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Virginidad y Celibato Hoy Hacia Una Sexualidad Compress
Virginidad y Celibato Hoy Hacia Una Sexualidad Compress
0.- INDICE
1.- SITUACION
Presencia de un cierto malestar en lo que concierne a este tema por varias causas:
- interpretación parcial reduccionista del celibato o de la virginidad como renuncia
- la presión cultural-social que considera cada vez más extraña e innatural esta
opción de vida
- los escándalos sexuales y las crisis afectivas de personas consagradas
- un cierto estilo educativo-formativo en el cual el área afectivo-sexual es
prácticamente marginal o se reduce a aspectos del comportamiento
- una idea negativa de la sexualidad que hace delegar la formación en ese campo al
psicólogo o al confesor, relegándola así al fuero interno de la persona, o también
rechazar todo tipo de ayuda psicológica. Hasta que el formador no sea capaz de
“bendecir la sexualidad”, no será apto para formar “vírgenes por el Reino”
- los propios problemas del formador: tiene, al menos, que haber identificado sus
propios problemas en este campo
- una menor disponibilidad formativa por parte del joven en esta área por problemas
anteriores ligados a la familia de origen, a experiencias negativas o a ciertos
condicionamientos culturales
Cuando alguien dice en el área afectivo-sexual que no tiene problemas, es él mismo el
problema, porque lo normal es que en la vida siempre haya algo a madurar y a integrar.
Antes de poder formar a una persona es preciso “educarla”, es decir, ayudarle a situarse en su
verdad: “educere veritatem” = “hacer salir fuera la verdad”
El proceso sería: Educación-------Formación--------Transformación
Para ser formado primero “hay que descender a los infiernos”, el proceso educativo es un
verdadero “peregrinaje al santuario del yo”. Para ello hay que ayudar al formando a tomar
conciencia de lo que pasa en su interior:
1º ¿Qué hago?: atención a los comportamientos: es muy importante el
acompañamiento espiritual por alguien que conviva con él y que le puede ayudar a objetivar
su comportamiento.
2º ¿Cómo lo hago? : - atención a las actitudes, estilo de vida, hábitos
- atención a los sentimientos
3º ¿Por qué, para qué, para quién lo hago?- atención a las motivaciones
4º Toma de conciencia de las inconsistencias de fondo, del equívoco fundamental de
mi vida, que crea percepciones irreales y contamina mi percepción de la realidad. No hay
prisa de “salir” de aquí, de la toma de conciencia de mis propios límites, contradicciones e
incoherencias: es el lugar de contemplación de la Cruz de Cristo. Desde aquí se inicia el
proceso de formación: identificación progresiva con los sentimientos del Hijo, Cristo. Y este
proceso dura toda la vida, de ahí la entrada en el proceso de formación permanente.
Es necesario saber qué significa la virginidad por el Reino para poder vivir este don, que
hemos recibido del Espíritu, como personas maduras y libres de corazón.
¿Qué significa madurez y libertad afectiva?
Hay que saber que a la persona virgen se le pide, no una madurez afectiva cualquiera, sino la
de quien ha recibido el carisma de la virginidad por el Reino, para la Iglesia y en el mundo, y
está llamado a vivirlo según la vocación particular del Instituto al que pertenece o en cuanto
presbítero de una Iglesia local.
Ser virgen por el Reino, en cuanto consagrados, quiere decir:
a) Sustancia: el amor
La opción virginal consiste esencialmente en el amor. Nace del descubrimiento
contemplativo-esencial del amor y mira al aumento de la capacidad de querer bien.
No consiste primariamente en la renuncia a los instintos y tentaciones, en decir “no”
consciente o inconscientemente a la experiencia de amar y de ser amado.
No es una pretensión subjetiva de perfección ni una exigencia cultual, tanto menos una
imposición externa como puede ser una ley, o interna como podría ser un condicionamiento
psíquico, el miedo del otro sexo.
La virginidad está hecha de amor y es posible sólo como elección dictada por el amor.
c) Modalidad: la totalidad
La condición en positivo del amor virgen es la totalidad: Dios es amado con un corazón
totalmente humano, mientras que la criatura humana es bien querida desde un corazón de
carne, pero educado por la libertad de Dios a amar con su largueza, altura, intensidad…Estos
dos amores: se influyen inevitablemente.
