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La invención

de Baudelaire
Por Jorge Esquinca

18 LIBER 13 · Arte & Cultura Grupo Salinas


Para celebrar los 200 años del natalicio de Baudelaire,
recordamos, de la mano del poeta Jorge Esquinca, su poesía
oscura, su búsqueda de lo invisible, sus caminatas contemplativas
por la gran metrópoli parisina durante la noche, la modernidad
de sus poemas en prosa y su estar en la fugacidad de la existencia.

H
ace algunos años, el poeta Francisco Quizá lo que en un primer momento me im-
Hernández me regaló un libro. Se tra- pactó con mayor fuerza en el verso de Akuta-
ta de la antología Un rebaño bajo el sol. gawa fue la sensación de que los caminos del
Poesía japonesa moderna (1988), editada y tra- espíritu humano entre el cercano Occidente y
ducida por Atsuko Tanabe y Sergio Mondragón. el lejano Oriente se hallaban de pronto íntima-
Lo primero que llamó mi atención fue una lí- mente entrelazados –por más fúnebre que pu-
nea, elegida a manera de epígrafe para encabe- diese resultar la expresión– gracias a la poesía.
zar el prólogo: Poesía capaz de disolver las fronteras, de abo-
lir los tiempos, de tender puentes entre las di-
La vida no vale lo que un verso de Baudelaire. versas civilizaciones.

Más tarde supe que el autor de esa temeraria


afirmación, el poeta Ryūnosuke Akutagawa, se Su obra, a la que finalmente
había quitado la vida a los treinta y cinco años, dio por título Las flores del mal,
víctima de un profundo hastío, tal como lo ex- había conocido dos ediciones
presa en la nota que dejó escrita: “Mi sistema
y un proceso penal por “ofensas
parece haberse liberado gradualmente de la
fuerza animal, teniendo en cuenta el poco in-
a la moral y las buenas costumbres”.
terés que me queda por el alimento y las muje-
res”. A lo largo de su vida, Charles Baudelaire Baudelaire, que vivió sólo once años más que
habría de expresar una afección semejante, el su homólogo japonés, murió en París a los 46
spleen, una suerte de melancolía sin origen de- años, el 31 de agosto de 1867. No era, en abso-
finido, cuyo remoto antecedente se encuentra luto, un desconocido. Su obra, a la que final-
en la medicina griega y en su concepto de la mente dio por título Las flores del mal, había
“bilis negra” que, segregada por el bazo, se di- conocido dos ediciones y un proceso penal por
fundía por el organismo. “ofensas a la moral y las buenas costumbres”
que le costaron al poeta y a su editor Poulet-
Se transforma en tumba el lecho florido, Malassis una multa de cien francos y una cen-
y las damas, para quienes todo príncipe es bello, sura sobre seis de los poemas del volumen.
no saben cómo arreglarse y faltar al pudor En Baudelaire y el artista de la vida moderna
para hacer sonreír al joven esqueleto1. (1991), escribe Félix de Azúa: “Nadie alzó la voz
para defender el libro censurado. Victor Hugo
le escribió una carta deliciosa en la que figura
este párrafo: ‘Acaba usted de recibir una de las
Imágen de página anterior
pocas condecoraciones que pueda otorgar el
(modificada): Charles
1
Las traducciones en que no se indica el traductor, régimen actual.’ ”. Es también el autor de Los Baudelaire, dibujo de Germán
son autoría de Jorge Esquinca. [N. de la r.] miserables quien le adjudica a Baudelaire un Vizulis/Shutterstoclk.

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elogio famoso, que suele aplicarse desde en- No mucho tiempo antes Baudelaire había acu-
tonces para definir a la mejor poesía: “Ha dota- ñado, en el último poema de su libro, este verso
do usted al cielo de un rayo macabro. Ha creado como una consigna: “Al fondo de lo descono-
un nuevo estremecimiento”. cido para encontrar lo nuevo”. Sin embargo,
apunta Roberto Calasso en La Folie Baudelaire
(2011), “Baudelaire aborrecía por lo general lo
nuevo que el mundo producía en abundancia
en torno a él, a pesar de que lo nuevo era hués-
ped y demonio insoslayable de lo que él escri-
bía. Intolerante a toda escuela, no pudo dejar
de convertirse en un fundador. Con él no se
puede evitar ese juego que obliga a decir: Fue
el primero en […]”. Lo cierto es que en la obra
de ambos poetas –herederos incómodos del Ro-
manticismo– está ya el fermento de la poesía
moderna, nuevos temas que reclaman nuevas
formas, y entre ellas un nuevo vehículo, el poe-
ma en prosa que en el prólogo a su libro póstu-
mo, El spleen de París, define Baudelaire:

