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El Libro de Los Saberes (Web)
El Libro de Los Saberes (Web)
El libro
que se entreveran con la comunidad, el colectivo, la región,
la circunstancia, la experiencia de donde surgen y donde se
les celebra como parte de un todo que pulsa porque está vivo.
Hoy el poder mundial tiene declarada una guerra total con-
tra todo lo que sea comunitario. Los saberes y estrategias
que construimos colectivamente son la base de nuestras de los
posibilidades de resistencia y utopía. Si los reivindicamos
con fuerza comunitaria, será más probable defender la vida
con toda su esperanza. saberes
El libro
de los
saberes
El libro de los saberes fue tejido en colectivo
por Alicia Andares, Elizabeth Herrera, Héctor Peña,
Juan Martín Santos y Ramón Vera-Herrera,
con dibujos e ilustraciones de Alicia
y escritos y traducciones de Ramón, sin firma,
además de textos de otras personas entrañables,
que están debidamente firmados.
de este tramado al que nombramos comunidad, colectivo,
región, circunstancia, cultura.
En este libro quisimos juntar las experiencias de donde
surgen y donde se les celebra como parte de un todo que
pulsa porque está vivo.
Para saber quiénes somos, y cómo transformar nuestra
vida necesitamos no estar solos ni solas: un colectivo, una
comunidad, una organización. La libertad no tiene sentido
en aislamiento total; el saber, el sentido de nuestra existen-
cia, no es posible estando solos. Necesitamos de las demás
personas, inescapablemente, para entender, transformar-
nos, resistir, liberarnos.
Un marakame (o chamán) wixárika resumió este prin-
cipio diciendo: “juntar los momentos en un solo corazón,
un corazón de todos, nos hará sabios, un poquito más para
enfrentar lo que venga. Sólo entre todos sabemos todo”.
En la penumbra mi amada
me habla de sus sueños
sin intentar palear el destello
a la zanja de lo que significan
Bob Dylan
equilibrio
momentáneo
1
Ojeando un libro de Manuel Rivas, El periodismo es un cuento, me
topo con un texto sobre la Costa da Morte en Galicia. En él, Rivas con-
signa el hundimiento del Palermo, un buque italiano, como causa de
los acordeones desflorados. El desastre debió ocurrir en los primeros
años del siglo xx.
otros, pero en su cauce, por sus cauces, flota a la deriva su
impulso: recrear, entender lo que vivimos. En esta recrea-
ción que siempre es nueva viven los milagros; la diversidad
es su espíritu, la identidad su centro y su energía.
Pero la experiencia es continua, indivisible y siempre más
vasta que cualquier trazo de sendero. Y las historias, dice
John Berger, “caminan, como los animales y la gente”. Al
dar pasos dejan huecos sobre la vereda: lo no dicho que es
misterio. Hallar algún equilibrio entre certeza y misterio
es descubrir su sentido, aunque éste sea momentáneo: es el
cuerpo de lo narrado y si no se comparte no existe.
Hoy es más urgente que nunca reivindicar el impulso
narrativo de la gente, potenciar la carga milenaria de los
relatos que asoman desde diversos rincones, los menos ubi-
cuos, los menos importantes para una corriente ideológica y
de dominación que al pensarse única cierra y veta, masifica
y empareja, despreciando el regalo remoto que sigue vivo en
rancherías y barrios, en quebradas profundas, en veredas
polvosas o patios de trenes.
Recrear la historia propia es atrevimiento, subversión,
y el mundo será pleno cuando las historias surgidas desde
la rendija y que son negadas por la historia oficial, adquie-
ran peso y reconocimiento. Este atrevimiento surge de la
resistencia, que no es sino “dejar de juzgarnos con los cri-
terios de quienes nos oprimen”, como ya lo planteó Berger.
La tarea del historiador es celebrable, aun sin pertenecer
al pueblo que narra, pero la tarea de recrear la propia nos
remite a la motivación más primera de la historia, al fondo
del río de donde nació el oficio de historiar, que no es otro
que el de juntar experiencias y compartirlas para intentar
entender juntos.
talismán
contra la muerte
llaman el impulso narrativo, algo situado en el origen de
la narración, la escritura, la literatura e incluso la historia
como oficio o profesión.
Al término de la Segunda Guerra Mundial —cuenta
Elías Canetti— se halló entre las ruinas de un edificio en
Berlín un cuaderno de notas.
Era el diario de un escritor, y en una de sus últimas pá-
ginas anotadas se podía leer la frase: “Si realmente hubiera
sido un escritor, habría evitado la guerra”.
Por supuesto, reflexiona Canetti, esto era, fue y es im-
posible en sí mismo pero vale la declaración del hombre
alemán por su sentirse responsable. Por asumir una respon-
sabilidad por los hechos y los fenómenos sociales, verda-
deramente históricos que conforman toda vida colectiva.
Ese sentirse responsable no es debido —como muchas
personas pregonan enfadadas y hasta cínicas— a un senti-
miento de culpa.
Para Canetti, en este texto que reflexiona sobre el papel
del escritor, de la narración, este sentirse responsable es uno
de los primeros síntomas, uno de los primeros pálpitos de
quien centra su vida en hacer sentido, que es lo contrario
del fascismo —que es el tachoneo, el escamoteo del sentido
en todos los órdenes de la vida. Ese punto ciego en el que la
palabra no guarda relación con acción alguna ni ésta con
sus consecuencias.
Para Canetti, buscar sentido, rastrearlo, ponerlo en co-
mún con otros, es tarea que nos viene de lo ignoto, estable-
ciendo un hilo conductor mediante el mejor de los regalos:
la transmisión de mitos, experiencia, saberes, vida, histo-
rias. Quienes buscan sentido para ellos o para todos posibi-
litan, según Canetti, la metamorfosis, la transformación. Ser
los otros que podemos ser. El trovador, el cuentacuentos, el
narrador, el historiador, el poeta, el dichter (antiguo término
alemán usado por Canetti para resumir a todos quienes
están en el impulso de narrar recuperando experiencias y
buscando sentido), siempre en equilibrio entre lo sabido y
el misterio, entre la palabra y el silencio, se emparentan,
desde las profundidades del tiempo, desde el pasado de la
imaginación. Se tornan puentes, vasos comunicantes, me-
moria, flujo, catalizador, portadores de luces, impulsores
de conocimiento.
Como hacer sentido es su corazón, Canetti nos invita a
mirar juntos en la misma dirección, como dijera Saint-Exu-
péry en El principito. Julio Cortázar resume la idea central
del texto de Canetti que presentamos al decir, en “Morellia-
na siempre”, que “cuando Saint-Exupéry sentía que amar
no es mirarse el uno en los ojos del otro sino mirar juntos
en otra dirección, iba más allá del amor de la pareja porque
todo amor va más allá de la pareja si es amor, y yo escupo
en la cara del que venga a decirme que ama a alguien sin
probarme que por lo menos en una hora extrema ha sido
ese amor, ha sido también el otro, ha mirado como él desde
su mirada y ha aprendido a mirar como él hacia la apertura
infinita que espera y reclama”.
Si quien narra es el resguardo de las metamorfosis, no
es sólo porque mantenga la herencia de un pasado rico y las
tradiciones interminables de los pueblos del mundo. Otro
sentido de este resguardo es para Canetti el afortunado
sesgo que cualquier narrador tiene dentro de un mundo
de logros y especializaciones. El que narra mantiene viva
la transformación, la transmutación, porque el que recrea
forma sentido, y éste transforma, nos hace re-conocer. Esto
lo logra, por supuesto, siendo los otros, como esperarían
Cortázar y Saint-Exupéry, por lo menos un momento, y
buscando afanosamente hacer sentido, resistiendo la muerte
y la nada. Sólo ejerciendo la metamorfosis se conserva y
posibilita la transformación del mundo.
A continuación los fragmentos más relevantes del texto
de Canetti.
el oficio de
quien narra
Elías Canetti
Por accidente, me topé hace poco con una frase escrita
por un autor anónimo, cuyo nombre no puedo compartir
porque nadie lo conoce. La frase, manuscrita en un cua-
derno de notas, lleva la fecha de 23 de agosto de 1939; una
semana antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Y dice:
“Pero todo se acabó. Si realmente hubiera sido un escri-
tor, habría evitado la guerra.”
Qué sinsentido, dice la gente ahora, pues sabemos lo que
ocurrió después; ¡qué presunción! Qué podría haber evitado
una persona en lo individual, y qué podría haber hecho un
escritor, entre tanta gente. ¿Podemos concebir un alegato
más alejado de la realidad? Qué podría distinguir esa frase
de las bombásticas frases que deliberadamente condujeron
a la guerra.
Me irritó la frase, la copié con irritación creciente. Aquí,
pensé, me topo con la cosa que más me repele de la palabra
dichter [narrador, trovador], un alegato que contrasta tanto
con lo que un narrador debería hacer, un ejemplo de ese
ampulismo que ha desacreditado tanto la palabra escritor
y que nos llena de desconfianza tan pronto como algún
miembro del oficio se da golpes de pecho con sus intencio-
nes colosales.
Luego, después de algunos días, me percaté de que, para
mi sorpresa, la frase no se iba, seguía persiguiéndome. La
arranqué, la desmenucé, la empujé y la tironeé como si de-
biera, por mí mismo, hallarle significado. Su comienzo era
realmente raro: “Pero todo acabó”, el balbuceo de una de-
rrota completa y desesperanzada en un momento en que de-
berían comenzar las victorias. Mientras todo busca enfocar
las victorias, él ya expresa la desolación del final —y de tal
modo que parece inevitable. Sin embargo, si uno mira más
de cerca la frase “si realmente hubiera sido un escritor, ha-
bría evitado la guerra” resulta que está plena de lo contrario
a lo ampuloso, es decir, la admisión de un fracaso rotundo.
Es más, expresa la admisión de una responsabilidad, y la
expresa en esos aspectos —eso es lo sorprendente— en que
menos podríamos situar una responsabilidad en el sentido
normal del término.
Aquí hay una persona que obviamente cree en lo que
dice, pues lo dice calladamente, y se lanza contra sí mismo.
No mantiene alegato alguno, se está rindiendo. En su des-
esperación de lo que habrá de ocurrir, se acusa a sí mismo,
y no se lanza contra los verdaderos responsables, que con
seguridad conoce perfectamente, porque si no los conocie-
ra, pensaría diferente en cuanto a lo que va a ocurrir. Así,
la fuente de la irritación inicial se mantiene en un aspecto:
su idea de lo que un escritor debería ser y el hecho de que
él se consideraba uno, hasta ese momento, cuando con el
estallido de la guerra, todo se colapsó para él.
Es precisamente este alegato irracional hacia la respon-
sabilidad lo que me da pauta para pensar y me cautiva.
Uno podría agregar que muchas palabras, deliberadas en
su uso reiterado, palabras mal usadas, fueron las que con-
dujeron a esa situación, una que hizo inevitable la guerra.
Si las palabras pueden tanto, también, por qué no, podrían
ser un refugio. No debería sorprendernos que una persona
que lidia con palabras, más que el resto de la gente, pueda
esperar más de las palabras y sus efectos.
Así, un escritor [un narrador] —y tal vez somos muy
rápidos en decirlo— sería una persona que va acumulando
palabras, le gusta andar entre ellas, tal vez más que el resto
de la gente. Está a merced de las palabras y la gente, pero
tiene mucho más confianza en las palabras, también las
jala de su asidero para reinstaurarlas con mayor aplomo, las
cuestiona y las siente, las acaricia y las rasca, las planea, las
pinta. Es entonces capaz, después de tanta íntima impudi-
cia, de salirse de ellas con reverencia. Incluso en el caso de
que las deforme, como con frecuencia ocurre aún sin querer,
las deforma buscando amarlas.
Todas sus actividades esconden algo que como narrador
no siempre sabe, algo frágil pero que a veces es una fuer-
za que lo rasga en pedazos, es decir, el deseo de asumir el
bando de cualquier cosa que pueda asirse con las palabras,
y jugársela con eso hasta el punto del fracaso.
Qué valor puede tener para el resto de la gente que quien
narra asuma una responsabilidad ficticia. ¿No queda esta
responsabilidad privada de cualquier efecto, por el hecho de
tener un carácter irreal? Creo que los otros, incluso los más
limitados, consideran con más seriedad lo que una persona
asume por sí misma que aquello que se vio forzada a ha-
cer. No hay un estado más cercano a los sucesos, ninguna
relación es más profunda, que sentirnos responsables por
tales sucesos.
Si el término dichter o escritor [o narrador] es menospre-
ciado por mucha gente es porque lo asocian con inventar o
hacer creer; con una falta de seriedad, con un alejamiento
en aras de evitar problemas.
La humanidad entró a uno de los periodos más sombríos
en la historia sin la capacidad de reconocerlo hasta que le
estalló encima, y la combinación de arrogancia con estéti-
ca de mucha literatura fue algo que no inspiró respeto. La
falsa confianza de los escritores, su incomprensión de la
realidad, a la que se aproximaban con desprecio y nada más,
su negación a conectarse con alguna realidad, su lejanía
interior con todo lo que ocurría (pues no podía aflorar con
el lenguaje que usaban) provocó que ojos que miraban con
más precisión y firmeza se alejaran con horror ante tanta
ceguera.
Podría objetarse que alguien recoja frases como la que
da pie a esta discusión. En tanto existan frases así —y es
natural que haya más de una— que asumen responsabilidad
por las palabras reconociendo con profundo sentimiento un
fracaso absoluto, tendremos el derecho de mantener un tér-
mino que desde siempre usamos para nombrar a los autores
de las obras esenciales de la humanidad, obras sin las cuales
no tendríamos siquiera conciencia de lo que constituye la
humanidad. Aunque en forma diferente, requerimos esas
obras tanto como el pan nuestro: nos nutren, nos brindan.
Incluso si no quedara nada más, incluso si no entendiéra-
mos lo mucho que nos brindan, buscaríamos afanosamente,
en nuestra era, algo que pudiera alumbrarnos hacia tales
obras. Si nos confrontáramos con ellas, sólo una actitud es
posible: estando tan en contra de nuestra época y de noso-
tros mismos como estamos, tal vez ya no exista algo como
los antiguos narradores, pero aún deseamos apasionada-
mente que existan personas así.
Lo anterior suena muy rotundo, y tiene poco valor si no
intentamos clarificar qué debería ser un narrador.
Lo primero y más importante, diría yo, es que debe ser
un custodio de la metamorfosis —custodio en dos sentidos.
Primero porque haría propia toda la herencia narrativa de
la humanidad, tan rica en metamorfosis. Hoy, cuando los
escritos de casi todas las culturas antiguas han sido desci-
fradas, sabemos lo ricas que son en metamorfosis. Apenas
en el siglo xix todo aquel que intentara atisbar en el más
intrínseco y más enigmático aspecto de lo humano, el don
de la metamorfosis, debía buscar dos libros fundamentales
de la Antigüedad: la Metamorfosis de Ovidio, colección que
sistematiza casi en su totalidad todas las metamorfosis co-
nocidas, “míticas” o “superiores”, y un trabajo más tempra-
no, la Odisea, que se enfoca en las metamorfosis azarosas
de un hombre, Odiseo. Estas metamorfosis culminan con
su retorno a casa como pordiosero, el más despreciable de
los hombres, y la perfección de su disfraz no ha sido nunca
lograda ni superada por ningún poeta posterior. Sería ridí-
culo exponer el impacto de estos dos libros en las culturas
europeas modernas, incluso antes del Renacimiento, y por
supuesto después de éste. La Metamorfosis de Ovidio surge
en Ludovico Ariosto o en Shakespeare y en incontables es-
critores más. Sería un error suponer que se agotó ya —en la
era contemporánea— todo su efecto. Odiseo, sin embargo,
sigue cruzando nuestro sendero incluso hoy: es el primer
personaje de la literatura mundial en entrar a su más central
existencia; sería difícil nombrar más de cinco o seis figuras
con tal carisma.
Odiseo es tal vez el primer personaje que siempre estuvo
aquí para todos, tal vez no es el más antiguo, pues uno an-
terior puede invocarse. Hace apenas unos cientos de años
se descubrió y se reconoció la importancia del Gilgamesh
mesopotámico. Esta épica comienza con una metamorfosis:
el hombre natural Enkidu, que vive entre los animales en
la espesura, se torna un hombre civilizado y urbano —un
asunto que en verdad nos concierne— cuando sabemos de
cosas muy precisas y concretas acerca de niños que viven
entre los lobos. Enkidu muere después de hacerse amigo de
Gilgamesh y es así que ocurre una enorme confrontación
con la muerte, la única confrontación que no deja al hom-
bre moderno con ese malestar amargo del propio engaño.
Aquí, quiero ofrecerme como testigo de un proceso casi
increíble: ningún trabajo narrativo, literalmente ninguno,
ha determinado tan decisivamente mi vida como esta épica,
que data de cuatro mil años atrás, y que era desconocido
apenas hace cien años. Lo hallé a mis diecisiete años y no
me suelta desde entonces. He regresado a ella como si fuera
una Biblia y, aparte de su efecto específico, me ha llenado de
expectativas por cosas que nos siguen siendo desconocidas.
Me es imposible suponer completo ya el corpus de aspectos
tradicionales que sirven para nutrirnos. Y aun suponiendo
que ya no se produjeran más obras escritas de tal impor-
tancia, permanece aún la enorme reserva de las tradiciones
orales de los pueblos primigenios.
Porque ahí no hay fin para las metamorfosis… Uno po-
dría pasar la vida colectándolas y reactuándolas y no se-
ría una mala vida. Las tribus, algunas veces tan sólo unos
cientos de personas, nos han legado una riqueza que segu-
ramente no merecemos porque es nuestra culpa que hayan
muerto o estén muriendo ante nuestros ojos, ojos que casi
no miran. Han preservado sus experiencias míticas hasta el
final, y lo extraño es que no hay casi nada que nos beneficie
más, casi nada que nos llene de más esperanza que aquellas
creaciones tempranas, creaciones de gente a la que hemos
cazado, engañado, robado, y que perecieron en la miseria y
la amargura. A los que despreciamos por su modesta cul-
tura material, a los que exterminamos ciega y despiadada-
mente, y que nos legaron una herencia espiritual inagotable.
No puede uno sino agradecer a la academia por rescatarla,
pero su verdadera conservación, su resurrección a la vida,
le compete a los poetas, a los narradores, a los dichter.
He dicho que el dichter es el guardián de las metamorfo-
sis, pero es custodio en otro sentido también. En un mundo
de logros y especialización, en un mundo que atiende úni-
camente los picos, en el que la gente se esfuerza enfocando
en forma lineal y ejerce su fuerza sólo en la fría soledad de
los picos, mientras se borronean las cosas adyacentes, las
muchas cosas reales, esas que no se presentan para trepar
a los picos —en un mundo que prohibe las metamorfo-
sis más y más porque obstaculizan el objetivo global de la
producción que, sin preocuparse, multiplica los medios de
su autodestrucción mientras intenta sofocar las más tem-
pranas cualidades humanas—, en un mundo así que uno
podría etiquetar como el más ciego de los mundos, parece
de significancia cardinal que haya gente que, pese a todo,
siga practicando el don de la metamorfosis.
Ésta, en verdad, sería la verdadera tarea del dichter. Ese
don, alguna vez algo universal, y que ahora es condenado a
la atrofia, tiene que conservarse por todos los medios posi-
bles. Y el dichter, gracias a ese don, debe mantener abiertos
los accesos entre las personas. Debe ser capaz de volverse
cualquiera y todos, incluso el más pequeño, el más ingenuo,
el más incapaz de los mortales. Su deseo de experimentar a
otros desde ellos mismos, desde dentro, nunca deben deter-
minarlo los objetivos de nuestra vida normal, virtualmente
oficial; el deseo debe liberarse de cualquier intento de éxito
o prestigio, debe surgir de la pasión misma, la pasión por la
metamorfosis. Esto requiere, sin duda, de un oído atento,
pero no es suficiente, porque la gran mayoría de la gente
hoy apenas está en posibilidad de hablar; hablan con la fra-
seología de los periódicos y los medios y dicen las mismas
cosas sin ser lo mismo.
Sólo la metamorfosis —en el sentido extremo en el que
uso aquí el término— hace posible sentir a una persona tras
sus palabras; la verdadera existencia de cualquier cosa que la
vida sea no puede aprehenderse de ninguna otra manera. Es
un proceso misterioso, su naturaleza casi no se ha exami-
nado, y no obstante es la única aproximación real a otro ser
humano. La gente ha intentado diferentes formas de nom-
brar este proceso, y hablan de empatía; por razones que no
voy a discutir aquí, prefiero el término, más demandante,
de metamorfosis. Pero sea cual sea el término que usemos,
no podemos atrevernos a dudar que estamos ante algo real
y muy precioso. En su práctica interminable, en su expe-
rimentar apasionadamente toda clase de seres humanos,
todos, pero en particular aquellos a quienes se ha prestado
la menor de las atenciones, en la incansable forma asumida
por esta práctica, que ningún sistema ha podido atrofiar
o paralizar —es ahí donde veo el oficio real del narrador.
Es concebible, incluso probable, que sólo una porción
de su experiencia fluya a su obra. Cómo juzgar entonces
que todo esto nos dé nuevo parte de la búsqueda de logros
y cimas, y aunque esto no nos interesa, intentamos atrapar
lo que un dichter debería ser, sin preocuparnos por aquello
que abandona para serlo.
Pero no puedo ignorar lo que ocurre, porque el éxito,
aunque desconfíe de él, es un peligro que vive en todos.
