Está en la página 1de 5

Pablo Quatrefages Se Vive Nomás

7-SE VIVE NOMÁS

Hace algunos meses me llamó uno de mis mejores amigos, Catalino, desde San Salvador de

Jujuy, donde vive desde que se casó. Nos conocimos en el colegio secundario, y éramos

inseparables hasta que conoció a su actual esposa, jujeña ella, luego se enamoraron y se

fueron hacia el norte. Era de noche, bastante tarde, y me sorprendió la urgencia en su voz,

casi angustiosa, pero con un claro matiz de felicidad.

- Tenés que venir para acá mañana mismo. – me dijo.

Pensé lo peor, como cualquier bicho de ciudad dominado por la fatalidad continua y la

urgencia desgraciada. ¡Cómo pensar que algo apremiante puede significar algo distinto a un

infortunio! ¿Qué si no? Pero me equivocaba.

- Vos sos periodista y Doña Margarita tiene un repentino ataque de memoria.

Le pregunté si se sentía bien, de quién me estaba hablando, no entendía nada. Lo dejé

hablar, tratando de no permitir que mis pensamientos negativos interrumpieran. Y luego de

unos quince minutos, donde Catalino me contó la historia de esta señora, no tuve nada que

hacer. Mi incipiente vocación de escritor y mi alma alimentada por semejante epopeya de

un ser humano, me llevaron a levantar el teléfono y reservar un pasaje en avión para el

primer vuelvo del día siguiente hacia Jujuy. Recién salía a las 13 horas y a pesar de mi

ansiedad, reservé un pasaje.

Aproveché que no debía madrugar para buscar notas acerca de Doña Margarita. Encontré

una sola, publicada por el diario La Nación algunos meses antes, y al leerla me hice una

idea aún más acabada de a quien iba a ir a ver y a escuchar. No quise aceptar que no

1
Pablo Quatrefages Se Vive Nomás

hubiera otro relato periodístico más, pero no pude hallarlo. Sentí honor de poder ser yo

quien escribiera algo sobre ella.

La llaman la domadora de tormentas, pero su nombre es Margarita Lacsi. Ni ella sabe

cuántos años tiene, y en la nota no recordaba mucho de su marido. Algo relacionado a él

quería contar, y necesitaba alguien ducho para dejarlo escrito antes de volviese a olvidarlo.

A pesar de su aspecto frágil, el cual comprobaría horas más tarde, era un ser humano

extraordinariamente fuerte. De moza había cazado pumas y leones con boleadoras, y

después comía su carne que según sus propias palabras, “Sabe a cabrito”. También dicen

que ha domado los vientos más fuertes, y las grandes tormentas, sin más armas que un

cuerno de vaca quemada, un poco de alcohol, la imagen de Santa Bárbara y unas simples

palabras (cuántos nos dejamos vencer ante complicaciones que de tan triviales ni deberían

ser llamados problemas). Lo único frágil que tenía era la memoria. Y de repente, a sus más

de cien años, había regresado. No sabía si lo que me iba a contar sería algo fabuloso y

digno de un cuento, pero esa mujer maravillosa, simple y tan incorruptiblemente modesta

merecía que la escuchara y relatara su historia con la mayor exactitud posible. Esperaba ser

digno yo de semejante orgullo.

Cuando llegué al aeropuerto de Jujuy, Catalino me estaba esperando con su camioneta

equipada con las cosas necesarias para permanecer en la quinta de Doña Margarita durante

unos días.

Llegamos al atardecer a la estancia, luego de haber atravesado paisajes realmente arduos,

dificultosos. Y no pudo haber sido en mejor hora nuestro arribo. El sol se estaba ocultando

detrás de las montañas y el color púrpura que observé nunca más lo volví a ver en toda mi

vida. Era perturbadoramente hermoso. El pasto, de un verde intenso deslumbrante, las

2
Pablo Quatrefages Se Vive Nomás

pocas cabras que aún no se habían refugiado en la arboleda que se erigía a unos cien metros

de la casa, nos miraron curiosas.

Nos recibió Silvia, la mujer que visita a Doña Margarita durante la semana, quien también

conviviría esos días cono nosotros. A su lado estaba ella, Doña Margarita, pequeña,

arrugada, con su abundante pelo canoso y un cigarrillo encendido en su mano derecha.