“¿Quién es aquel de nosotros que, en sus días de


infancia, no ha soñado el milagro de una prosa
poética musical, sin ritmo y sin rima y lo bas-
tante dócil y contrastada para adaptarse a los
movimientos del alma, a las ondulaciones de la
ensoñación y a los sobresaltos de la conciencia?
Es sobre todo de la frecuentación de las ciuda-
des enormes, es del entrecruzamiento de sus in-
numerables relaciones, de donde nace este afán
obsesivo”.

Frontispicio de la primera edición de Les fleurs du mal


con anotaciones del autor. En una precisa: “¿Qué pensaría Si bien Baudelaire establece los cimientos del
de suprimir la palabra poesía? En cuanto a mí, esta me nuevo género, será Rimbaud con Una tempo-
choca mucho”. 1857. rada en el infierno y después con Iluminaciones
quien plantará sobre ellos un poliedro de filos
Y será este frisson nouveau el que habría de transparentes.
señalar los trabajos de sus más inmediatos su-
cesores. En una carta de 1871 escribe Arthur Escribe Octavio Paz en Los hijos del limo (1974):
Rimbaud: “Indagar lo invisible y escuchar lo
inaudito es distinto a retomar las cosas muer- En la concepción de Baudelaire aparecen dos
tas. Baudelaire es el primer vidente, rey de los ideas. La primera es muy antigua y consiste en
poetas, un verdadero dios”. Y no contento, el ver al universo como un lenguaje. No un lengua-
joven meteoro de la poesía francesa –tiene en- je quieto sino en continuo movimiento. […] En
tonces 17 años– le asesta: “Pero vivió en un me- su ensayo sobre Wagner vuelve sobre esta idea:
dio todavía demasiado artístico, y la forma, tan “no es sorprendente que la verdadera música su-
elogiada en él, es mezquina. Las invenciones giera ideas análogas en cerebros diferentes; lo
de lo desconocido reclaman formas nuevas”. sorprendente sería que el sonido no sugiriese el

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color, que los colores no pudiesen dar la idea de poesía en estrecha relación sensual, con el de-
una melodía y que sonidos y colores no pudiesen seo de fundirse, en cuerpo y alma, con la ima-
traducir ideas; las cosas se han expresado siem- gen de la mujer amada. Así, por ejemplo, en el
pre por analogía recíproca, desde el día en que poema “La cabellera”, dedicado a Jeanne Du-
Dios profirió al mundo como una indivisible y val, la hermosa mulata con la que vivirá, a lo
compleja totalidad”. largo de veinte años, una apasionada relación.
Aquí dos estrofas del poema en la versión de
De aquí se desprende uno de los legados más José Emilio Pacheco:
importantes de Baudelaire para la poesía mo-
derna. Se trata de un sistema de ecos, de hondos Caminaré hasta el sitio de cuerpos vegetales
reflejos –el vislumbre de una analogía univer- donde la savia cubre y erige las pasiones.
sal– que el poeta deja plasmados en uno de los Que tus trenzas sean olas, impulsos torrenciales;
sonetos inaugurales de Las flores del mal. En naveguen, mar de ébano, tus sueños las visiones
este poema Baudelaire nos hace ver a la natu- de mástiles, remeros, negras embarcaciones:
raleza como un entramado de símbolos parlan- Una llameante playa donde mi alma ha tomado
tes, a través de los cuales pasa el poeta, sujeto las aguas del sonido, el perfume, el color;
Charles Baudelaire, retrato
también a una minuciosa observación, como en donde los navíos, sobre el tapiz salado
fotográfico de Étienne
si insistiera en colocarse ahí: un elemento más del agua abren los brazos frente a un desaforado Carjat, 1862. Colección
dentro de un conjunto enigmático. La versión cielo altivo que cubre tu desnudo color. de la Biblioteca Británica.
es de Tomás Segovia:

Correspondencias

La Natura es un templo donde vivos pilares


dejan salir a veces como confusos nombres;
atravesando selvas de símbolos, el hombre
allí pasa, y lo observan miradas familiares.
Igual que largos ecos de lejos confundidos
en una tenebrosa y profunda unidad,
inmensa cual la noche y cual la claridad,
se responden perfumes, colores y sonidos.
Hay perfumes fragantes como carnes de niños,
dulces como el oboe, verdes como los prados,
y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes,
que tienen la expansión de cosas infinitas,
como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,
que cantan los transportes del alma y los sentidos.

