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Traducción
de Francisco Pérez Ortiz
Transcripación
De H. Pedro Flores Aceves, fms
2012
SOBRE LA OBRA
“La mente moderna ha estado cerrada a Dios desde largo tiempo, pero
hoy parece que Dios ha encontrado Su camino de regreso a ella, como Lo
encontró en los albores del Cristianismo atravesando puertas cerradas”.
Sobre estas bases de optimismo y esperanza ha cimentado el Obispo
Fulton J. Sheen su más reciente libro, CAMINO A LA PAZ INTERIOR. Es una
obra dirigida al mismo gran público que encontró consejo e inspiración en su
anterior libro de esta serie, CAMINO A LA FELICIDAD, publicado también el
año pasado por esta editorial.
La paz interior, nos dice el Obispo, se logra solamente convirtiendo a
Dios en director de TODOS nuestros actos. Y con su acostumbrada brillantez y
sensibilidad, va señalando al través de sus páginas los vitales problemas que
nos afectan, y las soluciones más lógicas para la turbulencia que asuela estos
años, tan llenos de peligro.
Las palabras del Obispo Sheen en este nuevo libro espléndido, entrañan
un mensaje de significado especial para todos. Los consejos sencillos y
prácticos que contiene, derivan su profunda validez de muchos años de
pensamiento contemplativo. Temas tales como Bondad, Felicidad, Virtud,
Conocimientos, Sabiduría y Fe, son tratados con la percepción típica del
hombre que ha dedicado su vida al estudio del anhelo humano de paz
espiritual.
CAMINO A LA PAZ INTERIOR es un libro que interesará sin duda a los
millones de lectores que han encontrado guía segura en los conceptos es idea
de este gran escritor religioso, así como de todo ser humano que busque para
su vida un sentido de seguridad y alegría.
CONTENIDO
SOBRE LA OBRA
PAZ INTERIOR
Capítulo
1. La Vanidad. Enemiga de la paz interna ……… 5
2. Tribulaciones Creadas por Nosotros Mismos . 7
3. Apego a las Cosas Menores …………………. 10
4. Conocimiento sin Verdad ……………………… 12
5. No hay Verdad sin Humildad ………………… 14
6. El deseo ………………………………………... 16
BONDAD
7. La Bondad Requiere Publicidad …………….. 18
8. La Perfección no es Automática …………….. 20
9. Nuestros Vecinos en Apuros ………………… 22
10. Gente que se Cree ‘Buena’ ………………….. 24
11. La Devolución de Objetos Robados ………… 26
12. Hospitalidad ……………………………………. 28
FELICIDAD
13. Alegría y Tristeza ……………………………… 30
14. El Misterio del Sufrimiento ……………………. 32
15. Nuestros Estados de Ánimo ………………….. 34
16. Los Casos Mentales Están Aumentado …….. 36
17. Melancolía ……………………………………… 38
18. La Culpa está en Nosotros Mismos …………. 40
INFLUENCIAS EXTERNAS
19. La Influencia ……………………………………. 42
20. Pan y Reyes ……………………………………. 44
21. Apasionamiento ………………………………… 46
22. Cinco Peces para los Anzuelos Comunistas … 48
VIRTUD
23. Magnanimidad ………………………………….. 50
24. La Falta de Sinceridad …………………………. 53
25. Cuando las Personas Buenas Proceden mal .. 55
26. La Religión es Impopular ………………………. 57
27. Guerras y Rumores Bélicos …………………….59
28. Orgullo y Humildad ………………………………61
29. El Obstruccionismo del mal ……………………. 63
30. Introspección ……………………………………..65
31. Lecturas ………………………………………….. 67
32. La Bondad de los Demás ……………………….69
33. El Esfuerzo Acertado Hacia la Superioridad ….71
34. Edad ……………………………………………… 73
35. Autoengreimiento ……………………………….. 75
36. La Verdad, Ideal Olvidado ……………………... 77
37. Necesidad de la Memoria ……………………… no
SABIDURÍA
38. Saque la lengua ………………………………… 80
39. La Sensibilidad del Inocente ………………….. 82
40. Paciencia ………………………………………… 84
41. ¿Qué ha ocurrido con la razón? ………………. 86
42. Cómo lo Juzgamos todo ……………………….. 88
43. Debemos ser Justos hacia Quienes difieren
de Nosotros ……………………………………… 90
44. Cómo se cierran las Inteligencias abiertas ….. 92
45. Silencio ……………………………………………94
USTED
46. Los Placeres …………………………………….. 96
47. Psicología del Hombre y de la Mujer …………. 98
48. El Lado sombrío de la Bondad ………………..100
49. Cómo se forma el Carácter ……………………102
50. La Memoria ……………………………………...104
51. Facilidad del Error ………………………………106
LA FE
52. Para Quienes Trabajan con Dios ……………..108
53. Desnudez Interior ……………………………….110
54. Zozobras …………………………………………112
55. La Humildad ……………………………………..114
56. El Estado de Ánimo …………………………….116
57. “Cuán Razonable es” (no está copiado) ……. no
58. La Pascua Florida ………………………………118
59. Credulidad de incrédulo ………………………..120
PAZ INTERIOR
Capítulo 1
La Vanidad Enemiga
de la Paz Interna
Capítulo 2
Tribulaciones Creadas
por Nosotros Mismos
Capítulo 4
Conocimientos sin Verdad
Nunca antes en la historia del mundo hubo tanta riqueza y nunca antes
hubo tanta pobreza como en nuestros días; nunca antes hubo tanto poder, y
nunca con anterioridad hubo tan poca paz; nunca antes se disfrutó de tantos
medios de educación a cambio de tan escaso conocimiento de la verdad. Esta
última discrepancia representa la señal de lo que las Sagradas Escrituras
llaman “timpos de peligro”.
No significa esto, sin embargo, que nuestra generación no sea estudiosa
ni tampoco investigadora desinteresada o carente del deseo de conocimientos.
De hecho, no existe profesor universitario, que no acuda muchas veces en su
curso del año a la trillada frase de que sí interesa por “extender los horizontes
del conocimiento”. Todos nos sentimos inclinados a obtener lo nuevo, pero no
lo bastante interesados como para utilizar lo que ya poseemos. Cada uno se
vanagloría de que gusta “llamar a las puertas de la Verdad”, pero la triste
realidad es que si la puerta se abriera, muchos morirían a causa de la sorpresa
que ello les causaría. Prefieren por lo mismo oír el ruido que hacen con los
nudillos sobre las puertas, en vez de aceptar la responsabilidad que la verdad
implica. Ni siquiera queremos hablar acerca de nosotros mismos.
Saber muchas cosas es muy distinto a conocer la Verdad, de la misma
manera que un dibujo trazado a ciegas, será muy diferente al cuadro
terminado. Diez mil conocimientos fraccionarios no ayudan a la comprensión,
de igual modo que una mezcla del contenido de todas la redomas reunidas en
los anaqueles de un boticario no produciría ningún medicamento eficaz. Un
cadáver tiene los mismos elementos químicos que un cuerpo viviente; pero el
primero carece de la unidad que sólo el alma puede proporcionar. Lo que el
alma es para el cuerpo, es la Verdad para el conocimiento; lo que el arquitecto
a sus planos son para un edificio, es la Verdad para una educación.
Uno de los efectos más peligrosos de convertir la educación en
acumulación de conocimientos, y no en medios para la eventual adquisición de
la Verdad, consiste en que olvida la relación que existe entre la Verdad y el
carácter. Si un individuo desconoce el verdadero objeto de un explosivo, se
expone a volar en pedazos. El contenido de una botella y el de otra, nunca
producirán los mismos efectos aunque el punto de vista desde el cual se las
juzgue sea el mismo. Si la botella contiene veneno, seguramente dañará a
quien ingiera su contenido sólo para demostrar que fue sincero al suponerla
llena de buen licor. Un boxeador puede ser muy “sincero” al creer que debe
atacar siempre con la derecha, pero es muy posible que tal suposición le
resulte equivocada al final. Un agricultor puede ser sincero al plantar abrojos,
pero no cosechará maíz jamás.
Por otra parte, aun conociendo el hombre la Verdad, su conducta no
será necesariamente buena. Pero en todo caso cuenta con un mapa como
guía: sabe adónde debe encaminar sus pasos. Si pierde la ruta, no culpará por
ello a sus glándulas o a su abuela. Aun cuando esté fuera del camino, sabe
dónde está el camino recto. La tragedia de nuestros días radica en que el
mundo no solamente despedaza las fotografías de una buena sociedad, sino
en que también destruye los negativos. Al negar la Verdad, el mundo abandona
la búsqueda de la misma, igual que el ciego que supone su estado normal, sólo
porque no espera ya curación alguna. :::::::
No entraña mayor importancia el que un hombre crea en la política de
partidos, porque los partidos dentro de una democracia representan
indistintamente buenos medios para lograr un buen fin, o sea la preservación
del bien común. Existe poca diferencia en el carácter moral de un hombre que
afirma encontrar en el golf un ejercicio mejor que en el tenis; pero se planteará
la mayor diferencia del mundo si no sabe cómo considerar a sus semejantes: si
como bestias, o como criaturas de Dios. Puede requerir algunos años para que
entre en acción su propia filosofía errónea, de la misma manera que se
necesita tiempo para que la cizaña sembrada en lugar de trigo aparezca en las
mieses, pero eventualmente ambas aparecerán. Si estuviéramos equivocados
en todo lo demás . El alma está teñida del color de sus creencias. Una
expresión muy vulgar es la del que dice: “Batará hacer todo lo posible para que
las cosas salgan bien”. La Oficina de Impuestos Sobre la Renta nunca aceptará
tal filosofía. Tampoco consolaría a un hombre perder el tren o ser reprobado en
sus exámenes profesionales.