La búsqueda del éxito y el éxito mismo tienen un efecto de
agostamiento. La persona que va tras de objetivos conside-
ra casi todo lo que no sirve a sus fines como lastre. Los va
tirando para ser más ligero, y no se da cuenta que tal vez
sean sus mejores cosas, lo importante para esta persona
es lo que consigue, lo que lo lanza a mayores alturas, que
mide en escalones o distancia. La posición lo es todo, está
determinada desde afuera, no es él quien la crea, y como
tal no toma parte en su génesis. La mira y aspira a ella y por
necesarios que sean sus esfuerzos en las grandes empresas
de la vida, serán destructivas para un narrador, como a mí
me gustaría encontrar alguno.
Porque lo más importante es que cree más y más espacio
dentro de sí mismo. Espacio para el saber, que adquiere sin
propósito aparente; espacio para las personas, a quienes ex-
perimenta y absorbe mediante la metamorfosis. En cuanto
al conocimiento, puede obtenerlo sólo mediante un proceso
claro y honesto para determinar la estructura interna de
cada rama de éste. Pero en la elección de estas áreas, que ya-
cen muy aparte, no se deja llevar por ninguna regla expresa,
sino por un hambre inexplicable. Dado que se abre a sí mis-
mo a las personas más dispares a la vez, y las comprende en
forma pre-académica y ancestral, es decir mediante meta-
morfosis, porque se halla en constante movimiento interior,
que no se debilita ni termina (pues no acumula gente, no la
clasifica ordenadamente, simplemente se encuentra con ella
y la absorbe viva) y, dado que recibe empujones violentos de
la gente, es muy posible que volcarse hacia una nueva rama
del saber lo determinen tales encuentros.
Estoy conciente de la asombrosa naturaleza de mi exi-
gencia: no puede sino levantar protestas. Suena como si
pidiera alguien que busque el caos o las contradicciones o
asuntos conflictivos dentro de sí mismo. Por lo pronto ten-
go poco que decir de esa objeción que tiene bastante peso.
Pero esta persona está más cerca del mundo cuando aloja
el caos dentro de sí misma, y no obstante siente responsa-
bilidad por ese caos —y ese es nuestro punto de partida—,
no lo aprueba, no se siente a gusto en él, no se siente, ni se
considera grande por tener espacio para alojar tantas cosas
contradictorias y desconectadas, odia ese caos, nunca ceja
en remontarlo para otros y, como tal, para sí mismo.
Para verbalizar algo de algún valor para el mundo, no
puede alejarse del mundo ni evitarlo. Pese a todo propósito
o plan, es un mundo más caótico que antes, pues se mueve
más y más aprisa hacia su propia destrucción. Y es un caos
lo que aloja y no algo suavizado y pulido. Pero no puede
caer presa del caos; usando la experiencia que tiene en éste,
debe combatirlo y oponerlo con toda la impetuosidad de su
esperanza.
Cuál es entonces esta esperanza y por qué es valiosa sólo
cuando la alimentan las metamorfosis, las anteriores, de las
que se apropia inspirándose en sus lecturas, las contempo-
ráneas, que un narrador se apropia siendo abierto hacia la
gente que lo rodea.
Por un lado, está la fuerza de los personajes que se alojan
en el narrador, que no abandonan el espacio que en él tie-
nen. Reaccionan a partir de él, como si él los conformara.
Son su mayoría, articulada y consciente, son su resistencia
ante la muerte —porque viven en él. Una de las cualidades
de los mitos que se nos han otorgado oralmente es que se
repiten y repiten. Su vitalidad es su ser definitivos, no es-
tán destinados a cambiar. Sólo es posible que cada indivi-
duo encuentre que conforma dicha vitalidad, y tal vez los
mitos nunca han sido estudiados de acuerdo a por qué es
importante que se repitan. Es muy posible describir lo que
ocurre cuando uno los enfrenta por vez primera. Hoy, ya
no es posible hallar una descripción profunda; cualquier
otra es inútil […]
Sin embargo, la única cosa que además de los conteni-
dos específicos es la verdadera esencia de los mitos es la
metamorfosis que se practica en éstos. Es a través de ella
que la humanidad se creó a sí misma. Es a través de ella
que hizo al mundo propio, a través de ella toma parte en el
mundo. Podemos constatar que debe toda su potencialidad
a la metamorfosis, pero le debe algo todavía mejor a la me-
tamorfosis: su propia compasión.
No dudo en usar este término que le parecerá impropio a
quienes trabajan con la mente: se le ha exiliado (eso también
es la especialización) al ámbito de lo religioso, ahí la nom-
bran y administran. De otro modo, se le mantiene alejada
de las decisiones objetivas de nuestra vida diaria, que están
determinadas más y más por la tecnología.
He dicho que una persona puede ser un dichter sólo si
siente responsabilidad, aunque haga menos que otros para
concretarla en acciones concretas. Es ésta una responsabi-
lidad por la vida, que se está destruyendo a sí misma, y no
debemos avergonzarnos de decir que esta responsabilidad
nace de la compasión. Es inútil si se le proclama como un
sentimiento universal indefinido. Porque exige la metamor-
fosis concreta hacia toda persona o cosa individual que vive
y existe. El narrador aprende y practica la metamorfosis en
los mitos, en la literatura que ha llegado a nuestros días. No
será nada si no la aplica incesamente en su ambiente, en su
entorno. La miriada de vidas, que entran en el narrador, que
permanecen sensorialmente divididas en todas sus formas
fenoménicas, no se amalgaman en un mero concepto, pero
le dan la fuerza para oponerse a la muerte, y eso las vuelve
universales.
No puede ser que la tarea de un narrador sea liberar a
la humanidad de la muerte. Si no se cierra a nadie, se sor-
prenderá al constatar el creciente poder que tiene la muerte
sobre mucha gente. Aun en el caso de que toda la gente la
considere una tarea inútil, el narrador se sacudirá y bajo
ninguna circunstancia capitulará ante la muerte. Será su or-
gullo resistir y luchar —con dispositivos diferentes al resto
de la gente— los embates de la nada, que crecen más y más
en la literatura. Vivirá entonces una ley propia, que no fue
hecha a su medida. Esta ley es la siguiente:
No lanzaremos a nadie hacia la nada. Buscaremos la
nada sólo para encontrar caminos de salida y marcaremos
los caminos hallados para toda la humanidad. En el dolor o
la desesperanza, hay que resistir de modo que aprendamos
cómo salvar a unos de otros, pero sin menosprecio. Por la
felicidad que todas las creaturas merecen, incluso en los
casos en que se desconozcan y se despedacen unas a otras.
la noche estrellada
(la formación de constelaciones de saber)2
La utopía de la diversidad cultural
El indio surge con el establecimiento del orden colonial europeo
en América; antes no hay indios, sino pueblos diversos
con sus identidades propias. Al indio lo crea el europeo,
porque toda situación colonial exige la definición global
del colonizado como diferente e inferior.
Guillermo Bonfil Batalla 3
3
Utopía y revolución: el pensamiento político de los indios en América
Latina. Nueva Imagen, México, 1988. p. 19.
impedir un proceso de transformación, es la ilusión de que
la globalización es un hecho. La simultaneidad y la expan-
sión de muchos fenómenos crece en la población tal ilusión.
Los Estados y las grandes empresas cubren a las locali-
dades con un entramado de bienes de consumo, servicios,
programas, proyectos, acreedores, “patrocinadores” y pres-
tamistas —de variada calidad y no exentos de corrupción—,
y al mismo tiempo las excluyen de prácticamente todas las
decisiones importantes mediante mecanismos de represen-
tación y gestión, y por el exceso de procesos que impide la
decisión propia. Los gobiernos y el mercado cubren a las lo-
calidades con un cúmulo avasallador de decisiones tomadas
en otro sitio; les imponen significados, sentido a su existen-
cia. Las iniciativas locales y las verdaderas bondades de un
sistema horizontal de bienes y servicios, financiamiento,
programas y proyectos que podrían generar un “desarro-
llo” local o regional más cercano y pertinente son puestas
en entredicho, se desvaloran. El saber generado por estos
núcleos sigue local porque se le ha impedido multiplicar
sus efectos. El proceso “civilizatorio” ha desarticulado su
cuerpo de “conocimientos” y, en el mejor de los casos, lo
menosprecia, remitiéndolo exclusivamente a las manifes-
taciones de una gloria perdida: “cultura de los pueblos que
se desvanecen” es frase recurrente de los westerns incluso
políticamente correctos.
Por fortuna el impulso de metamorfosis presente en todo
grupo humano sigue vivo en muchos niveles y espacios. A
partir de 1989 comienza a ser evidente que las comunida-
des, principalmente las campesinas, revitalizan o incluso
inauguran corredores de sentido que fluyen fuera de las
fronteras regionales geográficas. Quizá ante la ilusión de
globalidad avasalladora es indispensable que la importancia
de lo local se “globalice”.
Hoy existe también un interés por parte de algunos in-
vestigadores para los que dicho caudal de sabiduría es tan
crucial como pugnar por la biodiversidad, pues conlleva
una carga de supervivencia para todo el mundo. Dice el
connotado investigador mexicano Víctor Manuel Toledo:
Nadie puede hoy negar el paralelismo alcanzado por la (ex)
Unión Soviética y los Estados Unidos (las dos configuraciones
extremas de una misma civilización): ambos se propusieron
la desaparición del campesinado como vía para realizar el de-
sarrollo rural, de la misma forma que ambos desencadenaron
innumerables procesos de destrucción de la naturaleza. Hoy
esta visión está llegando a su fin, de manera concomitante y al
mismo ritmo en que la crisis ecológica del planeta se aproxi-
ma a su momento más álgido. A la luz de una crisis ecológica
de escala planetaria cada vez más evidente que amenaza con
alcanzar su “hora cero” en las próximas dos o tres décadas,
los modelos de desarrollo rural elaborados y aplicados por la
civilización occidental aparecen como uno de los aceleradores
más notables de esa crisis.
Como contraparte, las llamadas culturas tradicionales,
representantes de todo un conjunto de civilizaciones alter-
nativas (pre-modernas), dominan aún sobre buena parte de
los espacios rurales del planeta (especialmente en el Tercer
Mundo) y están llamadas a jugar un papel protagónico del
lado de las fuerzas que buscan amortiguar y resolver dicha
crisis. Esto es así porque como lo ha venido demostrando una
cada vez más importante corriente de investigadores, las cul-
turas indígenas (hablantes de unas 5 mil lenguas diferentes)
son poseedoras de cosmovisiones y modelos cognoscitivos,
estrategias tecnológicas y formas de organización social y
productiva más cercanas a lo que se visualiza como un ma-
nejo ecológicamente adecuado de la naturaleza. Se trata, por
supuesto, de un nuevo paradigma que no sólo ha logrado
penetrar numerosos círculos académicos, organizaciones
ambientalistas y conservacionistas, grandes fundaciones y
agencias internacionales de desarrollo (como el Banco Mun-
dial), sino que, lo que parece más importante, se está filtrando
hacia las organizaciones sociales de base y comienza a ser
materia en foros indigenistas y de organizaciones campesi-
nas… [esto] no puede ser más paradójico: los que hasta ahora
se consideraban los “condenados de la historia”, como diría
John Berger, se tornan para sorpresa de todos en actores pro-
tagónicos de una nueva contienda. Esa que está librándose en
todas partes del mundo y que involucra no el enfrentamiento
entre fracciones (sectores sociales o naciones), sino el de la
especie humana contra la destrucción global desatada tras
varios siglos de expansión…4
El fundamentalismo y la fuerte penetración ideológica
de cualquier signo han “modernizado” discurso y métodos
y esto impide que muchas comunidades tengan la claridad
necesaria para sintetizar lo que realmente son ni lo que
podría hacerlas romper cercos y dependencias sin negar
al otro. La autarquía es una tentación basada en la misma
ilusión que la globalización. Ambas menosprecian al otro.
La única diferencia entre los fundamentalistas étnicos y los
neoliberales es que éstos pretenden hacer extensiva su idea
del mundo al resto de los mortales. Los etnicistas pretenden
negar que el mundo existe. Ambas formas del fundamen-
talismo orillan al fascismo.
Por supuesto hay que derrotar al fundamentalismo. Hay
que hacer frente a su cerrazón y a ese empeño por defi-
nir su identidad por exclusión del otro. Coincidimos con
el historiador inglés Eric Hobsbawm, quien ha señalado5
que una de las responsabilidades más urgentes de los his-
toriadores es impedir el surgimiento de fundamentalismos
divisionistas que con el trabajo de los sofisticadores de la
realidad han logrado inventar pasados convenientes y jus-
tificaciones míticas para pretender una superioridad racial,
étnica, cultural y religiosa. Germen de fascismo, esta posible
“balkanización” es lo contrario de la idea de convivencia
en la diversidad que exigen quienes siguen pensando que
la convivencia humana es posible. Discrepamos profunda-
mente de Hobsbawm cuando —a partir de esta posición,
4
Víctor Manuel Toledo: “Toda la utopía”, Ojarasca 2, noviembre de
1991, p. 14
5
Ver “Una nueva amenaza para la historia”, Ojarasca 31-32, abril-
mayo de 1994, pp 8-14.
que nos parece sensata y pertinente—, generaliza y declara,
sin muchos datos ni una investigación exhaustiva, que toda
identidad se define por exclusión del otro, que toda política
y grupo de identidad son excluyentes6. Sin querer entrar en
una polémica ajena al interés de este texto, baste decir que
en Latinoamérica, con contadas excepciones y contextos
particulares, la mayoría de pueblos con trayectos de larga
duración impugnan justamente el divisionismo que busca
homogenización de los otros en aras de lo que como con-
glomerado se es y se cree ser. Y si el divisionismo fuera la
norma y no la excepción, qué. Por qué renunciar a la utopía
de la diversidad, a la imagen de un caudaloso río con miles
de afluentes e infinidad de vertientes, uniendo sus aguas,
repartiéndolas. La experiencia humana es más vasta que
nuestras previsiones.
Conocimiento o saber
¿Cómo reconsiderar entonces todo ese cúmulo de saberes
presentes en la comunidad? ¿Qué vinculación tiene esto con
otras experiencias y aproximaciones?
Primero que nada enfatizando que es necesario distin-
guir los saberes comunitarios o locales de nuestra concep-
ción “occidental, profesionalizada” del conocimiento. El
conocimiento en el sentido occidental es aquel que surge
de la separación paulatina entre el trabajo y la vida cotidia-
na, en la medida en que el trabajo se parcializó y el cono-
cimiento se alejó del ámbito de lo contingente, en corres-
pondencia tácita con esa parcialización de las actividades
en las sociedades que tendían hacia la industrialización.
La historia es larga y no es el caso cubrirla aquí, pero otros
muchos autores han mostrado cómo la profesionalización
del conocimiento, con el advenimiento de los monasterios
precursores de las universidades, intensificó su despliegue
social y la separación entre el ser humano y la naturaleza,
individualizando su aprehensión. Frederique Apffel Mar-
glin lo muestra contundentemente en este pasaje:
La profesionalización del conocimiento hizo del conocimien-
to un bien de consumo y una empresa individual. Lo que
se compra en el mercado, el mercado académico (así como
en los mercados industrial, militar y gubernamental), es la
habilidad de un individuo para producir conocimiento. Para
hacer posible esta compraventa mercantil, debe estar indivi-
siblemente en manos de un individuo, del mismo modo en
que la fuerza de trabajo de una persona debe ser propiedad
individual para que se convierta en un bien de consumo […]
El individualismo es la condición para la cosificación del co-
nocimiento y por eso se enseña tan estrictamente a todos los
niveles de educación —desde la primaria hasta el posgrado,
con políticas de regulación y normas de esa producción indi-
vidualizada de conocimiento que eufemistamente se les llama
“códigos de honor”.10
En pocas palabras, “el conocimiento profesional, indi-
vidualista, desapasionado, factual y experto reproduce los
órdenes existentes, político, social y económico”, como lo
ha puesto la filósofa Kathryn Pyne Addelson en su recuento
sobre la experiencia anarquista estadunidense, agregando
que en la acción colectiva de crear conocimiento los víncu-
los emocionales con personas particulares es lo que genera
nuevas visiones y saber. Éste nunca está desvinculado de la
emoción. “La vida en una sociedad no industrial y en las
colectividades no encajonadas al consumo”, escribe Apffel
Marglin, “no se divide en un ámbito donde las pasiones no
tengan un sitio legítimo y otro en que sí; el todo se funde
con pasión y valores”.11
Para Eduardo Grillo, uno de los integrantes de una de las
experiencias en saberes locales más interesantes en curso,
el Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas (Pratec),
el conocimiento occidental puede contrastarse con la sabi-
duría, el mutuo aprendizaje o crianza mutua de los Andes-
Amazonia como sigue:
10
Frederique Apffel Marglin [comp.]: “Introduction: Knowledge and
life revisited”, Production or regeneration? An andean perspective on
modern knowledge. Zed Books, 1996, Londres.
11
Ver Apffel Marglin, op. cit.
La ciencia se funda en la clara separación y oposición entre
los humanos y la Naturaleza y entre el sujeto que conoce y el
objeto por conocer. Para la ciencia, la cultura es un atributo
exclusivamente humano y es precisamente la cualidad que
hace a los humanos y a la Naturaleza diferentes…
Aquí [el mundo andino] la conversación no se reduce al
diálogo, a la palabra, como en el mundo occidental; en cam-
bio aquí la conversación involucra todo el cuerpo. Conversar
es mostrarse cada uno recíprocamente, es compartir, es la co-
munidad, es bailar al ritmo que en todo momento correspon-
de con el ciclo anual de vida. La conversación asume toda la
complicación característica del mundo viviente. Nada escapa
a la conversación. Aquí no hay privacía. La conversación es
inseparable de la crianza. Para los humanos, hacer la chacra
es cultivar plantas, animales, suelos, aguas, climas, es conver-
sar con la Naturaleza. Pero en el mundo andino-amazónico
todo, no sólo los humanos, hacen y crían la chacra, todo cría.
La chacra humana no sólo la hacen los humanos sino todo, de
una manera u otra participa en la creación-crianza de la cha-
cra humana: el sol, la luna, las estrellas, el monte, los pájaros,
la lluvia, el viento… incluso el hielo y la nieve.12
13
Ivan Illich: La convivialité. Editions du Seuil, París, 1973. Ubicando
la herramienta en su acepción de proceso, Illich afirma: “La herra-
mienta es inherente a la relación social. En tanto actúo como humano,
me sirvo de herramientas. Según que yo la domine o ella me domine,
la herramienta me liga o me desliga del cuerpo social. En tanto yo do-
mine la herramienta, doy al mundo mi sentido; cuando la herramienta
me domina, su estructura conforma e informa la representación que
tengo de mí mismo”. Para Illich, las herramientas conviviales, aque-
llas que pueden propiciar creatividad y convivencia, son aquellas que
crean sentido, que liberan, que dan autonomía, pero que además crean
colectivo; no el colectivo que borra al individuo, sino aquel colectivo
formado por personas que no son negadas por otros. Qué cercano esto
a la idea de la comunalidad andina del Pratec y a la idea de la comu-
nalidad planteada por Floriberto Díaz.
14
Para más sugerencias sobre estos aspectos, véase etsa: “Los alcances
de la noción de ‘cultura’ en la educación intercultural. Exploración de
un ejemplo: sociedad y cultura bora”. Manuscrito que puede solicitarse
al proyecto del Instituto Superior Pedagógico Loreto en Iquitos, Perú.
El impulso narrativo,
el sentido en común
Recostados boca arriba, miramos el cielo de la noche.
Es aquí donde comenzaron las historias, bajo la protección
de multitud de estrellas que nos escamotean certezas que
a veces regresan como fe. Aquellos que primero inventaron
y después nombraron las constelaciones eran narradores.
Trazar una línea imaginaria entre racimos de estrellas
les otorgó imagen e identidad. Las estrellas tejidas en esa
línea fueron como los sucesos tejidos en una narración.
Imaginar las constelaciones no cambió las estrellas,
por supuesto, ni el vacío negro que las circunda.
Lo que cambió fue la forma en que la gente
leyó el cielo nocturno.
John Berger15
20
Ibid,14.
cambios que nos dispersan y nos diluyen. Relatar nues-
tra experiencia es un paso central hacia nuestro sentido
de identidad y pertenencia, es nuestra vuelta al refugio de
la permanencia, aunque ésta sea efímera. Este es quizá el
verdadero sentido de la historia. En ella reside otro de los
fuegos que habría que encender: en la pertenencia mutua sí
hay un reconocimiento del otro, como igual. Nada produ-
ce tanto esta pertenencia como compartir nuestro propio
relato. Según Berger:
A veces parece que el relato tiene una voluntad, la voluntad de
ser repetido, de encontrar un oído, un compañero […] los re-
latos atraviesan la soledad de la vida, ofreciendo hospitalidad
al que escucha, o buscándola. Lo contrario de un relato no es
el silencio o la meditación, sino el olvido. […] ¿En qué consiste
el acto de relatar? Me parece que es una acción contra la per-
manente victoria de la vulgaridad y la estupidez. Los relatos
son una declaración permanente de lo vivido en un mundo
sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero otra cosa
que no cambia es el hecho de que a veces ocurren milagros.
Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos […]21
El descuartizado resucita
Al sentar las bases firmes para investigar, entender, revi-
talizar, expandir y hacer una primera síntesis del ámbito
mitológico en Mesoamérica, dentro de lo que él llama tra-
dición religiosa mesoamericana, Alfredo López Austin22
fue muy certero en elegir al tlacuache como centro de su
discurso. Dentro de esa misma tradición —seguramente
por varios de sus rasgos de comportamiento en la vida que
21
John Berger en María Nadotti: “El silencio y la palabra”, conversa-
ción con John Berger y Ryszard Kapuscinsky. Linea d’ombra, noviem-
bre de 1994.
