café, y seguí caminando.
–¿Deseos?
Eso apesta. Ella está buscando deseos más poderosos, y los shings, yo sé que
son sólo un poco más fuertes que los scuppies. Le digo: Bueno, ¿peor es nada?
Por fin: un portazo, y fuertes pisadas, y Cinzia está fuera del panorama. Tomo mi
dibujo –Está enrollado como un pergamino, los bordes quemados y atado con un listón
negro– y me escurro hasta la puerta de la sala de músicos. Está abierta, y puedo ver
que no hay nadie dentro.
No tiene sentido esperar. Como de rayo estoy dentro, abriendo las puertas del
casillero, consciente de que si alguien llegase a entrar, quedaría totalmente como una
ladrona. No sé cuál es el casillero de Mik, y es imposible abrir y cerrar las puertas
metálicas en silencio, además algunas tienen candado, así que sólo puedo esperar lo
mejor…
Sin rubor.
No. No puedo conformarme con polvo, o con una pequeña charla, o deslizarnos.
Esto tiene que ser drástico. De una u otra manera, esta noche lo sabré.
Quiero ir tras bambalinas y espiar en el foso de la orquesta una última vez, pero
si lo hago, es seguro que alguno de los titiriteros me atrapará para algún trabajo, y no
seré capaz de escaparme. Aún así, me detengo en la puerta del escenario y escucho.
Puedo oír a Cinzia cantar Marguerite, este trágico personaje corrompido en un pacto
con el diablo. Ella parece haber dominado ya su rabia de diva y suena bastante bien en
realidad… para una soprano de tercera, cantando en un teatro de marionetas, como
sea… pero eso no es lo que quiero oír. Quiero escuchar el violín.
Ahí está, ese sonido que surge de entre la música como un rayo de luz
atravesando la oscuridad. Es tan dulce como el amor, tan endiabladamente hermoso
que podría llorar, y es como si todo mi ser formara las palabras por favor.
Por favor ven, pienso a través de la pared, enviando las palabras hacia el sonido
dulce y puro, y hacia el dulce y puro chico que lo está haciendo.
Y entonces me marcho.
Así es amigo, esa es una mano. Tienes dos de esas. Bien por ti.
Y no: Oh, ¿así que quieres acariciarme? Déjame acercarme, porque tú también
me agradas.
Tal vez esta noche será diferente. No empezó muy bien, pero siempre hay
esperanza.
“Fiesta en Stooge’s,” dice Radan mientras salimos del foso de la orquesta, y eso
es lo opuesto a esperanza.
Quiero hacer cosas misteriosas e improbables junto a una chica hermosa y feroz
que parece una muñeca traída a la vida por un hechicero.
Maldición.
Me pregunto qué volante sería. Lo voy a tener que averiguar cuando salga. No
estoy seguro si quiero hacer eso, porque me da miedo confirmar mi sospecha de que
ella solamente estaba tratando de evitarme.
“¿No soné bien esta noche?” Pregunta ella en inglés, con una exagerada
expresión de aflicción. Todo en Cinzia es exagerado, desde su delineador hasta su
forma de caminar, golpeando con su cadera a un transeúnte invisible a cada paso, para
sacarlo de su camino.
“¿Qué? Mmm. Estuviste bien.” Justo lo que cada soprano quiere oír al final de
un show. Estuviste bien.
“La mandé a traerme café, y me trajo una taza llena de colillas de cigarro.
¿Puedes creerlo?
De hecho sí lo creo. “¿La mandaste por café?” Esa es la parte que no puedo
creer. ¿Acaso Cinzia no notó sus ojos de vudú? “Ella no es la chica del café. Es una
creadora de marionetas.”
Me frunce el ceño. “Ella puso cigarrillos en mi café,” dice, como si hubiera dejado
de lado el punto, y yo lo único que puedo hacer es tratar de no sonreír, porque sí, eso
es lo que le harías a Cinzia si fueras del tipo de persona que siempre hace lo que
quiere. Así que supongo que ¿Zuzana es del tipo de persona que hace lo que quiere?
Eso exactamente no me presagia nada bueno, ya que ¿No me habría hablado ya si
tuviese algún interés en mí?
Qué patéticamente pasivo, esperando que ella me hable. No es así como quiero
ser. Quiero ser como el chico de las películas que, no sé, saca a pasear a su conejo
con una correa (no tengo un conejo) y sabe exactamente cómo entablar una
conversación atípica y apremiante. Aunque quizás si estás paseando a un conejo con
una correa ni siquiera tengas que hablar; el conejo hace el trabajo por ti. No, Zuzana no
parece del tipo conejil. Tal vez si yo estuviese paseando a un zorro con una correa. O
una hiena. Sí, si tuviese una hiena probablemente nunca tendría que empezar una
conversación.
Saco el estuche de mi violín del casillero y lo abro, y… ahí hay algo dentro. Un
rollo de algún tipo, con los bordes quemados como un mapa del tesoro de piratas.
¿Alguna elaborada invitación a una fiesta? No lo sé. Supongo que me quedo viéndolo
por un segundo demasiado largo, porque Cinzia sigue mi mirada, y lo que dice a
continuación cambia el peso del aire.
“¡Ella tenía eso!” declara, en un tono de denuncia triunfal. “La chaparrita. Ella
tenía eso cuando le di mi taza de café.”
¿Qué? ¿Zuzana? Mi cerebro se vuelve lento. ¿Cómo podría… algo que Zuzana
tenía… terminar en el estuche de mi violín?
No sé que es. En realidad quiero saberlo, pero no quiero que Cinzia lo sepa, O
Radan o George o Ludmilla o cualquier otra persona que ande por ahí y que me vean
ligeramente interesado. “Nada,” digo guardando mi violín y alejándome. No suelto el
rollo mientras me pongo el abrigo y la mochila, sino sólo lo cambio de mano en mano,
no me cabe duda de que Cinzia lo arrebataría y se sentiría con derecho a abrirlo. En
ese caso quizás sí me gustaría darle un martillazo en la mano. Me guardo el rollo en el
bolsillo interior de la chamarra, ignorando el deslumbramiento de Cinzia con la
capucha.
“No,” digo, porque sea lo que sea que haya en el rollo, he terminado con mis
noches de sábado por defecto, y Stooge’s, y tratar de bloquear a Cinzia de sentarse en
mi regazo, y pasar todo el tiempo imaginando esa realidad alternativa en la que una
muñeca de porcelana con ojos de vudú podría estar bebiendo té en un bote sin remos
deslizándose por el río Vltava con una sombrilla abierta para mantener la nieve lejos.
Considero el baño por privacidad para ver el rollo, pero la puerta está a la vista
de la sala y Cinzia todavía me está mirando con los ojos entrecerrados, así que dejo el
teatro. Está nevando. Me detengo en las escaleras para echar un vistazo al volante que
llamó la atención de Zuzana antes.
No está.
Era una hoja roja con tiras con números de teléfono en la parte de abajo.
Colgando en su lugar ahora hay una hoja de papel blanco con un margen irregular.
¿Arrancado de un cuaderno? Sin líneas, así que: un cuaderno de dibujo. Hay algo
escrito con letras diminutas justo en el centro. Tengo que inclinarme de cerca y
entrecerrar los ojos para leerlo. Dice:
-Roald Dahl
Y yo sé, estoy seguro que es para mí. Un mensaje. Pero ¿qué se supone que
debo ver? Miro afuera sobre la calle, hay figuras con la cabeza agachada apurándose a
través de la nieve. Nadie me llama la atención. Un trozo del río es visible como la
negrura en un hueco entre dos edificios, y las luces del castillo arrojan un resplandor en
el bajo vientre del cielo agazapado. La nieve que cae es polvo de luz tejida por ráfagas,
como un baile de El Cascanueces. Si hay algo específico que se supone debo ver, no
sé qué es, pero sé que mis ojos están abiertos, y no estoy seguro si son brillantes, pero
el mundo lo es.