La Educación se enfoca actualmente a darle ayuda a los estudiantes que
ignoran la respuesta a esta pregunta: “¿Qué puedo hacer?” Si un lápiz
estuviera dotado de conciencia no se preguntaría primeramente: “¿Qué puedo
hacer, sino más bien “¿Qué cosa soy’” “¿Para qué puedo servir?” Una vez
establecido este punto, el lápiz estría preparado para escribir. Cuando nuestra
juventud haya descubierto la Verdad acerca de la vida, vendrán dos
conclusiones: el valor de ser uno mismo, y la humildad de reconocer su calidad
de criatura; siendo este un producto, un resultado, una criatura proveniente del
Poder que la hizo, buscará la ayuda de ese Poder, para ser hombre, y más que
hombre, Hijo de Dios.
Capítulo 5
No hay Verdad
sin Humildad
Siempre que nace una nueva teoría científica abundan las personas
comprendidas dentro de la “intelligentsia” que intentan poner música, a efecto
de que todos los demás conocimientos del mundo bailen a sus acordes.
Cuando Compte perfecciónó la sociología, todo se vio socializado, hasta Dios
mismo; cuando Darwin desarrolló su teoría de la Evolución, evolucionó todo,
inclusive la moral; ahora que la Relatividad se ha establecido, cuantos no son
hombres de ciencia, han relativizado todo, negando la existencia de cosas tales
como la Verdad o la Bondad, excepto como puntos de vista personales. Fuera
del hecho de que la teoría de la Relatividad no rechaza lo absoluto (porque se
basa en lo absoluto de la propagación de la luz), resulta absurdo aplicar los
métodos de una rama del conocimiento a todas las otras ramas del
conocimiento. La Relatividad, por ejemplo no establece que tengamos seis
dedos en un pie, contando en una dirección, y solamente cuatro en el otro,
contados en dirección inversa.
La negación de la Verdad, es algo tan funesto para la mente como la
negación de la luz lo es para nuestros ojos. La Verdad en toda su amplitud no
es fácil de alcanzar, aun cuando admitamos su existencia. Hay ciertas
condiciones psicológicas y espirituales esenciales para su descubrimiento y la
más importante de todas es la virtud de la humildad.
La humildad no es una falta de fuerza moral, sino más bien el reconocimiento
de la Verdad acerca de nosotros mismos. Explorar la Verdad en toda su
complejidad, necesita de momentos en que confesemos nuestra ignorancia, en
lo que francamente admitamos estar equivocados, no haber sido francos o
estar dominados por los prejuicios. Tales admisiones son penosas, pero
realmente enriquecen al carácter tanto como lo empobrecen nuestros contactos
con la falsedad. Si somos orgullosos, codiciosos, presuntuosos, egoístas,
sensuales, constantemente dispuestos a imponer nuestros caprichos, resulta
mejor enfrentarnos a nuestra propia fealdad y no vivir en un paraíso de ilusos.
La base para todas las críticas del vecino, la fuente de los juicios equivocados,
la calumnia, los celos y la destrucción de la reputación ajena, son nuestra
negativa a escudriñar dentro de nuestra alma. Dado que el sentimiento de
justicia es en nosotros tan profundo e imborrable, si no nos hacemos justos
conformándonos a la Verdad, encontraremos siempre errores en los demás,
con la vana esperanza de hacer justicia en ellos. Todo hombre se fortificará
encarando lo peor que lleva consigo mismo, para luego normar su
comportamiento de conformidad con sus conclusiones al respecto. Cuando
intentamos explicar nuestros errores mediante jerigonzas psicológicas,
aumentamos nuestro descontento mental, igual que el pretender negar una
enfermedad verdadera incrementará los progresos de la misma.
El desarrollo de la democracia ha hecho mucho por acabar con el falso
snobismo social y por mantener humildes a los hombres en sus relaciones
externas. Pero desde otro punto de vista, ha debilitado el respeto a la Bondad y
a la Verdad, ya que las masas populares generalmente se inclinan a equiparar
la moralidad con el nivel general de la sociedad en cualquier momento
determinado. Los números se convierten en medida para la Bondad. Cuando
son muchos quienes violan alguno de los Mandamientos Divinos, arguye la
masa: “Ciencuenta millones de adúlteros no pueden estar equivocados. Habrá
que cambiar los Mandamientos”. La excelencia de la excelencia moral misma,
no reside en ninguna conformidad externa con un tipo convencional, sino en l a
disposición interna bajo el control de un principio reconocido al que nos
sometamos, bien sea que estemos de acuerdo con él o no.
La humildad resulta indispensable para desafiar la mediocridad; debemos estar
siempre dispuestos a rechazar las burlas, de quienes intentan abatir las
cabezas de los que logran elevarse sobre el nivel de la masa. La mediocridad
puede ser una forma terrible de tiranía, y guarda mil y un castigos contra
quienes abandonan las normas acostumbradas, para adoptar un cambio
interno de sentimiento a una línea de conducta por encima del nivel común.
Cuando mil personas se encaminan al borde de un abismo, quienquiera que
aparezca en dirección opuesta, será objeto de burlas, por no seguir a la
multitud. El hombre necesita ser humilde, a efecto de resistir los reproches y
atreverse a estar del lado de lo justo. Cuando la mayoría está equivocada. Así,
la humildad es el camino que lleva a la Verdad y a la paz interior. Basándose
en el reconocimiento de dos dimensiones situadas aparte y más allá de la
llaneza de nivel que caracteriza a la masa: una estriba en reconocer la inmensa
altura que es la Santidad; la otra es la dimensión de profundidad, la existencia
del mal dentro del corazón humano.
Capítulo 6
El Deseo
El deseo es para el alma lo que la gravitación para la materia. Cuando
conocemos nuestros deseos, sabemos la dirección que toma nuestra alma. Si
el deseo es celestial, nos elevamos; si es completamente terrenal,
descendemos con él El deseo es como la materia prima con que formamos
nuestras virtudes o nuestros vicios. Como dijo Nuestro Señor: “Donde está
vuestro tesoro, estará también vuestro corazón”.
Muy pocas personas se apartan bastante del mundo, para preguntarse a
sí mismas cuál es su deseo básico. Hay algunas que llevan una vida
aparentemente buena, que pagan sus impuestos y contribuyen liberalmente a
las obras de caridad, pero que a pesar de ello alientan malos deseos básicos.
Su bondad no es con frecuencia sino resultado de la falta de oportunidades
para comportarse pecaminosamente. Son como el Hijo Mayor en la Parábola
del Hijo Pródigo, que acusa a su hermano de “despilfarrar sus bienes en
prostitutas”. Nada había realmente de cierto. Pero la acusación reveló que el
Hijo Mayor habría actuado en tal forma, de estar en el cuerpo de su hermano.
Por otra parte, hay ciertos individuos que proceden de la peor manera, y
sin embargo abrigan el deseo básico de ser buenos, y sólo aguardan el día en
que una mano auxiliadora los incorpore del abismo. Fue de un grupo semejante
que Nuestro Señor dijo: “Las prostitutas y los publicanos entrarán en el Reino
de los Cielos, antes que los Escribas y los Fariseos”.
La satisfacción depende del dominio que ejerzamos sobre nuestros
deseos. La publicidad sirve muchas necesidades, pero también hace que las
cosas de lujo aparezcan como necesidades, originando deseos hacia objetos
que el individuo es incapaz de poseer plenamente. El mundo oriental abordó el
secreto de la paz interior, sugiriendo que la felicidad interior depende del
control y la limitación de los deseos. San Pablo dijo: “He aprendido a estar
contento en cualquier estado en que me encuentre”. El contento no es la
indiferencia, aunque los ignorantes lo supongan con frecuencia. El contento no
significa la inmunidad a las pruebas, porque conoce los suspiros y lágrimas,
pero sus sentimientos no degeneran nunca en el mal humor. Si no obtiene lo
que se desea, nunca le abruma la decepción, sino que brilla en dulce sumisión.
No guarda parentesco alguno con el fatalismo que se niega a planear o actuar,
en la creencia de que nada puede alterar su curso. Es un fatalismo así el que
caracteriza ciertas filosofías orientales e imposibilita el progreso. A la
resignación nadie se somete antes de orar y actuar, pero después de hacer
todo lo posible, termina aceptando lo ocurrido decretándolo voluntad del Señor.
