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ESPIRITUALIDAD

El ser humano posee una exterioridad (cuerpo), una


interioridad (psique) y una profundidad (espíritu).

El espíritu es aquel «momento» de la conciencia por el que


cada uno se capta a sí mismo como parte de un todo y se
pregunta por el sentido de la vida y de su lugar en el conjunto de
los seres.

La vida del espíritu es más alta, más elevada que la vida de


la inteligencia.

En su hogar, primero, y luego en la escuela, los niños


deberían ser iniciados en la ESPIRITUALIDAD.

Luego deberían recibir ENSEÑANZA DE LAS


RELIGIONES, es decir, nociones básicas de las religiones
practicadas a lo largo de la historia de la humanidad.

La enseñanza deberían aportarla filósofos, sicólogos,


sociólogos o historiadores.

Cada clase podría dividirse en dos partes:

En los primeros veinte minutos pequeños grupos discutirían


un tema de alguno de los maestros del espíritu, de distintas
procedencias, y procurarían internalizar tales contenidos.

En los otros veinte minutos pondrían en común sus


reflexiones y se abriría un debate.

Como alternativa se puede también reservar un tiempo para


que cada estudiante se recoja, ausculte su profundidad y vea
qué buenos y malos sentimientos salen de ahí, conociéndose de
esta manera a sí mismo y proponiéndose fortalecer los buenos y
poner los malos bajo control.

Así sentiría la vida del espíritu, consciente y personal.


La vida del espíritu o la espiritualidad está hecha de amor
fraterno (respeto, tolerancia, misericordia, compasión,
solidaridad y servicio).

Si se hubiese cultivado esta VIDA DEL ESPÍRITU no se


hubieran ido a la guerra tantas personas y tantos pueblos con el
absurdo de millones de muertos.

Por estar la vida del espíritu cubierta de un manto de


cenizas de apegos, egoísmo, ambición, codicia, envidia,
injusticias, odios e indiferencia es por lo que las sociedades se
han vuelto inhumanas.

Tenemos necesidad de Dios. Y ese Dios no viene de


afuera. Es esa Energía poderosa y amorosa que los cosmólogos
llaman Energía de Fondo del Universo, innombrable y
misteriosa, de la cual hemos salido todos los seres y somos
sustentados en cada momento por ella.

Dios debe ser pensado en esta línea.

Es propio de la vida del espíritu poder abrirse a esta


«Realidad», dejarse tomar por ella y entrar en diálogo con ella.

El resultado es tener una experiencia de transcendencia,


que nos hace sentirnos más sensibles y humanos.

Hay una base biológica para la vida del espíritu.

Desde los años 90 del siglo pasado, algunos


neurocientíficos constataron que siempre que el ser humano
aborda temas ligados a un sentido profundo de la vida y a lo
Sagrado se produce una gran aceleración neuronal en los
lóbulos temporales.

Llamaron a esa zona “el punto Dios en el cerebro”. Así


como tenemos órganos exteriores como los ojos, los oídos y el
tacto, tenemos también un órgano interior –es nuestra ventaja
evolutiva– mediante el cual captamos esa REALIDAD
MISTERIOSA que nos envuelve y que sustenta todo.
Ese PUNTO DIOS EN EL CEREBRO es denominado
también INTELIGENCIA ESPIRITUAL.

Detenernos sobre esta REALIDAD MISTERIOSA, y entrar


en diálogo con ella, nos vuelve más humanos, fraternales,
afables, tolerantes y pacíficos (o, en el mínimo de los casos,
menos violentos y agresivos).

Tenemos cómo matar el hambre de pan.

Necesitamos matar el hambre de vida espiritual que se nota


por todos lados. Ella “es la única que satisface al ser humano”.

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