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TAREA PARA DESARROLLAR:

1. Lea el documento
2. Escriba 5 características que debe tener un servidor de Danza Carismática
según los 5 Objetivos de la RCC
3. Escriba los características espirituales que debe tener un grupo de Danza
Carismática y sus servidores

Publicado el: viernes, 28 de septiembre de 2012


Realizado por: Consejo de la RCC de Colombia
IDENTIDAD Y OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA
CARISMÁTICA

CULTURA DE PENTECOSTÉS:
IDENTIDAD Y OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA
CARISMÁTICA
Iniciamos este aparte hablando de una Cultura de Pentecostés, porque para la
Renovación Católica Carismática este es el hecho salvífico desde donde surge nuestra
más profunda identidad y donde se fundamentan los objetivos que como Corriente de
Vida en el Espíritu y Movimiento Apostólico tratamos de conseguir a nivel personal,
comunitario y eclesial. Lo anterior no significa una desmedida prelación de Pentecostés
frente al desdeño de las demás experiencias cristianas tales como la pasión, la
crucifixión o la resurrección, por el contrario nuestra Cultura de Pentecostés como
Renovación Católica Carismática supone, necesita y entra en perfecta coordinación con
todo aquello que le da su verdadero sentido y valor dentro de la experiencia de un Dios
Vivo que se ha abajado por amor a la condición humana para rescatarnos de nuestra
miseria y que sigue realizando este misterio insondable cada vez que un hombre, una
mujer, un joven o un niño abren su corazón a la acción de su Espíritu Santo.

La Cultura de Pentecostés compone nuestra identidad y es lo que deseamos compartir


en completa libertad con la Iglesia y el mundo, no para que todos sean llamados y
reconocidos como “carismáticos”, sino para que en nuestros tiempos se siga
actualizando la gracia de Pentecostés dejándonos mover y guiar bajo el suave soplo del
Espíritu de Dios, tal como sucedía en los tiempos apostólicos, y esto debe y puede
suceder hoy en el lugar que estamos ocupando en el mundo y en la Iglesia. La Cultura
de Pentecostés de la Renovación Católica Carismática no significa el que todas las
personas e instituciones deban adscribirse a esta corriente o movimiento, lo que
realmente se pretende simplemente es que todos nos reconozcamos como templos vivos
del Espíritu Santo y que vivamos en coherencia con esta conciencia, esto es lo
fundamental pues lo demás llegará por añadidura. En palabras del Papa Juan Pablo II:
“Gracias al Movimiento Carismático, muchos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y
adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su existencia
cotidiana” Y en otra ocasión exhortaba a la Renovación Católica Carismática diciendo:
“En nuestro tiempo, sediento de esperanza, den a conocer y hagan amar al Espíritu
Santo.

Así ayudarán a que tome forma ‘la cultura de Pentecostés’, la única que puede fecundar
la civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. No se cansen de invocar
con ferviente insistencia: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!” Esta es la Cultura de
Pentecostés que debemos experimentar y proclamar para que de un profundo sentido a
todo lo que hacemos como personas y comunidades para fortalecer nuestra unidad con
el Dios Uno y Trino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo lo anterior es lo que
conforma nuestra más intima identidad, la cual tiene una importancia radical, pues así
como es importante para una persona definir su personalidad e identidad individual de
igual manera sucede en la RCC, la cual no está llamada a ser una corriente amorfa que
pueda definirse y entenderse de cualquier forma, sino que por el contrario debe adquirir
una personalidad que le ayude a ser identificada pero con lineamientos y orientaciones
que guarden la debida correspondencia con aquellos establecidos por el mismo Cristo al
momento de instituir su Iglesia. El deseo de una identidad definida para la RCC no
pretende negar o coartar la diversidad carismática que en su interior tiende a
manifestarse; lo que verdaderamente se quiere lograr es la unidad en la diversidad. La
identidad bien lograda de la Renovación Católica Carismática será un elemento valioso
para que no se desnaturalice y pierda sus objetivos y metas y para que cualquier viento
de doctrina nueva y pasajera no nos conmueva y nos confunda, sino que le podamos
hacer frente sabiendo cuál es nuestro norte y hacia donde tenemos que orientar todos
nuestros esfuerzos.

¿QUÉ ES LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA?