Existe una enorme diferencia entre someterse a la Voluntad Divina de
mala gana, y someterse a ella sabiendo que Dios es la Suprema Sabiduría, y
que algún día comprenderemos que todo lo ocurrido ha sido en nuestro propio
beneficio.
Existe una paz maravillosa que llega al alma si todas nuestras penas,
pruebas, decepciones y tristezas son aceptadas como un castigo merecido a
nuestros propios pecados, o como sana disciplina que nos conducirá a una
virtud más grande. Las cuerdas del violín, si fueran conscientes, se quejarían
cuando el músico las oprime, pero esto sólo porque no se darían cuenta de que
el sacrificio resentido era necesario, para dar nacimiento a una melodía. Los
males, de hecho, se vuelven más ligeros mediante la resistencia paciente, y los
beneficios se envenenan con el descontento.
El contento se basa en la idea de que “nuestra suficiencia no emana de
nosotros mismos, sino de Dios”. El alma no desea ni carece de más de lo que
Dios le proporciona. Su voluntad se ajusta a su propio estado después que ha
gastado sus recursos, y su deseo no excede sus propias fuerzas. Por tanto,
todo cuanto ocurre es tan bueno como digno del Divino Designio. Sócrates lo
dijo alguna vez: “El más cercano a Dios es quien requiere menos cosas”.
La resignación no es incompatible con el deseo de mejorar nuestra
condición. Hacemos cuanto podemos, como si todo dependiera de nosotros;
pero confiamos en Dios como si todo dependiera de Él. Los talentos de que
somos dueños han de ponerse en acción, pero si sólo producen un fruto
determinado, no debemos murmurar porque el fruto no haya sido mejor.
Cuando realmente examinemos nuestras conciencias, habremos de admitir que
recibimos más de lo que moralmente merecemos. El descontento es mucho
mayor entre quienes gozan de privilegios excesivos, que entre quienes carecen
de tales privilegios. El rico necesita a los psiquiatras más que el pobre. Pocas
mentes europeas se trastornaron durante las dos guerras pasadas. En cambio,
hubo muchas mentes norteamericanas que se desquiciaron. Las primeras
aprendieron a no esperar nada. Nosotros tenemos todavía que aprender esta
lección.
BONDAD
Capítulo 7
La Bondad
Requiere Publicidad
Capítulo 8
La Perfección
no es Automática
Cuando alguien oye hablar de una nueva teoría psicológica como por
ejemplo, la capacidad de anticipar el porvenir en forma vaga, cuando se lee
acerca de una droga que retarda la vejez, hay apresuramientos casi de
carácter cósmico, que avizoran en etapas de pocos años una Humanidad libre
de errores e inmune a las enfermedades. Esta tendencia hacia la perfección es
justa y buena, porque no existen razones para que el proceso evolutivo se
paralice en lo que al hombre se refiere.
Pero la falacia radica en que el hombre juzga esta perfección, como
allegada sin participación de su propio esfuerzo o del ejercicio de su propia
voluntad. Se considera que la perfección es obtenible sin costo alguno, pero no
como coronación al esfuerzo, como el de tocar piano, que nace de mil actos de
voluntad y tediosos ejercicios. La perfección es apartada así del orden moral y
reducida al orden físico; es algo que se nos da en vez de ser algo que
adquirimos; llega como un legado de sorpresa que no ganamos ni merecimos,
más bien que como un premio ganado por medio de la sangre, del sudor y de
las lágrimas. La verdad es que la perfección supone un poco el convertirse en
lo que no somos y que tal conversión se obtiene gracias a la voluntad, el
dominio sobre nosotros mismos y hasta el sufrimiento, e implica un ideal
superior a nosotros, pero hacia el cual nos esforzamos por llegar.
La perfección es la plenitud de la bondad o la unión dentro de nosotros
mismos de la bondad y la felicidad. Esto a su vez exige distinción y
comparación. Por ejemplo, supongamos que un hombre desea ser buen
arqueólogo, tal como Heinrich Schlieman, uno de los más grandes que ha dado
el mundo. Tres factores son necesarios para ello: 1) Reconocer el hecho de
que tiene mucho que aprender; 2) Comprensión hacia su ideal y esfuerzo para
alcanzarlo como la misión de su vida; 3) El sentimiento de su propia
imperfección. Este último lo experimentó Schlieman siendo un muchacho de
siete años, cuando su padre le hablaba de los héroes de Homero y de cómo la
poderosa ciudad de Troya fue arrasada e incendiada. La idea de perfección,
desde el punto de vista de la arqueología griega, habría sido descubrir a la
ciudad de Troya. Cuando el Padre de Schlieman dijo a éste que se ignoraba el
sitio preciso en que Troya, había erguido sus murallas, éste expresó la
perfección con esta frase: “Cuando yo sea grande, iré a Grecia y encontraré
Troya y el Tesoro del Rey”. La tercera etapa fue el desenvolvimiento de esa
idea. Aprendió muchas lenguas modernas, estudió la historia de Grecia y a
Homero, hasta saberla de memoria. Finalmente en el año de 1783, después de
extraer 300,000 metros cúbicos de tierra, encontró su Troya y el Tesoro del
Rey.
Pero no existe solamente la perfección arqueológica porque también hay
la perfección humana, es decir, nuestro desarrollo en bondad como seres
humanos. También implica tres factores: los dos primeros son correlativos – el
sentido de nuestra propia imperfección y una idea de perfección, que encarna
Dios. Mientras más cree un hombre saberlo todo y no haberse equivocado
nunca, sin tener por tanto culpa alguna que expiar, tanto menor será su impulso
de mejoramiento. Esa es la razón por la cual subjetiva aunque no
objetivamente, mientras más inflamos nuestro yo, tanto menos importante nos
parece Dios. El enfermo reconoce la necesidad de un médico. La mente
ignorante siente la necesidad de un maestro y el alma, que reconoce su propia
indignidad, suspira por Dios para completar su personalidad.
Entre estos dos correlativos, la sed y la fuente, el hambre y el Pan de la
Vida, aparece el tercer factor esencial para la perfección moral: un acto de
voluntad, mediante el cual principie uno a desechar las imperfecciones
mediante el autodominio, el sacrificio y la disciplina, e inicie el camino positivo
hacia la Meta Divina. Lo que impulsa al hombre hacia esta perfección es el
amor, porque amando la perfección, eliminamos todo aquello que ofende al Ser
Amado. Por ejemplo, una muchacha llevará vestido rojo, porque aun cuando
este color no sea de su agrado, sabrá quizás que el tono resulta muy del gusto
del ser amado. En cierta ocasión se preguntó a Miguel Ángel cómo esculpía
sus obras. Respondió el gran maestro que era en realidad muy fácil: dentro de
cada bloque de mármol hay siempre una forma bella. Sólo se requiere labrar el
mármol, para que la forma aparezca. De igual manera, en cada individuo existe
otra personalidad, la personalidad ideal. Bastará poner primeramente una
imagen del modelo ante uno mismo, confiar en Su gracia y luego desbastar los
grandes rozos de egoísmo existentes, hasta que aparezca la Divina Imagen.
Capítulo 9
Nuestros Vecinos
en Apuros
Una niña pidió a Dios en cierta ocasión que volviera buenas a todas las
gentes malas y amables a todas las “buenas”. Al hablar de personas “buenas”,
se refería aquellas que son limitadas en su bondad y que, por lo mismo, no son
fundamentalmente buenas. Es un hecho espiritual y psicológico que las
mismas personas que se enorgullecen de su propia virtud, resienten que los
pecadores no enmienden su forma de vivir. Este es el caso del Hijo Mayor de la
parábola del Hijo Pródigo, quien se quejaba de que el padre había recibido con
una fiesta a su hermano menor al regresar éste al hogar. En realidad, la
parábola es la historia de dos hijos que perdieron el amor de su padre: uno por
ser demasiado “malo” y otro por ser demasiado “bueno”.
Los celos o escatiman el bien a los demás, hacen a muchas mentes
regocijarse con los fracasos y sufrimientos ajenos. Secretamente suponen que
el pecado ajeno les hace descender a ellos mismos al nivel de los pecadores, o
que por lo menos pierden cierta superioridad. La afición del siglo veinte hacia el
escándalo, deriva en gran parte de su conciencia culpable. Al encontrar otras
túnicas manchadas de lodo, algunos se regocijan de que las suyas, polvosas y
arrugadas, no se ven tan mal después de todo. El Hijo Mayor se quejaba ante
su padre de que a pesar de haberle obedecido, no se le acordaba recompensa
alguna. Su buena conducta evidentemente no era fruto de afectos honrados,
sino más bien de un interés egoísta. De haberse interesado en la bondad, le
habría regocijado la enmienda de su hermano. Hasta parece lamentar no
haberse hundido en los mismos excesos de su hermano, o en aquello que él
juzgó como excesos. En la narración, no se hace saber si el Hijo Pródigo, llegó
a leer uno de los Informes Sexuales hoy tan en boga, diciendo explorar sin
vacilaciones todas sus profundidades. Es el Hijo Mayor quien introduce el tema
en la historia. Su mente, por lo mismo, no era extraña a los malos deseos.
