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TEMA: HISTORIA DE LA INSTITUCIONALIDAD COLOMBIANA

1. Introducción al tema de la institucionalidad

1.1 Las sociedades pueden considerarse bien sea como sistemas ordenados, o como sistemas
caóticos. El orden y el caos están presentes en todas ellas. Bastaría para aseverarlo la mirada
desde arriba de cualquiera de nuestros centros urbanos, que, por una parte, ponen de manifiesto la
existencia de regularidades, pero también, por otra, la manifestación de fenómenos inusitados que
parecen escapar a las normatividades que las rigen.

Esta observación elemental da pie para afirmar que toda sociedad tiende a ordenarse de acuerdo
con reglas de distintas clases, pero así mismo, tiende a desordenarse de diversas maneras.

En general, las sociedades conviven con ambas tendencias, pero hay que observar que solo les es
posible subsistir si la primera prevalece sobre la segunda, es decir, si el orden se impone sobre el
caos. De hecho, ninguna sociedad es capaz de soportar la anarquía. Donde esta se instaura, trae
consigo la disolución del cuerpo social, su división, su absorción por otros o la dictadura.

Aun en medio del caos y de las irregularidades, las relaciones sociales buscan ordenarse por
medio de la creación de normas y, a través de estas, de instituciones, dentro de las cuales se
destaca el Estado, al que justamente caracteriza Marcel Prêlot como “institución de instituciones”,
no solo por su importancia dentro de la sociedad, sino porque él mismo alberga en sí una serie de
instituciones de diverso orden. Su organigrama se estructura, en efecto, ordenando una pluralidad
de cuerpos institucionales que es cada vez más compleja.

1.2 Las razones para preferir el orden al caos saltan a la vista. Aquel ofrece seguridad y, en
últimas, paz. En el segundo, que Hobbes identificaba con el estado de naturaleza, en el que “el
hombre es un lobo para el hombre”, la vida es según sus palabras "solitaria, pobre, sucia, brutal y
breve".

Puede afirmarse que en buena medida la historia del pensamiento político gira en torno de la
denuncia del desorden como fuente de desgracias sin fin y el intento de suministrar razones
convincentes para la ordenación justa de las sociedades capaz de traer consigo la paz duradera.

Pero en los tiempos modernos la institucionalidad tiene que habérselas la idea de que todo en la
vida social está sujeto a cambios y que estos incluso pueden ser revolucionarios.

En el pensamiento antiguo se consideraba a menudo que el cambio es síntoma de imperfección de


las cosas y anuncia su descomposición. La idea moderna es otra: el cambio es progreso,
mejoramiento, tránsito hacia situaciones que se consideran más apetecibles. Llevada esta idea al
extremo, proclama la revolución permanente.

En todo caso, este dinamismo le da su parte de razón al pensamiento antiguo. En primer lugar,
porque es muestra de que, no obstante, sus aspectos positivos, toda institución es imperfecta y
merece cambiarse; en segundo lugar, porque los cambios pueden, en efecto, mejorarla, pero,
también, corromperla. A mis estudiantes acostumbraba enseñarles que toda institución es
infinitamente perfectible, pero también es infinitamente degradable. Evidencias de esto último
aparecen por doquiera cuando se observan las distorsiones de la Constitución Política de 1991.

1.3 Las instituciones son formaciones más o menos estables y aparentemente objetivas que sirven
de marco de la acción social.
Proceden de ideas-fuerzas que intentan plasmarse en la vida de relación. A partir de las ideologías
que las inspiran y motivan, las instituciones van cobrando forma en reglas, estructuras y conductas.
Estas son las que les dan vida, procurando llevar a la práctica los objetivos que justifican su
creación.

Con las instituciones se aspira a que las ideas matrices se desarrollen de modo coherente en las
normas llamadas a regular su ordenación, que las estructuras se organicen y funcionen de acuerdo
con dichas normas, y que las actividades de la vida institucional se ajusten a las mismas.

