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VIRGINIDAD Y CERLIBATO HOY: HACIA UNA SEXUALIDAD PASCUAL

(Resumen del curso impartido en Salamanca por el P. Amedeo Cencini)

0.- INDICE

1.- Situación actual


2.- Celibato y virginidad hoy: algunas aclaraciones conceptuales
2.1.- El sentido de una elección
a) Sustancia: el amor
b) Objeto: Dios y el pobre de amor
c) Modalidad: la totalidad
d) Condición: la renuncia

PARA UNA EVALUACION:


 mirada global e integral
 perspectiva positiva y realista
 calidad de vida y testimonio
 exigencia imprescindible
2.2.- La virginidad como revelación de la verdad del corazón humano
2.2.1.- Don para todos
a) Vocación universal
b) Dios, Origen y Término de todo amor
c) Aquel espacio del corazón a respetar
2.2.2.- La responsabilidad del virgen
a) Verdad débil, elección fuerte
b) Testimoniar límpida e inequívocamente
PARA UNA EVALUACION DE NUESTRA VIVENCIA DE LA VIRGINIDAD:
 ¿don para compartir o propiedad privada?
 ¿educadores a la virginidad o vírgenes fingidos?
 ¿celibato vivible o invivible?
 ¿sensibles o negligentes?

2.3.- La virginidad como sexualidad pascual


a) Ofrecimiento de sí a través de un cuerpo sexuado
b) La sexualidad que pasa por la Pascua del Señor
c) La estructura pascual del Amor.
3.- La libertad afectiva
3.1.- Concepto
3.2.- Dinamismo para alcanzarla
a) La vía de la integración
b) “Ama y haz lo que quieras”
3.3- Libertad y dependencia
4:- El estilo relacional del virgen

1.- SITUACION

Presencia de un cierto malestar en lo que concierne a este tema por varias causas:
- interpretación parcial reduccionista del celibato o de la virginidad como renuncia
- la presión cultural-social que considera cada vez más extraña e innatural esta
opción de vida
- los escándalos sexuales y las crisis afectivas de personas consagradas
- un cierto estilo educativo-formativo en el cual el área afectivo-sexual es
prácticamente marginal o se reduce a aspectos del comportamiento
- una idea negativa de la sexualidad que hace delegar la formación en ese campo al
psicólogo o al confesor, relegándola así al fuero interno de la persona, o también
rechazar todo tipo de ayuda psicológica. Hasta que el formador no sea capaz de
“bendecir la sexualidad”, no será apto para formar “vírgenes por el Reino”
- los propios problemas del formador: tiene, al menos, que haber identificado sus
propios problemas en este campo
- una menor disponibilidad formativa por parte del joven en esta área por problemas
anteriores ligados a la familia de origen, a experiencias negativas o a ciertos
condicionamientos culturales
Cuando alguien dice en el área afectivo-sexual que no tiene problemas, es él mismo el
problema, porque lo normal es que en la vida siempre haya algo a madurar y a integrar.
Antes de poder formar a una persona es preciso “educarla”, es decir, ayudarle a situarse en su
verdad: “educere veritatem” = “hacer salir fuera la verdad”
El proceso sería: Educación-------Formación--------Transformación
Para ser formado primero “hay que descender a los infiernos”, el proceso educativo es un
verdadero “peregrinaje al santuario del yo”. Para ello hay que ayudar al formando a tomar
conciencia de lo que pasa en su interior:
1º ¿Qué hago?: atención a los comportamientos: es muy importante el
acompañamiento espiritual por alguien que conviva con él y que le puede ayudar a objetivar
su comportamiento.
2º ¿Cómo lo hago? : - atención a las actitudes, estilo de vida, hábitos
- atención a los sentimientos
3º ¿Por qué, para qué, para quién lo hago?- atención a las motivaciones
4º Toma de conciencia de las inconsistencias de fondo, del equívoco fundamental de
mi vida, que crea percepciones irreales y contamina mi percepción de la realidad. No hay
prisa de “salir” de aquí, de la toma de conciencia de mis propios límites, contradicciones e
incoherencias: es el lugar de contemplación de la Cruz de Cristo. Desde aquí se inicia el
proceso de formación: identificación progresiva con los sentimientos del Hijo, Cristo. Y este
proceso dura toda la vida, de ahí la entrada en el proceso de formación permanente.

El objetivo de la formación inicial sería la “docibilitas” = disponibilidad para aprender.


Formar a las personas para vivir aprendiendo siempre, a lo largo de toda su vida, en toda
circunstancia y de toda persona, y no tanto para que sean “dóciles” y se conformen a lo
establecido. En esto consistiría la formación permanente.

2.- ACLARACIONES CONCEPTUALES SOBRE EL CELIBATO Y LA


VIRGINIDAD

Una correcta comprensión del celibato implica la conjunción de elementos:


- esenciales: procedentes de la Teología y de la Palabra de Dios y que nos hacen
descubrir la capacidad del ser humano par amar a Dios
- hermenéuticos: procedentes de la Psicología y de la Psicopedagogía y que ayudan
a la persona a abrirse a la intervención de la Gracia
El creyente debe confrontar cada realidad con estos dos tipos de elementos espirituales y
psíquicos.
2.1.- EL SENTIDO DE UNA ELECCION

Es necesario saber qué significa la virginidad por el Reino para poder vivir este don, que
hemos recibido del Espíritu, como personas maduras y libres de corazón.
¿Qué significa madurez y libertad afectiva?
Hay que saber que a la persona virgen se le pide, no una madurez afectiva cualquiera, sino la
de quien ha recibido el carisma de la virginidad por el Reino, para la Iglesia y en el mundo, y
está llamado a vivirlo según la vocación particular del Instituto al que pertenece o en cuanto
presbítero de una Iglesia local.
Ser virgen por el Reino, en cuanto consagrados, quiere decir:

amar a Dios sobre todas las criaturas


(=con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas)
para amar con el corazón y la libertad de Dios
a toda criatura
sin atarse a ninguna ni excluir alguna
(=sin proceder con los criterios electivos-selectivos del amor humano)
más aún, amando en particular
a quien sufre más la tentación de no sentirse amable
o a quien, de hecho, no es amado.

a) Sustancia: el amor
La opción virginal consiste esencialmente en el amor. Nace del descubrimiento
contemplativo-esencial del amor y mira al aumento de la capacidad de querer bien.
No consiste primariamente en la renuncia a los instintos y tentaciones, en decir “no”
consciente o inconscientemente a la experiencia de amar y de ser amado.
No es una pretensión subjetiva de perfección ni una exigencia cultual, tanto menos una
imposición externa como puede ser una ley, o interna como podría ser un condicionamiento
psíquico, el miedo del otro sexo.
La virginidad está hecha de amor y es posible sólo como elección dictada por el amor.