No podía comprender el regocijo de su padre al ver a su hijo menor
vuelto a la gracia y la virtud. Pensó que el fin de la culpa en su hermano menor
le privaba de algo muy suyo.
El padre trató de lograr que su hijo aparentemente “virtuoso”,
comprendiera que su idea era la de que ambos vástagos compartieran su
cariño y bienes. Solía decir: “Nunca has considerado a tu padre como a un
padre, sino como a un capataz”. Hay quienes consideran la religión como algo
hecho de obediencias y mandamientos, sin participar jamás en la alegría de ser
hijos del Padre Celestial. Algunos que permanecen en la casa del su padre,
pueden ser tan poco hijos, como el que voluntariamente se desterró de aquella
casa de la parábola. Al Hijo Mayor se le dijo que ganaría la bendición de su
padre, cuando reconociese como hermano al hijo descarriado. Pero se negó a
hacerlo, calificando a su hermano de “hijo tuyo”. Si los cristianos quieren
agasajos como recompensa por su virtud, no será Dios quien les pague sino el
diablo mismo. La recompensa verdadera no es otra que entrar en plena
posesión de la herencia del Padre, de modo que la electricidad del amor pase a
través de aquellos que en un tiempo repudiaron ese amor. Los hijos se sienten
inclinados a decir en su constante dedicación al deber: “¿Habré conservado en
vano mis manos limpias y lavado mi corazón inútilmente?”Pero no es la servil
atención al deber la que hace ganar el amor de Dios; el padre tuvo que
convencer al Hijo Mayor, de que nada perdía al mejorar sus relaciones de
familia. Ninguna manifestación externa de confianza y afecto se hace
necesaria, porque los hijos mayores están siempre con el padre. El amor en tal
caso tiene que aceptarse como lo más natural. Se elogia con frecuencia a los
extraños más que a quienes forman parte de nuestra propia casa. De ahí que
el padre dijera, que lo indicado era que el Hijo Mayor se regocijara, porque los
primogénitos necesitan saber que los pecadores pueden ser perdonados, sin
que ellos por su parte pierdan el favor del padre.
La lección no debe olvidarse: El día no muy distante en que Rusia, como
el Hijo Pródigo, regrese a la casa paterna, debemos evitar que la civilización
occidental se niegue a aceptarle, o abandone la fiesta con que se celebre la
salvación de lo que estaba perdido. La constante obediencia es mejor que el
arrepentimiento; pero el obediente verdadero siempre se regocijará a la vista
de un arrepentido.
Capítulo 11
La devolución
de Objetos robados
FELICIDAD
Capítulo 13
Alegría y Tristeza
Capítulo 19
La Influencia
Capítulo 23
Magnanimidad
Hay veces en que los buenos proceden mal. Digámoslo con franqueza.
Y cuando obran mal, no lo hacen como los malos, que se conducen
perversamente. El mal es una excepción en la vida de los buenos, corta el
largo camino de sus vidas como una tangente. Pero con el malo, lo bueno es
excepción. Un pianista consumado puede, ocasionalmente, tocar mal una nota.
Pero ello no implicará que se le juzgue como un mal pianista por esa simple
razón. Por otra parte, el estudiante de primer año de piano podrá tocar a su vez
una nota acertadamente, pero ello tampoco bastará para que se le juzgue ya
un ejecutante.
Como resultado la labor interna de la mente es muy distinta en el
individuo bueno que procede mal y en el individuo perverso que lo hace de
acuarto con sus instintos. En un principio la conciencia se defiende y trata de
hacer escuchar su voz, luego, tras repetidas mordazas, se vuelve tan débil que
apenas murmura. Como las personas que proceden de esta manera no
admiten otra ley moral excepto la creada por ellas mismas, Dios las abandona.
Es terrible para un alma que Dios la persiga y empuje hacia la perfección; pero
más terrible es todavía cuando Él la deja entregada a sus propios errores.
El efecto psicológico es distinto por completo cuando quienes realmente
aman a Dios, llegan a proceder mal. La diferencia entre ellos y el reto del
mundo, es la misma que existirá entre un granuja que roba y un buen hijo que
lo hace por excepción. El primero nunca sentirá, al efectuar su fechoría, que ha
lesionado la relación que guarda con sus padres; el segundo sí. Este último
siente que ha procedido mal contra quien realmente le ama. Por su parte, el
granuja ni siquiera sentirá deseos de renovar los rotos capullos de su cariño,
cosa que en el chico ordinariamente bueno, será natural. Así como las briznas
de acero responden con rapidez al atractivo del imán, dejando atrás la basura
con que se hallaban mezcladas, así los buenos regresan a Dios, pero
solamente después de haberse desprendido de la basura maligna que les
rodeaba.
Imaginemos dos hombres casados con dos florecillas. Uno de ellos
estuvo anteriormente casado con una mujer bella, muy cuerda y cariñosa que
murió. El otro fue siempre soltero. ¿Cuál de los dos sufrirá más en su actual
condición? Sin vacilar podremos decir que aquel que nunca conoció el amor o
la felicidad. Así pasa cuando va a cometerse una mala acción. Quien ha
conocido la paz espiritual que deriva de la unión con Dios, sufrirá en tal
momento una agonía y tortura mayores que aquel a quien jamás se dio acceso
a esos tesoros. El rico que cae en la pobreza, sufrirá siempre más que el pobre
que siempre ha sido pobre. El alma que ofende a Dios amándolo, sufrirá más
que el alma apartada de Dios desde el principio.
No queremos decir con esto que el perverso no experimente malestar
indescriptible cuando procede mal. Tengamos en cuenta que en el bueno, el
efecto de hacer mal será siempre moral y conducirá al arrepentimiento. En el
malo el efecto es físico y psicológico. Se refleja menos en el alma y más en la
mente y el cuerpo. Los efectos morales son la tristeza, el arrepentimiento y la
penitencia que restauran la relación con Dios. Por lo mismo, llevan a la paz.
Los efectos físicos o psicológicos son la ansiedad, el miedo, las
preocupaciones, los trastornos mentales y psíquicos. El bueno cae de rodillas
cuando ha obrado mal, mientras que el malo si dispone de dinero se concretará
a tenderse sobre un diván. El bueno anhelará el perdón de sus pecados,
mientras que el malo se contentará con que le sean explicados. El bueno
recuperará la paz espiritual pero el malo se dará por satisfecho con la paz del
entendimiento.
La explicación de este fenómeno radica en que los buenos disponen de
un principio activo distinto al de los malos. Estos se guían solamente por la
satisfacción de la carne o del espíritu y por la idea de que nuestro mundo es un
todo. Pero los buenos actúan de conformidad con otro principio sobrenatural, al
que llamamos gracia y el cual nos une con Dios. La gracia se levanta siempre
por sobre el pecado y generalmente triunfa sobre él, bastando para ello
solamente una ligera cooperación de la voluntad. El hombre se aparta del
adulterio gracias al amor que siente por su esposa. Este principio del amor
milita contra sus deseos carnales, y cuando surge un tropezón, lo hará volver
siempre al camino de la fidelidad. Otro tanto ocurre con la gracia. San Pablo
escribió a los romanos hundidos en el paganismo: “Mis propios actos me dejan
asombrado; no hago lo que deseo, sino lo que aborrezco. ¿Por qué, entonces,
si lo que hago es contrario a lo que deseo hacer, admito así que la ley es digna
de todo honor?”.
Aquí radica el punto importante. El mismo sentimiento que
experimentamos constituye tácita confesión de que la Ley de Dios es buena.
Un niño a quien sus padres previenen de que no ponga el dedo sobre el fuego,
podrá desobedecer, pero de inmediato descubrirá en su propia carne que la ley
que le impusieron es digna de todo honor y debe cumplirse.
Hay dos formas para conocer la bondad de Dios. Una consiste en no
perderle nunca; la otra en perderle para más tarde volver a Su lado.
Capítulo 26
La Religión
es Impopular
Casi todos desean tener una religión en nuestros días, pero una religión
que no les exija demasiado; por ello el Cristianismo ha sido diluido para
acomodarlo a la mentalidad moderna. Todos quieren disfrutar de buena salud,
pero no todos creen en la eficacia de seguir una dieta o prescindir de cosas
dañinas para el organismo; de igual manera, muchos tienen vagas aspiraciones
a la bondad, pero sin la voluntad de completarlas con el sacrificio. Las decenas
de miles de personas que durante el año pasado trataron de abandonar los
cigarrillos y que a las veinticuatro horas vieron su resolución convertida en
humo, pueden dar fe de cuán impreparada se encuentra la mentalidad
moderna para cualquier tipo de sacrificio o abnegación reales.
No es fácil decirnos “No” y esa es la razón por la cual tantos filósofos
han creado una filosofía de la vida basada en responde “Sí” a todos los
impulsos y deseos, dignificando luego su error con el nombre de “expresión
propia”. Pero sigue en pie el hecho de que los adelantos serios en todas las ac-
tividades de la vida significan alguna forma de restricción; el médico, el
abogado, el artista, el cantante y el hombre de negocios, necesitan todos
aprender a “despreciar los deleites y vivir días laboriosos”, si de verdad quieren
lograr sus ideales. El experto en lenguas orientales o arqueología nunca podrá
ser campeón de tenis al mismo tiempo. En todas las esferas de la vida tiene
que sacrificarse algo para ganar algo también; la inteligencia se desarrolla a
costa del cuerpo, y el cuerpo a costa de la inteligencia.