Para iniciar este aparte del documento además de las ya tradicionales y bien conocidas
definiciones de la RCC (las cuales mencionaremos más adelante) citaremos una
expresión del Papa Juan Pablo II que bien puede ser una definición inicial de lo que es
la Renovación Carismática: "Es una manifestación elocuente de la vitalidad siempre
joven de la Iglesia, una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a las
iglesias al final del segundo mileno" Para comenzar a comprender el concepto de lo que
es la Renovación Católica Carismática, o como también es conocida, Renovación en el
Espíritu, tenemos que asomarnos a la experiencia de los Apóstoles en Pentecostés. El
Cenáculo es el lugar donde los cristianos nos dejamos transformar por la oración, junto
a la Bienaventurada Virgen María, para acoger al Espíritu. Es también el lugar de donde
salimos para llevar "hasta los confines de la tierra" el fuego de Pentecostés. La misión
de la Renovación Católica Carismática es hacer presente hoy en el mundo la experiencia
de Pentecostés. Confirma así su vocación de servicio a la Iglesia, que fue enriquecida
con los carismas del Espíritu desde su nacimiento en el Cenáculo.

RENOVACIÓN ES DEJAR A DIOS SER DIOS


Desde sus comienzos, la Renovación ha aportado a la Iglesia una gran corriente de
libertad. "Dejábamos a Dios ser Dios" es el testimonio de los pioneros de esta corriente.
Fue esta una experiencia fundamental. Más que hacer, se trata de recibir el Don de Dios.
Dejarle a Él la iniciativa, porque los cristianos encerramos con frecuencia a Dios en la
pequeñez de nuestros intereses, de nuestros proyectos y normas. A veces se tiene la
sensación de que Dios ha suscitado la Renovación Católica Carismática para ir a su
compás. Dicen los pioneros de esta experiencia: “Hicimos un descubrimiento: más que
hacer obras para Dios había que hacer las obras de Dios. También descubrimos la
cercanía impresionante de un Dios que se goza en estar con los hombres".

RENOVACIÓN ES REAVIVAR LA LLAMA DEL ESPÍRITU


Ante todo debemos dar gracias a Cristo Jesús Nuestro Señor por el don precioso de la
Efusión del Espíritu o Bautismo en el Espíritu, ya que este don viene a reavivar en
nosotros las gracias que un día recibimos en el Bautismo y en la Confirmación, y nos
hace vivir como adultos responsables la fe que entonces prometimos. Los Seminarios de
Vida en el Espíritu son nuestro modo específico de evangelizar. Si en los comienzos de
la Iglesia los convertidos se bautizaban, hoy hemos de convertir también y en primer
lugar a los bautizados. Son miles los cristianos que se declaran creyentes y afirman al
mismo tiempo que no practican. Los Seminarios de Vida en el Espíritu evangelizan con
la fuerza del primer anuncio. El Espíritu se derrama con poder y nacen de ellos
conversiones radicales, vocaciones al sacerdocio, a la vida contemplativa, compromisos
con la sociedad, con los pobres, los presos, los enfermos.

RENOVACIÓN ES UNA BUENA NOTICIA PARA NUESTROS TIEMPOS


A todos aquellos hombres y mujeres que hoy tienen sed de Dios y andan buscándolo, a
los que presienten que hay algo más allá de una fe quiete e impávida, para todos ellos la
RCC debe ser la buena noticia de que en nuestra Iglesia hay un lugar para poder
compartir la experiencia de un nuevo Pentecostés: LA RENOVACIÓN CATÓLICA
CARISMÁTICA. La conforman grupos de todas las edades y condiciones -casados,
solteros, religiosos, jóvenes y mayores- que desean vivir la buena noticia del Evangelio
dando al mundo un testimonio de luz y esperanza.