22
Alfredo López Austin: Los mitos del tlacuache. Alianza Editorial
Mexicana. México, 1990.
comparte con los campesinos de Mesoamérica— el tlacua-
che es el robador del fuego; aquel que birla conocimiento a
los dioses para brindarlo a los seres humanos. Este marsu-
pial tiene también una curiosa recurrencia a la aparente —o
real— resurrección. Como imagen y alegoría, el tlacuache es
entonces rima o pariente de Prometeo, el titán encadenado
por sustraer el fuego y mostrarlo al hombre y que en su
tortura regenera su hígado todas las noches después de que
le ha sido devorado por tremenda ave de rapiña.
La imagen funciona, porque hoy día como hemos dicho
hay evidencia de que la tradición indígena, al igual que el
astuto ladrón del fuego, transmuta y permanece, establece
y renueva su tejido ideológico en prácticamente todos los
ámbitos de la vida humana donde tiene vigencia. Como
tlacuache, el saber ancestral —pese a sufrir transmutaciones
interminables— resucita aquí o allá, variando los rasgos de
sus personajes, acomodándose o sincronizando con otras
tradiciones y no obstante conserva elementos que permiten
reconocer su pasado y su trayecto.
Resucitar al tlacuache que desde distintos rincones re-
vive y transmuta es —valga la redundancia— darle vida a
la vida. Para Berger el crimen más grande del poder es “el
crimen de negar a la gente su identidad. El crimen de empu-
jar a un pueblo a juzgarse a sí mismo mediante los criterios
de sus opresores…” 23
23
John Berger: G. A novel. Vintage Books, Nueva York, 1972, p. 226.
“anoche no pude
dormir… porque
anoche escribí
mi nombre”
Liz, una mujer entrañable, vive ahora con su compañero
y su hija común en Gales, en algún valle donde grupos de
ecologistas y otros autodescastados intentan reconstruir un
ámbito convivial y de autosuficiencia. En 1985, transcurría
su jornada trabajando en una comuna dedicada a preser-
var y revitalizar el número y la cultura de una especie de
changos del Amazonas, y por las noches se iba a recorrer
los bares de la costa sur de Inglaterra. En éstos hacía una
especie de ronda entre las mujeres, a veces no mayores de
dieciséis años, que se dedicaban a la prostitución entre los
pescadores y marinos militares; cerveza y cerveza, las acon-
sejaba con argumentos legales y prácticas básicas de higiene,
y en general les mostraba cómo defenderse de los narcos,
los padrotes o los borrachos, y de la policía llegado el caso.
Un trabajo rudo que necesita un conocimiento extenso
de esos medios, admirable en alguien de veintidós años, no
era establecido como enseñanza, asesoría formal ni trabajo
social: puro comadrazgo cercano y cariñoso, sin moralina
ni rollo.
Liz viene a cuento porque con todo y su radical y certera
aproximación a los sucesos y las relaciones, alguna vez dijo
—quedando en la cinta de animación de sueños y recuer-
dos— que a ella le parecían inútiles los libros. Trastocaban,
decía, el sentido de la vida porque impedían aprender de
la experiencia: prefería vivir intensamente. Aseveración
rotunda y para muchos equivocada, parecía reflejar la uni-
formación —disfrazada de cambio vertiginoso— de una
sociedad post-industrial empobrecida en donde la lectura
cae en desuso ante el asalto masivo de videojuegos en cada
esquina: una adicción comparable si acaso al crack (especie
de cocaína sintética que genera un acelere intenso, dura
poco y cuesta aparentemente casi nada, pero por lo mismo
retiene hasta esquilmar y secar al consumidor).
Hablando más con ella, uno se daba cuenta que no era el
suyo un ataque real a los libros sino a todo el paquete educa-
tivo del cual, en apariencia, partía la idea de leer. Es curioso
y sintomático que fuera buena conversadora, que supiera
escuchar en un silencio atento a todo. En cierto modo, in-
cluso amaba las palabras: su adicción eran los crucigramas
—es decir, sí leía, estudiaba, jugaba con el sentido de las
palabras: igual uno siempre se queja de los crucigramas
por repetitivos en la selección y redundantes al describir,
definir o dar sentido.
¿Embona aquí la ficha de un campesino brasileño para
quien no saber leer ni escribir puede significar la diferencia
entre él como individuo y un entorno —muy generaliza-
do— que lo clasifica, lo entorpece y lo excluye?
Nadie “elige” ser analfabeto: “se es analfabeto en razón
de condiciones objetivas. En ciertas circunstancias el hom-
bre analfabeto es el hombre que no necesita leer. En otras
circunstancias, es aquel a quien se le ha negado el derecho
a leer. En ninguno de los dos casos existe la posibilidad de
elegir”.
Paulo Freire cuenta cómo un campesino del sertón nor-
destino describió dos láminas que se le presentaron. La
primera representaba a un habitante de la selva profunda,
cazando con arco y flecha; la segunda representaba a un
campesino como él, también cazando, con rifle.
—Entre estos dos cazadores –dijo– sólo el segundo puede ser
analfabeto. El primero no lo es.
—Por qué –preguntó Freire.
Sonriendo, como sorprendido por la pregunta, contestó:
—No puede decirse que el nativo sea analfabeto, porque vive
donde no se reconoce alfabeto alguno. Para ser analfabeto
hay que vivir allí donde existe alfabeto y uno lo desconoce. 24
Esta diferenciación reconoce la confrontación entre indi-
viduo y entorno: el sistema impone una carencia, una falla
con sus acciones, porque no da acceso real al aprendizaje
ni lo propicia en lo cotidiano sin imponer controles, y luego
excluye porque no se está “preparado”. Todos somos anal-
fabetos en algo.
Hablando de los guaraníes, Bartolomeu Meliá relata
como, después de algunos cursos de alfabetización, los ha-
bitantes de ciertas regiones remotas de la selva consiguen
una habilidad que les permite leer (e incluso escribir) en
billetes: conocimiento circunscrito por el aislamiento de
todo aquello que refuerza y hace pertinente la lectura.25
Estos casos ofrecen una pregunta: ¿cuál es la concien-
cia que hace que el analfabeto reconozca su analfabetismo
como un problema? Seguramente una que no puede surgir
de frases como Eva vio la uva, el ala es del ave o Ada dio su
dedo al urubu.26
Liz creía que no leer era una elección por la experiencia
y lo vivo. Para otros no hay elección.
En alguna plática, Liz aclaró que había “conocimientos”
que emparejaban, que le robaban a las relaciones íntimas,
intensas y responsables. Que eternizaban un sistema en el
cual la mayoría era excluido “por no saber” lo que los ge-
rentes —no maestros— escolares decidían que era válido y
útil, o por saber y moverse fuera de los canales establecidos
para obtenerlos.
24
Paulo Freire: La naturaleza política de la educación: cultura, poder
y liberación. Temas de educación Paidós. Barcelona, 1991.
25
Bartolomeu Meliá: “Los guaraní del Paraguay. Frente a dos modelos
de modernidad”. Wiñay Marka, número 15, mayo de 1991.
26
Paulo Freire: op. cit.
Sus amigos estuvieron de acuerdo con ella en muchos
puntos pero también le abrieron la puerta de los libros: por-
que los libros pueden ser corredores, vasos comunicantes,
ventanas a tiempos dispares que pueden convocarse en un
mismo sillón con abrir una página y moverse con los ojos
entre las líneas. La lectura puede ser un gatillo imaginan-
te, una herramienta para dialogar con muertos y ausentes,
expandir relaciones, ejercer una temporalidad múltiple que
borra la conjugación pasado-presente-futuro lineales que
padecemos como empobrecimiento.
La lectura puede… pero desvinculada de lo significativo,
institucionalizada como rasero, como rito de paso hacia
el escalón superior, pierde su sentido “mágico” y se torna,
como el resto del conocimiento escolarizado, en un requi-
sito, no en una herramienta propia. De eso se quejaba Liz.
Para ella y el campesino brasileño —con grados diversos
de habilidad pero iguales en la inquietud por entender—,
tomar conciencia fue un manotazo contra su historia. Una
autoafirmación.
En un proceso de selección continuo, Liz encontró los
puentes necesarios y su imaginación se le disparó en mu-
chas formas: la lectura reforzó sus hábitos de atención —su
intimación con ella y lo externo—, y empezó a escribir.
“¿Cuál es la diferencia” —escribió alguna vez— “entre
aprender para el mundo y aprender del mundo?”
Cuestión fundamental, ya tocada en extenso por los tra-
bajos de Iván Illich,27 aprender para el mundo se inscribe,
principal aunque no únicamente, dentro de una escolaridad
y su enseñanza oculta, que convierten imperceptiblemente
el aprendizaje en control del conocimiento: la preparación
del ser humano —considerado tácitamente incompetente de
nacimiento— para una sociedad cada día más uniformada
en criterios, procesos, servicios, ritos de paso y dependen-
cias específicas aunque no fácilmente indentificables en un
27
Iván Illich: Alternativas. Joaquín Mortiz/Planeta. México, 1987.
primer análisis. La enseñanza oculta es la domesticación.
En Europa del Este se conseguía pidiendo sacrificios, entre-
gas del alma. En los países occidentales se seduce.
Moviéndose contundentemente en este registro, la socie-
dad contemporánea desplaza —no concede importancia—
a la tarea cotidiana de interactuar con otros, de aprender
y enseñar con otros y del mundo, en relaciones íntimas y
a veces convulsivas. Cosifica el aprendizaje y le asigna un
valor monetario (o de status) a su acumulación. La cultura
se torna mercancía (en su connotación más amplia).
Liz pudo romper el cerco, pero ella tenía ya una serie de
habilidades, una conciencia política: leer lo que le convenía
no le ocasionó mucho problema. Muchos descastados en
Inglaterra —un país que se convirtió en “tercer mundo” con
las políticas de modernización de Margaret Thatcher— no
tienen esa oportunidad. En el resto del mundo ocurre lo
mismo.
En un nivel inmediato —algo palpable en toda Latino-
américa—, los materiales de lectura (para atenernos a ese
ámbito en todo el texto) pueden no corresponder al entorno,
ni a los intereses, ni a las urgencias o expectativas del re-
cién estrenado “lecto-escritor”. En muchas ocasiones estos
materiales son el vehículo directo de su inclusión al redil
de la propaganda y todo otro control publicitario de cual-
quier ideología que sutil y suavemente seducen y engatuzan.
Como complemento a esta unidireccionalidad que empieza
por la alfabetización, es sintomático que en el medio edi-
torial “cultural” se invoquen con frecuencia restricciones a
la circulación respetuosa de materiales de una publicación
a otra, siendo que cada edición potencia los contenidos que
vierten los autores. El expandir su nivel de asociación di-
versifica las lecturas, las aproximaciones a los textos, por
no decir los lectores.
Para romper el cerco, Freire lo ha venido diciendo desde
hace ya muchos años, “se debe percibir la necesidad de otro
proceso de aprendizaje: el de escribir acerca de la historia y
construirla por sí mismos, dado que la historia puede ha-
cerse y deshacerse”.28
Por eso es tan emotivo el relato que hace Illich de una
noche en el campo brasileño que resume el germen de una
relación con el propio conocimiento, la conciencia nombra-
da por Freire, que ya conlleva, en un acto aparentemente
ingenuo, la potencialidad del conocimiento y apropiación
de los procesos invocados por Gramsci, la cercanía y perti-
nencia buscadas por Freinet:
Paulo Freire, educador brasileño exiliado, demostró que se
puede enseñar a leer y escribir en seis semanas a un 15 por
ciento de los alumnos analfabetos de un pueblo, con menos
de lo que cuesta tener un niño en la escuela durante un año.
Freire hace que su equipo prepare para la comunidad con que
se va a trabajar, una lista de palabras profundamente signifi-
cativas y que fácilmente se convierten en foco de controversia
política. Las sesiones se centran en torno al análisis de esas
palabras […] Nunca olvidaré una noche pasada con uno de
esos grupos de campesinos hambrientos. Fue en Sergipe a
comienzos de 1964. Un hombre se levantó; luchó por encon-
trar las palabras y luego expuso brevemente el argumento
que trato de elaborar […] “Anoche no pude dormir… porque
anoche escribí mi nombre… y comprendí que yo soy yo… que
quiere decir que nosotros somos responsables”. 29
28
Paulo Freire: op. cit.
29
Iván Illich: op. cit.
Meterio, un marakame (o chamán)
huichol resumió este principio diciendo:
“ juntar los momentos en un solo corazón, un
corazón de todos, nos hará sabios, un poquito
más para enfrentar lo que venga. Sólo entre
todos sabemos todo”.
Este mismo principio, sustrato del impulso na-
rrativo, fue expresado por Leonidas Kantule,
cacique kuna de Kuna Yala en Panamá: “Así
como hablan los palos de la choza entre sí, así
como éstos se necesitan, así debe ser la comu-
nidad… El brazo no dice que el dedo meñique
no vale. Basta que un pedacito se machuque
para que todo el cuerpo sienta el dolor”.
A veces parece que el relato tiene
una voluntad, la voluntad de ser repeti-
do, de encontrar un oído, un compañero […]
los relatos atraviesan la soledad de la vida,
ofreciendo hospitalidad al que escucha, o bus-
cándola. Lo contrario de un relato no es el si-
lencio o la meditación, sino el olvido.
[…] ¿En qué consiste el acto de relatar? Me pa-
rece que es una acción contra la permanente
victoria de la vulgaridad y la estupidez. Los
relatos son una declaración permanente de
lo vivido en un mundo sordo. Y esto no cam-
bia. Siempre ha sido así. Pero otra cosa que
no cambia es el hecho de que a veces ocurren
milagros. Y nosotros conocemos los milagros
gracias a los relatos […]
John Berger
en María Nadotti: “El silencio y la palabra”,
conversación con John Berger
y Ryszard Kapuscinsky.
es una orilla
que no tiene fin
Rómulo González Rebollar 30
el sesgo musical
En su esfuerzo por establecer una soberanía, la política
se ve afectada por la maestría del tiempo y el espacio.
Daniel Bensaid: Le Pari mélancolique
evitar confusiones. La reforma hará mucho más simple el
castellano de todos los días, pondrá fin a los problemas de
ortografía que tienden trampas a futbolistas, abogados y
arquitectos de otros países, especialmente los iberoame-
ricanos, y hará que nos entendamos de manera universal
quienes hablamos esta noble lengua.
De acuerdo con el expediente secreto, la reforma se in-
troducirá en las siguientes etapas anuales:
Supresión de las diferencias entre c, q y k. Komo despe-
gue del plan, todo sonido parecido al de la k (este fonema
tiene su definición téknika lingüístika, pero konfundiría
mucho si la mencionamos akí) será asumido por esta letra.
En adelante, pues, se eskribirá kasa, keso, Kijote.
También se simplifikará el sonido de la c y la z para
igualarnos a nuestros hermanos hispanoamericanos que
konvierten todas estas letras en un úniko fonema s. Kon lo
kual sobrarán la c y la z: «El sapato de Sesilia es asul».
Por otro lado, desapareserá la doble c y será reemplasada
por x: «Tuve un axidente en la Avenida Oxidental». Grasias
a esta modifikasión los españoles no tendrán ventajas or-
tográfikas frente a otros pueblos hispanoparlantes por su
estraña pronunsiasión de siertas letras.
Así mismo, se funde la b kon la v; ya ke no existe en
español diferensia alguna entre el sonido de la b larga y la
v chikita. Por lo kual, a partir del segundo año, desapare-
será la v y beremos kómo bastará con la b para ke bibamos
felises y kontentos.
Pasa lo mismo kon la elle y la ye. Todo se eskribirá con
y: «Yébeme de paseo a Sebiya, señor Biyar». Esta integrasión
probokará agradesimiento general de kienes hablan kas-
teyano, desde Balensia hasta Bolibia. Toda b será de baka,
toda b será de burro.
La hache, kuya presensia es fantasma en nuestra lengua,
kedará suprimida por kompleto: así, ablaremos de abichue-
las o alkool.
A partir del terser año de esta implantasión, y para ma-
yor konsistensia, todo sonido de erre inisial se eskribirá con
doble r: «Rroberto me rregaló una rradio».
No tendremos ke pensar kómo se eskribe sanaoria, y se
akabarán esas komplikadas y umiyantes distinsiones entre
«echo» y «hecho». Ya no abrá ke desperdisiar más oras de
estudio en semejante kuestión ke nos tenía artos.
Para ebitar otros problemas ortográfikos se fusionan la
g y la j, para que así jitano se eskriba komo jirafa y jeranio
komo jefe. Aora todo ba con jota: «El jeneral jestionó la je-
rensia». No ay duda de ke esta sensiya modifikasión ará ke
ablemos y eskribamos todos kon más rregularidad y más
rrápido rritmo.
Orrible kalamidad del kasteyano, en jeneral, son las til-
des o asentos.
Esta sankadiya kotidiana jenerara una axion desisiba
en la rreforma; aremos komo el ingles, ke a triunfado uni-
bersalmente sin tildes. Kedaran eyas kanseladas desde el
kuarto año, y abran de ser el sentido komun y la intelijensia
kayejera los ke digan a ke se rrefiere kada bocablo. Berbi-
grasia: «¡Komo, komo, komo, komo!»
Las konsonantes st, ps o pt juntas kedaran komo simples
t o s, kon el fin de aproximarnos lo maximo posible a la
pronunsiasion iberoamerikana. Kon el kambio anterior di-
remos ke etas propuetas osionales etan detinadas a mejorar
ete etado konfuso de la lengua.
Tambien seran proibidas siertas konsonantes finales ke
inkomodan y poko ayudan al siudadano. Asi, se dira: «¿Ke
ora es en tu relo?», «As un ueko en la pare» y «La mita de lo
aorro son de Agusti». Entre eyas, se suprimiran las eses de los
plurales, de manera que diremos «la mujere» o «lo ombre».
Despues yegara la eliminasio de la d del partisipio pasao
y kanselasion de lo artikulo. El uso a impueto ke no se diga
ya «bailado» sino «bailao», «erbido» sino «erbio» y «benido»
sino «benio». Kabibajo asetaremo eta kotumbre bulgar, ya
ke el pueblo yano manda, al fin y al kabo; dede el kinto año
kedaran suprimia esa interbokalika ke la jente no pronun-
sia. Adema, y konsiderando ke el latin no tenia artikulo y
nosotro no debemo imbentar kosa ke nuetro padre latin
rrechasaba, kateyano karesera de artikulo. Sera poko en-
rredao en prinsipio, y ablaremo komo fubolita yugolabo,
pero depue todo etranjero beran ke tarea de aprender nuebo
idioma rresultan ma fasile. Profesore terminaran benerando
akademiko ke an desidio aser rreforma klabe para ke sere
umano ke bibimo en nasione ispanoablante gosemo berda-
deramente del idioma de Serbante y Kebedo.
Eso si: nunka asetaremo ke potensia etranjera token
kabeyo de letra eñe. Eñe representa balore ma elebado de
tradision ispanika y primero kaeremo muerto ante ke asetar
bejasione a simbolo ke a sido korason bibifikante de istoria
kastisa española unibersa.
la lengua de un rey
todo. En España misma no había “consciencia de España”:
se decía “soy navarro”, “soy leonés”, etcétera, pero no “soy
español”. Además España era para los reinos cristianos una
nación ajena. Si la palabra hispaniolus se hubiera usado, ha-
bría dado como resultado españuelo. La palabra español es
un provenzalismo.
Si la propia casa real, dándose cuenta de la avalancha
de críticas, se apresuró a apaciguar las airadas voces de la
península, la “rectificación” que se terminó imponiendo al
público refleja que los monárquicos le conceden de dientes
para afuera a sus súbditos lo que no están dispuestos a re-
conocer en los territorios que quizá sigan pensando como
sus colonias.
Y es de dientes para afuera, porque el Estado español
quisiera borrar la historia de resistencia de los otros idio-
mas de la península ibérica ante el embate oficial por erra-
dicar su enorme riqueza. El arrinconamiento y la prohibi-
ción que de plano ejerció el gobierno de Francisco Franco
no lo logró.
Por fortuna, en América también resisten infinidad de
lenguas indígenas pese a la dominación de tres siglos de
monarquía española.
Afirmar que los pueblos más diversos hicieron suyo por
“voluntad libérrima” el castellano es más que un desliz para
sicoanálisis, pues intenta borrar los cinco siglos de domina-
ción que hoy día siguen presentes en las disposiciones más
diversas, como aquella de las leyes de comunicación mexi-
canas que prohíben la difusión en otra lengua que no sea el
“español”, impidiendo así la propagación y fortalecimiento
de las más de sesenta lenguas que conforman el abanico de
nuestro país.
Es fácil olvidar que cuando los ejércitos “españoles”
arribaban ante un grupo de caracterizados indígenas con
los que se pretendía trabar contacto —léase sojuzgarlos,
dominarlos, “civilizarlos”, “cristianizarlos”—, se les leía un
bando muy propio y pomposo en castellano en el que se les
exigía, como prueba de buena voluntad, la lealtad a la Co-
rona y a sus funcionarios, advirtiendo que de no ser acata-
das sus disposiciones caería el peso de dicha Corona contra
sus poblaciones. En ausencia de un traductor a modo, no
fueron pocas las poblaciones que al no entender fueron ma-
sacradas. Si eso no es ser un idioma de imposición, al rato
saldrán con que no existió la Conquista y que los pueblos
indígenas de América llamaron a los conquistadores a po-
ner orden en estas bárbaras tierras por libérrima voluntad.