La religión comienza con la depuración del yo. El espíritu no alcanzará el
alma sino hasta después de que el yo se decida a fijar frente a su oropelesca
mansión un rótulo que diga: “Disponible para Ocupación Inmediata”. El yo o la
parte egoísta de la existencia, debe quedar roto, como el cascarón de un
huevo, antes que pueda hincarse el desarrollo de la personalidad, que al
principio es tan impotente como un polluelo. Pero como el yo no quiere ser
domado ni disciplinado, se complace con la idea de que la mortificación es la
“destrucción de la personalidad”, y así prepara su propio estancamiento.
El desprendimiento de ciertas cosas materiales es esencial para obtener
a Dios, así como la adhesión de un esposo a su cónyuge exige el apartarse de
otras mujeres. Como dijera Santo Tomás de Aquino: “El corazón del hombre
se adhiere más intensamente a una cosa, cuanto más se retira de otras”.
El corazón humano es como un río que pierde profundidad al dividir sus aguas
en demasiados canales de afecto. Un verdadero patriota nunca servirá a más
de un país, y un hombre verdaderamente religioso no puede servir a Dios y al
Becerro de Oro a un mismo tiempo. De aquí que Nuestro Señor dirá el
siguiente mandato: “Toma tu cruz diariamente y sígueme”. Pero primero debe
tenerse en cuenta que la cruz es personal. Casi todos estamos dispuestos a
tomar nuestra cruz, la que nos corresponde por derecho, la que hemos
ajustado a nuestros hombros; pero son pocos quienes, como el Salvador, están
dispuestos a tomar la cruz que se les entrega.
Son las pruebas que nos imponen los demás, tales como sus injusticias,
sus palabras duras, sus actitudes de acuchilladores a traición y sus
displicencias, las que nos desesperan; sin embargo todos esos tropezones hay
que contarlos como parte de las cruces diarias que corresponden al hombre
que sea verdaderamente religioso. La mayor fatiga derivada de la vida
espiritual proviene de la constante necesidad de sufrir las deficiencias ajenas,
así como la interminable lucha contra nuestras propias bajas inclinaciones.
Cuando otras personas comienzan a “ponernos nerviosos”, debemos
preguntarnos si es porque se atraviesan en nuestro estado de ánimo o en
nuestros deseos; en tal caso, es nuestra propia obstinación la que hace
aumentar el peso de la cruz.
Principia entonces la tarea de aceptar a esas personas como una cruz, y
muy especialmente la de dar amor, por medio de nuestra paciencia y
tolerancia, donde no lo encontramos. Son muchos quienes cuando concurren a
la Iglesia el domingo y ocupan el lugar preferente de una banca, se resienten
cuando alguien les pide el favor de moverse a un lado. Acudieron a arrodillarse
ante una cruz, pero no quieren que nadie se ponga al lado de ellos. Son
muchos los que cantan estrepitosamente aquel himno que dice: “Si todo el
reino de la Naturaleza fuese mío, resultaría una ofrenda demasiado pequeña”.
Pero cuando se les presenta la charola de la limosna, se conforman con
dejar en ella alguna obscura monedita de cobre. Es un hecho que la religión
goza de popularidad sólo cuando deja de ser verdaderamente religiosa. La
religión por su naturaleza misma es impopular, y en especial, por lo que se
refiere al yo.
Capítulo 27
Guerras y
Rumores Bélicos
Capítulo 28
Orgullo y Humildad
No hay casi nadie entre nosotros que no conozca mejor a sus vecinos
que a su propia persona. Somos autoridad en las faltas en que ellos incurren,
enumeramos con lujo de detalles todos los escándalos en que se han visto
mezclados, y hasta añadimos unos cuantos adicionales siempre que hace falta.
Y sin embargo, el hombre es la única criatura del universo que puede verse
reflejado en un espejo, y que tiene capacidad para juzgar en perspectiva sus
móviles, sus actos buenos y malos y, como resultado, enorgullecerse o
irritarse consigo mismo ante lo que le muestre su conciencia.
Poco nos agrada a la mayoría observar lo que llevamos dentro de
nosotros mismos, de igual manera que nos desagrada abrir una carta que
sabemos contiene malas noticias. Hay quienes intentan huir de su conciencia,
eliminando el elemento consciente por medio del alcoholismo y el empleo de
estupefacientes; otros acuden a la muy discutible técnica de aplicar nombres
equivocados a las cosas, como por ejemplo cundo se insiste en llamar luz a la
oscuridad, amargo a lo dulce y viceversa. De esta manera tratan de escapar a
la eterna distinción entre el bien y el mal. Si hablamos de lo malo en los
términos verdaderos, le quitaremos la mitad de su seducción. La palabra “sexo”
no suena tan atractiva cuando se le da el calificativo de “lujuria”; “acumular para
el porvenir” se convierte en algo repulsivo cuando se le llama “avaricia”, y
“hacer valer sus derechos” pierde su encanto cuando se le llama “egoísmo”.:::::
El gran historiador griego Lecky dijo que la señal más segura de la
degradación completa se manifiesta cuando los hombres hablan de virtudes
con el mismo tono que si hablaran de vicios y de éstos en iguales términos que
si estuvieran refiriéndose a virtudes, agregando: alteran el significado usual de
las palabras, con referencia a los actos. Han llegado a presenciar actos
infames sin resentir sobresalto alguno. Los pecados mundanos y su corrupción
moral, infestan el ambiente. El hombre permanece desnudo sin avergonzarse,
no porque sea inocente, sino porque no experimente ninguna impresión de
culpabilidad”.
En nuestros días, cuando algunos políticos prostituyen los cargos
públicos que detentan, o se alían con las fuerzas del mal, justifican sus actos
diciendo: “Nada hemos hecho que viole la ley”. Para ellos la única ley es la del
orden civil y en su interpretación individual de la misma, nunca piensan en la
ley moral que llevan en su conciencia, así como tampoco en los Diez
Mandamientos de la Ley de Dios. Hasta aquellos hombres que llevan una vida
moral, perdonarán y aprobarán cualquier acato cometido por el partido político
a que pertenecen, aunque el mismo sea manifiestamente deshonesto o
inmoral. Se debe a esa subordinación a las trivialidades de partidos políticos
poco importantes, el que el número de verdaderos patriotas que ocupan
puestos políticos, disminuyan considerablemente, quedando éstos relegados al
sacrificio de sus vidas en los campos de batalla.
Esta parálisis de la conciencia alcanza su etapa final en la mente, de la
misma manera que el agua pura resulta repulsiva para los borrachos, y así la
justicia y la virtud repugnan a las conciencias réprobas. Es entonces cuando se
llega al estado mental de que hablo un escritor satírico romano cuando dijo:
“Virtutem videant, intabescantque relicta”. (Dejadles que vean la virtud y
que suspiren por ella, porque ahora está ya fuera de su alcance). Ningún
estado de ánimo es peor que aquel en que olvidamos el cielo del cual
descendemos, porque entonces perderemos todas nuestras aspiraciones a la
conversión.
Este estado de ánimo, que podríamos calificar de despertar moral, es
igual en todos los hombres que aquel resentido por el Hijo Pródigo cuando
“entró en sí mismo”. La mayoría de los hombres no prestan atención al estado
de su conciencia, sino hasta que se ven empujados hacia el interior por el
derrumbe que sufren en su exterior. Igual que la pobreza, el hambre y las
decepciones hicieron que el Hijo Pródigo “entrara en sí mismo”, así puede ser
necesaria alguna gran catástrofe para levantar la cortina de hierro que nos
aparta de la regeneración espiritual.
El primer llamado de la conciencia por lo general encuentra rebeldía y
resistencia. El hombre que aborrece la religión, procede de ese modo a
consecuencia del mal que permea su vida. Cuando se inicia el despertar de la
conciencia, la exasperación la conduce hasta una rebelión más violenta. El
hombre se convierte en un Laocoone moral aguijoneado por un martirio
viviente, representado por la ponzoña de las serpientes de su culpa, que se
retuercen en el fondo de su conciencia. Cuando el remordimiento azota, la
antigua personalidad enloquece y se torna más violenta que nunca. El mal
genio lanza destellos, el odio hacia los demás, se multiplica como una
proyección del odio disfrazado que sentimos hacia nosotros mismos, y el alma
sufre un desaliento que no encuentra alivio en ninguna distracción. Pero todas
estas violentas explosiones contra la virtud, realmente no constituyen otra cosa
que la acumulación de nubes sombrías e irritadas que algún día habrán de
disolverse en lluvias torrenciales.