b) Objeto: Dios y el pobre de amor


El objeto del amor virginal es Dios: centralidad de la experiencia espiritual;
pero también las criaturas, en particular los destinatarios del específico apostolado del
Instituto, y en general, quien es más pobre particularmente en el amor, o más tentado de no
sentirse amable porque no es de hecho amado.
No hay rivalidad entre amor divino y humano, más bien hay progresión a partir del amor de
Dios, como un movimiento concéntrico que se expande, hasta alcanzar a aquellos que podrían
ser los más alejados de Dios y de la esperanza de ser por Él amados.
“Los he querido más a ustedes que a Dios, pero tengo la esperanza de que Él no esté atento a
estas sutilezas y lo haya escrito todo a su cuenta” (D. Milani)

La Psicología muestra que la energía afectivo-sexual puede expresarse al máximo cuando se


concentra en una persona que se constituye en el amor de la propia vida: la concentración del
amor en Dios se despliega al máximo en el amor hacia los hermanos.

c) Modalidad: la totalidad
La condición en positivo del amor virgen es la totalidad: Dios es amado con un corazón
totalmente humano, mientras que la criatura humana es bien querida desde un corazón de
carne, pero educado por la libertad de Dios a amar con su largueza, altura, intensidad…Estos
dos amores: se influyen inevitablemente.
Es un amor totalmente humano y también divino, como lo es el de Cristo sufriente en la cruz,
culmen extremo del amor virgen y de la totalidad de tal amor: por el Padre, amado sobre todo,
y por el hombre, lejos de Dios por el pecado, por eso no amable y tentado de no sentirse
amado.
Es posible amar a Dios con un corazón humano y es posible amar a los hombres con un
corazón humano educado por Dios en la libertad.

d) Condición: la renuncia
Toda elección implica renuncia como una condición (negativa) directamente vinculada a la
elección. Y tiene la muerte como perspectiva o punto final. Al comienzo de la vida nos
encontramos con todas las posibilidades abiertas, pero a medida que avanzamos las
posibilidades se van reduciendo por las elecciones que vamos realizando y por la misma
condición humana, hasta acabar en el punto final de la muerte en el cual la renuncia será total.
La virginidad es capacidad de atribuir sentido a la vida, y a las renuncias que llegan a su
culmen en la muerte.
Psicología: la renuncia sólo es auténtica si está llena de sentido. Nadie puede pedir a alguien
renunciar a algo si no le muestra de una manera eficaz y concreta el sentido de la renuncia y el
espacio de libertad en que esa renuncia nos introduce.
El icono de la virginidad es Francisco de Asís besando al leproso. Es la renuncia a un vínculo
definitivo y exclusivo, con carácter totalizante como es el matrimonio; es renuncia al instinto,
a una afectividad posesiva, exclusiva y excluyente. Pero el virgen elige también no excluir a
nadie: renuncia a amar con los criterios de la benevolencia o simpatía solamente humana, que
elige o excluye en base al simple instinto, o a la espontánea atracción o al interés personal
más que al del otro.
Se trata de amar a Dios con totalidad para amar con el corazón y la libertad de Dios a los
hombres sin excluir a nadie.
El virgen está llamado a vivir muchas relaciones, pero con un estilo particular que refleja la
centralidad de su relación con Dios y la pasión por cada hermano y hermana.
“Ni oso ni mariposa”. Ni cerrado en sí mismo, ni a la búsqueda perpetua de encuentros y
compensaciones varias, ni super-moralista de ver el mal en todo, ni tampoco ingenuo de
permitirse todo o casi todo.

PARA UNA EVALUACION


de nuestra comprensión de la virginidad y de nuestra madurez afectiva:

 mirada global e integral


La virginidad no es algo sectorial, limitado a un determinado aspecto de la vida y de la
persona, sino que es expresión de toda una personalidad que ha elegido un estilo preciso de
vida: es un modo de pensar y desear, de dar sentido a la vida y a la muerte, de vivir la relación
y la soledad, de estar con Dios y con el prójimo, de creer y de esperar, de sufrir y de tener
compasión, de hacer fiesta y de trabajar…
No ser presuntuosos y creer que lo sabemos todo, no querer sentir siempre una gran pasión en
el corazón o creer que con el tiempo uno entra en “la paz de los sentidos” (no existe en
ninguna edad).
La virginidad por el Reino tiene que ser una formación permanente para que no sea una
frustración continua. Tiene que contener siempre los cuatro elementos citados:
- conectar el sentido positivo de la elección de un gran Amor: Cristo, con el aspecto
negativo de la renuncia a otros amores que esta elección conlleva.
- combinar la mística: el Amor recibido en la vida de intimidad con Dios, con la
ascética: el Amor donado desde la propia realidad humana.
- no se puede desligar el enamoramiento de Dios de la pasión por el hombre: ambos
se confirman mutuamente y se sostienen.
- no hay que pensar que ya somos vírgenes sólo porque no se hace nada contra la
castidad
- no reducir el voto a normas a respetar.

 Perspectiva positiva y realista


La opción virginal nace de la certeza de un gran amor del que se ha sido y se es objeto. Es la
elección inevitable del creyente que se siente envuelto de un amor increíble… Es la respuesta
a ese amor con el don total de sí, expresión de gratitud para el Dios amante, fuente del Amor,
y de gratuidad para aquellos que estamos llamados a amar.
“No soy casada porque así lo elegí en la alegría cuando era joven. Quisiera ser toda para
Dios” (A. Tonelli)
Al mismo tiempo, hemos de saber que una elección como ésta va a incidir sobre un instinto
profundamente arraigado en la naturaleza humana, y va a pedir la renuncia realista al
ejercicio de este instinto, que es dura porque el instinto es atrayente y entra en un proyecto de
origen divino. Ningún hombre inteligente y normal puede pensar en alcanzarlo a corazón
ligero, ni infravalorar el hecho de que la virginidad crea, desde el punto de vista de la relación
humana, del intercambio afectivo y de la satisfacción consiguiente, una situación de objetiva
pobreza de algo bello que viene a faltar, de una parte de la propia humanidad que no va a ser
realizada. Nadie puede ilusionarse con que el pasar del tiempo haga la renuncia más fácil y se
pueda prescindir de una ascesis concreta y constante.
“Quien cree poder leer todo, sentir todo; quien rechaza dominar la propia imaginación y
necesidades afectivas, no debe comprometerse en el camino de la consagración… Dios no
podría conservarlo fiel, ni se puede exigir que Dios establezca para él una salvaguarda
milagrosa” (A.Ancel, Castitá e celibato sacerdotale)