RENOVACIÓN ES UNA CORRIENTE DE GRACIA Y MUCHO MÁS


La Renovación en el Espíritu Santo, es una corriente de gracia que busca mantener viva
la experiencia de Pentecostés, a partir del “Bautismo en el Espíritu”. Hay que aclarar
que esta definición no obsta para reconocer también a la RCC como un movimiento
apostólico al interior de la Iglesia sino que más bien nos hace reconocer una doble
naturaleza de la RCC como corriente de gracia y movimiento. Renovación es una nueva
vivencia de la comunidad cristiana como el fruto de haber tenido un encuentro personal
con Jesús y el Espíritu Santo, para llegar con ellos a Dios Padre. “Acudían asiduamente
a la enseñanza de los Apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las
oraciones”. Renovación es también la formación de comunidades que viven con gozo la
experiencia personal de salvación, expresada en cantos y oraciones espontáneas,
realizando de esta manera lo que San Pablo les pedía a las comunidades: “Recitad
vosotros salmos, himnos, cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestros corazón al
Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro
Señor Jesucristo”. Renovación es desarrollar una vida en el Espíritu viviendo la
experiencia carismática, enseñada por San Pablo a la comunidad de los Corintos: "A
unos se les da hablar con sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica enseñanzas
conformes el mismo Espíritu. Otro recibe el don de fe, en que actúa el Espíritu. Otro
recibe el don de hacer curaciones, y es el mismo Espíritu. Otro hace milagros; otro es
profeta; otro reconoce lo que viene del bueno o del mal espíritu; otro habla en lenguas, y
otro todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo es obra del mismo y único
Espíritu". (1a Corintios 12, 8-11)

RENOVACIÓN EN LOS NUEVOS ESTATUTOS DEL ICCRS


La Renovación Católica Carismática es una gracia de renovación en el Espíritu Santo de
carácter mundial y con muchas expresiones en la Iglesia Católica, pero ni es uniforme ni
unificada. No tiene un único fundador ni grupo de fundadores, y no tiene listas de
miembros. Es más bien una corriente de gracia que permite a individuos y grupos
expresarse de distintas maneras y formas de organización y actividades, a menudo
bastante independientes unas de otras, en diferentes estadios y modos de desarrollo, con
diferentes énfasis. No obstante, comparten la misma experiencia fundamental y abrazan
los mismos objetivos generales. Este modelo de relaciones libres se encuentra en los
niveles diocesanos y nacionales así como en el nivel internacional. Estas relaciones se
caracterizan muy a menudo por la asociación libre, el diálogo y la colaboración más que
por la integración en una estructura ordenada. El liderazgo se caracteriza más por
ofrecer servicio a aquellos que lo quieren que por el gobierno. En varias realidades la
RCC se organiza como Movimiento Eclesial, pero también hay estructuras tales como
Comunidades, Redes, Escuelas de Evangelización, Estaciones de Televisión,
Asociaciones, Institutos Religiosos y Seminarios, así como Editoriales, Músicos,
Misioneros y Predicadores. Todos estos, aunque no estén formalmente asociados en una
estructura específica tienen un perfil “carismático”.
OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA

El preámbulo de los nuevos estatutos del ICCRS nos enseña que los objetivos centrales
de la Renovación Católica Carismática o Renovación Pentecostal Católica, como
también se la llama, incluyen:

1. Amparar la conversión madura y constante a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

2. Amparar una receptividad personal decisiva a la persona, presencia y poder del


Espíritu Santo. Estas dos gracias espirituales a menudo se experimentan juntas en lo que
se llama en diferentes partes del mundo un Bautismo en el Espíritu Santo, o una
Liberación del Espíritu Santo, o una Renovación del Espíritu Santo. Muy a menudo se
las entiende como una aceptación personal de las gracias de la iniciación cristiana y
como una capacitación para el servicio cristiano personal en la Iglesia y en el mundo.

3. Amparar la recepción y utilización de los dones espirituales (charismata o carismas)


no sólo en la RCC sino también en la Iglesia en toda su extensión. Estos dones,
ordinarios y extraordinarios se encuentran en abundancia entre los laicos, los religiosos
y el clero. Su comprensión adecuada y utilización en armonía con otros elementos de la
vida de la Iglesia es una fuente de fuerza para los cristianos en su camino hacia la
santidad, y en la realización de su misión.

4. Amparar la obra de evangelización en el poder del Espíritu Santo, incluyendo la


evangelización de los no bautizados, la reevangelización de los cristianos nominales, la
evangelización de la cultura y las estructuras sociales. La RCC promueve especialmente
el compartir la misión de la Iglesia proclamando el Evangelio de palabra y de obra, y
dando testimonio de Jesucristo a través del testimonio personal y a través de esas obras
de fe y justicia a las que cada uno está llamado.