Y ahí está.
Un hermoso dibujo de una hermosa cara. Sus grandes, ojos oscuros parecen
amplios y expectantes. Ella no está sonriendo, pero tampoco está no sonriendo. Sin
vudú congela-sangre. Hay calor allí, y ella está mirando directamente hacia mí. Es
decir, es un dibujo, por supuesto (si ella lo hizo, y asumo que así es, entonces es muy
talentosa), pero es un dibujo para mí, y parece como si me disparara una chispa como
un contacto visual real. Con el contacto visual, la intensidad de la chispa se debe a…
no sé, química, lo que sea que eso signifique realmente. Hay grados de chispa y
cosquilleo, dependiendo de los ojos que se trate, y aunque estos son sólo
representaciones de grafito de los ojos, existe la chispa. Hay cosquilleo.
Al principio el rostro es todo lo que veo, pero después me doy cuenta de qué es
lo que estoy mirando. Qué es lo que ella me ha dado. Su cara está en el centro, pero la
hoja completa está cubierta por un diagrama: calles y señales, cuidadosamente
dibujadas y etiquetadas. Lo primero que pensé al ver el pergamino atado con un listón,
fue que parecía un mapa del tesoro, y… lo es.
Zuzana es el tesoro.
Tengo el mal presentimiento de que sea una broma, que uno de mis amigos
haya hecho esto, pero lo descarto. Ninguno de mis amigos sabe dibujar. Aparte, nadie
sabe siquiera que quiero conocerla. No la he mencionado, por temor a bromas tras
bambalinas de calibre pubescente, y no creo que me haya quedado mirándola.
(Cuando alguien estuviera viendo)
Así que hago esa cosa extraña que haces cuando recibes buenas noticias en
compañía de extraños y miras alrededor, sonriendo como un idiota, y todos te miran no
sonriendo como idiotas, y casi tienes que decirles, decirle a alguien. Casi quieres
levantar tu trozo de papel y decir, “La chica que me gusta me dio un mapa del tesoro
que conduce hacia ella.”
Y en un pequeño globo de diálogo saliendo de sus labios está escrito con letras
pequeñitas:
Carpe noctem.
Toma la noche.
Bueno, tal vez no todo. Los gatos, por ejemplo no responden muy bien a los
tomamientos. Probablemente tampoco las chicas. Así que esto podría no ser un buen
credo en la vida, pero para las noches de sábado en general y para ésta en particular,
funciona.
Mis ojos siguen volviéndose hacia el rostro de Zuzana. Hay una sonrisa
pendiente, creo: el leve tirón en la esquina izquierda de su boca, capturada como una
sonrisa pausada. Quiero quitarle la pausa y verla desplegarse. Entonces, ¿cómo lo
hago? ¿Adónde voy? Palabras. Lugares. Enfócate Mik. Deja de sonreír.
Encuéntrala.
Ahora estoy en Malá Strana. El Teatro De Las Marionetas está en Little Quarter
Square, a la sombra de la Iglesia de San Nicolás, y el mapa es de La Cuidad Vieja así
que me dirijo ahí cruzando el río.
El Puente Charles es uno de esos lugares que nunca pasan de moda. De día o
de noche, con sol o nieve, siempre es diferente, la vista en ambas orillas del río Vltava
parece sacada de un gravado medieval. Pensándolo bien, cuando pasa de moda es
cuando está repleto de turistas de hecho, que es más o menos todas las horas con luz
solar durante la mayor parte del año, pero ahora está tranquilo, sólo algunos residentes
dispersos apurándose en ambos sentidos entre las filas de estatuas, como
enfrentándose a los santos. Tengo la idea de que en cualquier momento los santos
podrían mover sus grandes brazos de piedra para golpear algunos traseros que pasan,
y me doy cuenta de que estoy extremadamente emocionado.
Y nervioso.
El mapa indica un lugar en el laberíntico corazón de La Ciudad Vieja, el cual
conozco bien pero no lo bastante bien para recordar qué podría ser ese lugar en
particular. Camino, y entre más me acerco mis nervios se tensan más y más como
cuerdas de violín. ¿Será un café, o un bar? ¿Me estará ella esperando en una mesa?
De algún modo no me la imagino allí sentada. Es demasiado mundano. El mapa del
tesoro, la cita, la noche de nieve blanda… todo presagia algo más inusual que eso. Así
que en realidad no me sorprende que al llegar ahí –pausa antes de doblar la esquina
para tomar un profundo respiro– y encontrar… a ninguna Zuzana.
El sitio no es un café ni un bar. Es una tienda de baratijas para los turistas, del
tipo que abundan por todos lados este trimestre, todas llenas de las mismas
impresiones Mucha y marionetas baratas y llamativo cristal Bohemia. Está cerrado y
oscuro, como era de esperarse a esta hora de la noche, me doy una vuelta en círculo,
mirando alrededor.
Observo. Veo un gato negro deslizarse a través de una puerta abierta cruzando
la calle y tengo un breve impulso de seguirlo, como si pudiera tratarse de un felino
escolta siguiendo órdenes de Zuzana. Sonrío, me alegro de que nadie pueda leer mis
pensamientos. Zuzana probablemente no puede comandar gatos con su mente.
Probablemente.
Sigo mirando.
Hay un par de posters pegados a la puerta, pero son para una degustación de
absenta ya pasada y un recorrido por los castillos de Bohemia a ocurrir próximamente.
Grafiti en la acera, pero es sólo propaganda de fútbol. Nada más llama la atención de
mis “ojos brillantes.”
Desde luego que está jugando conmigo. La verdadera pregunta es: ¿es un juego
bueno o malo?, y ¿soy un tonto por jugar? Podría simplemente hacer caso omiso de
esto ahora mismo y encontrarme con mis amigos en el Stooge’s.
Tengo un instinto sobre Zuzana. Creo que no es buena o mala, sino las dos
cosas –la mezcla perfecta de ambas, un enroscado cono de helado de bondad y
maldad– y ella no me habría traído hasta aquí sin razón. Hay algo que no estoy viendo.
¿Pero qué? Sólo estoy aquí parado con las manos en los bolsillos,
preguntándome qué estoy dejando pasar, cuando escucho un golpecito. Es débil, en la
vitrina de cristal detrás de mí –el lugar en el mapa– y se me eriza el vello de la nuca
mientras me dirijo hacia allí.
Y lo que ocurre después… bueno, hace que el control mental de gatos parezca
factible.
7
Carpe Diabolus
Hay marionetas, y hay marionetas. La República Checa tiene una larga historia
del marionetismo como un arte, es una parte de nuestro carácter nacional, y las
marionetas son parte de la decoración de Praga. Están por todos lados: colgando en
vitrinas, museos, teatros, puestos callejeros. ¿Y en la mayor parte de lo que ves? Con
mucho la mayor parte de lo que ves –en particular en tiendas como esta– no son
marionetas artesanales de talleres de maestro, como las del teatro. Estas son
chucherías, basura para turistas, producidas en masa, mediocres. Payasos y princesas
y caballeros, sus cabezas son bolas redondas con las facciones pintadas. Y así es
como son todas éstas.
Toc toc.
Nadie está moviendo esta marioneta. Nadie podría. Su cruceta está enganchada
al marco superior de la ventana a plena vista, y sus cuerdas no están tensas.
Incluso cuando golpea con su pie, las cuerdas siguen flojas, por lo que parece
que moviera su pierna por sus propios medios. Lo cual es absurdo, por supuesto, por lo
que mi mente se desplaza de manera ordenada a una nueva hipótesis: que esta
marioneta es mecánica. A control remoto, o algo así. Lo que es raro, pero, ya saben,
menos raro que la alternativa.
Bueno, cualquiera que fuera el método del movimiento, ahora que ha llamado mi
atención, su pierna se queda quieta. Doy un paso más cerca, examinándolo.
