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LA ACTITUD FILOSÓFICA

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1. ACTITUD COTIDIANA: En la vida cotidiana, mediante la socialización
internalizamos un conjunto de actitudes y conocimientos que nos ayudan a vivir
en sociedad, por lo que los asimilamos acríticamente. Encontramos básicamente
dos actitudes: la actitud espontánea y la actitud mítica frente al conocimiento.

1.1. ACTITUD ESPONTÁNEA: El conocimiento es una de las actividades


fundamentales del hombre. Gracias al conocimiento, el hombre
orienta su existencia en el mundo y aprende a dominar la
realidad. Primariamente, el conocimiento es un instrumento de
defensa y acción, el más eficaz medio de que dispone el
hombre para subsistir y operar en el mundo. "Saber es poder",
decía Francisco Bacon, dándonos a entender que conociendo
aumentamos nuestras fuerzas, podemos dominar la naturaleza y enriquecemos
nuestro ser.
Conocer los efectos del fuego, por ejemplo, es aprender a precavernos de los
daños que él puede causar y también aprender a usarlo en nuestro provecho.
Igual cosa ocurre con todos los conocimientos, simples o complicados, que
podamos llegar a poseer. Esto que hemos dicho se aplica a todos los hombres
sin distinción. Todos, de una manera o de otra, conocemos. Todos, espontánea,
naturalmente, adquirimos sin cesar conocimientos y nos servimos de ellos en el
curso de nuestra vida diaria. Podemos decir por eso que hay una actitud natural,
cotidiana o espontánea de conocer propia de todos los hombres. Los
conocimientos que adquirimos en esta actitud están estrechamente vinculados
con nuestros impulsos más elementales, con nuestros sentimientos y nuestros
intereses, y por lo general se refieren a los problemas inmediatos que la
existencia nos plantea. Estos conocimientos son ganados por nosotros un poco
al azar, y así también, sin orden ni sistema, los conservamos y los empleamos.
Como los hemos adquirido espontáneamente, no se nos ocurre revisarlos y
seleccionarlos cuidadosamente. Forman casi parte de nuestra naturaleza y
creemos firmemente lo que nos enseñan. Por lo demás no disponemos de un
método seguro para probarlos, de un criterio bien establecido para distinguir lo
que es verdadero y lo que es falso en ello. Al conjunto de estos conocimientos
adquiridos y usados en actitud espontánea, cotidiana o natural se le llama saber
vulgar.

1.2. ACTITUD MÍTICA: Justamente por no ser sistemática, la


actitud espontánea puede dar lugar a la actitud mítica. Aunque la
antropología no ha llegado a una conclusión unánimemente
aceptada en cuanto al significado y valor de los mitos, las
siguientes consideraciones parecen bastante obvias: todas las
culturas tienen mitos, lo que muestra qué estos y la actitud vital
fundamental que los genera deben descansar en cuestiones de absoluta
necesidad para el hombre; y las necesidades básicas del hombre se refieren a
dos géneros de problemas: · Problemas relativos a su vida práctica, tales como
la obtención de alimentos, la victoria en la guerra, la cura de las enfermedades,
la procreación, etc. · Problemas teóricos en la comprensión del mundo: es común
a todos los seres humanos la necesidad de comprender cómo es el mundo, de
qué entidades está poblado, de dónde viene el grupo al que uno pertenece y en
último término la especie humana misma, qué se sigue tras la enfermedad y la
muerte, etc.; todas las culturas han intentado dar soluciones teóricas a estas
grandes cuestiones, y, hasta la aparición de la filosofía y la ciencia, las
soluciones han tenido la forma de mitos o leyendas y de descripciones religiosas.
La cuestión fundamental en la que se resumen los dos géneros de problemas
anteriores y en la que hay que situar una de las claves para la comprensión de
la actitud mítica es la angustia ante el futuro y ante la ignorancia del entorno. La
actitud mítica genera mitos, ritos y fetiches como instrumentos fundamentales
para la resolución de aquellos problemas básicos. La facultad que más interviene
en la creación de mitos, ritos y fetiches es la imaginación.