Es un amor totalmente humano y también divino, como lo es el de Cristo sufriente en la cruz,
culmen extremo del amor virgen y de la totalidad de tal amor: por el Padre, amado sobre todo,
y por el hombre, lejos de Dios por el pecado, por eso no amable y tentado de no sentirse
amado.
Es posible amar a Dios con un corazón humano y es posible amar a los hombres con un
corazón humano educado por Dios en la libertad.
d) Condición: la renuncia
Toda elección implica renuncia como una condición (negativa) directamente vinculada a la
elección. Y tiene la muerte como perspectiva o punto final. Al comienzo de la vida nos
encontramos con todas las posibilidades abiertas, pero a medida que avanzamos las
posibilidades se van reduciendo por las elecciones que vamos realizando y por la misma
condición humana, hasta acabar en el punto final de la muerte en el cual la renuncia será total.
La virginidad es capacidad de atribuir sentido a la vida, y a las renuncias que llegan a su
culmen en la muerte.
Psicología: la renuncia sólo es auténtica si está llena de sentido. Nadie puede pedir a alguien
renunciar a algo si no le muestra de una manera eficaz y concreta el sentido de la renuncia y el
espacio de libertad en que esa renuncia nos introduce.
El icono de la virginidad es Francisco de Asís besando al leproso. Es la renuncia a un vínculo
definitivo y exclusivo, con carácter totalizante como es el matrimonio; es renuncia al instinto,
a una afectividad posesiva, exclusiva y excluyente. Pero el virgen elige también no excluir a
nadie: renuncia a amar con los criterios de la benevolencia o simpatía solamente humana, que
elige o excluye en base al simple instinto, o a la espontánea atracción o al interés personal
más que al del otro.
Se trata de amar a Dios con totalidad para amar con el corazón y la libertad de Dios a los
hombres sin excluir a nadie.
El virgen está llamado a vivir muchas relaciones, pero con un estilo particular que refleja la
centralidad de su relación con Dios y la pasión por cada hermano y hermana.
“Ni oso ni mariposa”. Ni cerrado en sí mismo, ni a la búsqueda perpetua de encuentros y
compensaciones varias, ni super-moralista de ver el mal en todo, ni tampoco ingenuo de
permitirse todo o casi todo.
La sexualidad está en el centro de la vida intrapsíquica, en relación con todo el resto de las
dimensiones de la persona y, cualquier disturbio en una de estas dimensiones, se va a reflejar
en la sexualidad. La mayoría de las crisis afectivo-sexuales de los consagrados tienen su raíz
en problemas de otros aspectos de la vida de la persona.
La virginidad, en cuanto que está en relación con la sexualidad, dimensión central en la vida
intrapsíquica, es una realidad que impregna toda la persona y todas las dimensiones de la
persona.
La persona virgen no es un héroe, “los héroes de hoy son las víctimas de mañana”, sino una
persona reconciliada con su propia historia por el reconocimiento del Amor gratuito de Dios
hacia ella, y por eso, se puede ofrecer y entregar en agradecimiento y donación total, amorosa,
hacia Dios. La propia vida y la propia historia son el lugar de encuentro con Dios, el marco de
la Fe. La virginidad es la única opción posible para el que se siente inmensamente amado,
buscado, esperado y conquistado por Dios. El experimentar y reconocer el Amor gratuito de
Dios hacia mí, me capacita para amar gratuitamente a los demás.
Por eso el virgen vive su elección con discreción y simplicidad, pero también con alegría y
serenidad, asumiendo la renuncia al instinto sexual, que crea en él una situación de pobreza
objetiva que hay que acoger y ofrecer cada día. No se siente superior a quien hace otras
opciones.
Calidad de vida y testimonio
Sólo desde un cierto estilo de vida se puede entender y vivir la virginidad.
La virginidad requiere un nivel de compromiso espiritual como experiencia del Amor divino,
de adhesión creyente, de fidelidad orante, de acercamiento a la contemplación… y también
exige un nivel de madurez humana, de apertura al otro y a la relación, de autonomía afectiva y
de capacidad de soledad, de calor humano y afecto desinteresado, etc. La virginidad no
soporta la mediocridad.
