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Doctor en economía. Profesor titular en el Departamento de Economía, Universi-
dad Autónoma Metropolitana, sede Iztapalapa, México. Correo electrónico:
jovafe@prodigy.net.mx.
El marxismo: ¿obsoleto?
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Las vaguedades, tautologías burdas e incoherencias enfermizas de Heidegger, lo tornan
nulo como pensador. Pero su mensaje emocional ha resultado psicológicamente eficaz
en determinadas circunstancias, de desintegración y desamparo social. Por su contenido
e impacto, poco difiere del soltado por esos deslenguados predicadores brasileños que
hoy abarrotan todas las radios, horario nocturno, de América Latina. Aunque a las ca-
pas medias les obnubila que les hablen de la “dasein”, de la tremenda “profundidad”
del juicio vivir o “estar en el mundo” (el “in-der-welt sein”), etcétera, a los pobres ur-
banos, eso de que “se vive aquí” les parece bastante obvio y prefieren la cálida sencillez
de los buenos cariocas y bahianos.
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Si el lector vuelve a leer la sección 7 del tomo I, o los “Manuscritos económico-fi-
losóficos”, le parecerá estar leyendo una crónica sobre el capitalismo del último cuarto
de siglo (de 1980 para acá).
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Por ejemplo, la hipótesis del descenso absoluto del salario real (noción de la
pauperización absoluta). Digamos que hay textos de Marx en que se rechaza claramen-
te esta idea y otros que al respecto son ambiguos. Pero se trata de una idea que, al final
de cuentas, no encaja ni con el sistema de Marx ni, lo que es más importante, con las
tendencias de largo plazo del salario real. Por lo mismo, más allá de lo que Marx pudiera
haber dicho en tal o cual párrafo, es una hipótesis falsa para el largo-largo plazo. Con
todo adviértase la evolución del salario real en Estados Unidos: el salario real por hora
trabajada (en dólares de 1982) para el sector privado no agrícola, pasó desde $U.S.
6.69 en 1959 a $U.S. 8.55 en 1973. A partir de este año empieza a descender llegando
a un nivel de $U.S. 7.39 en 1995. El descenso porcentual, entre 1973 y 1995 fue de 14
por ciento. En 1998, el salario real fue similar al de 1967, ¡luego de 31 años! Poste-
riormente se da una recuperación lenta y al iniciar el nuevo siglo aún no se recuperaba
el nivel de 1973. La fuente es “Economic Report of the President”, Washington, 2002.
Como si fuera poco, en las últimas dos décadas se observa un aumento en el largo de la
jornada de trabajo.
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Comparaciones con teorías rivales, cf. Moseley (1994). Para un examen de la
evolución más reciente de la economía de Estados Unidos, ver Valenzuela Feijóo (2003).
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Las importaciones, que nunca fueron elevadas, se manejaron con un alto porcentaje
de bienes de capital.
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El giro se procesa a fines de 1928 y emerge con claridad en 1929. Esto, en cuanto
a los problemas agrario e industrial. El giro político en contra de la democracia partidaria
y a favor del centralismo burocrático empieza antes.
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La cifra es la que Stalin le confesó a Churchill.
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Mao Tse Tung señalaba que Stalin “evidencia una gran desconfianza con respecto
a los campesinos”, agregando que en la URSS, “el Estado ejerce un control asfixiante
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sobre los campesinos, y Stalin nunca encontró el buen método y la buena vía que
conducen del capitalismo al socialismo y del socialismo al comunismo” (Tse Tung,
1976: 4); cf. tb. Stalin (1976).