Lo que Baudelaire anticipa es, precisamente,


esa “expansión de las cosas infinitas” que re-
quieren de ser cantadas porque en ellas se en-
cuentran, en plena contemplación, el espíritu y
los sentidos. Como si, a través de la materia, el
poeta encontrase un camino hacia aquello que
se encuentra detrás y que, invisible, compone
la sustancia misma de las cosas. Una ebullición
gozosa que se manifiesta en buena parte de su

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Baudelaire va en pos de los límites: “¡Qué de seria humana que su mirada abarca y su com-
extravagancias se encuentra uno en una gran prensión abraza”. La mirada de Baudelaire
ciudad cuando sabe pasear y mirar! La vida bu- se detiene en los otros pobladores de la urbe
lle de monstruos inocentes”. Baudelaire hace –condenados, como él, a la gravedad terrestre–.
de sus caminatas por París, que ya comienza a Muchedumbre anónima que le ofrece una va-
convertirse en la gran metrópoli del siglo XIX , riedad en alto contraste. Así pasan por la mira-
un arte, el arte del flâneur, del paseante que da omnívora del poeta una mendiga pelirroja
Baudelaire hace sin oficio alguno y sin mayor rumbo que el del en la que encuentra, enlazadas, “la pobreza y la
de sus caminatas puro antojo se echa a caminar y descubre a la belleza”; unas viejecitas que “se arrastran, co-
por París, que ciudad como tema poético. “En la sección de mo hacen los animales heridos” y un conjunto
ya comienza a Las flores del mal titulada ‘Cuadros parisienses’ de ciegos, que le inspiran horror, “singulares
–anota Manuel J. Santayana, su más reciente como los sonámbulos”, con los que no puede
convertirse en la
traductor a nuestra lengua– se concentra la menos que identificarse, víctima, como ellos,
gran metrópoli del mayor parte de los poemas en los que la ciu- de una muy semejante incomprensión. Una
siglo XIX , un arte, el dad, observada por el poeta, es escenario de su mujer enlutada se atraviesa en su camino y
arte del flâneur, drama personal y a la vez espectáculo de la mi- Baudelaire –en la más contemporánea versión
de Luis Vicente de Aguinaga– escribe:

A la que pasó

Aullaba en torno a mí la calle atronadora.


De luto, alta, delgada, una mujer pasó,
noble, ágil, de piernas estatuarias,
majestuoso dolor, alzando el dobladillo
y agitando el festón con la mano fastuosa.
En sus ojos, lívido cielo
donde germina el huracán,
yo bebía como un extravagante
el dulzor que fascina, los placeres que matan.
Un relámpago. En seguida la noche.
En tu mirada renací de pronto,
belleza fugitiva:
¿no te veré de nuevo sino en la eternidad?
En otra parte, lejos, tarde, nunca tal vez […]
Pues no sé a dónde huyes, ni tú sabes de mí,
¡oh tú, a quien pude amar, oh tú, que lo sabías!

“Baudelaire –explica Yves Bonnefoy en Lo im-


probable (1998)– sustituye el arquetipo clásico
por una lejana paseante, una mujer real, po-
co conocida, pero respetada por su fragilidad
esencial, su no-necesidad, su misterioso dolor”.
Y añade: “He aquí, por otra parte, en torno a
esa mujer herida y en la simpatía que despier-
ta, que el mundo, en lugar de anularse como
Autorretrato de Charles Baudelaire, acuarela y grafito, 1848. antaño, o de proliferar vanamente como en la
Musée des Monuments français, París. poesía pintoresca, abre la perspectiva de todos