Por otra parte, la virginidad aumenta la calidad de vida.
Nada como la virginidad vivida en la fidelidad apasionada, favorece la calidad de vida: el
gusto por la belleza, el espíritu de sobriedad, la elegancia del trato, el culto de la verdad, la
eficacia del testimonio, la transparencia contagiosa…
Pero es cierto también lo contrario: una virginidad de escasa calidad, pobre de amor y de vida
espiritual, hecha sólo de renuncias y miedos, aproximativa y ambigua, empobrece la vida y las
relaciones, y está a la base de los bien notados y peligrosos procesos de compensación: abuso
de la comida, del alcohol, del dinero, del poder, tendencia a acumular, uso incorrecto de los
medios de comunicación, necesidad excesiva de contactos y de relaciones. A nivel
comunitario una vivencia mediocre de la virginidad se traduce en un desaliño y descuido
general, que hacen incolora la vida común, pesadas las relaciones, feos los ambientes,
inconsistente el testimonio, aburrida la oración…
Exigencia imprescindible
Actualmente hay una crisis de significado o de frustración de sentido que afecta también a lo
que es más bello y valioso para el hombre y la mujer desde siempre: el amor. Particularmente
los jóvenes no saben ya qué significa amar, dejarse envolver, acoger al otro… y son inducidos
a pensar que ciertos términos como fidelidad, renuncia, gratuidad, castidad, y, más aún,
virginidad, no tienen ya sentido.
El consagrado está llamado a redescubrir su vocación a la educación, no sólo como maestro,
sino, y sobre todo, como testimonio de una vida virgen vivida como don que colma la vida y
que nos hace semejantes al Hijo Crucificado, como Él, enamorados de Dios y apasionados por
el hombre, don que queremos ofrecer y compartir para que Dios esté en el centro de todo
amor.
Si la virginidad se entiende como “un don particular que Dios hace a algunos, para
testimoniar a todos la superioridad del amor divino sobre el amor humano e, indicar
proféticamente aquel estado futuro que representará el modo de ser en el Reino de Dios”,
entonces parecerá una vocación extraordinaria, que sólo a algunos está dado entender, como
una “excepción sociológica” y extraña.
Sin duda, como toda llamada, tiene algo de especial y misterioso, pero es:
Un carisma es un don que Dios hace a un creyente para el bien de todos, “para la edificación
de la comunidad” (1Co 14,12)
En tal sentido el virgen es totalmente libre para dedicarse enteramente al servicio del Pueblo
de Dios y al anuncio de la Buena Noticia. Pero no se trata sólo de una utilidad funcional de
tiempo y de energía. La virginidad por el Reino testimoniada por el célibe es don para todos
porque indica, de algún modo, la vocación de todos.
Virginidad, de hecho, no significa ausencia-abstinencia de relaciones, sino capacidad-calidad
de relaciones, a partir de aquella que está en el origen de la vida humana: la relación con Dios.
Virginidad cristiana quiere decir posibilidad de una relación inmediata, sin mediaciones, de la
criatura con el Creador. Posibilidad radicada en profundidad en el hombre, expresión de su
naturaleza humana.
La virginidad es expresión del origen del hombre, creado por Dios,
y por tanto, también, de su destino final, que es Dios mismo.
Ella revela aquel vínculo profundo y misterioso que une
directamente
todo ser humano a Aquel que lo ha creado,
haciéndolo buscar y encontrar sólo en Él
la plena satisfacción de su necesidad de amor.
La primera y última esponsalidad del hombre es con Dios,
y esto es la virginidad,
virginidad esponsal como vocación universal.
La virginidad no es un don para algunos, sino un don para todos, porque indica, de alguna
manera, la vocación de todo hombre.
Es memoria de los orígenes, de la Creación, de la llamada del hombre a la amistad directa con
Dios, su Creador.