Examinándolo. Me descubro pensando en la marioneta como “él”. Él es uno de los
personajes más emblemáticos de Republica Checa: nada menos que el mismísimo
diablo.
Así es. A mí me pasó. Tendría yo unos cuatro años. Puede ser incluso mi primer
recuerdo. El saco era rasposo y olía a tierra; adentro la oscuridad era total. Grité mucho
y muy fuerte; probablemente duró menos de un minuto, pero recuerdo el terror como
vasto, e interminable. El cert era mi tío con la cara tiznada, y mi mamá no estaba nada
contenta con él. A modo de disculpa, él me dio mi primer violín. Era sólo un juguete,
pero se convirtió de inmediato en mi cosa favorita en la vida, me corté y me corté con él
hasta que mi padre no pudo soportarlo más y me compró uno de verdad, y lecciones.
Soy conocido por decir que el diablo me dio mi primer violín. Ni siquiera es
mentira.
Hasta ahora, el toc toc era el único indicio de que esa marioneta podría ser mi
razón para estar aquí, pero en un examen más minucioso, veo que tiene una pequeña
nota asomando del bolsillo de su chaqueta como un pañuelo. Y en ella, más de la
escritura pequeñita que se está volviendo familiar.
Carpe diabolus.
Primero, toma la noche. Ahora, toma el diablo. Entonces, sí es para mí, por si el
espeluznante golpeteo había dejado alguna duda. Por un momento, aquí parado, siento
la experiencia total de esta noche envolviéndose a mi alrededor. El detalle de ésta, la
planificación. Es como algo salido de un cuento de hadas, y la ciudad tiene un aspecto
nuevo y extraño y lleno de secretos, sombras tan precisas como si estuviesen
establecidas con pintura, y la luz… la luz como halos y fosforescencia, luciérnagas y
ojos de animales.
Lo recorro con mis ojos, le doy vuelta, buscando más inscripciones. Nada.
Incluso saco la pequeña nota pañuelo, pero nada, no hay más palabras en ella. Sin
embargo, parece que hay algo en su costal, así que con facilidad aflojo el cordón y miro
dentro. Casi espero que haya un niño pequeño acurrucado en el interior siendo llevado
al infierno, pero sólo hay papel. Desde luego, cuando extraigo el papel, no es “sólo”
papel. Nada en esta noche es “sólo” o “simplemente.” Todo es dorado y extraño y
etéreo, y así esto es una mariposa de origami, doblado de papel japonés floral con
relieve de oro. La giro en busca de inscripciones y no encuentro ninguna, y justo llego a
la conclusión de que tengo que desdoblarla cuando…
…vuela.
Alza el vuelo.
Casi me da miedo atraparla –¿cómo, cómo podría haber hecho eso? ¿Cómo
hizo eso?– pero la atrapo. Es un truco, me digo a mí mismo, maravillado. Es “magia” –
del tipo entre comillas. Desde luego. Ya que es el único tipo de magia que existe–.
Una pequeña guerra comienza en mi cerebro, pelea en jaula del “ser racional”
versus “ser de esperanza”. No soy religioso; no creo en cosas –no es que tenga una
determinación a no hacerlo. Es más como una configuración por defecto–. Mi cerebro
es un ambiente inhóspito para las creencias, pero siempre he dicho –y lo digo en serio–
que la vida sería más interesante si esas cosas que nunca vemos fueran reales
(también los dragones, por favor), y desde luego la muerte sería menos decepcionante
si hubiera un paraíso (infierno no tanto). Nunca he sido capaz de creer nada de eso.
Justo ahora, sin embargo, a un grado pequeño pero detectable, se siente como el pH
en mi mente está cambiando. Como mi escepticismo se está neutralizando. El ser de
esperanza tiene contra la lona al ser racional.
Bajo el abrigo encuentro una armazón de alambre. No, no es una armazón. Es…
una jaula de pájaros. El cuerpo de la marioneta es una pequeña jaula de pájaros, y
donde debería estar el corazón hay un pequeño canario amarillo en un columpio para
aves meciéndose suavemente hacia atrás y adelante. No me sorprendería sí trinara, o
volara. No lo hace, sin embargo, y palpo por el resto de la ropa de la marioneta en
busca de algún mecanismo oculto que pudiera explicar el toc-toc de su pierna contra el
vidrio, pero no hay nada. Es de madera y alambre, sólo una marioneta, y la pierna que
golpeaba simplemente cuelga de la parte inferior de la jaula, sin dispositivo de control
interno alguno. Sólo las cuerdas de la marioneta podrían haberla movido.
Y ahora mi cabeza se siente toda llena de luz de luna o luz de estrellas o algo. O
nieve. Mi cabeza se siente como una esfera de cristal con nieve que ha sido agitada y
los copos giran en el interior arremolinándose como estrellas sin amarras.
Bien. Soy bueno con los acertijos. El Arroyo del Diablo es el canal donde fluye el
Vltava alrededor del Kampa, la isla del lado del río del Malá Strana. En cuanto a “mi
contraparte,” podría significar la contraparte de Zuzana, pero no sé quién sería. Si es la
contraparte del diablo, sin embargo, sería un ángel, así que busco en mi mente algún
ángel famoso en esa zona pero no encuentro nada. En cuanto a “usar veneno como
carnada,” estoy realmente, realmente desorientado.
Así que tal vez no soy tan bueno con los acertijos después de todo. Por fortuna,
hay un diagrama, el cual muestra una calle, con una pequeña X marcada en ella. Un
nuevo destino, regreso por donde vine.
Silbando.
Ella
8
Gracias Dios Por Los Monjes Asesinados
Él vino.
Vino a encontrarme.
“¿No te parece que lucía deslumbrado?” Le pregunto al gato negro que se frota
contra mis piernas. Se coló aquí justo cuando Mik apareció, como si estuviese
justamente tratando de guiarlo hacia mí, y cuando empieza a ronronear tan fuerte como
un camión agrícola, estaba segura de que Mik escucharía. Debería callarlo. Intento
hacerlo callar. Y ¿qué creen que hace? Ronronea más fuerte.
El gato continúa con su festival de ronroneos, que yo tomo como un: Sí, Mik
lucía definitivamente deslumbrado. ¿Cómo podría no estarlo? Lo hechicé. Gracias por
eso, scuppies. Dos menos. Uno para los golpecitos con el pie, uno para elevar la
mariposa por el aire. ¡Puf! ¡puf! Desaparecieron rápido. Desearía tener el collar
completo de Karou. Karou. Le envío un mensaje: Fase uno exitosa. La Marioneta Que
Muerde estaría orgullosa.
Porque, sí, usar scuppies para animar una marioneta, ¿de dónde en la tierra se
me habrá ocurrido esa idea?
Aunque, la mariposa fue idea mía, y creo que realmente fue la cereza en el
pastel, fue eso que dijo, Oh, ¿así que crees que esto es un truco? Entonces ¿Cómo
estoy haciendo esto, chico listo? Trato de imaginar qué pensaría si me pasara a mí,
pero no puedo. Una vez que sabes que la magia es real, es realmente difícil recordar lo
que era no saber. Es un poco como tratar de ver cómo te ves con tus ojos cerrados.
(Yo lo hice una vez. Era una niña. De la nada, se me ocurrió preguntarme cómo
me vería con mis ojos cerrados, así que... mmm, fui al espejo y... cerré los ojos.)
Espero, dándole al gato una buena rascada y dejando que Mik ponga algo de
distancia entre nosotros antes de emerger de mi escondite. Hace frio. Estoy eufórica.
Mis latidos se sienten como una alegre melodía y mis labios bien podrían ser una
carroza, y el resto de mí sólo pequeñas personas en el suelo que sostienen las riendas.
(Mmmm. Pastel.)