Cabe destacar tres rasgos en la “lógica” de la actitud mítica:

1. Personifica y diviniza las fuerzas naturales: la muerte, la vida, el amor, el


trueno, la guerra, la fertilidad, la lluvia... son dioses a los que se les puede pedir
una intervención beneficiosa para el individuo y el grupo mediante oraciones y
plegarias.
2. Los sucesos del mundo se hacen depender de la voluntad de un dios: si no
llueve o si llueve en exceso es porque no se ha rendido culto adecuadamente al
dios de la lluvia; si una enfermedad diezma nuestro poblado es porque un dios
está irritado con nosotros; si perdemos la guerra es porque el enemigo tenía
dioses más poderosos que los nuestros...
3. Los objetos tienen propiedades distintas a las naturales: una piedra tras el
ritual correspondiente por el que se convierte en talismán, es mágica, no posee
sólo las propiedades naturales (peso, tamaño, dureza...), además con ella
curamos enfermedades, convocamos a los dioses o a los espíritus...
Mediante los mitos el hombre conseguía dar una explicación a los distintos
acontecimientos de su vida, tanto los relativos a cuestiones concretas pero
fundamentales de su existencia (el desenlace de una batalla, la muerte de un
amigo...), como a los grandes problemas de la vida (el nacimiento, la muerte, el
sufrimiento, el origen del mundo...), y mediante los ritos y los fetiches creía poder
dominar las fuerzas de la naturaleza y de la vida social de acuerdo con sus
propios intereses.

Estos tres elementos llevan a considerar que en el mundo reina el capricho, la


ARBITRARIEDAD de los dioses, y, por lo tanto, que en la actitud mítica el mundo
se presenta como siendo un CAOS más que un Cosmos. Los dioses son
arbitrarios en su conducta, aunque no tanto como para que no se puedan
controlar mediante ritos y plegarias (no es extraño que un elemento común en
toda cultura que posea mitos sea el que los hombres pueden atraer la voluntad
de sus dioses mediante algún tipo de práctica ritual).
El mundo griego anterior a la aparición de la filosofía vivía instalado en esta
actitud; el gran acontecimiento espiritual que inician los griegos en el siglo VI a.C.
consiste precisamente en intentar superar esta forma de estar ante el mundo con
otra forma revolucionaria que apuesta por la razón como el instrumento de
conocimiento y de dominio de la realidad. Sin embargo, no hay que creer que la
actitud mítica desaparece completamente a partir de esta fecha, más bien ocurre
que son unas pocas personas las que viven en el nuevo y revolucionario modo
de pensar, y que éste poco a poco se va haciendo más universal. Pero la actitud
mítica todavía no ha desaparecido: en nuestra época muchos siguen confiando
en explicaciones de este tipo, y personas que parecían haber conquistado
definitivamente este nuevo estado, caen en la actitud mítica cuando su vida se
torna difícil o en ella hay imprevistos no solucionables con el ejercicio de la razón.

1.3. ACTITUD RACIONAL: Frente a la explicación mítica del mundo aparece en


Grecia en el siglo VI a. C. la actitud racional, actitud en la que se debe englobar
no sólo la filosofía sino también la ciencia pues en este momento no hay fronteras
definidas entre ambas. La categoría más importante de este nuevo estado
mental es la de necesidad: las cosas suceden cuando, donde y como deben
suceder. El griego descubre que las cosas del mundo están ordenadas siguiendo
leyes, descubren que el mundo es un COSMOS, no un Caos. Además, los
griegos desarrollaron otro concepto vinculado profundamente con el anterior: el
concepto de permanencia o esencia. El que las cosas se comporten siguiendo
leyes quiere decir que un cuerpo no se manifiesta primero de una manera y luego
de otra completamente distinta, sino que en su manifestación hay cierto orden,
hay sólo un ámbito de posibilidades para la expresión de cada objeto, y eso es
así en virtud de lo que los griegos denominaron Esencia o Naturaleza de los
objetos. Es habitual resumir la diferencia entre la actitud mítica y la racional
mediante la frase “la filosofía nace con el paso del mito al logos” y el siguiente
esquema:

MITO IMAGINACIÓN ARBITRARIEDAD CAOS

LOGOS RAZÓN NECESIDA COSMOS


D

1.4. ACTITUDCIENTÍFICA: Se entiende por actitud


científica la disposición ya estabilizada por recorrer las
distintas etapas del método que utiliza la ciencia para
llegar a la verdad. En estos términos, es la conducta
habitual adaptada frente a la realidad, que supone
rechazar la creencia irreflexiva y mantener la duda hasta
lograr los resultados de una investigación sistemática.
Hay una notable diferencia entre una actitud mítica que acepta los hechos que
percibe como la prolongación de procesos sobrenaturales (y por tanto
inexplicables por la inteligencia humana), y la actitud científica que toma los
hechos que percibe como punto de partida para la reflexión y la investigación.
La actitud científica requiere en primer término dudar, ya que la creencia paraliza
toda investigación. Rogelio Bacon en el año 1200 escribió: «La autoridad nos
hace creer, pero no hace comprender la naturaleza de las cosas». Cuatrocientos
años más tarde Francisco Bacon definió la actitud científica en términos precisos:
«Una imaginación ágil para percibir la semejanza de las cosas y suficientemente
lúcida para distinguir sus diferencias, una persistente curiosidad, pero también
cierta paciencia para poder dudar, firmeza en la meditación, lentitud para afirmar,
repulsa a cualquier género de impostura».
En el pensamiento contemporáneo encontramos entre otras la definición de
Bertran Rusell: «El estado científico de la mente no es escéptico ni dogmático.
El escepticismo juzga que la verdad no se puede descubrir, mientras que el
dogmatismo piensa que ya está descubierta».
El hombre de ciencia cree que, en los asuntos que él está investigando, la verdad
aún no ha sido descubierta, pero que se puede descubrir. Las creencias del
hombre de ciencia son por lo tanto, tentativas sin dogmatismo. La actitud
científica fue un producto tardío en la historia del pensamiento y lo es también
en la evolución individual, pero su conquista se acelera y se generaliza cuando
se inicia al niño, desde la escuela, en la práctica del método científico.
La actitud científica tiene valores que se proyecta más allá del dominio
intelectual, en la conducta individual y social, porque genera una moral autónoma
y un juicio crítico independiente. La persona que lo posee puede mantener en
suspenso la creencia, soporta la duda y busca nuevos elementos para formular
un juicio o para adoptar una conducta, estando siempre pronta para su posterior
ratificación. Frente a la desmesurada expansión e las fuerzas publicitarias que
cultivan creencias por medios irracionales, urge extender por la educación la
actitud científica, no para convertir a los hombres en investigadores de una
determinada ciencia, sino para lograr formas inteligentes de pensar y de actuar,
que los independice de los superficiales estímulos externos. «El problema de las
escuelas comunes en una democracia ha alcanzado solamente su primera etapa
cuando todos gozan de esas escuelas. Hasta que no se resuelva lo que debe
enseñarse y la manera de enseñarlo sobre la base de la formación de la actitud
científica, la llamada labor educativa de las escuelas será un peligroso asunto de
acierto y de error en cuanto concierne a la democracia».

1.5. ACTITUD FILOSÓFICA: No todos somos científicos


pero todos somos seres humanos. Si la ciencia permite a los
que se dedican a ella conocer de manera racional la parcela
que han elegido como objeto de estudio, la filosofía prepara
a todo ser humano para que se realice como deberá ser a lo
largo de su vida. No es, en rigor, absolutamente necesario
estudiar académicamente la filosofía para realizarse humanamente; pero es
absolutamente indispensable la actitud filosófica ante la realidad, ante los otros
y ante uno mismo.
La actitud filosófica que todo ser humano debe tener consiste, más que nada, en
un sentido del orden.
La filosofía viene a consistir en ordenar todos los otros saberes. Se trata de
jerarquizar los saberes científicos, artísticos, históricos, etc.; ubicar a la ciencia
en la perspectiva que le es propia es una labor que no hace la ciencia, sino la
filosofía. Aparece de inmediato la noción de jerarquía que resulta solidaria de la
anterior noción de orden.
Es la filosofía la que determina el valor de todas las actividades que realiza el
ser humano.
Filosofar significa reflexionar sobre la totalidad de lo que nos aparece, con el
objetivo de darle un sentido y orden. Además, este filosofar es un empeño
razonable e incluso necesario del ser humano que sencillamente piensa.
Observemos con cuidado: las cuestiones filosóficas siempre tienen una
"resonancia" humana e interesan a todo ser humano porque es su mismo ser el
que se encuentra en juego. De esta manera surgen las interrogantes relativas a
la naturaleza y existencia del ser, del mundo, del conocimiento, de la verdad y
de la falsedad, de los valores, del bien y del mal, de la norma de conducta y de
la responsabilidad, del derecho como de la sanción, etcétera.
El ser humano es por naturaleza filósofo, lo que de ninguna manera significa que
siempre haga buena filosofía. Lo importante es que la filosofía no aparece como
el resultado de una diversión o de un pasatiempo, de una curiosidad o de un
espíritu ocioso, sino que más bien la filosofía responde a la exigencia de
comprensión que lleva ínsita la inteligencia humana. Por ello se puede afirmar
que "somos seres humanos y por eso naturalmente filosofamos".
Una comparación entre ciencia y reflexión filosófica: ante el hecho de la muerte
de un ser humano el problema no consiste tan sólo en determinar si la causa de
la muerte fue un infarto o un cáncer (ciencia positiva) sino en determinar por qué
el hombre es mortal (filosofía); o bien, responder al modo como las cámaras
legislativas elaboran las leyes positivas (ciencia positiva) deja todavía abierta la
cuestión de la determinación de la razón última que, hace necesaria la existencia
de tales leyes (filosofía).

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