Quienes tienen la tarea de aconsejar a otras personas, no deben, por lo
mismo, tomar demasiado en serio la ira aparente contra la bondad y la
moralidad, pues no sería difícil que ésas constituyeran la mortaja de la cual
resurgiera un hombre nuevo. En realidad, no aborrece la bondad, sino a sí
mismo. Sin embargo, su orgullo le impide confesarlo, y no es sino al final
cuando la inquietud y el desasosiego le obligan a ponerse de rodillas en
demanda de perdón y luz. Cuando principia a culparse a sí mismo y no a las
condiciones económicas, o a sus compañeros, su abuela o sus glándulas
endócrinas, en que ha encontrado la llave de su felicidad. Dentro de la
mitología antigua hay más de una fábula que nos habla de la caja de Pandora –
un recipiente de males que son tolerables sólo porque hay la esperanza de
encontrar algo mejor en su fondo. El hombre moderno no se acerca a Dios
procedente de la bondad del mundo, sino a causa del mal que anida en su
propio corazón.
Capítulo 31
Lecturas
El año pasado las librerías del país informaron de sus ventas de libros
con temas verdaderos, excedieron en proporción a las de novelas y otros libros
de contenido irreal. He aquí una tendencia digna de encomio en nuestra
civilización contemporánea, porque el lector de un libro serio necesita mantener
su inteligencia siempre activa, mientras que el lector de obras imaginarias,
acepta las acciones y experiencias de los personajes conforme van
describiéndose. Resulta interesante establecer una comparación entre las
revisas literarias publicadas por el Suplemento Dominical del “Times”, de
Londres, y las revistas literarias que aparecen cada semana en los grandes
rotativos norteamericanos. Por simple curiosidad contamos el número de
novelas cuya crítica apareció en la sección literaria de un periódico
estadounidense, y encontramos que 25 obras fueron objeto de comentario;
considerando como libros serios todos aquellos que no fueran novelas,
encontramos que sólo 13 títulos se incluían en el mencionado suplemento.
Examinando por otra parte el suplemento literario londinense, contamos 9
críticas de novelas en comparación con 40 de obras serias. No hay que olvidar,
sin embargo, que la novela es valiosa y muchas veces presenta un problema
moral o económico concreto, mucho mejor de lo que puede hacerse en el texto
abstracto de un libro serio.
Si bien es cierto que cada persona tiene derecho a sus preferencias,
siguen en pie las circunstancias de que, para el desenvolvimiento completo de
la inteligencia, debemos disponer de lecturas serias e inteligentes, y no de
simples lecturas. Un rey polaco del Siglo Dieciocho, hablando de aquellos que
leen demasiado y absorben my poco, hizo la siguiente reflexión: “Un tonto que
haya leído mucho, será siempre el peor de los mentecatos; sus conocimientos
son como un flagelo que no sabe manejar, y con el cual rompe las espinillas de
sus vecinos al igual que las suyas propias”. Así como el estómago suele
indigestarse cuando algo le cae pesado, la inteligencia también no asimila
muchas veces en forma correcta. Si alojamos en ella demasiadas ideas, y el
intelecto no cuenta con los jugos suficientes para absorberlas, se produce una
extraña clase de constipación literaria. Ya lo dijo Milton: “Puede uno estar
profundamente versado en libros y al mismo tiempo tener muy poca
profundidad”.
No hace mucho, hablando con un joven estudiante universitario, se
vanaglorió éste de lo extenso de sus lecturas, y afirmó que Freud había creado
la teoría del complejo de inferioridad. Cuando se le sugirió que probablemente
estaba confundiendo a Freud con Adler, su contestación fue la siguiente: “Lo
creo muy difícil porque conozco Viena Y esa fue la ciudad natal de Freud”.
Muchas personas viven con la ilusión de que han leído más de lo que en efecto
leyeron. Es difícil encontrar algún universitario que no se encuentre bajo la
falsa creencia de haber leído “El Origen de las Especies”, de Darwin, o “La
Reina de las Hadas”, de Spencer. Se ha dicho que algunos de los grandes
genios del pasado, nunca leyeron ni siguiera la mitad de lo que devoran los
genios mediocres de nuestros días, pero a este respecto cabe hacer notar, que
aquellos comprendieron y asimilaron sus lecturas, incorporándoles a una
dimensión más profunda del conocimiento.
Existe enorme diferencia entre una inteligencia que archiva diez mil
fragmentos inconexos de conocimiento, y una inteligencia que funciona como
un organismo dentro del cual un hecho o una verdad, quedan relacionados
funcionalmente con todas las demás verdades de la misma manera que el
corazón se relaciona con piernas y brazos. Los hombres verdaderamente
sabios, extraen de sus lecturas una filosofía de la vida, de la misma manera
que su sustento lo extraen de una filosofía de la salud. Sus ojos cuando leen,
evitan la basura mental con tanto escrúpulo como una boca evita al alimentarse
la basura material. Por otra parte, ciertas lecturas “difíciles”, como las obras de
Platón, Santo Tomás de Aquino y Arnold Tonbee, entran como inyecciones de
hierro a la sangre y a la inteligencia, dando a ésta constancia y vigor.
La facilidad que existe en nuestros días para conseguir material de
lectura, tiene mucho que ver con la forma en que se alimentan los gustos más
bajos. Quienes sentían afición por la filosofía en los días de Aristóteles, por la
poesía en los días del Dante, por la metafísica en los días de Abelardo y por las
ciencias sagradas cuando los monasterios encerraban todos los tesoros del
saber, no escatimaron esfuerzo alguno para absorber los conocimientos a su
alcance. Pero hoy que la lectura está al alcance de todos en droguerías y
supermercados, contenida en libros populares, el discernimiento ha disminuido
en razón directa de la disponibilidad.
Después de algún tiempo de frecuentarlas, las lecturas inútiles debilitan
la inteligencia en vez de fortalecerla; es entonces cuando la lectura se vuelve
un pretexto para mantener la inteligencia adormecida, mientras se vierten ideas
sobre ella, como la salsa de chocolate que remata un helado. La inteligencia es
como un reloj de arena a través del cual pasan las ideas como simples
arenillas: sin dejar nada en él. El hombre moderno dispone de más tiempo libre
que sus semejantes de un siglo atrás, pero sabe menos sobre cómo emplear
ese tiempo Nuestra educación nos prepara bien para ganarnos la vida. Pero no
se permite que ésta olvide que, desde que el hombre dispone de más ocios
que horas de trabajo, podría llegar hasta él, enseñándole, como emplear ese
tiempo libre. Démosle al hombre la acción por lo intelectual, lo espiritual y lo
moral, y lo veremos convertido en un hombre feliz. Ya lo dijo antes un poeta
latino: “Emollit mores, nee sinit esse feros”. (La lectura civiliza la conducta
de los hombres, y no permite que sigan en la barbarie).
Capítulo 32
La Bondad
en los Demás
Del mismo modo que la medicina aumenta cada día la probable duración
de la vida, ha sabido también poner de relieve el problema de la vejez. El
promedio de la edad al concluir la vida es, en Francia, 61 años; en Suecia, de
65; en los Países Bajos de 68; en los Estados Unidos, de 64 y en la India, de
27. ::::::
Al escribir Cicerón acerca de la vejez, enumeró varias de las
ventajas que ofrece. Horacio hablo de los viejos como “ensalzadores de cosas
pasadas”. San Pedro en u Sermón de Pentecostés, dijo que “los jóvenes verán
visiones y los viejos soñarán sueños”. La juventud rebosa de esperanzas y ve
visiones en el porvenir; la edad provecta se vuelve retrospectiva y recuerda las
glorias del pasado. Nuestro Señor dijo a San Pedro que la edad avanzada
significa una restricción de la libertad. “Pero cuando seas viejo, extenderás más
tus manos, y otro te seguirá y te conducirá adonde no podrías ir solo”.
Cada edad tiene sus compensaciones y también un vicio particular
contra el cual requiere luchar. La juventud tiene que combatir contra los
impulsos irreprimidos de la carne. Así como el polvo es una materia en lugar
inadecuado, la concupiscencia es la carne en lugar inadecuado. En la edad
madura, la pasión que ha de vigilarse es el egoísmo, o la desenfrenada
ambición del poder. Aquí un impulso no regulado se mueve desde la carne a la
inteligencia, va del sexo al egoísmo y de la carnalidad al orgullo. En la tercera
etapa de la vida la tendencia a la avaricia suplanta las otras dos. Aquí no se
trata de lo hay dentro del hombre, o sean su cuerpo o su inteligencia que le
distraen, sino de lo que hay fuera de él: el mundo, las riquezas y los bienes
materiales, como si al darse cuenta de que la vida se le va, quisiera escapar a
la muerte llenando sus graneros al máximo, y hasta la noche misma en que su
alma es llamada a rendir cuentas.
Cuando existe un sentimiento de dependencia de Dios, la conciencia de
que esta vida es una mayordomía, y una firme convicción de que lo que
hagamos aquí determina nuestra eternidad, la vejez no produce tristezas o
pesares, sino más bien una alegría como la que embargó a Simeón. Pero
cuando la vida se encuentra vacía, existen varios peligros, el primero de los
cuales es el alcoholismo. La profesión médica se encuentra hoy alarmada ante
el caso de quienes han rebasado la edad madura e intentan amortiguar con
estimulantes la poca vida que les resta. La causa es con frecuencia moral y
física. Es moral cuando tratan de ahogar un sentimiento de culpa no purgada, o
buscan escapar de la responsabilidad por el vacío de sus vidas. Es física
cuando tratan de excitar nueva fuerza para compensar la que saben que están
perdiendo, o bien para darse a sí mismos un mundo ilusorio con su falso
sentimiento de fuerza. San Pablo tenía esto presente cuando dijo: “Los
hombres de edad avanzada deben ser sobrios”.