No es que no esté interesada en hablar con él. Lo estoy –en la versión fantástica
de esta noche, como sea, en la cual yo realmente consigo encadenar palabras en
oraciones, y no sólo frases de poesía magnética al azar, sino oraciones que no
conduzcan a la conclusión lógica de que tengo daño cerebral–. Es sólo que… no puedo
empezar a explicar la intensidad de mi urgencia por ser besada. La explicación más
probable, después de mucho pensarlo, es que, soy un clon pre-programado para llevar
a cabo esa actividad ahora mismo o autodestruirme.
Cuando siento una oleada de cariño hacia las posibles huellas de Mik, sé que
tengo serios problemas. El hecho de que ni siquiera pueda molestarme conmigo misma
me dice que tan profundo es esto. Estoy condenada.
Apuesto a que todos los acosadores creen que están siendo románticos. Lo
hice por amor, oficial.
¿Habré cruzado la línea? Estoy a punto de asomarme hacia adentro por una
ventana para buscar a Mik. Por alguna razón, esto se siente peor que asomarse hacia
afuera, ya que lo estoy haciendo con una consciencia bastante clara. Después de todo,
para espiar a alguien uno se asoma hacia adentro no hacia afuera. Pero esto sigue
siendo un espacio público, me digo a mí misma. No estoy espiando en su ventana.
Nunca haría eso. Esto es un café. Más aún, es un poco como mi café. Mío y de Karou.
No de una manera legalmente reconocida, desde luego. No somos las dueñas, excepto
espiritualmente.
Que es un tribunal mucho más alto que la propiedad real del inmueble. Así que
me arrastro, sin completamente nada de espeluznante, hasta la ventana.
Y… hay… algunas pequeñas y suaves plumas negras en el alféizar. Yo sé de
quién son. De quién eran. Kishmish solía venir aquí y tocar el cristal para llamar a
Karou. Todavía se me hace un nudo en la garganta al recordar su pequeño cuerpo
carbonizado caer en las manos de Karou, y estas plumas sirven como un recordatorio
de lo simple que es mi vida, cuán ligera es esta noche, y cuan nula sería la amenaza
hacia mi vida en caso de fracasar. También me recuerda mi deber de brindarle a Karou
un cuento de hadas rabiosas, así que miro a través de la ventana con valentía,
dispuesta a hacer un poco de magia.
Y en cuanto veo a Mik, justo donde se supone que debía estar, alguien dice mi
nombre. Bueno, no es mi nombre. Una versión de mi nombre. “Zuzachka” desde detrás
de mí, en el patio.
La única persona que me dice así, si es que se le puede llamar “persona,” que
no creo. Sólo un idiota me dice así, y siento el frío veneno propagándose a través de
mí, listo para su implementación. Paciencia. No me vuelvo para responder todavía,
porque estoy observando a Mik, que está justo en este momento, sentado en un sofá
de terciopelo en Pestilence –el dominio espiritual de Karou y mío, que se había
mantenido libre y a su espera gracias a un cartelito de RESERVADO y a una
amorosamente tallada marioneta de ángel– y tengo que hacer que la magia suceda
justo ahora.
Mi mano ya está dentro de mi bolsillo. Mis dedos encuentran un scuppy. Mik está
frente a la nueva marioneta como si se tratara de un amigo que le cuidaba el asiento.
Es la contraparte del diablo (que él sostiene en su regazo): un ángel de las mismas
proporciones. Los hice el semestre pasado para una representación del Día de San
Nicolás en mi clase de marionetas, en la que por supuesto me saqué un 10.
“Qué es lo que quieres”. No hay inflexión de pregunta. Nada más que pegajoso y
venenoso desdén.
Para Kaz. Kazimir Andrasko, el primer novio desastre de Karou. Primero y
último. Quien le arrebató la virginidad. Ella cree que no lo sé, pero lo sé. Y déjenme
decirles algo acerca de mí. Yo amo la venganza como la gente normal ama las puestas
de sol o los largos paseos en la playa. Yo como venganza con una cuchara como si se
tratase de miel. De hecho, puede que ni siquiera sea una persona real, sólo un voto de
venganza hecha carne. Mis padres juran que yo era un bebé real y no una ganga
demoniaca, pero desde luego que dirían eso. Conclusión: Hay suficiente venganza de
repuesto en mí para actuar en nombre de todas las chicas maltratadas, infravaloradas y
usadas como juguete de donde sea, y es Karou a quien nos estamos refiriendo.
Aún.
“¿Eh?” Pone su cara de tonto, lo cual es una respuesta tan decepcionante para
tan buen e ingenioso comentario de némesis. Kaz podría merecer el rango de Primera
Clase en Crímenes de Alta Patanería, pero él simplemente no es material de enemigo
de calidad.
“¿Tú qué crees? ¿Karou está aquí? ¿Te vas a ver con ella?”
Me río, “Tú en serio no estás buscando a Karou,” le digo, pero me doy cuenta
por la persistencia de su cara de tonto de que sí lo hace. “Ella te hizo atravesar una
ventana la última vez que te vio. ¿De alguna manera eso deja algún lugar para la
esperanza?”
“Ella no sabía que era yo cuando lo hizo,” sostiene. “¿Qué le pasaba esa noche,
por cierto? ¿Está bien?”
Todavía la cara de tonto. Y luego dice. “¿Quieres decir que está saliendo con
alguien más?”
“¡Oh Dios!” Lo único que puedo es reír. “Hablar contigo es como jugar a cachar
la pelota con un niño pequeño. Lárgate de aquí, Kaz. No eres bienvenido aquí. Imrich
te pondrá en un ataúd, y yo remacharé la puerta con clavos.
“Está bien,” dice Kaz, entornando los ojos, no creyendo –o temiéndolo– por un
segundo. “Vamos adentro entonces. Espero que tenga tus clavos y tu ataúd listos.” Y
da un paso hacia la puerta, intentando demostrar que estoy mintiendo.
Maldición.
¡No estoy mintiendo! Imrich lo hará. No está muy bien de la cabeza. O sea,
¡miren su café! Está lleno de máscaras antigás y calaveras, por el amor de dios.
Calaveras reales. Él realmente pondrá a Kaz en un ataúd, y sí, él tiene clavos de ataúd.
Como todo lo demás en La Cocina Envenenada, son antiguos, y auténticos. Dice que
son de ataúdes exhumados en Kutná Hora después de que algún monje esparciera
tierra del Gólgota ahí en la Edad Media, por lo que es el cementerio más popular en
Europa Central. El cementerio más popular, ¡qué cosa! Sólo estarías en el suelo
durante un tiempo hasta que te sacaran para hacer espacio para el siguiente. Y – ¡Oh!
Luego a finales del siglo XIX contrataron algunos talladores de madera para hacer arte
a partir de todos los huesos desenterrados. Es genial. Imagina la otra vida como parte
de una lámpara con forma de esqueleto de araña. De verdad.
El punto es: clavos de ataúd, listo. Ataúd, listo. Tuerto loco Imrich y sus
compinches del bar listos para apoderarse del niño bonito de aquí y presentarlo al
interior satinado de una caja hexagonal.
Listo.
Yo, en condiciones de participar, no listo.
Cualquier otra noche. Cualquier. Otra. Noche. Pero esta noche no es para la
venganza. Tomo un profundo respiro. Es para el deslumbramiento.
¿Imrich le habrá llevado ya su té a Mik? Ese es el plan. Pestilence –la mesa mía
y de Karou resguardada bajo la gigante estatua ecuestre de Marcus Aurelius– tenía
que mantenerse despejada por un cartelito de RESERVADO, la marioneta ángel
sentada ahí con las piernas cruzadas sobre el sofá de terciopelo, y cuando – si– Imrich
viera a un chico venir y sentarse ahí, se suponía que le trajera una charola de té. La
última pista de Mik estaría escondida en el cuenco del arsénico. (El cuenco del azúcar,
quiero decir. El té en La Cocina Envenenada se sirve en antiguos servicios de plata, los
recipientes de la crema y el azúcar están grabados como: arsénico, estricnina, cicuta,
cianuro. Lindos, ¿verdad?)
