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1. Lea el documento
2. Escriba 5 características que debe tener un servidor de Danza Carismática
según los 5 Objetivos de la RCC
3. Escriba los características espirituales que debe tener un grupo de Danza
Carismática y sus servidores
CULTURA DE PENTECOSTÉS:
IDENTIDAD Y OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA
CARISMÁTICA
Iniciamos este aparte hablando de una Cultura de Pentecostés, porque para la
Renovación Católica Carismática este es el hecho salvífico desde donde surge nuestra
más profunda identidad y donde se fundamentan los objetivos que como Corriente de
Vida en el Espíritu y Movimiento Apostólico tratamos de conseguir a nivel personal,
comunitario y eclesial. Lo anterior no significa una desmedida prelación de Pentecostés
frente al desdeño de las demás experiencias cristianas tales como la pasión, la
crucifixión o la resurrección, por el contrario nuestra Cultura de Pentecostés como
Renovación Católica Carismática supone, necesita y entra en perfecta coordinación con
todo aquello que le da su verdadero sentido y valor dentro de la experiencia de un Dios
Vivo que se ha abajado por amor a la condición humana para rescatarnos de nuestra
miseria y que sigue realizando este misterio insondable cada vez que un hombre, una
mujer, un joven o un niño abren su corazón a la acción de su Espíritu Santo.
Así ayudarán a que tome forma ‘la cultura de Pentecostés’, la única que puede fecundar
la civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. No se cansen de invocar
con ferviente insistencia: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!” Esta es la Cultura de
Pentecostés que debemos experimentar y proclamar para que de un profundo sentido a
todo lo que hacemos como personas y comunidades para fortalecer nuestra unidad con
el Dios Uno y Trino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo lo anterior es lo que
conforma nuestra más intima identidad, la cual tiene una importancia radical, pues así
como es importante para una persona definir su personalidad e identidad individual de
igual manera sucede en la RCC, la cual no está llamada a ser una corriente amorfa que
pueda definirse y entenderse de cualquier forma, sino que por el contrario debe adquirir
una personalidad que le ayude a ser identificada pero con lineamientos y orientaciones
que guarden la debida correspondencia con aquellos establecidos por el mismo Cristo al
momento de instituir su Iglesia. El deseo de una identidad definida para la RCC no
pretende negar o coartar la diversidad carismática que en su interior tiende a
manifestarse; lo que verdaderamente se quiere lograr es la unidad en la diversidad. La
identidad bien lograda de la Renovación Católica Carismática será un elemento valioso
para que no se desnaturalice y pierda sus objetivos y metas y para que cualquier viento
de doctrina nueva y pasajera no nos conmueva y nos confunda, sino que le podamos
hacer frente sabiendo cuál es nuestro norte y hacia donde tenemos que orientar todos
nuestros esfuerzos.
El preámbulo de los nuevos estatutos del ICCRS nos enseña que los objetivos centrales
de la Renovación Católica Carismática o Renovación Pentecostal Católica, como
también se la llama, incluyen:
La conversión es una invitación que Dios hace a todos los hombres. Dios no hace
excepciones, todos estamos necesitados de la conversión. Nadie puede decir que no
necesita convertirse, ni siquiera aquellos que se dicen “buenos” (ejemplo de San Pablo)
La conversión es un proceso que debe ir haciéndonos crecer cada día más como mejores
personas y como mejores cristianos, haciéndonos reflejos del rostro de Cristo. Es un
esfuerzo de todos los días. La conversión no es obra únicamente del hombre sino que es
el fruto del trabajo en unidad de Dios y el hombre. Por nuestras propias fuerzas no
podremos llegar a Dios, siempre estaremos necesitados de su ayuda. Los anteriores son
como los puntos básicos del camino de conversión que nos propone la Renovación
Católica Carismática en su primer objetivo.