La sexualidad está en el centro de la vida intrapsíquica, en relación con todo el resto de las
dimensiones de la persona y, cualquier disturbio en una de estas dimensiones, se va a reflejar
en la sexualidad. La mayoría de las crisis afectivo-sexuales de los consagrados tienen su raíz
en problemas de otros aspectos de la vida de la persona.
La virginidad, en cuanto que está en relación con la sexualidad, dimensión central en la vida
intrapsíquica, es una realidad que impregna toda la persona y todas las dimensiones de la
persona.
La persona virgen no es un héroe, “los héroes de hoy son las víctimas de mañana”, sino una
persona reconciliada con su propia historia por el reconocimiento del Amor gratuito de Dios
hacia ella, y por eso, se puede ofrecer y entregar en agradecimiento y donación total, amorosa,
hacia Dios. La propia vida y la propia historia son el lugar de encuentro con Dios, el marco de
la Fe. La virginidad es la única opción posible para el que se siente inmensamente amado,
buscado, esperado y conquistado por Dios. El experimentar y reconocer el Amor gratuito de
Dios hacia mí, me capacita para amar gratuitamente a los demás.
Por eso el virgen vive su elección con discreción y simplicidad, pero también con alegría y
serenidad, asumiendo la renuncia al instinto sexual, que crea en él una situación de pobreza
objetiva que hay que acoger y ofrecer cada día. No se siente superior a quien hace otras
opciones.
 Calidad de vida y testimonio
Sólo desde un cierto estilo de vida se puede entender y vivir la virginidad.
La virginidad requiere un nivel de compromiso espiritual como experiencia del Amor divino,
de adhesión creyente, de fidelidad orante, de acercamiento a la contemplación… y también
exige un nivel de madurez humana, de apertura al otro y a la relación, de autonomía afectiva y
de capacidad de soledad, de calor humano y afecto desinteresado, etc. La virginidad no
soporta la mediocridad.
Por otra parte, la virginidad aumenta la calidad de vida.
Nada como la virginidad vivida en la fidelidad apasionada, favorece la calidad de vida: el
gusto por la belleza, el espíritu de sobriedad, la elegancia del trato, el culto de la verdad, la
eficacia del testimonio, la transparencia contagiosa…
Pero es cierto también lo contrario: una virginidad de escasa calidad, pobre de amor y de vida
espiritual, hecha sólo de renuncias y miedos, aproximativa y ambigua, empobrece la vida y las
relaciones, y está a la base de los bien notados y peligrosos procesos de compensación: abuso
de la comida, del alcohol, del dinero, del poder, tendencia a acumular, uso incorrecto de los
medios de comunicación, necesidad excesiva de contactos y de relaciones. A nivel
comunitario una vivencia mediocre de la virginidad se traduce en un desaliño y descuido
general, que hacen incolora la vida común, pesadas las relaciones, feos los ambientes,
inconsistente el testimonio, aburrida la oración…

 Exigencia imprescindible
Actualmente hay una crisis de significado o de frustración de sentido que afecta también a lo
que es más bello y valioso para el hombre y la mujer desde siempre: el amor. Particularmente
los jóvenes no saben ya qué significa amar, dejarse envolver, acoger al otro… y son inducidos
a pensar que ciertos términos como fidelidad, renuncia, gratuidad, castidad, y, más aún,
virginidad, no tienen ya sentido.
El consagrado está llamado a redescubrir su vocación a la educación, no sólo como maestro,
sino, y sobre todo, como testimonio de una vida virgen vivida como don que colma la vida y
que nos hace semejantes al Hijo Crucificado, como Él, enamorados de Dios y apasionados por
el hombre, don que queremos ofrecer y compartir para que Dios esté en el centro de todo
amor.

2.2.- LA VIRGINIDAD COMO REVELACION DE LA VERDAD DEL CORAZON


HUMANO

Si la virginidad se entiende como “un don particular que Dios hace a algunos, para
testimoniar a todos la superioridad del amor divino sobre el amor humano e, indicar
proféticamente aquel estado futuro que representará el modo de ser en el Reino de Dios”,
entonces parecerá una vocación extraordinaria, que sólo a algunos está dado entender, como
una “excepción sociológica” y extraña.
Sin duda, como toda llamada, tiene algo de especial y misterioso, pero es:

2.2.1.-Don para todos

Un carisma es un don que Dios hace a un creyente para el bien de todos, “para la edificación
de la comunidad” (1Co 14,12)
En tal sentido el virgen es totalmente libre para dedicarse enteramente al servicio del Pueblo
de Dios y al anuncio de la Buena Noticia. Pero no se trata sólo de una utilidad funcional de
tiempo y de energía. La virginidad por el Reino testimoniada por el célibe es don para todos
porque indica, de algún modo, la vocación de todos.
Virginidad, de hecho, no significa ausencia-abstinencia de relaciones, sino capacidad-calidad
de relaciones, a partir de aquella que está en el origen de la vida humana: la relación con Dios.
Virginidad cristiana quiere decir posibilidad de una relación inmediata, sin mediaciones, de la
criatura con el Creador. Posibilidad radicada en profundidad en el hombre, expresión de su
naturaleza humana.
La virginidad es expresión del origen del hombre, creado por Dios,
y por tanto, también, de su destino final, que es Dios mismo.
Ella revela aquel vínculo profundo y misterioso que une
directamente
todo ser humano a Aquel que lo ha creado,
haciéndolo buscar y encontrar sólo en Él
la plena satisfacción de su necesidad de amor.
La primera y última esponsalidad del hombre es con Dios,
y esto es la virginidad,
virginidad esponsal como vocación universal.

La virginidad no es un don para algunos, sino un don para todos, porque indica, de alguna
manera, la vocación de todo hombre.
Es memoria de los orígenes, de la Creación, de la llamada del hombre a la amistad directa con
Dios, su Creador.
Se necesita que en la Iglesia haya personas que, por su opción, recuerden a los demás el
origen y la meta del hombre, que la criatura puede encontrar la plena satisfacción de sus
necesidades afectivas sólo en Dios. El encuentro afectivo e inmediato con Dios es lo único
que puede satisfacer plenamente el corazón humano. La persona virgen recuerda al hombre
que tiene una energía preciosa en sí que le hace capaz de aspirar a un Amor sin límites y de
amar con un Amor sin límites.

a) Vocación universal
Todo hombre es ya virgen y está llamado a serlo, a vivir una cierta virginidad según la
especificidad de su vocación, no en el sentido de que deba abstenerse de una cierta relación,
sino porque debe comprender que en su corazón, como en el de todo ser humano, hay un
espacio que solamente el Amor de Dios puede llenar, que hay una soledad insuprimible que
ninguna criatura podrá violar o pretender llenar. Este es el misterio del ser humano, su
nobleza y su dignidad. Su corazón está hecho por Dios y para Dios, posee una grandeza que
viene directamente de Aquel que lo ha creado.
“Nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en Ti.” (S.
Agustín)