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Según Carr, “Tomski [que era el máximo dirigente de los sindicatos soviéticos] y mu-
chos de sus colegas fueron impacientándose cada vez más ante las presiones impuestas
a los trabajadores industriales por el plan, y ante el abandono de tradiciones sindicales
respetadas durante largo tiempo. No es del todo paradójico que los sindicatos se
opusieran a las políticas de expansión industrial vigentes” (Carr, 1989: 178). Otro
autor señala que “en virtud de decisiones del partido son relevados de sus funciones,
en gran proporción, los cuadros sindicales que sostienen tal punto de vista [de defensa
del obrero industrial], y reemplazados del 78 a 86% de los miembros de los comités
sindicales de fábrica, en Moscú y Leningrado, en Ucrania y el Ural” (Bettelheim, 1979:
418).
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esta hidra te comerá muy rápidamente. De toda la plana mayor de los bolcheviques, el
que mejor entendió el problema parece haber sido Bujarin, que advertía: “es
indispensable examinar la posibilidad de una degeneración de la clase obrera. [...]
Peligro muy grave [...] que tiene su origen en las tendencias contradictorias de nuestra
evolución y en la situación, contradictoria también, de la clase obrera que se halla, por
un lado, en la base de la pirámide social y, por el otro, en la cúspide de la misma
pirámide. Situación contradictoria que es, a su vez, fuente de otros antagonismos cuya
desaparición costará muchos años, incluso toda una época. [...] La circunstancia de
que en el mundo entero las clases dominantes mantengan, hasta donde les es posible,
en la ignorancia a las clases laboriosas, es la causa de que cada revolución se encuentre
amenazada por una degeneración interior que debe ser superada por tendencias
opuestas” (Bujarin, 1978: 59).
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Los viejos comunistas españoles contaban una anécdota. El ministro encargado
de transportes, en la Bulgaria socialista, era una persona austera que trabajaba en su
oficina de 12 a 14 o más horas. A veces, durmiendo en la misma oficina y sin domingos
ni vacaciones. Como quien dice, un “modelo de abnegación proletaria”. Pero cuando le
preguntaron (con muy poca inocencia y bastante mala leche), por el precio del pasaje
en el bus urbano, ¡resultó que no lo sabía! Bueno, en realidad no lo había usado en
muchos años.
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cia que imperaba en el grupo dirigente.16 Claro está, surge aquí un pro-
blema psicológico nada menor: ¿a qué extremos se puede inflar la
subjetividad? ¿Tanto como para impedir ver la realidad objetiva en curso
y, a la vez, justificar procedimientos que fueron simplemente criminales?
¿Acaso no hay muchos elementos como para pensar, no en una convicción
real (por enloquecida que fuera), y sí en un puro y descarado cinismo?
Piénsese ahora en la nueva contradicción que surge: la separación-
distancia objetiva con el pueblo y la clase versus la creencia de que se
trabaja para la clase. La separación, si se mantiene, termina por generar
intereses autónomos, diferentes a los de la clase. Luego, cuando estos intere-
ses chocan, siempre se imponen los de arriba; por medio de la coacción,
ideológica o política (fuerza). En este contexto, la realidad también em-
pieza a mostrar que el ideal comunista se va alejando más y más, que se
torna nebuloso y, ya para algunos, imposible. Con lo cual, la posible
“fuerza moral” que antes pudo morar en el grupo burocrático de dirección
(“trabajamos por el comunismo”), se derrumba del todo. Ahora, perdido
el norte justificador, se recae en el cinismo moral y se pasa, simplemente,
a administrar el poder heredado. Estos, muy claramente, son los tiempos
de un Breshnev, tiempos de amplia debacle moral en la sociedad rusa.
Ya Nikita Krushev había definido al comunismo como “abundancia de
gulash”. Es decir, yo te lleno la barriga y tú no te metes en los altos asun-
tos de los cuales sólo yo me encargo.
Se abren aquí nuevos problemas: los de abajo, ya menos rurales y
más urbanos, empiezan a exigir más libertades y mejores niveles de vi-
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En otras palabras, de acuerdo con esta óptica, no se podría hablar del habitual cinismo
de los políticos tradicionales (“digo esto, hago lo otro”) sino de convicciones íntimas.