Se necesita que en la Iglesia haya personas que, por su opción, recuerden a los demás el
origen y la meta del hombre, que la criatura puede encontrar la plena satisfacción de sus
necesidades afectivas sólo en Dios. El encuentro afectivo e inmediato con Dios es lo único
que puede satisfacer plenamente el corazón humano. La persona virgen recuerda al hombre
que tiene una energía preciosa en sí que le hace capaz de aspirar a un Amor sin límites y de
amar con un Amor sin límites.
a) Vocación universal
Todo hombre es ya virgen y está llamado a serlo, a vivir una cierta virginidad según la
especificidad de su vocación, no en el sentido de que deba abstenerse de una cierta relación,
sino porque debe comprender que en su corazón, como en el de todo ser humano, hay un
espacio que solamente el Amor de Dios puede llenar, que hay una soledad insuprimible que
ninguna criatura podrá violar o pretender llenar. Este es el misterio del ser humano, su
nobleza y su dignidad. Su corazón está hecho por Dios y para Dios, posee una grandeza que
viene directamente de Aquel que lo ha creado.
“Nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en Ti.” (S.
Agustín)
Todo lo dicho hasta aquí, parte de un proyecto antropológico que viene de la Fe, pero parece
totalmente ajeno a la realidad que vivimos en la sociedad actual y a las propuestas que cada
día reciben los jóvenes, desde los mass-media y desde el entorno, en materia de sexo. Hablar
de virginidad suena a raro, extraño, desfasado e increíble en un contexto cultural donde de
virgen queda poco, a no ser algún tipo de aceite o de lana…
Esta interpretación de la virginidad es una verdad débil en todas las culturas, pero decir esto
no significa que no se deba proponer, sino al contrario, es una llamada a la responsabilidad
del testimonio y a la calidad del mismo que el virgen debe dar de su elección, para hacerla una
verdad fuerte, por la coherencia de la propia vida y opción, aún con la renuncia que supone a
la posesión personal de una criatura en exclusiva y para siempre.
Una verdad débil no puede transmitirse sólo con palabras o razonamientos, sino viviéndola y
mostrando su sentido con la vida, haciéndola fuerte con el testimonio convincente de una vida
coherente.
d) ¿Sensibles o negligentes?
La opción por la virginidad se puede vivir conscientes de que es un don para los demás,
dirigido al otro. Esto hace que el virgen esté atento a los demás, tenga en cuenta el ambiente y
la mentalidad del lugar. No se permite todas las libertades con la excusa de que para él está
bien o es lícito. Se interroga sobre las reacciones o expectativas que su manera de
comportarse suscita en los otros. Se siente de algún modo responsable y está dispuesto a
examinarse y reconocer sus eventuales imprudencias o modales equívocos y sufre si ha
provocado algún malestar.
Por el contrario, el virgen puede también vivir su virginidad replegado sobre sí mismo, ligado
a la vieja idea del celibato como simple instrumento de perfección personal. Entonces no se
preocupará mucho de los demás. Para él, los otros son mucho menos importantes, lo que le
mueve es estar bien consigo mismo y justificarse en todo caso, incluso cuando juega con los
sentimientos de otras personas, con excusas tan repetitivas como irresponsables: “no hice
nada malo, es usted el que tiene el problema, yo no siento nada…, todo son malas
interpretaciones de las habituales malas lenguas…, son los otros que están celosos…, no se
puede ver el mal por todos los lados…, yo no soy un pedazo de hielo, tengo también mi
corazón de carne…” Todo esto no son más que excusas de quien está perdiendo toda la
frescura y el entusiasmo juvenil de su virginidad, y que no tiene ya nada más que decir o que
dar.
Todas estas componentes hacen que el hombre sea una criatura especial: ni ángel ni bestia.
Tentación contra la virginidad no es solamente la atracción por el otro sexo, sino también la
desencarnación de la sexualidad, un espiritualismo que no sabe leer la verdad misteriosa que
está inscrita en el instinto.
La sexualidad está hecha de mística y de ascética para alcanzar la libertad gozosa que hace
fecundo el amor.
La afectividad-sexualidad contiene una estructura pascual. En la vida del cristiano todo tiene
que ser pascual, y si no es pascual, no es cristiano.
El amor es una gracia que viene de la Cruz. Todo gesto de amor es siempre precedido por el
amor recibido. Cuanto mayor sea la conciencia de haber sido amado, mayor será la capacidad
de amar y mayor será el amor donado. Sin esta conciencia no se puede vivir la virginidad.
Jesús tiene el coraje de subir a la cruz y de ofrecerse por la Humanidad porque se sabe el Hijo
predilecto del Padre, el Hijo “amado-antes”.