b) Dios, Origen y Término de todo amor


La virginidad es memoria de los orígenes y profecía del futuro, y no puede ser reducida a pura
característica de un estado vocacional. Es el descubrimiento de que Dios es Origen y Fin de
todo amor; que cada vez que un ser ama, allí Dios está presente y es el verdadero objeto del
amor, aunque la persona no lo sepa o lo excluya.
El amor es siempre Amor de Dios, así como todo deseo es en su raíz deseo de Dios. (1Jn 4,7)
“-¿Sabe usted que la gente que viene a la iglesia no viene por Fe, sino por sublimación del
impulso sexual?
- Y, ¿sabes tú que cuando tocas a la puerta de un prostíbulo y crees buscar la carne de una
mujer en realidad estás buscando a Dios?”
c) Aquel espacio del corazón a respetar
Todo afecto terreno que quiera permanecer para siempre y ser intenso, tiene que respetar ese
espacio del otro y de sí mismo, que está reservado a Dios y que sólo el Amor de Dios puede
llenar, dejándole a Dios el centro del propio corazón y del corazón del otro. El proyecto del
Padre es hacer de Cristo el Corazón del mundo, y tenemos que aprender a dejar a Dios el
centro de todo afecto humano porque no hay conflicto entre el amor humano y el amor divino.
Dios salva el afecto humano. El amor humano es tanto más auténtico cuanto más virginal es,
es tanto más benevolencia humana cuanto más aprende a respetar el espacio de soledad del
otro, donde el otro se encuentra a solas con Dios, porque sólo Dios llena plenamente el
corazón humano. Para amar intensamente y de forma durable, hay que dejarse llenar del
Amor de Dios, y así, no tener expectativas irreales sobre los demás: no hay nadie perfecto ni
capaz de responder plenamente a nuestras expectativas.
No hay nada más cruel que pedir al otro lo que no me puede dar. Cuando se pide demasiado al
otro, se están poniendo los fundamentos de una “explosión violenta” que aparecerá más
pronto o más tarde. Esto está a la base de muchas crisis relacionales tanto conyugales como
comunitarias. Los límites entre la intimidad y la violencia son fronterizos. Pedir demasiado al
otro es una forma de crueldad y de violencia y tiene su raíz en la poca experiencia de Dios.
Sólo el Creador puede llenar en mí y en el otro la sed infinita de Amor Infinito que nos anima
y que nos recuerda que somos imagen y semejanza de Dios.
La virginidad es hacer memoria de todo esto.

2.2.2.- La responsabilidad del virgen

Todo lo dicho hasta aquí, parte de un proyecto antropológico que viene de la Fe, pero parece
totalmente ajeno a la realidad que vivimos en la sociedad actual y a las propuestas que cada
día reciben los jóvenes, desde los mass-media y desde el entorno, en materia de sexo. Hablar
de virginidad suena a raro, extraño, desfasado e increíble en un contexto cultural donde de
virgen queda poco, a no ser algún tipo de aceite o de lana…

Esta interpretación de la virginidad es una verdad débil en todas las culturas, pero decir esto
no significa que no se deba proponer, sino al contrario, es una llamada a la responsabilidad
del testimonio y a la calidad del mismo que el virgen debe dar de su elección, para hacerla una
verdad fuerte, por la coherencia de la propia vida y opción, aún con la renuncia que supone a
la posesión personal de una criatura en exclusiva y para siempre.
Una verdad débil no puede transmitirse sólo con palabras o razonamientos, sino viviéndola y
mostrando su sentido con la vida, haciéndola fuerte con el testimonio convincente de una vida
coherente.

a) Verdad débil, elección fuerte


La opción virginal no es para tender más rápidamente a la propia perfección y santificación
personal, ni para estar más libres al servicio de “la misión” o de “la comunidad”, sino par
recordar a todos el misterio y el don depositado en todo corazón humano.
El hecho de que la virginidad sea una verdad débil en todas las culturas es una gran llamada a
la responsabilidad de las personas que hacen está opción para mostrarla y testimoniarla sin
ambigüedad en sus vidas: una vida que no necesite muchas explicaciones ni exégesis ni
hermenéuticas. Si el mensaje parte ya con ambigüedades, timidez, poco claro, no hará mella
en el corazón de los demás. Nuestra virginidad tiene que ser contagiosa, atrayente e
interpelante, lo cual implica una nitidez en la elección y un convencimiento profundo en la
renuncia. No se trata de ser “fieles” a los propios votos, sino de sentirse responsables de un
mensaje que sólo puede ser transmitido con una vida coherente y que va dirigido a la
Humanidad entera.
Una verdad débil como es la virginidad, para ser tomada en consideración, hoy como ayer,
tiene que ser proclamada de manera “fuerte” con un testimonio de vida que vaya al extremo, y
que muestre el primado de Dios en el amor humano, con una elección radical, con la renuncia
al amor deseadísimo de una criatura que sea propia para siempre.
Por eso, es importante en la Iglesia de Dios la opción por la virginidad, no para tender más
rápidamente hacia la propia perfección, que podría ser puro egoísmo espiritual, sino para
“recordar” a todos la vocación de todos, para hacer memoria del don y del misterio que está
presente en el corazón de todo viviente, para no olvidar las posibilidades insospechadas de
este corazón, para que no continúen a ser ignoradas y envilecidas, no creídas y abortadas…
Pero esto implica una gran coherencia de vida.

b) Testimoniar límpida e inequívocamente


Es indispensable que el mensaje sea nítido, claro, fácilmente legible y perceptible como algo
bello y satisfactorio, plenamente humano y en función de la realización humana.
No se trata sólo de ser fieles a los propios votos en vistas a la perfección o santificación
personal, sino de sentirse responsables de un mensaje, que sólo puede ser transmitido con el
propio testimonio de vida, y que está al servicio del bien y la verdad de todos. De ahí nace
una conciencia atenta para que cada gesto, actitud, estilo de comportamiento, relación
interpersonal o de amistad…, den testimonio de la centralidad y unidad del Amor de Dios en
nuestra vida con la renuncia que le sigue, y que nos hace capaces de “relatar”, en la fragilidad
del amor humano, la solidez y la ternura del Amor del Eterno.
“Ser coherente con lo que amo y con lo que estoy llamado a amar”. La persona virgen ama su
vocación y según su vocación.
La virtud no son comportamientos externos, sino una transformación y un compromiso del
corazón.
Jesús supo aceptar las invitaciones a las fiestas humanas y supo aprovechar estas ocasiones
para revelar el Corazón del Padre. El virgen no es el que renuncia a las fiestas humanas, sino
aquel que, en esas fiestas, se siente irresistiblemente atraído “hacia fuera, hacia la noche”
porque se da cuenta de que las fiestas humanas sólo son preludio de la fiesta final que Dios
prepara para todos los hombres en un domingo sin fin y por eso es capaz de “hacer distancia”.
La responsabilidad del virgen es buscar y encontrar la manera de dar razón de su vida y de su
esperanza.
PARA UNA EVALUACION: obstáculos conceptuales-existenciales a la vivencia de la
virginidad

a) ¿don para compartir o propiedad privada?


Los 7 vicios de impureza religiosa y sacerdotal:
1. Secuestro de la virginidad haciéndola algo extraño e improbable
2. Apropiación de la virginidad haciéndola indescifrable e incomprensible
3. Nos hemos sutilmente alabado haciéndola antipática, arrogante, una vanagloria
subjetiva que nos hace sentirnos superiores a la vocación de los otros y que hace
inauténtica nuestra propia opción
4. La hemos vivido para nuestra propia perfección personal y santificación privada
haciéndola poco creíble
5. La hemos “soportado” con poca alegría y escaso amor haciéndola poco humana y
apetecible, casi una desdicha
6. Nos hemos “avergonzado” de nuestra opción queriendo aparecer como todo el
mundo, por el contrario la cultura actual tiene necesidad de vírgenes convencidos y
contentos de su propia opción
7. Nos hemos contentado con defenderla de “un mundo lleno de tentaciones”
escondiéndola bajo tierra (Mt 25,25) o en un pañuelo (Lc 19,20), en vez de
compartirla.
Al término de la vida el Señor nos preguntará no sólo si hemos “observado” la
virginidad, sino si la hemos hecho contagiosa, fuente de verdad para los otros…

b) ¿Educadores a la virginidad o fingidos vírgenes?