Más allá de que el castellano sea una lengua de grandes
posibilidades lingüísticas y de sugerencias literarias sin fin,
su imposición como el idioma de la dominación en Améri-
ca estableció los criterios que juzgarían a todo aquel que no
estuviera “civilizado”, es decir, apaciguado. Debe ser claro
que la oficialización de cualquier idioma como la lengua
del poder excluye a todo aquel que no la habla y lo somete
al juicio de sus opresores. En el largo camino de esta im-
posición en América, la pérdida de formas de pensamien-
to, de asociación de ideas, de imágenes intraducibles, no
ha significado sólo una pérdida “cultural”. Ha significado
la erradicación de formas de vida completas, la desapari-
ción de pueblos cuya visión del mundo se expresaba en una
lengua particular cuya trascendencia podían juzgar única-
mente sus hablantes. Ante este desperdicio de vidas, ante
tal desarticulación radical del sentido que sigue pesando en
los pueblos indios de nuestro continente, ya no da risa el
disparate del rey.
globalidad,
enormidad
El entrevero
La globalización no puede ser total. Tendemos a abordar la
“globalización” únicamente en términos espaciales, si acaso,
y de manera difusa o ambigua. El término parece aplicarse
a que “algo” alcanzó todos los rincones del globo. Pese a que
la lógica del capital parece extenderse a todos los rincones
de la tierra, y a más y más actividades —financieras, de ser-
vicios, de comunicación, pero sobre todo, a últimas fechas, a
modos mundiales de producción interconectada y a un re-
novado embate por la apropiación territorial y sus recursos,
incluidos los seres humanos como fuerza de trabajo— aún
no ha logrado invadir todos los tramados de relaciones, todos
los corredores de sentido del mundo. Si así fuera, resistir este
proceso no sería imposible, sino inimaginable. No existiría
como idea.
No haber tocado todas las relaciones quiere decir que hay
resquicios. Esta es una precisión muy importante.
de patentes de cualquier parte del mundo sin que se noten
diferencias sustanciales entre ellas. Otra, no tan visible,
es aquella de los “talleres de sudor”, las maquilas situadas
en enclaves dispersos que, al interconectarse produciendo
segmentos de artículos de consumo, rompen la lógica tra-
dicional de los enclaves geográficos donde se sitúan y la
lógica social —y por ende política— de los conglomerados
a quienes utilizan como mano de obra.
En esta nueva vuelta de la apropiación, los países regio-
nales también se descubren. No son paisajes, aunque para
los ajenos puedan parecerlo. Son un tejido de vidas e histo-
rias, de asuntos inconclusos y condiciones materiales que
configuran la desigualdad, pero también la resistencia. Para
existir, la globalidad deja huecos, enclaves de abandono. No
es que tales enclaves estén totalmente fuera de los controles
y aparentes ventajas del sistema. Con el cerco tendido se
aprisiona y excluye, se utiliza y desperdicia, se ambiciona
y desprecia.
El mundo es hoy un tramado de fronteras difusas que
dispersan y fragmentan la vida y la historia de infinidad
de comunidades urbanas y rurales. En este entrevero los
focos de esta aparente marginación se multiplican y enton-
ces surgen reivindicaciones de identidad que se hallaban
subsumidas por formatos muy delimitados.
sieron a esta idea, el concepto de progreso surgió triunfante.
Esta idea de la historia, única, dirigida hacia el futuro como
progreso, se reforzó en lo popular porque teníamos acceso
únicamente a nuestra experiencia o a la de un racimo de
experiencias bastante restringida espacialmente.
No nos era dado trabar conocimiento con los procesos
que en paralelo ocurrían en el mundo. Ahora hay una con-
ciencia de paralelismo y podemos sumarlo a nuestra expe-
riencia localizada. Es decir, la globalización, con todos sus
problemas inherentes, también posibilita la perspectiva y
la percepción de sincronías y diacronías que no eran acce-
sibles antes.
La enormidad
La herramienta es inherente a la acción social.
En tanto actúo como ser humano, me sirvo de herramientas.
Según que yo la domine o ella me domine, la herramienta me liga
o me desliga del cuerpo social. En tanto yo domine la herramienta,
yo doy al mundo mi sentido; cuando la herramienta me domina,
su estructura conforma e informa la representación
que tengo de mí mismo.32
33
Ibídem, p.11.
tura misma de la producción industrial de lo necesario y de
lo suntuario. Condicionado para creer que la escuela puede
ofrecerle una existencia de conocimientos, llega a creer igual-
mente que los transportes pueden ahorrarle tiempo, o que en
sus aplicaciones militares, la física atómica le puede proteger.
Se apega a la idea de que el aumento de salarios corresponde
al del nivel de vida y que el crecimiento del sector terciario
refleja un alza en la calidad de la vida.
En realidad, la industrialización de las necesidades reduce
toda satisfacción a un acto de verificación operacional […] la
definición industrial de los valores entorpece la posibilidad
del usuario de percibir extremadamente la estructura pro-
funda de los medios sociales. Le es difícil captar que existe
una vía distinta, que no es la alienación del trabajo, la indus-
trialización de la falta y la supereficiencia de la herramienta.34
34
Ibídem, p. 41-43
que impide la decisión propia. Los gobiernos y el mercado
cubren a las localidades con un cúmulo avasallador de de-
cisiones tomadas en otro sitio; les imponen significados,
sentido a su existencia.
Este es uno de los elementos centrales de la denominada
erosión cultural.
Puesto así, la erosión cultural no podrá combatirse sin ejer-
cer un trabajo que incida directamente en la dislocación que
la produce. Desde principios del siglo xx, los antropólogos
y etnógrafos impulsaron una visión esencialista de la ero-
sión cultural que con nostalgia documentaba únicamente
la pérdida de culturas, de lenguajes concretos. Me sigue
pareciendo importante documentar esta pérdida paulatina
y a veces sorpresiva de modos de vida, de conductas, rasgos,
costumbres y formas de trabajo, pero debemos trascender
la visión de los saberes como objetos que se desvanecen,
de lenguajes que desaparecen, de pueblos indios que ya se
extinguieron. Todo saber, cada uno de sus detalles, es un
tramado de relaciones y está inmerso en un tejido —en una
complejidad social.
La erosión primera y más grave en el ámbito de la cul-
tura, digamos la pérdida que desbarranca el proceso de la
erosión cultural, es la pérdida —en realidad el robo— del
sentido. Con este robo comienza el proceso de alienación y
el deshilado del tejido común del saber, del significado y la
confianza en la existencia propia.
Es decir, la megaestructura que hoy conforma la enormi-
dad, anclada en buena medida en la profesionalización del
saber —en la intención y el programa de tornarlo artículo
de consumo en la escalera trepadora de la educación— con
el positivismo tuvo como contraparte la cosificación de los
saberes no normatizados, no sujetos a un entrenamiento
concreto y regulado. La cultura dejó de ser vista como un
proceso complejo y se emparejó con el término de costum-
bres. Los saberes y técnicas aprendidos en el trabajo concre-
to de las comunidades se emparejaron a usos. Documentar
o lamentar la pérdida de segmentos de tales “culturas”, así
tan gruesamente definidas, legitimaba, en realidad, la visión
dominante impulsada por la idea del progreso, y por la idea
de una moral que lamentaba “los daños colaterales”.
En un mundo en el que la enormidad reina, alienando a
las personas y a los conglomerados de las decisiones que les
competen al tiempo en que los mantiene prisioneros de mu-
chas de las previsiones surgidas de estas decisiones; en un
mundo en que la individualización de las relaciones com-
partimenta a cada persona más allá de la frontera de clase y
la sitúa en una indefensión ante las leyes; en un mundo en
el que el vertiginoso advenimiento de los cambios hace que
las personas se aferren más y más a cualquier inmutabili-
dad, al tiempo en que la petrificación de sus condiciones de
ambigüedad y desigualdad las empujan a resistirse transfor-
mando esa realidad avasallante, la comunidad es una de las
pocas defensas que se mantienen vivas para lograrlo. Hoy
toda comunidad está en resistencia —sea que se organice
para sobrevivir, para reflexionar sobre su condición, para
protestar, para transformar condiciones locales y o coyun-
turales, sea que pase a la exigencia legal por los restrictivos
canales legales y burocráticos, a la manifestación pública, a
la acción directa, a la revuelta, o al levantamiento pacífico
o armado.
“la acera es un libro
de historia”
35
John Berger: Pig Earth. Writers and Readers, Londres, 1979.
ciones y oficios miles, tienen la tarea de hacer la crónica del
caso de una mujer joven, obrera, dependienta o secretaria,
que intentó matar a un patrón que la acosaba. Uno de ellos
decide rastrear sus pasos y enhebrar la historia en los si-
tios del acontecimiento. El otro, menos serio, decide que
la va a inventar, y se lanza a la calle a vagar, topándose con
la mujer, entablando azarosamente una relación con ella y
tomando de ella muchos elementos para armar su persona-
je. Ella resulta libre, franca, abierta y llena de sugerencias,
arisca si se le presiona. Un campesino secuestra a dos fo-
restales que le vienen a cobrar por trabajar, por producir lo
que ellos no han producido (alcohol casero en este caso) y a
quienes al final deja en libertad afrontando la cárcel que se
le avecina porque un acto de venganza “termina en derrota
pues uno puede cobrar venganza únicamente de aquellos
iguales a nosotros. Aquellos dos pertenecen a otro tiempo.
Son nuestros prisioneros y sin embargo no hay venganza
posible. Nunca sabrían qué estamos vengando”. Una cam-
pesina menuda que a pesar de sus enormísimas sensibili-
dades, constancia en el trabajo y agudeza organizativa y
humana, es desterrada de su pueblo por considerarla rara,
viviendo desde entonces a su muerte en una cabaña en el
bosque. De su refugio viaja con frecuencia a enfrentar la
ciudad armada de hierbas, bayas y flores que recoge atenta
y dedicada, y donde, del producto de sus ventas, saca para
gustos menores, pero que la regresan a sí misma y la inter-
nan en la imaginación, en el viaje. Por codicia, aunque no
se descartan otros móviles, es asesinada en su cabaña. No
hallan al culpable. Un hombre la recuerda y narra, y hace
énfasis en un encuentro furtivo con esa mujer, una noche
clara muchos años atrás. Un médico rural resume en él, por
su trabajo, el pulso del pueblo entero resintiendo heridas y
asombros. Historias comunes, poco idealizadas, porque “la
idealización y la hipocresía cierran preguntas. La franqueza
las deja abiertas.”
Su implicación final es una crítica cerval contra la cultu-
ra del progreso y el emparejamiento progresivo de la expe-
riencia, que siempre permanecerá evanescente y fragmen-
taria para quien no la vive, mientras para el actor siempre
será continua, indivisible, nuclear: una constelación tejida
por cada uno donde todo es todo el tiempo.
escalera al vacío
Books, Nueva York, 1977. Todas las citas de Iván Illich provienen de ahí.
La profesionalización surge de separar paulatinamente
trabajo y vida cotidiana. En la medida en que el trabajo se
parcializó, el conocimiento se alejó del ámbito de lo contin-
gente en las sociedades que tendían a la industrialización.
La historia es larga, pero baste decir que con el advenimien-
to de los monasterios, precursores de las universidades, se
individualizó la aprehensión del conocimiento y se intensi-
ficó la separación entre el ser humano y su entorno.
La profesionalización del conocimiento hizo de éste un bien
de consumo y una empresa individual. Lo que se compra en
el mercado, el mercado académico (así como en los mercados
industrial, militar y gubernamental), es la habilidad de un
individuo para producir conocimiento. Para hacer posible
esta compraventa mercantil, debe estar indivisiblemente en
manos de un individuo, del mismo modo en que la fuerza de
trabajo de una persona debe ser propiedad individual para
que se convierta en un bien de consumo […] El individua-
lismo es la condición para la cosificación del conocimiento
y por eso se enseña tan estrictamente a todos los niveles de
educación —desde la primaria hasta el postgrado—, con
políticas de regulación y normas de esa producción indivi-
dualizada de conocimiento que eufemistamente se conocen
como “códigos de ética”. 37
Éste es el currículum oculto. Ningún maestro o consejo
consultivo escolar buena onda podrán controlarlo jamás
pues constituye el marco inalterable del sistema: definir que
la escolarización es “la única forma de prepararse para la
vida adulta en sociedad” y que lo aprendido fuera de la es-
cuela carece de valor. No importa lo bien intencionado de
la enseñanza, “mientras la institución reclame la autoridad
de definir cuáles actividades considera educación legítima”.
¿Suena actual, no? En los momentos en que grupos cre-
cientes de estudiantes cuestionan la racionalidad de la edu-
37
Frederique Apffel Marglin [comp.]: “Introduction: Knowledge and
Life Revisited”, Production or Regeneration? An Andean Perspective
on Modern Knowledge, Zed Books, Londres, 1997.
cación y su lógica neoliberal, en los momentos en que los
defensores de esta cosificación desenvainan sus plumas y
vociferan contra el sacrilegio de tales cuestionamientos, vale
la pena recordar las palabras de Illich:
Debe entenderse claramente que el currículum oculto de
las escuelas traduce la enseñanza de una actividad en una
mercancía cuyo mercado monopoliza la escuela. El nombre
que ahora damos a esta mercancía es “educación”, producto
cuantificable y acumulativo de una institución profesional-
mente diseñada —la escuela—, cuyo valor puede medirse por
la duración y lo costoso de aplicar tal proceso (el currículum
oculto) al estudiante. El graduado de una universidad local
y el que recibe un título de una universidad famosa podrán
haber adquirido 135 créditos en cuatro años, pero son to-
talmente conscientes del valor diferencial de su acervo de
conocimientos.
[…] Nos hemos acostumbrado, a través de los escritos de
Karl Marx, a hablar de la enajenación del obrero por su tra-
bajo en una sociedad clasista. Debemos ahora reconocer el
extrañamiento del hombre por su aprendizaje cuando éste es
producto de una profesión de la que es consumidor.
En tanto, grupos de filósofos, epistemólogos y lingüistas
arriban a conclusiones muy distintas de las supuestas en
una cultura escolarizada.
Haciendo eco de las nuevas teorías sobre la generación
del saber y reconstruyendo algunos valores de las comu-
nidades campesinas e indígenas, reconocen con más pre-
cisión que el saber no puede ser individual y que sólo se
logra en colectivo (un colectivo que no es masa sino algo
más que la suma de las partes). Una revolución así en el
“ámbito educativo” no significa una logística ni una eco-
nomía más refinadas de la educación, ni una apertura del
menú educativo, ni ámbitos cotidianos de instrucción “no
escolar” —la capacitación extramuros es igualmente santi-
ficadora—, sino una cultura desescolarizada que reconozca
el valor intrínseco de los otros y del continuo de saber que
construimos juntos. Es decir, las conclusiones contempo-
ráneas arriban a la reivindicación de la crianza mutua, una
responsabilidad compartida por crear sentido en común
que puede no requerir mediadores.
Los pueblos indios comienzan a esbozar una idea recu-
rrente: existe la necesidad de reconstituirse como sujetos,
tornarse actores de su transformación. Base de su intento
autonómico, esta reconstitución pasa necesariamente por
acercar de nuevo las decisiones a su entorno de relación. Y
entre el aprendizaje escolar y la vida misma sucede una de
las dislocaciones más graves. Como además los contenidos
de la educación que han sufrido son colonizadores y eter-
nizan los valores de sus opresores (más acá del currículum
oculto ya esbozado), se cuestiona el papel de los maestros
en las comunidades, su poder como dispensadores de co-
nocimiento.
En el fondo, cualquier planteamiento radical en la edu-
cación cuestiona centralmente las relaciones entre quienes
aprenden y quienes dicen enseñarles. La escuela como espa-
cio resume el sistema que literalmente representa: también
hay que pasarla a revisión. Por encima de todo, se trata de
reconstruir la responsabilidad de enseñar y aprender —y
no dejarse medir por otros.
Aquellos maestros que han roto con su papel de transmi-
sores de la cosificación y el requisito, asumen un papel de
promotores de la creatividad social, de la autogestión en su
sentido más profundo y más amplio, e intentan abandonar
el papel de poder que hoy encarnan.
Mientras persista la institución educativa, nada le jus-
tifica tener cortapisa alguna, ni en cuotas ni en “mérito
académico”, que nunca es definible por más estadística que
se le adose. Los verdaderos calificados en los exámenes de
promoción de grados son los programadores (no sólo los
educativos, sino los del quehacer social general).
Si el cuestionamiento de la educación ha de ser radical,
no puede quedarse en esto; existe la posibilidad de desmar-
car la cultura de la escolarización a la que está sujeta toda-
vía. Hay que recuperarle al saber y a la práctica, a la teoría
y su técnica asociada, un carácter potenciador y transfor-
mador, su racionalidad no discriminadora, su responsabili-
dad social y su construcción compartida. Esto significa “la
creación de una relación radicalmente nueva entre los seres
humanos y con su entorno”. Dice Illich:
Para que una persona pueda desarrollarse necesita, antes que
nada, tener acceso a cosas, lugares y procesos, acontecimien-
tos y datos. Necesita ver, tocar, asir, ocuparse con lo que existe
en un escenario significativo. En la actualidad este acceso le
está negado en buena medida. […] Ni la estructura política
ni la profesional de nuestras sociedades, oriental y occidental,
podrían soportar que se elimine el poder de impedir el acceso
a saberes que podrían servir a muchas clases de personas.
el narrador
un ensayo sobre la conversación
John Berger
el misterioso tejido
todo razonamiento deben obedecer a una lógica industrial,
aunque vaya contra las tradiciones y las estrategias comu-
nes que durante milenios resolvieron la vida de la gente.
Esto, que se reconoce poco, es una de las opresiones más
profundas que sufrimos. Por esa lógica, el modo industrial
suplanta todo quehacer, experiencia, inventiva, experimento
y reflexión compartida que no siga la lógica de escala gi-
gante y producción masiva —dañando inmensamente las
escalas naturales del quehacer humano. Los métodos de la
industria y las imposiciones de los técnicos, los políticos, los
sistemas y los empresarios, son una barredora que puede
arrasarlo todo en un suicidio planetario que no reconoce la
importancia de ninguna relación, salvo la del dinero.
Y como el dinero sustituye todas las otras relaciones, la
lógica industrial convierte todos los saberes en mercancía
para hacer uso de ellos como partes de alguna producción
en serie.
Tratar los saberes como mercancía es hacerlos cosas y
tornarlos vacíos y ajenos. Es despojarlos del impulso creati-
vo —y comunitario— de donde surgieron. Los saberes mer-
cantilizados se tornan “conocimientos” enseñados por los
“profesores”, certificados grado a grado por los “expertos”
en el sistema oficial “educativo”, “económico”, “científico”
o “asistencial”, hasta quedar desligados de la comunidad de
donde surgieron. Entonces los controladores de empresas y
gobiernos a nivel local, nacional y mundial pueden condi-
cionarlos a su antojo y hasta utilizarlos contra la gente que
antes les iba dando forma libre.
Que sean una mercancía los hace propensos de compra-
venta. Estar certificados, usarlos como cosas, los pone a
jugar como “propiedad”, en este caso “propiedad intelec-
tual”, patentable. Al patentarse, son secuestrados del todo,
y no pueden ya fluir en su eterna transformación creativa.
Patentarlos es destruirlos como bienes comunes, es destruir
la creatividad social. Porque es absurdo patentar todo el
quehacer de una comunidad o adueñarse de los elementos
que hacen la vida de toda una comunidad, un pueblo, una
región. Pero se hace. Y cuando no se patentan, se menospre-
cian. La arrogancia académico-técnica puede considerar esos
saberes “superstición, subjetividad, sentido común, igno-
rancia”. ¿Cómo es posible patentar la cultura de un pueblo?
Así, mucha gente los abandona y adopta el “conocimien-
to” de los expertos, que cuesta dinero, y que entraña tam-
bién sumisiones y dependencias además de ser (en muchas
ocasiones) contraproducente y nocivo porque se basa en
supuestos ajenos, externos y que emparejan.
Se erosiona así la verdadera civilización popular que a
contrapelo de los sistemas mantiene al mundo andando.
Porque los saberes no son cosas. Son tramados muy
complejos de relaciones, muchas de ellas ancestrales, y se
entreveran con la comunidad, el colectivo, la región, la cir-
cunstancia, la experiencia de donde surgen y donde se les
celebra como parte de un todo que pulsa porque está vivo.
A ese todo los pueblos indígenas del mundo le llaman terri-
torio: ahí es donde los saberes encarnan, crecen y se repro-
ducen mediante la crianza mutua, porque son pertinentes
al entorno social, natural y sagrado que los creó y sigue
creando. Pueden ser técnicas de cacería, métodos de siem-
bra, limpieza, recolección, pesca, hilado, alfarería, cocción,
herrería, costura, selección de semillas o su cuidado ances-
tral. Formas más abstractas como cosechar agua, equilibrar
torrentes, convocar lluvias, recuperar manantiales, curar
los suelos, desviar los vientos, curar nostalgias, pérdidas,
malos sueños, dar a luz o restañar heridas. Son actitudes
de dignidad y de respeto, pero también el empeño de no
dejarse oprimir. Son modos de la querencia pero también
modos de equilibrar el daño, la culpa y la zozobra. Son tam-
bién formas de organización y de hacer claro el trabajo y la
vida social compartida, son formas de lucha y resistencia
contra el olvido.