Ciertamente, no ha sido una tragedia menor que tales convicciones llegaran a legitimar
las persecuciones y crímenes más abyectos contra los que fueran camaradas de partido
y de ideales. Amén de que hay muchos elementos en favor de la otra hipótesis: del
cinismo puro y simple. Trotsky, v. gr., hablaba de “un grupo social para el que mentir se
ha convertido en una necesidad política vital” (Trotsky, 1973: 264). Bujarin describió
a Stalin como “un intrigante sin principio que lo subordina todo a la preservación de
su poder. Cambia las teorías según a quién desee quitarse de encima en ese momento”
(Cohen, 1976: 405). Hay aquí temas de investigación que el marxismo no ha abordado.
No sólo sobre la evolución concreta que tomó la revolución rusa. En un sentido más
general y previo, se trata de temas claves de la psicología social, como el de la formación
de la conciencia personal y política de personas y grupos.
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EL MARXISMO VULGAR
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Citar a Lenin por la vía de Stalin, lo hacemos a propósito. En los textos de Stalin,
impresiona la radical oposición entre lo que el texto señala y la práctica política real.
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Valga también recordar aquí un señalamiento de Mao: “el hombre es un animal extraño.
Ni bien se halla en una situación privilegiada, se muestra arrogante... No tenerlo en
cuenta resulta muy peligroso” (Tse Tung, 1976: 55). Esto nos recuerda al bachiller
Carrasco cuando —en el capítulo cuatro de la segunda parte— previene a Sancho:
“Mirad, Sancho —dijo Sansón—, que los oficios mudan las costumbres, y podría ser
que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió” (Cervantes, 2001:
661).
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Y lo hace con un tono que al lector que nada conoce del contexto histórico concreto,
le puede parecer muy sincero.
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grupales y/o para dirimir los conflictos que pueden surgir al interior del
grupo dirigente. De seguro, se podría sostener que ésas no serán prácticas
propias de camaradas, pero la política real rara vez es tan angelical y la
tentación de usar malas artes parece estar siempre abierta. En la URSS,
por ejemplo, las nuevas promociones obreras, todas ellas provenientes
del campo, constituyeron las más fuertes bases de apoyo que manejó
Stalin. En estos sectores se difundió un obrerismo tosco, primitivo y
rudo. Y que se acostumbró a confundir la firmeza política (la llamada
“firmeza proletaria”), con el dogmatismo y la violencia ejercida contra
los “camaradas” discrepantes.
La experiencia histórica también nos muestra otro fenómeno, muy
conectado al anterior y que conviene recoger. Cuando el conflicto político
se agudiza y se desemboca en una situación revolucionaria, la polémica
política —al interior de la izquierda— se torna también más dura. Y
como la misma coyuntura exige decisiones rápidas, no siempre la ar-
gumentación y/o fundamentación de las directrices políticas resulta sa-
tisfactoria. Peor aún, hay veces en que se acude a la “teoría” no para
orientar el juicio político sino para justificarlo en términos de recursos a
la autoridad y citas de estilo bíblico. Al final de cuentas, tenemos que
primero se decide y luego se busca la justificación. Con lo cual, la teoría
se degenera y transforma en vulgar ideología.
A su vez, a menos que exista una rápida corrección, fenómenos como
el mencionado nos pasan a revelar algo bastante grave: el grupo dirigente
comienza a defender intereses “poco claros” y con métodos “poco trans-
parentes”. Por lo mismo, debe recurrir a la ideología. Lo cual promueve
otras interrogantes: ¿Por qué disimular? ¿A quién se pretende engañar?
El disimulo va dirigido a ciertos grupos. A éstos, hay algo que se les
pretende ocultar. Y si así son las cosas, podemos inferir que ese algo a
ocultar resulta perjudicial y desagradable al grupo de marras. El disimulo,
en este caso, lo ejerce el grupo dirigente. ¿A quién afecta? A la base del
Partido, a la clase representada y al bloque de aliados. En que lo medular,
a la larga, es la clase trabajadora. Dado esto podemos deducir: i) emerge
una disociación entre los intereses del grupo dirigente y la clase; ii) si se
trata de un régimen socialista, la clase debe ejercer el poder del Estado.