Hasta hace unos pocos años en la Iglesia se trataba el tema del Espíritu Santo como el
gran desconocido de la Santísima Trinidad, pues siempre se había hablado del Padre y
del Hijo profusamente, relegando un poco la presencia y el actuar del Espíritu Santo.
Pero desde los tiempos del Concilio Vaticano II, cuando el Papa Juan XXIII convocó a
los padres de la Iglesia invocando la presencia del Espíritu y, como Vicario de Cristo,
abrió de par en par las puertas de la Iglesia a su acción renovadora, desde ese entonces
parece ser que todos los cristianos hemos reaccionado y hemos sacado al Espíritu Santo
de ese olvido al cual lo habíamos confinado y se ha iniciado, por así decirlo, una “nueva
era” de su acción, que en realidad no tiene nada de “nueva”, pues este actuar es el
mismo que hemos podido conocer a través de la Escritura, desde el principio de los
tiempos y a lo largo del tiempo de la Iglesia. Esta es la apertura que nos propone este
objetivo de la RCC.
La acción del Espíritu Santo debe concretarse en nuestras vidas pues no es solo una
historia, es una persona divina que nos ayuda a tener la experiencia de un Cristo Vivo,
que nos propone una renuncia al pecado y a la vez una vida nueva pero a partir del agua
y del Espíritu, tal como se lo propuso a Nicodemo. El Sacramento del Bautismo que nos
ha proporcionado la Iglesia nos ha sumergido en esa vida nueva, solo hace falta que
cada uno abra su corazón para dejar actuar libremente al Divino Espíritu y así
comencemos a dar razón de ese bautismo. “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también
a ese Espíritu” (Gálatas 5, 25). Estas palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas nos hacen
recordar que no es suficiente haber recibido al Espíritu Santo, sino que hay que dejarse
guiar por Él mismo para poder llevar una vida acorde con el título de cristiano que
ostentamos. El Espíritu entra en la vida del hombre a través del Sacramento del
Bautismo y allí comienza a crecer y a multiplicar su acción en la medida en que su
presencia no es disminuida ya sea por el pecado o por la falta de fe y apertura.
Cada bautizado debe procurar en su vida alcanzar una relación con el Espíritu similar a
la que sostuvo con el mismo Cristo, no por apariencia o lujo, sino como la única y
verdadera forma de poder vivir, pues vivir fuera del Espíritu lejos de hacer al hombre
libre lo que conlleva es hacerlo esclavo de sus pasiones y por ende alejarlo de la vida
divina que se nos ha ofrecido como el don más excelente de ser familia de Dios. De esta
temática nos habla San Pablo a lo largo de todo el capítulo 5 de su carta a los Gálatas.
Jesús al anunciar al Espíritu previene a sus discípulos diciéndoles: “y cuando Él venga
(el Paráclito) convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Juan 16, 8). Este
convencimiento no tiene como fin denigrar o humillar al cristiano por parte de Dios,
sino que es un paso necesario antes de que el hombre libremente tome la decisión de
arrepentirse y aceptar la redención de Jesucristo. Pero además de preparar el corazón del
hombre para el encuentro con Jesús, el Espíritu también da las fuerzas al cristiano para
ir en pos de Jesús, ya que por sí solo el hombre nunca sería capaz de dejarlo todo por
seguir a Jesús. El Espíritu también instruye al cristiano en la verdad, es por lo que ha
sido llamado por muchos santos como “maestro interior”, pues en aquel que está atento
a su enseñanza va regalando el conocimiento y la sabiduría que no se puede aprender en
un libro o en una conferencia, pero que si es dada a los pobres y humildes de corazón
(Mateo 11, 25-26). El Espíritu es anunciado por Jesucristo como el Consolador, pues su
actuar en el cristiano tiene la capacidad de ayudarnos a comprender y aceptar todos los
acontecimientos aparentemente negativos como parte del plan de Dios y nos enseña que
de algo malo Dios siempre podrá sacar cosas buenas para nuestro bienestar (Romanos 8,
28). Por último, pero no menos importante, el Espíritu Santo nos llena del Amor a Dios,
al prójimo y a nosotros mismos (Romanos 5, 5). Los doctores de la Iglesia se han
referido al Espíritu como el Amor del Padre y el Hijo, por eso podemos entender que
todo lo que el Espíritu hace en el hombre es fruto de ese amor de Dios, es un reflejo de
la infinidad de su amor hacia nosotros. El Espíritu nos da la capacidad del amor a la
manera de Dios (1ª Corintios 13), un amor que no tiene ningún otro interés sino el bien
de la persona amada. El Espíritu Santo lo encontraremos en cada sacramento, en cada
oración, en la Palabra de Dios, en la comunidad (sobre todo en los hermanos más
necesitados) y también en los carismas.
