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Organización económica del virreinato

La minería

Potosí. La primera imagen en Europa. Pedro Cieza de León, 1553.

La ciudad de Potosí durante el Virreinato del Perú.


Fue la actividad preferente en el virreinato, por lo menos durante el siglo XVI y
gran parte del XVII, para empezar a decaer en el siglo XVIII. Dentro de la
actividad minera se distinguieron dos momentos: El primero, que fue hasta el
establecimiento de la organización virreinal, caracterizado por un sistema de
extracción intensiva del metal con base en una febril actividad de la superficie,
desmantelamiento, apropiación, y reparto de las riquezas del antiguo Perú. El
segundo presentado por el ordenamiento económico que empieza con las Ordenanzas de
1542.

Las mejores minas, por su calidad y rendimiento fueron de propiedad de la corona


española. Las minas más pequeñas, en cambio, fueron explotadas por particulares con
la obligación de pagar como impuesto el Quinto Real, o sea, la quinta parte de la
riqueza obtenida. Los principales yacimientos mineros fueron: Castrovirreyna,
Huancavelica, Cerro de Pasco, Cajabamba, Contumaza, Carabaya, Cayllama, Hualgayoc,
todas ubicadas en el actual Perú. Pero el más grande a nivel minero fue el
yacimiento de Potosí, cuya producción se sustentó en la mita minera. El Cerro Rico
de Potosí proporcionó las dos terceras partes de la plata que hubo en el Perú hasta
que en 1776 pasó a formar parte del Virreinato del Río de la Plata.

Los centros mineros fueron ciudades que rápidamente se convirtieron en emporios


comerciales que engranaron todo un circuito comercial en el que se encontraban la
ciudad de México (para Zacatecas y Guanajuato) y Lima (para Potosí, Cerro de Pasco
y Huancavelica). Para la extracción de la plata las técnicas andinas incluían el
método de la guaira, que consistía en el empleo de un horno al cual se le sometía
el plomo, extrayéndose finalmente la plata. Pero esta plata era de una impureza
notoria.

En la Nueva España se llegó a descubrir una técnica que se aplicó en las minas de
Potosí: consistió en mezclar la plata con el mercurio (llamado azogue). Luego, la
plata se separaba, manteniéndose en un estado de pureza. La producción minera tuvo
su auge entre 1572 a 1580 que fluctuó de 216 000 a 1 400 000 pesos anuales; pero
disminuyó su ritmo extractivo al promediar el siglo xvii y ya en el siglo XVIII, su
decadencia fue notoria debido, en gran parte, al sistema y forma empírica como se
trabajaba en los centros mineros, también a la carencia de caminos para agilizar el
transporte y la despoblación indígena.

Entre 1790 y 1795, según las memorias del virrey Francisco Gil de Taboada, se
hallaban en explotación en su territorio (actual Perú), 728 minas de plata, 69 de
oro, 4 de mercurio, 12 de plomo y 4 de cobre. Pese a que la minería era en la época
una actividad desorganizada y riesgosa, su auge fue tal que no menos del 40 % de
los yacimientos que actualmente están en operación en el Perú, ya habían sido
descubiertos y trabajados en tiempos del virreinato.

Régimen comercial del virreinato


El comercio virreinal estuvo basado en el monopolio debido al carácter exclusivista
y mercantilista que prevaleció en la economía. Hasta el debilitamiento, y luego la
derogación del monopolio universal, solo los territorios españoles de Europa podían
comerciar con la América española. Con el tal propósito y el de recaudar impuestos,
se creó en Sevilla la llamada Casa de Contratación de Indias en 1503, organismo
encargado de velar por el cumplimiento del monopolio. Además, en cada virreinato
funcionaba un Tribunal del Consulado, que controlaba el movimiento comercial e
intervenía en todo lo relacionado con él.
Monopolio comercial del Virreinato del Perú.
En 1561, Felipe II estableció que los únicos puertos para el tráfico comercial
fueran Sevilla en España, Veracruz, en México y Callao en el Perú, en tanto que
Cartagena de Indias y Panamá eran tenidos como puertos de tránsito.