¿Hemos sabido ofrecer a nuestros jóvenes los recorridos practicables de madurez afectiva en
la perspectiva virginal o
- tenemos miedo de proponerla a nuestros jóvenes?
- no sabemos encontrar las palabras adecuadas y nos sentimos en una situación
embarazosa al tener que hablar de virginidad?
- la tenemos por una batalla perdida de antemano?
- tememos ser considerados no bastante modernos y no ser comprendidos y que nos
dejen “plantados” ahí mismo?
- la susurramos sólo a escondidas o sólo a alguno?
¿Son la virginidad y el celibato la causa de la crisis de vocaciones? ¿O no lo será más bien el
silencio impuro sobre la virginidad de los célibes?
No hay nada más impuro que el silencio del virgen sobre la virginidad.
Dicho de otro modo, una espiritualidad que no se haga pedagogía, o que no pueda ser
comunicada a los demás y por ellos compartida, es una falsa espiritualidad. Una espiritualidad
que no pueda ser compartida, no es cristiana; tiene que poder ser ofrecida, en lenguaje
asequible, para que cualquiera la pueda vivir. Lo que no se consigue traducir para los otros,
significa que no se ha comprendido y que la experiencia, que se tiene de ello, es muy pobre.
El ser educadores se hace un gran desafío y una oportunidad; nos hace descubrir el nivel y la
calidad de nuestra virginidad, si estamos enamorados, o si sólo somos vírgenes fingidos, con
corazón de plástico.

c) Celibato, ¿vivible o invivible?


Testimoniar la virginidad para que también los otros sientan la fascinación de vivirla, ayuda a
vivir mejor la propia castidad con las renuncias que exige.
En Psicología: “lo que se vive para los demás, por amor, es siempre más fácil de vivir.” En
cambio, “lo que se vive para uno mismo, aunque sea bueno, llega a hacerse insoportable.”
La virginidad es un carisma: sólo quien la respeta en su naturaleza de don recibido para el
bien y la felicidad de los otros, la puede vivir serenamente y gozarla como una dicha, de otro
modo, es sólo una penitencia.
Quizás esto explique también la tensión excesiva, en algunos, al vivir el celibato, tensión
frustrante, que quita la paz y complica la vida, o la hace sentir como un peso pesado que
empuja a estos “fatigados y oprimidos” (Mt 11,28) a buscar, aquí y allá, compensaciones
varias, sin ser nunca dichosos.
La vivencia equilibrada de la virginidad está en relación con la conciencia que se tiene de ser
un don recibido gratuitamente, para compartirlo y ponerlo al servicio de los demás. La vida es
un don recibido, que por su naturaleza tiende a hacerse don compartido, ofrecido, y es así,
como la vida se realiza y se hace fecunda. Sólo desde ahí se entiende y aprecia el don y se
goza con él.
La única posibilidad que tenemos de entender el don recibido, es compartirlo y ofrecerlo
gratuitamente. Los dones de Dios se entienden y saborean cuando se comparten y ofrecen.

d) ¿Sensibles o negligentes?
La opción por la virginidad se puede vivir conscientes de que es un don para los demás,
dirigido al otro. Esto hace que el virgen esté atento a los demás, tenga en cuenta el ambiente y
la mentalidad del lugar. No se permite todas las libertades con la excusa de que para él está
bien o es lícito. Se interroga sobre las reacciones o expectativas que su manera de
comportarse suscita en los otros. Se siente de algún modo responsable y está dispuesto a
examinarse y reconocer sus eventuales imprudencias o modales equívocos y sufre si ha
provocado algún malestar.
Por el contrario, el virgen puede también vivir su virginidad replegado sobre sí mismo, ligado
a la vieja idea del celibato como simple instrumento de perfección personal. Entonces no se
preocupará mucho de los demás. Para él, los otros son mucho menos importantes, lo que le
mueve es estar bien consigo mismo y justificarse en todo caso, incluso cuando juega con los
sentimientos de otras personas, con excusas tan repetitivas como irresponsables: “no hice
nada malo, es usted el que tiene el problema, yo no siento nada…, todo son malas
interpretaciones de las habituales malas lenguas…, son los otros que están celosos…, no se
puede ver el mal por todos los lados…, yo no soy un pedazo de hielo, tengo también mi
corazón de carne…” Todo esto no son más que excusas de quien está perdiendo toda la
frescura y el entusiasmo juvenil de su virginidad, y que no tiene ya nada más que decir o que
dar.

2.3.- LA VIRGINIDAD COMO SEXUALIDAD PASCUAL

Misterio es el punto central que permite mantener juntas polaridades aparentemente


contrapuestas. Esta es la realidad del ser humano: una realidad de contrastes.
El santo cristiano es la persona que ha sabido vivir reconociendo su impotencia y bajeza
humana, pero también, reconociendo el Amor y el Poder del Altísimo en esa su realidad.
La auténtica conversión de Pablo es la que él mismo nos narra en 2Co 12,9: “Te basta mi
Gracia porque mi grandeza se despliega en la debilidad”
Esta realidad nos introduce en la categoría del Misterio, hasta que las antítesis se hagan
síntesis.
El cúlmen del Misterio es la Cruz de Cristo: revelación suma de la fragilidad humana y del
poder de Dios.
La virginidad es síntesis de sexualidad (instinto humano) y del Misterio Pascual (máxima
espiritualidad). La materia prima de la virginidad es la sexualidad entendida correctamente.

a) Ofrecimiento de sí a través de un cuerpo sexuado

En el cuerpo sexuado está escondida la vocación al don de sí.


La sexualidad es misterio y vocación, don del Creador para expresar y vivir el Amor.
es una energía no programada ni programable, con sus propias leyes internas,
que le permiten tender hacia un fin preciso, siguiendo un proceso concreto del cual cada uno
es responsable.
es pobreza y conciencia de límite, que hace descubrir la necesidad del otro.
es riqueza por el descubrimiento del propio don ofrecido y la acogida del don
del otro.
La Biblia nos transmite una visión totalmente positiva de la sexualidad y del cuerpo, hasta el
punto de que la circuncisión en el propio cuerpo, y concretamente en los órganos genitales, es
el signo que expresa la pertenencia a Dios.
Una característica de la sexualidad es que ocupa el centro de la vida intrapsíquica y, por tanto,
está influida e influye sobre todas las demás dimensiones y aspectos de la vida humana.
En la sexualidad se distinguen cuatro componentes y la Sexología recomienda huir de las
reducciones:
1. Genitalidad: órganos genitales aptos para la unión fecunda que significan ya
la capacidad receptiva y oblativa del ser humano
2. Corporeidad: todo el cuerpo es sexuado, está impregnado por la sexualidad
que nos constituye, identificándonos como hombre o mujer, y está a la base de
la capacidad de relación con el otro distinto de sí, de la atracción por el otro
sexo. Hay una homosexualidad estructural que se expresa en la tendencia a
hacer a los demás semejantes a uno mismo y a relacionarse con los que piensan
igual. La sexualidad es una escuela de alteridad, de relación con los otros
diferentes de mí.
3. Afectividad: la sexualidad se realiza en una relación que nace del afecto y lo
expresa.
4. Espiritualidad: el espíritu es la síntesis de los extremos y permite captar el
interior de toda esta realidad: una verdad misteriosa que está ya inscrita en el
cuerpo sexuado y que descubre al hombre su “venir de Otro y su ir hacia Otro”.
El espíritu permite leer el instinto como lugar y manifestación del Espíritu de
Dios, en su sentido profundamente dialogante. Ayuda a entender el sentido de
la vida como don recibido que tiende por su naturaleza a hacerse don ofrecido,
compartido. Revela el Misterio del Dios Creador que nos ha amado hasta
hacernos capaces de amar a su manera, con el poder de dar la vida, que nos
hace semejantes a El, colaboradores suyos.