RECEPCIÓN Y USO DE CARISMAS
En primer lugar debemos dar un sólido y confiable concepto de lo que son los carismas:
“Gracias especiales con las que el Espíritu Santo santifica y dirige al Pueblo de Dios, las
cuales distribuye a cada uno según quiere y que los hace aptos y prontos para ejercer las
diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la
.” (Lumen Gentium Num. 12)
“Gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya
que están ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las
necesidades del mundo.” (Chitifideles Laici Num. 24). Las anteriores definiciones nos
regalan varios elementos que nos ayudan a entender el verdadero sentido y alcance que
la Iglesia misma le ha dado a este concepto: o Gracias: Entiéndase la palabra “gracias”
no como aquella gracia santificante de Dios con la que nos ayuda a ser santos, sino que
más bien esta palabra debe ser entendida como sinónimo de don, regalo, concesión muy
especial. Y esta diferenciación nos da la oportunidad para decir que los carismas no son
signos de santidad por sí mismos sino la oportunidad o el llamado que hace Dios a un
camino de santidad. Distribuye a cada uno según quiere: Los carismas son la expresión
de la completa libertad del Espíritu, que en palabras del mismo Jesús “…sopla cuando
quiere donde Él quiere y no sabes de dónde viene ni a dónde va…” (Juan 3, 8). Dios
puede actuar en quien Él quiera pues tiene el poder para hacerlo por eso no debemos
estratificar los carismas. Todos (ordinarios y extraordinarios) provienen del soplo del
mismo Espíritu. Santifica, dirige y capacita al Pueblo de Dios: Los carismas no son
signos de santidad pero son el inicio de un llamado a la vida en el Espíritu y por ende a
la vivencia de la Santidad. Los carismas, según nos enseña el Concilio Vaticano II,
también ayudan a orientar al Pueblo de Dios y muestran los caminos que Dios quiere
que vayamos recorriendo como Iglesia. También los carismas capacitan a quienes los
reciben para cumplir su misión dentro de la Iglesia, por eso no debemos sentirnos
incapaces de esto o aquello, porque cuando Dios llama, inmediatamente capacita, es
decir, derrama los dones que ese llamado necesita. Recordemos la vocación de Jeremías
(1, 4-10). o Renovación y Edificación de la Iglesia: Los carismas son para la Iglesia:
para su belleza, vitalidad y unidad, no para la persona que lo recibe. Es por esto que
podemos decir que la verdadera y principal finalidad de todo carisma es el servicio en la
Iglesia y desde la Iglesia, en la comunidad y desde la comunidad. El servicio es lo que
renueva y edifica permanentemente el edificio de Dios que es la Iglesia. Para bien de
los hombres y necesidades del mundo: En este aspecto de los carismas San Pedro nos da
una regla de oro: “Que cada cual ponga al servicio de los demás el carisma que ha
recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla,
sean palabras de Dios; si alguno presta servicio hágalo en virtud del poder recibido de
Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo (1ª Pedro 4, 10-11). Hay que
reflexionar y cuestionarnos si este aspecto de los carismas lo estamos viviendo
adecuadamente, pues aunque estamos viviendo un despertar de carismas al interior de la
Iglesia, es aun mucho lo que falta para poner al servicio de las necesidades del mundo
los carismas recibidos.