5. Amparar el crecimiento constante en santidad, a través de la integración adecuada de


estos énfasis carismáticos en la vida plena de la Iglesia. Esto se consigue a través de la
participación en una vida sacramental y litúrgica rica, y una apreciación de la tradición
de la oración y espiritualidad católicas. Esto está guiado por el Magisterio de la Iglesia,
y la participación en el plan pastoral de la Iglesia. Los objetivos antes citados deben ser
conocidos, estudiados y permanentemente recordados por toda persona y en toda obra
que se identifique como una manifestación de Renovación Católica Carismática, pues
sin ellos toda la labor carismática estará sin un rumbo y sin una identidad definidos. En
la medida en que estos objetivos fundamentales sean asumidos estaremos posicionando
a la Renovación Católica Carismática, en estos primeros cuarenta años de vivencia, ante
una nueva etapa, tal como lo dijo en varias oportunidades S.S. Juan Pablo II: la de la
madurez eclesial.
Ahora refirámonos particularmente a cada una de las experiencias que nos proponen
estos objetivos.
CONVERSIÓN:
“Conviértanse y crean en la Buena Nueva porque el Reino de Dios ya está entre
ustedes” (Mateo 3, 2; Marcos 1, 15; Hechos 2, 38) Esta fue la invitación con la que Juan
Bautista preparó y anunció la pronta llegada de Jesús; fueron las mismas palabras con
las que Jesucristo inició su ministerio público; y también fue la respuesta que le dio
Pedro a la muchedumbre el día de Pentecostés cuando fue anunciada por primera vez la
pasión, muerte, resurrección y señorío de Cristo: CONVERSIÓN. Esto nos enseña que
la conversión es una invitación de Dios al hombre pero también es una respuesta del
hombre a Dios. A través de la Conversión Dios nos invita a ser parte activa de la familia
divina, es decir, verdaderos Hijos de Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos del
Espíritu; y a través de la conversión es como el hombre le da un “si” definitivo a Dios.
La conversión en la vida de todo cristiano debe ser el resultado de haber experimentado
el amor y la misericordia de Dios, sentirnos amados por Dios y a la vez debe ser el
resultado del reconocimiento de nuestra condición de pecadores necesitados de la
salvación divina. Si esto no sucede todo esfuerzo de conversión en nuestras vidas será
infructuoso, pues el hombre no le encontrará ningún sentido a la conversión sin la
experiencia del amor de Dios y sin el reconocimiento de nuestro pecado no tiene ningún
sentido (Lucas 5, 8). Conversión es pasar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia
de Dios; es pasar de la lejanía a la proximidad de Dios; es comenzar un nuevo camino,
una nueva vida, un nuevo nacimiento (Juan 3, 3) Conversión es aceptar a Jesucristo con
toda la radicalidad de su mensaje que nos dice: aquel que quiera venir tras de mi, que se
niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. La conversión es ante todo un
cambio de corazón (Ezequiel 36, 26; Filipenses 2, 5) y ese cambio de corazón debe ir
transformándonos en nuevas criaturas con una nueva vida. El cambio de conducta
(externo) que se da en el hombre debe ser el resultado de un cambio interior.

La conversión es una invitación que Dios hace a todos los hombres. Dios no hace
excepciones, todos estamos necesitados de la conversión. Nadie puede decir que no
necesita convertirse, ni siquiera aquellos que se dicen “buenos” (ejemplo de San Pablo)
La conversión es un proceso que debe ir haciéndonos crecer cada día más como mejores
personas y como mejores cristianos, haciéndonos reflejos del rostro de Cristo. Es un
esfuerzo de todos los días. La conversión no es obra únicamente del hombre sino que es
el fruto del trabajo en unidad de Dios y el hombre. Por nuestras propias fuerzas no
podremos llegar a Dios, siempre estaremos necesitados de su ayuda. Los anteriores son
como los puntos básicos del camino de conversión que nos propone la Renovación
Católica Carismática en su primer objetivo.

APERTURA AL ESPÍRITU SANTO

Hasta hace unos pocos años en la Iglesia se trataba el tema del Espíritu Santo como el
gran desconocido de la Santísima Trinidad, pues siempre se había hablado del Padre y
del Hijo profusamente, relegando un poco la presencia y el actuar del Espíritu Santo.
Pero desde los tiempos del Concilio Vaticano II, cuando el Papa Juan XXIII convocó a
los padres de la Iglesia invocando la presencia del Espíritu y, como Vicario de Cristo,
abrió de par en par las puertas de la Iglesia a su acción renovadora, desde ese entonces
parece ser que todos los cristianos hemos reaccionado y hemos sacado al Espíritu Santo
de ese olvido al cual lo habíamos confinado y se ha iniciado, por así decirlo, una “nueva
era” de su acción, que en realidad no tiene nada de “nueva”, pues este actuar es el
mismo que hemos podido conocer a través de la Escritura, desde el principio de los
tiempos y a lo largo del tiempo de la Iglesia. Esta es la apertura que nos propone este
objetivo de la RCC.