La civilización moderna respeta poco a los ancianos por la misma razón
que no alberga respeto hacia la tradición. Las antigüedades atraen, pero con
los hombres viejos no ocurre lo mismo. Sin embargo, los viejos son para la
cultura lo que la memoria es para la inteligencia. De la misma manera que uno
no puede pensar sin acudir al almacén de la memoria para obtener ahí las
piedras que han de servir de cimiento al pensamiento, tampoco podrá
progresar civilización alguna sin su memoria, que es la tradición. Los antiguos
rodeaban a sus ancianos de gran respeto. La palabra griega “presbus” se
empleaba no sólo para indicar a lo viejo, sino también algún embajador
importante y respetable, elegido a causa de su experiencia. De esa palabra
nació no sólo la palabra “presbyter” (presbítero) o “sacerdote”, sino también
“presbyope”, que indica a uno que es previsor más bien que corto de vista,
una de las cualidades asociadas con la edad avanzada. Quienes tienen una
filosofía de la vida, no se sienten perturbados por la edad. Nuestros últimos
días deber ser los mejores. El crepúsculo elogia al día; la última escena domina
el acto y la música reserva sus más emocionantes notas para el final. Simeón,
cuando vio al Niño Dios cantó: “Ahora (no) puedes despedir a Tu siervo, Oh,
Señor. Habló como si fuera un comerciante que tiene todas sus mercaderías en
un barco y que desea que el capitán leve anclas y emprenda el viaje de
regreso.
Feliz ancianidad que emplea esta vida para comprar la próxima y que
disfruta de un contento exterior e interior. El trabajo exterior es la diseminación
de la caridad, el uso de la experiencia para ayudar a los demás. El trabajo
interior es el allegamiento del alma a la mayor perfección posible para
encontrarse con Dios.
El secreto del envejecimiento radica en este consejo que en cierta
ocasión dio un anciano a un joven: “Arrepiéntete en tu último día”. El joven
contestó: “¿Pero, cómo sabré cuándo llegará mi último día?” Entonces el Santo
dijo: “Arrepiéntete hoy, porque bien podría ser mañana”.
Capítulo 35
Autoengreimiento
SABIDURÍA
Capítulo 38
Saque la Lengua
Capítulo 39
La Sensibilidad
del Inocente
Capítulo 44
Cómo se cierran
las Inteligencias “Abiertas”
Capítulo 46
Los Placeres
Casi nadie pone hoy en duda la opinión de que el carácter se forma por
medio de influencias externas, tales como la herencia familiar, la enseñanza, la
pobreza o la abundancia, la publicidad a la cual hemos sido sujetos y el
ambiente en que hemos crecido. Pero si es llevada a los extremos, esta opinión
podría conducir a la destrucción del concepto de responsabilidad, y nunca debe
olvidarse de que ésta es la marca de la libertad. Las influencias brotadas de lo
que nos rodea, solamente acondicionan el carácter, no lo crean. Nuestro Señor
señaló con Su Dedo la causa, cuando dijo: “Porque es desde el interior, desde
los corazones de los hombres, de donde surgen sus malos propósitos, sus
pecados de adulterio, fornicación, asesinato, robo, codicia, malicia, engaño
lascivia, envidia, blasfemia, soberbia y locura. Todos estos males emanan del
interior, y son los que ensucian al hombre”.
La psicología moderna pone de relieve la importancia del subconsciente,
pero el Divino Maestro enfatizó más bien el factor consciente del intelecto y la
voluntad que forman nuestro conocimiento y nuestras decisiones. La
combinación de estos dos elementos, recibe en ocasiones el nombre de
corazón, y de ahí surge nuestro carácter, como árbol que fructifica.
El corazón es como una casa de moneda donde se troquelan las
monedas de la vida humana; en el yunque sobre el cual se forjan hábitos y
rutinas; es la barra de conducción que pilotea la nave de la vida. Sir Walter
Scout dijo a Yeinor Lockhart: “No aprenderemos a sentir y respetar nuestra
vocación y destino, hasta que hayamos enseñado a considerar todo como
desatino, en comparación con la ecuación del corazón”.
Para el hombre es esencial la reforma de su conducta exterior y del
medio que se desarrolla, y a ello dedican gran parte de sus esfuerzos los
códigos civiles. Pero esas leyes se ocupan sólo de los efectos y nunca de las
causas; la reforma social es superficial únicamente; como si podáramos tan
sólo la parte más alta de la cizaña, dejando las raíces dentro de la tierra.
Muchas de las reformas sociales tratan de resolver problemas tales como el
crimen y la delincuencia juvenil valiéndose de recursos tales como la
construcción de más pisas de baile y albercas para practicar la natación. Una
de las dificultades con que tropiezan siempre los reformadores sociales, radica
en que sus determinaciones rara vez llegan a ponerse en práctica antes de que
la gravedad de las cosas sea extremada. Mientras no aren los ojos de la gente
a los abusos del mal, nadie se siente inclinado a prestar su apoyo a la
legislación social que proponen. Debe recodarse que todos los crímenes contra
la sociedad, se fundan en ideas falsas o maléficas, y que hasta que se obtenga
la eliminación total de éstas, la sociedad no resentirá cambio alguno. Un león
no se amansa por el simple hecho de que se le encierre en una jaula, ni un
caballo cimarrón perderá su violencia mediante una simple brida y un par de
espuelas para acicatearlo.
Solamente en un sentido limitado resulta verdad que las circunstancias
hacen al hombre; pero sólo hasta el punto en que el propio individuo permite
que las circunstancias rijan su vida. No es tanto lo que lo exterior influye sobre
lo interior, como lo que esto último influye sobre lo primero. Si el aljibe es
mantenido limpio, todas las aguas que en él concurran teñirán que ser puras. El
mal tiene sus raíces en el corazón. “El hombre es igual a como piensa su
corazón”. Las grandes estalactitas que se encuentran en el interior de las
cavernas, dan un perfecto ejemplo de cómo los pensamientos forman las cos-
tumbres. El agua de la superficie penetra a través de tierra y rocas, arrastrando
consigo pequeñísimas porciones de sedimento. El agua gotea al suelo desde el
techo de la gruta, pero al caer forma una especie de colgadura, y poco a poco
el depósito sedimentario va convirtiéndose en un pilar de piedra. De igual
manera, si los pensamientos, deseos y aspiraciones del corazón llevan consigo
un depósito de nuestras decisiones y pensamientos, y si éstos son malos, muy
pronto construirán fuertes pilares de malos hábitos en el exterior; lo contrario
ocurrirá cuando los pensamientos sean buenos, santos y puros.
Son las cosas que nos gradan las que forman nuestro carácter; la vida
se mancha sólo cuando el corazón es impuro. Los pensamientos son algo así
como los embriones de las palabras, y cuando la voluntad imparte su fuerza
motriz a los malos pensamientos, éstos se convierten en transgresiones reales.
Nadie creería al hombre que, teniendo un cubo de agua lodosa a su lado,
insistiera en que la había extraído de una fuente cristalina. El corazón es el
centro de la vida, el trono sobre el cual se asienta y rige la naturaleza humana;
el subconsciente contiene los pensamientos y deseos que han sido
descartados, o bien las reflexiones y deseos del corazón que se han traducido
en acción. Ell mal no es un ladrón que se ha introducido por la fuerza en
nuestra morada; es un inquilino al que le hemos rentado su alojamiento. Pero si
por el contrario mantenemos nuestros corazones limpios y puros interiormente,
podremos cambiar por completo nuestro medio ambiente.
Capítulo 50
La Memoria
LA FE
Capítulo 52
Para Quienes trabajan
con Dios
Capítulo 53
Desnudez Interior
Capítulo 54
Zozobras
Capítulo 55
La Humildad
Hubo una época en que se creía que el sol giraba en torno a la tierra; de
hecho, así nos parecía, ya que empurpuraba el Oriente al amanecer y al
crepúsculo “se ponía como un ejército flamígero por el lado de Occidente”.
Pero hoy sabemos que es la tierra la que gira en torno al Astro Rey.