1.4 Las tensiones entre lo válido y lo eficaz se resuelven en el ámbito de la cultura.

Hay culturas que valoran la institucionalidad. Otras, en cambio, la menosprecian. Las primeras
condicionan institucionalidades fuertes; las segundas dan lugar a institucionalidades débiles.

Cada sociedad puede clasificarse por el tipo de institucionalidad que la gobierna. Fuera de la
clasificación que acabo de insinuar entre institucionalidades fuertes e institucionalidades débiles,
cabe formular otras, como la de institucionalidades abiertas y cerradas, tradicionales y modernas,
autoritarias y liberales, centralizadas y descentralizadas, entre otras.

En toda institucionalidad se advierte la presencia de culturas de diverso origen que bien pueden
amalgamarse, conciliarse o entrar en colisión. Esa diversidad cultural puede provenir de la historia,
del sistema de clases, de las diferencias en los tipos de educación, de la inserción de unos grupos
en culturas que se consideran más avanzadas o universales, de la persistencia de modos
ancestrales, etc.

Un tema de fondo es la concordancia entre el sistema institucional y la cultura popular. Si hay


armonía entre ambos, aquel gozará de las ventajas que otorga la legitimidad, para cuyo
entendimiento remito a la obra clásica de Guglielmo Ferrero, “El Poder-Los genios invisibles que
gobiernan la ciudad”. La discordancia, en cambio, favorece la apatía, la desobediencia y, en
últimas, la rebelión.

Es frecuente la desavenencia de la cultura popular con la de las elites que controlan los
dispositivos institucionales, lo que da lugar a distintos mecanismos de ajuste, pero también a
respuestas de discriminación y represión.

1.5 Hay quienes creen que el vigor de las instituciones depende de las armas capaces de asegurar
que se impongan de grado o por fuerza (“El poder reside en la boca de los fusiles”, decía Mao) o
de los intereses que pueden satisfacer, según ha pensado el utilitarismo de todos los tiempos.

Un examen más profundo de las realidades sociales, tal como lo acredita la historia, muestra que el
asunto es más complejo y en últimas solo cabe explicarlo en función de un concepto que no
siempre se entiende de modo cabal, el de legitimidad.

La legitimidad depende de unas creencias que no necesariamente son racionales. Mejor dicho, lo
frecuente es que no lo sean, al menos en el sentido que los pensadores modernos entienden la
racionalidad.

Esas creencias sustentan la fe en la autoridad que las origina (legitimidad de origen), pero solo se
mantienen si las instituciones realizan los valores que se espera de ellas (legitimidad de ejercicio).

Gozar de autoridad es mucho más que tener poder, pues aquella involucra connotaciones morales
que no siempre rodean al segundo. Y, como lo señalé atrás, más que satisfacción de intereses
utilitarios, que desde luego no dejan de ser importantes, las comunidades aspiran a que la
institucionalidad realice valores, de acuerdo con tablas coronadas por la justicia y la paz, que
constituyen el desiderátum del bien común.

Hoy se cree en términos generales que la autoridad se funda en la voluntad popular y que su
ejercicio a través de las instituciones debe orientarse hacia la satisfacción de las demandas
comunitarias. De ahí que casi todos los Estados se autocalifiquen como democráticos, hasta el
punto de considerarse que en la práctica hay sinonimia entre régimen político y democracia.

Pero estas afirmaciones no pueden tomarse al pie de la letra, dado que del dicho al hecho hay
mucho trecho, lo que significa que el análisis institucional no puede quedarse en el nivel de la
teoría y los enunciados ideales, sino que le corresponde descender al plano de las realidades
empíricas, que muchas veces desmienten lo que postulan dichos enunciados.

ACTIVIDADES COGNOSCITIVAS

Contextualicemos la teoría vista:

1. Según el autor que nos dice la institucionalidad

2. Que nos dice el numeral 1.2 y 1.3

3. Que nos dice el numeral 1.4


4. Que nos dice el numeral 1.5

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