Lo hace por medio de sus delegados-representantes; pero si hay diso-
ciación y la dirección no cambia (desaparece el principio de revo-
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Charles Bettelheim (1975 y 1974) ha llamado la atención sobre este punto.
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Un examen detallado de la categoría propiedad, cf. Valenzuela Feijóo (2001).
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En sus lecturas de Stalin, Mao reclama: “el sistema de la jerarquía refleja las relaciones
entre padres e hijos, entre gatos y ratones. Hay que destruirlo día a día. Enviar a los
cuadros al campo a que trabajen en las granjas experimentales es uno de los métodos
para transformar el sistema de la jerarquía”, cf. “A propósito de los ‘Problemas
económicos del socialismo en la URSS’ de Stalin” (Tse Tung, 1976: 7).
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Clases y conflictos
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Bujarin, por su lado, indicaba que: “es necesario un segundo partido. Si sigue habiendo
una sola lista de candidatos en las elecciones y no hay una auténtica pugna, acabaremos
teniendo algo parecido al nazismo. Para diferenciarnos claramente de los nazis tanto a
los ojos de los pueblos de Rusia como a los de los pueblos de occidente hemos de in-
troducir un sistema de dos listas electorales, en vez del sistema de partido único” (Löwy,
1972: 435).
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distancia entre estos grupos sociales se acorta cada vez más” (Stalin,
1981: 161-162). Agrega: a) “las contradicciones económicas entre estos
grupos sociales desaparecen, se borran”; b) “desaparecen y se borran,
igualmente, sus contradicciones políticas” (Stalin, 1981: 162).
La postura de Stalin es algo vacilante: a veces habla de clases, en
otras de capas. No alcanza a declarar que las clases ya se han extinguido
en la URSS, pero si repasamos sus consideraciones, podemos deducir
que entrega todos los elementos para declarar cancelado el fenómeno
clasista. Después de todo, si no hay explotación, el grupo social que
entendemos como clase social, en sentido estricto no puede existir. Como
sea, nos interesa la deducción: en la URSS de la época, las bases objetivas
del conflicto político ya han desaparecido. Stalin dixit: las “contradicciones
políticas [...] se borran”.
Tal conclusión es bastante fuerte. Y obviamente choca brutalmente
con la realidad política de la URSS en tal época. Día con día se nos habla
de los “renegados trotskistas”, de los “fascinerosos bujarinistas”, etcétera.
Y se aplica sumariamente la pena de muerte a prácticamente todos los
miembro de la dirección política de tiempos de Lenin: en el partido, “de
sus 2.8 millones de miembros en 1934, al menos un millón, antistalinistas
y stalinistas, fueron arrestados, y dos tercios de ellos fusilados”. Asimis-
mo, “110 de los 139 miembros numerarios y suplentes del Comité Cen-
tral de 1934 fueron ejecutados o impulsados a suicidarse. Tras el asesina-
to de Trotsky en México en 1940, Stalin era el único que quedaba con
vida de entre los componentes del círculo íntimo de Lenin” (Cohen, 1976:
490). ¿Cómo explicar tamaña incongruencia? Para ello, se alude a la
noción del “cerco capitalista”, lo que provocaría la presencia de agentes
enemigos a sueldo al interior del país. Amén de lo sabido: a toda la opo-
sición marxista, en sus más diversas orientaciones, se le declara “agente
a sueldo” de las potencias extranjeras. Se trata de una “teoría” del todo
ad-hoc y sumamente burda. Pero es la que se maneja.26
Para nuestros propósitos, hay dos puntos que interesa destacar: uno,
se acude de nuevo a la variable externa para explicar procesos internos
26
La coherencia no es precisamente una virtud en estas “explicaciones”. Como que el
mismo Stalin, en la misma época, pasa también a hablar de la “podrida teoría de la
extinción de la lucha de clases”.