Como existen dos formas de considerar la relación entre ambos planetas
- una acertada y otra equivocada – así también hay forma de considerar la
relación entre las personas y acontecimientos diarios y el ciclo rutinario de la
vida. Algunas personas viven de tal manera, que sus estados de ánimo están
determinados por lo que les ocurre en el mundo. Se sienten tristes cuando las
estrellas parecen acampar en el campo de batalla por la noche, y se forman
alegres al amanecer. Cuando brota la lluvia las mejillas de la naturaleza, con
frecuencia las lágrimas humedecen también las mejillas de esas personas. Lo
que ocurre frente a los mostradores de las tiendas durante los días de barata;
en la oficina o en el movimiento del tránsito; la flecha envenenada del
sarcasmo, los estigmas que llegan como murmullos y hasta el llanto de los
niños, frecuentemente forman y dan origen a nuestros estados de ánimo, que,
como los camaleones, a sumen el color de la experiencia que en determinado
momento se nos impone. Cuando permitimos que las circunstancias nos
dominen, nuestros sentimientos se asemejarán a las estaciones del año,
encogiéndose cuando nos necesitan para prestar un servicio penoso, o
sufriendo desmayos ante cada pequeña desgracia que nos aqueja. El amor
mismo quedará reducido a veleidades. Edna St. Vicent Millary lo dijo en una de
sus rimas:
“Sé que sólo soy el Verano
para tu corazón,
y no las cuatro estaciones del año”.
Las condiciones necesarias para una vida feliz consisten en vivir de tal
manera, que las pruebas y vicisitudes de la vida no nos impongan sus
características. Más bien nos sentimos tan arraigados en la paz y en la alegría
interior, que las comunicamos no sólo a lo que nos rodea en un plano
inmediato, sino también a los demás. Tensión habló de un carecer “con poder
sobre sus propios actos y sobre el mundo”. Algunos irradian alegría y felicidad
porque ya las llevan dentro de sí, mientras otros parecen tener las frentes
heladas y transforman en invierno todo el año.
El problema radica en la forma de poseer esta constancia interna de la
paz, que tranquiliza el fondo de nuestras almas, aun cuando la superficie
semeje un océano azotado por tormentas y, en nuestro caso, por tribulaciones.
El mejor sistema para ello lo constituye la oración que independiza nuestros
estados de ánimo de dos maneras: La primera, agotando nuestros malos
estados de ánimo y haciéndolos presentes ante Dios. El sistema equivocado
consiste en vaciar nuestros malos estados de ánimo sobre la gene que n os
rodea, porque ésa, o lo resiente a su vez y proyecta tomar la venganza, o los
corresponde asumiendo una actitud igualmente mala. Pero si los llevamos a
Dios, quedarán agotados, como el hielo que se funde ante una llama. Una
teoría muy falsa dentro de la psicología moderna, es en el sentido de que
cuando nos sentimos psicológicamente acorralados, debemos acudir a una
solución psicológica, como por ejemplo: “Salvamos, olvidémoslo y bebamos”. O
bien, “Cuando las pasiones sean intensas, démosles satisfacción”. Si cada
yerno procediera así con una suegra que se le manifiesta malhumorada, la
población del país se reduciría a una décima parte. Está bien decir que
nuestros estados de ánimo deben ser asociados, pero hacerlo sobre nosotros
mismos o sobre nuestros semejantes, es como volver a nuestro sentido
padeciendo de una “cruda” o esclavizados por una condición que no podemos
romper.
La segunda ventaja de la oración es no sólo desprendernos de nuestros
malos estados de ánimo, sino substituirlos por buenos sentimientos. Al rezar, la
sensación de la presencia de Dios y de la ley se vuelve más íntima; en lugar de
desear “ponernos a mano” con nuestro enemigo, asumimos hacia él la misma
actitud de Dios, que es el perdón y la misericordia amorosa. Es muy posible
que lleguemos hasta un punto, siempre y cuando oremos bastante, en que nos
sintamos satisfechos hasta poder pagar el mal con el bien. Gradualmente nos
daremos cuenta de que es mucho más triste hacer el mal que sufrirlo; quien
causa un mal, es más digno de compasión que el que lo sufre.
Eventualmente nos libraremos de esos malos estados de ánimo,
cultivaremos una constancia que nunca busca la revancha y hasta
perdonaremos a quienes nos apedrean, como lo hizo San Esteban siguiendo el
ejemplo de Nuestro Señor. Dentro de las tensiones de la vida, nada hay que
calme tanto y nos proporcione tanta fortaleza, como la fuerza magnífica de la
oración. ::::::
Una época sin fe, será siempre época de supersticiones. Las creencias
religiosas son tan necesarias para el corazón del hombre, que una vez que se
las abandona, se acude a alguna falsa forma de fe, para llenar el vacío
resultante. A menos de que el hogar se encuentre lleno de bondad, siete
diablos peores que el primero, se alojarán en él. Cuando las inteligencia
abandonan su preocupación por la suerte final que nos esté deparada, la
substituyen por el misterio de lo que ocurre después de la muerte, el misterio
de cómo se asesinó a alguien, pero el misterio es condición que nunca
desaparece. Carl Marx, fundador del comunismo, negó que existiera el Espíritu
o la Inteligencia, pero retrocedió a hurtadillas, convirtiendo a la historia en una
mentalidad que invariablemente produce lucha de clases. Cada época del
materialismo se ha visto seguida por otra de superstición, durante la cual las
mentes creen en todo y los fanáticos y charlatanes, se convierten en santuarios
de culto y objetos de adoración.
¿Cómo pudo ser que millones de hombres aceptaran las supersticiones
del Nazismo, Fascismo y Comunismo, si no les hubieran dado cabida en las
almas vacías por la pérdida de la fe? La esencia de la superstición política, es
la identificación de lo político y loi sagrado, como la esencia de la superstición
económica está constituida por la identificación comunista de la clase
trabajadora y el Mesianismo. El gran alarde del Siglo Dieciocho, consistió en
decir que “Dios y los sobrenatural”, debían ser exorcizados exponiéndolos a la
luz. Pero lo que ocurrió, al rechazarse la fe religiosa, fue que surgió la
superstición, que puso al mundo al borde de convertirse en un manicomio.
Véase cómo el comunismo ha llegado incluso a tener un producto “sintético”
que vender: mediante sus declaraciones en las Naciones Unidas, combinadas
con sus centros de propaganda en México, Sudamérica y China, ha
pronunciado la condena de millones de hombres que se atrevieron a violar su
“mito”, o a protestar contra su “religión del ateísmo”. Si no existiera una gran
Faz de Amor que se inclina sobre la Humanidad, su inteligencia perturbada se
cubriría con mil máscaras horribles. Cuando la religión es fuerte, limpia la
mente inconsciente de todos esos temores y ansiedades, de esas
preocupaciones y psicosis, que el psicoanálisis intenta borrar en el alma sin fe.
Aun cuando el psicoanálisis efectúa lo que califica de “transferencia” del estado
mental nunca llega a satisfacer el hambre del alma por algo espiritual y más
allá de sí misma, a lo que debe adorar y rendir culto. La fe en un hombre no es
como las muñecas rellenas de serrín. No se la puede abrir, sacudir el serrín
sobre una mesa, analizar su origen como árbol, volverlo a colocar dentro y
reacondicionar la criatura.
El sediento viajero del desierto, que confunde un espejismo con un
oasis, es supersticioso. Ha abandonado la razón y juzga sus sueños realidad.
Así, en nuestro Siglo Veinte, impaciente con su largo viaje por el mar de la vida,
luego de haberse negado a entrar a puerto y de haberse deshecho de la
brújula, transforma las nubes en islas y los bancos de niebla en continente
imaginarios. Negando a Dios, encuentra necesario fabricar dioses, no de oro,
plata o arcilla, sino de ciencia, psicología y principios económicos.
Fuera de su contenido teológico, se destaca el hecho psicológico de
que, quienes tienen una fe muy profunda y adentrada en Cristo, están menos
expuestos a someterse sin virilidad alguna a indignos pretendientes. Esto se
demostró experimentalmente en los casos de los misioneros cristianos en
China, que resistieron el “enjuague” de sus cerebros, con un éxito que no
conocieron aquellos que se habían desprendido de la fe. La libertad para no
depender de lo falso, se compra por medio de la lealtad al Amor y la Verdad.
El grave peligro que entraña la pérdida de la fe, no radica sólo en el
hecho de que surgirían otros que pretendan dominarnos, sino en que nuestras
voluntades se volverán tan débiles y nuestras mentalidades se encontrarán con
fusas, que llegarán a dar su asentimiento. Dos mujeres chinas, luego de pasar
por el “enjuague cerebral” en una prisión comunista, fueron por fin puestas en
libertad. Ambas volvieron a la independencia relativa de sus hogares y sus
familias; al cabo de pocas semanas, pidieron a los comunistas ser reintegradas
a la prisión porque querían seguir siendo dominadas. La superstición se
manifiesta no sólo en la credulidad, sino también en el servilismo. Las
Sagradas Escrituras dicen que los últimos tiempos” se caracterizarán por la
negativa a recibir una enseñanza sana.
Muchos viven bajo la ilusión de que su rechazo de la fe religiosa, les
inmuniza contra la credulidad. La verdad es que ellos también aceptan la
autoridad, pero es la autoridad vaga, vaporosa y anónima de “ellos”. “Ellos”
gustan del verde y de otros colores. ¿Quiénes son “ellos”? El hombre de fe por
lo menos conoce a Aquel cuyo gobierno y guía acepta. Pocas cosas hay más
extrañas que el hecho de que muchas personas que se juzgan educadas,
puedan tragarse lo que dice y jura por su gloria el Kremlin. Inmenso es en
verdad el vacío que deja en nuestro corazón, el destierro de Jesucristo.
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