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los seres perdidos, los cautivos, los vencidos”.
Es esta, quizás, la más profunda, la más verda-
dera invención de Baudelaire, la conciencia de
estar en el aquí y ahora de la vida, en el más
absoluto desamparo, destinado a morir, ad-
virtiendo la fugacidad de la existencia. Puesto
que este aquí y ahora –siguiendo a Bonnefoy–
“es lo que la poesía debe redescubrir sin ce-
sar […] Porque ese acto esperado de la poesía
y al fin realizado por el poeta de Las flores del
mal es en primer lugar un acto de amor”. Cae
entonces “la noche encantadora” sobre la Ciu-
dad Luz y Baudelaire nos entrega en un poe-
ma espléndido los instantes de esa noche que
serena los espíritus fatigados del obrero y del
sabio, a la vez que hace surgir de aquella at-
mósfera a los “demonios malsanos”, criaturas
que emergen de una más profunda oscuridad.
La descripción que sigue, parte medular de Le
Crépuscule du soir, no puede menos que hacer-
nos pensar en los desarrollos futuros que este
tema –la ciudad anochecida– tendrá en el T. S.
Eliot de La tierra baldía o en el Neruda de Resi-
dencia en la tierra.

Aquí y allá se escucha un silbar de cocinas,


chillan los teatros, roncan las orquestas;
las mesas donde los clientes preparan sus apuestas
se llenan de putas y de timadores cómplices,
y los ladrones, sin tregua ni piedad,
también ellos comienzan sus labores,
y sigilosos fuerzan las cajas y las puertas
para vestir a sus amantes y vivir un día más.

Vértigo de la metrópoli que por la noche se en-


ciende sin dejar de ser secreta y arroja desde quiere, en el personaje de cada uno. […] El pa- Charles Baudelaire
su seno a sus criaturas. Todo se resuelve en la seante solitario y pensativo obtiene una sin- con cigarro, fotografía
de Charles Neyt, 1864.
imagen de un cisne que se ha escapado de su gular embriaguez de esta singular comunión”.
jaula y que, cubierto de polvo, arrastra sus alas Búsqueda afanosa de la otredad, sí, pero tam-
cerca de un arroyo sin agua. “La forma de una bién el llamado hacia una reclusión silencio-
ciudad –exclama– cambia más rápido que el sa, como en aquel relato de Edgar Allan Poe –a
corazón de un mortal”. Más adelante en uno de quien venera y traduce–, “El hombre de la mul-
los poemas en prosa que componen El spleen titud”, leído como un profundo descenso hacia
de París, “Las multitudes”, dirá: “El poeta go- los sótanos de la existencia, una inmersión en
za del incomparable privilegio de ser el mismo el territorio de los marginados, los desampara-
y otro según desee. Como esas almas errantes dos, los excluidos, y del cual el poeta de Boston
que buscan un cuerpo, el poeta entra, cuando nos regala la más vívida descripción.

