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LA FÓRMULA PARA EL MATRIMONIO EN DIOS (Gén 2:24)

De vez en cuando oigo a algunos comentarios insensatos sobre la fórmula divinamente diseñada
para el matrimonio en Gén. 2:24: “Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a
su mujer, y serán una sola carne.” Esta fórmula es citada en el Nuevo Testamento por nadie menos
que Jesús el Señor, y sin cambiar ni una palabra para condenar cualquier otro tipo de arreglo.
Como alguien dijo: “En la matemática del Señor, 1+1=1; no 2 socios, no 2 amantes, no 2 del mismo
sexo.” Nada podría ser más claro: 1+1+1 (o más) no equivalen a una sola carne, sino una
perversión del plan de Dios.

Pablo dio instrucciones para las iglesias que sus líderes fuesen solamente los que eran “maridos de
una sola mujer” (1 Tim. 3:1,12; Tito 1:6). A un tipo de persona la Biblia llama “necio”, uno que es
terco y le gusta discutir las doctrinas bíblicas usando la misma Biblia para sus argumentos en
contra de las interpretaciones más aceptadas por los maestros más reconocidos.

Volviendo a la Fórmula Divina, quiero comentar sobre los tres pasos que Dios nos dijo que son
necesarios para lograr la integridad en el matrimonio, o sea, esa unión de dos en uno. No somos
una naranja partida en dos mitades sino una naranja completa, íntegra, para vivir no como dos
sino como una.

En otras palabras, no dos personas haciendo lo que cada uno quiere, sino viviendo en una armonía
de propósito y acción que como pareja han decidido que va a ser su expresión única. Esto requiere
unos pasos importantes.

Comienza con una separación de los padres y de la familia de los años de soltería para formar ya
una nueva familia. Ese núcleo nuevo debe tener la más alta prioridad sobre todas las demás
relaciones humanas. Este paso es relativamente fácil cuando los hijos salen del hogar para asistir a
universidades en otras ciudades. Luego consiguen trabajo y/o se casan estando ya separados
físicamente de su hogar. En otras culturas, especialmente en las megaciudades, el joven o la
señorita sigue viviendo bajo el techo de su padre porque hay muchas oportunidades de estudios
superiores y trabajo ahí mismo. Esto dificulta la separación mencionada en Gén. 2:24. A veces se
ve como “necesario” por razones económicas y la nueva pareja comienza la vida matrimonial en
casa de él o de ella.

CONSECUENCIAS DE LA UNIÓN FUERA DE LA FÓRMULA DE DIOS

1. Primero, no es lo que la Biblia enseña.


2. ¿quién es la “cabeza” de la familia? No es fácil para el nuevo esposo ser cabeza de su
familia donde hay otro cabeza ya funcionando.
3. Es un arreglo que no permite el desarrollo de “1+1=1”. En esa casa grande puede haber
suegros, cuñados y sobrinos. A veces la pareja carece de un lugar privado.
LA FÓRMULA DIVINA BUSCA EL BIEN DE LA PAREJA

1. El ambiente mejor para esto es vivir como una sola carne en su propia casa o apartamento
para aprender a vivir como “una sola carne”.

2. El segundo paso es “unirse”, hombre y mujer, en una unión permanente, lo que hoy
llamamos “casarse”. De ahí en adelante la pareja es reconocida como un matrimonio.
Desde los tiempos remotos ha habido algún proceso. No me refiero a las caricaturas de los
cabernícolas que “cazaban” a su mujer con un garrotazo y la arrastraban por su cabello a
su cueva. Me refiero al proceso, a veces prolongado, de irse conociendo mejor dos
personas hasta enamorarse y comprometerse. Luego celebran esta decisión en una forma
legal, y muchas veces una espiritual mediante los votos nupciales delante de Dios, testigos
y amigos. Este es el proceso que hoy día está en peligro de cambiarse a otro estilo que
evita la ceremonia, la celebración, la unificación pública. Obviamente el mundo sigue la
filosofía de Satanás: “Si te gusta, hazlo.” El cristiano busca la voluntad de Dios. ¿Dónde? En
las Escrituras no vemos la unión libre, la prueba “para ver si somos compatibles”, etc. Ese
estilo no está produciendo uniones permanentes ni bendecidas por Dios.

3. El tercer paso es llegar a ser una sola carne. El verbo en el hebreo no es sólo ser sino llegar
a ser, implicando un proceso, o sea, estos pasos. La meta es llegar a ser una carne en un
acto de unión física que garantiza la multiplicación de la raza, la formación de otra familia,
el cumplimiento de la primera orden de Dios de ser fecundos y multiplicarse y llenar la
tierra con otros como nosotros. Malaquias 2:15 habla del propósito del matrimonio como
buscar “una descendencia de parte de Dios”. Un método muy efectivo de evangelizar es
cuando la pareja cristiana cría a sus hijos en el conocimiento del Señor para tener una fe
en el Señor Jesucristo. ¡Cómo hemos descuidado esta responsabilidad en los tiempos
actuales, dejando la enseñanza religiosa a las iglesias o los colegios religiosos en vez del
hogar!

La multiplicación de la raza no es el único propósito de llegar a ser una sola carne. El acto
sexual amoroso, buscando el placer y el bien del cónyuge tanto como de uno mismo es en
sí un importante cemento, una pega que nos une más allá del acto mismo en un amor
romántico, un ambiente de cariño y ternura que en fin puede, o debe, garantizar nuestra
fidelidad y permanencia en la relación “hasta que la muerte nos separe”. Esto es lo que
Dios quiere: relaciones firmes que permanezcan hasta el fin, pues, son las relaciones que
hacen el mayor bien para la pareja, los hijos, la familia extendida y la sociedad toda. Por
esto me preocupa el aumento de divorcios en matrimonios “cristianos”. ¿Hasta dónde
vamos cuando hermanos en Cristo no pueden obedecer al Señor y amarse y permanecer
unidos hasta el fin? El matrimonio que sufre separación o divorcio no agrada a Dios, y
debe ser inconcebible para el cristiano fiel.

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