Todas estas componentes hacen que el hombre sea una criatura especial: ni ángel ni bestia.
Tentación contra la virginidad no es solamente la atracción por el otro sexo, sino también la
desencarnación de la sexualidad, un espiritualismo que no sabe leer la verdad misteriosa que
está inscrita en el instinto.
La sexualidad está hecha de mística y de ascética para alcanzar la libertad gozosa que hace
fecundo el amor.

b) La sexualidad misma que pasa a través de la Pascua del Señor

“Jesús en la cruz es el eros crucificado” (S. Máximo el Confesor)


Hay una gran relación entre la Eucaristía y la sexualidad: “Esto es mi cuerpo y os lo entrego”.
La Eucaristía, como el sexo, se centra en el don del cuerpo. La 1ª Corintios se mueve entre
dos temas: la sexualidad y la Eucaristía, leyéndose la una a la luz de la otra, porque ambas
hacen referencia al cuerpo como don recibido y don entregado. Esto es parte del mensaje que
la sexualidad ofrece a todo hombre.
Ante la pregunta de Pilatos a Jesús durante el juicio, “¿Qué es la verdad?”, Jesús no responde
con palabras, sino con todo lo que va a seguir: se deja azotar, escupir, golpear, etc, Jesús
responde entregando su cuerpo, y Pilatos lo entiende, por eso va a exclamar: “¡Aquí está el
hombre!”: el cuerpo se hace verdad cuando se ofrece y se entrega.
La castidad es la norma en función de la forma que es la virginidad: la castidad dice la verdad
del corazón humano, en cierta manera ya virgen y llamado a la virginidad.
El nexo entre la sexualidad y el acontecimiento pascual está en una cierta correspondencia de
significados y, no sólo, en la relización dolorosa, por la renuncia que supone la virginidad.

La sexualidad es energía creativa (relacional) de alteridad (con lo distinto) y de relación


fecunda (capacidad de dar vida).
La Cruz de Jesús es todo esto en su máxima intensidad posible: es la máxima relación con los
crucificadores y con los crucificados de la Historia, con el Cielo y la tierra, el Bien y el Mal.
Jesús crucificado es expresión de la máxima comunión ofrecida a los enemigos y por eso de la
máxima fecundidad. Es el máximo encuentro con la alteridad, con lo distinto: en el cuerpo de
Jesús crucificado confluyen la Gracia y el Pecado, el Bien y el Mal, es el Absurdo llenado de
sentido por la entrega de Jesús. Tal finalidad es la del Amor Crucificado, la confirmación de
la máxima alteridad, la confirmación del otro totalmente distinto de sí, hasta el punto de que
se acepta ser crucificado. El cuerpo de Jesús crucificado es el lugar de encuentro de las
polaridades. Por eso, la Cruz es “un árbol fecundo”.
La virginidad hace memoria, es recuerdo actualizador, de toda esta realidad. En la sexualidad
humana hay una impronta de esta capacidad de donación y de fecundidad.