No. Tengo que terminar esta pelea de comentarios sarcásticos. “De hecho,” le
digo a Kaz, “Tengo otros planes. Pero de todos modos, sigue tú, adelante. Y cuando
estés atrapado allí, en el oscuro ataúd, hambriento, sediento, alucinando, y
desesperado por orinar, cuando cierren el café y no haya nadie más para escuchar tus
gritos, quiero que sepas… que no estaré pensando en ti para nada.” Hago un gesto de
adelantarme hacia la puerta, y como tiro de gracia, le brindo… mis ojos de Maniaca
Emocionada. Esos que dicen, tengo algo fascinante que mostrarte en el sótano. Ven
conmigo. Es una de mis miradas favoritas, y, por cierto, la menos favorita de mi
hermano, porque es la que invariablemente señala una intensificación de las
hostilidades a un nivel de venganza dedicada que él jamás podría igualar. Simplemente
no es parte de él. Tomas sabe:
Kaz podría no saber eso por experiencia, pero lo intuye. Los ojos lo asustan. Lo
veo. Se amedrenta. Echa un vistazo hacia la puerta. Me brinda esa apariencia de labios
fruncidos que los intimidados tienen cuando le temen a alguien y tratan de ocultarlo.
Ahora me llamará fenómeno. Espérenlo.
“Eres una fenómeno, Zuzana.”
Con Kaz finalmente lejos me giro hacia la ventana y veo a Mik ¡viniendo hacia a
mí! Tiene al ángel cargando en un brazo, al diablo en el otro, y yo tengo
aproximadamente tres segundos para desvanecerme en el aire antes que él abra esa
puerta.
¿Tengo que hacerlo? Lloriquea una voz dentro de mí. ¿No pueden las
marionetas actuar en mi nombre? ¿Marionetas embajadoras? Claro, porque ¿qué es
más espeluznante que un asechador? Un asechador ventrílocuo que habla a través de
marionetas de un ángel y un diablo. Me imagino a Mik presentándome ante su familia:
Me gustaría que conocieran a mi novia Zuzana y… a sus representantes.”
Anda. Ahora. Deja a Pavor ahí tendido. Anda rápido, antes de que él se levante
y vea el rumbo que tomaste. Respira. Camina. Respira. Camina. Mira, huellas de Mik.
Síguelas.
Respira.
Camina.
Listo. Estoy bien. Estoy yendo. Coloco mis pies sobre las huellas de Mik, y
siento una conexión con él, como una lunática total. La Locación Tres no está lejos y es
una ruta que he recorrido cientos de veces, con Karou usualmente. Respira. Camina.
Mik probablemente ya está ahí.
Oh rayos.
Y luego espero, teléfono en mano. Y espero. La nieve está cayendo más rápido
ahora, y mi respiración es una pluma de dragón. La fría piedra del edificio se infiltra a
través de mi abrigo y convierte mi espalda en hielo, y ningún mensaje llega desde
África.
Vacilo.
…salen.
Se alejan.
Y cuando miro adentro, al patio, esto es lo que veo: Sobre la banca de sirenas,
mi ángel y mi diablo encerrados en un abrazo.
Y Mik no está.
Se fue.
Mortificación.
Parálisis.
Desconcierto.
Y humillación.
¿Mik se llevó la esfera de hielo con él? ¿Por qué haría eso? Miro alrededor para
ver si es posible que se cayera, pero no está aquí y… empiezo a molestarme. No debió
tomarla sí se iba a ir, debía haber dejado el mensaje también. No lo quiero libre por el
mundo para que él lo lea y se ría y se lo muestre a sus amigos.
(Él no haría eso, insiste una voz dentro de mí, como si lo conociera de todo a
todo.)
(No lo conoces.)
No. Por supuesto que no. Nunca hemos platicado. Pero estaba bastante segura
que él no era un patán. Que él no era un idiota. No es que esto esté a la par con lo que
Kaz le hizo a Karou, desde luego, pero tampoco es grandioso. Estaba completamente
preparada para que él no se apareciera en la Locación Uno. Estaría muy
decepcionada, sí, pero no tendría nada en su contra. Si no está interesado, no está
interesado. Pero ¿por qué seguir la búsqueda del tesoro hasta el final, luciendo todo
deslumbrado y aterciopelado todo el tiempo, y luego… huir?
Mi teléfono vibra. Es de Karou: una lista de frases para iniciar conversación que
ya no necesitaré.
- a) Hola. Soy Zuzana. Soy de hecho una marioneta traída a la vida por el
Hada Azul y la única forma en que puedo ganarme un alma es si un humano
se enamora de mí. ¿Le gustaría ayudar a una marioneta?
- b) Hola. Soy Zuzana. El toque de mis labios infunde inmortalidad. Sólo decía.
- c) Hola. Soy Zuzana. Creo que me gustas.
Las leo con amargura, luego me dejo caer en la banca y separo las marionetas,
rompiendo su abrazo. El ángel cae de espaldas, sus brazos torcidos, la cabeza
colgando por el borde de la banca como desmayada. Muerta por un corazón roto. Creo
que me gustas por cierto. Sin rodeos, sólo honestidad. Eso es lo que diría la Chica
Segura. Si tuviera alguien a quien diablos decírselo.
–Huyó.
–¿¿¿???
–Dejó las marionetas. Las dejó HACIÉNDOLO y no me esperó. Por lo menos las
marionetas consiguieron algo de acción esta noche.
Hay una pausa durante la cual me imagino a Karou indignándose. Pero cuando
me escribe de vuelta, no hay nada de indignación en lo que me llega.
Hoyo en el corazón.
¡Hoyo en el corazón! El hoyo en el corazón del ángel. ¡Algo está asomando del
hoyo en el corazón del ángel! Alzo la vista, miro alrededor por si Mik pudiera estar
espiándome como yo lo he estado espiando. Pero no lo creo; no hay donde
esconderse. Recojo… su papelito enrollado. Lo desenrollo y, en un segundo, toda
decepción, mortificación, parálisis, desconcierto, y humillación se evaporan y son
reemplazadas por… vértigo, alivio, estremecimiento, desmayo, y deleite.
Es la versión propia de Mik de mi primer mapa del tesoro, hecha a toda prisa. En
el centro: un auto retrato a base de bolígrafo que es más o menos un garabato de una
infantil cara sonriente con patillas y barbita de chivo. Aunque fuera un dibujo tan malo –
y lo es– hay algo tan dulce en él, algo tan totalmente apasionado y libre de patanería
que no puedo creer que llegué a pensar que Mik pudiera hacer algo malvado. Oh mujer
de poca fe. Recuerdo la conversación que tuve con Karou en La Cocina Envenenada
hace tiempo, antes de que no supiera ni el nombre de Mik, donde me preguntaba qué
posibilidad habría de que él fuera casto. ¡Cómo si hubiera lugar a dudas! Él irradia
castidad. Yo sólo tenía miedo de creerlo – o más bien miedo de que alguna otra chica
fuera ya la suertuda beneficiaria de su castidad.
Este parece no ser el caso – puesto que ha jugado mi juego esta noche… y
ahora me está invitando a jugar el suyo.
Y ahí está, un mapa burdamente dibujado del Kampa, pero no veo ninguna X
que marque el punto. El Arroyo del Diablo no es muy largo, pero ciertamente lo
suficientemente largo para necesitar una locación precisa. Y ¿qué es eso de veinte
minutos? ¿Qué está haciendo?
Intrigante…
Jamás en la vida había escrito un corazoncito. Esos son para las chicas
enclenques. Karou probablemente piense que mi teléfono ha sido robado –o mi
cuerpo– posiblemente, por un alien enfermo de amor. Igual mando el mensaje.
Karou: No vas a empezar a coleccionar rocas con forma de corazón o algo así
¿o sí? Porque si es así quizá deberíamos renegociar los términos de nuestra amistad.