Entonces muchos pensadores y la gente común, por
igual, nos damos cuenta que el saber siempre se construye
en colectivo, que no es posible que sepamos nada solos,
que el saber individual es imposible, porque decir saber
es decir lenguaje y el lenguaje es nuestro bien común más
vasto y más expansivo. Entonces vamos entendiendo que
los saberes son bienes comunes libres, y que si se privatizan
se rompe el sentido de nuestra vida y se pone en riesgo el
propósito fundamental de dichos saberes que es fortalecer
la relación natural de respeto, cuidado y justicia entre las
personas, las comunidades y el territorio natural donde nos
relacionamos. Los saberes, construidos expresamente en co-
lectivo, son la base de nuestras posibilidades de resistencia y
utopía. Por eso, para que sigan vivos esos saberes, debemos
asumir expresamente su impulso de resistencia.
Hoy, los pueblos, las comunidades, los colectivos indí-
genas-campesinos, pero también los colectivos urbanos de
barriadas y favelas saben que para romper los cercos hay
que reivindicar la construcción propia de los saberes, el
impulso a nuestro tejido común de saberes no certificados,
nuestra recuperación de la historia propia, nuestro propio
diagnóstico de las condiciones que pesan sobre nuestra re-
gión, nuestros canales de confianza, nuestra creatividad
social, es decir, nuestra autogestión integral.
Los saberes no son cosas, son tejidos de relaciones. Son
procesos. Si seguimos viendo los saberes locales como co-
sas nos quedamos en la nostalgia de lo que se nos pierde
o nos privatizan. En cambio, si reivindicamos con fuerza
comunitaria los saberes y estrategias que construimos co-
lectivamente, la visión que vamos compartiendo más y más,
el trabajo común, desde nuestros rincones que son centros,
será más probable defender la vida con toda su esperanza.
Oídas en los cruces de caminos
como regalo de confianza entre
viajeros, escurriéndose en la canción que
creímos no haber atendido, cómodo fuego que
habla desde el silencio de su arder pero que
enciende espejos en nuestro propio cine, suspiro
de quien yace abrazado a su amor en la pe-
numbra, invocación que muestra y mide, que
impulsa y niega, las narraciones son tal vez la
forma más ancestral de la metamorfosis. Al
relatar traducimos y eso nos transforma. Vivi-
mos contándonos historia tras historia porque
cambiamos todo el tiempo. Cuando sentimos
que cambiamos, cuando lo reconocemos, nace
también una narración. Puede ser el reporte
mínimo y quizá más atávico de nuestros con-
tactos o toda la riqueza de nuestro ser con
otros, pero en su cauce, por sus cauces, flota a
la deriva su impulso: recrear, hacer sentido de
la experiencia.
papeles populares
la agricultura:
sus saberes y cuidados
GRAIN
Ricardo Robles:
lo subversivo de
pensar en presente 38
Ya resulta paradójico y muy subversivo apelar a la construc-
ción participativa y justa de una nueva legalidad: el sistema
social-político-jurídico-legal realmente existente puede re-
formar minucias pero prohibe y criminaliza tajante, me-
diante sus aparatos y leyes, el uso de la ley para reivindicar
las demandas de la gente.
Ahora, más y más, la gente común, los pueblos del mun-
do con su vida como resistencia ante lo innombrable, tienen
que remontar demasiados procesos para lograr cuestionar
el punto ciego del sinsentido y reivindicar la memoria como
herramienta de conciencia contra cualquier sistema.
Como bien lo supo Ricardo Robles (el Ronco), y muchos
otros compañeros de camino, ahora es más claro que nunca
que, en perspectiva, de un lado están los sistemas políticos,
sociales, económicos, ecológicos y todo su tinglado de pro-
cesos enredándose más y más, sean de centro, de derecha o
de izquierda, y del otro lado está la gente, con sus visiones,
sus anhelos, su sentido en común, y su empeño por entender
entre todos. Desde el fondo de los pueblos, de sus comuni-
dades, nos vamos pasando la palabra remota, los sucesos,
el sueño, varios principios básicos y la responsabilidad de
cuidar del mundo a contrapelo de esos mentados sistemas.
Son los pueblos indígenas, los pueblos campesinos, quienes
tienen más clara esta separación: esta soledad.
Para muchos, este dilema entre la gente y los sistemas,
entre la gente y su historia interminable de imposiciones
tan ruines, recrudece la añoranza perpetua de un futuro
diferente, hace urgente la distante idea de una utopía por
alcanzar, de un paraíso por celebrar, de un reino de los cie-
los por habitar. Y esos muchos, esos millones, tienen razón,
hace falta un futuro diferente.
La ciencia se funda en la clara
separación y oposición entre los
humanos y la Naturaleza y entre el
sujeto que conoce y el objeto por conocer. Para
la ciencia, la cultura es un atributo exclusiva-
mente humano y es precisamente la cualidad
que hace a los humanos y a la Naturaleza di-
ferentes…
Aquí [el mundo andino] la conversación no
se reduce al diálogo, a la palabra, como en el
mundo occidental; en cambio aquí la conver-
sación involucra todo el cuerpo. Conversar es
mostrarse cada uno recíprocamente, es com-
partir, es la comunidad, es bailar al ritmo
que en todo momento corresponde con el ciclo
anual de vida. La conversación asume toda la
complicación característica del mundo vivien-
te. Nada escapa a la conversación. Aquí no hay
privacía. La conversación es inseparable de la
crianza. Para los humanos, hacer la chacra es
cultivar plantas, animales, suelos, aguas, cli-
mas, es conversar con la Naturaleza.
Pero en el mundo andino-amazónico todo, no
sólo los humanos, hace y cría la chacra, todo
cría. La chacra humana no sólo la hacen los
humanos sino todo, de una manera u otra
participa en la creación-crianza de la chacra
humana: el sol, la luna, las estrellas, el monte,
los pájaros, la lluvia, el viento… incluso el hielo
y la nieve.
Eduardo Grillo
(“Introduction: Knowledge and life revisited”,
en Frederique Apffel Marglin [comp.],
Production or regeneration? An andean perspective
on modern knowledge).
la urgencia de
las muchas lenguas
Términos y conceptos particulares del tojolabal desnudan y
develan los conceptos correspondientes del español y en este
sentido van más allá de una obra lexicográfica… La lengua
materna se nos enseñó sin referirse al bagaje ideológico que
se ha acumulado en el idioma a lo largo de los siglos desde los
tiempos clásicos del mundo antiguo, muy anterior al español
y otros idiomas europeos…
Al comparar los conceptos tojolabales, se nos manifies-
tan la particularidad del tojolabal, que no ha compartido la
misma historia, y la peculiaridad del español y otras lenguas
europeas, muy dominantes. Al comparar las dos lenguas, nos
encontramos frente a cosmovisiones (…) que a la vez impli-
can diferencias ideológicas inesperadas y poco sospechadas…
Ambas lenguas comunican realidades de las cuales los ha-
blantes a menudo no han cobrado conciencia.
Y basten dos ejemplos. Mientras que para los tojolabales
el término chonab’ (que hay quien traduce superficialmente
como ciudad) es el sitio donde se compra y se vende, y no se
le asocia fácilmente con algún conglomerado civilizatorio
o con un modelo de comportamiento, ciudad en castella-
no, la civitas, es el sitio de civilización, de confluencia de
ciudadanos, y se opone al ámbito rural, al pago (de pagus,
aldea en latín), donde viven los campesinos, los “paganos”,
que terminaron siendo por menosprecio, los idólatras. Por
otro lado, si bien el término castellano cultura deviene del
latín colere, que en sus inicios era el cultivo de la tierra,
hoy hablamos con redundancia de agricultura y el térmi-
no cultura, escindido de su origen, se asocia a lo urbano,
a lo “civilizado”. En cambio, el concepto tojolabal ‘a’telta
ja lu’umi es trabajar la milpa, la tierra, y significa para los
tojolabales una forma integral de vida y sigue vigente como
organización de su mundo.
Sería inagotable el ejercicio de cotejo. Muchos otros con-
ceptos nos descolocan de la actitud esencialista y menos-
preciativa de quienes ven en las lenguas indígenas fragmen-
tos de una arqueología incómoda. Que estas lenguas sigan
vigentes potencia la posibilidad de recuperar un sentido
pleno a la vida. Que actúen mediante una explícita y valo-
rada construcción comunitaria del saber las hace una vital
resistencia en un mundo que tiene o cree tener secuestrado
el sentido pleno de la existencia.
…la vida en un pueblo [en un ba-
rrio]… es también un retrato vivo de sí mis-
mo: un retrato comunitario. Al igual que en
los relieves de los capiteles de una iglesia ro-
manesca, hay una identidad de espíritu entre
lo mostrado y cómo se muestra —cual si los
retratados fueran también los que esculpen—.
El retrato de sí mismos está construido, no de
piedra sino de palabras, habladas y recorda-
das: opiniones, historias, reportes testimonia-
les, leyendas, [mitos] comentarios y rumores. Y
es un retrato continuo; su trabajo nunca para.
Hasta hace poco el único material disponible
para que un poblado y sus habitantes se defi-
nieran a sí mismos eran sus partes habladas.
Un retrato propio —aparte de los logros físicos
de su trabajo— era la única reflexión en torno
al significado de su existencia. Nada ni nadie
más reconocía tal significado. Sin un retrato
así… el poblado se hubiera visto forzado a du-
dar de su existencia.
el pensamiento
y sus afinidades
Alfredo Osuna
por el Consejo de Ancianos de la tribu
mayo-yoreme de Cohuirimpo, Sonora
En qué se parece tu pensamiento al bosque.
En qué se parece a un árbol.
En que se parece a la vegetación.
En qué se parece a una flor.
En qué se parece a la tierra reverdecida.
En qué se parece tu pensamiento a una milpa sembrada.
En qué se parece a los granos del elote.
En qué se parece tu pensamiento a un pantano.
En qué se parece a un hombre y a una mujer que se aman.
En qué a tu esqueleto que camina sobre la tierra con el de-
seo de alcanzar la estrella de la noche que se convierte en
mañana.
En qué se parece tu pensamiento a tus cabellos.
En qué se parece a tu corazón que late.
En qué se parece a la sangre que corre por tus venas.
En qué a tus pasos.
En qué a tus brazos.
En qué a tus manos.
En qué a tus veinte dedos.
En qué se parece tu pensamiento a la distancia de tu voz.
En qué se parece tu pensamiento a tus labios.
En qué se parece a tu lengua.
En qué se parece a tus ojos.
En qué se parece a tus pestañas.
un mensaje
lleva a otro
cómo resistir la prisión-mundo
John Berger
El referente que encontré es ése de la prisión. Nada menos.
Por todo el planeta vivimos en una prisión.
La palabra nosotros, cuando se imprime o se pronuncia
en las pantallas, se ha vuelto sospechosa. Todo el tiempo
la usan los que, detentando el poder, con demagogia di-
cen hablar por aquellos a quienes les niegan ese poder.
Hablemos de nosotros pronunciando ellos. Ellos viven en
una prisión.
Qué clase de prisión, cómo se construyó, dónde está si-
tuada. ¿O acaso utilizo la palabra únicamente como figura
del lenguaje?
No, no es metáfora, el encarcelamiento es real, pero para
describirlo tiene uno que pensar históricamente.
Qué tipo de prisión.
Michel Foucault ha mostrado gráficamente que la pe-
nitenciaría fue una invención de fines del siglo dieciocho,
principios del siglo diecinueve, vinculada de cerca con la
producción industrial y sus fábricas y su filosofía utilitaria.
Antes hubo cárceles que eran extensiones de las jaulas y los
calabozos. Lo que distingue a la penitenciaría es el número
de presos que puede empacar, y el hecho de que todos ellos
se encuentren bajo continua vigilancia —gracias al modelo
del panóptico, según lo concibiera Jeremy Bentham, que
introdujo el principio de la contabilidad a la ética.
La contabilidad exige que toda transacción se anote. Por
eso las paredes circulares de las penitenciarías, las celdas
dispuestas en círculos y la torre de vigilancia como tornillo
en el centro. Bentham, quien fuera el tutor de John Stuart
Mill a principios del siglo diecinueve, fue el filósofo utilita-
rista que más justificó el capitalismo industrial.
Hoy, en la era de la globalización, el mundo está domi-
nado por el capital financiero, no el capital industrial, y los
dogmas que definen la criminalidad y la lógica del encar-
celamiento han cambiado radicalmente. Las penitenciarías
existen aún y se construyen más y más. Pero los muros de
la prisión sirven ahora para un propósito diferente. Lo que
constituye un área carcelaria se ha transformado.
¿Han notado que cada vez es más difícil sacar las mer-
cancías pequeñas de sus empaques? Algo semejante ocurre
con las vidas de quienes tienen un empleo que les brinda
ganancias. Quienes tienen empleo legal y no son pobres,
viven en un espacio muy reducido que les permite menos
y menos opciones —excepto la opción binaria y continua
entre obedecer y la desobediencia. Sus horas laborales, su
lugar de residencia, sus habilidades pasadas, su experiencia,
su salud, el futuro de sus niños —todo lo que queda fuera
de su función como empleados ha tenido que asumir un
pequeño segundo lugar ante las imprevisibles y vastas exi-
gencias de la ganancia en efectivo. Es más, la rigidez de esta
regla de la casa se conoce como flexibilidad. En prisión las
palabras se voltean de cabeza.
La alarmante presión de las condiciones del trabajo muy
calificado obligaron recientemente a las cortes japonesas a
reconocer y definir una nueva categoría propuesta por los
médicos forenses: “muerte por trabajo excesivo”.
Ningún otro sistema es posible, le dicen a los empleados
bien remunerados. No hay alternativa. Tomen el elevador.
El elevador es tan diminuto como una celda.
¿No era una forma de prisión vivir bajo cualquiera de las
tiranías del pasado? Sí, pero no en el modo que describo.
Lo que se vive hoy es nuevo por su relación con el espacio.
Es aquí donde el pensamiento de Zygmunt Bauman es
iluminador. Él apunta que las fuerzas corporativas de mer-
cado que ahora gobiernan el mundo son extraterritoriales,
es decir “sin restricciones territoriales, sin restricciones de
localidad”. Son perpetuamente remotas, anónimas y nunca
toman en cuenta las consecuencias físicas, territoriales de
sus acciones. Y cita a Hans Tietmeyer, presidente del Banco
Federal de Alemania: “El reto de hoy es crear condiciones
favorables para dar confianza a los inversionistas”. La prio-
ridad suprema y única.
En seguimiento de esto, la tarea que le asignan a los
obedientes gobiernos nacionales es controlar las pobla-
ciones mundiales de productores, consumidores y pobres
marginados.
El planeta es una prisión y los gobiernos obedientes, sean
de derecha o de izquierda, son los pastores, los guardias.
los nombres de
las mujeres
Louise Erdrich
Poco tiempo después de este relato tribal escrito se hizo
común la práctica de rebautizar a las personas, incluso un
ejercicio eclesiástico y, como resultado, la mayoría de las
mujeres de las siguientes dos generaciones llevaron nombres
de santos venerados por los franceses. Ella Conoce al Oso
se tornó Marie. Nube en Pendiente fue bautizada Jeanne.
Toma Cuidado del Día y Mujer del Día Amarillo ambas fue-
ron Catherine. Sus identidades se perdieron, así, de repente.
Las hijas de mis ancestros los kwayzancheewin —Actúa
como Niño y Mujer de Tierra Rayada— no tuvieron regis-
tro y no hay indicios o reflexión alguna de sus naturalezas
individuales en los archivos dispersos de aquellos tiempos,
pese a que deben haber sido rudas si sobrevivieron: hubo
epidemias de tifoidea, gripe, sarampión y otras enfermeda-
des que devastaron a la tribu cada invierno. Debieron crecer
sensatas, trabajadoras, sin desviar la atención de sus tareas.
Tal vez tuvieron suerte. […]
anishinabe. No crecí en el lenguaje antiguo, ni me pude
adherir al ciclo de ceremonias religiosas que gobiernan las
relaciones espirituales que los anishinabe mantienen con la
tierra y con el orden moral de configuraciones humanas.
Soy el matrimonio de muchos antecedentes, y como tal me
siento libre de hacer simplemente lo que creo correcto.
Mi madre teje, cose, hace conservas y seca comida. Sabe
cuándo colectar tés y zarzas, ponerle trampas a los conejos,
ordeñar vacas y batir la mantequilla. Puede cultivar cala-
bacitas y melones partiendo de las semillas que recogió el
otoño anterior. Ella es, como las mujeres que vinieron antes
de mí, depositaria de todas las virtudes del hogar, y yo soy
la primera en una larga línea que no ha empacado la cose-
cha del otoño dentro de los makuks de corteza de abedul o
en bolsas de piel en una bodega polvosa, seca y fría. Soy la
primera que escarba el suelo por placer, no para sobrevivir,
y que cultiva flores en lugar de papas. Yo registro en vez de
practicar las artes que llenaban las manos y los días de mi
madre y su madre, y todas las madres que se extienden ha-
cia el pasado hasta las sombras, cuando las mujeres llevaban
nombres que nos decían quiénes eran.
Recostados boca arriba, miramos
el cielo de la noche. Es aquí donde co-
menzaron las historias, bajo la protección de
multitud de estrellas que nos escamotean cer-
tezas que a veces regresan como fe. Aquellos
que primero inventaron y después nombraron
las constelaciones eran narradores. Trazar una
línea imaginaria entre racimos de estrellas les
otorgó imagen e identidad. Las estrellas tejidas
en esa línea fueron como los sucesos tejidos en
una narración. Imaginar las constelaciones no
cambió las estrellas, por supuesto, ni el vacío
negro que las circunda. Lo que cambió fue la
forma en que la gente leyó el cielo nocturno.
John Berger,
And our faces, my heart, brief as photos
sin hacer historia
no(o tenemos infancia
que todo lo dicho sea tomado
como pregunta)
1. La más fulgurante, por lo menos a nivel de medios, es
la protesta global contra la globalización: Londres, Seattle,
Génova, Washington, Québec, Porto Alegre. Está muy bien,
la gente ha diseñado creativas formas de lucha, se enfrenta
con la policía siguiendo un feng shui del combate pacífico,
formas afines a quienes las emprenden por grupos de inte-
rés. El sistema mundial sufre un descalabro, reportan los
medios, la gente se conoce: vienen de tantos lados, de tantas
corrientes, es el trabajo de redes que de por sí existen, o que
van sumando a otros que no se habían involucrado.
Es un nivel muy importante de la resistencia, y seguro el
sistema siente pasos. ¿Problema central? Son sucesos. Even-
tos puntuales. Son demostrativos de una fuerza, pero no
alteran las condiciones operantes cotidianamente en todo
el mundo, ni siquiera cuando lograran incidir en alguna o
la mitad de las ochenta mil trescientas veinticinco políticas
públicas macro que organismos como el fmi, el Banco Mun-
dial, la omc, nos tienen preparadas. No podemos negarlas
como formas de lucha, pero no resuelven el problema de
fondo ni permanentemente.
Por si fuera poco, no necesariamente quienes asisten
tienen un vínculo ni un conocimiento, ni un trabajo que
realmente pueda alterar las condiciones cotidianas. Son una
parte de la lucha pero no podemos —después de años de
sufrir el monocultivo— plantar sólo henequén. No pode-
mos apostarle a una forma de lucha que no siempre es desde
abajo o que incide sólo en las capas superficiales de un po-
der cuyos asideros en realidad son más profundos. Nuestro
rasguño termina estando por debajo de la complejidad del
problema. Digamos que su efecto es global, inmediato, pero
muy puntual y muy breve.
4. El cuarto ámbito es el nivel al que nos enfrentamos en
muchos ámbitos regionales. Una resistencia sindical, ba-
rrial, ecologista, por la tenencia de la tierra, en contra de
los megaproyectos, por espacios en el magisterio, contra la
maquila y sus efectos, contra el problema de las drogas, por
el agua, el maíz, por la comunidad indígena y el modo de
vida campesina, por los derechos indígenas y su reconoci-
miento en la Constitución, por los territorios y sus recursos
naturales, contra el aeropuerto, por la educación. Todo lo
que ni sabemos que existe, porque no está contado. Porque
no supimos, porque está oculto o borrado por el gobierno,
los medios o la misma gente que todavía no le da valor a
eso que se vive. Entonces cabe la pregunta: ¿son únicos estos
problemas, o están relacionados? ¿Son el mismo problema?
¿Qué tanto perdemos etiquetándolo como “el monstruo del
neoliberalismo, de la globalización, que atenta contra nues-
tras vidas” si no intentamos desmenuzar sus entretelas, su
complejidad, es decir, su tramado? ¿Hay en otros países lo
mismo? Sí, por lo pronto, pero quién, cuándo, dónde, cómo,
por qué. Intentemos resumir el tablero.
Expansión-concentración. En su infinito afán
reproductor, el capital ha logrado, con los siglos, una ex-
pansión casi mundial: su pretensión es apropiarse de más
territorios, de más recursos naturales, de la mano de obra
barata de la gente desplazada (por esta apropiación), pero
sobre todo de todos los procesos que le competen a la gente.
Lo aparentemente paradójico es que esta expansión significa
también concentración de las decisiones, concentración de
las ganancias, concentración del ejercicio de los procesos,
es decir, concentración de poder y dinero. Un ejemplo muy
claro es el caso de muchas ciudades como Mérida, que ab-
sorben espacio de los municipios aledaños (crecen) al suc-
cionar gente que es expulsada de municipios más lejanos.
Es decir hay una dialéctica muy clara de expansión-con-
centración. (El arrasamiento lleva montada la dialéctica del
reordenamiento, en una espiral imparable que le achacan a
la gente, cuando los problemas los crean ellos.)