c) La estructura pascual del amor

La afectividad-sexualidad contiene una estructura pascual. En la vida del cristiano todo tiene
que ser pascual, y si no es pascual, no es cristiano.
El amor es una gracia que viene de la Cruz. Todo gesto de amor es siempre precedido por el
amor recibido. Cuanto mayor sea la conciencia de haber sido amado, mayor será la capacidad
de amar y mayor será el amor donado. Sin esta conciencia no se puede vivir la virginidad.
Jesús tiene el coraje de subir a la cruz y de ofrecerse por la Humanidad porque se sabe el Hijo
predilecto del Padre, el Hijo “amado-antes”.
Nosotros también somos hijos predilectos, “amados-antes- de- nuestros- méritos”, con un
amor gratuito, no merecido. Esta realidad no es tan fácil de vivir, porque todos tenemos la
pretensión de merecer el amor, también frente a Dios. La experiencia verdadera del amor es
cuando no la merecemos, cuando nos reconocemos “no amables”. La experiencia del amor
cristiano es la de la fragilidad humana, del pecado, en la cual nos sentimos amados por Dios.
El amor es siempre radical y total, es capaz de ir hasta un extremo doloroso: el de amar
aceptando incondicionalmente al otro, distinto de sí.
El amor consiste en aceptar que otro entre en mi vida sin condiciones.
El egoísmo es la autosuficiencia inhóspita que se traduce en la aceptación condicionada del
otro.
Las heridas de la muerte permanecen en el cuerpo de Jesús Resucitado como parte integrante
de su vida y de su amor, más fuerte que la muerte.
Si el amor tiene una estructura pascual, entonces la virginidad es sexualidad pascual, una
sexualidad que acepta pasar por la Pascua del Señor, que se deja leer y vivir a la luz de la
Cruz. Y la Cruz:
- juzga: hay que dejarse juzgar por la Cruz, vivir la libertad y la voluntad de someter
continuamente todo lo que pasa por mi corazón a la luz y al misterio de la Cruz; todo afecto,
todo pensamiento, deseo, instinto, pasión, impulso, sentimiento someterlos al juicio de la
Cruz: sólo el amor verdadero me puede enseñar a amar verdaderamente. Sólo el amor
verdadero me puede hacer detectar las ficciones del amor del célibe:
 la cruel hipocresía de quien no es capaz de ponerse en el lugar del otro;
 el que da siempre para recibir: aprobaciones de los otros, recompensas de los otros;
 la sutil violencia de quien usa al otro para llenar sus necesidades psicológicas y
afectivas.
De ahí la importancia de una formación permanente afectiva para reconocer a tiempo aquellas
tendencias del corazón que pueden llegar a “atar” el corazón del virgen. Para ello, es
imprescindible el examen de la conciencia, el “psicoanálisis del pobre”, delante de la Cruz y
de la Palabra de Dios, las dos fuentes que permiten detectar en mí lo que no es auténtico cada
día. El objetivo del examen de conciencia es, sobre todo, la formación de la propia conciencia,
mantener viva una cierta sensibilidad que me permita detectar lo que pasa por mi corazón. No
se trata sólo de hacer examen de conciencia, sino de examinar la propia conciencia y
preguntarnos: “¿por qué mi conciencia me permite esto y no me lo detecta?”. Hay libertad de
conciencia, pero somos responsables de la formación de la propia conciencia que no se
adquiere sólo con la formación intelectual, sino con las experiencias de la vida en una persona
humilde, consciente de sus límites, e inteligente, que quiere comprender.
La vida del creyente comienza con la Palabra de Dios, escuchada en la mañana, y termina
con el examen de la conciencia (la vida iluminada por la Palabra).
La formación inicial debe provocar actitudes con métodos simples, sencillos, pero concretos:
enseñar a desear la Palabra de Dios, a guardarla en el corazón, a escucharla a través de los
acontecimientos del día, de la vida, a ponerla en práctica, a detectar lo que es un obstáculo
para que la Palabra de Dios se cumpla en mí y en los demás. Y así, la Palabra de Dios, Dios
mismo, se hace la fuente de todo lo que la persona hace, y el lugar, la tierra donde la persona
se va arraigando.
El examen de conciencia es expresión de la máxima madurez; forma la conciencia y ayuda a
la persona a identificar lo que pasa en ella misma, en su corazón; hace posible detectar
posibles crisis y hacerse consciente en tiempo real de lo que pasa por el propio corazón.
- purifica: la virginidad se nutre fundamentalmente de soledad, de sobriedad, para
hacer sensible el corazón y concentrarlo en Cristo, para integrarlo y no dejar que se
disperse en “riachuelos” que le hagan perder su fuerza y su energía. Tener el
corazón puro significa concentrar toda la energía sexual en una única Persona que
polariza, integra y orienta toda la persona. Aceptar la cruz purifica el corazón para
que el Amor de Dios polarice todo el corazón y sea el Amor mismo de Dios el
que lo habite para que este corazón humano pueda amar con el mismo corazón de
Dios. La purificación está en función de la intensidad y la calidad del Amor. La
soledad es la experiencia esencial en la vida de la persona virgen.
- orienta: “vuelve hacia Oriente”, el monte de la ofrenda, donde descubrimos
nuestra verdad que nos hace reconocer el Amor con que hemos sido amados, nos
hace descubrir las raíces que dan sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. La
Cruz es la verdad de la vida. La Cruz pone orden, indica una jerarquía en la vida
afectiva, le da verdad y permite una expresión verdadera de la sexualidad, educa
(nos lleva a la verdad), forma (imprime una manera concreta de amar: la de Cristo
Crucificado).
Toda vocación es matinal: para el creyente, antes que todo el resto de la vida y de
las actividades, está la escucha de Dios. Por eso tiene importancia tener un horario
que establezca una jerarquía de valores. La cruz tiene capacidad de orientar la
sexualidad.
- libera: pone en evidencia dos certezas: la de ser amado desde siempre y para
siempre, y la de poder amar para siempre. La Cruz me dice que he sido amado por
Dios y que soy responsable de ese Amor, porque Dios me ha hecho capaz de amar
como El. Esto da la certeza de ser amado y hace libre para amar, confirma y
provoca, hiere y cura. Reconocer el amor recibido nos hace responsables del
Amor.
- salva: la Cruz redime la sexualidad de todo narcisismo y repliegue egoísta,
salvando la impronta divina y la chispa pascual, que en ella están contenidas, para
que el Espíritu habite en cada rincón e instinto de la sexualidad humana y la haga
“fuego” capaz de “encender” en el corazón de los demás el Amor de Dios.
- exalta: la Cruz nos salva y nos pide hacernos cargo de la salvación de los demás,
cargando el máximo de la pena, aún teniendo el mínimo de culpa, libremente. La
Cruz nos salva del egoísmo, nos hace disponibles para cargar las consecuencias del
pecado sin haberlo cometido, y este sufrimiento nos asemeja a Dios. La opción por
la virginidad es aceptar hacerse responsables del Amor recibido.

3.- LA LIBERTAD AFECTIVA

Es fruto de un proceso educativo.


“Si una actitud o un comportamiento no es libre, no es virtud” (Sto. Tomás de Aquino)
La libertad es más que la virtud.

3.1.- Concepto: atracción y actuación de la verdad

Muchos piensan que la libertad es un derecho a reivindicar más que una mística y una ascesis.
Una persona es libre en la medida en que es capaz de ser lo que está llamada a ser, de
realizarse según la propia verdad.
El adjetivo “afectiva” añade algo más a la libertad: el individuo afectivamente libre no sólo
realiza su verdad, sino que la ama y se siente profundamente atraído hacia ella; es su tesoro, lo
que da contenido, peso, belleza a la propia vida haciéndola verdadera, auténtica, valiosa.
El hermano mayor del hijo pródigo no es libre ni feliz porque no ama lo que hace y envidia a
su hermano menor que ha tenido la “desfachatez” de hacer lo que él no puede permitirse. El
hermano mayor ha perdido la capacidad de gozar en la fiesta de la vida. Y desgraciadamente,
en la vida religiosa, hay una “congregación de hermanos mayores” demasiado numerosa.
“El secreto de una vida lograda es empeñarse por hacer lo que se ama y amar aquello en lo
que uno se ha empeñado” (Dostoyeski)
La modalidad de la libertad es la atracción, no la constricción: “hago lo que me gusta hacer”.
El contenido de la libertad es la atracción por la verdad, la bondad, la belleza. La verdad es la
fuente de la libertad. La verdadera libertad consiste en dejarse atraer por lo que es bueno,
bello y verdadero, poniéndolo en práctica. Es una atracción que tiene que ser educada,
formada, evangelizada y realizada en la propia existencia.

3.2.- Dinamismo para llegar a la libertad afectiva.

a) La vía de la integración

En la vida de todo hombre hay un centro. Cuando este centro lo ocupa el propio yo, el
resultado es el narcisismo, el egoísmo, el voluntarismo.
El centro de la vida personal tiene que ser ocupado por el Hijo, Cristo, en su máxima
revelación que es su Misterio Pascual, porque este es el proyecto del Padre desde el inicio de
la Creación: el Padre ha querido hacer de Cristo el centro del mundo y de la Historia. Sólo
este centro puede dar sentido a cada acontecimiento de la vida humana.
Estamos llamados a realizarnos acercándonos progresivamente, con todo lo que somos, a esta
Cruz de Cristo que es capaz de llenar de sentido todas las experiencias humanas porque es el
máximo absurdo llenado de sentido por la entrega amorosa y voluntaria de Jesús. Sólo lo que
es acercado, leído, a la luz de la Cruz de Cristo puede ser iluminado, llenado de sentido y por
tanto, integrado. Lo que no se integra en la vida, es un factor desintegrador.
El proceso madurativo y de integración consiste en ir dejando que la Cruz de Cristo ilumine
todas las dimensiones, rincones, pulsiones de la propia vida. Esto nos conduce a la libertad
afectiva.
La persona virgen recoge en un centro, Cristo Muerto y Resucitado, todas las dimensiones de
su existencia y deja que ese centro juzgue toda su existencia y la oriente.
El absurdo terminó con la entrega de Jesús en la Cruz porque a partir de la entrega de Jesús,
todo ha sido y puede ser llenado de sentido. Lo que se debe buscar no es tanto la integración
afectiva, como la integración espiritual.
La psicología dice que es peligroso el buscarse a sí mismo: “el espejo no puede revelar nunca
la propia identidad porque no tiene la dimensión de la alteridad”. El narcisismo es una especie
de “suicidio” psicológico.
Nuestra vida no se celebra a sí misma, sino a Aquel que ha sido puesto por el Padre en el
centro de nuestra existencia.
La integración consiste en la recapitulación de todas las cosas en Cristo. En esto consiste el
modelo educativo de la integración, en hacer de Cristo el corazón del mundo y de la propia
existencia.

