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Hace algunos meses me llamó uno de mis mejores amigos, Catalino, desde San Salvador de
Jujuy, donde vive desde que se casó. Nos conocimos en el colegio secundario, y éramos
inseparables hasta que conoció a su actual esposa, jujeña ella, luego se enamoraron y se
fueron hacia el norte. Era de noche, bastante tarde, y me sorprendió la urgencia en su voz,
Pensé lo peor, como cualquier bicho de ciudad dominado por la fatalidad continua y la
urgencia desgraciada. ¡Cómo pensar que algo apremiante puede significar algo distinto a un
unos quince minutos, donde Catalino me contó la historia de esta señora, no tuve nada que
primer vuelvo del día siguiente hacia Jujuy. Recién salía a las 13 horas y a pesar de mi
Aproveché que no debía madrugar para buscar notas acerca de Doña Margarita. Encontré
una sola, publicada por el diario La Nación algunos meses antes, y al leerla me hice una
idea aún más acabada de a quien iba a ir a ver y a escuchar. No quise aceptar que no
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Pablo Quatrefages Se Vive Nomás
hubiera otro relato periodístico más, pero no pude hallarlo. Sentí honor de poder ser yo
quería contar, y necesitaba alguien ducho para dejarlo escrito antes de volviese a olvidarlo.
A pesar de su aspecto frágil, el cual comprobaría horas más tarde, era un ser humano
después comía su carne que según sus propias palabras, “Sabe a cabrito”. También dicen
que ha domado los vientos más fuertes, y las grandes tormentas, sin más armas que un
cuerno de vaca quemada, un poco de alcohol, la imagen de Santa Bárbara y unas simples
palabras (cuántos nos dejamos vencer ante complicaciones que de tan triviales ni deberían
ser llamados problemas). Lo único frágil que tenía era la memoria. Y de repente, a sus más
de cien años, había regresado. No sabía si lo que me iba a contar sería algo fabuloso y
digno de un cuento, pero esa mujer maravillosa, simple y tan incorruptiblemente modesta
merecía que la escuchara y relatara su historia con la mayor exactitud posible. Esperaba ser
equipada con las cosas necesarias para permanecer en la quinta de Doña Margarita durante
unos días.
dificultosos. Y no pudo haber sido en mejor hora nuestro arribo. El sol se estaba ocultando
detrás de las montañas y el color púrpura que observé nunca más lo volví a ver en toda mi
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pocas cabras que aún no se habían refugiado en la arboleda que se erigía a unos cien metros
Nos recibió Silvia, la mujer que visita a Doña Margarita durante la semana, quien también
conviviría esos días cono nosotros. A su lado estaba ella, Doña Margarita, pequeña,
¿Cómo no? Me sorprendí a pesar de haber leído en la nota que nunca había dejado de
fumar. Ni intentado tampoco, como ella misma me confesó en algún momento de nuestra
charla.
- ¿Por qué tendría que hacerlo? Me preguntó asombrada. A lo cual contesté una obviedad
Pensaba comenzar la entrevista al día siguiente, pero ella insistió en empezar en ese
instante, porque tenía miedo de olvidarse luego. Eran las seis y media de la tarde y
conversamos hasta las dos de la mañana, con una única interrupción para cenar las
empanadas de gallina que ella misma había cocinado esa mañana. Exquisitas no alcanza
para definirlas con justicia. Sublimes estaría un poco más cerca de la verdad. Le robé la
receta durante nuestra charla, pero no la develaré acá, pues prometí no hacerlo. Los otros
intervalos fueron más breves y tenían como objetivo que ella (pocas veces) y yo (en
Trataré ahora de resumir su historia, la que Doña Margarita quiso contarme, o la que pudo
recordar. No sé si es una gran historia, pero merece ser contada. Ella pidió que así fuera y
yo soy un hombre de palabra. Acá va, relatada por ella, con mi pluma como instrumento.
Hilario, algo así. Yo era algo más que una moza, y él era bastante mayor. Me propuso
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noviar y yo le dije que sí. ¿Por qué le iba a decir que no? No era buen mozo, pero tampoco
casoriarse con el primero que se fije en una. Al tiempo nos casoriamos nomás. Me acuerdo
bien patentito cuando me lo propuso. Estábamos a la orilla del río. No sé el mes, pero debía
ser verano, por el calor que hacía. Me dio un ramito de flores. Me acuerdo muy mucho,
porque fue la única vez que me regaló flores. Me agarró una mano, suavecito, y me dijo que
quería casoriarse conmigo. Yo también quería, pero igual le pregunté: “¿Para qué?” Se
sorprendió, pero rápidamente me contestó: “Pa’ vivir juntos, pa’ hacerte feliz, pa’ darte
hijos.” Cumplió hasta que se fue con lo primero, en parte con lo segundo y en nada con lo
tercero. Pero no lo culpo. No fue ni un mal ni un buen hombre, ni más ni menos que el
El último almuerzo que comimos juntos fue un guiso de carne de puma con verduras que
preparé. Cómo le gustaba a mi difunto. Hablamos poco, pero me acuerdo que decidimos
que ya no podíamos seguir cazando pumas, que era peligroso. Además, la carne era muy
dura para sus dientes. Teníamos los cabritos, y me dijo que esa tarde iría al río a pescar para
Dormimos una pequeña siesta y al despertar se vistió rápidamente, como apurado, y se fue
hacia el río. Nunca más lo volví a ver. Se lo llevó el diablo, segurito. Si hubiera llevado el
Estuve unos días triste, me sentía sola como nunca me había sentido. Fue difícil después de
tantos años juntos. Pero al final me tuve que acostumbrar. Lo quise bastantito a mi marido y
lo lloré un tiempito, pero no podía quedarme llorándolo para siempre. Creo que ya llevo
más tiempo sola de lo que viví con él. Uno se acostumbra a todo con los años.
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Sabe que mucha gente me han preguntado lo mismo que usted. ¿Que cómo se hace para
vivir tanto?