Globalización-enormidad. Esta concentración y
esta expansión —sueltamente llamados globalización— se
expresan en dos ejes, no en uno: por un lado en su alcance
a más ámbitos de la vida (su eje horizontal) y por otro lado,
simbolizado por las torres gemelas, al crear un verdadero
rascacielos de mediaciones, de procesos que no tenemos en
nuestras manos y que nos roban el sentido de todo lo que
hacemos. Que nos cierran el horizonte abierto que debería
ser el futuro.
Dislocación-control puntual. Las decisiones que
competen a un grupo humano se toman en otro sitio y en
otros tiempos, por gente desconocida, o por “representan-
tes”, que secuestran nuestra decisión en sus manos con
nuestra aparente legitimación. Al tiempo que la gente no
decide (o se pierde en los laberintos de la burocracia legal o
asistencial), el poder extiende su control puntual por todo el
planeta, y llega, como los camiones de cerveza y cocacola, a
todas las comunidades. O para poner un ejemplo en contra-
rio: puede suceder que por el control puntual que se tiende,
el triunfo de un sindicato, al igual que en el siglo xviii, sea
un gran logro, pese a toda la maraña, mundial incluso.
Marginación-encierro. Por un lado estamos mar-
ginados de lo que nos importa (de casi toda decisión o re-
flexión), y al mismo tiempo encerrados por las previsiones
diseñadas para casi todos los ámbitos de nuestra vida. En
el capitalismo no hay adentro y afuera que valgan si no los
decide éste. La globalización no ha borrado las fronteras.
Las fronteras siguen existiendo, hay cada vez más; al inte-
rior de cada espacio que nos imaginemos se quiere instalar
una nueva.
Producción-consumo. Si por un lado el capital pro-
duce en gran escala, y su lógica está tendida a producir y
reproducirse, esto sólo es posible gracias al consumo, a la
evaporación y obsolescencia de todo lo que produce.
Riqueza-miseria. No se necesita ser matemático para
entender el álgebra de todo lo anterior. Para producir ri-
queza, el capital debe sumir en la miseria a millones. Para
concentrar poder, debe despojar de éste a millones también.
Arrasamiento-reordenamiento. Hoy vivimos un
momento en que todos los procesos anteriores se suman, se
combinan. Y el capital, en una versión siglo xxi, arrasa, des-
truye, despoja y desplaza de territorios específicos a la gente,
para reordenar de nuevo el espacio general de su reproduc-
ción (es decir el espacio en el que opera, preda, concentra,
margina, disloca, produce, consume y controla). En este
reordenamiento, para poner un ejemplo puntual, no es un
efecto colateral el que más y más gente migre del campo a
las ciudades. Es una de las previsiones puntuales. El mundo
hoy es un mundo en el que los miserables son obligados a
migrar. El ejemplo más claro de este reordenamiento son
los corredores integrales tendidos en ejes específicos de los
territorios nacionales, pero cuya lógica es mundial: la gente
sigue aislada, los Estados naciones se diluyen (no decimos
que hayan desaparecido), al tiempo que los expertos se eri-
gen como un poder invisible y la policía, los sistemas de
inteligencia, el ejército, conforman un sistema de control a
través de una guerra permanente. Los corredores son la he-
rramienta de arrasamiento y después reordenamiento que
el capitalismo halló para crear un robot mundial que logre
replicarlo más allá de los límites impuestos hasta ahora.
Integralización-dispersión. Y mientras parece
ocurrir un ordenamiento “integral” del capital en territo-
rios diseñados, en los hechos el mundo se dispersa en ín-
sulas —arremolinadas en archipiélagos desiguales— en los
que no existe la pretendida simetría centro-periferia. Liver-
pool es una de las ciudades más pobres de Europa, Florida
uno de los sistemas esclavistas más incrustados. Barrios de
Cali, Monterrey o Calcuta pueden ser de los más fastuosos
del mundo. Al interior de los grandes centros neurálgicos
(como Nueva York o Tokio), o de los enclaves más pobres
(como Somalia) existen corredores de bienes y servicios que
uniforman al mundo en el confort, mientras los despojados
quedan aparentemente fuera, en bolsas de abandono que,
potencialmente, pueden ser bolsas de resistencia.
Homogenización-atomización. Si bien modos, ca-
nales, productos, servicios, soluciones y visiones del mundo
se hacen semejantes o son rampantemente los mismos —en
serie, replicados y aplicados en teoría a todos los rincones—,
esta uniformidad no puede con la vastedad de la vida. Todos
los modos que en apariencia no son útiles, todos aquellos
que se pretenden desaparecer, siguen vivos, aunque ato-
mizados, y se tornan más y más pertinentes. Un ejemplo
concreto es el cultivo del maíz y otros cultivos autónomos
o soberanos. Hoy la subsistencia (la soberanía alimentaria
a nivel local) es el corazón de la resistencia en los enclaves
comunitarios que siguen reiventando sus modos particula-
res (tradicionales o no). La diversidad atomizada es ya una
forma frontal de resistencia. Hoy, toda comunidad está en
resistencia, y lo mejor es que lo sabe.
Revolución-resistencia. Sin meternos en vericuetos
ideológicos, y sin menospreciar el impulso de todos aquellos
que pelearon por una revolución que alterara las condicio-
nes imperantes para la gran mayoría en el mundo, pare-
cería, por todo lo anterior, que emprender una revolución
que invirtiera la situación y lograra que las denominadas
“masas populares” obtuvieran el poder, es decir, el control
súbito de todos los procesos arriba mencionados, simple
y llanamente crearía un desequilibrio momentáneo, pero
no desteje, no desmonta, el entramado de relaciones que el
capital ha tejido. Parte del problema de una revolución así
definida es que su instauración es súbita.
Parece necesario, sin renunciar a la transformación del
mundo, emprender el destejido, el desmontado de las con-
diciones, el desmontar el edificio, el acercar las decisiones,
el entender las condiciones como operan en los rincones, en
las regiones. Nada tiene que ver esta opción con el gradua-
lismo, ni es una versión postmoderna del reformismo. Hay
que abrir huecos a pico y pala, hay que horadar las paredes y
no soltar. Para eso tenemos que entender tales condiciones.
Por eso la construcción del saber en colectivo, los diag-
nósticos regionales emprendidos por la gente que vive esas
regiones, son un intento por acercar el edificio de problemas
e intentar enfocarlo a otra escala, o en varias escalas a la vez.
*
Éstos son detalles, contradicciones y sesgos no fácilmente
contemplados en el trabajo regional.
1. Cualquier reflexión colectiva es ya una acción de re-
sistencia, en tanto que la lógica de la guerra permanente
busca individualizar las relaciones y aislar a las personas
(marginarlas y encerrarlas). Sin embargo, esta lógica de la
reflexión colectiva sólo funciona como resistencia si la gente
que la emprende se percata de lo que está haciendo. Si se
pone como fin entender conjuntamente lo que le aqueja.
No se trata de cumplir con el requisito de un diagnóstico
o de presentar algo en público. El fin es entender. Nadie
entendemos solos.
2. Para que esta reflexión colectiva funcione, debe partir
del respeto. Un ejemplo de este respeto es lo que hacen al-
gunas personas involucradas en trabajos regionales, gente
que tiene sensibilidad y que da preferencia al espacio de
diálogo y no tanto a luego, luego intentar formalizar una
organización. Es decir, dando el tiempo necesario para que
la gente y cualquier puente se acerquen mutuamente.
3. Se ha estado planteando la idea de preguntar caminan-
do, de caminar preguntando. Pero debemos estar claros en
que la forma de preguntar es ya un principio de distancia o
de cercanía. El policía pregunta, el torturador pregunta, el
encuestador pregunta, conductores de televisión como Ló-
pez Dóriga o Sergio Sarmiento preguntan. No hay por qué
tomar literal nada de lo que se diga. Si uno toma algo literal,
está fuera del suceso. Es como una receta de cocina. Si uno
la sigue al pie de la letra una receta, lo que resulta resaltado
fue nuestra conexión con la instrucción, no el guiso.
4. Nunca será suficiente enfatizar que gran parte del pro-
blema es que la gente no tiene cómo entender lo que ocurre
si no indaga, en común, acerca de las condiciones que pesan
sobre ella. Caminar preguntando juntos ya es más especí-
fico, pero de nuevo, qué queremos decir. Qué les dice a la
gente. Qué tan dispuestos estamos a compartir con otros
los problemas comunes. El punto es identificar los puntos
de referencia, los problemas comunes, que no sabíamos que
eran comunes, que pensábamos que son de nosotros nomás.
(Lo dicen muy claramente las comunidades que se organi-
zan contra los megaproyectos que les tienen preparados:
“Hasta ahora pensábamos que los problemas que tenemos
eran únicamente de nosotros, pero hemos conocido otras
historias diferentes en otras comunidades que se parecen
a las nuestras”).
5. Para indagar, tendríamos que comenzar por resaltar las
relaciones que privan en el territorio propio, es decir, en el
espacio en el que nos movemos y actuamos. No sólo las con-
diciones actuales, sino las historias individuales y colectivas
de ese territorio. (Es en principio, de lo más afortunado, que
al momento en que el capital se territorializa, se emprenda
el diagnóstico de las relaciones regionales).
6. Los expertos pueden aportar elementos importantes
a este desnudamiento, pero sobre todo, debemos rearmar
un rompecabezas del que cada una de nuestras historias es
parte. Al reflexionar en común, ponemos en común dichas
historias, es decir, los fragmentos de un rompecabezas más
amplio que nos empieza a explicar lo que ocurre en nuestro
territorio-región, y eventualmente, cruzarlo con el de otras
regiones nos permite acceder a un rompecabezas global. De
dónde surge el saber, a fin de cuentas. Para qué lo vamos a
usar, una vez masticado, cómo lo construimos. Hasta qué
punto lo que nos dijo alguien como testimonio lo sacó de
La Jornada, o del inegi, y no tenemos manera de saber. Esto
nos regresa no a que no debamos tomar nada de los archi-
vos, sino al peso que le daremos a eso, qué peso le damos a
lo que dice la gente, pero sobre todo, cómo hacemos para
que lo que indagamos juntos resulte pertinente.
Suena importante desmitificar el papel de los académi-
cos como única fuente, pero tampoco lo que dice la gente
es más preciso o pertinente o sensato que lo que dice un
académico. Debemos cotejar mutuamente lo más posible.
El punto es: hay algunos espadachines de palabras (gente
que puede ganar un debate por la labia que tiene. La pre-
gunta es: ¿se quiere ganar la discusión o entender un poco
más, juntos?)
7. Hasta ahora, la elaboración de mapas ha sido una he-
rramienta muy valiosa para entender el espacio en el que
nos movemos. Por espacio, el capitalismo ha querido que
entendamos distancia. La resistencia es ver el espacio como
punto de encuentro, es decir el lugar descifrable de un tejido
de relaciones, como bien dice John Berger. Los mapas no
funcionan si no expresan, potencialmente, ese tejido de re-
laciones. Todo método es una herramienta, como el hacha,
o el azadón, o la computadora. Puede uno hacer una casa
o mocharse una pata, aflojar la tierra o matar al vecino.
Puede uno enajenarse con el porno del internet, o mandar
comunicados a todo el mundo.
8. Pero los mapas no sólo nos hablan del espacio, sino
también de la historia. Debemos emprender, como dice An-
drés Barreda, una historia geográfica, así como una geogra-
fía de los cambios históricos. (Las regiones ya no se defi-
nen por su pertenencia a un país, sino por su importancia
geopolítica o geoeconómica sin importar que abarquen más
de un país o sea una pequeña franja de 38 municipios en
un pequeño estado de un país). Y no es una balcanización,
porque en la idea del capital hay un plan maestro, no son
fronteras azarosas. ¿En dónde estamos en tales regiones,
cómo las vinculamos, cómo las entendemos, para saber qué
hacer? La política no es un asunto de consignas sino de
entendimiento cabal de las condiciones que nos aquejan.
9. Tal vez saberes locales no diga mucho, parecerían
únicamente cuestiones culturales. Nunca antes ha sido tan
urgente emprender un exhaustivo barrido de lo que la gente
sabe en las regiones, pero no para apropiárnoslo. Ojo. Si los
saberes locales, lo que la gente sabe de su región, es usado
por nosotros, es decir, si les extraemos información, pode-
mos tener un buen diagnóstico de las condiciones y relacio-
nes de un espacio determinado, pero no tejeremos acciones
de resistencia. Estableceremos otra forma de la dislocación,
reproduciremos lo que el sistema impulsa: que la gente no
sea dueña de sus procesos, que no los pueda ejercer. De
nuevo estaremos en la lógica de la concentración, de poder
en este caso. (Es por esta razón por la que, pese a que los
proyectos de recuperación de historia oral llevan años em-
prendiéndose, no tienen efecto alguno hasta ahora.) Claro:
hay miles de libros que hablan de las condiciones en una
microregión en particular, pero las condiciones de la gente
no cambian. El dar información a otros quizá los hizo re-
flexionar un poco, pero no sirvió para crearse conciencia
propia de sus condiciones y mucho menos para actuar al
respecto. (Insistimos: de dónde proviene el saber o la expe-
riencia, cómo se construye, digamos se mastica, y para qué
carajos lo queremos). Los saberes locales empiezan por los
nuestros propios. Pero no somos solos.
10. Como nos enseñaron los zapatistas, el fin no justifica
los medios. Los medios justifican el fin. Qué quiere de-
cir esto: quiere decir que cuando los medios que utilizamos
son liberadores, el fin se alcanza ejerciendo dichos medios.
Cuando los medios no son liberadores, el fin puede ser lo
grandioso que se quiera, pero no será alcanzado porque los
medios lo mediatizan, valga la redundancia. Los medios
lo nulifican. Así pasa con la idea de la recuperación de la
historia, de las experiencias y saberes locales: un saber no es
una cosa, es un tramado, un racimo, un sistema, un proceso.
A veces decimos defender los saberes, que no se pierdan,
pero ya los emparejamos al tratarlos como cosas. El capi-
talismo, su idea del consumo, nos hace verlos como algo
adquirible. El saber no se adquiere, se vive. Justamente la
erosión cultural es romper, disgregar, diluir u homologar
referentes, sugerencias, superficie, profundidad.
11. Alguien, hace poco, definió la autogestión como un
proceso en donde un grupo de personas emprenden algo
juntos y lo hacen, contradiciendo los criterios exteriores que
pretenden normarlo a la distancia. Es decir, en vez de un
esfuerzo centralizador, la autogestión (que no es otra cosa
que la puesta en operación de los saberes locales, de la expe-
riencia común) es un intento por relocalizar los esfuerzos,
las decisiones, definiendo los fines entre todos los afectados,
impulsando creatividad social; devolverle la escala huma-
na a la toma de decisiones. Hacer conciente nuestra propia
reproducción y sus cuidados en nuestros propios términos.
En este punto, el papel de alguien que actúa en un proceso
no parece ser el de sumarle fuerza a un partido, secta o
movimiento, sino impulsar respetuosamente la creatividad
social. La creatividad más creativa, valga la redundante re-
dundancia, es impulsar la creatividad de los demás.
Como ha dicho Armando Bartra, en vez de un estanque
en donde tiramos una piedra y esta tiene ondas concéntri-
cas que llenan el estanque, la idea es que lancemos muchas
piedras y que cada una de ellas cree círculos concéntricos.
Lo ideal es que esos círculos se toquen, interactúen, se re-
lacionen.
12. Ante un mundo globalizado, en un país que tiene
bolsas de resistencia por todas partes, cada colectivo ten-
dríamos que ser una bolsa de resistencia. Para eso, debemos
entender nuestro ámbito de acción propio. Para entenderlo
debemos juntarnos con quienes están también dispuestos
a resistir. Las propuestas alternativas deben venir después.
Uno no puede emprender acciones alternativas en abstracto,
porque el capital las refuncionaliza de volada. Y ya no sirven
de nada. Las propuestas alternativas sirven cuando la gente
que las propone, y las lleva a la práctica, está en resistencia.
Se dice por todas partes y tiene mucho de verdad: talleres de
intercambio de experiencias, entre vecinos, organizaciones,
pequeños propietarios, autoridades comunitarias; entender
la comunalidad, cómo se ejerce la autonomía, asambleas
para pensar entre todos y tomar decisiones conjuntas.
La organización puede ser creada desde abajo, pero sirve
más si privilegia la construcción de organizaciones a partir
de las cuales podamos articular resistencias a nivel local,
regional y nacional.
Así como se organizan al interior de las comunidades en
asamblea, que así igual se organicen al exterior, de tal suerte
que las comunidades sigan teniendo sus autoridades ten-
diendo puentes entre el adentro y la organización regional.
13. En México en lo particular, existen muchas regiones.
Pero las regiones del país están conectadas en la triangula-
ción con los poderes estatales o federales, y con el merca-
do internacional que se cuela a todas partes. Sin embargo,
están casi totalmente desvinculadas entre sí. (Esto hay que
matizarlo por dos razones: la primera es que también desde
hace unos años, la migración ha roto las barreras geográfi-
cas de una región; Queens y el Bronx son región con partes
de Puebla y Oaxaca, o el Norte de Veracruz, pero también
con Los Ángeles o San Diego; la segunda razón, conectada
con la anterior, es que podemos hacer y deshacer regiones
a partir de los tejidos de relaciones que emprendamos. Pero
sobre todo, el problema de las regiones es que la región es
el espacio donde existen relaciones comunes que nos afec-
tan en común. Y el capital se ha encargado de hacerlas y
deshacerlas por los criterios geopolíticos y geoeconómicos
que ya hemos abordado; hasta cierto punto, entonces, son
artificiales. O sobre un espacio de relaciones naturales se
quiere imponer uno de relaciones artificiales.
Cuando se insiste en que deben conectarse, no es sólo
para que respondan en conjunto ante una iniciativa de afue-
ra, sino para que inicien un proceso de relación en la acción-
reflexión en lo horizontal. La imagen de la red es buena,
pero demasiado fija. Por eso hablamos de constelaciones.
Que son algo más dinámico y que, por estar allá arriba,
todas las noches, nos recuerdan que así el mundo es más or-
denado, de manera natural. (Ante un mundo dispersado en
archipiélagos, en constante reordenamiento por el capital,
debemos oponer un mundo en donde se tejan las relaciones
de una “red” o de las “constelaciones” de experiencias, sa-
beres, acciones de resistencia, reflexión en común y fuerza
conjunta).
14. En vez de imponer un orden, como quiere el fascis-
mo, hay que buscar el acomodo momentáneo o más perdu-
rable del orden natural de las relaciones entre las personas.
15. El trabajo de base no es para guiar a las masas. Es un
trabajo que permita escuchar y propiciar que la gente cuente
lo que le pasa. Si la autogestión es el reforzamiento de la
creatividad social donde no hay instrucciones sino pensa-
mientos, ideas, emociones y fines compartidos, no iguales
o idénticos, sino compartidos, entonces la sistematización
no puede ser labor que excluya a los demás afectados. Tiene
que ser también una actividad colectiva.
La sistematización es crucial. ¿Qué nos vincula con otro
corredor de resistencia? No podemos trabajar en el nivel
micro-micro sin saber nada más de lo que ocurre alrededor
porque todo el panorama parece indicar que estamos dejan-
do el gran pedazo fuera, el gran vínculo fuera. No podemos
hacer una sola pregunta: una pregunta lleva a otra. Quién,
qué, cuándo, dónde, cómo, pero sobre todo por qué, son
las máximas del redactor elemental de cualquier periódico.
El clientelismo es muy puntual. Intenta sólo resolver el
problema más a la mano, el más superficial, el que no nos
mete en broncas, o que nos mete en las broncas asequibles.
Otras organizaciones políticas o sociales se van con la idea
del programa prefijado, para mantener el control de las pro-
puestas. Ésta es otra forma del clientelismo.
El punto en cambio es tejer, entretejer los problemas
comunes y buscarles soluciones comunes, relacionándolos
con los problemas de más y más colectivos. Los científicos
le llaman el conjunto de variables.
16. No se trata de usar un lenguaje simplificador, sino
un lenguaje sugerente. El lenguaje militante, el lenguaje aca-
démico, cierran el discurso. El lenguaje llano, pero pleno
de sugerencias, expande la experiencia. Así como existe el
monocultivo, que es pernicioso para lo ecológico, el mono-
cultivo del lenguaje es también homogenizante.
17. Hay que darle credibilidad al diálogo. La mentira cie-
rra preguntas, la verdad abre más y más preguntas.
18. Una última ocurrencia es que en un mundo cam-
biante, debemos pensar en cortos y largos plazos, en las
coyunturas y en los procesos de larga duración, en niveles
macro y micro, en los acomodos globales y los locales. El
ejercicio que es nuestro reto, es enfocar sucesivamente estos
puntos de vista. Un objetivo, si hay que poner alguno, es el
desmontado de todo el edificio de procesos que nos opri-
men. No basta con etiquetar de neoliberalismo al sistema.
Hay que desmenuzar sus acomodos, sus modos de operar,
sus estructuras, sus correas de transmisión, sus alcances, la
gente que los encarna.
19. Complejidad quiere decir tramado, viene de la idea de
entretejer. Hay que asumir un punto de vista que reconozca
la complejidad.
20. Por último, darle la palabra a Arundhati Roy, para
que nadie nos imponga una receta; la solución tiene que
estar anclada a nuestra propia complejidad de condiciones
y nuestro tiempo de reflexión:
Soñar que vivimos mientras estamos vivos
y que sólo morimos al morir…
es decir, amar y ser amados.
No olvidar nunca nuestra propia insignificancia.
Nunca acostumbrarnos a la violencia innombrable
ni a la disparidad vulgar que nos rodea.
Buscar la alegría en los sitios más oscuros.
Perseguir la belleza hasta sus fuentes.
Nunca simplificar lo complejo ni complicar lo sencillo.