b) “Ama, y haz lo que quieras”

“Ama”: es una invitación a dejarse atraer por el estilo amante de Dios. Esto supone una
conversión de los gustos, una evangelización de la sensibilidad. “Ama lo que es digno de ser
amado”. Dejarse atraer por el Amor hasta llegar a sintonizar con los sentimientos de Dios,
llegar a tener la misma sensibilidad de Dios, los mismos gustos de Dios.
La formación consiste en llegar a tener los sentimientos del Hijo y no sólo en a adaptarse a
unos comportamientos determinados, si no van acompañados de una transformación del
corazón. Por eso la formación tiene que ser permanente, porque es un proceso infinito que
Dios va realizando en nosotros hasta conseguir un corazón humano capaz de vibrar al unísono
con el Corazón de Dios, un corazón de carne abierto al Infinito de Dios, en contacto
misterioso, pero real, con el corazón del mundo.
Hay una gran diferencia entre la libertad pagana, del que sólo hace lo que le agrada a él, y la
libertad creyente del que está aprendiendo a tener los gustos del Eterno.

“Haz lo que quieras”: la atracción no se puede quedar “en la cabeza”, en la teoría abstracta; la
atracción llega a ser un factor de liberación cuando se traduce en un cambio de actitudes y de
comportamientos, según el corazón, los sentimientos y los gustos de Dios.
“Ama y vive según lo que amas”. Se trata de expresar con la vida el proceso de sintonía
progresiva de los propios sentimientos con los sentimientos de Dios. Esto se realiza cuando la
atracción está evangelizada y se va traduciendo en gestos y actitudes concretas.

3.4.- Libertad y dependencia

El hombre es libre, no cuando no depende de nada ni de nadie (esto es imposible), sino en la


medida en la que elige lúcidamente depender de lo que ama y de lo que está llamado a amar.
La intensidad del amor crea la libertad de depender.
Es libre quien está enamorado de la verdad, y, fascinado por ella, la realiza.
Sólo la persona enamorada sabe cuanta libertad se encierra en el hecho de abandonarse lúcida
y conscientemente, incondicionalmente, en los brazos del Amado. Es la libertad de aquel que
entrega su vida incondicionalmente, por amor, al Eterno, el cual, por otra parte, ha hecho
libremente la opción de entregarse incondicionalmente, y por amor, en nuestras manos.
4.- EL ESTILO RELACIONAL DEL VIRGEN

La libertad afectiva consiste en la coherencia de vida del que ama según el estilo específico de
la propia vocación, de tal manera que el objeto del amor llega a ser la modalidad del amar.
La psicología nos muestra que nada como la coherencia es fuente de paz, de serenidad, de
plenitud y de felicidad. La coherencia distiende la existencia. Cuando el objeto del amor se
convierte en la manera de amar, la vida se hace consistente, interpela y atrae a los demás.

“El estilo es una horma, dejada por la forma, traducida por una norma, que se convierte en
coherencia”.
Virgen es aquella persona que, en toda relación, quiere ser testigo del Amor de Dios: quiere
bien y quiere el bien del otro con la misma benevolencia de Dios.
Una forma de vida auténtica se tiene que traducir en normas para no quedarse en el abstracto,
pero la norma tiene que estar confrontándose continuamente con la forma, para inspirarse en
ella y no caer en el “moralismo” farisaico.
Se trata de amar la propia vocación y según el estilo específico de la propia vocación.

Las relaciones de la persona virgen tienen 4 elementos característicos:

1.-“Ponerse a parte”: liberarse progresivamente de la tendencia y la necesidad que tenemos


de ser el centro de todo, para dejar el centro a Dios. La discreción caracteriza las relaciones
del virgen, haciendo emerger en todo, la Presencia de Dios, para dejarle a Él el centro de todo
afecto humano. Tenemos que estar muy atentos a no ocupar el centro de nada ni de nadie.
Tenemos que ser recuerdo continuo de que, donde hay amor, allí está Dios, y le toca a Él
ocupar el centro de la propia vida y de la vida de los demás. La persona virgen es
suficientemente inteligente para captar cuando, en las relaciones, se le está poniendo a ella en
el centro, y tener la honradez suficiente para saberse retirar y “ponerse a parte”, porque en el
centro se está muy bien y uno se acomoda fácilmente.
La persona virgen es coherente para recordar a quien lo coloca en el centro de su vida, que el
centro de la vida tiene que ser Dios: “No soy yo tu centro, tu centro es Dios y sólo Él puede
satisfacer plenamente tu corazón”, y sabe “ponerse a parte”.
Y a quien quiere ocupar el centro del corazón del virgen, sabe hacerle entender con tacto,
delicadeza y elegancia, que el centro de su corazón y de su vida le corresponde a Dios y está
ocupado por Él. Jn 3,30
2.- “Acariciar, rozar, sin penetrar ni poseer”: La persona virgen sabe vivir con libertad las
relaciones, pasar al lado “rozando” con el lenguaje que conviene (arte delicado que se aprende
con el tiempo).
Los encuentros de la persona virgen con los demás no son encuentros en el cuerpo; no es el
cuerpo el lugar ni el motivo del encuentro, sino Dios y la búsqueda de Dios de corazón. Dios
es el único y verdadero punto de encuentro. Este tipo de relación implica una gran
sensibilidad y delicadeza para evitar toda tendencia a la invasión de la intimidad de los demás,
aprendiendo a respetar su libertad.
3.- “El beso de Francisco y el abrazo de madre Teresa”: la virginidad es renuncia, pero
sabia e inteligente, motivada por el amor que abre nuevos espacios de libertad, abre a una
manera nueva de amar lo que antes no era amable.
La opción virginal se orienta a una transformación del corazón, si no, no sirve para nada. Nos
tiene que hacer más humanos y capaces de amar con una mayor humanidad. Abre a la
capacidad de amar, no por simpatía o benevolencia humana, sino por sintonía con el corazón
de Dios.
“Tener el coraje de renunciar a amar el rostro más bello para poder amar el rostro más feo”
La persona virgen es la manifestación de que un corazón de carne es capaz de amar con los
sentimientos del corazón de Dios.

4.- El lenguaje de la belleza.


(Este punto no le dio tiempo a desarrollarlo)

BIBLIOGRAFIA: Amedeo Cencini, Un Dios para amar


Amedeo Cencini, Cuando la carne es débil

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