Y tengo algo de tiempo que matar hasta que acabe el lapso de veinte minutos,
así que le llamo –estúpidos mensajes, de todos modos, a veces se toma uno un
ridículamente largo tiempo para pensar en de hecho marcar el teléfono y hablar en vez
de escribir a la distancia como cabezas huecas– y le aseguro, enfáticamente que no
hay una colección de rocas con forma de corazón en mi futuro. “Dedos del pie,” Digo,
pensando en el supuesto recuerdo del golem de mi abuelo. “Tomaré trofeos de dedos
de los pies de todos mis novios de ahora en adelante,” y si Karou sabe que “todos mis
novios” hasta ahora es igual a cero novios, no lo permitirá.
Mik y yo.
Música.
10
Huellas De Pavo Real
Me atrae hacia adelante, como una mano extendida. Mik está al otro lado de
ésta, en algún lugar aún sin revelar, su música marca un sendero directo hacia él, y
estoy muy agradecida de que no sea una persona común y corriente de quien me he
enamorado, ni siquiera un músico ordinario, sino un violinista.
Tan pronto como me paro sobre el puente peatonal lo veo. Ahí está la rueda de
molino justo al lado del puente –la linda rueda de molino de madera a la que todos los
turistas de Praga le sacan fotos– y Mik está abajo en el estrecho muelle al lado de ésta,
apenas a tres metros de distancia. Sin embargo, hay un muro entre nosotros, concreto
rematado con una verja de hierro, y debido a mi condición de miniatura tengo que
ponerme de puntillas para mirar a través de los barrotes. Su cabeza, protegida por su
gorro de lana, se dobla por encima de su violín, su postura es suelta y fluida, está
sonrojado, su rubor es de esfuerzo y creación, y nunca nada ha sido tan sorprendente
como el hecho de que este sonido perfecto es el resultado del suave y deliberado
balanceo del brazo de este bello chico.
No soy la única que ha sido atraída por la música. Los transeúntes se detienen a
escuchar, algunas ventanas traquetean abiertas en los edificios enfrente del arroyo, y
por un minuto todos permanecen inclinados hacia esta hermosa vista: Mik en el muelle
del molino, tocando Mozart para la nieve.
Mundo, creo que es importante reconocer aquí que me están dando una
serenata. Los arcos del puente Charles como escenario, sus fantasmales farolas. El
canal es negro y destellante, y la noche dice: Síp. Todo es un milagro.
“Disculpen,” digo a una pareja que se detuvo cerca, abrazándose, de tal modo
que las plumas de sus alientos se mezclan y se vuelven una. “¿Me podrían impulsar?”
Hago un gesto hacia el muro. Es alto, con remates puntiagudos de hierro para
desalentar todavía más lo que intento hacer, pero la pareja no hace ningún intento por
disuadirme. Sonríen como si compartieran un secreto, y el chico hace un estribo con
las manos, y subo. Es entonces cuando Mik levanta la vista. Justo cuando estoy en
equilibrio en la parte superior del muro.
Y… es como si toda mi vida hubiese sido esa torre que se mantiene a la orilla
del mar con algún propósito desconocido, y sólo ahora, en casi dieciocho años, a
alguien se le ocurre activar el interruptor que revela que no soy una torre en absoluto.
Soy un faro. Es como despertarse. Soy incandescente. Jamás supe que podía emitir
luz y calor. Maldición. Si la música creó una dimensión externa, esto crea una interna.
Esto debe ser lo que son los sentimientos. ¡La razón por la que las personas
escriben poemas! Ahora lo entiendo.
Lo entiendo, y quiero más.
Empiezo a descender por el lado exterior del puente. O, bueno, miro hacia abajo
en busca de pistas sobre cómo podría lograr este último, crucial paso para finalmente
entrar en el campo magnético de Mik, pero es un largo salto hasta la pequeña pasarela
metálica que hay abajo, y vacilo. Y ni bien vacilo, Mozart vacila también. Con lo que
quiero decir que, el arco de Mik flaquea sobre las cuerdas y la música se corta, y
cuando miro hacia allá, él está guardando su arco y su violín en el estuche y viene
hacia mí. Se escucha un leve amago de aplauso, pero en este momento yo no me voy
a distraer con nada fuera de este círculo.
Y Luego Mik habla. Todo lo que dice es “hola,” pero lo dice como si estuviera
exhalando una nube de veneración pura, y eso me derrite.
“Encontré la tuya.”
Niega con la cabeza, humilde. “No fue nada. O sea, no le digas a Mozart que
dije eso. Pero no fue como lo que tú hiciste esta noche. Ni siquiera sé qué decir. Es la
cosa más genial que alguien haya hecho para mí.”
“Sí, eso y todo lo demás. Ni siquiera sé cómo hiciste algunas de esas cosas.”
Hay una breve pausa antes de que agregue, “pero no me digas. Quiero sólo creer que
fue magia.”
“Sí fue magia,” digo simplemente. Aprendí esto de Karou, en cuanto a magia:
puedes decir las verdades más extravagantes, prácticamente sin riesgo a que te crean.
Excepto, aparentemente, en el caso de Mik. “Te creo,” dice. “Justo así es como
había imaginado que eran tus noches de sábado.”
“Claro,” dice, con una ligera inflexión de por supuesto. “Cada semana mientras
hacía algo aburrido y típico después del show. Es la forma en que me castigaba a mí
mismo por avergonzarme y no atreverme a hablarte – imaginarte haciendo, como,
mandados secretos sobre los tejados, o desvaneciéndote a través de trampillas que no
dejan grietas al cerrarse, sólo rastros de polvo plateado.”
Es, sin duda, el mejor cumplido que me han hecho hasta hoy. Podría decirle
cómo son mis noches de sábado en realidad –que las paso con Karou en La Cocina
Envenenada platicando, sobre té y cuadernos de dibujo, desalentada por su culpa–
pero no. Me gusta este ente de asuntos misteriosos. “¿Polvo plateado?” Le pregunto.
“Es un poema que leí,” me dice. “Tenía un verso como ‘quienquiera que se haya
despertado para encontrar las huellas húmedas de un pavo real atravesando el piso de
su cocina,’ y desde entonces, siempre he querido. Hummm. Despertarme y encontrar
huellas de pavo real.”
“Okey,” digo, van con él. Huellas de pavo real. Eso se podría arreglar, creo,
porque apuesto a que un scuppy podría lograr eso, pero entonces esta sensación de
intimidad me golpea. La parte de Mik despertando. La idea de… de estar ahí para ello,
y viceversa. Es como una visión del futuro –un futuro posible, hasta ahora tan fuera del
alcance de mi conocimiento que un escalofrío recorre mi espalda. Esa sensación de ser
un niño en una habitación llena de adultos: todo a tu alrededor son rodillas, y los
adultos están allá arriba en su propio mundo un montón de cabezas distantes hablando
de cosas que no puedes empezar a comprender.
Despertar con alguien es la consecuencia natural de dormir con él. Y eso es algo
que pasa allá arriba, con las cabezas de los adultos. Yo todavía estoy acá abajo en el
piso con los Cheerios que se cayeron, siendo abofeteada cada que el perro menea la
cola.
Metafóricamente hablando.
“Así eres tú,” está diciendo él. “Como huellas de pavo real. Inesperadas. Y esta
noche ha sido así. Asombrosa. Y… no quiero ser el tipo que sólo se despierta y
encuentra las huellas de pavo real.”
Niego con la cabeza. “No. Esto es grandioso,” ¿Cuáles eran mis planes después
de todo? Iba a empezar a improvisar a partir del patio, con la idea de ir a algún lugar
bajo techo donde la esfera de hielo comenzara a derretirse. ¿Dónde está la esfera de
hielo, a todo esto? ¿No la habrá derretido ya, o sí, y leído el mensaje? Mi latido brinca
ante la idea. “¿Tú, ehmmm, tienes la… esfera de hielo?