No podemos dejar de decir que existe una gran variedad de carismas, pues el Espíritu
nunca se repite y actúa de manera única y particular sobre cada persona que abre el
corazón a su acción y estos pueden ser clasificados como ordinarios y extraordinarios
según su necesidad en la misma Iglesia. En el tema de los carismas, este es el aspecto
donde se ha presentado la mayor problemática al interior de la RCC, pues muchos
hermanos al saberse o creerse bendecidos por el Espíritu con uno varios carismas, se
sienten suficientemente “iluminados” por Dios y comienzan a ejercer su carisma
autónomamente sin dejarse orientar y sin tener en cuenta al resto de la comunidad ni de
la Iglesia, y esta actitud ha generado en muchos de nuestros pastores y demás
movimientos una prevención cuando se menciona la palabra “carismático”. Pero lo
cierto es que así como muchos han optado por el camino fácil de ejercer su carisma a su
libre albedrío e incluso para su propio beneficio, somos muchos más aquellos que
hemos optado por el camino de someter nuestro carisma a la comunión y a la guía de
Dios por medio de quienes tienen la autoridad para hacerlo. Ahora vamos a estudiar
unos elementos fundamentales sin los cuales el ejercicio de los carismas no es
edificante, y por tanto no cumplen el objetivo para el cual han sido dados: Humildad: La
humildad es la guardiana de todo carisma. Se necesita que la humildad habite en
nuestros corazones primero para reconocer el actuar particular del Espíritu en nuestra
propia vida y también para saber que por mucho que ejerza el carisma en su justa
medida, esa gracia y toda la gloria solo le pertenece a Dios. Tomemos el ejemplo de la
Bienaventurada Virgen María, quien supo reconocer el actuar de Dios en ella y no
adueñarse de esa gracia, sino darla y compartirla con los demás humildemente (Lucas 1,
46-55).
FOMENTO DE LA EVANGELIZACIÓN
CRECIMIENTO EN SANTIDAD
Por último, pero no menos importante, se hace necesario clarificar que este es el fin
último de toda la experiencia de la RCC, pues se trata de un formal llamamiento a la
santidad reflejo de la misma invitación que nos hace Dios a través de su Palabra
(Levíticos 20, 26; Mateo 5, 48; Efesios 1, 3-4; 1ª Pedro 1, 15).
Los santos son gente que se ha enamorado de Cristo. Y es por esto que la Renovación
Carismática ha sido un don grande para la Iglesia: ha conducido a multitud de hombres
y mujeres, jóvenes y ancianos, a esta experiencia de amor que es más fuerte que la
muerte” “La santidad es la prioridad de todos los tiempos y por lo tanto, también de
nuestra época. La Iglesia y el mundo necesitan santos, y nosotros seremos tanto más
santos cuanto más dejemos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo. Este es el
secreto de la experiencia regeneradora de la “Efusión del Espíritu”, experiencia típica
que distingue el camino de crecimiento propuesto a los miembros de sus grupos y
comunidades”. Las anteriores reflexiones de quien fuera nuestro pastor universal nos
recuerdan el urgente llamado que nos hace Cristo a través de su Iglesia a ser santos. No
podemos desfallecer en esta labor de comenzar trabajando por la propia santidad pero
también tocando los corazones de los demás hombres para invitarlos a ser santos y
perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo. Esta opción de la santidad solo puede ser
el fruto de un profundo enamoramiento de Jesucristo. En la medida en que nos dejemos
amar por Dios y correspondamos a ese amor coherentemente, el camino de santidad será
más fácil de escoger y asumir aun con todas las cargas y renuncias que nos propone.