La acción del Espíritu Santo debe concretarse en nuestras vidas pues no es solo una
historia, es una persona divina que nos ayuda a tener la experiencia de un Cristo Vivo,
que nos propone una renuncia al pecado y a la vez una vida nueva pero a partir del agua
y del Espíritu, tal como se lo propuso a Nicodemo. El Sacramento del Bautismo que nos
ha proporcionado la Iglesia nos ha sumergido en esa vida nueva, solo hace falta que
cada uno abra su corazón para dejar actuar libremente al Divino Espíritu y así
comencemos a dar razón de ese bautismo. “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también
a ese Espíritu” (Gálatas 5, 25). Estas palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas nos hacen
recordar que no es suficiente haber recibido al Espíritu Santo, sino que hay que dejarse
guiar por Él mismo para poder llevar una vida acorde con el título de cristiano que
ostentamos. El Espíritu entra en la vida del hombre a través del Sacramento del
Bautismo y allí comienza a crecer y a multiplicar su acción en la medida en que su
presencia no es disminuida ya sea por el pecado o por la falta de fe y apertura.

Cada bautizado debe procurar en su vida alcanzar una relación con el Espíritu similar a
la que sostuvo con el mismo Cristo, no por apariencia o lujo, sino como la única y
verdadera forma de poder vivir, pues vivir fuera del Espíritu lejos de hacer al hombre
libre lo que conlleva es hacerlo esclavo de sus pasiones y por ende alejarlo de la vida
divina que se nos ha ofrecido como el don más excelente de ser familia de Dios. De esta
temática nos habla San Pablo a lo largo de todo el capítulo 5 de su carta a los Gálatas.
Jesús al anunciar al Espíritu previene a sus discípulos diciéndoles: “y cuando Él venga
(el Paráclito) convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Juan 16, 8). Este
convencimiento no tiene como fin denigrar o humillar al cristiano por parte de Dios,
sino que es un paso necesario antes de que el hombre libremente tome la decisión de
arrepentirse y aceptar la redención de Jesucristo. Pero además de preparar el corazón del
hombre para el encuentro con Jesús, el Espíritu también da las fuerzas al cristiano para
ir en pos de Jesús, ya que por sí solo el hombre nunca sería capaz de dejarlo todo por
seguir a Jesús. El Espíritu también instruye al cristiano en la verdad, es por lo que ha
sido llamado por muchos santos como “maestro interior”, pues en aquel que está atento
a su enseñanza va regalando el conocimiento y la sabiduría que no se puede aprender en
un libro o en una conferencia, pero que si es dada a los pobres y humildes de corazón
(Mateo 11, 25-26). El Espíritu es anunciado por Jesucristo como el Consolador, pues su
actuar en el cristiano tiene la capacidad de ayudarnos a comprender y aceptar todos los
acontecimientos aparentemente negativos como parte del plan de Dios y nos enseña que
de algo malo Dios siempre podrá sacar cosas buenas para nuestro bienestar (Romanos 8,
28). Por último, pero no menos importante, el Espíritu Santo nos llena del Amor a Dios,
al prójimo y a nosotros mismos (Romanos 5, 5). Los doctores de la Iglesia se han
referido al Espíritu como el Amor del Padre y el Hijo, por eso podemos entender que
todo lo que el Espíritu hace en el hombre es fruto de ese amor de Dios, es un reflejo de
la infinidad de su amor hacia nosotros. El Espíritu nos da la capacidad del amor a la
manera de Dios (1ª Corintios 13), un amor que no tiene ningún otro interés sino el bien
de la persona amada. El Espíritu Santo lo encontraremos en cada sacramento, en cada
oración, en la Palabra de Dios, en la comunidad (sobre todo en los hermanos más
necesitados) y también en los carismas.
RECEPCIÓN Y USO DE CARISMAS