En cumplimiento de esta disposición, anualmente salían de Sevilla dos grupos de


barcos cargados de mercaderías y escoltados por otros barcos de la Armada española.
El grupo de barcos que iba a México tomaba el nombre de flota y arribaba a
Veracruz. Los que venían al Perú tomaban el nombre de galeones y llegaban, primero,
al puerto de Cartagena de Indias y, de allí, pasaban al puerto de Portobelo. Allí
en Portobelo, se realizaba una gran feria, a la que asistían los comerciantes
limeños que llegaron a este lugar, mediante la llamada Armada del Mar del Sur,
hasta Panamá, y, luego, por tierra, atravesaban el istmo para llegar a Portobelo.
Efectuadas las compras y ventas en Portobelo, los comerciantes de Lima se
embarcaban, nuevamente, en la Armada del Mar del Sur y arribaban al Callao, desde
donde enviaban las mercaderías por tierra a los pueblos y ciudades del interior del
virreinato como Arequipa, Cuzco, Charcas, Buenos Aires, Santiago y Montevideo. De
esta manera, el Virreinato del Perú se convierte en eje del movimiento comercial.
El Callao, como puerto autorizado, mantuvo su preeminencia sobre otros puertos
menores, tanto de la costa del Pacífico, como del Atlántico.

El monopolio no dio resultado para el Imperio español; en cambio, fomentó el


comercio ilícito, de contrabando, a cargo de ingleses, franceses y holandeses. Los
barcos de los países contrabandista (desde el punto de vista español) arribaban a
puertos menores, así como también a caletas y embarcaderos, desde donde se
introducía la mercadería a los poblados aledaños y ciudades del interior del
Virreinato, lugares estos en los que se daba el caso de mayor aceptación de estos
productos que se expandían a un precio sumamente bajo en relación a los mismos
artículos traídos por los mercaderes españoles. La mayor intensidad de este
comercio ilícito se manifestó en los puertos del Atlántico, llámese Montevideo y
Buenos Aires; ello debido a la lejanía en que se encontraban con respecto a la
capital virreinal, Lima, y al puerto de entrada autorizado que era el Callao. Se ha
llegado a estimar que por cada dos mil toneladas de comercio lícito entraban al
Virreinato del Perú trece mil toneladas ilícitas, es decir, de contrabando.

Rompieron también el monopolio comercial español los terribles corsarios (que


robaban para beneficiar a sus propios países o determinada nación europea) y los
feroces piratas (que lo hacían para su propio provecho).

Francis Drake, famoso corsario inglés, atacó los puertos del Virreinato del Perú,
sobre todo el del Callao. Murió tras un ataque fallido a Panamá.
Fue famoso, en este sentido, el corsario Francis Drake que, actuando bajo la
insignia de la Corona inglesa en tiempos de Isabel I, atacó a puertos de América
meridional, saqueó el Callao y Paita, luego se dirigió a Panamá donde logró
acumular un gran botín, regresando a Inglaterra por la vía de Oceanía, en la época
del virrey Francisco Álvarez de Toledo.

Todo ello determinó, que precisamente, Lima, fuera circundada de murallas y que,
asimismo, se construyese la Fortaleza del Real Felipe, o los Reales Castillos, del
Callao.

Entre los piratas y corsarios que atacaron las costas del virreinato peruano
figuraron:

Francis Drake (1578)


Thomas Cavendish (1587)
Roberto Achines (1590)
Oliverio van Noort (1596)
Simón de Cordes (1596)
Almirante Veraje (1596)
Joris van Spilbergen (1607)
Enrique Morgan (1620)
Jacobo Hermite (1624)
Carlos Ciere (1670)
Juan Guerin (1678)
Eduardo David (1685)
Por diversas circunstancias el sistema del monopolio fue quebrantándose. Así, a la
firma del tratado de Utrecht, en 1713, España concedió a Inglaterra el derecho de
enviar cada año a puertos del atlántico, un barco o “navío de permiso”, con
quinientas toneladas de mercaderías. En 1735 la misma España concedió el “navío de
registro“ que, previa inscripción en los puertos españoles, llegaba a los puertos
del Pacífico con mercaderías para su comercialización, hasta que el rey Carlos III,
en 1778, decretó el libre comercio, por el cual otros puertos españoles y
sudamericanos podían efectuar esta actividad. En virtud de esto, surgieron
Valparaíso, Arica, Guayaquil, Montevideo y Buenos Aires, que disputaron la
supremacía del Callao.