Hmmm. ¿Qué es esto? Enlazo mi brazo alrededor del suyo, y me escolta al final
del muelle, más allá de su estuche de violín, y revela… más huellas de pavo real.
No literalmente.
“Los veinte minutos,” dice. “Caminé realmente rápido. Pero aún así, no lo habría
logrado si ese tipo loco con parche en el ojo no fuera tan fanático tuyo. Tengo el
presentimiento definitivo de que él no dejaría sacar la plata fuera de esa puerta a nadie
aparte de ti.
“Bueno, hay otra persona. Mi mejor amiga. Nosotras vamos ahí muy seguido.
Imrich es un tanto protector con nosotras.”
“¿Tú crees? Él me dedicó esa mirada fija y silenciosa de diez segundos, y estoy
bastante seguro que si mis intenciones no fueran honorables, mi rostro se habría
derretido.”
Hay una pequeña escalera al final del muelle y descendemos primero y nos
encaramamos en el bote, tratando de no balancearlo y derramar el té. Yo soy liviana,
como sea, por eso no se mueve tanto hasta que Mik se sube después de mí.
“Bueno.” Mik vierte té en mi taza. Todavía está humeante, gracias Dios. “Sólo
digamos, que probablemente deberíamos mantenerlo atado donde está.”
“No exactamente. Sólo tengo veinte minutos. Fue cuestión de pelear un poco.
¿Pastel?”
“Sí, por favor,” deja escapar mi estomago. Y Mik abre la caja de pastelería para
revelar una pequeña, completa tarta Sacher, es de chocolate tan oscuro que parece
negro. Chocolate. Gracias Dios. Si él hubiese traído un pastel que no fuera de
chocolate, habría tenido que darle un demérito. No tenemos tenedores o platos,
solamente las cucharillas de nuestros tés, así que comemos con ellas, corto la primera
rebanada en la suave superficie del pastel –un mordisco pequeño y delicado que en
realidad no es mi AAHHHM habitual– y sagrado infierno, el chocolate es tan intenso y
puro que debería ser llamado elemento químico y asignado un espacio en la tabla
periódica. Sería Ch que incluso está libre.
Porque: oh. La nieve cae más pesada ahora. Ambos miramos hacia arriba y
alrededor, como: mmm. Cae en olas suaves, y cuando golpea el agua se derrite como
el azúcar en el café. Sería un café muy dulce, porque es una gran cantidad de azúcar.
En los tejados y el muelle –e incluso en el pastel– se acumula.
Yo tomo otro también. Y otro trago de té caliente. “De Český Krumlov. ¿Tú?”
“De aquí. Vinohrady. Mi familia aún vive ahí, pero yo ahora estoy en Nove
Mesto.”
Los dos actuamos como si estuviésemos a la mesa en un café, tan normal como
puede ser. “Yo vivo en Hradčany,” le digo, “con una vampírica tía abuela.”
Bueno, empezó totalmente normal y luego dio un giro. Por culpa de la esfera de
hielo.
Lista o no.
Él
11
Toma El Algo
Es por lejos, una muy buena historia. Me pregunto cómo irá el resto de ésta.
Cómo terminará. La noche, quiero decir, no la historia. Creo que sé cómo terminará la
noche. Bueno. Hay dos versiones, de hecho, pero naturaleza honorable ha encerrado a
mi naturaleza de hombre en esta. Mi naturaleza honorable espera que termine conmigo
acompañando a Zuzana a su casa y dándole un beso de buenas noches en su puerta.
En teoría, al caminar por la ciudad con las notas y mapas de Zuzana en mis
bolsillos y sus marionetas en mis brazos, es sencillo no ser “macho”. Había algo tan
inocente en ello, como un cuento de hadas. Pero al estar sentado justo frente a ella,
mirando su hermosa cara, hay… impulsos. Si esta noche es un cuento de hadas,
entonces esto es el felices para siempre, ¿cierto? ¿O por lo menos el principio de eso?
¿Y a qué me refiero con el felices para siempre? Esas princesas e hijos de leñadores
tienen también cuerpos bajo sus abrigos. Es decir, ¿Qué creen que significa felices
para siempre?
Y no es como si nunca haya imaginado un felices para siempre con Zuzana. Soy
un hombre. Pero inclusive antes de esta noche, había algo sobre ella que llevaba mi
imaginación a un nivel más alto. Al nivel de novia –como un montaje de una película de
tomarnos de las manos y cocinar cenas y leer libros en el parque.
Ojalá.
Desatar la correa del abrigo de Zuzana sería como quitarle el moño a un regalo.
Ya basta.
Okey. Naturaleza honorable reafirmada. Estoy bien. Durante todo este tiempo
que hemos estado hablando, y es sencillo. Zuzana es divertida y rápida –ingeniosa– y
ella vuelve con cosas aleatorias como las huellas de pavo real así que cada hilo se teje
y cada tema se hace más grande, más raro, más divertido. Es el mejor tipo de
conversación. Nos reímos mucho. Le platico cómo fui secuestrado hacia el infierno
cuando tenía cuatro años. Ella me cuenta de la marioneta que muerde. Quiero conocer
a ese loco abuelo suyo, y ahora en realidad quiero un dedo del pie de un golem,
también.
Y entonces alcanzo la tetera para llenar nuestras tazas una última vez –el reloj
de arena se ha terminado, los sedimentos del té están helados– y es entonces cuando
noto: la misteriosa bola de hielo que Zuzana colgó en el patio del Liceo se ha derretido
en un charco. Bueno, derretido a medias. El lado recargado contra la tetera se ha ido
por completo, y la cápsula del interior se asoma.
“Oh.” Cuando la levanto veo a Zuzana inmóvil, y pregunto: ¿Qué hay dentro?
Cuando la miro de modo inquisitivo, se muerde el labio. Nerviosa. “¿Debería abrirlo?”
Le pregunto, y no me contesta de inmediato.
“Okey,” Repite, y sus ojos están muy tranquilos y claros, muy oscuros y
vigilantes. Esto es algo importante.
Ya casi no siento mis dedos, y liberar el tubo del resto del hielo en el que está,
los adormece hasta el punto en que se sienten como prótesis de dedos de madera, y si
alguna vez han tratado de abrir un tubo de plástico y desenrollar un rollito muy pequeño
utilizando dedos protéticos de madera (y en realidad, ¿quién no lo ha hecho?) sabrán
que no es fácil. Y durante el tiempo que estoy tratando torpemente abrirlo, el silencio se
hace más grueso y más profundo, como la nieve.
Carpe puella.
“Hm,” digo.
“Yo no… ¿No hablo latín?” Me escucho diciéndolo como una pregunta, y tan
pronto las palabras salen de mi boca, como por arte de magia, la tensión desaparece
del rostro de Zuzana.
“Oh. Yo, tampoco. Tuve que buscarlo en Google. Temía que pudiera ser
demasiado oscuro. Aquí” Estira su mano y yo le tiendo el rollito, y entonces saca un
bolígrafo de su mochila y se encorva sobre la nota, ocultándola de mi vista y escribe
algo en ella. Luego lo enrolla otra vez y me lo tiende solemnemente.
Ahora dice:
Trago saliva, y puede escucharse como en las caricaturas. “Eso era lo que yo
esperaba que significara,” digo. “Pero si puella significara, algo como, sándwich, o
bicicleta, podría resultar embarazoso.”
Aquí hay una larga pausa de parte de Zuzana, lo suficientemente larga para que
me dé cuenta de qué tan mala es esa respuesta para la petición de una chica –o mejor
dicho, una orden– que la besen, y luego dice, con calma, “¿existen siquiera palabras en
latín para sándwich y bicicleta? O sea, ¿los romanos siquiera tenían sándwiches y
bicicletas?”
