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1NTRODUCCIÓN
toda Europa y en Estados Unidos y que, en ~arís, fue considerado por algu-
nos casi como si se aproximara a la revolución auténtica. Los supuestos re-
volucionarios de momento proclamaron a un hombre, más que a ningún
otro, como su mentor político: Herbert Marcuse. Pintaron las paredes
con frases de sus libros, para comunicar al mundo que su pretensión era
convertir sus ideas en realidad. Y, aun cuando la revolución no se mate-
rializó, a partir de entonces las ideas de Marcuse y de la Escuela de
Francfort han dominado algunos departamentos de Ciencias Sociales en
diversas universidades europeas y, a través de éstos, han ejercido una
influencia continua e importante en parte de los jóvenes más inteligentes
de Occidente.
DISCUSIÚN
B.M.: ¿Por qué fue precisamente a sus escritos hacia donde los movi-
mientos revolucionarios estudiantiles de los años 60 y de principios. de los
70 volvieron los ojos?
H.M.: Verá usted: yo no fui el mentor de las actividades estudiantiles
de los años 60 y de principios de los 70. Lo que hice, fue formular y
articular algunas ideas y metas que en ese momento flotaban en el aire.
Eso es todo. La generación estudiantil que en esos años entró en activi-
dad, no necesitaba la figura de un padre ni la de un abuelo que la llevara
a protestar contra una sociedad que revelaba diariamente su desigualdad,
su injusticia, su crueldad y su destructividad general. Lo podían experi-
mentar; lo veían con sus propios ojos. Como un rasgo de esta sociedad,
menciono sólo la herencia del fascismo. El fascismo fue derrotado mili-
tarmente, pero todavía quedaba un elemento potencial para su renaci-
miento.
Podría mencionar, también, el racismo, el sexismo, la inseguridad gene-
ral, la contaminación ambiental, la degradación de la educación, la degra-
dación del trabajo, y así muchas cosas más. En otras palabras, lo que estalló
en los años 60 y principios de los 70 fue el atronador contraste entre la
inmensa riqueza social disponible, y el despilfarro miserable y destructivo
que de ella se hacía.
B.M.: Sea que uno concuerde o no con su opinión acerca de cual-
quiera de estos asuntos, estoy seguro de que la atracción fue mayor gra-
cias a que la filosofía, como generalmente se enseñaba en los colegios y
en las universidades de todo el Occidente, no se refería a tales temas, en
ningún aspecto.
H.M.: N o lo haáa, y nosotros, en Francfort, y posteriormente en Es-
tados Unidos, no podíamos concebir que una filosofía auténtica no refle-
jase, de alguna manera, la condición humana en su situación concreta; en
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lista, a fin de ct:ear mercados, así como la oportunidad para una mayor
/ acumulación de capital, y muchas cosas más. Este es un catálogo formi-
dable, y dice mucho en pro de la teoría marxista.
B.M.: Debo confesar que me encantaría discutir con usted acerca de
todo esto, pero no debo dejarme llevar ...
H.M.: ¿Por qué no?
B.M.: Porque el propósito de esta discusión es presentar sus puntos
de vista sobre una gama muy amplia de temas, y si nos enfrascamos en
una discusión acerca de lo que usted acaba de decir nunca tocaríamos, la
mayoría de los demás. Sin embargo, no puedo dejar completamente de
lado, sus observaciones. Estoy en desacuerdo con sus implicaciones casi
completamente. Por ejemplo: dice usted que ha habido una creciente
concentración de poder económico. Pero, ciertamente, mediante la in-
vención de las sociedades anónimas, la propiedad del capital se encuentra
ahora mucho más ampliamente dispersa que lo que jamás estuvo, ¿no es
así? Habla usted de la fusión de los poderes económico y político. Sí; efec-
tivamente' pero lo que ha sucedido, cuando menos en las democracias
O(:cidentales, es que la participación mayor en la toma general de decisicr
nes, tanto por lo que se refiere a la economía como al gobierno, ha pa-
sado a manos de representantes políticos que el pueblo elige directa-
mente.