Respetar la fuerza pero nunca el poder.
Por encima de todo observar.
Tratar de entender.
Nunca apartar la mirada, y nunca, nunca olvidar.
Arundhati Roy,
El álgebra de la justicia infinita
¿te doy mi regalo
o tu regalo?
Carlos Lenkersdorf
palabras introductoras a este artículo. No agregamos más y
dejamos el juicio a los lectores y lectoras.
majtan, majtanal. Regalo, ofrenda.
‘oj ka’ yi’ jun smajtan. Le voy a dar un su regalo.
Observemos que el regalo no es de la persona que lo da
sino de la otra que lo recibe. En este sentido hicimos la tra-
ducción, aunque la frase correspondiente en español es, “le
voy a dar mi regalo”. Cada una de estas versiones reflejan
otra concepción y cosmovisión pero también otra cosmo-
vivencia, es decir otro pensar y otro actuar que, en última
instancia, desembocan todos en otro filosofar.
En el contexto del español somos poseedores de bienes
que podemos regalar si así nos parece. Se presupone lo in-
tocable de la propiedad privada de la cual cada uno dispone
y que tiene una historia milenaria en Occidente. Desde esta
perspectiva, los tojolabales somos despojados de nuestros
bienes, porque no tenemos nada por regalar, no disponemos
de propiedades, incuestionablemente nuestras. Es decir, en
el ámbito tojolabal, el dador no da lo suyo ni tampoco de
lo suyo, sino que da lo que es de la persona que lo recibe.
Dentro del contexto tojolabal, pues, no regalamos lo
nuestro sino que regalamos lo que ya es del otro. Mejor
dicho, hacemos pasar de mano en mano lo que ya es de
otros. Por eso, no merecemos que se nos den las gracias.
Éstas las debemos a la persona que lo recibe porque nos da
la oportunidad de darle lo suyo. Enfaticemos que no regala-
mos nada nuestro y que no tenemos nada para regalarlo. Lo
que consideramos lo nuestro no es de nosotros y, en última
instancia, tampoco de la persona que lo recibe. Todos, pues,
somos los que no tenemos nada y hacemos regalos de lo
ajeno para alegrar a los otros. La propiedad privada brilla
por su ausencia. Pero lo que damos y pasamos de mano en
mano es de Nuestra Madre Tierra que nos hace trabajarla,
nos alimenta y nos da regalos que podemos pasar a otros.
Conforme a esta concepción de regalos y ofrendas, los tojo-
labales, cuando tradujimos un texto griego, lo cambiaron,
mejor dicho lo metamorfosearon.
El texto dice, “si le ofreces TU regalo en el altar de Dios”,
los tojolabales tradujeron, “si le ofreces SU regalo en el altar
de Dios”. De este modo tojolabalizaron el texto al insertarlo
en un mundo en el cual pasamos lo recibido de mano en
mano. Todos somos recibidores y lo que pensamos tener y
poseer son regalos apreciados para que los pasemos a otros.
Formamos, pues, una comunidad “nosótrica” que incluye
a Nuestra Madre Tierra que nos presenta regalos para que
podamos darlos a otros de la misma comunidad y para re-
sembrar la alegría que sembró Nuestra Madre Tierra. Así es
que nos encontramos en un mundo cuya raíz organizativa
es una sociedad despojada de bienes y, a la vez, receptora de
regalos que pasamos de unos a otros. De este modo estamos
proveídos y a la vez proveedores de bienes que pasamos
entre nosotros. Dicho de otro modo, la concepción tojola-
bal de un giro lingüístico nos conduce a una filosofía de la
praxis, crítica del filosofar correspondiente en Occidente y
formadora de otra organización socio-política.
sin importar
lo que traiga el futuro
John Berger
embargo, no es la razón primera para protestar. La gente
se manifiesta porque no hacerlo es demasiado humillante,
demasiado aplastante, demasiado letal. La gente protesta
(monta una barricada, toma las armas, se va a huelga de
hambre, se toma de las manos para gritar o escribe) con
el fin de salvar el momento presente, sin importar lo que
traiga el futuro.
Protestar es negarnos a ser reducidos a cero y a que el si-
lencio se nos imponga. Por lo tanto, en el preciso momento
en que alguien hace una protesta, por hacerla, se logra una
pequeña victoria. El momento, aunque transcurra como
cualquier otro momento, adquiere un cierto carácter inde-
leble. Se va y sin embargo dejó su marca. Lo principal no es
que una protesta sea un sacrificio efectuado en pos de un
futuro alternativo más justo. Lo principal es la redención
del presente —algo que parecería no tener consecuencias,
que parecería ser una acción inconsecuente [sin lógica, des-
conectada del futuro, “irrelevante”]. El problema es cómo
vivir una y otra vez con la supuesta ausencia de consecuen-
cias, con lo inconsecuente.
“En realidad”, replica Arundhati, “la cuestión aquí es:
qué hemos hecho con la democracia, en qué la convertimos,
qué ocurre con una democracia desgastada por completo,
a la que se le vació de contenido hasta hacerla hueca; qué
ocurre cuando cada una de sus instituciones hizo metástasis
y formó algo peligroso; qué ocurre ahora que la democracia
y el libre comercio se fundieron en un solo organismo pre-
datorio con imaginación tan constreñida y flaca que gira
casi en su totalidad en torno a la idea de maximizar las
ganancias. ¿Será posible revertir este proceso? ¿Puede algo
que ya mutó regresar a ser lo que alguna vez fue?”
¿Cómo vivir con lo inconsecuente? El adjetivo es tem-
poral. Tal vez entonces la respuesta posible y adecuada sea
espacial y habría que acercarnos y acercarnos a aquello que
redimimos del presente (y que habita en los corazones de
quienes se niegan a aceptar la lógica de ese presente). En
ocasiones, un narrador puede lograr esto mismo.
En una historia la negativa de quienes protestan se vuel-
ve grito salvaje, la rabia, el humor, la iluminación de las
mujeres, hombres y niños. Las narraciones son otro modo
de volver indeleble un momento, porque cuando las his-
torias son escuchadas se interrumpe el flujo unilineal del
tiempo y que algo no tenga consecuencias pierde totalmente
su sentido.
Antes de ser asesinado en el gulag, el poeta ruso Osip
Mandelstam dijo eso precisamente: “Para Dante, el tiempo
es el contenido de la historia que uno siente en un solo acto
sincrónico. Y de un modo inverso, el propósito de la historia
es mantener junto el tiempo, para que todos seamos her-
manos y compañeros en la misma búsqueda y en la misma
conquista del tiempo”.
la palabra cercana
y colectiva
tan modernos, tan los mismos
Alfredo Zepeda y Pedro Ruperto Albino
la plática, mientras los machetes iban limpiando los mato-
rrales del fondo común. La palabra colectiva se formaliza de
nuevo, en la terraza junto a la tienda comunitaria, no para
discutir sino para ir tomando los acuerdos. Todos escu-
chan, y la palabra se va completando hasta terminar con un
acuerdo. Cuando más gente opina el acuerdo es más fuerte.
Pero el que mejor opina es el que mejor sabe escuchar.
Hablar y escuchar van juntos. Por eso dicen los ñuhú que
hay tres maneras de hablar. Una cuando quieres que te es-
cuche el que está junto. Otra para que te escuche un grupo.
Y otra, transgrediendo el volumen de la voz, cuando no
quieres que te escuchen, porque no quieres escuchar.
Más solemne es la reunión especialmente convocada
para un acuerdo importante, como puede ser el nombra-
miento para un cargo. Nunca se empieza a la hora señala-
da. La gente va llegando y comenta del asunto, como sin
proponérselo. Se puede pensar en los que pueden servir
en el cargo, pero no se publican los nombres. Alguno toca
tangencialmente el tema, pero sin dar un parecer definido.
La asamblea comienza cuando se junta la mayoría, que no
es la mitad más uno, sino cuando se calcula que ya no lle-
garán más, y cuando ya se mira un grupo suficiente para
que se aprecie que los acuerdos tomados tendrán fuerza
para ser respetados. Cuando todos están reunidos y se es-
cuchan las propuestas, las voces empiezan a cruzarse. Cinco
o seis hablan al mismo tiempo, pero sin levantar la voz. Es
el ejercicio intensivo de escuchar a varios a la vez porque
más importante es que todos opinen, que guardar turnos
para hablar. Al poco las voces se van acallando. La autori-
dad descansa de atender y, luego de una pausa, explicita el
acuerdo. Puede ser que al principio haya habido opiniones
mayoritarias; pero a base de decir y escuchar, la opinión de
pocos puede cambiar la apreciación inicial del acuerdo, sin
estridencias. Hace años, en una importante asamblea de la
comunidad mazapigni (tepehua) de El Mirador se planteaba
la forma de su constitución, en las tierras recién recupera-
das. Parecía que el acuerdo enfilaba hacia adoptar la forma
social de ejido, pero el valor de las razones que se fueron
entretejiendo en palabra colectiva terminó en un acuerdo
fuertemente consensado de constituirse en la forma jurídica
de Bienes Comunales.
El acuerdo puede no ser unánime, pero es suficiente
cuando el ánimo colectivo percibe un consenso suficiente
como para que la decisión se respete en adelante. Después
se podrá comentar que el acuerdo no se cumple, pero nun-
ca se cuestionará el acuerdo mismo. Por eso no se entien-
de el concepto de votación. Los votos van a manifestar un
número definido de gente que no está de acuerdo. El que
abiertamente algunos se opongan dejará una tensión que va
a seguir aflorando en la comunidad. Por eso el sistema de
los partidos políticos y la ley agraria, que tratan de dirimir
las diferencias a base de votaciones, dividen fuertemente a
la comunidad, y peor cuando el voto es secreto.
se dice ante todo de un individuo abierto a la llamada di-
mensión social, y donde la pertenencia a una comunidad
corresponde a un imaginario difuso. Puede pensarse en lo
que hoy se entiende en la sociedad modernizada por comu-
nidad educativa, comunidad de base, comunidad religiosa,
comunidad intelectual. Iván Illich lo consigna en blanco y
negro: “Hoy pensamos en los demás como gente con fron-
teras. Nuestras personalidades están tan desconectadas de
los demás como lo están nuestros cuerpos. La existencia
como algo internamente distante de la comunidad es para
nosotros una realidad social, algo tan obvio que ni siquiera
podríamos pensar en desear que no fuera así” (Iván Illich:
En el viñedo del texto. Fondo de Cultura Económica, 2002,
p. 36).
La palabra escrita es de hace poco y, en contraste con
la palabra hablada, su uso se limita a escribir recados para
enviar. Recientemente, ahora que la vida se complica por la
multiplicación de conflictos, se escriben actas breves para
recordar las sentencias de los jueces comunitarios o para
prevenir el olvido de acuerdos controvertidos. Hasta hace
veinte años, en las comunidades de la sierra todavía se re-
conocía a alguien el cargo especializado de “hacer papeles”,
de la misma índole que el oficio de tocar el violín en las
ceremonias de la costumbre, ambas tareas respaldadas por
una vocación revelada en sueños.
Un recado se puede hacer en papel, pero una invitación
o un anuncio importante han de hacerse con palabra in-
mediata. No puede entenderse que se invite a los padrinos
de un bautismo por medio de un recado o llamando por
teléfono. Aunque haya que viajar, o subir montañas para
decirla, la palabra directa es necesaria para pedir un favor
que implique un costo o un trabajo grande para el otro, con
su espacio ritual dentro de una conversación larga.
No existe en otomí, al igual que en otras lenguas indíge-
nas el sustantivo comunicación, del verbo comunicar, sino
solamente expresiones concretas, referidas a la palabra que
se comparte o se pasa, como N’tohpa hu n’tsangua (pasarse
los mensajes de uno a otro). Puede pensarse que, aun en las
lenguas europeas, el uso de la palabra comunicación entra
en el uso cotidiano para denotar la relación a distancia. La
costumbre sigue en las comunidades de gritar de cerro a
cerro o de prender leña verde para saber por la voz o por el
humo que cada quien está trabajando tranquilo en el lugar
de su milpa. La gente ya no recuerda cuándo empezó el
uso de elevar los papalotes con el mismo fin, ni cuándo los
mayordomos comenzaron a lanzar los cohetes para llamar
a la gente a la comida de la fiesta. En algunas comunidades
de la sierra la radiodifusora se llama Dex ia bu (la que oye
o espía de lejos).
Pero desde hace años, como un ruido de temblor que cre-
ce hasta las sacudidas de un terremoto, la modernización
tecnológica y el neoliberalismo aniquilador se metieron sin
pedir permiso en los territorios de los pueblos indígenas. A
las banderas antiguas del dominio se añadieron las nuevas
consignas de la exclusión y el despojo. En estos días, los
pueblos de la sierra se enfrentan al reto más desconcertante
de su historia, desde que Hernán Cortés vino a desbaratar
Tenochtitlan. El programa Procede desmantela los territo-
rios comunales, cada vez con mayor cinismo y prepotencia,
a la vez que desconoce a las autoridades indígenas y a sus
asambleas, mientras el Progresa rebautizado divide a los
pueblos y reparte migajas de miseria. El complejo de leyes
neoliberales pugna por garantizar a las trasnacionales el
botín privatizado a escala planetaria y a despecho de cam-
bios de gobiernos.
¿Cómo seguir siendo comunidad en medio de la mal
llamada globalización que más bien lo fragmenta todo?
¿Cómo no desbaratarse y perder lugar frente a los planes
de exterminio? ¿Cómo ser modernos (los de hoy) sin ser
arrasados por la modernización neoliberal?
Entraron las máquinas abriendo los cerros, emparejando
las veredas y tumbando las papatlas, las mirras y los cedros
rojos; y en el lugar de las raíces arrancadas se plantaron los
postes de la luz eléctrica. Las calles y las casas se iluminaron
de noche y los radios ya no necesitan pilas. La mercancía
dinero se convirtió en la más importante para pagar el ser-
vicio y los transportes y la oferta de necesidades nuevas
que llegan a diario en las camionetas de los placeros. Las
carreteras ayudaron para ya no cargar tanto a los enfermos
de loma en loma, al tiempo que se convertían en compuer-
tas para dar salida a los hombres desde las cañadas de La
Florida y Pie de la Cuesta hasta al nan guadí (al otro lado).
Al escuchar las historias de los primeros que llegaron
hasta Nueva York, en las conversaciones vespertinas sin fin,
el azoro de los más jóvenes fue creando el imaginario de los
restaurantes y los carwash, donde dicen que la gente gana
ocho veces lo que un peón en los potreros de Amaxac.
Murió al instante cuando el automóvil rumbo a su trabajo
chocó contra un encino. El mismo día todos, de Filadelfia
a Yonkers, se enteraron y tomaban el acuerdo de apoyar.
Como un solo cuerpo todos los muchachos se movilizaron
para hacer cooperación, al llamado de su hermano Marce-
lino dos años mayor. Los teléfonos celulares se activaron sin
descanso para pasar los mensajes en otomí, por Flushing
Meadows, en New Rochelle, en Connecticut, en Lee, Mas-
sachussetts, y por toda la ruta del North Train, de Fordham
a Mahopac, de Brewster a Mount Kisko, de Golden Bridge
hasta City Park. Durante seis días todos los de Ayotuxtla,
de Tzicatlán, de Chila Enríquez colaboraron para juntar
los tres mil quinientos dólares que cobró la funeraria por
arreglar el cuerpo de Fausto y enviarlo a Nueva York y de
allí en el avión a México. Y todavía sobró otro tanto para
apoyar a la familia. Los más próximos acompañaron en
relevos cada hora los avatares de Marcelino Andrés que
sacaba fuerzas de su corazón apachurrado, brincando las
barreras de la lengua, la burocracia y las distancias, y desci-
frando las complicaciones del envío de los dineros. Los tres
ejes operativos de la comunidad indígena —el acuerdo, el
trabajo y la cooperación— brotaron como una milpa que
crece en tierra preparada.
Desde la comunidad de Ayotuxtla, Julio, el hijo mayor de
la familia, arropado con el consejo de las autoridades de su
pueblo, organizó los preparativos para recibir a su hermano
y coordinó la comisión enviada a recoger su cuerpo en el ae-
ropuerto del df, entre indescifrables trámites de aduanas y
salubridades y trasladarlo en la camioneta del ayuntamiento
otomí a las montañas de la sierra en la noche lluviosa. Más
de cuarenta lo esperaron parados en el lodo para cargar a
Fausto a las dos de la mañana por veredas de vértigo, desde
la Cruz del Camino. La luna los cuidó con su penumbra a
través de la niebla, hasta el borde del Espinazo del Diablo,
a la puerta de la comunidad. Todas las ceras se encendieron
para velarlo y Alí, el que sabe el rezo de los difuntos, acom-
pañó la procesión hasta el cementerio, junto a la capilla en
la loma oriente de la comunidad, con todos los hombres y
mujeres, sin que nadie faltara.
Nunca tengo la impresión de que
mi experiencia sea totalmente mía,
y muchas veces me parece que me precede.
En todo caso la experiencia se dobla sobre sí
misma, se refiere hacia atrás y hacia adelante,
hacia sí misma mediante los referentes de la es-
peranza y el miedo; y por el uso de la metáfora,
situada en el origen del lenguaje, compara de
continuo lo semejante y lo diferente, lo pequeño
con lo grande, lo cercano y lo distante. Y así,
el acto de aproximación a un momento dado
de la existencia implica escrutinio (cercanía)
y la capacidad de conectar (distancia).
por qué reivindicar
la construcción
colectiva del saber 39
uno
México es un país en cuyo corazón late, hace muchos años,
la idea del “nosotros”. Una antigua tradición comunitaria
emparenta a los pueblos indígenas con el sentido libertario
de Fray Bartolomé de las Casas, la Comuna de Chalco del
siglo diecinueve, el escuadrón de San Patricio, los hermanos
Flores Magón, el círculo de pensadores y comuneros que
rodeaban a Emiliano Zapata al punto de instaurar lo que
dio en llamarse la Comuna Zapatista del Oriente de More-
los, la figura de Gilberto Bosques, los maestros anarquistas
exiliados de la Guerra Civil Española que llegaron a México
cargados de enseñanza mutua y Celestin Freinet, los mun-
dos indígenas desentrañados por B. Traven y, por supuesto,
el círculo de pensadores-activistas que hicieron grupo con
Iván Illich en Cuernavaca —entre ellos Valentina Borre-
mans, Feodora Stancioff, Paul Goodman, Gregorio Lemer-
cier, el obispo Méndez Arceo, Paulo Freire y Eric Fromm.
Mención aparte merece el proyecto de casi treinta años
que desembocó en las Juntas de Buen Gobierno zapatistas
en Chiapas. Con sus municipios autónomos y su trabajo au-
togestionario, comunal, integral por implantar y mantener a
largo plazo un autogobierno en rebeldía contra el corrupto
gobierno de México, es uno de los ejemplos vivos más du-
raderos, con mayor extensión territorial y más población
involucrada, de un intento por entender los caminos de la
Una versión resumida de este texto fue publicada en La Jornada Se-
39
inesperadamente, un panorama que antes no veíamos. La
gente pensaba que sufría sola las condiciones de devasta-
ción, despojo y opresión: que su lucha era única, que su
historia era única. Pero todas las historias están relaciona-
das. Todas las luchas están relacionadas. Saber que otras
personas sufren y luchan contra las mismas condiciones ha
fortalecido un modo de pensar, actuar y vincularnos con
mayor perspectiva, lo que renueva los antiguos modos de la
lucha y procrea nuevas estrategias. Entre quienes resisten,
se generaliza el pensamiento horizontal (construir saber en
colectivo), los vínculos directos. Se “cortocircuita”.
Los grupos desentrañan cómo es que las corporaciones,
los gobiernos y los operadores locales mueven en lo real
y a todos los niveles sus hilos y esquemas y cómo es que
los efectos de éstos interactúan provocando enormes im-
pactos, devastaciones, crisis y catástrofes interconectadas.
Documentar y entender los detalles del enorme edificio
de mediaciones, regulaciones y políticas (que nos impide
tomar decisiones y las secuestra sacándolas de nuestro en-
torno inmediato), provoca talleres, asambleas, seminarios
y encuentros donde se comparten experiencias, se ejerce
una formación continua y libre con otros en igualdad de
circunstancias, identificando, juntos, causas, fuentes, res-
ponsabilidades, problemas, obstáculos y entreveros.
Urgente es también repensar nuestro lugar juntos. Y si el
capitalismo quiere que por espacio entendamos distancia, la
resistencia considera el espacio como punto de encuentro,
como el lugar descifrable de un tejido de relaciones. Los
mapas no funcionan si no expresan, potencialmente, ese
tejido de relaciones. Los buenos mapas no sólo hablan del
espacio, sino también de la historia. Emprendemos una his-
toria geográfica y una geografía de los cambios históricos.
En el diagnóstico regional no faltan voces que seña-
lan: “Por qué quieren certificar el quehacer de los médicos
tradicionales. Por qué quieren saber cuántos ojos de agua
o pozos tenemos y por qué quieren registrarlos. Por qué
quieren saber qué semillas tenemos y por qué nos exigen
registrarlas. Cómo fortalecer nuestro espacio de partici-
pación política, no la de los partidos y las elecciones, sino
aquí, ahora, en los valles, quebradas, planicies, bosques,
selvas, riberas o costas donde vivimos. Quiénes tienen el
poder económico y político en nuestras regiones, el país y
a nivel internacional. Quiénes son los empresarios, los jefes
políticos, los ‘dueños’. Quiénes tienen o quieren controlar
las regiones. Quiénes ejercen la violencia. Qué agencias del
gobierno dividen a las comunidades. Qué papel juegan los
programas de asistencia, educación, cultura y desarrollo que
impulsa el gobierno. Qué impacto tiene que les certifiquen
parcelas individuales en un territorio que antes era común,
trabajado en común. Cuáles empresas intentan apoderarse
de la tierra, los cultivos, el agua, el transporte, el comercio.