“Le pasó a mi hermana una vez,” digo. “Aunque, no en un monociclo. Ella iba en
la parte de atrás de la moto de un tipo en Milán y su falda se enredó en los rayos, y era
una de esas faldas de gitana, endeble y toda se desprendió de la pretina, por lo que ahí
estaba ella, únicamente en ropa interior y pretina, en esa elegante y transitada calle de
Milán, mientras que como una docena de transeúntes trataban de liberar la falda de la
llanta de la pequeña moto.”
“No. No, colisionó contra su cabeza. De hecho la tiró al piso le sacó sangre.
Tuvo que recibir inyecciones, debido al riesgo de infección.”
Todo esta noche, desde Carpe diabolus, mi ser racional ha estado tendido sobre
su espalda, haciendo angelitos en la nieve mientras mi ser de esperanza se sienta
sobre su pecho canturreando y me permití jugar este juego de magia. Pero seguía
siendo un juego. O sea, yo en realidad no me lo creía, supongo, porque de repente…
creo. Ya no hay lugar para la incredulidad. Se trata de creencia, y las dos cosas son
como agua y vino.
Como magia.
Estoy sin habla. Me vuelvo hacia Zuzana, pero ella no se dio cuenta. Está
mirando al cielo, la nieve se arremolina a su alrededor como plumas en una pelea de
almohadas de una película, volteo de nuevo hacia el muelle y las pisadas ya se están
desvaneciendo bajo las nuevas ráfagas de nieve –una visión secreta que nadie creería,
tal vez mañana ni siquiera yo lo crea– Y cuando volteo hacia Zuzana, ella me está
mirando. Lacados ojos oscuros, cabello revuelto convertido en picos por el clima.
Abrigo negro, botas negras, manos hundidas en los bolsillos. Y esa calidad de muñeca
de su rostro que empieza a estar bien –bien como en una calidad de museo– cada
plano y curva como la elección armoniosa de un artista –esta holgura compensa esta
austeridad, este ángulo mejora ese arco– y la forma de corazón, y los ojos puestos en
todo, y las elegantes cejas oscuras con su extraordinaria movilidad y suavidad.
Y los labios.
Los labios. ¿Quién podría decir cómo suceden estas cosas? Pienso que la luna
está a cargo de algo más que sólo las mareas. O me moví yo o lo hizo Zuzana, no
estoy seguro cual de los dos. Sólo sé que ella está mucho más cerca de repente, y lo
que sea que antes me estaba impidiendo el tomarla, me ha soltado. El espacio entre
nosotros se ha desvanecido y estoy mirando de sus labios a sus ojos y de vuelta, y ella
hace lo mismo con los míos, y existe este instante mientras me estoy inclinando hacia
ella en el que los dos nos miramos desde los labios a los ojos en el mismo momento y
nos encontramos y es mucho más allá de chispas y cosquilleo, este contacto visual. Es
como perder la gravedad y caer en el espacio –el momento de lanzarse
precipitadamente cuando la infinitud del espacio se impone y no hay ya nada más
debajo, sólo una eternidad, y te das cuenta de que podrías caer por siempre y nunca te
quedarías sin estrellas.
Su rostro, mis manos. El rostro de Zuzana está en mis manos. Mis dedos
entumecidos trazan una línea hacia su mandíbula y de vuelta a su pelo –solo lo
suficiente para curvarse alrededor de la columna de su cuello y– ligeramente, con
suavidad…
…tomarla.
Y besarla.
Dos A.M. mensaje de texto para Karou: *se estira y bosteza* Largo día. Creo
que iré a dormir justo ahora.
–Veamos. Algo bueno *se golpea el labio con el lápiz* Okey: pavo real fantasma.
–¿¿¿???
–Usé mi penúltimo scuupy para hacer que aparecieran huellas de pavo real en
la nieve.
–¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Besos!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Hay una pausa, y luego esta voz que no es la voz de Karou, dice. “Eso es raro,
ya que justo estaba pensando en empezar un blog con todas esas fotos de mis manos
haciendo forma de corazón sobre diferentes cosas. Como narices de perros y grafitis
graciosos.” Y la voz que no es la de Karou es de Mik, y por un segundo me quedo
paralizada, mi cerebro entrando en modalidad de valoración de daños, pero casi
inmediatamente me doy cuenta de que tengo suerte. Mucha suerte. Había un millón de
cosas más embarazosas que podría haber dicho, y como sea: Mik me llamó. “Y globos
atorados en árboles,” dice. “Y patitos en bañeras.”
“Y nubes con forma de pistola,” contribuyo.
Mik dice, “Y quería asegurarme de que no pensaras que, mmm, que yo…
titubeé… antes porque no quería besarte.”
“No,” digo, aunque si pensé eso –o lo temí– por unos pocos minutos en el bote
de remos. Sin embargo, ahora lo entiendo, y no hay molécula en mí que piense que el
beso fue forzado o reacio o tibio. El beso. El beso habló por sí mismo. Se eliminó
cualquier duda. “Está bien. No podía ser orquestado. Tenía que simplemente suceder.”
“A mí también.”
“¿Crees que… quizás pueda suceder de nuevo mañana? ¿Con la cena? No, no
podría esperar tanto. ¿Almuerzo? No. ¿Desayuno?”
Oh, supongo. Estoy irradiando rayos de faro en mi cama. “Sí por favor.”
La sensación de caer, mientras Mik se inclinaba. Sus ojos estaban tan cerca, y
sus labios, y yo no sabía qué mirar, sus labios o sus ojos, y luego… yo sólo. Ojos, de
cerca. Jamás habría. Sus ojos son azules, y los ojos azules de cerca son un fenómeno
celestial: nébulas como las que se ven a través de telescopios, la luz de estrellas sin
nombre, difuminadas a través de polvos y elementos e infinito. Capas de luz. Los ojos
azules son luz de estrellas. Nunca supe. Sus pestañas se cerraron antes de las mías;
lo sé porque tengo un recuerdo destellante de sus pestañas espolvoreadas con un
perfecto patrón de encaje de copos de nieve –y luego oscuridad por mis ojos también
cerrados, y toda mi conciencia vertida en mis otros sentidos.
No estoy segura de cuánto duró. No podría ni empezar a adivinar. Algo entre dos
minutos y veinte y durante este tiempo, jamás dejó de ser dulce, lo fue, hasta el final,
empieza haciendo alusión a la misteriosa conexión de los nervios, pequeños ríos de
fuego qué cítara a través de todo tu cuerpo despertando las células durmientes de
sensación, cada una añade otra dimensión a este misterioso pasaje interior que es
mucho más grande de lo que parece, posiblemente infinitamente, desconocidamente
más grande. Y la reflexología ya no me parecen pamplinas, porque si un ligero toque
en la parte de atrás de mi cuello puede hacerle eso a mis rodillas, entonces, cuando del
cuerpo humano se trata… cualquier cosa podría ser posible.
Mis rodillas fueron las que finalmente marcaron el final del beso, porque
empezaron a temblar y Mik pensó que era por el frío, pero para nada era por eso, y la
forma en que nos miramos el uno al otro después del beso fue intensa y un poquito
sobresaltada –oh hola– y desprendida conscientemente feliz, y deslumbrada, y
exhaustiva, profundamente, mutuamente hechizada.
Mi teléfono otra vez, justo cuando me estoy derrapando hacia el mundo de los
sueños. Un mensaje. Es de Karou: Tengo que saber. Si el pavo real fantasma fue tu
penúltimo scuppy, ¿Qué hiciste con el ÚLTIMO?
Es agradable saber que tengo un último scuppy por si alguna vez necesito
improvisar algunas huellas de pavo real –literal o figurativas– pero quizás al final me lo
quede como recuerdo. ¿Quién sabe? Guardarlo para un día lluvioso, le contesto a
Karou, y ahueco la cuenta en mi mano y sonrío mientras me quedo dormida,
preguntándome cómo serán mis días lluviosos a partir de ahora. Tan buenos como los
días nevados, creo.