H. M.: Veamos: con su primer enunciado acerca de las sociedades
anónimas usted expresa uno de los conceptos principales del revisicr
nismo marxista (usado primero por el mismo Engels). Las sociedades
anónimas donde ya hay una propiedad dispersa, se consideraron prefor-
mas de la sociedad socialista. Ahora sabemos que esto es completamente
erróneo; no sostendrá usted que, por ejemplo en las grandes compañías
multinacionales, los accionistas controlan la política, nacional o global, de
tales empresas. N o es sólo la propiedad la que importa; lo que es decisivo
es el control de las fuerzas productivas. Por lo que se refiere al Estado y al
papel de los políticos, ¿cree usted que los políticos deciden completa-
mente por sí mismos, como individuos libres? ¿No hay algún tipo de vín-
culo entre los creadores de políticas y los grandes poderes económicos de
la sociedad?
B.M.: Puedo asegurarle que a los políticos no los dominan los intere-
ses económicos privados. Al contrario: son los intereses económicos pri-
vados los que perpetuamente están intentando cabildear a los políticos.
Pero, lamentablemente, creo que tendremos que dejar esto, y volver con
la Escuela de Francfort. En mi introducción mencioné a dos o tres de sus
miembros, pero sería interesante escuchar de usted, que los conoce tan
bien, algo más acerca de ellos, como individuos.
H.M.: El director del Instituto fue Horkheimer. No sólo era un filó-
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sofo y sociólogo con una formación completa y muy bien informado, sino
que, en un sentido extraño, era también un mago de las finanzas, capaz
de cuidar muy bien, por así decir, la base material del Instituto, no sólo
en Alemania, sino también, posteriormente, en Estados Unidos; un hom-
bre brillante. Nada de lo que se escribió en las publicaciones periódicas
del Instituto, o posteriormente, se escribió sin tener una previa discusión
con él, así como con otros colaboradores. Adorno: un genio. Tengo que
llamarlo genio, porque nunca he visto a nadie que, como usted ya lo ha
mencionado, se encontrase tan igualmente a sus anchas en filosofía, so-
ciología, música, psicología, o lo que fuera; era absolutamente admirable.
Lo que deáa podía imprimirse sin cambio alguno; ya estaba arreglado
para la imprenta. Luego están aquellos que han sido injustamente rele-
gados u olvidados: Leo Lowenthal, el crítico literario del Instituto; Franz
Neumann, brillante filósofo del derecho; Otto Kircheimer, gran erudito,
también, en filosofía legal y, especialmente, Henry Grossman, excelente
economista e historiador, y el más ortodoxo de los economistas marxistas
que yo haya conocido jamás, ¡predijo el colapso del capitalismo en un año
espeáfico!
B.M.: Como algunos clérigos medievales, que predecían el fin del
mundo.
H.M.: Más decisivo para el trabajo económico del Instituto fue Frede-
rick Pollock, quen escribió, según creo, el primer artículo en el que se
argumentaba que no había razones económicas internas apremiantes por
las que el capitalismo hubiera de caer. Pollock presentaba, también, un
análisis crítico del capitalismo de Estado, sus fundamentos y prospectos
históricos.
B.M.: Un cambio intelectual que todos ustedes ayudaron a producir,
siguiendo las huellas de Luckács, fue el desplazamiento del énfasis, retro-
cediendo en el tiempo, de los escritos del Marx maduro a los del joven
Marx, las obras que escribió cuando se encontraba de un modo más in-
mediato bajo la influencia de Hegel. Algo que ha resultado de esto es
que, desde entonces, ha habido un interés continuo por el concepto de
"alienación". Creo que en su sentido moderno el término fue acuñado
por Hegel, y luego Marx lo tomó y le dio un nuevo significado. Después,
casi abandona el pensamiento occidental cerca de medio siglo. Puesto que
ustedes, en la Escuela de Francfort, influyeron parcialmente para recu-
perarlo, sería interesante escuchar las observaciones que tenga que hacer
en torno a él.
H.M.: Esa es una historia muy compleja. Según Marx, el concepto de
"alienación" era socio-económico, y quería decir, básicamente (ésta es una
abreviación muy burda), que bajo el capitalismo los hombres y las muje-
res no podían, en su trabajo, satisfacer sus propias facultades y necesida-
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