Impuestos del Virreinato


La llamada "Real hacienda" o "Caja fiscal del Rey" obtenía recursos directos con el
cobro de una serie de impuestos, que afectaban a las actividades económicas. Había
cajas repartidas en todo el virreinato que recolectaban los fondos, cubrían los
gastos de la administración y remitían el sobrante a la caja principal situada en
Lima ("Caja Real de Lima"), la misma que, saldando los gastos del propio
virreinato, luego las remitía a España.

Entre los impuestos, que el virreinato pagaba a la Corona figuraban:

EL Quinto Real (Quinto del Rey), la quinta parte de los metales extraídos o de los
tesoros encontrados.
El Tributo Personal del Indio. Que obligaba al habitante andino, entre los
dieciocho y cincuenta años, a pagar una suma anual.
El Alcabala, el pago que se hacía por concepto de la compra o venta de propiedades
El Almojarifazgo, que era el impuesto que se pagaba por la entrada y salida de
mercaderías (hoy aranceles o derechos de aduana).
La Media Anata, el impuesto que gravaba anualmente los sueldos de los funcionarios
públicos y burócratas.
La Derrama, que eran los donativos extraordinarios que se obligaba a hacer a los
habitantes del virreinato cuando España sostenía guerras con sus rivales europeos.
Los Estancos. De la sal, del tabaco, del papel sellado, de los naipes, etc., es
decir, el impuesto que gravaba a tales productos, los mismos que tenían que ser
pagados por los colonos.
La moneda

Moneda de 8 reales conocida como Columnario de plata


En un comienzo, durante la conquista, no hubo moneda para el comercio, después
aparece la primera expresión de la moneda en el Perú, la callana, que era una pieza
rudimentaria fundida con especificación de peso y ley que funcionó en Cajamarca,
Lima, Cuzco y Piura. Después se confeccionó el peso, que fue un disco burdamente
labrado a cincel, llevando una cruz a cada lado; su valor marcaba 450 maravedíes.

Posteriormente aparecieron los ducados, los escudos y los doblones, que hicieron
más expeditiva la transacción comercial. Estas monedas eran acuñadas en las
llamadas Casas de Moneda, que empezaron a funcionar alrededor del siglo XVI,
especialmente en Lima y Potosí y de menor manera en el Cusco.

La agricultura y ganadería
La agricultura no tuvo un desarrollo importante en el virreinato. Al igual que en
otros lugares conquistados por los españoles, la tenencia de la tierra se trastocó,
así como el usufructo que se hacía de ella. Con la llegada de los españoles
llegaron también productos vegetales, animales de granja y aves de corral. Desde un
inicio los indígenas fueron empleados en las faenas agrícolas y fue a través de
esta práctica que pudieron pagar sus tributos. Nuevas técnicas como el barbecho, la
rosa y quema así como diferentes instrumentos les fueron dados a los nativos para
que explotaran al máximo la agricultura.

Obraje en el Virreinato del Perú.


Las tierras destinadas a la agricultura se encontraban relativamente cercanas a las
ciudades debido a que muchos de los alimentos no aguantaban más de cinco días de
camino sin malograrse. Alrededor de Lima y Potosí, por ejemplo, hubo grandes
hectáreas destinadas solamente a la producción local. Dentro de esta producción no
se descuidaron los productos locales como el olluco y la coca. Hacia 1600 la
producción local fue lo suficientemente estable como para sustituir las
importaciones que se hacían desde la España europea, causando gran molestia a los
comerciantes españoles. Es desde entonces que el comercio intraamericano empezó a
tener auge, principalmente entre las regiones del Perú, Chile y Centroamérica.

Productos traídos por los españoles


Ganado: Vacuno, lanar, caprino, porcino y equino.
Cereales: Trigo, cebada y centeno.
Otros vegetales: Caña de azúcar, lentejas, garbanzos, frijoles, lechugas, col,
espinaca, apio, espárrago, zanahoria, nabo, betarraga, rábanos, bananas, naranja,
limón, etc.
Los obrajes
Fueron centros laborales de gran importancia en el Virreinato dedicados a la
manufactura de textiles e hilos de lana, algodón y cabuya. El primer obraje fue
instituido por Antonio de Ribera en 1545. Su número creció rápidamente debido a que
las vestimentas tenían gran demanda entre los indígenas mineros (de diferentes
calidades: bayetas, jergas, frazadas, alforjas, medias, sombreros, costales). Su
producción no pudo superar lo artesanal porque el monopolio peninsular no dejaba
que se expandiera o elaborara productos de mejor calidad dentro de sus territorios
de ultramar.

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