Nosotros también somos hijos predilectos, “amados-antes- de- nuestros- méritos”, con un
amor gratuito, no merecido. Esta realidad no es tan fácil de vivir, porque todos tenemos la
pretensión de merecer el amor, también frente a Dios. La experiencia verdadera del amor es
cuando no la merecemos, cuando nos reconocemos “no amables”. La experiencia del amor
cristiano es la de la fragilidad humana, del pecado, en la cual nos sentimos amados por Dios.
El amor es siempre radical y total, es capaz de ir hasta un extremo doloroso: el de amar
aceptando incondicionalmente al otro, distinto de sí.
El amor consiste en aceptar que otro entre en mi vida sin condiciones.
El egoísmo es la autosuficiencia inhóspita que se traduce en la aceptación condicionada del
otro.
Las heridas de la muerte permanecen en el cuerpo de Jesús Resucitado como parte integrante
de su vida y de su amor, más fuerte que la muerte.
Si el amor tiene una estructura pascual, entonces la virginidad es sexualidad pascual, una
sexualidad que acepta pasar por la Pascua del Señor, que se deja leer y vivir a la luz de la
Cruz. Y la Cruz:
- juzga: hay que dejarse juzgar por la Cruz, vivir la libertad y la voluntad de someter
continuamente todo lo que pasa por mi corazón a la luz y al misterio de la Cruz; todo afecto,
todo pensamiento, deseo, instinto, pasión, impulso, sentimiento someterlos al juicio de la
Cruz: sólo el amor verdadero me puede enseñar a amar verdaderamente. Sólo el amor
verdadero me puede hacer detectar las ficciones del amor del célibe:
la cruel hipocresía de quien no es capaz de ponerse en el lugar del otro;
el que da siempre para recibir: aprobaciones de los otros, recompensas de los otros;
la sutil violencia de quien usa al otro para llenar sus necesidades psicológicas y
afectivas.
De ahí la importancia de una formación permanente afectiva para reconocer a tiempo aquellas
tendencias del corazón que pueden llegar a “atar” el corazón del virgen. Para ello, es
imprescindible el examen de la conciencia, el “psicoanálisis del pobre”, delante de la Cruz y
de la Palabra de Dios, las dos fuentes que permiten detectar en mí lo que no es auténtico cada
día. El objetivo del examen de conciencia es, sobre todo, la formación de la propia conciencia,
mantener viva una cierta sensibilidad que me permita detectar lo que pasa por mi corazón. No
se trata sólo de hacer examen de conciencia, sino de examinar la propia conciencia y
preguntarnos: “¿por qué mi conciencia me permite esto y no me lo detecta?”. Hay libertad de
conciencia, pero somos responsables de la formación de la propia conciencia que no se
adquiere sólo con la formación intelectual, sino con las experiencias de la vida en una persona
humilde, consciente de sus límites, e inteligente, que quiere comprender.
La vida del creyente comienza con la Palabra de Dios, escuchada en la mañana, y termina
con el examen de la conciencia (la vida iluminada por la Palabra).
La formación inicial debe provocar actitudes con métodos simples, sencillos, pero concretos:
enseñar a desear la Palabra de Dios, a guardarla en el corazón, a escucharla a través de los
acontecimientos del día, de la vida, a ponerla en práctica, a detectar lo que es un obstáculo
para que la Palabra de Dios se cumpla en mí y en los demás. Y así, la Palabra de Dios, Dios
mismo, se hace la fuente de todo lo que la persona hace, y el lugar, la tierra donde la persona
se va arraigando.
El examen de conciencia es expresión de la máxima madurez; forma la conciencia y ayuda a
la persona a identificar lo que pasa en ella misma, en su corazón; hace posible detectar
posibles crisis y hacerse consciente en tiempo real de lo que pasa por el propio corazón.
- purifica: la virginidad se nutre fundamentalmente de soledad, de sobriedad, para
hacer sensible el corazón y concentrarlo en Cristo, para integrarlo y no dejar que se
disperse en “riachuelos” que le hagan perder su fuerza y su energía. Tener el
corazón puro significa concentrar toda la energía sexual en una única Persona que
polariza, integra y orienta toda la persona. Aceptar la cruz purifica el corazón para
que el Amor de Dios polarice todo el corazón y sea el Amor mismo de Dios el
que lo habite para que este corazón humano pueda amar con el mismo corazón de
Dios. La purificación está en función de la intensidad y la calidad del Amor. La
soledad es la experiencia esencial en la vida de la persona virgen.