¿Cómo no? Me sorprendí a pesar de haber leído en la nota que nunca había dejado de

fumar. Ni intentado tampoco, como ella misma me confesó en algún momento de nuestra

charla.

- ¿Por qué tendría que hacerlo? Me preguntó asombrada. A lo cual contesté una obviedad

para mi: - Porque hace mal, mata.

Su simpleza me dejó sin palabras “A mi no me mató, ¿no ve?”

Pensaba comenzar la entrevista al día siguiente, pero ella insistió en empezar en ese

instante, porque tenía miedo de olvidarse luego. Eran las seis y media de la tarde y

conversamos hasta las dos de la mañana, con una única interrupción para cenar las

empanadas de gallina que ella misma había cocinado esa mañana. Exquisitas no alcanza

para definirlas con justicia. Sublimes estaría un poco más cerca de la verdad. Le robé la

receta durante nuestra charla, pero no la develaré acá, pues prometí no hacerlo. Los otros

intervalos fueron más breves y tenían como objetivo que ella (pocas veces) y yo (en

numerosas ocasiones) fuéramos al baño. El té de coca activa la vejiga.

Trataré ahora de resumir su historia, la que Doña Margarita quiso contarme, o la que pudo

recordar. No sé si es una gran historia, pero merece ser contada. Ella pidió que así fuera y

yo soy un hombre de palabra. Acá va, relatada por ella, con mi pluma como instrumento.

“No recuerdo cómo conocí a mi marido, ni tampoco su nombre. No sé si era Hipólito o

Hilario, algo así. Yo era algo más que una moza, y él era bastante mayor. Me propuso

3
Pablo Quatrefages Se Vive Nomás

noviar y yo le dije que sí. ¿Por qué le iba a decir que no? No era buen mozo, pero tampoco

mal mozo. Anduvimos noviando un tiempo, pa conocernos. Tampoco es cuestión de

casoriarse con el primero que se fije en una. Al tiempo nos casoriamos nomás. Me acuerdo

bien patentito cuando me lo propuso. Estábamos a la orilla del río. No sé el mes, pero debía

ser verano, por el calor que hacía. Me dio un ramito de flores. Me acuerdo muy mucho,

porque fue la única vez que me regaló flores. Me agarró una mano, suavecito, y me dijo que

quería casoriarse conmigo. Yo también quería, pero igual le pregunté: “¿Para qué?” Se

sorprendió, pero rápidamente me contestó: “Pa’ vivir juntos, pa’ hacerte feliz, pa’ darte

hijos.” Cumplió hasta que se fue con lo primero, en parte con lo segundo y en nada con lo

tercero. Pero no lo culpo. No fue ni un mal ni un buen hombre, ni más ni menos que el

marido que me tocó a mi.

El último almuerzo que comimos juntos fue un guiso de carne de puma con verduras que

preparé. Cómo le gustaba a mi difunto. Hablamos poco, pero me acuerdo que decidimos

que ya no podíamos seguir cazando pumas, que era peligroso. Además, la carne era muy

dura para sus dientes. Teníamos los cabritos, y me dijo que esa tarde iría al río a pescar para

la cena. Que no me preocupara. Y yo no lo hice, no tenía por qué.

Dormimos una pequeña siesta y al despertar se vistió rápidamente, como apurado, y se fue

hacia el río. Nunca más lo volví a ver. Se lo llevó el diablo, segurito. Si hubiera llevado el

alcohol para espantarlo, como yo le dije. Pero se olvidó.

Estuve unos días triste, me sentía sola como nunca me había sentido. Fue difícil después de

tantos años juntos. Pero al final me tuve que acostumbrar. Lo quise bastantito a mi marido y

lo lloré un tiempito, pero no podía quedarme llorándolo para siempre. Creo que ya llevo

más tiempo sola de lo que viví con él. Uno se acostumbra a todo con los años.

4
Pablo Quatrefages Se Vive Nomás

Sabe que mucha gente me han preguntado lo mismo que usted. ¿Que cómo se hace para

vivir tanto?

Yo no sé, se vive nomás.

También podría gustarte