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Es decir, se aplica la misma técnica con que la ultraderecha occidental ataca a sus
críticos, calificándolos como “agentes del comunismo internacional”, de “potencias
extranjeras”, etcétera.
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Bujarin llegó a señalar que la clase obrera “sólo madura como organizador de la
sociedad en el periodo de su dictadura” y, a partir de este reconocimiento, llamaba a
crear “cientos y miles de sociedades, círculos y asociaciones voluntarias, pequeños y
grandes, de rápida expansión” que permitieran impulsar la “iniciativa descentralizada”
y combatir la burocracia y degeneración del Estado soviético (Cohen, 1976: 200 y ss).
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Desde el punto de vista teórico se sostienen puntos también grotescos, como la
posible existencia de un Estado ¡durante el periodo comunista! Esto, “si no se liquida
el cerco capitalista” (Stalin, 1981). En realidad, lo que este señalamiento demuestra es
que el tema del comunismo ha dejado de interesar, que en él ya no se piensa. Y si hay que
hacer alguna referencia, se sale del paso con cualquier grosería.
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PROBLEMAS PENDIENTES
Hemos visto que las causas o “razones” que se aducen para declarar la
muerte del socialismo y de la teoría marxista, son falaces. Pero esto no
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Algo que históricamente no es una novedad. En sus orígenes, la burguesía inglesa
operaba con patrones de consumo tremendamente austeros. El llamado “consumo de
ostentación” es algo que viene en un periodo históricamente ulterior. Diríamos que es
lo que va de un Smith que glorifica la austeridad a un Galbraith que la considera
absolutamente necesaria para la sobrevivencia actual del sistema.
31
Como apuntara el historiador soviético Medvedev, citado en el libro de Cohen:
“el estalinismo no puede ser considerado como el marxismo-leninismo o el comunismo
de tres décadas. Es la corrupción que Stalin introdujo en la teoría y práctica del mo-
vimiento comunista. Es un fenómeno profundamente ajeno al marxismo-leninismo, es
seudocomunismo y seudosocialismo [...] El proceso de purificar el movimiento co-
munista, de lavar todas las capas de inmundicias estalinistas, no ha terminado aún.
Tiene que proseguirse hasta el final” (Cohen, 1976: 552). Agreguemos: el tono emocional
de Medvedev es comprensible, pero no es suficiente para lograr una efectiva superación
del problema que describe.
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resuelve todos los problemas. Lo que sí nos permite es evitar las trampas
de la ideología dominante y encauzar la discusión a los fenómenos en
verdad relevantes (relevantes para la izquierda), los que tienen que ver
tanto con el ulterior desarrollo de la teoría como con el relanzamiento
del movimiento socialista. Por cierto están las preguntas centrales: i) ¿se
debe rechazar el capitalismo y buscar una forma social superior? ii) ¿Es
el socialismo esa forma superior? ¿Pero qué debemos entender por so-
cialismo? iii) ¿Por qué los fracasos históricos del socialismo? ¿Son ine-
vitables y entonces el socialismo no tiene sentido? iv) ¿Habría que buscar
otro sistema alternativo? ¿Cuál? Aquí mal podríamos abordar semejantes
interrogantes. Pero bien podemos por lo menos ensayar una mínima
alusión a algunas exigencias de corte teórico que van asociadas a la
mencionada problemática.
En cuanto a la vigencia de la teoría marxista, conviene distinguir dos
segmentos. Uno, el de la teoría del capitalismo, la escrita por Marx. Dos,
la teoría del socialismo, de su origen, construcción y consolidación, que
obviamente no puede ser de Marx pero que sí debería ser congruente
con los principios más generales de la teoría o “visión” que Marx nos ha
aportado.