- orienta: “vuelve hacia Oriente”, el monte de la ofrenda, donde descubrimos
nuestra verdad que nos hace reconocer el Amor con que hemos sido amados, nos
hace descubrir las raíces que dan sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. La
Cruz es la verdad de la vida. La Cruz pone orden, indica una jerarquía en la vida
afectiva, le da verdad y permite una expresión verdadera de la sexualidad, educa
(nos lleva a la verdad), forma (imprime una manera concreta de amar: la de Cristo
Crucificado).
Toda vocación es matinal: para el creyente, antes que todo el resto de la vida y de
las actividades, está la escucha de Dios. Por eso tiene importancia tener un horario
que establezca una jerarquía de valores. La cruz tiene capacidad de orientar la
sexualidad.
- libera: pone en evidencia dos certezas: la de ser amado desde siempre y para
siempre, y la de poder amar para siempre. La Cruz me dice que he sido amado por
Dios y que soy responsable de ese Amor, porque Dios me ha hecho capaz de amar
como El. Esto da la certeza de ser amado y hace libre para amar, confirma y
provoca, hiere y cura. Reconocer el amor recibido nos hace responsables del
Amor.
- salva: la Cruz redime la sexualidad de todo narcisismo y repliegue egoísta,
salvando la impronta divina y la chispa pascual, que en ella están contenidas, para
que el Espíritu habite en cada rincón e instinto de la sexualidad humana y la haga
“fuego” capaz de “encender” en el corazón de los demás el Amor de Dios.
- exalta: la Cruz nos salva y nos pide hacernos cargo de la salvación de los demás,
cargando el máximo de la pena, aún teniendo el mínimo de culpa, libremente. La
Cruz nos salva del egoísmo, nos hace disponibles para cargar las consecuencias del
pecado sin haberlo cometido, y este sufrimiento nos asemeja a Dios. La opción por
la virginidad es aceptar hacerse responsables del Amor recibido.
Muchos piensan que la libertad es un derecho a reivindicar más que una mística y una ascesis.
Una persona es libre en la medida en que es capaz de ser lo que está llamada a ser, de
realizarse según la propia verdad.
El adjetivo “afectiva” añade algo más a la libertad: el individuo afectivamente libre no sólo
realiza su verdad, sino que la ama y se siente profundamente atraído hacia ella; es su tesoro, lo
que da contenido, peso, belleza a la propia vida haciéndola verdadera, auténtica, valiosa.
El hermano mayor del hijo pródigo no es libre ni feliz porque no ama lo que hace y envidia a
su hermano menor que ha tenido la “desfachatez” de hacer lo que él no puede permitirse. El
hermano mayor ha perdido la capacidad de gozar en la fiesta de la vida. Y desgraciadamente,
en la vida religiosa, hay una “congregación de hermanos mayores” demasiado numerosa.
“El secreto de una vida lograda es empeñarse por hacer lo que se ama y amar aquello en lo
que uno se ha empeñado” (Dostoyeski)
La modalidad de la libertad es la atracción, no la constricción: “hago lo que me gusta hacer”.
El contenido de la libertad es la atracción por la verdad, la bondad, la belleza. La verdad es la
fuente de la libertad. La verdadera libertad consiste en dejarse atraer por lo que es bueno,
bello y verdadero, poniéndolo en práctica. Es una atracción que tiene que ser educada,
formada, evangelizada y realizada en la propia existencia.
a) La vía de la integración
En la vida de todo hombre hay un centro. Cuando este centro lo ocupa el propio yo, el
resultado es el narcisismo, el egoísmo, el voluntarismo.
El centro de la vida personal tiene que ser ocupado por el Hijo, Cristo, en su máxima
revelación que es su Misterio Pascual, porque este es el proyecto del Padre desde el inicio de
la Creación: el Padre ha querido hacer de Cristo el centro del mundo y de la Historia. Sólo
este centro puede dar sentido a cada acontecimiento de la vida humana.