En primer lugar debemos dar un sólido y confiable concepto de lo que son los carismas:
“Gracias especiales con las que el Espíritu Santo santifica y dirige al Pueblo de Dios, las
cuales distribuye a cada uno según quiere y que los hace aptos y prontos para ejercer las
diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la
.” (Lumen Gentium Num. 12)
“Gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya
que están ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las
necesidades del mundo.” (Chitifideles Laici Num. 24). Las anteriores definiciones nos
regalan varios elementos que nos ayudan a entender el verdadero sentido y alcance que
la Iglesia misma le ha dado a este concepto: o Gracias: Entiéndase la palabra “gracias”
no como aquella gracia santificante de Dios con la que nos ayuda a ser santos, sino que
más bien esta palabra debe ser entendida como sinónimo de don, regalo, concesión muy
especial. Y esta diferenciación nos da la oportunidad para decir que los carismas no son
signos de santidad por sí mismos sino la oportunidad o el llamado que hace Dios a un
camino de santidad. Distribuye a cada uno según quiere: Los carismas son la expresión
de la completa libertad del Espíritu, que en palabras del mismo Jesús “…sopla cuando
quiere donde Él quiere y no sabes de dónde viene ni a dónde va…” (Juan 3, 8). Dios
puede actuar en quien Él quiera pues tiene el poder para hacerlo por eso no debemos
estratificar los carismas. Todos (ordinarios y extraordinarios) provienen del soplo del
mismo Espíritu. Santifica, dirige y capacita al Pueblo de Dios: Los carismas no son
signos de santidad pero son el inicio de un llamado a la vida en el Espíritu y por ende a
la vivencia de la Santidad. Los carismas, según nos enseña el Concilio Vaticano II,
también ayudan a orientar al Pueblo de Dios y muestran los caminos que Dios quiere
que vayamos recorriendo como Iglesia. También los carismas capacitan a quienes los
reciben para cumplir su misión dentro de la Iglesia, por eso no debemos sentirnos
incapaces de esto o aquello, porque cuando Dios llama, inmediatamente capacita, es
decir, derrama los dones que ese llamado necesita. Recordemos la vocación de Jeremías
(1, 4-10). o Renovación y Edificación de la Iglesia: Los carismas son para la Iglesia:
para su belleza, vitalidad y unidad, no para la persona que lo recibe. Es por esto que
podemos decir que la verdadera y principal finalidad de todo carisma es el servicio en la
Iglesia y desde la Iglesia, en la comunidad y desde la comunidad. El servicio es lo que
renueva y edifica permanentemente el edificio de Dios que es la Iglesia. Para bien de
los hombres y necesidades del mundo: En este aspecto de los carismas San Pedro nos da
una regla de oro: “Que cada cual ponga al servicio de los demás el carisma que ha
recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla,
sean palabras de Dios; si alguno presta servicio hágalo en virtud del poder recibido de
Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo (1ª Pedro 4, 10-11). Hay que
reflexionar y cuestionarnos si este aspecto de los carismas lo estamos viviendo
adecuadamente, pues aunque estamos viviendo un despertar de carismas al interior de la
Iglesia, es aun mucho lo que falta para poner al servicio de las necesidades del mundo
los carismas recibidos.

No podemos dejar de decir que existe una gran variedad de carismas, pues el Espíritu
nunca se repite y actúa de manera única y particular sobre cada persona que abre el
corazón a su acción y estos pueden ser clasificados como ordinarios y extraordinarios
según su necesidad en la misma Iglesia. En el tema de los carismas, este es el aspecto
donde se ha presentado la mayor problemática al interior de la RCC, pues muchos
hermanos al saberse o creerse bendecidos por el Espíritu con uno varios carismas, se
sienten suficientemente “iluminados” por Dios y comienzan a ejercer su carisma
autónomamente sin dejarse orientar y sin tener en cuenta al resto de la comunidad ni de
la Iglesia, y esta actitud ha generado en muchos de nuestros pastores y demás
movimientos una prevención cuando se menciona la palabra “carismático”. Pero lo
cierto es que así como muchos han optado por el camino fácil de ejercer su carisma a su
libre albedrío e incluso para su propio beneficio, somos muchos más aquellos que
hemos optado por el camino de someter nuestro carisma a la comunión y a la guía de
Dios por medio de quienes tienen la autoridad para hacerlo. Ahora vamos a estudiar
unos elementos fundamentales sin los cuales el ejercicio de los carismas no es
edificante, y por tanto no cumplen el objetivo para el cual han sido dados: Humildad: La
humildad es la guardiana de todo carisma. Se necesita que la humildad habite en
nuestros corazones primero para reconocer el actuar particular del Espíritu en nuestra
propia vida y también para saber que por mucho que ejerza el carisma en su justa
medida, esa gracia y toda la gloria solo le pertenece a Dios. Tomemos el ejemplo de la
Bienaventurada Virgen María, quien supo reconocer el actuar de Dios en ella y no
adueñarse de esa gracia, sino darla y compartirla con los demás humildemente (Lucas 1,
46-55).