En lo primero, el enfoque de Marx sigue siendo muy pertinente y
también muy superior al que manejan otros paradigmas, señaladamente
el neoclásico (el cual viene operando como el núcleo más duro de la
ideología burguesa hoy dominante). En esto no está demás precisar:
pertinencia y validez no significan que ya todo está resuelto y bien con-
testado.32 Pensar así es perfectamente tonto. Como la realidad se de-
sarrolla y, por lo mismo, da lugar a la emergencia de nuevos fenómenos,
el trabajo teórico se debe mantener y ahondar. 33 Ergo, lo que de Marx se
32
Los que trabajan en la construcción de la ideología dominante, son verdaderos
ejércitos. De aquí la impresión de tener bien cubiertos casi todos los temas. Al revés,
los que laboran en el campo crítico, son una pequeña y a veces delgadísima minoría.
De aquí que muchos temas no puedan ser bien cubiertos. Este es un fenómeno casi
inevitable, pero la superioridad de la matriz teórica —bien manejada, claro está—
permite cubrir mejor y en menos tiempo tal o cual campo problemático.
33
Trabajar las estructuras oligopólicas, su impacto en los niveles de actividad
económica, en la acumulación, en el progreso técnico y la distribución del ingreso, es
algo imprescindible y que obviamente Marx no abordó. En este aspecto, hay trabajos
ejemplares de autores como Kalecki, Steindl, Sylos Labini, Sweezy y otros, que se deben
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preserva son las categorías, leyes e hipótesis que se refieren a los rasgos
más esenciales del capitalismo y no a sus manifestaciones más concretas
y contemporáneas. Cuando Marx, en El capital, asciende a lo concreto,
aterriza en un capitalismo de libre competencia. Pero hoy lo dominante
son las estructuras oligopólicas. La moraleja es muy clara: hoy, el ascenso
a lo concreto debe seguir otros derroteros. Junto a las tareas que exige la
aparición de nuevas realidades, están otras no menos importantes: la co-
rrección de las insuficiencias y errores que podemos encontrar en El
capital y en algunas otras obras de gran calado e impacto que responden
a la matriz marxiana.
Desde el punto de vista de las exigencias políticas más urgentes hay
un tema crucial: el de la clase obrera y el de los factores que le posibilitan
o impiden actuar como sujeto revolucionario. Es decir, ¿qué sucede hoy
con la clase obrera? ¿Cómo evoluciona, cómo se estructura y desestruc-
tura? ¿Se integra al capitalismo? ¿Por qué lo hace? ¿Qué factores inciden
en su desarrollo político? Junto a ello está el problema de los nuevos
actores sociales y de su eventual propensión al cambio. ¿En qué medida
y con qué propósitos? ¿Cómo se pueden articular entre sí y con la clase
obrera?
En lo segundo —la teoría del socialismo— lo que tenemos son más
bien carencias. De seguro encontramos hipótesis que iluminan tal o cual
punto (en Lenin, en Bujarin y Preobrallensky, en Trostsky y Mao, en
“civiles” como Sweezy y Bettelheim, etcétera) pero todavía es mucho lo
que falta. Por ejemplo, la ausencia de análisis exhaustivos y rigurosos
sobre las experiencias de construcción del socialismo, todas ellas
fracasadas, es hasta escandalosa y habla muy mal de la capacidad
autocrítica de la izquierda contemporánea.34 En este contexto, hay temas
asimilar y continuar. El papel actual del capital financiero es otro tema imprescindible
y para el cual el valioso texto de Hilferding es ya insuficiente. En temas menos
económicos también encontramos tareas urgentes. Por ejemplo, el de la relación entre
las estructuras socioeconómicas y las estructuras de la personalidad (o “carácter social”).
Hay trabajos pioneros de E. Fromm (como El miedo a la libertad, Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea, Sociopsicoanálisis del campesino mexicano, etcétera) que no se
han continuado con la fuerza necesaria.
34
Sobre la URSS hay trabajos notables, como la monumental obra de E. H. Carr y
la de Bettelheim. Pero estas obras no cubren la postguerra. Adviértase también que no
hay rusos en la lista: el primero es inglés y el segundo francés.
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BIBLIOGRAFÍA
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