Estamos llamados a realizarnos acercándonos progresivamente, con todo lo que somos, a esta
Cruz de Cristo que es capaz de llenar de sentido todas las experiencias humanas porque es el
máximo absurdo llenado de sentido por la entrega amorosa y voluntaria de Jesús. Sólo lo que
es acercado, leído, a la luz de la Cruz de Cristo puede ser iluminado, llenado de sentido y por
tanto, integrado. Lo que no se integra en la vida, es un factor desintegrador.
El proceso madurativo y de integración consiste en ir dejando que la Cruz de Cristo ilumine
todas las dimensiones, rincones, pulsiones de la propia vida. Esto nos conduce a la libertad
afectiva.
La persona virgen recoge en un centro, Cristo Muerto y Resucitado, todas las dimensiones de
su existencia y deja que ese centro juzgue toda su existencia y la oriente.
El absurdo terminó con la entrega de Jesús en la Cruz porque a partir de la entrega de Jesús,
todo ha sido y puede ser llenado de sentido. Lo que se debe buscar no es tanto la integración
afectiva, como la integración espiritual.
La psicología dice que es peligroso el buscarse a sí mismo: “el espejo no puede revelar nunca
la propia identidad porque no tiene la dimensión de la alteridad”. El narcisismo es una especie
de “suicidio” psicológico.
Nuestra vida no se celebra a sí misma, sino a Aquel que ha sido puesto por el Padre en el
centro de nuestra existencia.
La integración consiste en la recapitulación de todas las cosas en Cristo. En esto consiste el
modelo educativo de la integración, en hacer de Cristo el corazón del mundo y de la propia
existencia.
“Ama”: es una invitación a dejarse atraer por el estilo amante de Dios. Esto supone una
conversión de los gustos, una evangelización de la sensibilidad. “Ama lo que es digno de ser
amado”. Dejarse atraer por el Amor hasta llegar a sintonizar con los sentimientos de Dios,
llegar a tener la misma sensibilidad de Dios, los mismos gustos de Dios.
La formación consiste en llegar a tener los sentimientos del Hijo y no sólo en a adaptarse a
unos comportamientos determinados, si no van acompañados de una transformación del
corazón. Por eso la formación tiene que ser permanente, porque es un proceso infinito que
Dios va realizando en nosotros hasta conseguir un corazón humano capaz de vibrar al unísono
con el Corazón de Dios, un corazón de carne abierto al Infinito de Dios, en contacto
misterioso, pero real, con el corazón del mundo.
Hay una gran diferencia entre la libertad pagana, del que sólo hace lo que le agrada a él, y la
libertad creyente del que está aprendiendo a tener los gustos del Eterno.
“Haz lo que quieras”: la atracción no se puede quedar “en la cabeza”, en la teoría abstracta; la
atracción llega a ser un factor de liberación cuando se traduce en un cambio de actitudes y de
comportamientos, según el corazón, los sentimientos y los gustos de Dios.
“Ama y vive según lo que amas”. Se trata de expresar con la vida el proceso de sintonía
progresiva de los propios sentimientos con los sentimientos de Dios. Esto se realiza cuando la
atracción está evangelizada y se va traduciendo en gestos y actitudes concretas.
La libertad afectiva consiste en la coherencia de vida del que ama según el estilo específico de
la propia vocación, de tal manera que el objeto del amor llega a ser la modalidad del amar.
La psicología nos muestra que nada como la coherencia es fuente de paz, de serenidad, de
plenitud y de felicidad. La coherencia distiende la existencia. Cuando el objeto del amor se
convierte en la manera de amar, la vida se hace consistente, interpela y atrae a los demás.
“El estilo es una horma, dejada por la forma, traducida por una norma, que se convierte en
coherencia”.
Virgen es aquella persona que, en toda relación, quiere ser testigo del Amor de Dios: quiere
bien y quiere el bien del otro con la misma benevolencia de Dios.
Una forma de vida auténtica se tiene que traducir en normas para no quedarse en el abstracto,
pero la norma tiene que estar confrontándose continuamente con la forma, para inspirarse en
ella y no caer en el “moralismo” farisaico.
Se trata de amar la propia vocación y según el estilo específico de la propia vocación.