Discernimiento: Como consecuencia de lo anterior es necesario someter el propio


carisma al discernimiento en primer lugar de la misma comunidad y además al de
nuestros legítimos pastores. El Concilio Vaticano II nos lo recuerda: “…el juicio de su
autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la
Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y
retener lo que es bueno (1ª Tesalonicenses 5, 12. 19-21)” (Lumen Gentium Num. 12)
Obediencia: La obediencia es el camino de purificación de todo carisma. Recordemos
la historia del Santo Padre Pío. Recibió un carisma muy especial y en obediencia a su
Obispo le fue prohibida la celebración pública de la Eucaristía. Así mismo podemos
recordar la historia de todos los santos quienes sometiendo su propio carisma en
obediencia, alcanzaron la santidad. Complementariedad. Tenemos que comprender que
nuestro carisma no está aislado del carisma de nuestros demás hermanos sino que nos
complementamos unos a otros en nuestro caminar como comunidad hacia la presencia
de Cristo. Para explicar esto, recurramos al conocido ejemplo del cuerpo que toma San
Pablo en la Primera Carta a los Corintios (12, 12-30) para explicar la diversidad, unidad
y complementariedad de los carismas en la Iglesia. Cada quien debe reconocer su propio
carisma para ejercerlo en su debido lugar con alegría y sin ninguna clase de envidia,
sabiendo que todos los carismas son igual de importantes para la construcción del
Cuerpo de Cristo y por esto podemos afirmar que el carisma del otro también es mí
carisma. Maduración: Todo carisma debe ser sometido conscientemente a un proceso
de maduración. El carisma que Dios nos da es apenas un principio, no un final, por eso
debemos hacerlo crecer cada día con la propia conversión, la fe, la oración, la Palabra
de Dios, la formación y la prudencia en su ejercicio. Para finalizar con este objetivo,
recordemos lo que dice San Pablo al inicio de su cántico al amor: Les voy a mostrar un
camino más excelente (12, 31), este camino es el amor. El amor debe ser la raíz más
profunda de todo carisma. Si nuestros carismas no están enraizados en el amor de Dios
ellos no darán los frutos del Espíritu que nos enumera San Pablo en la Carta a los
Gálatas (5, 22-23), por el contrario darán frutos provenientes de la carne (5, 19-21). Los
carismas por sí solos no son garantía de salvación, por eso el Señor Jesús nos advierte
diciéndonos: “No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos”
(Mateo 7, 21-23). Esto nos debe hacer entender que el carisma no es lo esencial, sino el
amor con que se acoja, se ejerza y se done a los demás. Como dice un santo (creo que
San Agustín): Al final de nuestras vidas seremos examinados en el amor.

FOMENTO DE LA EVANGELIZACIÓN

La evangelización que en estos tiempos la RCC pretende fomentar en comunión con el


resto de la Iglesia es aquella que, según la exhortación del Papa Juan Pablo II en el
marco de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, debe
ser nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión. Dejemos que sea
la voz del pastor la que nos instruya al respecto: “La nueva evangelización es dar a la
acción pastoral "un impulso nuevo, capaz de crear tiempos nuevos de evangelización,
en una Iglesia todavía más arraigada en la fuerza y en el poder perennes de Pentecostés"
(Evangelii Nuntiandi, 2).