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Es Baudelaire poeta de abismos, de paraísos ar-
tificiales hacia los que se encaminará resuelto a
través del comercio con ciertas sustancias clan-
destinas: hachís, opio, láudano, ajenjo; es tam-
bién el que sueña con el viaje hacia las regiones
más exóticas y encuentra un remanso siempre
provisional en los éxtasis sensuales de un cuer-
po femenino poseído con avidez. Visiones, ¿alu-
cinaciones?, que sabe muy bien detectar en Poe
–“iluminado y sabio”– porque él también las ha
experimentado en cuerpo y alma.
Félix Nadar efectuó varios
retratos de Baudelaire.
En el primero de ellos, el poeta El espacio se profundiza con el opio; el opio con-
posó sentado en la mecedora fiere un sentido mágico a todos los coloridos y ha-
de la madre de Nadar en el ce vibrar todos los ruidos con una sonoridad más
estudio fotográfico ubicado en
significativa. En ocasiones, vistas magníficas, col-
la calle Saint-Lazare, en París.
Colección del Musée de la madas de luz y de color, se abren repentinamen-
Vie romantique, París. te en esos paisajes, y vemos aparecer en el fondo
de sus horizontes ciudades orientales y arquitec-
turas, nebulosas por la distancia, sobre las que el mujer amada, a semejanza de una deidad pa-
sol lanza lluvias de oro. (Baudelaire, Edgar Poe, gana es, en este tránsito, no menos implacable,
su vida y sus obras, traducido por Carmen Santos) ya que luego de recibir y hastiarse de ser ado-
rada está lista para arrancarle el corazón. Ade-
Visiones, ciertamente, en el mejor sentido del más de la cruz, en “Bendición” se prodigan los
vocablo, que de inmediato hacen pensar en las símbolos de la liturgia católica: el pan, el vino,
que tendrá, no mucho después, el Rimbaud de el incienso y la mirra. Así, en las estrofas fina-
las Iluminaciones. Poetas, ambos, “malditos” les, Baudelaire advierte la condición sacrificial
de acuerdo con el concepto acuñado por Paul del poeta, reconoce al sufrimiento como un “di-
Verlaine en un libro famoso y que el Dicciona- vino remedio” y pronostica –¿para sí mismo?–
rio de la Real Academia Española, en su cuarta en estos cuatro versos:
acepción, define así: “Que va contra las nor-
mas establecidas, especialmente en el mundo Bien sé yo que el dolor es la única nobleza
literario y artístico”. Suele decirse que Verlai- donde nada podrán la tierra y el infierno.
ne adaptó la expresión a partir del poema ini- Y hará falta para trenzar mi corona mística
cial de Las flores del mal, titulado “Bendición”. imponer los tiempos y los universos todos.
El poema, a grandes rasgos, describe la frus-
tración de una madre al descubrir que ha en- ¿Esperaba el gran Baudelaire, desde el comien-
gendrado a un poeta, el “instrumento maldito” zo de su aventura terrestre, esta suerte de gloria
de Dios mismo. Sin embargo, ese niño escogi- póstuma y todavía más, como indica –quizás en
do vive en una casi completa inocencia bajo la un gesto desconsolado e irónico el poema– un
custodia de un ángel, se funde con la naturale- lugar entre los bienaventurados? ¿O vislumbró
za y “se embriaga cantando en el camino de la realmente para él y para otros que le seguirían
cruz”. Un largo y muy doloroso camino pues esa suerte de condición cercana al martirio
el poema, a lo largo de sus diecinueve estro- –privilegio de los santos– que encumbra nues-
fas, hace un recuento del destino sufriente del tra mortalidad hacia un sitio “en la eterna fies-
poeta enfrentado a una sociedad hipócrita que, ta”, entre las legiones de los ángeles y en la más
ciega ante ese “eterno designio”, lo rechaza. La cierta visión de la divinidad?

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Charles Baudelaire nace en 1821.
Cien años después muere, a los 33 años,
en la Ciudad de México, Ramón López
Velarde. Es probable que el jovencísimo
poeta zacatecano hubiese leído por
vez primera a su homólogo francés
en la Revista Azul, que entre 1894 y 1896
publicaron Manuel Gutiérrez Nájera
y Carlos Díaz Dufoo. Trazar paralelos,
líneas de contacto, posibilidades, lo ha hecho
con erudición un largo linaje de estupendos
poetas e investigadores mexicanos; linaje
que comienza con Xavier Villaurrutia
y se extiende hasta las más recientes
generaciones. Lo cierto es que el nombre
del autor de Las flores del mal ha quedado
impreso como santo y seña en unos versos
del autor de La sangre devota, el primer
libro de López Velarde, publicado en 1916:

En abono de mi sinceridad
séame permitido un alegato:
entonces era yo seminarista
sin Baudelaire, sin rima y sin olfato.

Charles Baudelaire, huecograbado de Charles Amand-Durand,


a partir de un dibujo de Alfred Dehodencq, 1865.

Me animo a decir que las rutas inauguradas


por ambos poetas siguen abiertas, y que la Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1957) es poeta, editor y traductor.
Ha recibido becas del Sistema Nacional de Creadores de Arte, del
poesía de nuestros días no ha dejado de plan- Ministerio de Cultura de Francia y de la Fundación Civitella Ranieri
tear los más interesantes retos para la aventu- de Italia. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el
Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines para Obra Publicada
ra del espíritu humano. Pues, por más que las
y el Premio Jalisco en Literatura. Sus libros más recientes son Cámara
búsquedas difieran, pocos escapan a la afirma- nupcial (poesía, 2015), Las piedras y el arco (ensayos, 2018) y Kyrie
ción de Baudelaire, “amo apasionadamente el (poesía, 2020). Ha traducido, entre otros, libros de Henri Michaux
y de Anne Carson. Actualmente imparte talleres de escritura
misterio porque siempre tengo la esperanza de
creativa y dirige el sello Mano Santa Editores, especializado en poesía.
descifrarlo”.

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