Dónde y quiénes quieren abrir minas o pozos petroleros y
qué efectos nos traerá. Qué megaproyectos quieren imponer
y cuáles serían sus resultados. Quiénes son los intermedia-
rios que meten mercancías en las regiones, encarecen la
vida de las comunidades y aumentan el número de cosas
que realmente no nos sirven. Cómo vamos a ejercer un au-
togobierno y proyectos conjuntos entre iguales a nivel regio-
nal, cuando las comunidades aisladas no pueden realmente
romper cerco alguno”.40
Hoy es común pensar el mundo en su flujo perpetuo de
ideas y mercancías, pero también en el perpetuo fluir de
multitudes. Comunidades enteras van y vienen, migran y
regresan, entre campo y ciudad y de un país a otro. La gente
busca entonces entender las relaciones campo-ciudad, con
todos sus metabolismos. Urge retejer comunidad en las urbes.
40
Todas las citas de las comunidades son frases de un sujeto colectivo
que remacha su palabra en las reuniones del Congreso Nacional Indí-
gena y la Red en Defensa del Maíz en México. Estas citas fueron reco-
gidas y sistematizadas por el Colectivo por la Autonomía (Coa), la Red
en Defensa del Maíz y Ojarasca en “Herramientas para sembrar auto-
nomía”, cuaderno 31, Biodiversidad, sustento y culturas 64, abril 2010.
Entender la maraña de relaciones perversas entre dineros,
proyectos, políticas y estafas corporativas o gubernamenta-
les, hace que hoy la gente sea más reticente del “desarrollo”
como un concepto abstracto y universal, y se niegue a un
bienestar de corto plazo. Muchas comunidades saben muy
bien que recibir dinero para proyectos por parte del gobier-
no, de las agencias nacionales o internacionales, de las cor-
poraciones, puede sumirlos en una servidumbre (ataduras
semejantes a las de las antiguas haciendas) de nivel global.
Dice un viejo proverbio: “el dinero es lo más caro del
mundo porque lo paga uno en dignidad, tiempo y estima
propia”. Negarse a recibir dinero y programas es duro, por-
que las condiciones son tan extremas, pero la “bala de azú-
car”, como le llaman algunas comunidades indígenas, es la
estafa que mata desde fuera muchos esfuerzos —incluida
la idea de la resistencia.
Hoy las comunidades vuelven a la integralidad y saben
que con proyectos aislados no es posible resolver tantos pro-
blemas entrecruzados. Buscar la solución a un solo asunto
agrava la maraña y mina los esfuerzos de la gente. Para los
pueblos todo está relacionado, todo tiene que ver con todo:
los bosques con el manejo del agua, los suelos, los cultivos
propios, las asambleas, las autoridades. “Los proyectos ais-
lados no sirven”, dice la gente. “Sólo nos fragmentan más”.
“Nosotros conocemos nuestros territorios, sabemos
cómo están y cómo cuidarlos. Tenemos lo necesario para
gobernarnos mediante nuestras asambleas, a nuestro pro-
pio y respetuoso modo y tiempos. Ya no podemos permitir
tantas normas impuestas, pues acabaríamos haciendo sola-
mente lo que ellos quieren”, dicen desde muchos rincones.
Una reflexión que resalte las relaciones que privan en el
territorio propio, en el espacio de acción, no sólo reflejará
las condiciones actuales, sino las historias individuales y
colectivas de ese territorio. Dicen los mayores: “El territo-
rio es el balance que hemos logrado en siglos o milenios de
relación con la naturaleza”. Cuando llegan funcionarios a
promover políticas ajenas y dicen que le van a ayudar a la
comunidad a “reordenar el territorio” para “expandir las
capacidades productivas y ecológicas”, las comunidades in-
dígenas se ríen. “Eso es lo que hemos venido haciendo por
lo menos hace diez mil años”, contesta la comunidad. El
territorio es ya un orden, un equilibrio con todo. “Nosotros
sabemos cómo recuperar los suelos, dónde echar el ganado,
dónde cosechar agua y cuidar nuestros ojos de agua, dónde
sembrar, cómo hacer que el bosque viva y se mantenga,
cómo hacer que llegue la lluvia y a dónde”.
“Hay que recordar el origen de nuestra comunidad, de
nuestra región, de nuestro pueblo”, dicen los mayores. “Re-
cordar la historia de las invasiones, de las imposiciones, del
saqueo y la destrucción. Recordar la historia de las luchas
de nosotros. Pero también los saberes de siempre, todo lo
que la gente sabe y le ha servido para cuidar las siembras,
los bosques, el agua, los animales. Hay que hacerle caso a
los ancianos y a los sabios. Tenemos que repensar quiénes
éramos, por qué nos quieren desaparecer y cómo vamos a
defendernos”.
Tal vez es muy aventurado, pero real, afirmar que es
la población rural —en particular el campesinado y los
pueblos indios— quienes tienen mayor claridad de todo el
entramado de ataques y políticas corporativas y guberna-
mentales porque sufren todo el espectro.
Hay una alianza suelta que vincula a los movimientos in-
dígenas y campesinos con segmentos del movimiento eco-
logista y la sociedad civil. Esta alianza recibe información
concreta de la investigación de muchas personas que cruzan
datos y arman, junto con las comunidades, un cuerpo de sa-
beres y conocimientos pertinentes que nadie más tiene: los
lazos entre corporaciones y clase política (quiénes, cuándo,
dónde, cómo y porqué), el trabajo sucio de los operadores
y las finanzas. Las funciones reales de programas, agencias
y planificadores mundiales. Sin esta información vertida
en encuentros y talleres no contaríamos con tanto detalle
y panorama.
Hoy, América latina es un laboratorio de espacios de
reflexión derivados del intercambio de muchas experiencias
que comienzan a narrarse desde muchos rincones. Tal vez
por primera vez en la historia podamos barrer el panora-
ma completo de cómo actúa, de facto, el capitalismo en el
mundo.
pensar juntos también sirven para reafirmar entre todas las
personas que conviven “hasta dónde nos quieren quitar lo
que somos, hasta dónde nos quieren arrebatar nuestra sobe-
ranía, nuestra autodeterminación”, y la pregunta recurrente
es: “¿hasta dónde llega nuestra soberanía?”
Casi todos los bosques son custodiados por los pueblos
indígenas, son de las comunidades, y los cuidan en colecti-
vo. “Pero qué soberanía tendremos”, dicen, “cuando la con-
servación de nuestros recursos esté regulada por el precio
de los bonos de carbono y de servicios ambientales de aguas
y bosques en la bolsa de valores de Nueva York. No quere-
mos que el control económico de fragmentos de nuestro
territorio completo esté secuestrado por bonos, patentes,
registros, permisos, certificaciones, contratos con empre-
sas, programas de las dependencias de los gobiernos o las
regulaciones de los tratados de libre comercio”.
Para defender su territorio en toda su complejidad, los
campesinos saben de la urgencia de defender la comunali-
dad de la tierra. “La propiedad individual de la tierra rompe
los territorios”, insisten. “Hace imposible el cuidado integral
comunitario del bosque y nos aparta de nuestro cuidado
del agua, nos impide recuperar los suelos, trabajar la pro-
tección contra los vientos, nos confunde el posible cuidado
ganadero”.
dos
Lo sorprendente entonces es la precisión con que esa visión
desde abajo (surgida de grupos, colectivos, comunidades y
organizaciones que comenzaron a recuperar su historia y
entender las condiciones que pesan sobre su entorno) coin-
cide y coteja la sistematización y las previsiones que hiciera
Iván Illich hace ya más de cuarenta años. Con el paso de
los años, la figura de cómo el capitalismo ataca de manera
articulada en planos superpuestos va apareciendo más ní-
tida en esos espacios de diálogo y reflexión que proliferan
—y le da sustento a la resistencia de tantas personas que se
reconocen juntas.
Entonces es indispensable volver a dialogar con Iván
Illich, porque abrevar de sus ideas le brinda sustento, su-
gerencias y precedente a los pueblos originarios, a las co-
munidades campesinas y barriales urbanas que exigen
autogobierno, autonomía y soberanía alimentaria, a los mo-
vimientos de entendimiento y resistencia que defienden sus
lenguas nativas, sus fuentes de agua, los cultivos propios, la
libertad de posesión, custodia e intercambio de sus semillas
nativas, sus saberes de siempre. A quienes defienden sus
territorios y su biodiversidad de la tremenda invasión de
todo tipo de extractivismos, despojos y devastaciones. A
todos los que defienden el lugar en donde viven, y tal vez
nacieron, y que rechazan megaproyectos, tratados de libre
comercio, leyes de privatización y certificación, decretos que
rompen la comunalidad de sus entornos. A quienes exigen
que no se criminalice la resistencia.
Cada una de estas luchas obtiene de la lectura de Illich
un espejo diferente de los usuales, un reloj que marca mu-
chos tiempos diversos y hasta dispares. Un acicate para bus-
car ámbitos de reflexión común y entendimiento mutuo,
donde ejerzamos relaciones directas que cortocircuiten las
mediaciones, restablezcan lazos dignos, significativos, y
promuevan una creatividad social, la autogestión radical
de larga tradición libertaria.
Pero en el mundo moderno, el monopolio más total e
impositivo es aquel que propone que todo método, toda
práctica, todo razonamiento deben obedecer a una lógica
industrial, aunque vaya contra las estrategias comunes que
durante milenios resolvieron la vida de la gente. Esto, que
se reconoce poco, es una de las opresiones más profundas
que sufrimos, como lo señaló Iván Illich en su momento.
Por esa lógica, el modo industrial suplanta todo queha-
cer, experiencia, inventiva, experimento y reflexión com-
partida que no siga la lógica de escala gigante y producción
masiva —dañando inmensamente las escalas naturales del
quehacer humano. Los métodos de la industria y las im-
posiciones de los técnicos, los políticos, los educadores, los
legisladores, las ideologías y los empresarios, son una ba-
rredora que puede arrasarlo todo en un suicidio planetario
que no reconoce la importancia de ninguna relación, salvo
la del dinero.
Y como el dinero sustituye todas las otras relaciones, la
lógica industrial convierte todos los saberes en mercancía
para hacer uso de ellos como partes de alguna producción
en serie.
Tratar los saberes como mercancía es hacerlos cosas y
tornarlos vacíos y ajenos. Es despojarlos del impulso creati-
vo y comunitario de donde surgieron. Los saberes mercanti-
lizados, como bien señaló Illich, se tornan “conocimientos”
enseñados por los “profesores”, certificados grado a grado
por los “expertos” en el sistema oficial “educativo”, “econó-
mico”, “científico” o “asistencial”, hasta quedar desligados
de la comunidad de donde surgieron. Entonces los contro-
ladores de empresas y gobiernos a nivel local, nacional y
mundial pueden condicionarlos a su antojo, y utilizarlos
contra la gente que antes les iba dando forma libre.
Los saberes no son cosas, son tejidos de relaciones. Son
procesos. Si seguimos viendo los saberes locales como cosas
nos quedamos en la nostalgia de lo que se nos pierde o nos
privatizan con propiedad intelectual. Si reivindicamos con
fuerza comunitaria los saberes y estrategias que construi-
mos colectivamente —la visión que vamos compartiendo
en el trabajo común desde nuestros rincones que son cen-
tros— será más probable la defensa. Éste es otro punto de
encuentro entre las actuales bolsas de resistencia y el pen-
samiento de Illich de hace ya más de cuarenta años: el saber
no puede ser individual y sólo se logra en colectivo (un
colectivo que no es masa sino algo más que la suma de las
partes). Esto no es fácil reconocerlo sin una revolución en
el “ámbito educativo” que no significa una logística ni una
economía más refinadas de la educación, ni una apertura
del menú educativo, ni ámbitos cotidianos de instrucción o
capacitación “no escolar” igualmente certificadora, sino una
cultura desescolarizada que reconozca el valor intrínseco de
lo diverso y del continuo de saber que construimos juntos.
tres
Hace unos cincuenta años, desde sus cuidadosas lecturas
de numerosas fuentes (de Marx a los filósofos medievales,
pasando por la experiencia compartida de personas, co-
munidades y colectivos), Iván Illich ya proponía la crítica
profunda de lo que él llama “el monopolio radical del modo
industrial de producción” y que había que detallar la de-
vastación inherente a esa lógica industrial que violenta las
escalas y los límites naturales de las dimensiones críticas
de la vida.
Así, la sobreproducción y la acumulación desmedida de
bienes y servicios, de instrumentos, es decir, de procesos
concatenados, tenían efectos catastróficos para el cuerpo
social, y esto ocurría porque la lógica inherente era “ejercer
un control único sobre la satisfacción de una necesidad
apremiante, excluyendo el recurso a las actividades no
industriales”.
Esto impide el ejercicio (y hasta la imaginación) de alter-
nativa alguna, al punto de que la gente duda de su propia ca-
pacidad para resolver por sí misma su tejido de necesidades
y propuestas. Lo industrial monopoliza toda la producción,
incluso el pensamiento y la imaginación. Tal monopolio
es tan radical, decía Illich, que llega un momento en que a
nadie en el mundo se le ocurre que haya otras maneras de
pensar, otras maneras de idear las situaciones, otras mane-
ras de solucionar problemas o de proceder en el mundo. El
único modo es lo industrial, y en lo industrial está todo: la
ciencia, la medicina, la educación, el derecho, la epistemolo-
gía, el intercambio, la organización del espacio y el tiempo,
sin lugar para lo sagrado.
El imperio de una misma lógica para idear, conceptua-
lizar, instrumentar, normar y reproducir, representa una
erosión y una opresión brutales (poco reconocidas) en casi
todos los ámbitos. Dice Illich: “En la etapa avanzada de
la producción en masa, una sociedad produce su propia
destrucción. Se desnaturaliza la naturaleza: el hombre, des-
arraigado, castrado en su creatividad, queda encarcelado
en su cápsula individual. La colectividad pasa a regirse por
el juego combinado de una exacerbada polarización y de
una extrema especialización. La continua preocupación por
renovar modelos y mercancías produce una aceleración del
cambio que destruye el recurso al precedente como guía de
la acción. El monopolio del modo de producción industrial
convierte a los hombres en materia prima elaboradora de la
herramienta. Y esto ya es insoportable. Poco importa que se
trate de un monopolio privado o público, la degradación de
la naturaleza, la destrucción de los lazos sociales y la desin-
tegración de lo humano nunca podrán servir al pueblo”.41
Es ésta la dimensión vertical de la globalización, que
llamaremos enormidad: un altísimo y entreverado edificio
Todas las citas de Iván Illich provienen de La convivencialidad. Joa-
41
juntos afirmar
quienes somos
toda palabra viva
establecer un clima de terror que al final dejó a las fami-
lias mestizas en posesión de los Títulos Primordiales de la
comunidad cora de San Lucas de Jalpan, que desde ese mo-
mento comenzó a hostigar a sus vecinos huicholes. Lo grave
es que la indefinición y la corrupción agrarias hicieron que
se cometiera un atropello: en vez de reconocer el territorio
wixárika, en lugar de respetar que la comunidad de Bancos
de San Hipólito o Calítique era huichol o wixárika (así se
dicen ellos mismos como pueblo) y parte de la comunidad
agrario-religiosa de San Andrés Cohamiata, las autorida-
des gubernamentales santificaron el disparate de hacer de
tal comunidad un anexo de la comunidad “cora” de San
Lucas, que para los años sesenta era ya un poblado mestizo
con fuertes ambiciones de adueñarse de todo el territorio
posible, haciendo de la zozobra la moneda.
Ahí en Bancos un grupo de asesores del pueblo wixárika
tenía planeado un taller que transcurrió como la jornada
de trabajo en el campo, de sol a sol, así suavecito, natural,
reuniendo a viejos y jóvenes, mujeres y niños a pensar jun-
tos, bajo una ramada que los protegía de los rayos de un sol
a filo, reflejado por los enormes macizos que, lejos de dar
sombra, aumentaban la luminosidad y el calor.
El primer síntoma fue una señora, como de unos setenta
años, que se acercó de la nada a la mesa donde se situaban
los asesores con una olla de peltre azul, y en voz baja le dijo
a uno de ellos: supe que estás malito. (El viajero seguía con
los brazos entumidos y aprisionados por el hormigueo. La
falta de sueño y el dolor lo habían agotado.) Tómate esta
canela y te vas a sentir mejor, le dijo. Era obvio que la ca-
nela era para él, pero con el encargo implícito de que se
compartiera con todos los presentes. Y varios y varias pa-
saron a servirse, para compartir con él la cura. El piquete
del alacrán era ya un asunto comunitario, y su carácter lo
reforzaba el hecho de que la noche había sido de alacranes:
cinco personas habían sentido los mensajes de esos sabios
caminadores. Después, como a diario se lleva el almuerzo
a la milpa donde trabajan los señores, las mujeres comen-
zaron a traerles ollitas con frijoles, guisos con nopales, xi-
nari (un atole de maíz, a veces de huitlacoche), tortillas,
dulces, mangos. Se entendía que eran para los familiares,
pero todos se pasaban a servir de las ollitas que circularon
durante toda la mañana mientras se discutía la historia de
la región, los problemas agrarios, la situación de indefen-
sión, la búsqueda de soluciones, la organicidad, los trabajos
productivos. Y esto, mientras bajo la ramada se movían
todos al compás del sol para que la sombra proyectada los
cubriera de veras. La lenta coreografía continuó hasta las
seis de la tarde, y no hubo interrupciones visibles, pues la
tragadera fue un evento paralelo y parte de la importan-
cia que le otorgan los wixaritari a ese pensar en colectivo,
masticando juntos el saber volcado, para darle sentido en
común y entender qué seguía.
Todos los presentes sabían que el alacrán lo había visi-
tado. Cada uno, a sus modos, preguntaba o se interesaba
por su estado de salud, que visiblemente mejoró bastante
con la canela, que le hizo sudar y le despojó del sopor en el
que a veces caía.
Y el viajero entendió que siendo dolor la alacrana era
su regalo de viaje. Había tenido la oportunidad de sentir,
hiper focalizado, lo que tal vez, sin tan total secuestro de
la voluntad, le ocurre a quienes viven siempre en estado de
alerta ante las agresiones de los vecinos, ante la violencia
siempre presente que esa sí que no para. Entenderlo fue un
don: digamos que la alacrana me puso en mi lugar, dicen
que dijo.
todosconjuntoscomprensión
koan zen
Puestos en ese camino, lo que Carlos Lenkersdorf ha
logrado resaltar para el caso tojolabal es lo mismo que la
epistemología de variadas corrientes expresa ahora, al filo
del siglo xxi: el extraño sentimiento de que todo lo que
construimos como humanos es colectivo o no será. Que
es en el proceso de realizar asuntos, relaciones, proyectos
con otros, como finalmente conformamos lo que somos
nosotros mismos. Es en el diálogo donde uno más logra
conocerse.
Partimos de que no existen verdades universales sino
visiones en común. No las refleja la estadística sino el cotejo
mutuo de lo que percibimos. Estas visiones comunes surgen
no sólo de la suma de muchas visiones sino de su relación,
que es más que la suma de las partes. Habría que insistir de
todos modos en que cuando uno habla del colectivo no se
refiere a ese conjunto de seres que borran su individualidad
para diluirse en masa. Colectivo es el tejido de relaciones
entre los individuos que asumen su estar en un grupo y
se reconocen como grupo y lo potencian individualmente.
Por eso Panikkar insiste: “una persona es un nudo de una
red de relaciones concretas”. Se puede ir más lejos aún para
afirmar que el término red puede ser demasiado fijo. Tal
vez entonces el término constelación, porque la idea de la
constelación entraña imantaciones, entraña movimiento,
pesos distintos, racimos que se conforman o se desfiguran.
Dice Raimón Pannikar:
Desde el momento en que las palabras dicen única y exclusi-
vamente lo que uno quiere decir y no dejan espacio a lo que
también otro quiere decir, desde el momento en que pasan
a ser solamente signos y dejan de ser símbolos, desde el mo-
mento en que sólo señalan algo y no son ya la expresión, la
manifestación y con ello el velo mismo de ese “algo”, desde
ese momento degeneran incluso como palabras. Se convierten
en meros instrumentos para la transmisión de mensajes cifra-
dos, abiertos sólo a quienes previamente poseen la clave. Son
términos, signos, más que propiamente palabras, símbolos.
Muy fácilmente pueden entonces los términos convertirse
en instrumentos de poder en manos de quienes dictan su
significado o conocen las claves para descifrar los signos.
No hace falta ya interpretar ni comprender esos signos; son
sólo órdenes o advertencias para la orientación de cada cual,
pero no forman parte de uno mismo ni son revelaciones de
la realidad. No se puede jugar ni rezar, y menos aún ser, con
esos signos. No se puede hablar verdaderamente con esas mal
llamadas “palabras”, sino sólo repetirlas, imitando a quienes
imponen tal poder sobre nosotros. Cuando una locución de-
signa sólo lo que uno quiere decir y excluye la participación
del otro en la formación del significado de la palabra, ésta se
hace estéril. Entonces la locución se cierra y excluye a quien
la escucha, en lugar de permitir una corriente de comunica-
ción entre aquellos que, por ello mismo, hubieran podido no
sólo acercarse y fecundarse recíprocamente, sino aproximarse
mutuamente a la realidad, a la verdad. Toda palabra viva es
diálogo. (La trinidad).
agradecimientos