La nueva evangelización no consiste en un "nuevo evangelio", que surgiría siempre de


nosotros mismos, de nuestra cultura, de nuestros análisis de las necesidades del hombre.
Por ello, no sería "evangelio", sino mera invención humana, y no habría en él salvación.
Tampoco consiste en recortar del Evangelio todo aquello que parece difícilmente
asimilable para la mentalidad de hoy. No es la cultura la medida del Evangelio, sino
Jesucristo la medida de toda cultura y de toda obra humana. No, la nueva
evangelización no nace del deseo "de agradar a los hombres" o de "buscar su favor"
(Gál 1,10), sino de la responsabilidad para con el don que Dios nos ha hecho en Cristo,
en el que accedemos a la verdad sobre Dios y sobre el hombre, y a la posibilidad de la
vida verdadera. La nueva evangelización tiene, como punto de partida, la certeza de que
en Cristo hay una "inescrutable riqueza" (Ef 5,8), que no agota ninguna cultura, ni
ninguna época, y a la cual podemos acudir siempre los hombres para enriquecernos (cf.
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final, 3). Esa
riqueza es, ante todo, Cristo mismo, su persona, porque Él mismo es nuestra salvación.
Los hombres de cualquier tiempo y de cualquier cultura podemos, acercándonos a Él
mediante la fe y la incorporación a su Cuerpo, que es la Iglesia, hallar respuesta a esas
preguntas, siempre antiguas y siempre nuevas, con las que los hombres afrontamos el
misterio de nuestra existencia, y que llevamos indeleblemente grabadas en nuestro
corazón desde la creación y desde la herida del pecado”. (Discurso Inaugural del Santo
Padre en la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano) Esta es la evangelización
que la Renovación Católica Carismática esta llamada a vivir, proclamar y fomentar
desde la Iglesia en medio de los no bautizados y de los cristianos nominales, en medio
de la cultura y de las estructuras sociales.

CRECIMIENTO EN SANTIDAD

Por último, pero no menos importante, se hace necesario clarificar que este es el fin
último de toda la experiencia de la RCC, pues se trata de un formal llamamiento a la
santidad reflejo de la misma invitación que nos hace Dios a través de su Palabra
(Levíticos 20, 26; Mateo 5, 48; Efesios 1, 3-4; 1ª Pedro 1, 15).

En algunas palabras de Papa Juan Pablo II dirigidas en distintas ocasiones a la RCC


podemos encontrar las pautas del camino de santidad que nos proponemos como un
objetivo fundamental: “La Renovación está llamada a comenzar de nuevo en Cristo….
La intención de un compromiso renovado por el Evangelio requiere ante todo volver a
descubrir la santidad como corazón y centro de todo apostolado: es necesario tender con
todas nuestras fuerzas hacia la santidad, para proponer de nuevo a todos con convicción
este alto grado de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y
de las familias cristianas debe ir en esta dirección”.

“La santidad es la meta a la que mira nuestra programación. La santidad tiene en su


núcleo la contemplación del Señor Jesús, y toda nuestra programación debe buscar
llevar a la gente a una conciencia más profunda del Único Salvador del mundo… ¡La
Iglesia y el mundo necesitan santos! Y todos los bautizados sin excepción ¡están
llamados a ser santos! Esto es lo que el Concilio Vaticano II quería decir cuando habló
de ‘la vocación universal a la santidad’ (Lumen Gentium Num 5)…

Los santos son gente que se ha enamorado de Cristo. Y es por esto que la Renovación
Carismática ha sido un don grande para la Iglesia: ha conducido a multitud de hombres
y mujeres, jóvenes y ancianos, a esta experiencia de amor que es más fuerte que la
muerte” “La santidad es la prioridad de todos los tiempos y por lo tanto, también de
nuestra época. La Iglesia y el mundo necesitan santos, y nosotros seremos tanto más
santos cuanto más dejemos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo. Este es el
secreto de la experiencia regeneradora de la “Efusión del Espíritu”, experiencia típica
que distingue el camino de crecimiento propuesto a los miembros de sus grupos y
comunidades”. Las anteriores reflexiones de quien fuera nuestro pastor universal nos
recuerdan el urgente llamado que nos hace Cristo a través de su Iglesia a ser santos. No
podemos desfallecer en esta labor de comenzar trabajando por la propia santidad pero
también tocando los corazones de los demás hombres para invitarlos a ser santos y
perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo. Esta opción de la santidad solo puede ser
el fruto de un profundo enamoramiento de Jesucristo. En la medida en que nos dejemos
amar por Dios y correspondamos a ese amor coherentemente, el camino de santidad será
más fácil de escoger y asumir aun con todas las cargas y renuncias que nos propone.

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